VIENTOS CELESTIALES...UN GIRO DEL DESTINO
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VIENTOS CELESTIALES...UN GIRO DEL DESTINO
Hola otra vez aquí con una nueva historia, espero les guste.
"UN GIRO DEL DESTINO"
Prólogo
«Hola, cariño: Las dos sabemos cómo estarán las cosas si estás leyendo esto. Lo siento mucho. Pero, oye, quiero que me hagas un favor. Me voy a poner en contacto con Yulia Volkova, no te cabrees...»
¿Puede la carta de una ex-amante cambiar toda una vida? Yulia Volkova es una compositora de éxito comprometida únicamente con su profesión. Cuando recibe una carta del abogado de su ex, Irina, suplicándole que ayude a su actual pareja Lena Katina y a su adorable y precoz hija de tres años Skye, no puede ni imaginar lo que le espera.
Yulia, Lena y la pequeña Skye se embarcan juntas en una aventura divertida, tierna y atrevida que les cambiará la vida para siempre
Capítulo 1
Un pasillo oscuro y estéril se extendió ante Lena al abrirse las puertas del ascensor. ¿Cuántas veces había recorrido aquellos mismos pasillos en los últimos tres meses? Pasó junto al puesto de enfermeras y sus rostros familiares le dedicaron una sonrisa triste.
Lena, que las había llegado a conocer a todas, les devolvió la sonrisa mientras recorría el camino a la habitación por última vez. Cuando llegó a la puerta, tuvo que tragar saliva para aplacar las náuseas y en ese instante salió Elaine. Elaine Hudson era la enfermera jefe de
la planta de oncología. Se había tomado un interés especial por Lena y esta se lo agradecía, ya que habían sido tres meses muy duros.
Elaine era una mujer mayor, puede que anduviera cerca de los sesenta. Se apartó un mechón oscuro canoso de la frente en gesto ausente y apoyó las manos en los hombros de Lena.
—¿Estás bien, cariño? Lena asintió, entre lágrimas repentinas.
—Quería estar aquí cuando...
Elaine la estrechó entre sus brazos.
—No podías saber que Irina nos dejaría tan deprisa. Es una bendición, Lena.
Lena dio un paso atrás, inspiró hondo y se secó las lágrimas de las mejillas.
—Lo sé.
—Estaré aquí. Ella ya descansa —aseguró Elaine, y le abrió la puerta.
Lena asintió otra vez y la invadió cierta sensación de irrealidad al entrar en la habitación. Estaba oscura, salvo por el tenue resplandor que arrojaba la pequeña luz de la cama de hospital. Lena ladeó la cabeza al aproximarse a la cama; Irina se veía muy tranquila, como si estuviera dormida. Sin embargo, al acercarse más, la fría palidez de Irina no dejaba lugar a dudas. Lena observó la figura inerte de la que hasta hacía poco había sido su pareja, se puso la mano con
delicadeza sobre el vientre, en donde crecía su bebé, y le acarició la helada mejilla a su compañera.
—Ya no llegarás a conocerla. Lo siento muchísimo, Irina —susurró Lena, sin poder evitar que le rodaran las lágrimas mejillas abajo—. Ahora ya no sufres.
Y se quedó mirando al vacío por un segundo al recordar un tiempo en que no había dolor, sino únicamente risas.
—¿Qué hacemos hoy? —preguntó Lena, mientras recogía los platos del desayuno.
Irina abrió el lavavajillas, con cara pensativa.
—Mmm, no lo sé. Hace un día de otoño precioso. Creo que necesitamos una calabaza.
Lena meneó la cabeza y se dio la vuelta.
—Ya tenemos una, boba. Si pasaras más tiempo en casa la habrías visto en el porche.
—¿Tenemos una? ¿Y cuándo fuimos a buscarla?
Lena se secó la mano en un trapo de cocina y se apoyó en el mármol.
—Tú no fuiste. Fuimos Skye y yo el sábado pasado cuando estabas en San Diego —replicó, sin poder disimular el sarcasmo.
Irina percibió el tono mordaz en su voz y trató de defenderse.
—Cariño, es mi trabajo.
—Lo sé, lo sé, eres piloto. Lo entiendo. Pero podrías coger trayectos más cortos...
—Ganaría menos dinero —la interrumpió Irina con el ceño fruncido.
—Eso nunca me ha importado —objetó Lena en voz calma, y respiró hondo.
—Oye, hace semanas que no estoy en casa, no quiero volver a discutir por lo mismo —le dijo Irina, que se le acercó, le rodeó la cintura con los brazos y la atrajo para sí—. ¿Y si no
salimos? —murmuró contra sus labios. Lena suspiró y le devolvió el beso, rodeándole los hombros conlos brazos.
—Siempre te libras de las discusiones con sexo —le dijo, recostándose contra el mármol.
Irina sonrió y le bajó la cremallera de los tejanos lentamente.
—No es cierto —refunfuñó, juguetona—. Solo me encanta sentirte —añadió, deslizando la mano bajo la tela—. Skye está durmiendo la siesta, ¿verdad?
Lena cerró los ojos y asintió; Irina le bajó los tejanos hasta las caderas y le arrancó un respingo al bailar con los dedos sobre ella.
***
Lena esbozó una sonrisa triste al evocar aquellos recuerdos felices, tan poco frecuentes. Durante los cinco años que estuvieron juntas, Irina no había dejado de trabajar ni un solo instante y no había visto crecer a Skye. Ahora... Lena volvió a ponerse la mano sobre la barriga y dejó escapar un suspiro.
—Adiós, Irina —susurró.
Se inclinó, la besó en la fría mejilla y salió de la habitación. Ya fuera, se tapó la boca con la mano y se le escapó un sollozo desgarrado. Elaine acudió a su lado y la acompañó a la sala de
espera.
—Siéntate un momento.
—Gracias. ¿Sabes? Llevaba seis meses preparándome para esto. Irina y yo lo hemos dejado todo arreglado, pero por alguna razón... —Lena se interrumpió y se llevó una mano temblorosa a la frente.
—Has sido muy fuerte durante todo este trance, Len —le aseguró Elaine para consolarla.
—He tenido que serlo. La pobrecita Skye no sabe lo que pasa.
Es muy pequeña. Le he dicho que Dios estaba solo y que necesitaba a Irina más que nosotras, pero no lo entiende y casi me alegro de que sea así. Irina pasaba mucho tiempo fuera por su
trabajo y, por poco que me gustase, eso seguramente hará las cosas más fáciles para Skye. —Lena suspiró pesadamente antes de continuar—. Nunca habría estado de acuerdo con tener a este bebé si hubiera sabido lo enferma que estaba Irina. Lo único que queríamos era un hijo de las dos. ¿Te parece algo tan egoísta? —le preguntó a Elaine con mirada suplicante.
—No, las dos os queríais. Skye es una niñita preciosa y feliz, y esta de aquí... —le dio una palmadita a Lena en la barriga—... será igual de feliz. Y es gracias a ti y a Irina. Aunque si quieres que sea sincera, es sobre todo gracias a ti.
—Lo sé. Irina quería tener hijos, pero no le gustaba la responsabilidad. Recuerdo suplicarle que cambiara los turnos con la línea aérea para poder pasar más tiempo en casa —suspiró, y echó la cabeza hacia atrás.
La batalla que había librado Irina con el cáncer durante seis meses había sido devastadora y su muerte representaba casi un alivio. Lena se sentía culpable de pensar así, pero no podía evitarlo.
Cuando descubrieron que Irina tenía cáncer de huesos, la enfermedad se extendió muy deprisa. Verla sufrir tanto había sido insoportable.
—Ya no sufre.
Las dos mujeres permanecieron sentadas en silencio un momento, hasta que la puerta del ascensor se abrió y Lena salió de su ensimismamiento al ver aparecer a una mujer joven con una niña rubia de pelo rizado en brazos, que cacareaba como una gallinita.
Nada más ver a Lena, estiró los brazos hacia ella; la mujer la dejó en el suelo y Skye corrió hacia Lena sin dejar de reír. Lena también se rio y abrazó a Skye cuando la niña fue a subirle al regazo.
—No, espera, cariño. Siéntate al lado de mamá. —Lena levantó la mirada y sonrió—. ¿Se ha portado bien mi niña, Joanne?
—Por supuesto, como siempre —repuso esta.
Las dos mujeres se miraron a los ojos y Lena sonrió con tristeza y negó con la cabeza. A Joanne se le saltaron las lágrimas, pero se las enjugó rápidamente.
—Gracias por cuidar a Skye, Joanne.
—De nada. Nos lo hemos pasado muy bien —aseguró Joanne, recuperando la compostura.
Le desordenó el pelo a Skye—. ¿Verdad, chiquitina?
Skye asintió y Lena rodeó a su hija con el brazo.
—¿Te lo has pasado bien, pastelito? —le preguntó Lena, apartándose un rizo rojizo de la cara.
La niña sonrió de oreja a oreja y la miró con sus ojitos azules.
—Sííí, Skye comido helado.
—¿Y le has dado las gracias a Joanne? Skye asintió y Lena se levantó con un gruñido, la cogió de la mano y le susurró.
—Venga, Skye. Nos vamos a casa.
—Mamá, aúpa.
Lena la cogió en brazos y se la sentó en la cadera.
—Dentro de poco mamá ya no podrá llevarte en brazos —le dijo, y le dio un beso en la cabeza.
Todas se dirigieron al ascensor en silencio. Lena se preguntaba qué iba a pasar ahora. No les quedaba dinero, tendría que dejar su trabajo a media jornada cuando tuviera al bebé. De repente odió a Irina, la odió por morirse y por no estar allí como debía ser para cuidar de la familia que quería. Tomó aire entrecortadamente y abrazó a Skye más fuerte.
—Llámame para lo que sea. —Elaine la besó en la mejilla—. Ya me dirás cuándo es el funeral y si puedo hacer algo. —Se rio cuando Skye también le ofreció la mejilla. Besó a la niña y la miró a los ojos—. Cuida mucho a mamá.
—Vale.
—Gracias por todo, Elaine —musitó Lena, tratando desesperadamente de no echarse a llorar.
Skye frunció el ceño y observó a su madre.
—No llora, mamá.
Lena se reprimió las lágrimas y se rio.
—No lloro, pastelito. Vámonos a casa. ¿Quieres cenar perritos calientes?
Skye abrió unos ojos como platos y asintió.
—¡Y helado!
***
A la mañana siguiente, Lena se sentó a la mesa de la cocina para darle el desayuno a Skye.
—Esa boquita bien abierta para mamá —le dijo, y Skye esperó con la boca abierta como un pajarillo—. Aquí viene —rio Lena, haciéndole el avión con una cucharada de avena.
—Más —pidió Skye, golpeando la mesa con la cuchara.
Lena dejó escapar una carcajada y volvió a hacerle el avión.
—Ahora, cielo, tú solita —la animó la pelirroja mujer.
Skye agarró la cuchara de buena gana y se puso a comer muy concentrada. Veinte minutos después, Lena había fregado el suelo, la mesa y le había limpiado la avena del pelo a Skye.
—Cada vez lo haces mejor, pastelito. Igual que ir al lavado.
Buena chica —la felicitó Lena.
En cuanto la bajó de la trona, Skye echó a correr hacia el baúl de los juguetes, sacó un par de cosas inútiles de en medio y encontró el libro que buscaba. Entonces se sentó con él en medio
de la habitación.
—Juega bien, ¿eh, Skye? —le susurró Lena, besándola en la cabeza. Echó un vistazo al escritorio y vio la pila de facturas sin pagar, pero como no quería comerse la cabeza con eso por el momento, se fijó en una fotografía de Irina y ella, en donde salían riendo y abrazadas. Al mirarla de cerca, se dio cuenta por primera vez de que ella no sonreía: mientras que Irina se reía, a ella se la veía pensativa.
—¿Dónde estábamos y por qué no sonreía, Skye? —le preguntó Lena a su hija, que rio y trató de ponerse en pie, solo para caerse de culo—. ¡Ups! Culetazo.
Skye se echó a reír y dio palmas.
—Mamá graciosa.
Lena se rio con su hija y se frotó el vientre con delicadeza. El bebé se estaba moviendo, como si quisiera formar parte del chiste familiar. Y de repente, sin venir a cuento, Lena rompió a llorar y se sentó al escritorio con la cara entre las manos. Skye la estudió con el entrecejo fruncido.
—Mamá llora —murmuró, y le tembló la barbilla.
Lena se limpió las lágrimas enseguida y se obligó a sonreír.
—No, mamá no llora —le aseguró, y echó un vistazo a su alrededor—. Joder... jolines, ¿qué voy a hacer? Sonó el teléfono y la pelirroja gimió y estiró la espalda antes de agacharse a descolgar.
—¿Sí?
—¿La señora Elena Katina? —preguntó una voz masculina.
—Sí, soy yo.
—Me llamo John Harris y soy el abogado de la señora Bridges. Siento molestarla en un momento como este, pero hay algunos asuntos que tendría que tratar con usted. ¿Podría pasar por mi despacho cuando le sea posible? Se trata del testamento de Irina.
—¿Testamento? No tenía ni idea de que hubiera hecho testamento —contestó Lena, frunciendo el ceño. ¿Por qué Irina no le había hablado nunca de ningún testamento?
Estaba segura de que nunca lo habían discutido. Fue tanta la sorpresa que casi se perdió las siguientes palabras del señor Harris.
—Sí, está su testamento y también otro asunto, pero me gustaría hablarlo con usted en persona.
—Ningún problema, señor Harris. —Lena anotó la dirección y luego tiró el bolígrafo y el teléfono encima de la mesa—. Fantástico. Más facturas.
***
Los días siguientes pasaron como sumidos en una espesa neblina y Lena daba gracias a Dios por contar con Elaine y Joanne. Por fin terminó el funeral, porque Lena ya no era capaz de llorar más. Por suerte, Joanne cuidaba a Skye en el apartamento y Lena se quedó a solas en el cementerio cuando los escasos asistentes se marcharon.
Allí tuvo la extraña sensación de que Irina aparecería de un momento a otro para reírse del chiste que acababa de gastarle. Eso sería muy propio de ella, pensó, mientras se pasaba la mano por el estómago en gesto ausente. Notaba moverse al bebé, y pensar en la vida que crecía en su interior le arrancó una sonrisa. Al cabo de un segundo se encontró preguntándose cómo iba a sacar adelante a su familia.
Mientras se alejaba de la tumba, deseó que el misterioso testamento fuera la respuesta, aunque en el fondo de su corazón sabía que era mucho esperar.
Sentada en la sala de espera del abogado, Lena se sentía hinchada y tenía calor. Era el mes de agosto y estaba embarazada de cinco meses. Gracias a Dios se había cuidado y no había engordado demasiado, pero aun así se sentía como el Hindenburg en su viaje inaugural. Echó un vistazo alrededor; se moría por un cucurucho de helado de chocolate.
—¿Señora Katina? Lena levantó la vista y un sonriente señor Harris le hizo un gesto
para que pasara. La mujer se levantó despacio.
—¿Quiere que la ayude? Ella le hizo un gesto con la mano y lo siguió dentro.
—No, gracias. Puedo sola —le aseguró, antes de tomar asiento con un suspiro en la butaca que le ofrecía.
—Bien, vamos a ver —empezó el abogado, abriendo el expediente.
Lena le escuchó leer los preliminares del testamento de Irina y sintió que la invadía de nuevo un sentimiento de irritación. No sabía que Irina se había tomado el tiempo de hacer testamento, porque era algo de lo que nunca habían hablado.
—Lo siento, señora Katina. Irina no tenía seguro de vida. El seguro médico de la compañía aérea pagó los gastos de médicos y hospitales, pero...
—Ya lo sé, señor Harris. Irina creía que viviría para siempre. No pudo evitar enfadarse con
ella de repente. Sin seguro de vida, sin haber dejado nada para Skye o para el bebé...
—Me he tomado la libertad de estudiar el caso y, si desea conservar el seguro médico de su hija, puede convertir la póliza en una póliza privada. Por desgracia eso sería...
—Asquerosamente caro —completó Lena, enfadada—. Pero no me queda otra.
—Si quiere, veré qué puedo hacer —se ofreció el señor Harris.
—Gracias —aceptó Lena.
—Bien, continuemos. Todo el dinero está en una cuenta
conjunta, como bien sabe, así que no tendrá ningún problema para acceder a los fondos.
—No queda mucho dinero, señor Harris —informó Lena—.Cuando decidimos tener una hija gastamos la mayoría de nuestros ahorros. Yo trabajo solo media jornada y tendré que dejarlo
cuando nazca la niña. Lo que queda lo usaré para pagar las facturas pendientes.
Lena también estaba enfadada consigo misma. ¿Había sido egoísta por su parte querer otro hijo? Irina y ella lo habían planeado así.
Ahora se sentía culpable por las veces que se había enfadado con Irina por trabajar tanto. Solo intentaba mantenerlas a Skye y a ella.
De repente se sintió muy sola, y pensar en el futuro le resultó aterrador.
—¿Señora Katina? —la llamó el señor Harris, para devolverla a la realidad.
—Lo siento, ¿qué decía?
—Una carta. La dejó para usted. Tengo otra para la señora Yulia Volkova.
Lena abrió mucho los ojos.
—¿Yulia Volkova? ¿Irina le ha dejado algo a esa mujer? —inquirió, indignada.
Su reacción sorprendió al señor Harris.
—La carta está sellada y, como abogado de Irina, naturalmente no se lo puedo decir. Le ruego que lea su carta.
Lena cogió el sobre y lo abrió con impaciencia.
Hola, cariño:
Las dos sabemos cómo estarán las cosas si estás leyendo esto. Lo siento mucho. Pero, oye, quiero que me hagas un favor. Me voy a poner en contacto con Yulia Volkova, no te cabrees.
Sabes que te quiero, pero Yulia es una mujer fuerte y te ayudará con el bebé. Sé que lo hará por mí, tiene buen corazón. Y sé que ha sido como una espina clavada para ti, pero eso es culpa mía. Al principio me costó dejarla marchar, pero yo te quería a ti. Sé que no he sido la mejor compañera. Formamos una bonita familia pero yo no estuve lo bastante con vosotras y lo siento mucho. Tú eras tan buena madre y yo... bueno, lo hice lo mejor que pude.
Deja que cuide de ti, de Skye y de la pequeña que está al llegar, solo hasta que puedas salir adelante tú sola.
Perdóname por no estar contigo. Perdóname por no haber estado contigo... Pero no olvides que te quería.
Irina
Lena suspiró y apoyó la carta sobre el regazo, tragándose las lágrimas que se le agolpaban en la garganta. La dobló por la mitad con manos temblorosas y luego la volvió a doblar. Un sentimiento de soledad desesperado la desgarraba por dentro y a duras penas podía respirar. Notó que el señor Harris la observaba detenidamente.
—¿Conoce a Yulia Volkova?
Lena reconoció la nota de amabilidad en su voz, pero la ignoró y contestó con un gruñido.
—Yulia Volkova es la exnovia de Irina, con la que rompió hace cinco años porque era una fresca arrogante y egotista que no quería sentar la cabeza —siseó, con los dientes apretados. Que en los momentos descontrolados de pasión Irina hubiera gritado el nombre de Yulia en más de una ocasión no ayudaba precisamente a reprimir su ira—. No —dejó escapar un hondo suspiro—. Nunca llegué a conocerla.
El señor Harris le dedicó una leve sonrisa y flexionó el cuello con nerviosismo. Lena le miró.
—¿Está casado, señor Harris?
—Sí, tengo tres hijos. La pelirroja asintió.
—Entonces sabe que los embarazos son una locura.
—Sí —rio él—. Cuando mi mujer estaba embarazada era igual. Lo mejor era mantenerme alejado de la cocina cuando tenía un cuchillo en la mano. Los dos se quedaron callados un segundo. Luego, el señor Harris continuó:
—Me temo que va a tener que conocer a esa tal Yulia Volkova. Esta es correspondencia
legal, así que tengo que entregársela a su abogado y asegurarme de que la lee. Lo que pase después ya es cosa...
—Yulia Volkova —repitió Lena con un gruñido sordo—. Ahora sí que necesito helado.
—Irina creía que sería bueno para usted contar con la ayuda de una mujer fuerte —ofreció.
Lena arqueó una ceja en gesto de duda, pero no dijo nada.
CONTINUARÁ...
"UN GIRO DEL DESTINO"
Prólogo
«Hola, cariño: Las dos sabemos cómo estarán las cosas si estás leyendo esto. Lo siento mucho. Pero, oye, quiero que me hagas un favor. Me voy a poner en contacto con Yulia Volkova, no te cabrees...»
¿Puede la carta de una ex-amante cambiar toda una vida? Yulia Volkova es una compositora de éxito comprometida únicamente con su profesión. Cuando recibe una carta del abogado de su ex, Irina, suplicándole que ayude a su actual pareja Lena Katina y a su adorable y precoz hija de tres años Skye, no puede ni imaginar lo que le espera.
Yulia, Lena y la pequeña Skye se embarcan juntas en una aventura divertida, tierna y atrevida que les cambiará la vida para siempre
Capítulo 1
Un pasillo oscuro y estéril se extendió ante Lena al abrirse las puertas del ascensor. ¿Cuántas veces había recorrido aquellos mismos pasillos en los últimos tres meses? Pasó junto al puesto de enfermeras y sus rostros familiares le dedicaron una sonrisa triste.
Lena, que las había llegado a conocer a todas, les devolvió la sonrisa mientras recorría el camino a la habitación por última vez. Cuando llegó a la puerta, tuvo que tragar saliva para aplacar las náuseas y en ese instante salió Elaine. Elaine Hudson era la enfermera jefe de
la planta de oncología. Se había tomado un interés especial por Lena y esta se lo agradecía, ya que habían sido tres meses muy duros.
Elaine era una mujer mayor, puede que anduviera cerca de los sesenta. Se apartó un mechón oscuro canoso de la frente en gesto ausente y apoyó las manos en los hombros de Lena.
—¿Estás bien, cariño? Lena asintió, entre lágrimas repentinas.
—Quería estar aquí cuando...
Elaine la estrechó entre sus brazos.
—No podías saber que Irina nos dejaría tan deprisa. Es una bendición, Lena.
Lena dio un paso atrás, inspiró hondo y se secó las lágrimas de las mejillas.
—Lo sé.
—Estaré aquí. Ella ya descansa —aseguró Elaine, y le abrió la puerta.
Lena asintió otra vez y la invadió cierta sensación de irrealidad al entrar en la habitación. Estaba oscura, salvo por el tenue resplandor que arrojaba la pequeña luz de la cama de hospital. Lena ladeó la cabeza al aproximarse a la cama; Irina se veía muy tranquila, como si estuviera dormida. Sin embargo, al acercarse más, la fría palidez de Irina no dejaba lugar a dudas. Lena observó la figura inerte de la que hasta hacía poco había sido su pareja, se puso la mano con
delicadeza sobre el vientre, en donde crecía su bebé, y le acarició la helada mejilla a su compañera.
—Ya no llegarás a conocerla. Lo siento muchísimo, Irina —susurró Lena, sin poder evitar que le rodaran las lágrimas mejillas abajo—. Ahora ya no sufres.
Y se quedó mirando al vacío por un segundo al recordar un tiempo en que no había dolor, sino únicamente risas.
—¿Qué hacemos hoy? —preguntó Lena, mientras recogía los platos del desayuno.
Irina abrió el lavavajillas, con cara pensativa.
—Mmm, no lo sé. Hace un día de otoño precioso. Creo que necesitamos una calabaza.
Lena meneó la cabeza y se dio la vuelta.
—Ya tenemos una, boba. Si pasaras más tiempo en casa la habrías visto en el porche.
—¿Tenemos una? ¿Y cuándo fuimos a buscarla?
Lena se secó la mano en un trapo de cocina y se apoyó en el mármol.
—Tú no fuiste. Fuimos Skye y yo el sábado pasado cuando estabas en San Diego —replicó, sin poder disimular el sarcasmo.
Irina percibió el tono mordaz en su voz y trató de defenderse.
—Cariño, es mi trabajo.
—Lo sé, lo sé, eres piloto. Lo entiendo. Pero podrías coger trayectos más cortos...
—Ganaría menos dinero —la interrumpió Irina con el ceño fruncido.
—Eso nunca me ha importado —objetó Lena en voz calma, y respiró hondo.
—Oye, hace semanas que no estoy en casa, no quiero volver a discutir por lo mismo —le dijo Irina, que se le acercó, le rodeó la cintura con los brazos y la atrajo para sí—. ¿Y si no
salimos? —murmuró contra sus labios. Lena suspiró y le devolvió el beso, rodeándole los hombros conlos brazos.
—Siempre te libras de las discusiones con sexo —le dijo, recostándose contra el mármol.
Irina sonrió y le bajó la cremallera de los tejanos lentamente.
—No es cierto —refunfuñó, juguetona—. Solo me encanta sentirte —añadió, deslizando la mano bajo la tela—. Skye está durmiendo la siesta, ¿verdad?
Lena cerró los ojos y asintió; Irina le bajó los tejanos hasta las caderas y le arrancó un respingo al bailar con los dedos sobre ella.
***
Lena esbozó una sonrisa triste al evocar aquellos recuerdos felices, tan poco frecuentes. Durante los cinco años que estuvieron juntas, Irina no había dejado de trabajar ni un solo instante y no había visto crecer a Skye. Ahora... Lena volvió a ponerse la mano sobre la barriga y dejó escapar un suspiro.
—Adiós, Irina —susurró.
Se inclinó, la besó en la fría mejilla y salió de la habitación. Ya fuera, se tapó la boca con la mano y se le escapó un sollozo desgarrado. Elaine acudió a su lado y la acompañó a la sala de
espera.
—Siéntate un momento.
—Gracias. ¿Sabes? Llevaba seis meses preparándome para esto. Irina y yo lo hemos dejado todo arreglado, pero por alguna razón... —Lena se interrumpió y se llevó una mano temblorosa a la frente.
—Has sido muy fuerte durante todo este trance, Len —le aseguró Elaine para consolarla.
—He tenido que serlo. La pobrecita Skye no sabe lo que pasa.
Es muy pequeña. Le he dicho que Dios estaba solo y que necesitaba a Irina más que nosotras, pero no lo entiende y casi me alegro de que sea así. Irina pasaba mucho tiempo fuera por su
trabajo y, por poco que me gustase, eso seguramente hará las cosas más fáciles para Skye. —Lena suspiró pesadamente antes de continuar—. Nunca habría estado de acuerdo con tener a este bebé si hubiera sabido lo enferma que estaba Irina. Lo único que queríamos era un hijo de las dos. ¿Te parece algo tan egoísta? —le preguntó a Elaine con mirada suplicante.
—No, las dos os queríais. Skye es una niñita preciosa y feliz, y esta de aquí... —le dio una palmadita a Lena en la barriga—... será igual de feliz. Y es gracias a ti y a Irina. Aunque si quieres que sea sincera, es sobre todo gracias a ti.
—Lo sé. Irina quería tener hijos, pero no le gustaba la responsabilidad. Recuerdo suplicarle que cambiara los turnos con la línea aérea para poder pasar más tiempo en casa —suspiró, y echó la cabeza hacia atrás.
La batalla que había librado Irina con el cáncer durante seis meses había sido devastadora y su muerte representaba casi un alivio. Lena se sentía culpable de pensar así, pero no podía evitarlo.
Cuando descubrieron que Irina tenía cáncer de huesos, la enfermedad se extendió muy deprisa. Verla sufrir tanto había sido insoportable.
—Ya no sufre.
Las dos mujeres permanecieron sentadas en silencio un momento, hasta que la puerta del ascensor se abrió y Lena salió de su ensimismamiento al ver aparecer a una mujer joven con una niña rubia de pelo rizado en brazos, que cacareaba como una gallinita.
Nada más ver a Lena, estiró los brazos hacia ella; la mujer la dejó en el suelo y Skye corrió hacia Lena sin dejar de reír. Lena también se rio y abrazó a Skye cuando la niña fue a subirle al regazo.
—No, espera, cariño. Siéntate al lado de mamá. —Lena levantó la mirada y sonrió—. ¿Se ha portado bien mi niña, Joanne?
—Por supuesto, como siempre —repuso esta.
Las dos mujeres se miraron a los ojos y Lena sonrió con tristeza y negó con la cabeza. A Joanne se le saltaron las lágrimas, pero se las enjugó rápidamente.
—Gracias por cuidar a Skye, Joanne.
—De nada. Nos lo hemos pasado muy bien —aseguró Joanne, recuperando la compostura.
Le desordenó el pelo a Skye—. ¿Verdad, chiquitina?
Skye asintió y Lena rodeó a su hija con el brazo.
—¿Te lo has pasado bien, pastelito? —le preguntó Lena, apartándose un rizo rojizo de la cara.
La niña sonrió de oreja a oreja y la miró con sus ojitos azules.
—Sííí, Skye comido helado.
—¿Y le has dado las gracias a Joanne? Skye asintió y Lena se levantó con un gruñido, la cogió de la mano y le susurró.
—Venga, Skye. Nos vamos a casa.
—Mamá, aúpa.
Lena la cogió en brazos y se la sentó en la cadera.
—Dentro de poco mamá ya no podrá llevarte en brazos —le dijo, y le dio un beso en la cabeza.
Todas se dirigieron al ascensor en silencio. Lena se preguntaba qué iba a pasar ahora. No les quedaba dinero, tendría que dejar su trabajo a media jornada cuando tuviera al bebé. De repente odió a Irina, la odió por morirse y por no estar allí como debía ser para cuidar de la familia que quería. Tomó aire entrecortadamente y abrazó a Skye más fuerte.
—Llámame para lo que sea. —Elaine la besó en la mejilla—. Ya me dirás cuándo es el funeral y si puedo hacer algo. —Se rio cuando Skye también le ofreció la mejilla. Besó a la niña y la miró a los ojos—. Cuida mucho a mamá.
—Vale.
—Gracias por todo, Elaine —musitó Lena, tratando desesperadamente de no echarse a llorar.
Skye frunció el ceño y observó a su madre.
—No llora, mamá.
Lena se reprimió las lágrimas y se rio.
—No lloro, pastelito. Vámonos a casa. ¿Quieres cenar perritos calientes?
Skye abrió unos ojos como platos y asintió.
—¡Y helado!
***
A la mañana siguiente, Lena se sentó a la mesa de la cocina para darle el desayuno a Skye.
—Esa boquita bien abierta para mamá —le dijo, y Skye esperó con la boca abierta como un pajarillo—. Aquí viene —rio Lena, haciéndole el avión con una cucharada de avena.
—Más —pidió Skye, golpeando la mesa con la cuchara.
Lena dejó escapar una carcajada y volvió a hacerle el avión.
—Ahora, cielo, tú solita —la animó la pelirroja mujer.
Skye agarró la cuchara de buena gana y se puso a comer muy concentrada. Veinte minutos después, Lena había fregado el suelo, la mesa y le había limpiado la avena del pelo a Skye.
—Cada vez lo haces mejor, pastelito. Igual que ir al lavado.
Buena chica —la felicitó Lena.
En cuanto la bajó de la trona, Skye echó a correr hacia el baúl de los juguetes, sacó un par de cosas inútiles de en medio y encontró el libro que buscaba. Entonces se sentó con él en medio
de la habitación.
—Juega bien, ¿eh, Skye? —le susurró Lena, besándola en la cabeza. Echó un vistazo al escritorio y vio la pila de facturas sin pagar, pero como no quería comerse la cabeza con eso por el momento, se fijó en una fotografía de Irina y ella, en donde salían riendo y abrazadas. Al mirarla de cerca, se dio cuenta por primera vez de que ella no sonreía: mientras que Irina se reía, a ella se la veía pensativa.
—¿Dónde estábamos y por qué no sonreía, Skye? —le preguntó Lena a su hija, que rio y trató de ponerse en pie, solo para caerse de culo—. ¡Ups! Culetazo.
Skye se echó a reír y dio palmas.
—Mamá graciosa.
Lena se rio con su hija y se frotó el vientre con delicadeza. El bebé se estaba moviendo, como si quisiera formar parte del chiste familiar. Y de repente, sin venir a cuento, Lena rompió a llorar y se sentó al escritorio con la cara entre las manos. Skye la estudió con el entrecejo fruncido.
—Mamá llora —murmuró, y le tembló la barbilla.
Lena se limpió las lágrimas enseguida y se obligó a sonreír.
—No, mamá no llora —le aseguró, y echó un vistazo a su alrededor—. Joder... jolines, ¿qué voy a hacer? Sonó el teléfono y la pelirroja gimió y estiró la espalda antes de agacharse a descolgar.
—¿Sí?
—¿La señora Elena Katina? —preguntó una voz masculina.
—Sí, soy yo.
—Me llamo John Harris y soy el abogado de la señora Bridges. Siento molestarla en un momento como este, pero hay algunos asuntos que tendría que tratar con usted. ¿Podría pasar por mi despacho cuando le sea posible? Se trata del testamento de Irina.
—¿Testamento? No tenía ni idea de que hubiera hecho testamento —contestó Lena, frunciendo el ceño. ¿Por qué Irina no le había hablado nunca de ningún testamento?
Estaba segura de que nunca lo habían discutido. Fue tanta la sorpresa que casi se perdió las siguientes palabras del señor Harris.
—Sí, está su testamento y también otro asunto, pero me gustaría hablarlo con usted en persona.
—Ningún problema, señor Harris. —Lena anotó la dirección y luego tiró el bolígrafo y el teléfono encima de la mesa—. Fantástico. Más facturas.
***
Los días siguientes pasaron como sumidos en una espesa neblina y Lena daba gracias a Dios por contar con Elaine y Joanne. Por fin terminó el funeral, porque Lena ya no era capaz de llorar más. Por suerte, Joanne cuidaba a Skye en el apartamento y Lena se quedó a solas en el cementerio cuando los escasos asistentes se marcharon.
Allí tuvo la extraña sensación de que Irina aparecería de un momento a otro para reírse del chiste que acababa de gastarle. Eso sería muy propio de ella, pensó, mientras se pasaba la mano por el estómago en gesto ausente. Notaba moverse al bebé, y pensar en la vida que crecía en su interior le arrancó una sonrisa. Al cabo de un segundo se encontró preguntándose cómo iba a sacar adelante a su familia.
Mientras se alejaba de la tumba, deseó que el misterioso testamento fuera la respuesta, aunque en el fondo de su corazón sabía que era mucho esperar.
Sentada en la sala de espera del abogado, Lena se sentía hinchada y tenía calor. Era el mes de agosto y estaba embarazada de cinco meses. Gracias a Dios se había cuidado y no había engordado demasiado, pero aun así se sentía como el Hindenburg en su viaje inaugural. Echó un vistazo alrededor; se moría por un cucurucho de helado de chocolate.
—¿Señora Katina? Lena levantó la vista y un sonriente señor Harris le hizo un gesto
para que pasara. La mujer se levantó despacio.
—¿Quiere que la ayude? Ella le hizo un gesto con la mano y lo siguió dentro.
—No, gracias. Puedo sola —le aseguró, antes de tomar asiento con un suspiro en la butaca que le ofrecía.
—Bien, vamos a ver —empezó el abogado, abriendo el expediente.
Lena le escuchó leer los preliminares del testamento de Irina y sintió que la invadía de nuevo un sentimiento de irritación. No sabía que Irina se había tomado el tiempo de hacer testamento, porque era algo de lo que nunca habían hablado.
—Lo siento, señora Katina. Irina no tenía seguro de vida. El seguro médico de la compañía aérea pagó los gastos de médicos y hospitales, pero...
—Ya lo sé, señor Harris. Irina creía que viviría para siempre. No pudo evitar enfadarse con
ella de repente. Sin seguro de vida, sin haber dejado nada para Skye o para el bebé...
—Me he tomado la libertad de estudiar el caso y, si desea conservar el seguro médico de su hija, puede convertir la póliza en una póliza privada. Por desgracia eso sería...
—Asquerosamente caro —completó Lena, enfadada—. Pero no me queda otra.
—Si quiere, veré qué puedo hacer —se ofreció el señor Harris.
—Gracias —aceptó Lena.
—Bien, continuemos. Todo el dinero está en una cuenta
conjunta, como bien sabe, así que no tendrá ningún problema para acceder a los fondos.
—No queda mucho dinero, señor Harris —informó Lena—.Cuando decidimos tener una hija gastamos la mayoría de nuestros ahorros. Yo trabajo solo media jornada y tendré que dejarlo
cuando nazca la niña. Lo que queda lo usaré para pagar las facturas pendientes.
Lena también estaba enfadada consigo misma. ¿Había sido egoísta por su parte querer otro hijo? Irina y ella lo habían planeado así.
Ahora se sentía culpable por las veces que se había enfadado con Irina por trabajar tanto. Solo intentaba mantenerlas a Skye y a ella.
De repente se sintió muy sola, y pensar en el futuro le resultó aterrador.
—¿Señora Katina? —la llamó el señor Harris, para devolverla a la realidad.
—Lo siento, ¿qué decía?
—Una carta. La dejó para usted. Tengo otra para la señora Yulia Volkova.
Lena abrió mucho los ojos.
—¿Yulia Volkova? ¿Irina le ha dejado algo a esa mujer? —inquirió, indignada.
Su reacción sorprendió al señor Harris.
—La carta está sellada y, como abogado de Irina, naturalmente no se lo puedo decir. Le ruego que lea su carta.
Lena cogió el sobre y lo abrió con impaciencia.
Hola, cariño:
Las dos sabemos cómo estarán las cosas si estás leyendo esto. Lo siento mucho. Pero, oye, quiero que me hagas un favor. Me voy a poner en contacto con Yulia Volkova, no te cabrees.
Sabes que te quiero, pero Yulia es una mujer fuerte y te ayudará con el bebé. Sé que lo hará por mí, tiene buen corazón. Y sé que ha sido como una espina clavada para ti, pero eso es culpa mía. Al principio me costó dejarla marchar, pero yo te quería a ti. Sé que no he sido la mejor compañera. Formamos una bonita familia pero yo no estuve lo bastante con vosotras y lo siento mucho. Tú eras tan buena madre y yo... bueno, lo hice lo mejor que pude.
Deja que cuide de ti, de Skye y de la pequeña que está al llegar, solo hasta que puedas salir adelante tú sola.
Perdóname por no estar contigo. Perdóname por no haber estado contigo... Pero no olvides que te quería.
Irina
Lena suspiró y apoyó la carta sobre el regazo, tragándose las lágrimas que se le agolpaban en la garganta. La dobló por la mitad con manos temblorosas y luego la volvió a doblar. Un sentimiento de soledad desesperado la desgarraba por dentro y a duras penas podía respirar. Notó que el señor Harris la observaba detenidamente.
—¿Conoce a Yulia Volkova?
Lena reconoció la nota de amabilidad en su voz, pero la ignoró y contestó con un gruñido.
—Yulia Volkova es la exnovia de Irina, con la que rompió hace cinco años porque era una fresca arrogante y egotista que no quería sentar la cabeza —siseó, con los dientes apretados. Que en los momentos descontrolados de pasión Irina hubiera gritado el nombre de Yulia en más de una ocasión no ayudaba precisamente a reprimir su ira—. No —dejó escapar un hondo suspiro—. Nunca llegué a conocerla.
El señor Harris le dedicó una leve sonrisa y flexionó el cuello con nerviosismo. Lena le miró.
—¿Está casado, señor Harris?
—Sí, tengo tres hijos. La pelirroja asintió.
—Entonces sabe que los embarazos son una locura.
—Sí —rio él—. Cuando mi mujer estaba embarazada era igual. Lo mejor era mantenerme alejado de la cocina cuando tenía un cuchillo en la mano. Los dos se quedaron callados un segundo. Luego, el señor Harris continuó:
—Me temo que va a tener que conocer a esa tal Yulia Volkova. Esta es correspondencia
legal, así que tengo que entregársela a su abogado y asegurarme de que la lee. Lo que pase después ya es cosa...
—Yulia Volkova —repitió Lena con un gruñido sordo—. Ahora sí que necesito helado.
—Irina creía que sería bueno para usted contar con la ayuda de una mujer fuerte —ofreció.
Lena arqueó una ceja en gesto de duda, pero no dijo nada.
CONTINUARÁ...
Última edición por Nichya el 7/25/2015, 5:16 am, editado 5 veces
Lesdrumm- Admin
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Re: VIENTOS CELESTIALES...UN GIRO DEL DESTINO
UN GIRO DEL DESTINO
Capítulo 2
—Oh, Yulia, Dios... qué cosas me haces —gimió Suzette.
Estaba desnuda, tumbada sobre los cojines frente a la enorme chimenea. Suspiró y contempló a Yulia mientras le besaba el pecho y frotaba delicadamente su estilizado cuerpo contra ella.
—Dios mío, eres la mejor amante que he tenido nunca —susurró en un gemido gutural.
Yulia levantó la cabeza y la miró con sus chispeantes y profundos ojos azules. Ronroneó contra el pecho de Suzette, que respingó y la agarró del corto cabello negro.
—Me lo tomaré como un cumplido, ya que diría que has estado con la mitad de la orilla norte de Chicago —farfulló Yulia. Suzette rio y le tiró del pelo a su amante.
—Lo digo en serio. Eres asombrosa.
—Mi madre decía que si se hace algo, hay que hacerlo bien. Y, mi querida Suzette, tú te mereces que te hagan las cosas bien.
Yulia gimió y le mordisqueó el pezón endurecido con cuidado. Entonces alcanzó la coctelera de Martini, vertió la bebida helada en una copa de pie alto y luego le pasó el frío metal por el lateral del pecho a Suzette, que arqueó la espalda.
—Yul —exclamó.
—¿Sí?
La mujer de ojos azules le ofreció la copa de Martini y las dos dieron un sorbo silencioso. Entonces Yulia cogió la oliva de la copa y se la colocó seductoramente en el ombligo a su amante. Suzette rio cuando Yulia le dijo al oído:
—Luego nos ocuparemos de eso. A continuación le demostró a la adorable Suzette todo lo asombrosa que podía ser. Enredadas delante del fuego, las dos mujeres jadeaban pesadamente.
—¿Me he comido la oliva? Suzette se rio.
—Sí, te has comido la oliva y todo lo que se te ha puesto por delante. Yulia levantó la cabeza y la miró con sus traviesos ojos azules.
—Tenía hambre.
—Deberías volver al trabajo. Me temo que te he interrumpido—suspiró Suzette, pasándole las uñas por la espalda.
—Una interrupción deliciosa. Necesitaba un descanso. No podía pasarme ni un minuto más sentada al piano —aseguró, y le besó el hombro. En ese momento sonó el teléfono y Yulia gruñó desde el fondo de la garganta—. Aish... —musitó, pero no se movió.
—Cógelo, podría ser tu productor —le recomendó Suzette, instándola cariñosamente a levantarse.
—Mierda. Yulia rodó para ponerse de espaldas y cogió el teléfono. —Más vale que sea importante —ladró al auricular, con la vista fija en el techo.
—¿Yulia? Soy Roger. Tienes que venir a Chicago. Tengo una carta certificada de un abogado de Albuquerque. ¿A quién conoces tú en Nuevo México? Yulia frunció el ceño al percibir la preocupación en su tono de voz, sin apartar la mirada de las largas vigas del techo.
—A nadie. Al menos que yo sepa. Rio y observó a Suzette moverse entre sus piernas. Contuvo el aliento y le acarició el rubio cabello cuando Suzette se las separó y le besó la cara interior del muslo.
—Ro... Roger, estaré allí mañana por la mañana —concluyó, y soltó el teléfono con una exhalación.
—¿Quién era? —le preguntó Suzette al cabo de un rato, acurrucada en brazos de Yulia, mientras esta contemplaba las llamas y le acariciaba el hombro distraídamente.
—Mi abogado, Roger. Alguien de... —se interrumpió, y compuso un gesto pensativo—. No me acuerdo de dónde me ha dicho. Bueno, que ha recibido una carta. Parecía preocupado. Suzette hizo un puchero.
—¿Eso quiere decir que tenemos que marcharnos? Yulia soltó una carcajada.
—No hagas como si te molestase. Sé lo mucho que te gusta la naturaleza.
Suzette levantó la vista y sonrió perezosamente.
—Soy una chica de ciudad. Me encanta Chicago.
Yulia se quitó de encima a Suzette de un empujón cariñoso, se levantó con un resoplido y le tendió la mano para ayudarla a levantarse.
—Te encanta gastar dinero —levantó a Suzette y la atrajo a sus brazos.
—No te pongas en plan campestre conmigo, Volkova. A ti también te pirran las luces de la ciudad. No eres capaz de pasar demasiado tiempo lejos de Chicago —alargó la mano y le acarició un seno a Yulia—. Me gustaría pensar que tengo algo que ver en eso. —Deberías —susurró la pelinegra. Entonces rio y se apartó de su amante—. Tengo que organizarme, hemos de salir por la mañana.
Le dio un palmetazo en el trasero y se encaminó al dormitorio.
El trayecto de vuelta desde Wisconsin fue largo. Mejor dicho, largo para Yulia, porque Suzette se pasó roncando todo el camino hasta llegar a Chicago. Aparcó en el garaje subterráneo del edificio de apartamentos de Suzette.
—Despierta, Bella Durmiente. Suzette gimió y se desperezó.
—¿Ya hemos llegado?
—Sí, cariño. Gracias por hacerme compañía —replicó Yulia, mientras se desabrochaba el cinturón de seguridad. Suzette echó la cabeza hacia atrás y cerró los ojos.
—Vamos, Suzette. He quedado con Roger.
Bajó y sacó dos maletas del maletero. Cabeceando para sí, las llevó al ascensor. Anda que... dos maletas para tres días.
Adormilada, Suzette se reunió con Yulia en el ascensor.
—Supongo que puedes subirte las maletas sola —le dijo Yulia cuando se abrieron las puertas del ascensor. Besó a Suzette y le dio una palmadita en la mejilla—. Te veo en el ensayo. Estúdiate la partitura. Me gustaría escuchar un poco de sentimiento en esos acordes.
—No vayas de chulita, Yul —contestó Suzette, al tiempo que cogía el equipaje y pulsaba el botón—. Me lo he pasado muy bien. Hasta luego.
Agitó la mano como despedida y le lanzó un beso antes de que se cerrara la puerta. La ojiazul se quedó allí un momento, mirando la puerta del ascensor, y esbozó una sonrisa avergonzada.
—Yo también te quiero.
Meneó la cabeza y se marchó. Después de dejar a Suzette en su elegante torre de apartamentos, Yulia condujo a través del tráfico del centro de Chicago, cosa que detestaba. En cuanto había ganado lo suficiente como compositora para cine y televisión, había
dejado su apartamento de lujo y se había mudado a una cómoda cabaña de madera en la parte alta de Wisconsin, convertido en su amado estado de adopción. Su casa estaba junto a un pequeño lago y era como vivir en otro mundo en comparación con el bullicio de su ciudad natal.
Yulia sonrió al recordar su infancia en la ciudad. Su madre estaba siempre alimentando su amor por la música y por el piano con sus ánimos constantes. Se rio abiertamente al evocar el día en
que les había dicho a su madre y a su abuela que era lesbiana.
Tenía diecinueve años y acababa de empezar la universidad con una beca de música...Sentada al piano en su estudio, Yulia se pasó los dedos por una semi larga melena negra y se crujió los nudillos.
—Arrrgh —gritó su abuela—. No hagas eso. Larissa, dile que no lo haga.
Yulia oyó reírse a su madre y volvió a hacerlo. A veces era de lo más divertido sacar de quicio a su abuela. A continuación abrió la partitura y empezó a tocar. Se sentía viva al golpear
las teclas negras y blancas con los dedos. Tocó la música que había escrito ella misma, con una sonrisa en la mirada.
Mientras tocaba, levantó la vista y vio a su madre sonriéndole con los ojos azules anegados en lágrimas. Su abuela aspiró por la nariz ruidosamente y dio un sorbo de té.
—¿Cómo diantres vas a entrar en el Carnegie Hall si no tocas a los clásicos? —refunfuñó.
Yulia sonrió sin dejar de tocar.
—¿Quieres que pare?
—No, ya que estás, acaba —contestó su abuela, que le guiñó el ojo a la madre de Yulia.
La ojiazul se detuvo y frunció el ceño.
—¿Qué pasa, Yul? —se interesó Larissa, acercándose al piano.
—No sé cómo acabarla —explicó Yulia.
Las dos se miraron a los ojos. Su madre ladeó la cabeza y sonrió.
—Suena muy romántica.
—Supongo.
—¿Es para alguien en particular? Yulia se encogió de hombros.
—Puede.
Nada más oírlo, su abuela se les acercó en menos que canta un gallo.
—¿Quién? No me lo digas. El chico Gentry... ¿cómo se llama? —preguntó con vivo interés.
La madre de Yulia no apartó los ojos de ella.
—No es él, ¿verdad, cariño? Yulia notó que se le llenaban los ojos de lágrimas como a su madre.
—No, mamá. No es el chico Gentry.
—¿Entonces quién? —la interrogó alegremente su abuela.
Yulia sabía que soñaba con una gran boda en la catedral de San Patricio y pensó que iba a defraudarla terriblemente.
—No creo que queráis saberlo —afirmó la chica pelinegra.
Rompió el contacto visual con su madre, agachó la mirada y la posó sobre las teclas, acariciándolas con cariño, pero Larissa la cogió de la barbilla y le hizo mirarla a la cara.
Sonreía, llena de curiosidad.
—Yo sí quiero.
—Bueno, y yo también —se apresuró a apuntar su abuela, que no quería quedarse al margen.
Yulia tomó aire y miró de reojo la expresión expectante de su abuela antes de decir:
—Nancy Folberg.
Su madre pestañeó y, por un momento, se la vio perpleja, pero enseguida esbozó una sonrisa llena de curiosidad. Tragó saliva y titubeó, como si intentara procesar la información.
Yulia aguardó, con el corazón en un puño. Miró a su abuela, que parecía completamente fuera de onda.
—¿Nancy? —repitió—. Pero es una mujer. No entien...
—Madre, por favor —la silenció la madre de Yulia, levantando una mano.
—Lo siento, mamá —aseguró Yulia, que se sentía súbitamente muy avergonzada.
—Bueno, yo diría que...
—Madre —la advirtió Larissa. Había tanto amor en sus ojos que Yulia estuvo a punto de romper a llorar—. ¿Se trata de alguien especial? Conozco a Nancy. Es una chica encantadora.
—Oh, Dios mío —exclamó su abuela, y se dejó caer en la silla más cercana—. Larissa Pushkina Volkova, no me puedo creer que tu hija esté diciéndote esto y tú...
Ni Yulia ni su madre le hicieron ningún caso.
—Sí que lo es, mamá —coincidió Yulia—. No... no sé por qué ni cómo. Lo único que sé es que me hace sentir igual que dices que te hacía sentir papá. Su madre asintió y su sonrisa se ensanchó.
—Entonces es especial y me alegro por ti, Yul. Hablaremos de todo esto luego. Ahora acaba su canción. La ojiazul frunció el ceño.
—No estoy segura de que sea para ella, sino para alguien...
—empezó a decir, aunque no terminó la frase.
Larissa se puso detrás de ella y le cogió la melena entre las manos para acariciársela. Yulia cerró los ojos mientras su madre le trenzaba perezosamente el pelo. Sabía que para su madre no era fácil y no quería hacerle daño, pero tenía que decirle la verdad.
—Te quiero, Yul. —La besó en la coronilla y a continuación fue hacia su abuela—.Madre, tenemos que hablar. La mayor de las tres se levantó y Yulia le dedicó una sonrisa.
—Te quiero, abuela.
La aludida miró a su nieta con ojos entornados.
—Te pareces a tu madre con esos ojos azules tan zalameros—afirmó. A continuación esbozó una sonrisa gruñona—.Supongo que es fácil de entender lo que ven las chicas en ti.
La anciana se irguió en toda su estatura y carraspeó.
—¿Y por qué no? También te corre sangre Pushkina por las venas.
Se acercó a su nieta y le tomó el rostro entre las manos.
—Supongo que ya puedo olvidarme de la boda en San Patricio.
—Hasta que no cambien las leyes, me temo que sí —le dijo Yulia, sosteniéndole la mano—. Pero cuando llegue el momento y... encuentre a alguien, ¿estarás allí, sea quien sea?
A su abuela se le llenaron los ojos de lágrimas.
—No voy a fingir que lo entienda ni que esté de acuerdo —dijo, aunque asintió—. Pero pobre de ti si tratas de impedírmelo.
Yulia se sonrió en el presente y se secó la lágrima que le corría mejilla abajo. Su madre ya no estaba, pero nunca olvidaría aquel día. Y hablando de recuerdos, Nancy Folberg no era más que uno remoto a aquellas alturas, aunque había sido su primera experiencia.
Después de ella, Yulia había tenido muchas amantes, pero ninguna le había llegado tanto al corazón como para acabar su canción.
Se había concentrado en su carrera musical y ahora, a los treinta y cuatro años, Yulia podía elegir qué trabajos aceptar y venir a Chicago solo cuando tenía sesión de estudio. Normalmente le llevaba un par de semanas y se quedaba en su apartamento de la Torre Lake Point. El resto del tiempo estaba perdida en el bosque.
Si viviera en Los Ángeles o en Nueva York podría estar ganando dinero a espuertas, pero prefería vivir tranquila y tener una cuenta bancaria pequeña a vivir en la locura salvaje que era Hollywood. Su abuela había apoyado su decisión. Tras la muerte de su madre, había sido su abuela quien la había cuidado. Su abuela, Anya Pushkina, estaba empeñada en ver a su nieta feliz y con salud, y la riqueza le parecía algo secundario. Si ser lesbiana la hacía feliz, su abuela lo aceptaría, aunque fuera a regañadientes.
Sonrió al pensar en la matriarca Pushkina, siempre pendiente de su vida. Sacó el teléfono móvil y marcó el número familiar.
—¡Hola, abuela!
—¿Quién es? Yulia se rio.
—Soy tu nieta favorita.
—Mmm, solo tengo una, tienes suerte. ¿Cómo estás? Sigues viva, eso es bueno.
Yulia hizo una mueca, consciente de la nota de reproche.
—Estoy bien. Lo siento, abuela. ¿Te apetece que vayamos a cenar?
—¿Invitas tú?
—Por supuesto.
—Entonces sí, me encantaría cenar contigo. Elige tú el sitio, que sea caro. Yulia rio de nuevo.
—Lo haré. ¿Qué te parece el Mickey’s, en Halsted? —propuso.
—No me voy a pasar la noche en ese barucho apestoso en el que desperdiciaste tu juventud. Jamás en la vida entenderé por qué tocabas el piano en ese sitio. Y sin cobrar siquiera...
—Recuerdo que el abuelo y tú ibais por allí de vez en cuando.
—No seas insolente. Solo por eso me vas a llevar al Charlie Trotter’s. Yulia soltó un gemido.
—Ay, abuela, tendremos que ponernos de punta en blanco.
—No vas a morirte por ponerte un vestido de uvas a peras, Yulia Volkova. Aunque solo sea para recordar que eres una mujer.
—Sé que soy una mujer. Pregúntale a Suzette. Se produjo un silencio sepulcral.
—Te encanta torturarme con tu lesbianismo, ¿verdad? Y ya que has sacado el tema, ya que insistes con ese estilo de vida, ¿no podrías buscarte una buena mujer? ¿Con un coeficiente intelectual mayor al de un zapato?
—Venga ya, Suzette toca el chelo.
—¿Y bien? Es una idiota con talento.
Yulia puso los ojos en blanco al tiempo que entraba en el parking de su abogado.
—Estoy en el despacho de Roger.
—¿Qué has hecho?
—Nada. Te recojo a las siete. Te quiero.
—Mmm, aun así no voy a darte mi dinero. Yo también te quiero, cielo.
Yulia colgó, con una risita. Mentalmente, se preguntaba si se habría metido en algún lío. Era su parte Rusa, que siempre se sentía culpable. Bajó del ascensor en el octavo piso.
—Soy Yulia Volkova. Vengo a ver al picapleitos —anunció con un guiño.
La joven secretaria se ruborizó y se rio del chiste.
—¿Es necesario que coquetees con mi secretaria? —le llegó la voz de Roger desde el despacho. Yulia soltó una carcajada y entró.
—No, pero a veces tengo que hacerlo.
Se sentó y estiró las largas piernas. Llevaba tejanos y se distrajo volteando las gafas de sol al tiempo que se apartaba un grueso mechón de pelo de la frente.
—¿Y bien? ¿Me ha demandado alguien, Roger?
—Te veo seria —comentó Roger. Luego farfulló—. Si es que Yulia Volkova puede ponerse seria.
—Lo he oído —protestó ella, agitando el dedo en su dirección
—. Pareces mi abuela.
—Espero que Anya siga bien —deseó Roger, mientras abría un sobre de manila—. Y no tengo ni idea de si te han demandado.
Debes de sentirte culpable por algo. —Ignoró la risa de Yulia y continuó—: La carta introductoria dice que eres parte del testamento de alguien. Una tal Irina Bridges —anunció, mirándola por encima de las gafas.
Yulia dejó de jugar con las gafas de sol de golpe y arrugó el ceño. Entonces se echó hacia delante en la silla y cogió la carta que le tendía Roger.
—Entiendo, pues, que la conocías.
—¿Conocerla? Sí, la conocía —repuso Yulia lentamente, tragando saliva con dificultad.
El corazón le latía en las sienes al abrir cuidadosamente la carta.
Querida Yul:
Han pasado cinco años, ¿verdad? Siento tener que escribirte así, pero no hay otra manera.
¿Resumiendo? Me han diagnosticado un cáncer de huesos y para cuando leas esto, bueno... Parece algo sacado de una película de esas para las que compones.
En fin, tengo un gran problema. La última vez que hablamos te conté que había conocido a una mujer maravillosa y que me enamoré de ella, ¿te acuerdas? Lena Katina. Bueno, ella también se enamoró de mí, quién iba a pensarlo, y formamos una familia. Ya sabes cuánto quería tener una. ¿Sabes?, tenías razón cuando hace años me dijiste que no estaba preparada para tener una familia. Me dijiste que estaba enamorada de la idea de una familia, pero que nunca podría asumir la responsabilidad. Tenías razón. Lena también quería una familia y es una madre fantástica. Tenemos una hija, Skye, que es una niña maravillosa, aunque no me conoce demasiado. Todavía trabajo en la compañía aérea y paso fuera la mayor parte del tiempo. Es algo que lamentaré siempre. Me he perdido muchas cosas de Skye. Ahora ya nunca podré recuperar ese tiempo.
La he jodido en todo. Lena se esforzó mucho en crear una vida para nosotras y yo no lo vi venir. Tengo miedo de haberla dejado sola, con una hija y otra en camino. Sale de cuentas en diciembre.
Por favor, por favor ayúdala. Sabe quién eres. Solo necesita a alguien que la ayude hasta que nazca el bebé y pueda salir adelante. Creo que eres la única persona que me queda a la que no he cabreado. Incluso Lena ha estado a punto de dejarme unas cuantas veces.
Una vez me quisiste. Sé que es injusto usar eso y que no tengo derecho a pedírtelo y que tú no me debes nada. Pero te suplico que cuides de ellas por mí. No tengo a nadie más, Yulia.
Irina.
Yulia se había quedado atónita y Roger rodeó la mesa y se sentó en el borde.
—Yulia, como abogado tuyo, ¿me permites? —le pidió con amabilidad.
Ella le pasó la carta, como en trance, y Roger la leyó y la releyó.
Levantó la vista para mirar a la pelinegra, pero esta tenía los ojos pegados al suelo y el ceño fruncido.
—Bueno —empezó, doblando la carta—. ¿Qué vas a hacer? Yulia le lanzó una mirada incendiaria a su abogado y amigo.
—¿Hacer? —aulló, se levantó y empezó a pasear arriba y abajo —.No voy a hacer nada. Irina me dejó hace cinco años, porque quería tener hijos. Pues ya has leído la carta... yo tenía razón. La jodió y ahora tiene a una mujer, a una hija y a otra a punto de nacer de un momento a otro. ¡Joder! Roger hizo una mueca, pero no interrumpió su diatriba hasta que terminó.
—Yulia —dijo entonces. Ella lo fulminó con la mirada y Roger inspiró hondo y expiró despacio—.No te había visto tan furiosa desde... bueno, desde aquel incidente en el Orchestra Hall. El violinista se pasó una semana llorando —comentó, con una ligera sonrisa—. Te pasaste un poco con el pobre Donald.
Por un instante, Yulia se relajó y sonrió un poco. Sí que había hecho llorar al pobre tipo: era un violinista terrible. No obstante, enseguida volvió a dominarla el enfado.
—¡Joder! —rugió—. ¡Y ahora va y se muere! Se desplomó sobre la silla y hundió el rostro entre las manos.
—Claramente sabía que podía contar contigo. Yulia soltó un bufido.
—Pues se equivocaba. ¿Qué sé yo de críos? Mira la vida que llevo —enunció lentamente, como si se lo explicara. Roger se rio de su sarcasmo.
—Estoy soltera y me gusta ser soltera. Sí, soy lesbiana y me gusta tener la libertad de tener relaciones íntimas sin que la segunda cita implique irnos a vivir juntas. Vivo en el bosque, al lado de un lago. ¿Y sabes por qué vivo en el bosque, al lado de un lago?
—Sin ánimo de plagiar el título de la película, pero... ¿para estar «lejos del mundanal ruido»? —respondió Roger, complaciente.
—Sí, exactamente.
—Está embarazada y no tiene adónde ir.
Yulia se puso en pie y frunció el ceño, confusa.
—¿Cómo sabes que no tiene adónde ir?
Roger volvió a dar la vuelta al escritorio, recuperó la carta introductoria y se la pasó. Yulia la leyó en alto.
—Querido Sr. Bla bla, ese eres tú. Soy el Sr. Harris, ese es él...—leyó la carta en diagonal hasta localizar el párrafo que buscaba.
Lo leyó y hundió los hombros—. Joder, sin dinero, sin casa. Hay que joderse —volvió a dejarse caer en la silla—. No.
—Yulia —insistió Roger—. Está casi en el tercer trimestre.
—Pues cuando se gradúe le daré una fiesta.
—Quiere decir que tendrá a la niña en diciembre —espetó él. La ojiazul parpadeó.
—Oh —musitó estúpidamente. Luego se echó las manos a la cabeza—. ¿Lo ves? No sé nada sobre embarazos ni sobre bebés —exclamó en tono teatral.
Al principio, Roger no dijo nada, pero le lanzó la clase de mirada
paternal que Pelinegra adoraba en él. Subyugada, se sentó de nuevo.
—Yulia Olegovna Volkova.
—Ya empezamos.
—Te conozco desde que... bueno, desde que eras muy joven. Has vivido toda la vida como te ha dado la gana. Eres una persona segura de ti misma, has salido del armario y no te importa quién lo sepa. Tienes talento, eres guapa...
—De momento me gusta, pero me da la impresión de que de un momento a otro viene el jarro de agua fría y me va a calar hasta la rabadilla —refunfuñó, frotándose las sienes.
—Te he visto hacer cosas maravillosas con tu música. Te he visto ayudar a todos esos niños cuando creías que nadie lo sabía.
Pero a veces eres la mocosa más arrogante, tozuda, hedonista y caprichosa que he conocido nunca —afirmó. Yulia lo dejó proseguir, con la ceja levantada—.Necesitas a esa mujer. La
necesitas muchísimo, porque un día de estos, Yulia Volkova, te despertarás y te encontrarás completamente sola. Ya vas por ese camino.
—Solo tengo treinta cuatro años —replicó ella, en su tono más razonable.
—Renuncio —él dejó el bolígrafo sobre la mesa—. Si no te das cuenta de lo importante que es esto...Yulia hizo una mueca y respiró hondo.
—Muy bien, dame su número.
—Ya... llamé a su abogado anoche. La ha montado en el autobús de la mañana. Llega a la estación Greyhound de Rhinelander dentro de dos días. Yo le ofrecí un billete de avión,
pero al parecer la señora Katina es orgullosa. Esto tampoco es fácil para ella, Yulia —le sonrió dolorosamente.
Ella le dedicó una mirada asesina y se inclinó sobre el escritorio.
—Yulia, estás haciendo algo genial. Lo... lo sabes —aseguró Roger, que se echó hacia atrás —.No dejes que tu legendaria mala leche te pierda.
Yulia esbozó una sonrisa lobuna.
—Sí, y no me arrepiento de tirar el atril de aquel músico por la ventana. Y tuvo suerte de no ir detrás.
Roger sonrió levemente y se ocultó tras la protección que le ofrecían las gafas. Yulia se quedó quieta y tomó aire, emanando indignación. Se puso las gafas de sol y estiró el cuello a lado y lado.
Las cervicales le crujieron al alinearse, y Roger reprimió una mueca.
—Te... te iría bien un masaje —ofreció, sonriente. Yulia le devolvió una mirada incendiaria—. Si necesitas cualquier cosa, llámame a mí o a Trish. Ella ha cuidado de mis dos hijos. —Ante la mirada de extrañeza de la pelinegra, hizo un gesto distraído con la mano —. Ya sabes a qué me refiero.
—Que tengas un buen día, Roger. Ten por seguro que te llamaré —dijo entre dientes, y salió del despacho como un vendaval, dejando la puerta abierta.
Su secretaria asomó la cabeza al interior del despacho.
—¿Betty? Necesito una copa.
Yulia se hizo unos largos en la piscina de su gimnasio. «Joder, ¿niñas? ¿Una madre? ¿Qué se supone que tengo que hacer con ellas?»
Se detuvo a los veinte minutos, sin aliento, y se puso de pie en la parte menos profunda de la piscina. Se arrancó las gafas de natación y las lanzó al otro lado de la piscina con enfado. Algunas cabezas se volvieron para mirarla cuando salía del agua de un salto fluido e iba a coger la toalla.
Ni siquiera la sauna la ayudó. Allí dentro, sentada desnuda con solo una sábana cubriendo parte de su esbelto cuerpo, respiró hondo y recordó a Irina Bridges.
Estuvieron juntas casi cuatro años y Yulia se sentía satisfecha y feliz. Irina era piloto y pasaba mucho tiempo fuera. Seguramente por eso Yulia se sentía satisfecha y feliz. Aun así, quería a Irina más de lo que había querido a nadie, y eso era mucho decir para Yulia Volkova. Hasta que, un buen día, Irina dejó caer la bomba: hijos. Yulia trató de entenderla, pero sencillamente aquello no le iba. Un niño debía tener a una madre y a un padre, o al menos a una pareja casada, ya fuera gay o hetero. Pero Irina quería hijos y por esa razón abandonó a Yulia. De eso hacía cinco años y desde entonces Yulia había vuelto a su rutina de amantes
esporádicas, buen sexo y ningún compromiso a largo plazo.
«Muy bien, ayudaré a la Lena Katina esa y a su familia. Las dejaré quedarse en la cabaña y yo me quedaré en la ciudad. Mierda, odio la ciudad.»
Entonces se le ocurrió que a lo mejor a Lena le gustaba más el apartamento. Pero no, ¿una niña pequeña en un décimo piso? Eran ganas de asegurarse un viaje a urgencias. Casi se imaginaba a la renacuaja colgando del balcón...—Mierda —maldijo, y fue a meterse en la ducha.
CONTINUARÁ...
Capítulo 2
—Oh, Yulia, Dios... qué cosas me haces —gimió Suzette.
Estaba desnuda, tumbada sobre los cojines frente a la enorme chimenea. Suspiró y contempló a Yulia mientras le besaba el pecho y frotaba delicadamente su estilizado cuerpo contra ella.
—Dios mío, eres la mejor amante que he tenido nunca —susurró en un gemido gutural.
Yulia levantó la cabeza y la miró con sus chispeantes y profundos ojos azules. Ronroneó contra el pecho de Suzette, que respingó y la agarró del corto cabello negro.
—Me lo tomaré como un cumplido, ya que diría que has estado con la mitad de la orilla norte de Chicago —farfulló Yulia. Suzette rio y le tiró del pelo a su amante.
—Lo digo en serio. Eres asombrosa.
—Mi madre decía que si se hace algo, hay que hacerlo bien. Y, mi querida Suzette, tú te mereces que te hagan las cosas bien.
Yulia gimió y le mordisqueó el pezón endurecido con cuidado. Entonces alcanzó la coctelera de Martini, vertió la bebida helada en una copa de pie alto y luego le pasó el frío metal por el lateral del pecho a Suzette, que arqueó la espalda.
—Yul —exclamó.
—¿Sí?
La mujer de ojos azules le ofreció la copa de Martini y las dos dieron un sorbo silencioso. Entonces Yulia cogió la oliva de la copa y se la colocó seductoramente en el ombligo a su amante. Suzette rio cuando Yulia le dijo al oído:
—Luego nos ocuparemos de eso. A continuación le demostró a la adorable Suzette todo lo asombrosa que podía ser. Enredadas delante del fuego, las dos mujeres jadeaban pesadamente.
—¿Me he comido la oliva? Suzette se rio.
—Sí, te has comido la oliva y todo lo que se te ha puesto por delante. Yulia levantó la cabeza y la miró con sus traviesos ojos azules.
—Tenía hambre.
—Deberías volver al trabajo. Me temo que te he interrumpido—suspiró Suzette, pasándole las uñas por la espalda.
—Una interrupción deliciosa. Necesitaba un descanso. No podía pasarme ni un minuto más sentada al piano —aseguró, y le besó el hombro. En ese momento sonó el teléfono y Yulia gruñó desde el fondo de la garganta—. Aish... —musitó, pero no se movió.
—Cógelo, podría ser tu productor —le recomendó Suzette, instándola cariñosamente a levantarse.
—Mierda. Yulia rodó para ponerse de espaldas y cogió el teléfono. —Más vale que sea importante —ladró al auricular, con la vista fija en el techo.
—¿Yulia? Soy Roger. Tienes que venir a Chicago. Tengo una carta certificada de un abogado de Albuquerque. ¿A quién conoces tú en Nuevo México? Yulia frunció el ceño al percibir la preocupación en su tono de voz, sin apartar la mirada de las largas vigas del techo.
—A nadie. Al menos que yo sepa. Rio y observó a Suzette moverse entre sus piernas. Contuvo el aliento y le acarició el rubio cabello cuando Suzette se las separó y le besó la cara interior del muslo.
—Ro... Roger, estaré allí mañana por la mañana —concluyó, y soltó el teléfono con una exhalación.
—¿Quién era? —le preguntó Suzette al cabo de un rato, acurrucada en brazos de Yulia, mientras esta contemplaba las llamas y le acariciaba el hombro distraídamente.
—Mi abogado, Roger. Alguien de... —se interrumpió, y compuso un gesto pensativo—. No me acuerdo de dónde me ha dicho. Bueno, que ha recibido una carta. Parecía preocupado. Suzette hizo un puchero.
—¿Eso quiere decir que tenemos que marcharnos? Yulia soltó una carcajada.
—No hagas como si te molestase. Sé lo mucho que te gusta la naturaleza.
Suzette levantó la vista y sonrió perezosamente.
—Soy una chica de ciudad. Me encanta Chicago.
Yulia se quitó de encima a Suzette de un empujón cariñoso, se levantó con un resoplido y le tendió la mano para ayudarla a levantarse.
—Te encanta gastar dinero —levantó a Suzette y la atrajo a sus brazos.
—No te pongas en plan campestre conmigo, Volkova. A ti también te pirran las luces de la ciudad. No eres capaz de pasar demasiado tiempo lejos de Chicago —alargó la mano y le acarició un seno a Yulia—. Me gustaría pensar que tengo algo que ver en eso. —Deberías —susurró la pelinegra. Entonces rio y se apartó de su amante—. Tengo que organizarme, hemos de salir por la mañana.
Le dio un palmetazo en el trasero y se encaminó al dormitorio.
El trayecto de vuelta desde Wisconsin fue largo. Mejor dicho, largo para Yulia, porque Suzette se pasó roncando todo el camino hasta llegar a Chicago. Aparcó en el garaje subterráneo del edificio de apartamentos de Suzette.
—Despierta, Bella Durmiente. Suzette gimió y se desperezó.
—¿Ya hemos llegado?
—Sí, cariño. Gracias por hacerme compañía —replicó Yulia, mientras se desabrochaba el cinturón de seguridad. Suzette echó la cabeza hacia atrás y cerró los ojos.
—Vamos, Suzette. He quedado con Roger.
Bajó y sacó dos maletas del maletero. Cabeceando para sí, las llevó al ascensor. Anda que... dos maletas para tres días.
Adormilada, Suzette se reunió con Yulia en el ascensor.
—Supongo que puedes subirte las maletas sola —le dijo Yulia cuando se abrieron las puertas del ascensor. Besó a Suzette y le dio una palmadita en la mejilla—. Te veo en el ensayo. Estúdiate la partitura. Me gustaría escuchar un poco de sentimiento en esos acordes.
—No vayas de chulita, Yul —contestó Suzette, al tiempo que cogía el equipaje y pulsaba el botón—. Me lo he pasado muy bien. Hasta luego.
Agitó la mano como despedida y le lanzó un beso antes de que se cerrara la puerta. La ojiazul se quedó allí un momento, mirando la puerta del ascensor, y esbozó una sonrisa avergonzada.
—Yo también te quiero.
Meneó la cabeza y se marchó. Después de dejar a Suzette en su elegante torre de apartamentos, Yulia condujo a través del tráfico del centro de Chicago, cosa que detestaba. En cuanto había ganado lo suficiente como compositora para cine y televisión, había
dejado su apartamento de lujo y se había mudado a una cómoda cabaña de madera en la parte alta de Wisconsin, convertido en su amado estado de adopción. Su casa estaba junto a un pequeño lago y era como vivir en otro mundo en comparación con el bullicio de su ciudad natal.
Yulia sonrió al recordar su infancia en la ciudad. Su madre estaba siempre alimentando su amor por la música y por el piano con sus ánimos constantes. Se rio abiertamente al evocar el día en
que les había dicho a su madre y a su abuela que era lesbiana.
Tenía diecinueve años y acababa de empezar la universidad con una beca de música...Sentada al piano en su estudio, Yulia se pasó los dedos por una semi larga melena negra y se crujió los nudillos.
—Arrrgh —gritó su abuela—. No hagas eso. Larissa, dile que no lo haga.
Yulia oyó reírse a su madre y volvió a hacerlo. A veces era de lo más divertido sacar de quicio a su abuela. A continuación abrió la partitura y empezó a tocar. Se sentía viva al golpear
las teclas negras y blancas con los dedos. Tocó la música que había escrito ella misma, con una sonrisa en la mirada.
Mientras tocaba, levantó la vista y vio a su madre sonriéndole con los ojos azules anegados en lágrimas. Su abuela aspiró por la nariz ruidosamente y dio un sorbo de té.
—¿Cómo diantres vas a entrar en el Carnegie Hall si no tocas a los clásicos? —refunfuñó.
Yulia sonrió sin dejar de tocar.
—¿Quieres que pare?
—No, ya que estás, acaba —contestó su abuela, que le guiñó el ojo a la madre de Yulia.
La ojiazul se detuvo y frunció el ceño.
—¿Qué pasa, Yul? —se interesó Larissa, acercándose al piano.
—No sé cómo acabarla —explicó Yulia.
Las dos se miraron a los ojos. Su madre ladeó la cabeza y sonrió.
—Suena muy romántica.
—Supongo.
—¿Es para alguien en particular? Yulia se encogió de hombros.
—Puede.
Nada más oírlo, su abuela se les acercó en menos que canta un gallo.
—¿Quién? No me lo digas. El chico Gentry... ¿cómo se llama? —preguntó con vivo interés.
La madre de Yulia no apartó los ojos de ella.
—No es él, ¿verdad, cariño? Yulia notó que se le llenaban los ojos de lágrimas como a su madre.
—No, mamá. No es el chico Gentry.
—¿Entonces quién? —la interrogó alegremente su abuela.
Yulia sabía que soñaba con una gran boda en la catedral de San Patricio y pensó que iba a defraudarla terriblemente.
—No creo que queráis saberlo —afirmó la chica pelinegra.
Rompió el contacto visual con su madre, agachó la mirada y la posó sobre las teclas, acariciándolas con cariño, pero Larissa la cogió de la barbilla y le hizo mirarla a la cara.
Sonreía, llena de curiosidad.
—Yo sí quiero.
—Bueno, y yo también —se apresuró a apuntar su abuela, que no quería quedarse al margen.
Yulia tomó aire y miró de reojo la expresión expectante de su abuela antes de decir:
—Nancy Folberg.
Su madre pestañeó y, por un momento, se la vio perpleja, pero enseguida esbozó una sonrisa llena de curiosidad. Tragó saliva y titubeó, como si intentara procesar la información.
Yulia aguardó, con el corazón en un puño. Miró a su abuela, que parecía completamente fuera de onda.
—¿Nancy? —repitió—. Pero es una mujer. No entien...
—Madre, por favor —la silenció la madre de Yulia, levantando una mano.
—Lo siento, mamá —aseguró Yulia, que se sentía súbitamente muy avergonzada.
—Bueno, yo diría que...
—Madre —la advirtió Larissa. Había tanto amor en sus ojos que Yulia estuvo a punto de romper a llorar—. ¿Se trata de alguien especial? Conozco a Nancy. Es una chica encantadora.
—Oh, Dios mío —exclamó su abuela, y se dejó caer en la silla más cercana—. Larissa Pushkina Volkova, no me puedo creer que tu hija esté diciéndote esto y tú...
Ni Yulia ni su madre le hicieron ningún caso.
—Sí que lo es, mamá —coincidió Yulia—. No... no sé por qué ni cómo. Lo único que sé es que me hace sentir igual que dices que te hacía sentir papá. Su madre asintió y su sonrisa se ensanchó.
—Entonces es especial y me alegro por ti, Yul. Hablaremos de todo esto luego. Ahora acaba su canción. La ojiazul frunció el ceño.
—No estoy segura de que sea para ella, sino para alguien...
—empezó a decir, aunque no terminó la frase.
Larissa se puso detrás de ella y le cogió la melena entre las manos para acariciársela. Yulia cerró los ojos mientras su madre le trenzaba perezosamente el pelo. Sabía que para su madre no era fácil y no quería hacerle daño, pero tenía que decirle la verdad.
—Te quiero, Yul. —La besó en la coronilla y a continuación fue hacia su abuela—.Madre, tenemos que hablar. La mayor de las tres se levantó y Yulia le dedicó una sonrisa.
—Te quiero, abuela.
La aludida miró a su nieta con ojos entornados.
—Te pareces a tu madre con esos ojos azules tan zalameros—afirmó. A continuación esbozó una sonrisa gruñona—.Supongo que es fácil de entender lo que ven las chicas en ti.
La anciana se irguió en toda su estatura y carraspeó.
—¿Y por qué no? También te corre sangre Pushkina por las venas.
Se acercó a su nieta y le tomó el rostro entre las manos.
—Supongo que ya puedo olvidarme de la boda en San Patricio.
—Hasta que no cambien las leyes, me temo que sí —le dijo Yulia, sosteniéndole la mano—. Pero cuando llegue el momento y... encuentre a alguien, ¿estarás allí, sea quien sea?
A su abuela se le llenaron los ojos de lágrimas.
—No voy a fingir que lo entienda ni que esté de acuerdo —dijo, aunque asintió—. Pero pobre de ti si tratas de impedírmelo.
Yulia se sonrió en el presente y se secó la lágrima que le corría mejilla abajo. Su madre ya no estaba, pero nunca olvidaría aquel día. Y hablando de recuerdos, Nancy Folberg no era más que uno remoto a aquellas alturas, aunque había sido su primera experiencia.
Después de ella, Yulia había tenido muchas amantes, pero ninguna le había llegado tanto al corazón como para acabar su canción.
Se había concentrado en su carrera musical y ahora, a los treinta y cuatro años, Yulia podía elegir qué trabajos aceptar y venir a Chicago solo cuando tenía sesión de estudio. Normalmente le llevaba un par de semanas y se quedaba en su apartamento de la Torre Lake Point. El resto del tiempo estaba perdida en el bosque.
Si viviera en Los Ángeles o en Nueva York podría estar ganando dinero a espuertas, pero prefería vivir tranquila y tener una cuenta bancaria pequeña a vivir en la locura salvaje que era Hollywood. Su abuela había apoyado su decisión. Tras la muerte de su madre, había sido su abuela quien la había cuidado. Su abuela, Anya Pushkina, estaba empeñada en ver a su nieta feliz y con salud, y la riqueza le parecía algo secundario. Si ser lesbiana la hacía feliz, su abuela lo aceptaría, aunque fuera a regañadientes.
Sonrió al pensar en la matriarca Pushkina, siempre pendiente de su vida. Sacó el teléfono móvil y marcó el número familiar.
—¡Hola, abuela!
—¿Quién es? Yulia se rio.
—Soy tu nieta favorita.
—Mmm, solo tengo una, tienes suerte. ¿Cómo estás? Sigues viva, eso es bueno.
Yulia hizo una mueca, consciente de la nota de reproche.
—Estoy bien. Lo siento, abuela. ¿Te apetece que vayamos a cenar?
—¿Invitas tú?
—Por supuesto.
—Entonces sí, me encantaría cenar contigo. Elige tú el sitio, que sea caro. Yulia rio de nuevo.
—Lo haré. ¿Qué te parece el Mickey’s, en Halsted? —propuso.
—No me voy a pasar la noche en ese barucho apestoso en el que desperdiciaste tu juventud. Jamás en la vida entenderé por qué tocabas el piano en ese sitio. Y sin cobrar siquiera...
—Recuerdo que el abuelo y tú ibais por allí de vez en cuando.
—No seas insolente. Solo por eso me vas a llevar al Charlie Trotter’s. Yulia soltó un gemido.
—Ay, abuela, tendremos que ponernos de punta en blanco.
—No vas a morirte por ponerte un vestido de uvas a peras, Yulia Volkova. Aunque solo sea para recordar que eres una mujer.
—Sé que soy una mujer. Pregúntale a Suzette. Se produjo un silencio sepulcral.
—Te encanta torturarme con tu lesbianismo, ¿verdad? Y ya que has sacado el tema, ya que insistes con ese estilo de vida, ¿no podrías buscarte una buena mujer? ¿Con un coeficiente intelectual mayor al de un zapato?
—Venga ya, Suzette toca el chelo.
—¿Y bien? Es una idiota con talento.
Yulia puso los ojos en blanco al tiempo que entraba en el parking de su abogado.
—Estoy en el despacho de Roger.
—¿Qué has hecho?
—Nada. Te recojo a las siete. Te quiero.
—Mmm, aun así no voy a darte mi dinero. Yo también te quiero, cielo.
Yulia colgó, con una risita. Mentalmente, se preguntaba si se habría metido en algún lío. Era su parte Rusa, que siempre se sentía culpable. Bajó del ascensor en el octavo piso.
—Soy Yulia Volkova. Vengo a ver al picapleitos —anunció con un guiño.
La joven secretaria se ruborizó y se rio del chiste.
—¿Es necesario que coquetees con mi secretaria? —le llegó la voz de Roger desde el despacho. Yulia soltó una carcajada y entró.
—No, pero a veces tengo que hacerlo.
Se sentó y estiró las largas piernas. Llevaba tejanos y se distrajo volteando las gafas de sol al tiempo que se apartaba un grueso mechón de pelo de la frente.
—¿Y bien? ¿Me ha demandado alguien, Roger?
—Te veo seria —comentó Roger. Luego farfulló—. Si es que Yulia Volkova puede ponerse seria.
—Lo he oído —protestó ella, agitando el dedo en su dirección
—. Pareces mi abuela.
—Espero que Anya siga bien —deseó Roger, mientras abría un sobre de manila—. Y no tengo ni idea de si te han demandado.
Debes de sentirte culpable por algo. —Ignoró la risa de Yulia y continuó—: La carta introductoria dice que eres parte del testamento de alguien. Una tal Irina Bridges —anunció, mirándola por encima de las gafas.
Yulia dejó de jugar con las gafas de sol de golpe y arrugó el ceño. Entonces se echó hacia delante en la silla y cogió la carta que le tendía Roger.
—Entiendo, pues, que la conocías.
—¿Conocerla? Sí, la conocía —repuso Yulia lentamente, tragando saliva con dificultad.
El corazón le latía en las sienes al abrir cuidadosamente la carta.
Querida Yul:
Han pasado cinco años, ¿verdad? Siento tener que escribirte así, pero no hay otra manera.
¿Resumiendo? Me han diagnosticado un cáncer de huesos y para cuando leas esto, bueno... Parece algo sacado de una película de esas para las que compones.
En fin, tengo un gran problema. La última vez que hablamos te conté que había conocido a una mujer maravillosa y que me enamoré de ella, ¿te acuerdas? Lena Katina. Bueno, ella también se enamoró de mí, quién iba a pensarlo, y formamos una familia. Ya sabes cuánto quería tener una. ¿Sabes?, tenías razón cuando hace años me dijiste que no estaba preparada para tener una familia. Me dijiste que estaba enamorada de la idea de una familia, pero que nunca podría asumir la responsabilidad. Tenías razón. Lena también quería una familia y es una madre fantástica. Tenemos una hija, Skye, que es una niña maravillosa, aunque no me conoce demasiado. Todavía trabajo en la compañía aérea y paso fuera la mayor parte del tiempo. Es algo que lamentaré siempre. Me he perdido muchas cosas de Skye. Ahora ya nunca podré recuperar ese tiempo.
La he jodido en todo. Lena se esforzó mucho en crear una vida para nosotras y yo no lo vi venir. Tengo miedo de haberla dejado sola, con una hija y otra en camino. Sale de cuentas en diciembre.
Por favor, por favor ayúdala. Sabe quién eres. Solo necesita a alguien que la ayude hasta que nazca el bebé y pueda salir adelante. Creo que eres la única persona que me queda a la que no he cabreado. Incluso Lena ha estado a punto de dejarme unas cuantas veces.
Una vez me quisiste. Sé que es injusto usar eso y que no tengo derecho a pedírtelo y que tú no me debes nada. Pero te suplico que cuides de ellas por mí. No tengo a nadie más, Yulia.
Irina.
Yulia se había quedado atónita y Roger rodeó la mesa y se sentó en el borde.
—Yulia, como abogado tuyo, ¿me permites? —le pidió con amabilidad.
Ella le pasó la carta, como en trance, y Roger la leyó y la releyó.
Levantó la vista para mirar a la pelinegra, pero esta tenía los ojos pegados al suelo y el ceño fruncido.
—Bueno —empezó, doblando la carta—. ¿Qué vas a hacer? Yulia le lanzó una mirada incendiaria a su abogado y amigo.
—¿Hacer? —aulló, se levantó y empezó a pasear arriba y abajo —.No voy a hacer nada. Irina me dejó hace cinco años, porque quería tener hijos. Pues ya has leído la carta... yo tenía razón. La jodió y ahora tiene a una mujer, a una hija y a otra a punto de nacer de un momento a otro. ¡Joder! Roger hizo una mueca, pero no interrumpió su diatriba hasta que terminó.
—Yulia —dijo entonces. Ella lo fulminó con la mirada y Roger inspiró hondo y expiró despacio—.No te había visto tan furiosa desde... bueno, desde aquel incidente en el Orchestra Hall. El violinista se pasó una semana llorando —comentó, con una ligera sonrisa—. Te pasaste un poco con el pobre Donald.
Por un instante, Yulia se relajó y sonrió un poco. Sí que había hecho llorar al pobre tipo: era un violinista terrible. No obstante, enseguida volvió a dominarla el enfado.
—¡Joder! —rugió—. ¡Y ahora va y se muere! Se desplomó sobre la silla y hundió el rostro entre las manos.
—Claramente sabía que podía contar contigo. Yulia soltó un bufido.
—Pues se equivocaba. ¿Qué sé yo de críos? Mira la vida que llevo —enunció lentamente, como si se lo explicara. Roger se rio de su sarcasmo.
—Estoy soltera y me gusta ser soltera. Sí, soy lesbiana y me gusta tener la libertad de tener relaciones íntimas sin que la segunda cita implique irnos a vivir juntas. Vivo en el bosque, al lado de un lago. ¿Y sabes por qué vivo en el bosque, al lado de un lago?
—Sin ánimo de plagiar el título de la película, pero... ¿para estar «lejos del mundanal ruido»? —respondió Roger, complaciente.
—Sí, exactamente.
—Está embarazada y no tiene adónde ir.
Yulia se puso en pie y frunció el ceño, confusa.
—¿Cómo sabes que no tiene adónde ir?
Roger volvió a dar la vuelta al escritorio, recuperó la carta introductoria y se la pasó. Yulia la leyó en alto.
—Querido Sr. Bla bla, ese eres tú. Soy el Sr. Harris, ese es él...—leyó la carta en diagonal hasta localizar el párrafo que buscaba.
Lo leyó y hundió los hombros—. Joder, sin dinero, sin casa. Hay que joderse —volvió a dejarse caer en la silla—. No.
—Yulia —insistió Roger—. Está casi en el tercer trimestre.
—Pues cuando se gradúe le daré una fiesta.
—Quiere decir que tendrá a la niña en diciembre —espetó él. La ojiazul parpadeó.
—Oh —musitó estúpidamente. Luego se echó las manos a la cabeza—. ¿Lo ves? No sé nada sobre embarazos ni sobre bebés —exclamó en tono teatral.
Al principio, Roger no dijo nada, pero le lanzó la clase de mirada
paternal que Pelinegra adoraba en él. Subyugada, se sentó de nuevo.
—Yulia Olegovna Volkova.
—Ya empezamos.
—Te conozco desde que... bueno, desde que eras muy joven. Has vivido toda la vida como te ha dado la gana. Eres una persona segura de ti misma, has salido del armario y no te importa quién lo sepa. Tienes talento, eres guapa...
—De momento me gusta, pero me da la impresión de que de un momento a otro viene el jarro de agua fría y me va a calar hasta la rabadilla —refunfuñó, frotándose las sienes.
—Te he visto hacer cosas maravillosas con tu música. Te he visto ayudar a todos esos niños cuando creías que nadie lo sabía.
Pero a veces eres la mocosa más arrogante, tozuda, hedonista y caprichosa que he conocido nunca —afirmó. Yulia lo dejó proseguir, con la ceja levantada—.Necesitas a esa mujer. La
necesitas muchísimo, porque un día de estos, Yulia Volkova, te despertarás y te encontrarás completamente sola. Ya vas por ese camino.
—Solo tengo treinta cuatro años —replicó ella, en su tono más razonable.
—Renuncio —él dejó el bolígrafo sobre la mesa—. Si no te das cuenta de lo importante que es esto...Yulia hizo una mueca y respiró hondo.
—Muy bien, dame su número.
—Ya... llamé a su abogado anoche. La ha montado en el autobús de la mañana. Llega a la estación Greyhound de Rhinelander dentro de dos días. Yo le ofrecí un billete de avión,
pero al parecer la señora Katina es orgullosa. Esto tampoco es fácil para ella, Yulia —le sonrió dolorosamente.
Ella le dedicó una mirada asesina y se inclinó sobre el escritorio.
—Yulia, estás haciendo algo genial. Lo... lo sabes —aseguró Roger, que se echó hacia atrás —.No dejes que tu legendaria mala leche te pierda.
Yulia esbozó una sonrisa lobuna.
—Sí, y no me arrepiento de tirar el atril de aquel músico por la ventana. Y tuvo suerte de no ir detrás.
Roger sonrió levemente y se ocultó tras la protección que le ofrecían las gafas. Yulia se quedó quieta y tomó aire, emanando indignación. Se puso las gafas de sol y estiró el cuello a lado y lado.
Las cervicales le crujieron al alinearse, y Roger reprimió una mueca.
—Te... te iría bien un masaje —ofreció, sonriente. Yulia le devolvió una mirada incendiaria—. Si necesitas cualquier cosa, llámame a mí o a Trish. Ella ha cuidado de mis dos hijos. —Ante la mirada de extrañeza de la pelinegra, hizo un gesto distraído con la mano —. Ya sabes a qué me refiero.
—Que tengas un buen día, Roger. Ten por seguro que te llamaré —dijo entre dientes, y salió del despacho como un vendaval, dejando la puerta abierta.
Su secretaria asomó la cabeza al interior del despacho.
—¿Betty? Necesito una copa.
Yulia se hizo unos largos en la piscina de su gimnasio. «Joder, ¿niñas? ¿Una madre? ¿Qué se supone que tengo que hacer con ellas?»
Se detuvo a los veinte minutos, sin aliento, y se puso de pie en la parte menos profunda de la piscina. Se arrancó las gafas de natación y las lanzó al otro lado de la piscina con enfado. Algunas cabezas se volvieron para mirarla cuando salía del agua de un salto fluido e iba a coger la toalla.
Ni siquiera la sauna la ayudó. Allí dentro, sentada desnuda con solo una sábana cubriendo parte de su esbelto cuerpo, respiró hondo y recordó a Irina Bridges.
Estuvieron juntas casi cuatro años y Yulia se sentía satisfecha y feliz. Irina era piloto y pasaba mucho tiempo fuera. Seguramente por eso Yulia se sentía satisfecha y feliz. Aun así, quería a Irina más de lo que había querido a nadie, y eso era mucho decir para Yulia Volkova. Hasta que, un buen día, Irina dejó caer la bomba: hijos. Yulia trató de entenderla, pero sencillamente aquello no le iba. Un niño debía tener a una madre y a un padre, o al menos a una pareja casada, ya fuera gay o hetero. Pero Irina quería hijos y por esa razón abandonó a Yulia. De eso hacía cinco años y desde entonces Yulia había vuelto a su rutina de amantes
esporádicas, buen sexo y ningún compromiso a largo plazo.
«Muy bien, ayudaré a la Lena Katina esa y a su familia. Las dejaré quedarse en la cabaña y yo me quedaré en la ciudad. Mierda, odio la ciudad.»
Entonces se le ocurrió que a lo mejor a Lena le gustaba más el apartamento. Pero no, ¿una niña pequeña en un décimo piso? Eran ganas de asegurarse un viaje a urgencias. Casi se imaginaba a la renacuaja colgando del balcón...—Mierda —maldijo, y fue a meterse en la ducha.
CONTINUARÁ...
Última edición por Nichya el 7/19/2015, 8:01 am, editado 3 veces
Lesdrumm- Admin
- Mensajes : 516
Fecha de inscripción : 03/08/2014
Localización : Trapped in some parallel universe
Re: VIENTOS CELESTIALES...UN GIRO DEL DESTINO
ok, me encanta!!! Contiii *-*
Aleinads- Mensajes : 519
Fecha de inscripción : 14/05/2015
Edad : 35
Localización : Colombia
Re: VIENTOS CELESTIALES...UN GIRO DEL DESTINO
UN GIRO DEL DESTINO
Capítulo 3
Anya Pushkina se miró en el espejo y se tocó el pelo plateado de las sienes.
—No está mal para tener setenta y nueve —le susurró a su reflejo—. Y para haber tenido una hija a los dieciocho y una nieta a los treinta y nueve.
Le echó un vistazo al reloj que había sobre la repisa de la chimenea. Eran exactamente las 19.15. Dio un sorbo de Martini y meneó la cabeza.
—Niña idiota... Como me llame con alguna excusa barata... —En ese momento sonó el timbre de la puerta y Meredith exclamó—:¡Está abierta!
Yulia entró con gesto ceñudo.
—Por amor de Dios, abuela. Tienes que cerrar la puerta.
—Vivo en un buen vecindario. Además, tengo una pistola —rio.
Se dio cuenta de que su nieta ni siquiera sonreía, sino que se fue a la sala de estar y se dejó caer en el sofá.
—¿Qué pasa? —le preguntó—. Has hecho algo malo, ¿verdad?
—No, no he hecho nada malo —replicó Yulia, y observó la copa de Martini—. ¿Hay para mí?
—Hay para cuatro más —aseguró su abuela—. Y por la cara que traes, los necesitas.
Yulia fue al mueble-bar, se sirvió un Martini y le añadió varias olivas. Anya no abrió la boca y se limitó a estudiar detenidamente a su nieta, que tomó asiento de nuevo en el sofá, dio
un largo sorbo de Martini y dejó escapar un profundo suspiro.
—Me parece que vamos a cenar en casa —afirmó Anya en tono neutro—. No te veo de humor para el Charlie Trotter’s.
Se quitó los zapatos, cogió su copa y echó a andar pasillo abajo.
—Ven conmigo —la llamó por encima del hombro—. Y trae la coctelera.
—No es necesario que hagas la cena —se apresuró a asegurar Yulia, mientras la seguía con la coctelera en la mano.
—No la voy a hacer yo, sino tú —le dijo Anya, sentándose a la mesa de la cocina—. María acaba de ir a comprar, así que la nevera está llena. Tú misma —la animó.
Dicho lo cual, alzó la copa y dio un trago.
—Abuela, no sé cocinar.
—¿Aún no has aprendido? ¿Cómo diantres vas a encontrar pareja si no sabes poner agua a hervir? Siéntate —ordenó.
La ojiazul se sentó y dio un trago de Martini. Mientras tanto, Anya se levantó y fue a hurgar en la nevera.
—¿Qué te apetece? —preguntó, asomando la cabeza un segundo desde el interior de la nevera.
—¿Un buen chuletón?
—Algo ligero e italiano. Y ahora cuéntame qué te pasa. Yulia gimió mientras Anya empezaba a sacar los ingredientes para preparar una ensalada de primero.
—Me llamó Roger.
—Eso ya lo sé. ¿Qué quería? —inquirió, al tiempo que dejaba sobre la mesa la carne, las olivas, el tomate y el queso—. Corta el queso.
—Muy graciosa —farfulló Yulia, aceptando el cuchillo—.
Parece ser que mi pasado ha vuelto para atormentarme.
—¿En qué sentido? —quiso saber Anya—. ¿No me digas que has dejado embarazada a alguien? —apuntó, parpadeando con una dulce sonrisa de inocencia.
Yulia la fulminó con la mirada.
—¿Podemos dejar el numerito Hermanos Marx un segundo? Se ve que una ex mía acaba de morir.
—Oh, cariño. Lo siento —dijo enseguida Anya, que se volvió y dejó el aceite de oliva y el pan en la mesa.
—No pasa nada, hacía cinco años que no veía a Irina. Nosotras no... no estábamos hechas la una para la otra. Ella quería tener niños.
—¿Y tú no? —preguntó su abuela—. Creía que te gustaban los niños.
—Y me gustan, pero Irina no estaba preparada para asumir esa responsabilidad y en aquel momento yo tampoco lo estaba. Para ella fue motivo de ruptura, pero yo no me veía trayendo a un niño al mundo en las condiciones en las que estábamos Irina y yo.
Anya dispuso la ensalada y la aliñó con el aceite.
—¿Qué condiciones eran esas?
Yulia dio un nuevo sorbo de Martini y rumió la respuesta mientras Anya aguardaba y cortaba rebanadas de pan.
—Yo estaba siempre yendo y viniendo de Chicago a Los Ángeles. Irina era piloto, o copiloto en aquel entonces, y se pasaba la vida volando a todas partes. Vivía en Colorado, pero yo cogía un avión para ir a verla cuando hacía escala donde fuera. Teníamos un estilo de vida muy bohemio.
Anya asintió, comprensiva, y Yulia levantó la mirada, algo azorada.
—Ya sé que no apruebas mi estilo de vida, pero no voy a pedir perdón.
—Yulia, hace muchos años, el día que estábamos en la sala de estar con tu madre, te dije que no iba a pretender entender que fueras lesbiana, pero en este tiempo te he visto crecer y convertirte en una mujer madura, bondadosa y con talento. La verdad es que me cuesta encontrar alguna razón para criticar cómo eres —afirmó, al tiempo que le pasaba a su nieta un plato de ensalada—. Y en lo que respecta a llevar un estilo de vida bohemio, deja que te cuente
algo: tu abuelo y yo no fuimos siempre viejos y aburridos.
Yulia levantó la mirada, con la boca llena.
—¿Qué quieres decir?
Anya hizo una mueca burlona, se sentó relajadamente con su copa en la mano y masticó una oliva con una sonrisa de oreja a oreja.
—Nosotros también éramos bastante bohemios cuando éramos jóvenes.
Yulia ladeó la cabeza y le lanzó una mirada juguetona a su abuela.
—Venga, desembucha. Anya se echó a reír.
—Conocí a tu abuelo a los dieciséis años. Él tenía diecinueve e iba a la universidad.
A Yulia casi se le salieron los ojos de las órbitas, pero Anya asintió.
—Sí, me enamoré del memo de George Pushkin y ya nunca miré atrás. Acabé el colegio y me casé con él con diecisiete años y tuve a tu madre un año después. Viajamos por todo el país con su grupo de música. Sabes que tu abuelo era músico, ¿verdad? Tocaba el clarinete —suspiró, y dio un mordisco de queso—. Diantres, eso es lo que me conquistó.
—¿El qué?
—El clarinete. En cuanto empezó a tocar, estuve perdida. Lo tocaba como si fuera un amante y me daba unas serenatas que hacían que me temblaran las rodillas —rio Anya, y se comió
otra oliva—. Era un demonio. La pelinegra rio a coro.
—Solo le recuerdo como profesor de música. ¿Por qué no me lo habías contado? ¿Y por qué siempre quisiste que yo fuera a una universidad privada?
—Supongo que quería que tuvieras más de lo que habíamos tenido tu madre y yo. Tenías mucho talento. Te lo vimos ya de muy pequeña.
Yulia alargó el brazo y le cogió la mano.
—Tengo todo lo que quiero, abuela. Soy feliz y me siento satisfecha, sin haber vendido mi alma por un fajo de billetes —aseguró. Entonces se apoyó en el respaldo de la silla y frunció el
ceño—. Creía que era feliz cuando estaba con Irina, pero me cogió a contrapié con lo de tener hijos... No sé. Se me dispararon todas las alarmas y tuve que tomar una decisión.
Las dos se quedaron en silencio unos segundos, hasta que Yulia volvió a hablar.
—¿Qué tiene que ver Roger con todo esto?
Como si despertara de un sueño, Yulia miró a su abuela y parpadeó.
—Irina tenía cáncer de huesos y murió hace dos semanas. Ha dejado atrás a una familia sin recursos y me ha pedido ayuda.
—Guau.
—Sí, guau.
Anya estudió a su única nieta con atención.
—¿Cómo de grande es esa familia?
—Una niña y otra en camino, según parece —contestó Yulia,
que se sirvió otro Martini y le puso varias olivas para enfatizar la gravedad de la situación.
—¿Qué vas a hacer?
Yulia respiró hondo antes de responder.
—Voy a dejar que esa tal Lena Katina se quede en la cabaña. Está haciendo no sé qué de un trimestre y tiene que parir en diciembre.
Anya arrugó las cejas y a continuación estalló en carcajadas.
—¿No sé qué de un trimestre? Yulia se puso roja y se pasó los dedos por el pelo.
—¿Te das cuenta de lo absurdo que es esto? ¿Qué mierdas sé yo de críos?
—Para empezar —le dijo su abuela—, cuando Lena Katina llegue con su familia a Wisconsin tendrás que dejar de decir palabrotas.
—Estará allí en un par de días, a última hora de la tarde.
—¿Y ella está de acuerdo con todo esto? ¿Con viajar embarazada y con una niña pequeña?
—Bueno, supongo que está acostumbrada a que se ocupen de ella. Pero si cree que me va a tener comiendo de su mano porque se ha quedado preñada, va lista.
Anya enarcó una ceja ante el arrebato de su nieta, que se sentó con los brazos cruzados como una niña enfadada.
—No la juzgues tan deprisa, Yulia. No sabes cómo han ido las cosas.
—Sé cómo han ido las cosas —gruñó esta—. Ha pasado exactamente lo que yo evité: dos mujeres irresponsables se han puesto a tener hijos. Pero resulta que una se muere y deja un lío de narices para que lo limpien otros.
—Estás siendo muy cruel, Yulia Volkova.
—Es posible, pero tengo toda la razón del mundo.
Anya detectó la amargura en la voz de su nieta y no pudo menos que preguntarse cómo sería aquella Lena Katina. De todas maneras, fuera como fuera seguro que representaba una mejora en comparación con la chelista.
CONTINUARÁ...
Capítulo 3
Anya Pushkina se miró en el espejo y se tocó el pelo plateado de las sienes.
—No está mal para tener setenta y nueve —le susurró a su reflejo—. Y para haber tenido una hija a los dieciocho y una nieta a los treinta y nueve.
Le echó un vistazo al reloj que había sobre la repisa de la chimenea. Eran exactamente las 19.15. Dio un sorbo de Martini y meneó la cabeza.
—Niña idiota... Como me llame con alguna excusa barata... —En ese momento sonó el timbre de la puerta y Meredith exclamó—:¡Está abierta!
Yulia entró con gesto ceñudo.
—Por amor de Dios, abuela. Tienes que cerrar la puerta.
—Vivo en un buen vecindario. Además, tengo una pistola —rio.
Se dio cuenta de que su nieta ni siquiera sonreía, sino que se fue a la sala de estar y se dejó caer en el sofá.
—¿Qué pasa? —le preguntó—. Has hecho algo malo, ¿verdad?
—No, no he hecho nada malo —replicó Yulia, y observó la copa de Martini—. ¿Hay para mí?
—Hay para cuatro más —aseguró su abuela—. Y por la cara que traes, los necesitas.
Yulia fue al mueble-bar, se sirvió un Martini y le añadió varias olivas. Anya no abrió la boca y se limitó a estudiar detenidamente a su nieta, que tomó asiento de nuevo en el sofá, dio
un largo sorbo de Martini y dejó escapar un profundo suspiro.
—Me parece que vamos a cenar en casa —afirmó Anya en tono neutro—. No te veo de humor para el Charlie Trotter’s.
Se quitó los zapatos, cogió su copa y echó a andar pasillo abajo.
—Ven conmigo —la llamó por encima del hombro—. Y trae la coctelera.
—No es necesario que hagas la cena —se apresuró a asegurar Yulia, mientras la seguía con la coctelera en la mano.
—No la voy a hacer yo, sino tú —le dijo Anya, sentándose a la mesa de la cocina—. María acaba de ir a comprar, así que la nevera está llena. Tú misma —la animó.
Dicho lo cual, alzó la copa y dio un trago.
—Abuela, no sé cocinar.
—¿Aún no has aprendido? ¿Cómo diantres vas a encontrar pareja si no sabes poner agua a hervir? Siéntate —ordenó.
La ojiazul se sentó y dio un trago de Martini. Mientras tanto, Anya se levantó y fue a hurgar en la nevera.
—¿Qué te apetece? —preguntó, asomando la cabeza un segundo desde el interior de la nevera.
—¿Un buen chuletón?
—Algo ligero e italiano. Y ahora cuéntame qué te pasa. Yulia gimió mientras Anya empezaba a sacar los ingredientes para preparar una ensalada de primero.
—Me llamó Roger.
—Eso ya lo sé. ¿Qué quería? —inquirió, al tiempo que dejaba sobre la mesa la carne, las olivas, el tomate y el queso—. Corta el queso.
—Muy graciosa —farfulló Yulia, aceptando el cuchillo—.
Parece ser que mi pasado ha vuelto para atormentarme.
—¿En qué sentido? —quiso saber Anya—. ¿No me digas que has dejado embarazada a alguien? —apuntó, parpadeando con una dulce sonrisa de inocencia.
Yulia la fulminó con la mirada.
—¿Podemos dejar el numerito Hermanos Marx un segundo? Se ve que una ex mía acaba de morir.
—Oh, cariño. Lo siento —dijo enseguida Anya, que se volvió y dejó el aceite de oliva y el pan en la mesa.
—No pasa nada, hacía cinco años que no veía a Irina. Nosotras no... no estábamos hechas la una para la otra. Ella quería tener niños.
—¿Y tú no? —preguntó su abuela—. Creía que te gustaban los niños.
—Y me gustan, pero Irina no estaba preparada para asumir esa responsabilidad y en aquel momento yo tampoco lo estaba. Para ella fue motivo de ruptura, pero yo no me veía trayendo a un niño al mundo en las condiciones en las que estábamos Irina y yo.
Anya dispuso la ensalada y la aliñó con el aceite.
—¿Qué condiciones eran esas?
Yulia dio un nuevo sorbo de Martini y rumió la respuesta mientras Anya aguardaba y cortaba rebanadas de pan.
—Yo estaba siempre yendo y viniendo de Chicago a Los Ángeles. Irina era piloto, o copiloto en aquel entonces, y se pasaba la vida volando a todas partes. Vivía en Colorado, pero yo cogía un avión para ir a verla cuando hacía escala donde fuera. Teníamos un estilo de vida muy bohemio.
Anya asintió, comprensiva, y Yulia levantó la mirada, algo azorada.
—Ya sé que no apruebas mi estilo de vida, pero no voy a pedir perdón.
—Yulia, hace muchos años, el día que estábamos en la sala de estar con tu madre, te dije que no iba a pretender entender que fueras lesbiana, pero en este tiempo te he visto crecer y convertirte en una mujer madura, bondadosa y con talento. La verdad es que me cuesta encontrar alguna razón para criticar cómo eres —afirmó, al tiempo que le pasaba a su nieta un plato de ensalada—. Y en lo que respecta a llevar un estilo de vida bohemio, deja que te cuente
algo: tu abuelo y yo no fuimos siempre viejos y aburridos.
Yulia levantó la mirada, con la boca llena.
—¿Qué quieres decir?
Anya hizo una mueca burlona, se sentó relajadamente con su copa en la mano y masticó una oliva con una sonrisa de oreja a oreja.
—Nosotros también éramos bastante bohemios cuando éramos jóvenes.
Yulia ladeó la cabeza y le lanzó una mirada juguetona a su abuela.
—Venga, desembucha. Anya se echó a reír.
—Conocí a tu abuelo a los dieciséis años. Él tenía diecinueve e iba a la universidad.
A Yulia casi se le salieron los ojos de las órbitas, pero Anya asintió.
—Sí, me enamoré del memo de George Pushkin y ya nunca miré atrás. Acabé el colegio y me casé con él con diecisiete años y tuve a tu madre un año después. Viajamos por todo el país con su grupo de música. Sabes que tu abuelo era músico, ¿verdad? Tocaba el clarinete —suspiró, y dio un mordisco de queso—. Diantres, eso es lo que me conquistó.
—¿El qué?
—El clarinete. En cuanto empezó a tocar, estuve perdida. Lo tocaba como si fuera un amante y me daba unas serenatas que hacían que me temblaran las rodillas —rio Anya, y se comió
otra oliva—. Era un demonio. La pelinegra rio a coro.
—Solo le recuerdo como profesor de música. ¿Por qué no me lo habías contado? ¿Y por qué siempre quisiste que yo fuera a una universidad privada?
—Supongo que quería que tuvieras más de lo que habíamos tenido tu madre y yo. Tenías mucho talento. Te lo vimos ya de muy pequeña.
Yulia alargó el brazo y le cogió la mano.
—Tengo todo lo que quiero, abuela. Soy feliz y me siento satisfecha, sin haber vendido mi alma por un fajo de billetes —aseguró. Entonces se apoyó en el respaldo de la silla y frunció el
ceño—. Creía que era feliz cuando estaba con Irina, pero me cogió a contrapié con lo de tener hijos... No sé. Se me dispararon todas las alarmas y tuve que tomar una decisión.
Las dos se quedaron en silencio unos segundos, hasta que Yulia volvió a hablar.
—¿Qué tiene que ver Roger con todo esto?
Como si despertara de un sueño, Yulia miró a su abuela y parpadeó.
—Irina tenía cáncer de huesos y murió hace dos semanas. Ha dejado atrás a una familia sin recursos y me ha pedido ayuda.
—Guau.
—Sí, guau.
Anya estudió a su única nieta con atención.
—¿Cómo de grande es esa familia?
—Una niña y otra en camino, según parece —contestó Yulia,
que se sirvió otro Martini y le puso varias olivas para enfatizar la gravedad de la situación.
—¿Qué vas a hacer?
Yulia respiró hondo antes de responder.
—Voy a dejar que esa tal Lena Katina se quede en la cabaña. Está haciendo no sé qué de un trimestre y tiene que parir en diciembre.
Anya arrugó las cejas y a continuación estalló en carcajadas.
—¿No sé qué de un trimestre? Yulia se puso roja y se pasó los dedos por el pelo.
—¿Te das cuenta de lo absurdo que es esto? ¿Qué mierdas sé yo de críos?
—Para empezar —le dijo su abuela—, cuando Lena Katina llegue con su familia a Wisconsin tendrás que dejar de decir palabrotas.
—Estará allí en un par de días, a última hora de la tarde.
—¿Y ella está de acuerdo con todo esto? ¿Con viajar embarazada y con una niña pequeña?
—Bueno, supongo que está acostumbrada a que se ocupen de ella. Pero si cree que me va a tener comiendo de su mano porque se ha quedado preñada, va lista.
Anya enarcó una ceja ante el arrebato de su nieta, que se sentó con los brazos cruzados como una niña enfadada.
—No la juzgues tan deprisa, Yulia. No sabes cómo han ido las cosas.
—Sé cómo han ido las cosas —gruñó esta—. Ha pasado exactamente lo que yo evité: dos mujeres irresponsables se han puesto a tener hijos. Pero resulta que una se muere y deja un lío de narices para que lo limpien otros.
—Estás siendo muy cruel, Yulia Volkova.
—Es posible, pero tengo toda la razón del mundo.
Anya detectó la amargura en la voz de su nieta y no pudo menos que preguntarse cómo sería aquella Lena Katina. De todas maneras, fuera como fuera seguro que representaba una mejora en comparación con la chelista.
CONTINUARÁ...
Lesdrumm- Admin
- Mensajes : 516
Fecha de inscripción : 03/08/2014
Localización : Trapped in some parallel universe
Re: VIENTOS CELESTIALES...UN GIRO DEL DESTINO
Esta buena la conti
Aleinads- Mensajes : 519
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Edad : 35
Localización : Colombia
Re: VIENTOS CELESTIALES...UN GIRO DEL DESTINO
UN GIRO DEL DESTINO
Capítulo 4
—¿Estás segura de que quieres hacer esto, Lena? —insistió Elaine, aceptando la copa de vino que le acercaba su amiga al sofá.
—Tengo que hacerlo, Elaine. Joanne dijo que tenía un amigo que me alquilaría el apartamento amueblado. Espero volver cuando nazca el bebé y pueda buscar trabajo otra vez —repuso Lena. Echó un vistazo alrededor y suspiró—. Aunque Irina pasaba fuera la mayor parte del tiempo, este sitio me trae muchos recuerdos.
Y sin embargo, la imagen que le vino a la cabeza fue la de noches interminables, sola en la cama.
—¿Por qué no me dejas ayudarte? —pidió Elaine—. Puedo ayudarte con...Lena negó con la cabeza.
—No, por favor. Tú tienes mucho trabajo en el hospital y una familia y facturas propias que pagar. Ya bastante haces con guardarme las cosas —aseguró la pelirroja. Se sentó en el sofá y dejó escapar un suspiro cansado, al tiempo que le daba a Elaine una palmadita en la rodilla—. Le he dado muchas vueltas desde que fui a ver al abogado de Irina y ya no puedo pensarlo más. No tengo trabajo y no tengo dinero para pagar la casa. Skye necesita estabilidad y,
antes de que te des cuenta, esta otra pequeñaja estará aquí —dijo, pasándose la mano por la barriga.
—Lo entiendo. Si esa mujer conocía a Irina puede que las cosas funcionen. Es muy generoso por su parte ofrecerse a ayudar.
—Me siento como un acto de caridad. Gracias a Dios, el sobrino del abogado de Irina me ha comprado el coche, porque necesitaba ese dinero. Elaine alzó la copa.
—Bueno, cielo. Si necesitas cualquier cosa, ya sabes que estoy aquí para lo que quieras. Por Wisconsin y por los nuevos comienzos. Lena le sonrió y brindó con el vaso de té helado.
—Esperemos.
Al llegar a Wisconsin, Lena cogió a Skye de la mano para bajar del autobús. La espalda le dolía horrores y dejó escapar un bufido. El sol tórrido de agosto caía a plomo sobre sus cabezas.
—Mamá, calor —protestó Skye, frotándose los ojos.
—Lo sé, cariño. Ahora vendrá una persona a buscarnos —la tranquilizó con una palmadita en la cabeza.
El conductor del autobús la ayudó a bajar las bolsas y la acompañó a la terminal. Cuando
dejó las bolsas en el suelo, Lena se sintió fatal, porque solo llevaba un billete de diez dólares, nada más pequeño, y no podía dárselo todo.
—No se preocupe, señora —le dijo él con un guiño. Le hizo un gesto de despedida con el sombrero y se marchó. Lena se sentó en un banco y Skye se subió a su lado.
—Skye cansada —refunfuñó la pequeña, con las mejillas enrojecidas por el calor.
—¿Señora Katina? —llamó una voz de mujer.
Lena levantó la vista y se quedó de piedra al ver a la despampanante mujer que se había plantado delante de ella. No era muy alta pero imponía presencia, de piel bronceada... y tenía el ceño fruncido. Debía de ser Yulia Volkova.
—Sí. ¿Señora Volkova? Yulia asintió.
—Deje... deje que la ayude. Así podremos salir de este calor infernal —le dijo.
Entonces miró a Skye y Lena tuvo que disimular una sonrisa cuando su hija le devolvió la mirada y le arrancó una mueca.
—Hola —la saludó Skye con una risita.
Lena desvió la mirada y reprimió una carcajada cuando el ceño de Yulia se acentuó aún más.
—Hola —le devolvió el saludo la pelinegra en tono seco, y les cogió las bolsas.
Lena se quedó muy sorprendida de que una mujer con ese cuerpo pequeño pudiera con las tres, incluida la bolsa de los pañales.
—Yo puedo llevar una —se ofreció Lena. Yulia le miró la barriga.
—Esto... seguramente no debería usted levantar peso... —Casi sonaba a pregunta, y Lena levantó una ceja ante la expresión confusa de Yulia. A punto estuvo de no oír lo siguiente—. Ni viajar en autobús. ¿Por qué no aceptó los billetes de avión? —le preguntó, ceñuda.
Casi sin esperar respuesta, se dio media vuelta y se dirigió a la puerta de la terminal.
—¡Mamá dice no! —saltó Skye, con los brazos en jarras.
Lena abrió mucho los ojos, horrorizada, y miró a su hija, que parecía clavadita a Shirley Temple. Yulia las miró a las dos con las cejas levantadas y le dedicó a Lena una sonrisa burlona. Lena se había puesto como un tomate al recordar cómo se había empecinado en
no aceptar de aquella mujer más de lo estrictamente necesario. Bastante duro le había resultado ya abandonar Nuevo México.
—Bueno, pues lo que diga mamá —refunfuñó Yulia, y volvió a echar a andar hacia la puerta.
Lena compuso una expresión desdeñosa, cogió a su hija de la mano y trató de seguirle el ritmo, orgullosa, si bien al cabo de dos o tres zancadas tuvo que rendirse y resignarse a seguirla.
—¿No tiene sillita para el coche? —preguntó Lena al llegar al vehículo.
Yulia cargó el maletero del reluciente Lexus y lo cerró de golpe.
—No, lo siento. Es un camino muy corto.
—La multarán —la advirtió Lena.
Yulia puso los ojos en blanco y se colocó las gafas de sol.
La multaron. El agente de tráfico se quitó las gafas de sol y estudió el interior del coche.
—Lo siento, es la ley. Yulia le lanzó una mirada furibunda.
—Soy perfectamente consciente de lo que dice la ley, agente. Como ya le he explicado, no he tenido tiempo de comprar una.
—Bien, pues compre una. Si quiere apelar a la multa, la fecha de la vista está en el dorso.
Yulia evitó mirar a Lena, que estaba sonriendo de oreja a oreja, y miró la multa.
—¿Doscientos cincuenta pavos? ¿Están ustedes tarumba?
—¿Le parece demasiado por la vida de una niña? —replicó él, con una mueca irónica.
Yulia abrió la boca, pero entonces la volvió a cerrar y se puso las gafas otra vez.
—Que pasen un buen día —se despidió el policía antes de alejarse.
El resto del trayecto transcurrió en silencio. Demasiado silencio.
—Mamá, mareo... —anunció Skye. La pelinegra se volvió.
—Oh, no, nena. En mi Lexus nuevo no —gruñó, y pisó el acelerador.
—Señora Volkova, ¿quiere que le pongan otra multa? — preguntó Lena, con una nota de ansiedad en la voz.
Yulia tomó el camino de entrada a su cabaña. Al estar en medio del bosque, la temperatura había disminuido considerablemente. Lena estaba agotada y Skye dormía a pierna suelta, bocabajo sobre el regazo de su madre. Esta sonrió al ver aparecer el lago y percibió la mirada de Yulia puesta en ella mientras lo contemplaba. Nerviosa, se colocó un mechón de pelo caoba detrás de la oreja.
—¿Esto es suyo? —se interesó, cuando la cabaña de madera quedó a la vista.
Yulia dejó escapar un gruñido de afirmación.
—Voy a por el equipaje. Diría que el hobbit está reventado.
Lena encajó el sobrenombre de Skye con cierta animosidad, pero no dijo nada. Eso sí, cuando Yulia estaba abriendo el maletero, a Lena se le escapó un gemido y se dio cuenta de que no podía moverse.
—¿Señora Volkova? Yulia dio la vuelta y le abrió la puerta del asiento del acompañante; Lena
la miró a los azules ojos.
—¿Podría cogerla, por favor? No puedo salir con ella encima.
Yulia frunció el ceño y dio un paso atrás, como si le hubieran pedido que se pusiera delante de un tren en marcha.
—No es una granada de mano —prometió Lena.
«Por amor de Dios. ¿E Irina quería tener hijos con esta mujer?» Yulia rezongó y cogió a Skye en brazos. La niña se le agarró del cuello de inmediato y le apoyó la cabecita caliente en el hombro. Yulia tragó saliva; se diría que estaba sosteniendo una bomba de relojería en lugar de a una niña. Lena empezó a salir del coche a duras penas y la ojiazul le ofreció una mano.
—Gracias. Empiezo a sentirme como una tortuga panza arriba.
Y con eso llegó a ver sonreír a la pelinegra mientras la ayudaba amablemente. Su fuerza volvió a dejarla pasmada. Ya en pie, gimió,se desperezó y alargó los brazos para coger a su hija.
—Gracias, ya la cojo yo.
No obstante, cuando intentó separarla de Yulia, Skye dejóescapar un quejido en sueños y se aferró del cuello de la mujer.
—Bueno, señora Volkova. Diría que ha hecho una amiga —comentó Lena. Yulia gruñó otra vez.
—Ya volveré a por el equipaje —concluyó esta, emprendiendo el camino hacia la parte delantera de la cabaña con la bolsa de los pañales.
—Es espectacular —opinó Lena, en referencia a la casa.
—A mí me gusta —coincidió Yulia, al tiempo que abría la puerta y equilibraba a Skye en brazos como podía, ya que la niña seguía sin soltarla.
Al entrar, Lena lo miró todo, maravillada. La sala principal era enorme, sin tabiques. Una chimenea ocupaba gran parte de una pared y cerca de ella había un piano de cola de color negro. Frente al hogar estaba colocado un confortable sofá y dos butacas mullidas cerraban el conjunto. El comedor estaba detrás de la sala de estar, sin separaciones entre las áreas ni tampoco con la cocina, que estaba delimitada únicamente por el mármol a modo de barra americana. Era todo muy espacioso y ventilado. El techo de vigas parecía una catedral y hacía que la cabaña pareciera más grande de lo que era.
—Esto... solo hay un dormitorio. En la otra habitación trabajo y en el loft todavía no hay camas. Así que usted y la pitufa pueden quedarse en el dormitorio. Dejaré sitio para su ropa y pueden usar la cómoda pequeña. Diría que habrá bastante espacio en los cajones.
—Pero no, por favor...
—No discuta, señora Katina. Va a tener un bebé y tiene que dormir cómoda. A mí ya me vale el sofá.
En ese momento se despertó Skye, eructó y seguidamente le vomitó encima a Yulia, que apartó a la niña bruscamente.
—Mamá, mareooo —gimoteó Skye, y empezó a llorar. Yulia le pasó la joyita a su madre y espetó:
—Ale, «mamá».
Lena se mordió el labio para no reírse mientras cogía a su hija.
—El baño está al final del pasillo —informó Yulia, que se sacó la camiseta de los tejanos y se dirigió a la cocina sin dejar de farfullar.
—Skye, mi niña, como primera impresión no ha sido la mejor que podíamos dar —suspiró Lena, encaminándose al baño con la bolsa de pañales en la mano.
Tras acostar a Skye para que hiciera la siesta, la rodeó de cojines para que no rodara y se cayera de la enorme cama de Yulia. Solo les faltaría eso, pensaba, mientras estudiaba el dormitorio de su anfitriona con las cejas arqueadas. Realmente era una cama muy grande. Estaba decorada con estilo, con un tema tirando a rústico del sudoeste. El malva pálido y los tonos tierra realzaban la tonalidad de los troncos. La habitación olía a pino y a perfume; Lena cerró los ojos, aspiró un poco y sonrió.
—¿Está todo bien?
Lena dio un salto al encontrarse a Yulia de pie, mirándola. Todavía estaba limpiándose la camisa.
—Lo siento...
La pelinegra negó con la cabeza.
—No se preocupe. Es una fragancia interesante. Pasó por delante de Lena, abrió un cajón de la cómoda y se quitó la camiseta allí mismo. Lena parpadeó, pero no apartó la mirada de
Yulia, en sujetador de deporte blanco, hasta que encontró una camiseta limpia y se la metió por la cabeza.
—En esta puede devolver todo lo que quiera. Es de una ex —sonrió Yulia, y se marchó.
Lena se había quedado de piedra ante el hecho de que Yulia no hubiera tenido reparo alguno en quitarse la ropa delante de ella. «A lo mejor como estoy embarazada se cree que no...»
Respiró hondo y se miró los pies, aún visibles, mientras pensaba en el tonificado cuerpo de Yulia Volkova.
—Es atractiva —rezongó.
Sacó el móvil y llamó a Elaine. Con todo lo que había pasado, se había olvidado de llamarla y sonrió al oír la voz familiar al auricular.
—Bueno, estáis vivas. Lena se rio.
—Sí, sanas y salvas.
—¿Y bien? —Elaine fue al grano—. ¿Cómo es ella?
—Es demasiado pronto para responder. Está siendo muy generosa, aunque estoy convencida de que preferiría no tener que hacerlo. ¿Y quién iba a culparla?
—Mmm, cierto. —Se hizo el silencio un momento—. ¿Y qué aspecto tiene?
Lena percibió la curiosidad en la voz de su amiga y sonrió.
—Es muy atractiva. No es muy alta pero tiene buen cuerpo, pelo negro, ojos azules. Y arrogante.
¿Qué te parece? Elaine se echó a reír.
—Ay, mierda. Me llaman. Hoy estamos de pacientes hasta donde tú ya sabes. Oye, cuídate y dale un beso a Skye de mi parte. Llámame, ¿vale? Te quiero.
—Yo también te quiero, Elaine —se despidió Lena, antes de colgar.
Ya echaba de menos Nuevo México. «En fin», se dijo. Echó un último vistazo a la dormida Skye y salió del dormitorio.
—Estoy aquí —la llamó Yulia.
Lena vio que había preparado té helado.
—He pensado que podríamos sentarnos fuera. Hace un poco más de fresco.
—Gracias.
Se sentaron en el porche y no hablaron demasiado durante un rato. Al final, Lena miró a Yulia de reojo mientras esta contemplaba el lago.
—Le... le agradezco mucho que nos ayude. Solo es que...bueno, nosotras no...
—Señora Katina, conocía a Irina, así que no tiene que explicarme nada.
Lena se enfadó por el tonillo irónico de la otra mujer.
—¿Y eso qué significa exactamente?
Yulia escrutó el rostro de Lena y luego paseó la mirada sobre su cuerpo. Una vez más, Lena sintió que la invadía una oleada de indignación cuando Yulia se encogió de hombros.
—Nada, sencillamente que conocí a Irina durante cuatro años.
—Mire, sé que salió con Irina antes de que saliera conmigo. Soy perfectamente consciente de ello. Sin embargo, señora Volkova, si queremos que esto funcione, lo mejor es que no removamos el pasado —afirmó Lena, dejando el vaso sobre la mesa—. Vamos a dejarlo estar.
—No podría estar más de acuerdo, señora Katina. Accedí a ayudarla a usted y a su familia hasta que naciera el bebé y...
—Si cree por un momento que me gusta esta situación o que me resulta fácil, está muy equivocada. Yulia inspiró hondo y expiró lentamente.
—No quiero discutir con usted y menos en su estado. Olvidémoslo, ¿le parece? —concluyó, dio un buen trago y se volvió de nuevo hacia el lago.
—Muy buena idea.
Lena maldijo las lágrimas que le atoraban la garganta. Tenía las hormonas disparadas y lo odiaba, así que, cuando se dio cuenta de que el llanto estaba a punto de ganarle la batalla, se levantó de golpe y se dirigió, trastabillante, a la mecedora.
—¿Se encuentra bien? —se interesó Yulia, acudiendo a su lado.
Lena notó que la cogía del brazo con su fuerte mano para ayudarla a mantener el equilibrio.
—Estoy bien —mintió, mientras se secaba las lágrimas de las mejillas.
—¿Se ha hecho daño?
—No, no me he hecho daño —saltó Lena, y se soltó el brazo bruscamente, porque lo último que quería era perder el control delante de aquella mujer.
—Vale, vale —cedió Yulia, dando un incómodo paso atrás.
—Creo que voy a ir a tumbarme un rato con Skye. Estoy un poco cansada —anunció Lena, que realmente sonaba exhausta.
—Va...vale. Muy bien.
Al levantar la vista, Lena se dio cuenta de que Yulia no sabía cómo reaccionar.
—Lo siento, son las hormonas. Yulia esbozó una sonrisa leve.
—Será mejor que duerma un poco. Luego haré... bueno, no sé lo que tendré por ahí para hacer la cena —comentó, al tiempo que se ponía en pie—. Normalmente no cocino.
Lena asintió y se dirigió a la puerta mosquitera; Yulia se adelantó y se la abrió. Por un momento, las dos estuvieron muy cerca la una de la otra, pero Yulia se apartó enseguida y pegó los ojos a la barriga de Lena.
—No se preocupe, señora Volkova. No voy a explotar —aseguró antes de entrar—. Todavía —amenazó por encima del hombro.
Lena se tumbó en la cama al lado de Skye y oyó a Yulia tocar el piano desde la sala de estar. Era buena, se dijo Lena. Luego soltó un resoplido. Típico: era una buscona chulita y arrogante que sabía tocar el piano. Se quedó dormida oyendo la hermosa melodía, con una sensación
de satisfacción y seguridad por primera vez desde hacía años.
Se despertó con un sobresalto y, por un instante, se sintió desorientada. Skye seguía dormida como un tronco, bocabajo encima de ella. Unos segundos después, Lena recordó dónde estaba y por qué. Echada en la cama, echó un vistazo al dormitorio de Yulia Volkova. El reloj que había sobre la repisa de la chimenea parecía antiguo, aunque dudaba que Yulia coleccionara antigüedades. En lo que sí que reparó fue en que el hogar le daba al dormitorio un aire rústico y romántico. «Romántico», pensó, con una mueca irónica.
Apostaría lo que fuera a que por aquel dormitorio había pasado una retahíla continua de mujeres. Salió de debajo de Skye con cuidado y tapó a la niña con una manta fina. Luego se levantó y salió silenciosamente de la habitación. Yulia estaba sentada al piano, con un lápiz detrás de la oreja, y aporreaba acordes.
—Hola —saludó Lena.
La pelinegra agitó la mano en su dirección, con un gruñido.
—Por amor de Dios —murmuró Lena para sí mientras se dirigía a la cocina. Estaba famélica—. ¿Le importa si busco algo para...?
—No. Como quiera —la cortó Yulia, ignorándola casi por completo.
Lena puso los ojos en blanco y abrió la nevera.
—Dios santísimo —exclamó. Cogió unos cuantos cartones de comida china pasada y torció el gesto. Luego cogió una jarrita.
—¿Caviar? Meneó la cabeza. Toda la comida que había consistía en una caja de pizza, varias botellas de cerveza y un cartón de zumo de naranja que tenía pinta de llevar allí desde la administración Reagan.
De repente oyó gruñir a Yulia y cerrar la tapa del piano de golpe. Sobresaltada, se volvió hacia la sala de estar a tiempo de ver la espalda de la enfadada pianista desaparecer a toda prisa por la puerta delantera. Lena se mordió el labio, nerviosa, y salió al porche.
—Si... siento haberla interrumpido.
Yulia estaba de pie apoyada en la barandilla, contemplando el lago. —No es usted —suspiró pesadamente—. Tengo que acabar la pieza antes de la fecha de entrega y no me acaba de funcionar, eso es todo.
—¿Y cómo logra que funcione normalmente?
Yulia se volvió a mirarla con los ojos lobunos entornados y una sonrisa endiablada en los labios.
—Me acuesto con alguien. Normalmente funciona.
—Siento haberle estropeado el plan. Yulia levantó una ceja.
—No se preocupe, que no lo ha hecho.
Lena notó que volvía a enfadarse cuando la pelinegra se echó a reír. Sus carcajadas no hicieron más que avivar su ira.
—Mire —empezó Yulia—. No tengo mucha comida en casa.
—Sí, lo he notado.
—Puedo ir a la ciudad y comprar algunas cosas para un par de días. Tiene pinta de estar destrozada y seguro que la pitufa sigue frita —se ofreció, encogiéndose de hombros.
Instintivamente, Lena se llevó una mano al pelo, porque de repente se sentía ajada y abotargada. Cuando miró a Yulia a los ojos, esta se removió, algo inquieta, y se hizo un silencio incómodo. Estaba segura de que la señora Volkova no estaba acostumbrada a aquella
clase de situaciones y lo cierto era que ella tampoco.
—Podría hacerle una lista. Me temo que necesitaré algunas cosas para Skye.
—Claro, haga una lista —aceptó Yulia, y volvió a entrar.
Lena apuntó unos cuantos artículos y le llevó el papel a Yulia, que estaba cogiendo las llaves.
—Oh, Skye ya sabe pedir pipí, pero por la noche todavía necesita dodotis. —Hizo una pausa y miró a Yulia a los ojos—.Sabe lo que es un dodotis, verdad?
—Sí, por amor del cielo, sé lo que es un dodotis —replicó Yulia, al tiempo que le quitaba la lista de la mano.
A continuación se puso las gafas de sol y se dirigió a la puerta trasera.
—Para tres años —le gritó Lena al despedirla.
—¡Pedir pipí! ¡Dodotis! —se repetía una indignada Yulia, mientras aparcaba el Lexus delante del pequeño supermercado de Rhinelander.
Capítulo 4
—¿Estás segura de que quieres hacer esto, Lena? —insistió Elaine, aceptando la copa de vino que le acercaba su amiga al sofá.
—Tengo que hacerlo, Elaine. Joanne dijo que tenía un amigo que me alquilaría el apartamento amueblado. Espero volver cuando nazca el bebé y pueda buscar trabajo otra vez —repuso Lena. Echó un vistazo alrededor y suspiró—. Aunque Irina pasaba fuera la mayor parte del tiempo, este sitio me trae muchos recuerdos.
Y sin embargo, la imagen que le vino a la cabeza fue la de noches interminables, sola en la cama.
—¿Por qué no me dejas ayudarte? —pidió Elaine—. Puedo ayudarte con...Lena negó con la cabeza.
—No, por favor. Tú tienes mucho trabajo en el hospital y una familia y facturas propias que pagar. Ya bastante haces con guardarme las cosas —aseguró la pelirroja. Se sentó en el sofá y dejó escapar un suspiro cansado, al tiempo que le daba a Elaine una palmadita en la rodilla—. Le he dado muchas vueltas desde que fui a ver al abogado de Irina y ya no puedo pensarlo más. No tengo trabajo y no tengo dinero para pagar la casa. Skye necesita estabilidad y,
antes de que te des cuenta, esta otra pequeñaja estará aquí —dijo, pasándose la mano por la barriga.
—Lo entiendo. Si esa mujer conocía a Irina puede que las cosas funcionen. Es muy generoso por su parte ofrecerse a ayudar.
—Me siento como un acto de caridad. Gracias a Dios, el sobrino del abogado de Irina me ha comprado el coche, porque necesitaba ese dinero. Elaine alzó la copa.
—Bueno, cielo. Si necesitas cualquier cosa, ya sabes que estoy aquí para lo que quieras. Por Wisconsin y por los nuevos comienzos. Lena le sonrió y brindó con el vaso de té helado.
—Esperemos.
Al llegar a Wisconsin, Lena cogió a Skye de la mano para bajar del autobús. La espalda le dolía horrores y dejó escapar un bufido. El sol tórrido de agosto caía a plomo sobre sus cabezas.
—Mamá, calor —protestó Skye, frotándose los ojos.
—Lo sé, cariño. Ahora vendrá una persona a buscarnos —la tranquilizó con una palmadita en la cabeza.
El conductor del autobús la ayudó a bajar las bolsas y la acompañó a la terminal. Cuando
dejó las bolsas en el suelo, Lena se sintió fatal, porque solo llevaba un billete de diez dólares, nada más pequeño, y no podía dárselo todo.
—No se preocupe, señora —le dijo él con un guiño. Le hizo un gesto de despedida con el sombrero y se marchó. Lena se sentó en un banco y Skye se subió a su lado.
—Skye cansada —refunfuñó la pequeña, con las mejillas enrojecidas por el calor.
—¿Señora Katina? —llamó una voz de mujer.
Lena levantó la vista y se quedó de piedra al ver a la despampanante mujer que se había plantado delante de ella. No era muy alta pero imponía presencia, de piel bronceada... y tenía el ceño fruncido. Debía de ser Yulia Volkova.
—Sí. ¿Señora Volkova? Yulia asintió.
—Deje... deje que la ayude. Así podremos salir de este calor infernal —le dijo.
Entonces miró a Skye y Lena tuvo que disimular una sonrisa cuando su hija le devolvió la mirada y le arrancó una mueca.
—Hola —la saludó Skye con una risita.
Lena desvió la mirada y reprimió una carcajada cuando el ceño de Yulia se acentuó aún más.
—Hola —le devolvió el saludo la pelinegra en tono seco, y les cogió las bolsas.
Lena se quedó muy sorprendida de que una mujer con ese cuerpo pequeño pudiera con las tres, incluida la bolsa de los pañales.
—Yo puedo llevar una —se ofreció Lena. Yulia le miró la barriga.
—Esto... seguramente no debería usted levantar peso... —Casi sonaba a pregunta, y Lena levantó una ceja ante la expresión confusa de Yulia. A punto estuvo de no oír lo siguiente—. Ni viajar en autobús. ¿Por qué no aceptó los billetes de avión? —le preguntó, ceñuda.
Casi sin esperar respuesta, se dio media vuelta y se dirigió a la puerta de la terminal.
—¡Mamá dice no! —saltó Skye, con los brazos en jarras.
Lena abrió mucho los ojos, horrorizada, y miró a su hija, que parecía clavadita a Shirley Temple. Yulia las miró a las dos con las cejas levantadas y le dedicó a Lena una sonrisa burlona. Lena se había puesto como un tomate al recordar cómo se había empecinado en
no aceptar de aquella mujer más de lo estrictamente necesario. Bastante duro le había resultado ya abandonar Nuevo México.
—Bueno, pues lo que diga mamá —refunfuñó Yulia, y volvió a echar a andar hacia la puerta.
Lena compuso una expresión desdeñosa, cogió a su hija de la mano y trató de seguirle el ritmo, orgullosa, si bien al cabo de dos o tres zancadas tuvo que rendirse y resignarse a seguirla.
—¿No tiene sillita para el coche? —preguntó Lena al llegar al vehículo.
Yulia cargó el maletero del reluciente Lexus y lo cerró de golpe.
—No, lo siento. Es un camino muy corto.
—La multarán —la advirtió Lena.
Yulia puso los ojos en blanco y se colocó las gafas de sol.
La multaron. El agente de tráfico se quitó las gafas de sol y estudió el interior del coche.
—Lo siento, es la ley. Yulia le lanzó una mirada furibunda.
—Soy perfectamente consciente de lo que dice la ley, agente. Como ya le he explicado, no he tenido tiempo de comprar una.
—Bien, pues compre una. Si quiere apelar a la multa, la fecha de la vista está en el dorso.
Yulia evitó mirar a Lena, que estaba sonriendo de oreja a oreja, y miró la multa.
—¿Doscientos cincuenta pavos? ¿Están ustedes tarumba?
—¿Le parece demasiado por la vida de una niña? —replicó él, con una mueca irónica.
Yulia abrió la boca, pero entonces la volvió a cerrar y se puso las gafas otra vez.
—Que pasen un buen día —se despidió el policía antes de alejarse.
El resto del trayecto transcurrió en silencio. Demasiado silencio.
—Mamá, mareo... —anunció Skye. La pelinegra se volvió.
—Oh, no, nena. En mi Lexus nuevo no —gruñó, y pisó el acelerador.
—Señora Volkova, ¿quiere que le pongan otra multa? — preguntó Lena, con una nota de ansiedad en la voz.
Yulia tomó el camino de entrada a su cabaña. Al estar en medio del bosque, la temperatura había disminuido considerablemente. Lena estaba agotada y Skye dormía a pierna suelta, bocabajo sobre el regazo de su madre. Esta sonrió al ver aparecer el lago y percibió la mirada de Yulia puesta en ella mientras lo contemplaba. Nerviosa, se colocó un mechón de pelo caoba detrás de la oreja.
—¿Esto es suyo? —se interesó, cuando la cabaña de madera quedó a la vista.
Yulia dejó escapar un gruñido de afirmación.
—Voy a por el equipaje. Diría que el hobbit está reventado.
Lena encajó el sobrenombre de Skye con cierta animosidad, pero no dijo nada. Eso sí, cuando Yulia estaba abriendo el maletero, a Lena se le escapó un gemido y se dio cuenta de que no podía moverse.
—¿Señora Volkova? Yulia dio la vuelta y le abrió la puerta del asiento del acompañante; Lena
la miró a los azules ojos.
—¿Podría cogerla, por favor? No puedo salir con ella encima.
Yulia frunció el ceño y dio un paso atrás, como si le hubieran pedido que se pusiera delante de un tren en marcha.
—No es una granada de mano —prometió Lena.
«Por amor de Dios. ¿E Irina quería tener hijos con esta mujer?» Yulia rezongó y cogió a Skye en brazos. La niña se le agarró del cuello de inmediato y le apoyó la cabecita caliente en el hombro. Yulia tragó saliva; se diría que estaba sosteniendo una bomba de relojería en lugar de a una niña. Lena empezó a salir del coche a duras penas y la ojiazul le ofreció una mano.
—Gracias. Empiezo a sentirme como una tortuga panza arriba.
Y con eso llegó a ver sonreír a la pelinegra mientras la ayudaba amablemente. Su fuerza volvió a dejarla pasmada. Ya en pie, gimió,se desperezó y alargó los brazos para coger a su hija.
—Gracias, ya la cojo yo.
No obstante, cuando intentó separarla de Yulia, Skye dejóescapar un quejido en sueños y se aferró del cuello de la mujer.
—Bueno, señora Volkova. Diría que ha hecho una amiga —comentó Lena. Yulia gruñó otra vez.
—Ya volveré a por el equipaje —concluyó esta, emprendiendo el camino hacia la parte delantera de la cabaña con la bolsa de los pañales.
—Es espectacular —opinó Lena, en referencia a la casa.
—A mí me gusta —coincidió Yulia, al tiempo que abría la puerta y equilibraba a Skye en brazos como podía, ya que la niña seguía sin soltarla.
Al entrar, Lena lo miró todo, maravillada. La sala principal era enorme, sin tabiques. Una chimenea ocupaba gran parte de una pared y cerca de ella había un piano de cola de color negro. Frente al hogar estaba colocado un confortable sofá y dos butacas mullidas cerraban el conjunto. El comedor estaba detrás de la sala de estar, sin separaciones entre las áreas ni tampoco con la cocina, que estaba delimitada únicamente por el mármol a modo de barra americana. Era todo muy espacioso y ventilado. El techo de vigas parecía una catedral y hacía que la cabaña pareciera más grande de lo que era.
—Esto... solo hay un dormitorio. En la otra habitación trabajo y en el loft todavía no hay camas. Así que usted y la pitufa pueden quedarse en el dormitorio. Dejaré sitio para su ropa y pueden usar la cómoda pequeña. Diría que habrá bastante espacio en los cajones.
—Pero no, por favor...
—No discuta, señora Katina. Va a tener un bebé y tiene que dormir cómoda. A mí ya me vale el sofá.
En ese momento se despertó Skye, eructó y seguidamente le vomitó encima a Yulia, que apartó a la niña bruscamente.
—Mamá, mareooo —gimoteó Skye, y empezó a llorar. Yulia le pasó la joyita a su madre y espetó:
—Ale, «mamá».
Lena se mordió el labio para no reírse mientras cogía a su hija.
—El baño está al final del pasillo —informó Yulia, que se sacó la camiseta de los tejanos y se dirigió a la cocina sin dejar de farfullar.
—Skye, mi niña, como primera impresión no ha sido la mejor que podíamos dar —suspiró Lena, encaminándose al baño con la bolsa de pañales en la mano.
Tras acostar a Skye para que hiciera la siesta, la rodeó de cojines para que no rodara y se cayera de la enorme cama de Yulia. Solo les faltaría eso, pensaba, mientras estudiaba el dormitorio de su anfitriona con las cejas arqueadas. Realmente era una cama muy grande. Estaba decorada con estilo, con un tema tirando a rústico del sudoeste. El malva pálido y los tonos tierra realzaban la tonalidad de los troncos. La habitación olía a pino y a perfume; Lena cerró los ojos, aspiró un poco y sonrió.
—¿Está todo bien?
Lena dio un salto al encontrarse a Yulia de pie, mirándola. Todavía estaba limpiándose la camisa.
—Lo siento...
La pelinegra negó con la cabeza.
—No se preocupe. Es una fragancia interesante. Pasó por delante de Lena, abrió un cajón de la cómoda y se quitó la camiseta allí mismo. Lena parpadeó, pero no apartó la mirada de
Yulia, en sujetador de deporte blanco, hasta que encontró una camiseta limpia y se la metió por la cabeza.
—En esta puede devolver todo lo que quiera. Es de una ex —sonrió Yulia, y se marchó.
Lena se había quedado de piedra ante el hecho de que Yulia no hubiera tenido reparo alguno en quitarse la ropa delante de ella. «A lo mejor como estoy embarazada se cree que no...»
Respiró hondo y se miró los pies, aún visibles, mientras pensaba en el tonificado cuerpo de Yulia Volkova.
—Es atractiva —rezongó.
Sacó el móvil y llamó a Elaine. Con todo lo que había pasado, se había olvidado de llamarla y sonrió al oír la voz familiar al auricular.
—Bueno, estáis vivas. Lena se rio.
—Sí, sanas y salvas.
—¿Y bien? —Elaine fue al grano—. ¿Cómo es ella?
—Es demasiado pronto para responder. Está siendo muy generosa, aunque estoy convencida de que preferiría no tener que hacerlo. ¿Y quién iba a culparla?
—Mmm, cierto. —Se hizo el silencio un momento—. ¿Y qué aspecto tiene?
Lena percibió la curiosidad en la voz de su amiga y sonrió.
—Es muy atractiva. No es muy alta pero tiene buen cuerpo, pelo negro, ojos azules. Y arrogante.
¿Qué te parece? Elaine se echó a reír.
—Ay, mierda. Me llaman. Hoy estamos de pacientes hasta donde tú ya sabes. Oye, cuídate y dale un beso a Skye de mi parte. Llámame, ¿vale? Te quiero.
—Yo también te quiero, Elaine —se despidió Lena, antes de colgar.
Ya echaba de menos Nuevo México. «En fin», se dijo. Echó un último vistazo a la dormida Skye y salió del dormitorio.
—Estoy aquí —la llamó Yulia.
Lena vio que había preparado té helado.
—He pensado que podríamos sentarnos fuera. Hace un poco más de fresco.
—Gracias.
Se sentaron en el porche y no hablaron demasiado durante un rato. Al final, Lena miró a Yulia de reojo mientras esta contemplaba el lago.
—Le... le agradezco mucho que nos ayude. Solo es que...bueno, nosotras no...
—Señora Katina, conocía a Irina, así que no tiene que explicarme nada.
Lena se enfadó por el tonillo irónico de la otra mujer.
—¿Y eso qué significa exactamente?
Yulia escrutó el rostro de Lena y luego paseó la mirada sobre su cuerpo. Una vez más, Lena sintió que la invadía una oleada de indignación cuando Yulia se encogió de hombros.
—Nada, sencillamente que conocí a Irina durante cuatro años.
—Mire, sé que salió con Irina antes de que saliera conmigo. Soy perfectamente consciente de ello. Sin embargo, señora Volkova, si queremos que esto funcione, lo mejor es que no removamos el pasado —afirmó Lena, dejando el vaso sobre la mesa—. Vamos a dejarlo estar.
—No podría estar más de acuerdo, señora Katina. Accedí a ayudarla a usted y a su familia hasta que naciera el bebé y...
—Si cree por un momento que me gusta esta situación o que me resulta fácil, está muy equivocada. Yulia inspiró hondo y expiró lentamente.
—No quiero discutir con usted y menos en su estado. Olvidémoslo, ¿le parece? —concluyó, dio un buen trago y se volvió de nuevo hacia el lago.
—Muy buena idea.
Lena maldijo las lágrimas que le atoraban la garganta. Tenía las hormonas disparadas y lo odiaba, así que, cuando se dio cuenta de que el llanto estaba a punto de ganarle la batalla, se levantó de golpe y se dirigió, trastabillante, a la mecedora.
—¿Se encuentra bien? —se interesó Yulia, acudiendo a su lado.
Lena notó que la cogía del brazo con su fuerte mano para ayudarla a mantener el equilibrio.
—Estoy bien —mintió, mientras se secaba las lágrimas de las mejillas.
—¿Se ha hecho daño?
—No, no me he hecho daño —saltó Lena, y se soltó el brazo bruscamente, porque lo último que quería era perder el control delante de aquella mujer.
—Vale, vale —cedió Yulia, dando un incómodo paso atrás.
—Creo que voy a ir a tumbarme un rato con Skye. Estoy un poco cansada —anunció Lena, que realmente sonaba exhausta.
—Va...vale. Muy bien.
Al levantar la vista, Lena se dio cuenta de que Yulia no sabía cómo reaccionar.
—Lo siento, son las hormonas. Yulia esbozó una sonrisa leve.
—Será mejor que duerma un poco. Luego haré... bueno, no sé lo que tendré por ahí para hacer la cena —comentó, al tiempo que se ponía en pie—. Normalmente no cocino.
Lena asintió y se dirigió a la puerta mosquitera; Yulia se adelantó y se la abrió. Por un momento, las dos estuvieron muy cerca la una de la otra, pero Yulia se apartó enseguida y pegó los ojos a la barriga de Lena.
—No se preocupe, señora Volkova. No voy a explotar —aseguró antes de entrar—. Todavía —amenazó por encima del hombro.
Lena se tumbó en la cama al lado de Skye y oyó a Yulia tocar el piano desde la sala de estar. Era buena, se dijo Lena. Luego soltó un resoplido. Típico: era una buscona chulita y arrogante que sabía tocar el piano. Se quedó dormida oyendo la hermosa melodía, con una sensación
de satisfacción y seguridad por primera vez desde hacía años.
Se despertó con un sobresalto y, por un instante, se sintió desorientada. Skye seguía dormida como un tronco, bocabajo encima de ella. Unos segundos después, Lena recordó dónde estaba y por qué. Echada en la cama, echó un vistazo al dormitorio de Yulia Volkova. El reloj que había sobre la repisa de la chimenea parecía antiguo, aunque dudaba que Yulia coleccionara antigüedades. En lo que sí que reparó fue en que el hogar le daba al dormitorio un aire rústico y romántico. «Romántico», pensó, con una mueca irónica.
Apostaría lo que fuera a que por aquel dormitorio había pasado una retahíla continua de mujeres. Salió de debajo de Skye con cuidado y tapó a la niña con una manta fina. Luego se levantó y salió silenciosamente de la habitación. Yulia estaba sentada al piano, con un lápiz detrás de la oreja, y aporreaba acordes.
—Hola —saludó Lena.
La pelinegra agitó la mano en su dirección, con un gruñido.
—Por amor de Dios —murmuró Lena para sí mientras se dirigía a la cocina. Estaba famélica—. ¿Le importa si busco algo para...?
—No. Como quiera —la cortó Yulia, ignorándola casi por completo.
Lena puso los ojos en blanco y abrió la nevera.
—Dios santísimo —exclamó. Cogió unos cuantos cartones de comida china pasada y torció el gesto. Luego cogió una jarrita.
—¿Caviar? Meneó la cabeza. Toda la comida que había consistía en una caja de pizza, varias botellas de cerveza y un cartón de zumo de naranja que tenía pinta de llevar allí desde la administración Reagan.
De repente oyó gruñir a Yulia y cerrar la tapa del piano de golpe. Sobresaltada, se volvió hacia la sala de estar a tiempo de ver la espalda de la enfadada pianista desaparecer a toda prisa por la puerta delantera. Lena se mordió el labio, nerviosa, y salió al porche.
—Si... siento haberla interrumpido.
Yulia estaba de pie apoyada en la barandilla, contemplando el lago. —No es usted —suspiró pesadamente—. Tengo que acabar la pieza antes de la fecha de entrega y no me acaba de funcionar, eso es todo.
—¿Y cómo logra que funcione normalmente?
Yulia se volvió a mirarla con los ojos lobunos entornados y una sonrisa endiablada en los labios.
—Me acuesto con alguien. Normalmente funciona.
—Siento haberle estropeado el plan. Yulia levantó una ceja.
—No se preocupe, que no lo ha hecho.
Lena notó que volvía a enfadarse cuando la pelinegra se echó a reír. Sus carcajadas no hicieron más que avivar su ira.
—Mire —empezó Yulia—. No tengo mucha comida en casa.
—Sí, lo he notado.
—Puedo ir a la ciudad y comprar algunas cosas para un par de días. Tiene pinta de estar destrozada y seguro que la pitufa sigue frita —se ofreció, encogiéndose de hombros.
Instintivamente, Lena se llevó una mano al pelo, porque de repente se sentía ajada y abotargada. Cuando miró a Yulia a los ojos, esta se removió, algo inquieta, y se hizo un silencio incómodo. Estaba segura de que la señora Volkova no estaba acostumbrada a aquella
clase de situaciones y lo cierto era que ella tampoco.
—Podría hacerle una lista. Me temo que necesitaré algunas cosas para Skye.
—Claro, haga una lista —aceptó Yulia, y volvió a entrar.
Lena apuntó unos cuantos artículos y le llevó el papel a Yulia, que estaba cogiendo las llaves.
—Oh, Skye ya sabe pedir pipí, pero por la noche todavía necesita dodotis. —Hizo una pausa y miró a Yulia a los ojos—.Sabe lo que es un dodotis, verdad?
—Sí, por amor del cielo, sé lo que es un dodotis —replicó Yulia, al tiempo que le quitaba la lista de la mano.
A continuación se puso las gafas de sol y se dirigió a la puerta trasera.
—Para tres años —le gritó Lena al despedirla.
—¡Pedir pipí! ¡Dodotis! —se repetía una indignada Yulia, mientras aparcaba el Lexus delante del pequeño supermercado de Rhinelander.
Lesdrumm- Admin
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Fecha de inscripción : 03/08/2014
Localización : Trapped in some parallel universe
Re: VIENTOS CELESTIALES...UN GIRO DEL DESTINO
Cogió un carro y deambuló por los pasillos, hasta que se paró de golpe y miró a su alrededor.
—¿Qué coño estoy haciendo? —Sacó el móvil y marcó—.¿Abuela?
—Mmm, suenas crispada. ¿Qué tal va la vida doméstica de momento?
—Esto es lo más estúpido que he hecho nunca.
—Ajá. No olvides a Suzette. ¿Cómo es Lena Katina?
—No lo sé. Es... —Yulia guardó silencio y pensó en sus largos rizos rojizos, en su rostro pecoso y en sus brillantes ojos verdes con gris al tratar de reprimir el llanto—... una embarazada. Su abuela se rio al otro lado del auricular.
—Sé amable con esa mujer. Está pasando por un momento muy duro.
—¿Ella? —chilló Yulia, mientras repasaba la lista—. ¿Y yo qué?
—¿Y tú qué? ¿Estás embarazada de cinco meses, con una hija de tres años y sin dinero?
Yulia se apartó el teléfono de la oreja y miró al cielo.
—¿Dónde estás?
—Estoy en el súper del pueblo —respondió, y arrugó la cara al oír cómo su abuela se partía de risa.
—No me lo digas —rio—. Te ha dado una lista.
—Abuela... —la advirtió Yulia, mientras empujaba el carro por el pasillo casi desierto.
—¿Y para qué me llamas, cariño?
—Esto... ¿qué coño es un dodotis? —soltó Yulia de golpe. La anciana volvió a carcajearse.
—Es un pañal, tontina. Dios mío, ¡qué mujer!
Yulia se paró y cerró los ojos, mientras Anya Pushkina carraspeaba.
—Ve al pasillo donde está el papel higiénico y todo eso.
Yulia llevó el carro al lugar indicado y los encontró.
—Vale, ya los tengo.
—¿Algo más... mami?
Yulia volvió a apartarse el teléfono de la oreja y estuvo a punto de tirarlo al suelo, hasta que recordó que era su móvil e inspiró hondo antes de contestar.
—No, gracias. Adiós, abuela.
—Creo que quiero conocer a esa mujer y...
—No —la cortó la Yulia—. Luego te llamo. Sabes que te quiero. Se hizo una pausa de varios segundos.
—Claro que lo sé. Yo también te quiero. ¿A qué viene eso? ¿Es por la señora Katina o por la pequeña? ¿Cómo se llama, por cierto?
—Skye —contestó la pelinegra con una carcajada, mientras hacía malabares para coger el siguiente artículo de la lista y aguantar el móvil al mismo tiempo—. Tiene mucho carácter.
—Ajá. Yulia notó que se le encendían las mejillas.
—¿Qué significa eso?
—Ah, nada, nada. Acaba de comprar. Seguro que luego te tocahacer la colada.
—Muy graciosa —bufó Yulia—. Hasta luego.
—Hasta luego y buena suerte, cariño.
Como estaba demasiado ocupada leyendo el último artículo de la lista, no oyó la risa de su abuela al colgar.
—Helado de chocolate y nata montada —repitió. Entonces cayó en la cuenta y se rio a pesar de sí misma. «Antojos...» Y cogió dos.
Cuando Yulia volvió a casa y entró cargada de bolsas, Lena estaba tirando la comida pasada de la nevera.
—¿Tantas cosas he puesto en la lista?
Yulia le dedicó una mirada de incredulidad.
—¿Que si ha puesto...? —Se paró para dejar las bolsas en el
suelo—. Sí. Lena le entregó varios billetes doblados.
—Me... me gustaría contribuir con los gastos.
La mirada de Yulia saltó del dinero a los orgullosos ojos Verdesgrisaceos de la otra mujer y empujó el dinero hacia la pelirroja con delicadeza.
—Esta vez pago yo. Más adelante, ya veremos.
A juzgar por la expresión de Lena, Yulia no estaba segura de si iba a discutir o a romper a llorar.
—Gracias —musitó.
De nuevo se produjo un silencio incómodo —y ya iban demasiados—, hasta que, gracias a Dios, una vocecilla lo rompió:
—Mamá, aúpa.
Yulia bajó la mirada hacia la niña, que estiraba los brazos hacia su madre. Esta se agachó y gimió al cogerla.
—Hola, pastelito —la recibió, con un beso en la mejilla.
Yulia las contempló juntas un instante, antes de concentrarse en la compra. Notaba que Skye la observaba detenidamente y se sintió muy violenta bajo el escrutinio, hasta el punto de que se le
cayó un huevo al suelo.
—¡Mierda! —maldijo Yulia, alargando la mano hacia las servilletas.
—¡Miedda! —repitió Skye.
La cogió tan de sorpresa que a Yulia se le escapó una sonora carcajada al mirar a la niña. Lena, en cambio, parecía algo menos encantada.
—Señora Volkova, por favor.
Skye se echó a reír sin apartar la mirada de Yulia, que seguía riéndose también.
—¡Miedda! —repitió de nuevo Skye, dando palmas.
Yulia se destornillaba de risa, pero se obligó a tranquilizarse al notar la mirada gélida de su madre. Entonces miró a la pequeña, cuyos ojos, tan parecidos a los de Lena, chispeaban de risa y se puso seria.
—Muy bien, pitufa. No.
Skye dejó de reírse pero estiró los brazos hacia Yulia. Esta retrocedió.
—Aúpa —pidió la niña.
Lena le dedicó una sonrisa mordaz y las presentó.
—Skye, esta es Yulia.
La pelinegra le sonrió débilmente. ¿Qué diablos estaba pasando allí?
—Yula, aúpa... pofiii —suplicó Skye.
—Oh, muy bien. Venga —refunfuñó esta, y cogió a la niña.
Skye le rodeó el cuello con los brazos de inmediato y Yulia se puso rojísima y evitó la risueña mirada de Lena. Sentada en la mesa de la cocina con la niña en el regazo, le hizo el arre caballito mientras su madre preparaba la cena.
—¿Por qué quería niños? —le preguntó de repente.
Lena la miró con curiosidad, sonrió y se encogió de hombros.
—Me encantan los niños. Que sea lesbiana no cambia eso.
—Sí, pero mire lo que ha pasado.
—¿Cómo? Mi pareja ha muerto. Habría sido lo mismo que muriera mi marido o mi mujer. El amor es el amor, Yulia, eh, quiero decir, señora Volkova.
—Puedes llamarme Yulia. Fuera como fuese, la ojiazul seguía pensando que había sido una irresponsabilidad por parte de Lena e Irina tener familia.
—Si sigues dándole botes va a volver a vomitar, Yulia —la avisó Lena, sin dejar de partir tomates.
Yulia levantó a Skye por encima de su cabeza y miró hacia arriba.
—Nah, la pitufa no lo volverá a hacer —empezó a decir, pero calló cuando la niña eructó.
Lena hizo una mueca y cogió a Skye; la pelinegra se fue a la habitación hecha una furia.
—A este paso, me voy a quedar sin camisetas.
La cena fue toda una aventura. Tras declarar que «no podía ser tan difícil», Yulia había intentado ayudar a comer al pequeño humanoide y acabó con espaguetis en el suelo, en el vaso de agua y por todo el reloj de pulsera. Y mientras tanto, su propia cena seguía intacta en el plato. Le estaba bien empleado.
—Por favor, no puedo contemplaros más —zanjó Lena, y le cogió la cuchara a Yulia.
Esta se relajó en la silla y fue testigo no solo de cómo aquella mujer embarazada le daba de comer a su hija, sino que se comía su plato al mismo tiempo y lo lograba manteniendo la mesa y la zona circundante libre de salsa de tomate. Muy a su pesar, Yulia se sintió impresionada al verlas reír y comer juntas.
—¿Qué edad tienes, si puedo preguntar? —dijo, dando un sorbo de vino.
—Veintinueve. ¿Y tú?
—Treinta y nueve. ¿Trabajabas en Nuevo México? —se interesó mientras daba cuenta de la deliciosa ensalada, el pan de ajo y la pasta. Al parecer había gente que sí cocinaba y comía en casa.
—No. Bueno, no es exactamente así. Trabajaba a media jornada. Así tenía dinero para contribuir a la casa. Una vecina cuidaba de Skye por las tardes —explicó Lena. De repente, se la veía agotada.
Y entonces dio un salto y se llevó las manos al estómago. Yulia se levantó a toda velocidad y en un abrir y cerrar de ojos estuvo a su lado.
—No puede ser, no sales de cuentas hasta diciembre —gritó, con una nota de pánico.
La pelirroja hizo una mueca y esperó a que la punzada remitiese.
—Solo está un poco revoltosa, nada más. Yulia, relájate, por favor. Nos quedan cuatro meses.
A Yulia se le cayó el alma a los pies. No iba a durar cuatro meses así ni de broma.
***
Después de cenar, Yulia vio que Lena se ponía a recoger la mesa.
—Deja que lo haga yo —se ofreció, y le quitó a la pelirroja el plato de la mano—. ¿Por qué no te sientas?
—Si estás segura... —accedió Lena, pasándole también el tenedor
y el cuchillo.
—Jesús, ¡puedo lavar un plato! —se ofendió Yulia, de camino al fregadero.
—No quería decir...
Yulia la oyó suspirar y salir de la cocina. «Maldita sea», se dijo. Aquello no iba a funcionar. Buscó el lavavajillas con la mirada, pero no lo vio. Al final lo encontró en el armario y torció los labios al darse cuenta de que ni siquiera lo había estrenado. Sin comerlo ni beberlo, se sentía incómoda en su propia casa.
—Esto no va a funcionar —musitó.
Cuando terminó encendió la cafetera, dando gracias porque Lena hubiera incluido café en su lista, y se dedicó a ordenar el resto de las ollas y sartenes. Notó que le tiraban de los pantalones cortos y miró hacia abajo. Skye estaba junto a su pierna.
—Aúpa —le dijo, con los brazos estirados.
—Mira, pitufa. No puedo llevarte en brazos todo el rato —le dijo con voz ronca.
—Aúpa, pofiii —suplicó.
—¿Te quieres pirar ya? —ordenó—. Dios, eres como una garrapata. —Se le escapó un cazo de las manos y se le cayó al suelo—. Mierda.
—¡Yulia! —la riñó Liz de lejos.
La pelinegra se mordió la lengua y le dedicó a Skye una mirada torva, mientras la niña se destornillaba de risa.
—¿Ves lo que has hecho? Anda, fuera.
Lena levantó la mirada cuando Yulia volvió a la sala de estar.
—¿No controlas al hobbit este? Llevaba a Skye enganchada a la pierna, con las piernas y los bracitos haciendo fuerza para no soltarse, y la arrastraba al caminar.
—No es un hobbit, y si tuvieras una pizca de sensibilidad, pensarías que a lo mejor echa de menos a Irina. O a lo mejor, que me aspen si sé por qué, le has caído bien —apuntó Lena con una mueca.
Yulia se puso nerviosa y se dirigió hacia el sofá en donde estaba la pelirroja. Entonces levantó a Skye como si fuera un saco de patatas y se la metió debajo del brazo cogiéndola de la cintura. Skye se partía de risa y agitaba los brazos y las piernas.
—Vale... y esta es otra. ¿Es normal? —preguntó, al tiempo que se acuclillaba y dejaba a la niña en el suelo. Lena asintió fervorosamente.
—Sí, la verdad es que sí. Es muy activa. Seguramente entre tanto grito...
—Yo... yo no he gritado —objetó Yulia, con el ceño fruncido.
—No, pero yo sí. Lo siento. Estoy un poco irritable —dijo Lena, con los dientes apretados.
—Mamá fadada —afirmó Skye, mirando a Yulia.
—No, pastelito. Mamá no está enfadada —suspiró Lena con cansancio.
Yulia se apoyó en el respaldo y se le ocurrió una idea.
—¿Qué te parece si probamos el helado ese que me has hecho
comprar?
A Lena se le iluminaron los ojos y asintió ilusionada. Cuando Yulia se levantó para volver a la cocina, su sombra declaró:
—Skye ayuda a Yula. Y anadeó en pos de ella.
***
Mientras las tres comían helado en el porche delantero, Yulia se dio cuenta de que nunca le había gustado demasiado el helado.
Como pensamiento era bastante absurdo, pero la distrajo de lo que decía Lena.
—Perdón, ¿qué decías? —le preguntó, dispuesta a volver a la conversación.
Lena Katina era una joven muy atractiva. Los verdigrises ojos le relampagueaban a la luz de la vela de cidronela que había encima de la mesa, mientras le iba dando cucharadas de helado a Skye de su propio bol. Casey cabeceó, asombrada: vela de cidronela en lugar de fuego en la chimenea, helado en lugar de Martini. Lena Katina en lugar de...
—Te preguntaba si estabas saliendo con alguien —repitió la pelirroja distraídamente, mientras se reía de las monerías de su hija.
—Oh, no, estoy...
—¿Soltera? Por lo que contaba Irina, tenía la impresión de que se te daban bien las mujeres —comentó Lena, ruborizada.
Los ojos azules de Yulia chispearon, traviesos.
—Tenía razón, así es, y disfruto de la compañía de un par de mujeres. Me gusta la libertad —añadió.
Por primera vez en la vida, se sentía como si tuviera que justificarse, y la sensación no le gustaba nada. Le vino a la cabeza la sonrisa burlona de su abuela.
—Ajá —murmuró Lena, dándole otra cucharada a Skye.
—¿Y qué se supone que significa eso? —se picó Yulia.
—Eso es que todavía no has conocido a la adecuada.
—Por Dios, suenas como mi abuela —replicó sarcásticamente
—.Y como Roger. —Ante la mirada interrogativa de Lena, aclaró
—: Mi abogado y, de cuando en cuando, amigo.
—Ya veo. ¿Le gusta hacerte de conciencia?
—Sí, es bastante molesto.
Lena sonrió y contempló la luna, casi llena, sobre la línea de árboles.
—Entiendo por qué te gusta vivir aquí —exhaló un suspiro reflexivo mientras se balanceaba con Skye en el columpio del porche.
En ese momento, Skye se las apañó para bajar del columpio y caminó como un patito hacia Yulia, que estaba apoyada en la barandilla. Esta la miró y frunció el ceño.
—¿Qué? ¿Otra vez aúpa? —le preguntó desdeñosamente. Skye arrugó la nariz.
—Otaves... —declaró, estirando los brazos.
Sin esfuerzo alguno, Yulia bufó y la cogió en brazos. Skye se abrazó de su cuello, le apoyó la cabeza en el hombro y se puso a jugar con su collar. Lena sonreía de oreja a oreja y Yulia frunció aún más el ceño, pero no dijo nada.
—Le gustas. Supongo que sí que se te dan bien las mujeres, Volkova.
Se levantó con un gemido y Yulia le ofreció la mano para ayudarla a erguirse.
—Dentro de tres meses no será tan fácil —gruñó Lena—. Venga, Skye. A la camita.
Skye se aferró del cuello de Yulia, pero ella la apartó.
—Venga, pitufa. Haz caso a mamá —se descubrió diciendo.
—Dile buenas noches a Yulia, pastelito —susurró Lena al coger a su hija.
—Nanocheees —murmuró la pequeña, dándole un beso a Yulia en la mejilla.
Incluso en la penumbra, Lena vio que a Yulia le subían los colores.
—Buenas noches, pitufa —le deseó, algo incómoda, y sonrió cuando Skye agitó la manita.
Lena entró con ella; entonces se volvió y le sonrió.
—Creo que yo me voy a ir a dormir con ella. Nanocheees, Yula.
Yulia le regaló una sonrisa irónica.
—Eres la monda. Buenas noches.
La pelirroja desapareció en el interior y Skye agitó la mano otra vez. Yulia fue a levantar la mano, pero en el último momento se rascó la cabeza.
Lena sintió la llamada de la naturaleza y bajó de la cama trabajosamente para ir al baño.
—Está durmiendo justo encima de mi vejiga —lamentó, bostezando en alto.
De vuelta, se le ocurrió ir a ver cómo estaba la otra niña, la de la sala de estar. Yulia estaba acostada en el sofá y sus pies a duras penas llegaban al extremo de este.
—Dios, qué pequeña es —murmuró Lena.
Recogió la sábana que había caído al suelo, la tapó con cuidado y la contempló un momento mientras dormía, resistiendo la tentación de recolocarle el mechón que le caía sobre la frente.
Yulia Volkova estaba siendo muy generosa, seguramente porque se sentía culpable. Lena sospechaba que su abogado había tenido mucho que ver. En fin, fuera por el motivo que fuera, Lena se lo agradecía. Cuando tuviera al bebé podría organizarse, conseguir trabajo, buscar una canguro y sacar adelante su vida y a su familia.
En ese momento, pensó en Irina. Puede que no supiera asumir responsabilidades, pero sabía cuidarla muy bien en la cama. Aun así, la intimidad no era lo suyo. No tenía nada que ver con su vida sexual, sino con el tipo de cercanía que Lena siempre había buscado e Irina nunca supo darle. Ansiaba tener a alguien que la abrazara por la noche, sin necesidad de hablar: tan solo de oír latir el corazón de la otra en el silencio.
Respiró hondo. A veces añoraba muchísimo el sexo. Pero al mirar a la casquivana durmiente se dijo: «Tan desesperada no estoy».
CONTINUARÁ...
—¿Qué coño estoy haciendo? —Sacó el móvil y marcó—.¿Abuela?
—Mmm, suenas crispada. ¿Qué tal va la vida doméstica de momento?
—Esto es lo más estúpido que he hecho nunca.
—Ajá. No olvides a Suzette. ¿Cómo es Lena Katina?
—No lo sé. Es... —Yulia guardó silencio y pensó en sus largos rizos rojizos, en su rostro pecoso y en sus brillantes ojos verdes con gris al tratar de reprimir el llanto—... una embarazada. Su abuela se rio al otro lado del auricular.
—Sé amable con esa mujer. Está pasando por un momento muy duro.
—¿Ella? —chilló Yulia, mientras repasaba la lista—. ¿Y yo qué?
—¿Y tú qué? ¿Estás embarazada de cinco meses, con una hija de tres años y sin dinero?
Yulia se apartó el teléfono de la oreja y miró al cielo.
—¿Dónde estás?
—Estoy en el súper del pueblo —respondió, y arrugó la cara al oír cómo su abuela se partía de risa.
—No me lo digas —rio—. Te ha dado una lista.
—Abuela... —la advirtió Yulia, mientras empujaba el carro por el pasillo casi desierto.
—¿Y para qué me llamas, cariño?
—Esto... ¿qué coño es un dodotis? —soltó Yulia de golpe. La anciana volvió a carcajearse.
—Es un pañal, tontina. Dios mío, ¡qué mujer!
Yulia se paró y cerró los ojos, mientras Anya Pushkina carraspeaba.
—Ve al pasillo donde está el papel higiénico y todo eso.
Yulia llevó el carro al lugar indicado y los encontró.
—Vale, ya los tengo.
—¿Algo más... mami?
Yulia volvió a apartarse el teléfono de la oreja y estuvo a punto de tirarlo al suelo, hasta que recordó que era su móvil e inspiró hondo antes de contestar.
—No, gracias. Adiós, abuela.
—Creo que quiero conocer a esa mujer y...
—No —la cortó la Yulia—. Luego te llamo. Sabes que te quiero. Se hizo una pausa de varios segundos.
—Claro que lo sé. Yo también te quiero. ¿A qué viene eso? ¿Es por la señora Katina o por la pequeña? ¿Cómo se llama, por cierto?
—Skye —contestó la pelinegra con una carcajada, mientras hacía malabares para coger el siguiente artículo de la lista y aguantar el móvil al mismo tiempo—. Tiene mucho carácter.
—Ajá. Yulia notó que se le encendían las mejillas.
—¿Qué significa eso?
—Ah, nada, nada. Acaba de comprar. Seguro que luego te tocahacer la colada.
—Muy graciosa —bufó Yulia—. Hasta luego.
—Hasta luego y buena suerte, cariño.
Como estaba demasiado ocupada leyendo el último artículo de la lista, no oyó la risa de su abuela al colgar.
—Helado de chocolate y nata montada —repitió. Entonces cayó en la cuenta y se rio a pesar de sí misma. «Antojos...» Y cogió dos.
Cuando Yulia volvió a casa y entró cargada de bolsas, Lena estaba tirando la comida pasada de la nevera.
—¿Tantas cosas he puesto en la lista?
Yulia le dedicó una mirada de incredulidad.
—¿Que si ha puesto...? —Se paró para dejar las bolsas en el
suelo—. Sí. Lena le entregó varios billetes doblados.
—Me... me gustaría contribuir con los gastos.
La mirada de Yulia saltó del dinero a los orgullosos ojos Verdesgrisaceos de la otra mujer y empujó el dinero hacia la pelirroja con delicadeza.
—Esta vez pago yo. Más adelante, ya veremos.
A juzgar por la expresión de Lena, Yulia no estaba segura de si iba a discutir o a romper a llorar.
—Gracias —musitó.
De nuevo se produjo un silencio incómodo —y ya iban demasiados—, hasta que, gracias a Dios, una vocecilla lo rompió:
—Mamá, aúpa.
Yulia bajó la mirada hacia la niña, que estiraba los brazos hacia su madre. Esta se agachó y gimió al cogerla.
—Hola, pastelito —la recibió, con un beso en la mejilla.
Yulia las contempló juntas un instante, antes de concentrarse en la compra. Notaba que Skye la observaba detenidamente y se sintió muy violenta bajo el escrutinio, hasta el punto de que se le
cayó un huevo al suelo.
—¡Mierda! —maldijo Yulia, alargando la mano hacia las servilletas.
—¡Miedda! —repitió Skye.
La cogió tan de sorpresa que a Yulia se le escapó una sonora carcajada al mirar a la niña. Lena, en cambio, parecía algo menos encantada.
—Señora Volkova, por favor.
Skye se echó a reír sin apartar la mirada de Yulia, que seguía riéndose también.
—¡Miedda! —repitió de nuevo Skye, dando palmas.
Yulia se destornillaba de risa, pero se obligó a tranquilizarse al notar la mirada gélida de su madre. Entonces miró a la pequeña, cuyos ojos, tan parecidos a los de Lena, chispeaban de risa y se puso seria.
—Muy bien, pitufa. No.
Skye dejó de reírse pero estiró los brazos hacia Yulia. Esta retrocedió.
—Aúpa —pidió la niña.
Lena le dedicó una sonrisa mordaz y las presentó.
—Skye, esta es Yulia.
La pelinegra le sonrió débilmente. ¿Qué diablos estaba pasando allí?
—Yula, aúpa... pofiii —suplicó Skye.
—Oh, muy bien. Venga —refunfuñó esta, y cogió a la niña.
Skye le rodeó el cuello con los brazos de inmediato y Yulia se puso rojísima y evitó la risueña mirada de Lena. Sentada en la mesa de la cocina con la niña en el regazo, le hizo el arre caballito mientras su madre preparaba la cena.
—¿Por qué quería niños? —le preguntó de repente.
Lena la miró con curiosidad, sonrió y se encogió de hombros.
—Me encantan los niños. Que sea lesbiana no cambia eso.
—Sí, pero mire lo que ha pasado.
—¿Cómo? Mi pareja ha muerto. Habría sido lo mismo que muriera mi marido o mi mujer. El amor es el amor, Yulia, eh, quiero decir, señora Volkova.
—Puedes llamarme Yulia. Fuera como fuese, la ojiazul seguía pensando que había sido una irresponsabilidad por parte de Lena e Irina tener familia.
—Si sigues dándole botes va a volver a vomitar, Yulia —la avisó Lena, sin dejar de partir tomates.
Yulia levantó a Skye por encima de su cabeza y miró hacia arriba.
—Nah, la pitufa no lo volverá a hacer —empezó a decir, pero calló cuando la niña eructó.
Lena hizo una mueca y cogió a Skye; la pelinegra se fue a la habitación hecha una furia.
—A este paso, me voy a quedar sin camisetas.
La cena fue toda una aventura. Tras declarar que «no podía ser tan difícil», Yulia había intentado ayudar a comer al pequeño humanoide y acabó con espaguetis en el suelo, en el vaso de agua y por todo el reloj de pulsera. Y mientras tanto, su propia cena seguía intacta en el plato. Le estaba bien empleado.
—Por favor, no puedo contemplaros más —zanjó Lena, y le cogió la cuchara a Yulia.
Esta se relajó en la silla y fue testigo no solo de cómo aquella mujer embarazada le daba de comer a su hija, sino que se comía su plato al mismo tiempo y lo lograba manteniendo la mesa y la zona circundante libre de salsa de tomate. Muy a su pesar, Yulia se sintió impresionada al verlas reír y comer juntas.
—¿Qué edad tienes, si puedo preguntar? —dijo, dando un sorbo de vino.
—Veintinueve. ¿Y tú?
—Treinta y nueve. ¿Trabajabas en Nuevo México? —se interesó mientras daba cuenta de la deliciosa ensalada, el pan de ajo y la pasta. Al parecer había gente que sí cocinaba y comía en casa.
—No. Bueno, no es exactamente así. Trabajaba a media jornada. Así tenía dinero para contribuir a la casa. Una vecina cuidaba de Skye por las tardes —explicó Lena. De repente, se la veía agotada.
Y entonces dio un salto y se llevó las manos al estómago. Yulia se levantó a toda velocidad y en un abrir y cerrar de ojos estuvo a su lado.
—No puede ser, no sales de cuentas hasta diciembre —gritó, con una nota de pánico.
La pelirroja hizo una mueca y esperó a que la punzada remitiese.
—Solo está un poco revoltosa, nada más. Yulia, relájate, por favor. Nos quedan cuatro meses.
A Yulia se le cayó el alma a los pies. No iba a durar cuatro meses así ni de broma.
***
Después de cenar, Yulia vio que Lena se ponía a recoger la mesa.
—Deja que lo haga yo —se ofreció, y le quitó a la pelirroja el plato de la mano—. ¿Por qué no te sientas?
—Si estás segura... —accedió Lena, pasándole también el tenedor
y el cuchillo.
—Jesús, ¡puedo lavar un plato! —se ofendió Yulia, de camino al fregadero.
—No quería decir...
Yulia la oyó suspirar y salir de la cocina. «Maldita sea», se dijo. Aquello no iba a funcionar. Buscó el lavavajillas con la mirada, pero no lo vio. Al final lo encontró en el armario y torció los labios al darse cuenta de que ni siquiera lo había estrenado. Sin comerlo ni beberlo, se sentía incómoda en su propia casa.
—Esto no va a funcionar —musitó.
Cuando terminó encendió la cafetera, dando gracias porque Lena hubiera incluido café en su lista, y se dedicó a ordenar el resto de las ollas y sartenes. Notó que le tiraban de los pantalones cortos y miró hacia abajo. Skye estaba junto a su pierna.
—Aúpa —le dijo, con los brazos estirados.
—Mira, pitufa. No puedo llevarte en brazos todo el rato —le dijo con voz ronca.
—Aúpa, pofiii —suplicó.
—¿Te quieres pirar ya? —ordenó—. Dios, eres como una garrapata. —Se le escapó un cazo de las manos y se le cayó al suelo—. Mierda.
—¡Yulia! —la riñó Liz de lejos.
La pelinegra se mordió la lengua y le dedicó a Skye una mirada torva, mientras la niña se destornillaba de risa.
—¿Ves lo que has hecho? Anda, fuera.
Lena levantó la mirada cuando Yulia volvió a la sala de estar.
—¿No controlas al hobbit este? Llevaba a Skye enganchada a la pierna, con las piernas y los bracitos haciendo fuerza para no soltarse, y la arrastraba al caminar.
—No es un hobbit, y si tuvieras una pizca de sensibilidad, pensarías que a lo mejor echa de menos a Irina. O a lo mejor, que me aspen si sé por qué, le has caído bien —apuntó Lena con una mueca.
Yulia se puso nerviosa y se dirigió hacia el sofá en donde estaba la pelirroja. Entonces levantó a Skye como si fuera un saco de patatas y se la metió debajo del brazo cogiéndola de la cintura. Skye se partía de risa y agitaba los brazos y las piernas.
—Vale... y esta es otra. ¿Es normal? —preguntó, al tiempo que se acuclillaba y dejaba a la niña en el suelo. Lena asintió fervorosamente.
—Sí, la verdad es que sí. Es muy activa. Seguramente entre tanto grito...
—Yo... yo no he gritado —objetó Yulia, con el ceño fruncido.
—No, pero yo sí. Lo siento. Estoy un poco irritable —dijo Lena, con los dientes apretados.
—Mamá fadada —afirmó Skye, mirando a Yulia.
—No, pastelito. Mamá no está enfadada —suspiró Lena con cansancio.
Yulia se apoyó en el respaldo y se le ocurrió una idea.
—¿Qué te parece si probamos el helado ese que me has hecho
comprar?
A Lena se le iluminaron los ojos y asintió ilusionada. Cuando Yulia se levantó para volver a la cocina, su sombra declaró:
—Skye ayuda a Yula. Y anadeó en pos de ella.
***
Mientras las tres comían helado en el porche delantero, Yulia se dio cuenta de que nunca le había gustado demasiado el helado.
Como pensamiento era bastante absurdo, pero la distrajo de lo que decía Lena.
—Perdón, ¿qué decías? —le preguntó, dispuesta a volver a la conversación.
Lena Katina era una joven muy atractiva. Los verdigrises ojos le relampagueaban a la luz de la vela de cidronela que había encima de la mesa, mientras le iba dando cucharadas de helado a Skye de su propio bol. Casey cabeceó, asombrada: vela de cidronela en lugar de fuego en la chimenea, helado en lugar de Martini. Lena Katina en lugar de...
—Te preguntaba si estabas saliendo con alguien —repitió la pelirroja distraídamente, mientras se reía de las monerías de su hija.
—Oh, no, estoy...
—¿Soltera? Por lo que contaba Irina, tenía la impresión de que se te daban bien las mujeres —comentó Lena, ruborizada.
Los ojos azules de Yulia chispearon, traviesos.
—Tenía razón, así es, y disfruto de la compañía de un par de mujeres. Me gusta la libertad —añadió.
Por primera vez en la vida, se sentía como si tuviera que justificarse, y la sensación no le gustaba nada. Le vino a la cabeza la sonrisa burlona de su abuela.
—Ajá —murmuró Lena, dándole otra cucharada a Skye.
—¿Y qué se supone que significa eso? —se picó Yulia.
—Eso es que todavía no has conocido a la adecuada.
—Por Dios, suenas como mi abuela —replicó sarcásticamente
—.Y como Roger. —Ante la mirada interrogativa de Lena, aclaró
—: Mi abogado y, de cuando en cuando, amigo.
—Ya veo. ¿Le gusta hacerte de conciencia?
—Sí, es bastante molesto.
Lena sonrió y contempló la luna, casi llena, sobre la línea de árboles.
—Entiendo por qué te gusta vivir aquí —exhaló un suspiro reflexivo mientras se balanceaba con Skye en el columpio del porche.
En ese momento, Skye se las apañó para bajar del columpio y caminó como un patito hacia Yulia, que estaba apoyada en la barandilla. Esta la miró y frunció el ceño.
—¿Qué? ¿Otra vez aúpa? —le preguntó desdeñosamente. Skye arrugó la nariz.
—Otaves... —declaró, estirando los brazos.
Sin esfuerzo alguno, Yulia bufó y la cogió en brazos. Skye se abrazó de su cuello, le apoyó la cabeza en el hombro y se puso a jugar con su collar. Lena sonreía de oreja a oreja y Yulia frunció aún más el ceño, pero no dijo nada.
—Le gustas. Supongo que sí que se te dan bien las mujeres, Volkova.
Se levantó con un gemido y Yulia le ofreció la mano para ayudarla a erguirse.
—Dentro de tres meses no será tan fácil —gruñó Lena—. Venga, Skye. A la camita.
Skye se aferró del cuello de Yulia, pero ella la apartó.
—Venga, pitufa. Haz caso a mamá —se descubrió diciendo.
—Dile buenas noches a Yulia, pastelito —susurró Lena al coger a su hija.
—Nanocheees —murmuró la pequeña, dándole un beso a Yulia en la mejilla.
Incluso en la penumbra, Lena vio que a Yulia le subían los colores.
—Buenas noches, pitufa —le deseó, algo incómoda, y sonrió cuando Skye agitó la manita.
Lena entró con ella; entonces se volvió y le sonrió.
—Creo que yo me voy a ir a dormir con ella. Nanocheees, Yula.
Yulia le regaló una sonrisa irónica.
—Eres la monda. Buenas noches.
La pelirroja desapareció en el interior y Skye agitó la mano otra vez. Yulia fue a levantar la mano, pero en el último momento se rascó la cabeza.
Lena sintió la llamada de la naturaleza y bajó de la cama trabajosamente para ir al baño.
—Está durmiendo justo encima de mi vejiga —lamentó, bostezando en alto.
De vuelta, se le ocurrió ir a ver cómo estaba la otra niña, la de la sala de estar. Yulia estaba acostada en el sofá y sus pies a duras penas llegaban al extremo de este.
—Dios, qué pequeña es —murmuró Lena.
Recogió la sábana que había caído al suelo, la tapó con cuidado y la contempló un momento mientras dormía, resistiendo la tentación de recolocarle el mechón que le caía sobre la frente.
Yulia Volkova estaba siendo muy generosa, seguramente porque se sentía culpable. Lena sospechaba que su abogado había tenido mucho que ver. En fin, fuera por el motivo que fuera, Lena se lo agradecía. Cuando tuviera al bebé podría organizarse, conseguir trabajo, buscar una canguro y sacar adelante su vida y a su familia.
En ese momento, pensó en Irina. Puede que no supiera asumir responsabilidades, pero sabía cuidarla muy bien en la cama. Aun así, la intimidad no era lo suyo. No tenía nada que ver con su vida sexual, sino con el tipo de cercanía que Lena siempre había buscado e Irina nunca supo darle. Ansiaba tener a alguien que la abrazara por la noche, sin necesidad de hablar: tan solo de oír latir el corazón de la otra en el silencio.
Respiró hondo. A veces añoraba muchísimo el sexo. Pero al mirar a la casquivana durmiente se dijo: «Tan desesperada no estoy».
CONTINUARÁ...
Lesdrumm- Admin
- Mensajes : 516
Fecha de inscripción : 03/08/2014
Localización : Trapped in some parallel universe
Re: VIENTOS CELESTIALES...UN GIRO DEL DESTINO
Esta genial! Graciassssss
Aleinads- Mensajes : 519
Fecha de inscripción : 14/05/2015
Edad : 35
Localización : Colombia
Re: VIENTOS CELESTIALES...UN GIRO DEL DESTINO
UN GIRO DEL DESTINO
Capítulo 5
Algo le daba golpecitos en la cara y Yulia protestó en sueños y agitó la mano a ciegas. Entonces oyó una risita y abrió los ojos de golpe. Ante ella había una masa de rizos rubios enmarcando una bonita cara soñolienta.
—Hambre —susurró la niña, a escasos milímetros de su nariz.
—Vuelve a la cama —repuso Yulia en voz igual de baja.
Skye frunció el ceño y le tiró del brazo.
—Pofiii —suplicó mientras estiraba.
Yulia rugió, cogió a la niña y se la puso encima de la barriga.
—Decir por favor no siempre sirve para todo, pitufa —quiso explicarle Yulia.
Skye bostezó y se frotó los ojos.
—¿Ves? Todavía estás muerta. Vuelve a la cama —la apremió, pero la niña cayó rendida
sobre su pecho—. No, venga, pitufa. Sin embargo, al mirar hacia abajo, Skye se había metido el pulgar en la boca y tenía los ojos cerrados.
—Mierda —refunfuñó la pelinegra, que también bostezó.
Con cuidado, le sacó a Skye el pulgar de la boca. No sabía nada de ser madre, pero sabía un par de cosas sobre chupar dedos.
Instintivamente, colocó al pequeño monstruo en la parte interior del sofá. Porque, sinceramente, lo último que le hacía falta era tener
que correr a urgencias.
Lena se despertó con un susto de muerte, porque al volverse Skye no estaba. Se anudó
la bata a toda prisa y corrió al pasillo. Entonces se detuvo en seco, perpleja, y sonrió: Yulia estaba estirada en el sofá, tenía a Skye acurrucada contra su pecho y la rodeaba con el brazo en gesto protector. Las dos chiquillas dormían profundamente y la pelirroja trató de no darle vueltas a lo natural que le resultaba la escena. Yulia respiraba acompasadamente y sonreía.
¿O quizá era lo que Lena quería imaginarse?
En fin, al menos podría ducharse en paz... y sola. Por mucho que quisiera a su hija,
atesoraba cada minuto que podía dedicarse a sí misma. Cogió su albornoz y fue a ducharse.
—Ahhh, me encanta —suspiró bajo el relajante chorro de agua caliente.
Por instinto, miró hacia abajo, esperando ver a Skye dentro de la ducha con ella. Mientras
se lavaba el pelo, se rio al pensar en las inocentes preguntas sobre anatomía que solía responder durante las duchas comunitarias. Lena, obediente, siempre contestaba a la niña
de tres años cuando le preguntaba sobre sus pechos, y Skye se había quedado satisfecha cuando le había explicado que tenía la barriguita más grande porque dentro estaba creciendo un hermanito o hermanita. Lo que la dejó helada fue que Skye le preguntara sobre el «pelo» que tenía entre las piernas. Lena había intentado explicarle los conceptos de vello púbico y adolescencia mientras el agua empezaba a enfriarse y todavía recordaba la cara de total
incomprensión de su hija.
—Mamá, ¡pelo! —había insistido ella.
Y Lena había dado su brazo a torcer.
—Tienes razón, pastelito.
En el presente, la pelirroja se rio de buena gana y empezó a aclararse el pelo.
—Ay, mi pequeña Skye.
Se quedó en la ducha un par de minutos más, para disfrutar de la paz y la tranquilidad.
Luego cerró el grifo y oyó que llamaban a la puerta.
—Mamá, caca.
Lena rio de nuevo, se puso el albornoz y abrió la puerta. Skye tenía las piernas cruzadas y
cara de sueño.
—Buenos días, pastelito. Eres una niña muy buena. ¿Has...?
Skye anadeó hacia el váter y levantó la tapa.
Yulia percibió el aroma a café y sonrió en sueños. Entonces volvió a notar que le tocaban la cara y al abrir los ojos se encontró con la misma masa de rizos desordenados de antes intentando tirarle del párpado.
—¡Ariba! —insistió el hobbit.
—¿Ya has hecho caca? —farfulló Yulia.
—Mmm, ariba —repitió Skye.
—No, arriba tú —replicó la pelinegra, y empezó a hacerle cosquillas.
Skye soltó una risita y luego una de aquellas carcajadas infantiles tan contagiosas que surgen de la inocencia más pura. Yulia se rio con ella y, al levantar la mirada, vio que Lena las observaba con una sonrisita burlona y los brazos en jarras.
—Buenos días, Yula —la saludó lacónicamente.
Yulia carraspeó y se sentó derecha. Skye se le subió a la espalda sin dejar de reír.
—Quítame al bicho de encima, ¿quieres? —se quejó.
Se puso de pie con Skye colgada del cuello y con las piernecitas alrededor de su cintura como buenamente podía.
—Parezco Cuasimodo, joder.
—¡Joer! —repitió Skye.
Lena le lanzó a Yulia una mirada furibunda y esta se puso colorada. Entonces cogió a su
hija y fue a la cocina.
—El desayuno estará listo dentro de unos minutos.
La ojiazul arrugó la frente; volvía a sentirse fuera de lugar en su propia casa. Lena vio la
cara que ponía y volvió enseguida.
—Lo... lo siento. He pensado que podía preparar el desayuno para las tres. Skye tiene que comer.
Yulia se pasó la mano por el pelo y le hizo un gesto para que no se preocupara.
—Es que no estoy acostumbrada a tener a alguien por aquí que mida unos centímetros mas del metro sesenta —confesó.
Lena se ruborizó y disimuló una sonrisa. Las dos se miraron a los ojos unos segundos hasta que alguien empezó a golpear los cubiertos contra la mesa y rompió el silencio.
—Parece que la pitufa tiene hambre —observó Yulia.
Lena no estaba segura de si bromeaba o se burlaba de ella, pero optó por ir a la cocina cuando la pelinegra desapareció por el pasillo.
—¿Tienes hambre, cariño? ¿Te apetecen unos huevos?
Yulia entró en la ducha y soltó un grito. No quedaba agua caliente y se dio la ducha más rápida de su vida. Al secarse con la toalla, no pudo evitar imaginarse a Lena haciendo lo mismo pocos minutos antes y sacudió la cabeza para sacarse la imagen de la
mente.
—Por amor de Dios, Volkova, que está embarazada —se riñó.
Tanto Lena como Skye la miraron cuanto entró en la cocina con un largo albornoz.
—Voy a nadar. Vuelvo enseguida.
—Skye nada —exclamó enseguida la pequeña, e intentó bajar de la silla, pero la pelirroja la hizo sentarse de nuevo—. Mamá, ¡Skye nada! —insistió, forcejando contra su madre, que miró a Yulia.
Esta se mordió el labio, seguramente para no reír.
—Es un gremlin de lo más revoltoso.
Con Lena aún tratando de controlarla, Yulia se acercó a Skye, la niña levantó la cabecita y se miraron a los ojos.
—Hacemos una cosa, pitufa. Primero acaba de desayunar.
Luego te llevaré a nadar. ¿Trato hecho? —propuso, estirando la mano. Skye rio y Yulia le cogió la manita y se la estrechó—.¿Trato hecho o no? —preguntó de nuevo.
—Tato hecho —rio Skye, y la pelinegra le sacudió la mano otra vez.
—Pero te tienes que comer todo el desayuno —le recordó Yulia con firmeza. Con una última y vigorosa sacudida, la soltó.
Se volvió hacia Lena con una mueca de arrogancia y no escondió la mirada de superioridad. Sin perder la sonrisa, mas sin decir palabra, Yulia salió de la casa. Lena la fulminó con la mirada hasta que desapareció y luego se puso seria con su hija, que la
contemplaba con sus inocentes ojos verdigrises.
—¿Mamá fadada? Lena se echó a reír y le dio un beso.
—No, mamá no está enfadada. Es solo que a Yula se le dan
muy bien las mujeres. La muy creída... Seguro que ahora se cree que le van a dar el título de Madre del Año.
Lena las contempló desde el porche y musitó un irónico «Ay, Yula» cuando Skye se soltó
de su mano y se escapó hacia la playa.
—¡Eh! —le gritó Yulia a la alegre Skye mientras le cortaba el paso.
Era para verlas: la pequeña y esbelta mujer persiguiendo a... ¿cómo la llamaba? Ah, sí, hobbit. Pues el hobbit estaba ganando.
—Le ruego que no mate a mi hija, señora Volkova —le gritó la pelirroja desde su asiento a la sombra, en donde bebía plácidamente un vaso de té helado a sorbitos.
La pelienegra la miró un segundo, furiosa, y enseguida volvió a buscar a la niña, que iba directa a la orilla desternillándose de risa. Yulia echó a correr, la atrapó en dos zancadas y la levantó por la parte de atrás del bañador. El mini saco de patatas lanzó un grito de indignación, con los brazos y las piernas colgando.
—¡Skye nada!
Incluso desde el porche, Lena atisbó la sonrisa diabólica de Yulia.
—Yulia Volkova, ni se te ocurra.
La pelinegra gimió, desilusionada, y entró en el agua con Skye en brazos. Se pasaron una
hora jugando y pasándolo bien en la playa.
Yulia subió a Skye en una balsa de goma y la paseó por la zona poco profunda.
Por supuesto, Skye saltó y Yulia tuvo que arreglárselas para que la niña, encantada con la diversión, no se ahogara.
—Yula —llamó Skye, y señaló la superficie del agua.
En la zona menos profunda había un banco de peces junto a una roca. —Peses.
la pelinegra se rio.
—Sí, son pececitos. Crecen y se hacen grandes. Te enseñaré a cogerlos.
—Tero peses —afirmó Skye, que empezó a dar palmadas y salpicar en el agua sin parar
de reír.
Los peces salieron disparados en todas direcciones. Cuando acabaron de jugar y salieron
del agua, Lena se dio cuentade lo verdaderamente atractiva que era Yulia Volkova. Unas piernas bien torneadas, pensó Lena. Estaba en forma. Se había puesto un discreto bañador
de una pieza y, de alguna manera, Lena sabía que lo había hecho por Skye y por ella.
—Seguramente nada desnuda con sus mujeres. Las solteras y no embarazadas —se dijo
con algo de melancolía.
Skye estaba rebozada de arena y Yulia también.
—Tu hija no le tiene miedo a nada —comentó al llegar al porche seguida de Skye. La pelinegra cogió una toalla—. Tengo arena en partes del cuerpo que ni sabía que existían.
Skye echó a correr hacia su madre.
—Mamá, Skye nada. ¡He vito peses! —exclamó.
Lena la envolvió en una toalla y le dio un fuerte abrazo.
—Ya te he visto. Estoy muy orgullosa de ti, lo has hecho muy
bien, pastelito —le aseguró cariñosamente—. ¿Te han gustado los
peces?
Skye asintió enfáticamente y Lena se rio y le susurró algo al oído. Skye asintió y fue con
Yulia dando tumbos.
—¿Sí? —le preguntó Yulia, sonriendo.
—Gracias, Yula —murmuró la niña.
La pelienegra se sonrojó, porque no estaba acostumbrada a aquellas cosas. Tosió y evitó mirar a Lena a la cara.
—De nada, pitufa.
Skye estiró los brazos hacia Yulia, que se agachó. Entonces el medio moco le plantó un beso en los labios y le dio una palmada en las mejillas.
Esa noche, cuando Skye estaba ya en la cama, Lena y Yulia salieron al porche a disfrutar de
la cálida noche veraniega.
—Tengo que irme a Chicago unos cuantos días. He acabado la última canción y estaré en
el estudio. Espero no estar fuera mucho tiempo. Le he pedido a Marge que se pase de
vez en cuando. Vive a menos de un kilómetro, al otro lado del lago. Por si acaso. Yo estaré
en mi apartamento de la ciudad. El número está al lado del teléfono y también tienes
mi móvil, por si necesitas cualquier cosa. Puedes llamarme cuando quieras —terminó, azorada. Lena le sonrió afectuosamente.
—Gracias. No quiero ser una molestia mayor de lo que ya lo soy. Te agradezco sinceramente todo lo que has hecho hasta ahora —le dijo en voz queda.
—Bueno, sé que he estado un poco borde e irritable y lo siento. No estoy acostumbrada a la compañía, bueno... siempre he estado sola y... —se interrumpió, a sabiendas de que parecía idiota.
—Ya lo sé. Esto es un cambio para las dos, Yulia. Yo no quería marcharme de Nuevo México. No quería reconocer que no podía arreglármelas sola. Pero tengo a Skye y dentro de tres meses o así... Bueno, a veces el orgullo pasa a un segundo plano. Solo quiero lo mejor para nosotras —admitió, acariciándose el vientre.
Yulia la estudió con curiosidad.
—¿Qué se siente?
Lena posó los ojos en ella y enarcó una ceja.
—Bueno, es inquietante saber que un ser humano está creciendo dentro de ti. A veces me siento como en la película esa, Alien —contestó.
Yulia se rio desde el fondo de la garganta y a Lena le pareció que tenía una risa muy agradable. Le cambiaba la cara y la hacía todavía más atractiva. Sin embargo, se apresuró a echar el freno a aquellos pensamientos.
—Pero es un milagro. ¿Sinceramente? Al principio una parte de mí esperaba que la inseminación no funcionara.
—¿Por qué? —quiso saber la pelinegra, que se echó hacia delante en el asiento.
—Porque justo después de inseminarme le diagnosticaron el cáncer a Irina. No quiero
parecer egoísta, pero en lo primero en que pensé cuando se me pasó el susto de la noticia fue en el embarazo.
Reinó el silencio un segundo, durante el cual la pelirroja trató de descifrar en qué pensaba Yulia. Tenía el ceño fruncido y la vista fija en la oscuridad, así que Lena no sabía qué decir.
—¿Irina no había ido al médico antes? No me creo que no lo supiera o que tú no notaras
que había algún cambio.
El tono de sospecha era evidente y Lena se encendió de nuevo. Ya no sabía si eran las hormonas o la arrogancia de aquella mujer lo que la sacaba de quicio.
—Irina siempre había estado muy sana. Debes de recordarlo.
Yulia miró a Lena fijamente y esta le sostuvo la mirada, igual de retadora.
—Me acuerdo muy bien de Irina. Y sí, estaba muy en forma.
—Bueno, yo no soy médica, pero el tipo de cáncer que tenía era...
Pero Lena calló, porque de repente ya no le apetecía hablar del tema. Se acarició la barriga otra vez para templar los nervios y empezó a respirar lenta y acompasadamente: inspirar y expirar, inspirar y expirar. La ojiazul la observó, desconcertada.
—Mi médico de Nuevo México me recomendó respirar hondo cuando noto que me estreso.
Yulia asintió, aún ceñuda.
—¿Y crees que soy yo la que te estreso?
Lena pestañeó varias veces.
—No, la situación ya es estresante de por sí. Tú no has hecho nada para empeorarlo, aunque me gustaría que dejaras de hablar como si me acusaras de algo —replicó la pelirroja, subiendo el tono a medida que hablaba.
—Yo no estoy acusando a nadie —se defendió Yulia.
Iba a decir algo más, pero se lo pensó mejor y fue Lena la que habló.
—Oye, siento mucho todo esto. Créeme, ojalá tuviera algún sitio adonde ir. Debería haberme quedado en Albuquerque —dijo, sin dejar de respirar profundamente.
—Bueno, es un poco tarde para eso —replicó Yulia, frotándose la cara en gesto de exasperación—. No entiendo...
Lena ladeó la cabeza y esperó a que acabara, pero cuando Yulia no continuó, la pelirroja la animó tan tranquilamente como pudo.
—¿Qué es lo que no entiendes?
—Nada.
—Yulia, van a ser cuatro meses muy largos si no podemos ser
sinceras la una con la otra. Dime lo que te ronda por la cabeza, por favor.
—Eh... supongo que sencillamente fue mala suerte. La inseminación y justo después enterarse de que a Irina la estaba devorando el cáncer.
Lena la miró con escepticismo.
—Me da la impresión de que hay algo que no me estás diciendo.
Entonces contempló la luz de la luna reflejada en el lago.
—Te agradezco que me ayudes. Te lo agradezco por mi familia.
Dicho aquello, se levantó y abrió la puerta de tela metálica.
Cuando miró atrás, Yulia seguía con el ceño fruncido, y negó con la cabeza.
—Si algún día quieres decirme lo que piensas, te escucharé encantada. Sé que vamos a ser
una extraña pareja estos meses, pero espero que al menos podamos llevarnos bien. No esperó a oír si Yulia respondía, sino que entró en la sala de estar a oscuras y se dirigió al dormitorio. Tras la puerta cerrada, hizo lo que pudo por contener las lágrimas de enfado y frustración.
CONTINUARÁ...
Capítulo 5
Algo le daba golpecitos en la cara y Yulia protestó en sueños y agitó la mano a ciegas. Entonces oyó una risita y abrió los ojos de golpe. Ante ella había una masa de rizos rubios enmarcando una bonita cara soñolienta.
—Hambre —susurró la niña, a escasos milímetros de su nariz.
—Vuelve a la cama —repuso Yulia en voz igual de baja.
Skye frunció el ceño y le tiró del brazo.
—Pofiii —suplicó mientras estiraba.
Yulia rugió, cogió a la niña y se la puso encima de la barriga.
—Decir por favor no siempre sirve para todo, pitufa —quiso explicarle Yulia.
Skye bostezó y se frotó los ojos.
—¿Ves? Todavía estás muerta. Vuelve a la cama —la apremió, pero la niña cayó rendida
sobre su pecho—. No, venga, pitufa. Sin embargo, al mirar hacia abajo, Skye se había metido el pulgar en la boca y tenía los ojos cerrados.
—Mierda —refunfuñó la pelinegra, que también bostezó.
Con cuidado, le sacó a Skye el pulgar de la boca. No sabía nada de ser madre, pero sabía un par de cosas sobre chupar dedos.
Instintivamente, colocó al pequeño monstruo en la parte interior del sofá. Porque, sinceramente, lo último que le hacía falta era tener
que correr a urgencias.
Lena se despertó con un susto de muerte, porque al volverse Skye no estaba. Se anudó
la bata a toda prisa y corrió al pasillo. Entonces se detuvo en seco, perpleja, y sonrió: Yulia estaba estirada en el sofá, tenía a Skye acurrucada contra su pecho y la rodeaba con el brazo en gesto protector. Las dos chiquillas dormían profundamente y la pelirroja trató de no darle vueltas a lo natural que le resultaba la escena. Yulia respiraba acompasadamente y sonreía.
¿O quizá era lo que Lena quería imaginarse?
En fin, al menos podría ducharse en paz... y sola. Por mucho que quisiera a su hija,
atesoraba cada minuto que podía dedicarse a sí misma. Cogió su albornoz y fue a ducharse.
—Ahhh, me encanta —suspiró bajo el relajante chorro de agua caliente.
Por instinto, miró hacia abajo, esperando ver a Skye dentro de la ducha con ella. Mientras
se lavaba el pelo, se rio al pensar en las inocentes preguntas sobre anatomía que solía responder durante las duchas comunitarias. Lena, obediente, siempre contestaba a la niña
de tres años cuando le preguntaba sobre sus pechos, y Skye se había quedado satisfecha cuando le había explicado que tenía la barriguita más grande porque dentro estaba creciendo un hermanito o hermanita. Lo que la dejó helada fue que Skye le preguntara sobre el «pelo» que tenía entre las piernas. Lena había intentado explicarle los conceptos de vello púbico y adolescencia mientras el agua empezaba a enfriarse y todavía recordaba la cara de total
incomprensión de su hija.
—Mamá, ¡pelo! —había insistido ella.
Y Lena había dado su brazo a torcer.
—Tienes razón, pastelito.
En el presente, la pelirroja se rio de buena gana y empezó a aclararse el pelo.
—Ay, mi pequeña Skye.
Se quedó en la ducha un par de minutos más, para disfrutar de la paz y la tranquilidad.
Luego cerró el grifo y oyó que llamaban a la puerta.
—Mamá, caca.
Lena rio de nuevo, se puso el albornoz y abrió la puerta. Skye tenía las piernas cruzadas y
cara de sueño.
—Buenos días, pastelito. Eres una niña muy buena. ¿Has...?
Skye anadeó hacia el váter y levantó la tapa.
Yulia percibió el aroma a café y sonrió en sueños. Entonces volvió a notar que le tocaban la cara y al abrir los ojos se encontró con la misma masa de rizos desordenados de antes intentando tirarle del párpado.
—¡Ariba! —insistió el hobbit.
—¿Ya has hecho caca? —farfulló Yulia.
—Mmm, ariba —repitió Skye.
—No, arriba tú —replicó la pelinegra, y empezó a hacerle cosquillas.
Skye soltó una risita y luego una de aquellas carcajadas infantiles tan contagiosas que surgen de la inocencia más pura. Yulia se rio con ella y, al levantar la mirada, vio que Lena las observaba con una sonrisita burlona y los brazos en jarras.
—Buenos días, Yula —la saludó lacónicamente.
Yulia carraspeó y se sentó derecha. Skye se le subió a la espalda sin dejar de reír.
—Quítame al bicho de encima, ¿quieres? —se quejó.
Se puso de pie con Skye colgada del cuello y con las piernecitas alrededor de su cintura como buenamente podía.
—Parezco Cuasimodo, joder.
—¡Joer! —repitió Skye.
Lena le lanzó a Yulia una mirada furibunda y esta se puso colorada. Entonces cogió a su
hija y fue a la cocina.
—El desayuno estará listo dentro de unos minutos.
La ojiazul arrugó la frente; volvía a sentirse fuera de lugar en su propia casa. Lena vio la
cara que ponía y volvió enseguida.
—Lo... lo siento. He pensado que podía preparar el desayuno para las tres. Skye tiene que comer.
Yulia se pasó la mano por el pelo y le hizo un gesto para que no se preocupara.
—Es que no estoy acostumbrada a tener a alguien por aquí que mida unos centímetros mas del metro sesenta —confesó.
Lena se ruborizó y disimuló una sonrisa. Las dos se miraron a los ojos unos segundos hasta que alguien empezó a golpear los cubiertos contra la mesa y rompió el silencio.
—Parece que la pitufa tiene hambre —observó Yulia.
Lena no estaba segura de si bromeaba o se burlaba de ella, pero optó por ir a la cocina cuando la pelinegra desapareció por el pasillo.
—¿Tienes hambre, cariño? ¿Te apetecen unos huevos?
Yulia entró en la ducha y soltó un grito. No quedaba agua caliente y se dio la ducha más rápida de su vida. Al secarse con la toalla, no pudo evitar imaginarse a Lena haciendo lo mismo pocos minutos antes y sacudió la cabeza para sacarse la imagen de la
mente.
—Por amor de Dios, Volkova, que está embarazada —se riñó.
Tanto Lena como Skye la miraron cuanto entró en la cocina con un largo albornoz.
—Voy a nadar. Vuelvo enseguida.
—Skye nada —exclamó enseguida la pequeña, e intentó bajar de la silla, pero la pelirroja la hizo sentarse de nuevo—. Mamá, ¡Skye nada! —insistió, forcejando contra su madre, que miró a Yulia.
Esta se mordió el labio, seguramente para no reír.
—Es un gremlin de lo más revoltoso.
Con Lena aún tratando de controlarla, Yulia se acercó a Skye, la niña levantó la cabecita y se miraron a los ojos.
—Hacemos una cosa, pitufa. Primero acaba de desayunar.
Luego te llevaré a nadar. ¿Trato hecho? —propuso, estirando la mano. Skye rio y Yulia le cogió la manita y se la estrechó—.¿Trato hecho o no? —preguntó de nuevo.
—Tato hecho —rio Skye, y la pelinegra le sacudió la mano otra vez.
—Pero te tienes que comer todo el desayuno —le recordó Yulia con firmeza. Con una última y vigorosa sacudida, la soltó.
Se volvió hacia Lena con una mueca de arrogancia y no escondió la mirada de superioridad. Sin perder la sonrisa, mas sin decir palabra, Yulia salió de la casa. Lena la fulminó con la mirada hasta que desapareció y luego se puso seria con su hija, que la
contemplaba con sus inocentes ojos verdigrises.
—¿Mamá fadada? Lena se echó a reír y le dio un beso.
—No, mamá no está enfadada. Es solo que a Yula se le dan
muy bien las mujeres. La muy creída... Seguro que ahora se cree que le van a dar el título de Madre del Año.
Lena las contempló desde el porche y musitó un irónico «Ay, Yula» cuando Skye se soltó
de su mano y se escapó hacia la playa.
—¡Eh! —le gritó Yulia a la alegre Skye mientras le cortaba el paso.
Era para verlas: la pequeña y esbelta mujer persiguiendo a... ¿cómo la llamaba? Ah, sí, hobbit. Pues el hobbit estaba ganando.
—Le ruego que no mate a mi hija, señora Volkova —le gritó la pelirroja desde su asiento a la sombra, en donde bebía plácidamente un vaso de té helado a sorbitos.
La pelienegra la miró un segundo, furiosa, y enseguida volvió a buscar a la niña, que iba directa a la orilla desternillándose de risa. Yulia echó a correr, la atrapó en dos zancadas y la levantó por la parte de atrás del bañador. El mini saco de patatas lanzó un grito de indignación, con los brazos y las piernas colgando.
—¡Skye nada!
Incluso desde el porche, Lena atisbó la sonrisa diabólica de Yulia.
—Yulia Volkova, ni se te ocurra.
La pelinegra gimió, desilusionada, y entró en el agua con Skye en brazos. Se pasaron una
hora jugando y pasándolo bien en la playa.
Yulia subió a Skye en una balsa de goma y la paseó por la zona poco profunda.
Por supuesto, Skye saltó y Yulia tuvo que arreglárselas para que la niña, encantada con la diversión, no se ahogara.
—Yula —llamó Skye, y señaló la superficie del agua.
En la zona menos profunda había un banco de peces junto a una roca. —Peses.
la pelinegra se rio.
—Sí, son pececitos. Crecen y se hacen grandes. Te enseñaré a cogerlos.
—Tero peses —afirmó Skye, que empezó a dar palmadas y salpicar en el agua sin parar
de reír.
Los peces salieron disparados en todas direcciones. Cuando acabaron de jugar y salieron
del agua, Lena se dio cuentade lo verdaderamente atractiva que era Yulia Volkova. Unas piernas bien torneadas, pensó Lena. Estaba en forma. Se había puesto un discreto bañador
de una pieza y, de alguna manera, Lena sabía que lo había hecho por Skye y por ella.
—Seguramente nada desnuda con sus mujeres. Las solteras y no embarazadas —se dijo
con algo de melancolía.
Skye estaba rebozada de arena y Yulia también.
—Tu hija no le tiene miedo a nada —comentó al llegar al porche seguida de Skye. La pelinegra cogió una toalla—. Tengo arena en partes del cuerpo que ni sabía que existían.
Skye echó a correr hacia su madre.
—Mamá, Skye nada. ¡He vito peses! —exclamó.
Lena la envolvió en una toalla y le dio un fuerte abrazo.
—Ya te he visto. Estoy muy orgullosa de ti, lo has hecho muy
bien, pastelito —le aseguró cariñosamente—. ¿Te han gustado los
peces?
Skye asintió enfáticamente y Lena se rio y le susurró algo al oído. Skye asintió y fue con
Yulia dando tumbos.
—¿Sí? —le preguntó Yulia, sonriendo.
—Gracias, Yula —murmuró la niña.
La pelienegra se sonrojó, porque no estaba acostumbrada a aquellas cosas. Tosió y evitó mirar a Lena a la cara.
—De nada, pitufa.
Skye estiró los brazos hacia Yulia, que se agachó. Entonces el medio moco le plantó un beso en los labios y le dio una palmada en las mejillas.
Esa noche, cuando Skye estaba ya en la cama, Lena y Yulia salieron al porche a disfrutar de
la cálida noche veraniega.
—Tengo que irme a Chicago unos cuantos días. He acabado la última canción y estaré en
el estudio. Espero no estar fuera mucho tiempo. Le he pedido a Marge que se pase de
vez en cuando. Vive a menos de un kilómetro, al otro lado del lago. Por si acaso. Yo estaré
en mi apartamento de la ciudad. El número está al lado del teléfono y también tienes
mi móvil, por si necesitas cualquier cosa. Puedes llamarme cuando quieras —terminó, azorada. Lena le sonrió afectuosamente.
—Gracias. No quiero ser una molestia mayor de lo que ya lo soy. Te agradezco sinceramente todo lo que has hecho hasta ahora —le dijo en voz queda.
—Bueno, sé que he estado un poco borde e irritable y lo siento. No estoy acostumbrada a la compañía, bueno... siempre he estado sola y... —se interrumpió, a sabiendas de que parecía idiota.
—Ya lo sé. Esto es un cambio para las dos, Yulia. Yo no quería marcharme de Nuevo México. No quería reconocer que no podía arreglármelas sola. Pero tengo a Skye y dentro de tres meses o así... Bueno, a veces el orgullo pasa a un segundo plano. Solo quiero lo mejor para nosotras —admitió, acariciándose el vientre.
Yulia la estudió con curiosidad.
—¿Qué se siente?
Lena posó los ojos en ella y enarcó una ceja.
—Bueno, es inquietante saber que un ser humano está creciendo dentro de ti. A veces me siento como en la película esa, Alien —contestó.
Yulia se rio desde el fondo de la garganta y a Lena le pareció que tenía una risa muy agradable. Le cambiaba la cara y la hacía todavía más atractiva. Sin embargo, se apresuró a echar el freno a aquellos pensamientos.
—Pero es un milagro. ¿Sinceramente? Al principio una parte de mí esperaba que la inseminación no funcionara.
—¿Por qué? —quiso saber la pelinegra, que se echó hacia delante en el asiento.
—Porque justo después de inseminarme le diagnosticaron el cáncer a Irina. No quiero
parecer egoísta, pero en lo primero en que pensé cuando se me pasó el susto de la noticia fue en el embarazo.
Reinó el silencio un segundo, durante el cual la pelirroja trató de descifrar en qué pensaba Yulia. Tenía el ceño fruncido y la vista fija en la oscuridad, así que Lena no sabía qué decir.
—¿Irina no había ido al médico antes? No me creo que no lo supiera o que tú no notaras
que había algún cambio.
El tono de sospecha era evidente y Lena se encendió de nuevo. Ya no sabía si eran las hormonas o la arrogancia de aquella mujer lo que la sacaba de quicio.
—Irina siempre había estado muy sana. Debes de recordarlo.
Yulia miró a Lena fijamente y esta le sostuvo la mirada, igual de retadora.
—Me acuerdo muy bien de Irina. Y sí, estaba muy en forma.
—Bueno, yo no soy médica, pero el tipo de cáncer que tenía era...
Pero Lena calló, porque de repente ya no le apetecía hablar del tema. Se acarició la barriga otra vez para templar los nervios y empezó a respirar lenta y acompasadamente: inspirar y expirar, inspirar y expirar. La ojiazul la observó, desconcertada.
—Mi médico de Nuevo México me recomendó respirar hondo cuando noto que me estreso.
Yulia asintió, aún ceñuda.
—¿Y crees que soy yo la que te estreso?
Lena pestañeó varias veces.
—No, la situación ya es estresante de por sí. Tú no has hecho nada para empeorarlo, aunque me gustaría que dejaras de hablar como si me acusaras de algo —replicó la pelirroja, subiendo el tono a medida que hablaba.
—Yo no estoy acusando a nadie —se defendió Yulia.
Iba a decir algo más, pero se lo pensó mejor y fue Lena la que habló.
—Oye, siento mucho todo esto. Créeme, ojalá tuviera algún sitio adonde ir. Debería haberme quedado en Albuquerque —dijo, sin dejar de respirar profundamente.
—Bueno, es un poco tarde para eso —replicó Yulia, frotándose la cara en gesto de exasperación—. No entiendo...
Lena ladeó la cabeza y esperó a que acabara, pero cuando Yulia no continuó, la pelirroja la animó tan tranquilamente como pudo.
—¿Qué es lo que no entiendes?
—Nada.
—Yulia, van a ser cuatro meses muy largos si no podemos ser
sinceras la una con la otra. Dime lo que te ronda por la cabeza, por favor.
—Eh... supongo que sencillamente fue mala suerte. La inseminación y justo después enterarse de que a Irina la estaba devorando el cáncer.
Lena la miró con escepticismo.
—Me da la impresión de que hay algo que no me estás diciendo.
Entonces contempló la luz de la luna reflejada en el lago.
—Te agradezco que me ayudes. Te lo agradezco por mi familia.
Dicho aquello, se levantó y abrió la puerta de tela metálica.
Cuando miró atrás, Yulia seguía con el ceño fruncido, y negó con la cabeza.
—Si algún día quieres decirme lo que piensas, te escucharé encantada. Sé que vamos a ser
una extraña pareja estos meses, pero espero que al menos podamos llevarnos bien. No esperó a oír si Yulia respondía, sino que entró en la sala de estar a oscuras y se dirigió al dormitorio. Tras la puerta cerrada, hizo lo que pudo por contener las lágrimas de enfado y frustración.
CONTINUARÁ...
Última edición por Nichya el 7/23/2015, 6:34 am, editado 1 vez
Lesdrumm- Admin
- Mensajes : 516
Fecha de inscripción : 03/08/2014
Localización : Trapped in some parallel universe
Re: VIENTOS CELESTIALES...UN GIRO DEL DESTINO
Muy bueno !! Gracias
Kano chan- Mensajes : 296
Fecha de inscripción : 08/05/2015
Edad : 31
Re: VIENTOS CELESTIALES...UN GIRO DEL DESTINO
Yo comentó en todos lados xD, es que en verdad me gusta mucho este fic, mucho!!!!
Re: VIENTOS CELESTIALES...UN GIRO DEL DESTINO
UN GIRO DEL DESTINO
Capítulo 6
A la mañana siguiente, Lena estaba sentada con Skye en la cocina y vigilaba a su hija mientras esta hacía un desastre con las tortitas.
Yulia estaba estudiando sus partituras en el piano. Apenas se habían dado los buenos días.
—Te llamaré.
—¿Tienes que salir tan temprano? —le preguntó Lena, al tiempo que le limpiaba la boca, las manos, los codos y las rodillas gordezuelas a Skye. ¿Cómo había llegado el sirope hasta allí? Ni idea.
—Bueno, tengo que reunirme con Niles, que estará en el estudio a las cuatro. Luego tengo un... compromiso para cenar. Mañana me pasaré todo el día en el estudio y pasado también—explicó Yulia, y metió las partituras en su maletín de piel.
Lena se dio cuenta de que Skye no le quitaba ojo de encima a Yulia, y en cuanto la vio coger las llaves intentó bajar de la silla.
—Skye con Yula...
Lena tuvo que forcejear con ella para que se quedara sentada.
—No, pastelito. Yulia tiene que irse a trabajar —le explicó la pelirroja.
Skye hizo un puchero y Yulia se quedó mirándola, sin saber qué hacer.
—No pasa nada, Yulia —la tranquilizó Lena, con una sonrisa—.Vete.
—¡Con Yula! —gimoteó Skye, que agachó la cabecita y rompió a llorar.
Yulia dejó el maletín en el suelo e hizo una mueca, mirando a Lena con expresión suplicante. Skye no estaba chillando ni se había puesto histérica, pero se la veía desolada. La pianista se acercó a la silla y se agachó.
—Oye, pitufa —le dijo.
Lena esbozó una cálida sonrisa ante la ternura que Yulia le demostraba a su hija.
—No, tambén voy —insistió la niña, con la cabeza apoyada en la mesa.
Yulia torció el gesto, le puso la mano entre los rizos dorados y le acarició el pelo con cierta incomodidad.
—No estés triste, por favor. Volveré muy pronto. Y entonces iremos a nadar y a comer perritos calientes.
Skye levantó la cabeza, con las mejillas arreboladas y húmedas por el llanto. Yulia parecía conmocionada y Lena habría jurado que se le escapaba una lágrima.
—¿Lo prometes? —preguntó Skye, sorbiendo el llanto.
—Claro que sí. Hasta te traeré un regalo —afirmó Yulia, pese al gesto de negación de la pelirroja—. ¿Trato hecho? —propuso, extendiendo la mano.
Skye dejó escapar una risita, le puso la manita sobre la palma a Yulia y la sacudió.
—Tato hecho —rio de nuevo y se le abrazó del cuello.
—Vale, me estás estrangulando —murmuró la pelinegra, algo avergonzada. Skye la soltó.
—Besito —pidió. Yulia pestañeó—. Pofiii.
La pelinegra esbozó una sonrisa recelosa.
—Como todas las mujeres que han pasado por mi vida. Se inclinó y la besó en la mejilla.
—Pórtate bien con mamá —le ordenó, en un claro intento de sonar firme a pesar de la sonrisa de la pelirroja.
—Buen viaje —le deseó Lena, que se pasó los dedos por el pelo y la miró a los azules ojos.
—Gracias —repuso Yulia—. Oye, siento lo de anoche. Todo esto es muy raro y supongo que aún estoy intentando hacerme a la idea.
Sonaba insegura, pero aun así Lena creyó notar que Yulia tenía algo en mente.
—Nos va a costar adaptarnos a todas, Yulia.
—Mamá, besito a Yula, que se va —ordenó Skye desde la silla. Lena abrió algo más los ojos
y notó que le subían los colores. Con una risita nerviosa, se apartó de Yulia y se sentó con su hija.
—Acábate el desayuno.
—Ya toy, mamá.
Lena vio que, en efecto, el plato de Skye estaba vacío, pero no fue capaz de mirar a Yulia. Eso sí, la oyó reírse al salir.
—Adiós, señoritas —se despidió por encima del hombro—.Hasta dentro de unos días. No le prendáis fuego a la casa.
Cuando oyó que se cerraba la puerta, Lena hundió el rostro entre las temblorosas manos.
Sentada en el estudio con los cascos puestos, Yulia escuchaba la grabación. Meneó la cabeza, airada.
—¡No, no, no! —rugió, y se quitó los cascos—. Niles, ven aquí, porfi... por favor.
Niles entró en el estudio, se pasó la mano por el rubio cabello y habló en tono paciente.
—¿El segundo estribillo, verdad?
—Sí, es demasiado rápido y los bronces están muy altos. ¿Podemos volver a traerlos para grabar otra vez?
—Claro, está previsto que vengan mañana por la mañana y los tendrás todo el día. Pero los productores quieren el trabajo para ayer —la advirtió.
—Lo sé. Echó un vistazo a su reloj de pulsera: eran las cuatro y media y Skye ya debía de haberse levantado de la siesta. De repente deseaba estar allí y llevar al pequeño hobbit a nadar. Se le escapó una carcajada y Niles la miró con desconfianza.
—¿Estás bien? Normalmente, cuando el director la jode tanto con la orquesta te pones echa una furia —observó.
—Es que me ha venido algo agradable a la cabeza.
—¿Ah, sí?
Yulia arqueó la ceja al detectar la incredulidad en el tono de Niles. Su amigo estaba apoyado en el escritorio, con los brazos cruzados.
—¿Y qué es lo que te ha venido a la cabeza?
Al recordar los ojos verdigrises de Lena Katina, se le aceleró el pulso un momento.
—¿En qué diantres estás pensando? Te has sonrojado —la informó Niles—. Como no me lo digas...
—Nos vemos mañana.
—¿Has quedado con algún bombón?
La pelinegra se despidió con un gesto de la mano.
—Buenas noches, Niles —le dijo. Y cerró la puerta de un portazo.
—Dios, te he echado de menos —ronroneó Suzette en cuanto puso un pie en el apartamento de Yulia. Le rodeó el cuello con los brazos y la besó apasionadamente—. Mmm, qué bien sabes —murmuró contra sus labios.
—Es la pasta de dientes —contestó Yulia, cuyos ojos azules relampagueaban, divertido —. Adelante.
Yulia se apartó para dejarla entrar, pero Suzette la atrajo de vuelta y empezó a desabrocharle la camisa. Con las cejas levantadas, la pelinegra le permitió desnudarla.
—O podemos follar en el recibidor.
Al final lograron llegar al dormitorio, dejando un reguero de prendas de ropa desde la entrada principal, y cayeron desnudas sobre la cama. Realmente, Suzette había añorado a Yulia y le
comió el cuello a besos en cuanto se le puso encima.
—Tendré que subir al norte más a menudo —jadeó Yulia cuando Suzette se acomodó entre sus piernas.
La chelista agachó la cabeza y le besó el pecho, le hizo cosquillas en el ardiente pezón con la lengua y se lo lamió. Luego se lo metio entero en la boca y lo chupó con fruición mientras le acariciaba el torso con la mano libre. No hubo necesidad de palabras y, definitivamente, Suzette se afanó a recuperar el tiempo perdido.
***
Mucho más tarde, cuando las dos mujeres tomaban champán en la cama, Suzette comentó:
—Deberías quedarte en Chicago. Aquí hay muchas más cosas que hacer. En tus bosques hay muchos... árboles —señaló. Yulia la contemplaba, tumbada sobre el costado—. O podrías invitarme a subir más a menudo.
—Me gustan los árboles y me gusta la soledad —murmuró la pelinegra, dando un sorbo de champán. Antes de tragar, le comió el pecho a Suzette y lamió sensualmente las burbujitas de la bebida—.Esta es la única manera de beber champán.
Una vez más, sonó el teléfono.
—¿No pasó lo mismo la última vez? —refunfuñó la pelinegra.
Suzette fue a coger el teléfono, pero Yulia la advirtió:
—Ni se te ocurra.
—A lo mejor es Jeffrey —arguyó Suzette, que llegó al teléfono antes que Yulia.
—¿Sí? —A Suzette se le escapó un suspiro cuando Yulia le mordisqueó el hombro—. Sí, está aquí. ¿De parte de quién? —Suzette se puso rígida y fulminó a Yulia con la mirada—. Es Lena Katina.
Suzette le dedicó una sonrisa edulcorada y le tiró el teléfono. Yulia lo atrapó como si fuera una patata caliente y le regaló a Suzette una mirada furibunda.
—¿Lena? ¿Va todo bien? ¿Está bien la pitufa?
—Sí... todo bien. Sé que interrumpo, pero solo son las seis y no creí que... bueno, me pareció que podía llamar...
—No pasa nada, ¿qué sucede? —preguntó Yulia. Por el rabillo del ojo vio a Suzette apurando una copa de champán.
—Me siento muy estúpida. Está lloviendo y se ha ido la luz. He llamado a Marge, pero no contesta.
—Mierda, lo siento. Mira en la cocina: está la caja de fusibles. Hubo silencio un momento y luego Lena informó.
—Vale, la tengo.
—Dale al diferencial. —Esperó un segundo—. ¿Ha funcionado?
—No, le he dado y no ha pasado nada.
—Vale, no es algo inusual. Debe de estar lloviendo mucho.
—A cántaros.
Yulia se sentó en el borde de la cama. Notaba que Lena estaba asustada.
—Vale, voy para allá.
—No, no lo hagas. Dios, parezco idiota llamándote —interpuso la pelirroja enseguida— Espera.
—¿Lena?
No le respondió y Yulia se levantó de un salto y empezó a pasear en cueros al lado de la cama.
—Lena, joder.
Se le ocurría todo tipo de situaciones horribles que podían estar pasando, sobre todo cuando oyó llorar a Skye a lo lejos.
—Sabía que no debía dejarlas —se dijo, con el corazón desbocado.
—¿Yulia? —habló Lena de nuevo, a través de las interferencias de la línea.
—¿Qué pasa, cariño?
—No pasa nada, ha venido Marge. Es que no sé dónde están las cosas. Estamos bien, por favor tú vuelve con... —No terminó la frase, pero la pelinegra se ruborizó igual—. Estamos bien. Siento mucho haberte molestado.
—Llámame, me da igual a qué hora —le ordenó Yulia con firmeza—. ¿Entendido?
—Sí, sí. Lo haré. Gracias, Yulia, adiós. Ah, espera. Skye quiere hablar contigo, ¿te parece bien?
—Claro, que se ponga —contestó Yulia, con una gran sonrisa. Miró a Suzette, que levantó su copa de champán antes de darle la espalda.
—Yula, no hay lus. Skye miedo —susurró la pequeña—. Mamá miedo. Mamá dice joer.
Yulia soltó una sonora carcajada.
—No tengas miedo, pitufa. Volverá la luz cuando deje de llover.
Cuida a mamá, ¿vale?
—Vale. Ven a casa —le rogó—. Pofiii.
—Lo... lo haré. ¿Vas a portarte bien por mí?
—Vale.
—Pásame a mamá, cielo —le dijo Yulia. Quería decirle «te quiero». ¿Por qué no lo había hecho? ¿Y por qué iba a hacerlo? ¿Qué derecho tenía a...?
—Yulia, de verdad, lo siento mucho —habló Lena, en tono acongojado.
—No te preocupes, no pasa nada. Se produjo un silencio momentáneo y a Yulia se le secó la
garganta. Tragó saliva, pero no dijo nada.
—Skye te echa de menos.
Yulia percibió la ternura en la voz de Lena y se le disparó el corazón.
—Eso es porque quiere su regalo.
Las dos se rieron y la tensión se desvaneció.
—Conoces muy bien a mi hija, Volkova —afirmó Lena, entre risas.
—.Bueno, te dejo. Nos vemos dentro de unos días, ¿verdad?
—Sí, volveré pronto. Adiós, Lena.
Yulia colgó el teléfono y se lo quedó mirando unos instantes antes de volverse hacia Suzette, que sostenía la botella de champán vacía.
—Suzette, mi pequeña, deja eso —le ordenó Yulia lentamente.
—Debería protestar —suspiró ella cuando la pelinegra entró a gatas en la cama y le quitó la botella de la mano.
—No se acepta, letrada —le aseguró Yulia, mordisqueándole el torso en toda su longitud.
Suzette se abrió de piernas y la pelinegra se acomodó entre ellas, le besó la suave y oscura melena y le arrancó un profundo gruñido de placer. Entonces le besó la cara interna del muslo y saboreó los jadeos de Suzette con cada mordisquito que le daba. La chelista se aferraba al cabezal con todas sus fuerzas y susurraba palabras de aliento a su amante, que se inclinó, le separó los pliegues húmedos con la lengua y la lamió de arriba abajo. De improviso le vino el rostro de Lena Katina a la cabeza y se quedó quieta a medio comer. Pestañeó unas cuantas veces y sacudió la cabeza. Suzette dejó escapar un quejido.
—No pares.
Yulia intentó recuperar la concentración desesperadamente. Al final fue Suzette la que reaccionó, se apartó de golpe, y la pelinegra solo pudo levantar la vista, perpleja.
—Se acabó. Te conozco, Yulia Volkova —dijo en voz calma, mientras recogía su ropa.
Yulia seguía estupefacta y se limitó a sentarse y contemplarla.
—¿Por qué no te vuelves al bosque y haces lo que tengas que hacer? La seduces, te acuestas con ella, lo que quieras, pero te la sacas de la cabeza —continuó, cada vez más enfadada—. Tú y yo no tenemos compromisos y es como a mí me gusta, en serio, pero eso sí...—empezó a vestirse—, al menos me gusta pensar que, cuando me follas, es en mí en quién piensas.
Yulia abrió los ojos como platos.
—Espera, no es eso. Quiero decir que sí, que me vino su cara a la cabeza, pero, Suzette, está embarazada.
—¿Qué? —rugió esta, y la miró asqueada—. ¿Fantaseas con una mujer embarazada?
Yulia puso los ojos en blanco ante el tono horrorizado de Suzette.
—No se trata de eso. Tiene una niña pequeña.
—¿Qué? —volvió a escandalizarse Suzette, llevándose las manos a la cabeza—. ¿Está embarazada y tiene una hija? ¿Estás loca?
Ahora era Yulia la que empezaba a cabrearse.
—No —le dijo, batallando por recobrar algo de credibilidad—. No estoy loca. No es lo que piensas. Es muy atractiva pero a... a mí no me atrae.
Suzette puso los ojos en blanco y se abrochó la blusa.
—Volkova, no me tomes por imbécil. Si te la quieres follar...
—No hables así de ella.
Suzette enarcó una ceja.
—Acabas de confirmar mis sospechas —rió, y se puso los zapatos—. Esto te lo tienes que pensar mejor, Yul. No es un rollo típico de los que te van a ti. Se volvió una última vez antes de marcharse.
—Embarazada y con una hija. ¿Es lesbiana?
Yulia asintió, aún tratando de organizar sus pensamientos. Suzette la estaba bombardeando con demasiadas verdades a la vez. —Bueno, eso ya es un punto a tu favor —opinó Suzette.
Al reparar en la cara de confusión de la pelinegra, añadió:
—Nunca te había visto ni confundida ni desconcertada. Pareces... —se interrumpió, y adoptó una expresión pensativa—.Vulnerable —lo dijo como si fuera una palabra vulgar—. Nos vemos mañana en el ensayo. Y esta vez no me grites. Solo porque seamos amantes no quiere decir que tengas que meterte con mi interpretación.
Yulia le devolvió una mirada serena.
—Solo porque duermas con la compositora no significa que puedas tocar el chelo de pena— espetó, completamente seria, con la mirada retadora clavada en la airada chelista.
—La has llamado «cariño» —soltó Suzette.
Yulia hizo una mueca de dolor y Suzette salió de la casa hecha una furia, dando un portazo. La compositora se quedó sentada en la cama, con la mirada perdida.
—Vale, hace tres días no tenía ninguna preocupación, follaba de maravilla con una mujer preciosa y mi vida era solo mía. Ahora estoy aquí sola, sentada en cueros y tengo a una mujer embarazada y a su hija en mi cabaña —se dijo. Meneó la cabeza—. Necesito una copa. Cogió la botella de champán... pero estaba vacía, así que se dejó caer sobre la cama de nuevo y se quedó mirando al techo.
—¿La he llamado «cariño»?
CONTINUARÁ...
Capítulo 6
A la mañana siguiente, Lena estaba sentada con Skye en la cocina y vigilaba a su hija mientras esta hacía un desastre con las tortitas.
Yulia estaba estudiando sus partituras en el piano. Apenas se habían dado los buenos días.
—Te llamaré.
—¿Tienes que salir tan temprano? —le preguntó Lena, al tiempo que le limpiaba la boca, las manos, los codos y las rodillas gordezuelas a Skye. ¿Cómo había llegado el sirope hasta allí? Ni idea.
—Bueno, tengo que reunirme con Niles, que estará en el estudio a las cuatro. Luego tengo un... compromiso para cenar. Mañana me pasaré todo el día en el estudio y pasado también—explicó Yulia, y metió las partituras en su maletín de piel.
Lena se dio cuenta de que Skye no le quitaba ojo de encima a Yulia, y en cuanto la vio coger las llaves intentó bajar de la silla.
—Skye con Yula...
Lena tuvo que forcejear con ella para que se quedara sentada.
—No, pastelito. Yulia tiene que irse a trabajar —le explicó la pelirroja.
Skye hizo un puchero y Yulia se quedó mirándola, sin saber qué hacer.
—No pasa nada, Yulia —la tranquilizó Lena, con una sonrisa—.Vete.
—¡Con Yula! —gimoteó Skye, que agachó la cabecita y rompió a llorar.
Yulia dejó el maletín en el suelo e hizo una mueca, mirando a Lena con expresión suplicante. Skye no estaba chillando ni se había puesto histérica, pero se la veía desolada. La pianista se acercó a la silla y se agachó.
—Oye, pitufa —le dijo.
Lena esbozó una cálida sonrisa ante la ternura que Yulia le demostraba a su hija.
—No, tambén voy —insistió la niña, con la cabeza apoyada en la mesa.
Yulia torció el gesto, le puso la mano entre los rizos dorados y le acarició el pelo con cierta incomodidad.
—No estés triste, por favor. Volveré muy pronto. Y entonces iremos a nadar y a comer perritos calientes.
Skye levantó la cabeza, con las mejillas arreboladas y húmedas por el llanto. Yulia parecía conmocionada y Lena habría jurado que se le escapaba una lágrima.
—¿Lo prometes? —preguntó Skye, sorbiendo el llanto.
—Claro que sí. Hasta te traeré un regalo —afirmó Yulia, pese al gesto de negación de la pelirroja—. ¿Trato hecho? —propuso, extendiendo la mano.
Skye dejó escapar una risita, le puso la manita sobre la palma a Yulia y la sacudió.
—Tato hecho —rio de nuevo y se le abrazó del cuello.
—Vale, me estás estrangulando —murmuró la pelinegra, algo avergonzada. Skye la soltó.
—Besito —pidió. Yulia pestañeó—. Pofiii.
La pelinegra esbozó una sonrisa recelosa.
—Como todas las mujeres que han pasado por mi vida. Se inclinó y la besó en la mejilla.
—Pórtate bien con mamá —le ordenó, en un claro intento de sonar firme a pesar de la sonrisa de la pelirroja.
—Buen viaje —le deseó Lena, que se pasó los dedos por el pelo y la miró a los azules ojos.
—Gracias —repuso Yulia—. Oye, siento lo de anoche. Todo esto es muy raro y supongo que aún estoy intentando hacerme a la idea.
Sonaba insegura, pero aun así Lena creyó notar que Yulia tenía algo en mente.
—Nos va a costar adaptarnos a todas, Yulia.
—Mamá, besito a Yula, que se va —ordenó Skye desde la silla. Lena abrió algo más los ojos
y notó que le subían los colores. Con una risita nerviosa, se apartó de Yulia y se sentó con su hija.
—Acábate el desayuno.
—Ya toy, mamá.
Lena vio que, en efecto, el plato de Skye estaba vacío, pero no fue capaz de mirar a Yulia. Eso sí, la oyó reírse al salir.
—Adiós, señoritas —se despidió por encima del hombro—.Hasta dentro de unos días. No le prendáis fuego a la casa.
Cuando oyó que se cerraba la puerta, Lena hundió el rostro entre las temblorosas manos.
Sentada en el estudio con los cascos puestos, Yulia escuchaba la grabación. Meneó la cabeza, airada.
—¡No, no, no! —rugió, y se quitó los cascos—. Niles, ven aquí, porfi... por favor.
Niles entró en el estudio, se pasó la mano por el rubio cabello y habló en tono paciente.
—¿El segundo estribillo, verdad?
—Sí, es demasiado rápido y los bronces están muy altos. ¿Podemos volver a traerlos para grabar otra vez?
—Claro, está previsto que vengan mañana por la mañana y los tendrás todo el día. Pero los productores quieren el trabajo para ayer —la advirtió.
—Lo sé. Echó un vistazo a su reloj de pulsera: eran las cuatro y media y Skye ya debía de haberse levantado de la siesta. De repente deseaba estar allí y llevar al pequeño hobbit a nadar. Se le escapó una carcajada y Niles la miró con desconfianza.
—¿Estás bien? Normalmente, cuando el director la jode tanto con la orquesta te pones echa una furia —observó.
—Es que me ha venido algo agradable a la cabeza.
—¿Ah, sí?
Yulia arqueó la ceja al detectar la incredulidad en el tono de Niles. Su amigo estaba apoyado en el escritorio, con los brazos cruzados.
—¿Y qué es lo que te ha venido a la cabeza?
Al recordar los ojos verdigrises de Lena Katina, se le aceleró el pulso un momento.
—¿En qué diantres estás pensando? Te has sonrojado —la informó Niles—. Como no me lo digas...
—Nos vemos mañana.
—¿Has quedado con algún bombón?
La pelinegra se despidió con un gesto de la mano.
—Buenas noches, Niles —le dijo. Y cerró la puerta de un portazo.
—Dios, te he echado de menos —ronroneó Suzette en cuanto puso un pie en el apartamento de Yulia. Le rodeó el cuello con los brazos y la besó apasionadamente—. Mmm, qué bien sabes —murmuró contra sus labios.
—Es la pasta de dientes —contestó Yulia, cuyos ojos azules relampagueaban, divertido —. Adelante.
Yulia se apartó para dejarla entrar, pero Suzette la atrajo de vuelta y empezó a desabrocharle la camisa. Con las cejas levantadas, la pelinegra le permitió desnudarla.
—O podemos follar en el recibidor.
Al final lograron llegar al dormitorio, dejando un reguero de prendas de ropa desde la entrada principal, y cayeron desnudas sobre la cama. Realmente, Suzette había añorado a Yulia y le
comió el cuello a besos en cuanto se le puso encima.
—Tendré que subir al norte más a menudo —jadeó Yulia cuando Suzette se acomodó entre sus piernas.
La chelista agachó la cabeza y le besó el pecho, le hizo cosquillas en el ardiente pezón con la lengua y se lo lamió. Luego se lo metio entero en la boca y lo chupó con fruición mientras le acariciaba el torso con la mano libre. No hubo necesidad de palabras y, definitivamente, Suzette se afanó a recuperar el tiempo perdido.
***
Mucho más tarde, cuando las dos mujeres tomaban champán en la cama, Suzette comentó:
—Deberías quedarte en Chicago. Aquí hay muchas más cosas que hacer. En tus bosques hay muchos... árboles —señaló. Yulia la contemplaba, tumbada sobre el costado—. O podrías invitarme a subir más a menudo.
—Me gustan los árboles y me gusta la soledad —murmuró la pelinegra, dando un sorbo de champán. Antes de tragar, le comió el pecho a Suzette y lamió sensualmente las burbujitas de la bebida—.Esta es la única manera de beber champán.
Una vez más, sonó el teléfono.
—¿No pasó lo mismo la última vez? —refunfuñó la pelinegra.
Suzette fue a coger el teléfono, pero Yulia la advirtió:
—Ni se te ocurra.
—A lo mejor es Jeffrey —arguyó Suzette, que llegó al teléfono antes que Yulia.
—¿Sí? —A Suzette se le escapó un suspiro cuando Yulia le mordisqueó el hombro—. Sí, está aquí. ¿De parte de quién? —Suzette se puso rígida y fulminó a Yulia con la mirada—. Es Lena Katina.
Suzette le dedicó una sonrisa edulcorada y le tiró el teléfono. Yulia lo atrapó como si fuera una patata caliente y le regaló a Suzette una mirada furibunda.
—¿Lena? ¿Va todo bien? ¿Está bien la pitufa?
—Sí... todo bien. Sé que interrumpo, pero solo son las seis y no creí que... bueno, me pareció que podía llamar...
—No pasa nada, ¿qué sucede? —preguntó Yulia. Por el rabillo del ojo vio a Suzette apurando una copa de champán.
—Me siento muy estúpida. Está lloviendo y se ha ido la luz. He llamado a Marge, pero no contesta.
—Mierda, lo siento. Mira en la cocina: está la caja de fusibles. Hubo silencio un momento y luego Lena informó.
—Vale, la tengo.
—Dale al diferencial. —Esperó un segundo—. ¿Ha funcionado?
—No, le he dado y no ha pasado nada.
—Vale, no es algo inusual. Debe de estar lloviendo mucho.
—A cántaros.
Yulia se sentó en el borde de la cama. Notaba que Lena estaba asustada.
—Vale, voy para allá.
—No, no lo hagas. Dios, parezco idiota llamándote —interpuso la pelirroja enseguida— Espera.
—¿Lena?
No le respondió y Yulia se levantó de un salto y empezó a pasear en cueros al lado de la cama.
—Lena, joder.
Se le ocurría todo tipo de situaciones horribles que podían estar pasando, sobre todo cuando oyó llorar a Skye a lo lejos.
—Sabía que no debía dejarlas —se dijo, con el corazón desbocado.
—¿Yulia? —habló Lena de nuevo, a través de las interferencias de la línea.
—¿Qué pasa, cariño?
—No pasa nada, ha venido Marge. Es que no sé dónde están las cosas. Estamos bien, por favor tú vuelve con... —No terminó la frase, pero la pelinegra se ruborizó igual—. Estamos bien. Siento mucho haberte molestado.
—Llámame, me da igual a qué hora —le ordenó Yulia con firmeza—. ¿Entendido?
—Sí, sí. Lo haré. Gracias, Yulia, adiós. Ah, espera. Skye quiere hablar contigo, ¿te parece bien?
—Claro, que se ponga —contestó Yulia, con una gran sonrisa. Miró a Suzette, que levantó su copa de champán antes de darle la espalda.
—Yula, no hay lus. Skye miedo —susurró la pequeña—. Mamá miedo. Mamá dice joer.
Yulia soltó una sonora carcajada.
—No tengas miedo, pitufa. Volverá la luz cuando deje de llover.
Cuida a mamá, ¿vale?
—Vale. Ven a casa —le rogó—. Pofiii.
—Lo... lo haré. ¿Vas a portarte bien por mí?
—Vale.
—Pásame a mamá, cielo —le dijo Yulia. Quería decirle «te quiero». ¿Por qué no lo había hecho? ¿Y por qué iba a hacerlo? ¿Qué derecho tenía a...?
—Yulia, de verdad, lo siento mucho —habló Lena, en tono acongojado.
—No te preocupes, no pasa nada. Se produjo un silencio momentáneo y a Yulia se le secó la
garganta. Tragó saliva, pero no dijo nada.
—Skye te echa de menos.
Yulia percibió la ternura en la voz de Lena y se le disparó el corazón.
—Eso es porque quiere su regalo.
Las dos se rieron y la tensión se desvaneció.
—Conoces muy bien a mi hija, Volkova —afirmó Lena, entre risas.
—.Bueno, te dejo. Nos vemos dentro de unos días, ¿verdad?
—Sí, volveré pronto. Adiós, Lena.
Yulia colgó el teléfono y se lo quedó mirando unos instantes antes de volverse hacia Suzette, que sostenía la botella de champán vacía.
—Suzette, mi pequeña, deja eso —le ordenó Yulia lentamente.
—Debería protestar —suspiró ella cuando la pelinegra entró a gatas en la cama y le quitó la botella de la mano.
—No se acepta, letrada —le aseguró Yulia, mordisqueándole el torso en toda su longitud.
Suzette se abrió de piernas y la pelinegra se acomodó entre ellas, le besó la suave y oscura melena y le arrancó un profundo gruñido de placer. Entonces le besó la cara interna del muslo y saboreó los jadeos de Suzette con cada mordisquito que le daba. La chelista se aferraba al cabezal con todas sus fuerzas y susurraba palabras de aliento a su amante, que se inclinó, le separó los pliegues húmedos con la lengua y la lamió de arriba abajo. De improviso le vino el rostro de Lena Katina a la cabeza y se quedó quieta a medio comer. Pestañeó unas cuantas veces y sacudió la cabeza. Suzette dejó escapar un quejido.
—No pares.
Yulia intentó recuperar la concentración desesperadamente. Al final fue Suzette la que reaccionó, se apartó de golpe, y la pelinegra solo pudo levantar la vista, perpleja.
—Se acabó. Te conozco, Yulia Volkova —dijo en voz calma, mientras recogía su ropa.
Yulia seguía estupefacta y se limitó a sentarse y contemplarla.
—¿Por qué no te vuelves al bosque y haces lo que tengas que hacer? La seduces, te acuestas con ella, lo que quieras, pero te la sacas de la cabeza —continuó, cada vez más enfadada—. Tú y yo no tenemos compromisos y es como a mí me gusta, en serio, pero eso sí...—empezó a vestirse—, al menos me gusta pensar que, cuando me follas, es en mí en quién piensas.
Yulia abrió los ojos como platos.
—Espera, no es eso. Quiero decir que sí, que me vino su cara a la cabeza, pero, Suzette, está embarazada.
—¿Qué? —rugió esta, y la miró asqueada—. ¿Fantaseas con una mujer embarazada?
Yulia puso los ojos en blanco ante el tono horrorizado de Suzette.
—No se trata de eso. Tiene una niña pequeña.
—¿Qué? —volvió a escandalizarse Suzette, llevándose las manos a la cabeza—. ¿Está embarazada y tiene una hija? ¿Estás loca?
Ahora era Yulia la que empezaba a cabrearse.
—No —le dijo, batallando por recobrar algo de credibilidad—. No estoy loca. No es lo que piensas. Es muy atractiva pero a... a mí no me atrae.
Suzette puso los ojos en blanco y se abrochó la blusa.
—Volkova, no me tomes por imbécil. Si te la quieres follar...
—No hables así de ella.
Suzette enarcó una ceja.
—Acabas de confirmar mis sospechas —rió, y se puso los zapatos—. Esto te lo tienes que pensar mejor, Yul. No es un rollo típico de los que te van a ti. Se volvió una última vez antes de marcharse.
—Embarazada y con una hija. ¿Es lesbiana?
Yulia asintió, aún tratando de organizar sus pensamientos. Suzette la estaba bombardeando con demasiadas verdades a la vez. —Bueno, eso ya es un punto a tu favor —opinó Suzette.
Al reparar en la cara de confusión de la pelinegra, añadió:
—Nunca te había visto ni confundida ni desconcertada. Pareces... —se interrumpió, y adoptó una expresión pensativa—.Vulnerable —lo dijo como si fuera una palabra vulgar—. Nos vemos mañana en el ensayo. Y esta vez no me grites. Solo porque seamos amantes no quiere decir que tengas que meterte con mi interpretación.
Yulia le devolvió una mirada serena.
—Solo porque duermas con la compositora no significa que puedas tocar el chelo de pena— espetó, completamente seria, con la mirada retadora clavada en la airada chelista.
—La has llamado «cariño» —soltó Suzette.
Yulia hizo una mueca de dolor y Suzette salió de la casa hecha una furia, dando un portazo. La compositora se quedó sentada en la cama, con la mirada perdida.
—Vale, hace tres días no tenía ninguna preocupación, follaba de maravilla con una mujer preciosa y mi vida era solo mía. Ahora estoy aquí sola, sentada en cueros y tengo a una mujer embarazada y a su hija en mi cabaña —se dijo. Meneó la cabeza—. Necesito una copa. Cogió la botella de champán... pero estaba vacía, así que se dejó caer sobre la cama de nuevo y se quedó mirando al techo.
—¿La he llamado «cariño»?
CONTINUARÁ...
Última edición por Nichya el 7/24/2015, 9:22 am, editado 1 vez
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Re: VIENTOS CELESTIALES...UN GIRO DEL DESTINO
Que capitulo mas lindo *-*
Aleinads- Mensajes : 519
Fecha de inscripción : 14/05/2015
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Re: VIENTOS CELESTIALES...UN GIRO DEL DESTINO
VIENTOS CELESTIALES, UN GIRO DEL DESTINO
Capítulo 7
—¿Me ha llamado «cariño»? Lena colgó el teléfono e ignoró la sensación de hormigueo en el estómago. Se dijo que era el bebé, que estaba agitado, pero no dejaba de pensar en el tono de preocupación de la voz de Yulia. Marge encendió varias velas.
—Esto pasa mucho por aquí, no te preocupes. Yulia me ha pedido que pase a ver cómo estás —comentó—. Debes de ser alguien muy especial porque nadie, digo bien, nadie ha pasado más de una noche en esta cabaña. Como mucho, un fin de semana de desenfreno —rio.
Lena se rio con ella al tiempo que evitaba pensar en Yulia Volkova con otras mujeres.
—Me hizo prometer que te cuidaría —le dijo Marge, y le miró la barriga—. ¿Cuándo sales de cuentas?
—El 3 de diciembre. Parece que tenga que ser mañana.
—He tenido tres, sé lo que quieres decir. —Entonces se fijó en Skye, que se abrazaba del cuello de su madre—. Qué monada. No me extraña que Yul os quiera —les guiñó un ojo—. Hace diez años que la conozco. Compró esta propiedad y la arregló prácticamente toda ella misma, con la ayuda de unos amigos. Tardó casi ocho años en acabarla. Trabajó muy duro y también se divirtió lo suyo. Ha tenido... —Marge calló, sonrojándose.
Lena se rio.
—Soy consciente de la reputación de la señora Volkova.
Marge le lanzó una mirada curiosa.
—Me gustas. Serías buena para Yulia. A lo mejor consigues que siente la cabeza.
—Bueno —empezó Lena, a sabiendas de que se había puesto colorada—.Yulia solo va a ayudarme hasta que nazca el bebé. En cuanto pueda, buscaré un trabajo y volveré a poner nuestras vidas en marcha.
Marge disimuló una sonrisa.
—¿Y por eso te has puesto como un tomate?
La pelirroja se llevó las manos a las mejillas de inmediato.
—¿Ah, sí? —se rio, nerviosa—. Supongo que la arrogante señora Volkova tiene ese efecto en muchas mujeres. Pero bueno, Skye y yo pronto nos las podremos arreglar solas otra vez,
¿verdad, pastelito?
—Vedad, mamá —asintió la pequeña, en muestra de apoyo.
El ensayo era agónico y Yulia gimió con los ojos cerrados al oír la interpretación que hacía la orquesta de su composición. A su lado, Niles dejó escapar un sonido parejo de frustración.
—Niles, no soy yo, ¿verdad? ¿Tú lo oyes?
Niles frunció los labios en una mueca de sufrimiento y asintió.
—Odio tener que decirlo.
La ojiazul se echó hacia delante y hundió el rostro en las manos.
—Es Suzette... Ella...
—Apesta —ofreció Niles.
La pelinegra levantó la cabeza y miró a su amigo con los ojos entornados.
—Niles, «apesta» no es un término muy profesional.
—¿Es una mierda?
—Mucho mejor —dijo Yulia—. Vamos a sacar a Jeffrey de ahí antes de que se suicide. Tenemos que reconsiderar esto.
—Necesitamos otro chelista —farfulló Niles.
Sabía que Yulia se daba cuenta de que debía tomar una decisión. Jeffrey también era consciente de ello. Se reunieron en el estudio vacío y Yulia se sentó al piano y empezó a golpear las teclas con actitud ausente.
—Yul, estás agotada. Has reescrito media banda sonora solo para no echarla. No está bien y lo sabes —se sinceró Niles.
Yulia se levantó y se desperezó.
—Lo sé, tengo que decírselo.
—Cógete unos días libres. Yo les he dado largas a los productores, así que es el mejor momento. El director está en el centro de desintoxicación Betty Ford y tiene para dos semanas por lo menos. Sube al norte, relájate y vuelve con la cabeza despejada —le recomendó Niles, con una palmada en el hombro. Jeffrey cogió su maletín.
—No envidio la situación en la que te encuentras, Yulia, pero estoy de acuerdo con Niles. Buenas noches. Niles se despidió de él con la mano, sin despegar los ojos de
Yulia, que le dedicó a Jeffrey un triste gesto de cabeza. Yulia Volkova podía llegar a ser una mujer muy irritante, se dijo. Seguramente era su creatividad lo que la hacía tan arrogante y coñazo. No obstante, era una buena persona, amable y generosa, por mucho que no dejara que lo supiera nadie.
Se había pasado la semana hablando con una mujer y, cada vez que recibía una llamada telefónica de su parte, le cambiaba la cara. Nunca la había visto así, ya que normalmente era una obsesa del control y cuando trabajaba era fría como el hielo. No dejaba que nada la distrajera ni se interpusiera en su camino. En cambio, cuando recibía aquellas llamadas, se volvía más tranquila y... bueno, femenina. Niles odiaba pensar algo así, pero tenía que admitirlo: Yulia Volkova era una mujer, ¿o no?
—¿Perdona, qué? —preguntó Niles, volviendo de golpe a la realidad.
—He dicho que, si quieres subir a mi cabaña, eres más que bienvenido.
Niles parpadeó estúpidamente.
—¿Yo? ¿Me invitas a mí? ¿Que yo suba a la cabaña? —Niles alargó la mano y le tocó la frente. Los ojos azules de Yulia relampaguearon con enfado, pero no dijo nada—. Vaya, vivir para
ver. A lo mejor lo hago.
La pelinegra esbozó una sonrisa azorada.
—Puedes traer a Brian.
Niles se llevó la mano al corazón.
—Brian se quedará atónito.
Yulia sonrió y se pasó el dedo por debajo de la nariz, como si le diera vergüenza.
—Dios santo, ¿Yulia Volkova ruborizada?
—No tientes a la suerte.
—De acuerdo —interpuso él enseguida, levantando las manos —. ¿Y podré conocer a la mujer que te ha puesto de un humor tan generoso? Yulia frunció el ceño.
—No hay ninguna mujer. Solo he pensado que no habías estado nunca en la cabaña y sería un buen modo de tomarnos todos un descanso.
—Entonces, ¿con quién has estado hablando los últimos dos días? —se interesó, tomando asiento a su lado y acariciando las teclas—. Ojalá supiera tocar este trasto. Haces que parezca tan fácil...
Yulia se rio y empezó a tocar, mientras Niles se movía para dejarle espacio. No dijo nada, pero la observó sonreír mientras sus elegantes dedos volaban sobre las teclas.
—Y ahora responde a mi pregunta —insistió él.
—¿Te acuerdas de Irina Bridge?
—Sí, tu ex que quería tener hijos. Yulia asintió, sin dejar de tocar.
—Murió hace unas semanas de cáncer.
—Lo siento mucho.
—Gracias. Dejó a su pareja, embarazada de su segunda hija.
—Dios mío —exclamó Niles—. ¿La segunda?
Fue cuando se dio cuenta de que la pelinegra sonreía.
—Sí, tiene una niña de tres o cuatro años, no estoy segura. Se llama Skye y está llena de vida y tiene unos ojos verdegrisáceos endiablados.
Niles se separó un poco de ella para mirarla bien y sonrió de oreja a oreja.
—¿Skye? Suena adorable. ¿Cómo sabes que tiene los ojos verdigrises?
Yulia lo miró de reojo antes de contestar.
—Al parecer, la pareja de Irina, Lena Katina, está embarazada de cinco meses y tiene problemas económicos. Irina me escribió una carta antes de morir pidiéndome que ayudara a Lena y a su familia hasta que naciera el bebé —repuso ella, encogiéndose de hombros.
—Así que les ofreciste tu cabaña. Es muy considerado por tu parte.
—Lo sé, no me pega nada, ¿verdad?
Niles levantó una ceja ante el amargo comentario.
—No, tú eres la única que cree eso, cariño. Resulta que yo pienso que eres una mujer muy generosa. Ahora cuéntame cómo es Lena Katina.
Yulia soltó una carcajada aspirada, sin dejar de tocar.
—Te pareces a mi abuela, ya.
—¿Cómo está Anya?
—Está bien. Quiere conocer a Lena.
—Y yo.
—Te voy a decir lo mismo que a ella. —Miró a Niles fijamente, y este aguardó—. No.
Niles esbozó una sonrisa resabida.
—¿Entonces para qué quieres que suba con Brian a la cabaña? ¿Las esconderás a ella y a su hija? Yulia notó que se sonrojaba.
—No, yo...
—Admítelo. Quieres que conozcamos a esa mujer.
Yulia miró al cielo y meneó la cabeza. Niles se rio abiertamente y le dio una palmada en el hombro.
—Vale, vale. Pero sabes que no voy a dejar de insistir. Háblame de ella.
Yulia dejó de tocar un momento y se quedó con la mirada perdida, mientras Niles esperaba a que siguiera hablando. Se sorprendió de verla sonreír y negar con la cabeza. Entonces Yulia
empezó a tocar de nuevo, pero esta vez una canción diferente. Al reconocer las notas, Niles arrugó la frente.
—Es dura —empezó a decir Yulia—.Y es una buena madre. Tiene una relación maravillosa con su hija y le preocupa su futuro. Se nota que detesta hallarse en la situación en la que está, pero no puedo evitar pensar que se lo ha buscado ella. Me refiero a que ¿por qué hacer algo así? —miró a Niles y este se encogió de hombros—. Sola y con dos hijas.
—Bueno, estoy seguro de que no es como le gustaría que fuera.
—Lo sé, pero es que es una irresponsabilidad flagrante. ¿Un hijo? Vale. ¿Pero dos? Con lo caro que sale, por amor de Dios.
—¿Por qué te cabreas tanto por las decisiones de otra persona? —le preguntó Niles, en tono sereno pero preocupado—. ¿Es porque está viviendo en tu casa?
—No, bueno, al principio me sacaba de quicio. Supongo que, si soy sincera, lo que no quería era tener que pensar en Irina.
—Sé que te importaba mucho.
—Así es, pero hizo una montaña del tema de los hijos.
Niles se fijó en que dejaba de tocar su canción incompleta. Yulia respiró hondo y cerró la tapa sobre las teclas.
—En fin, todo eso es agua pasada.
—Pero ahora ha vuelto a ser parte de tu vida, por esa Lena Katina.
Los dos se quedaron callados un momento, hasta que Niles volvió a hablar.
—¿Estás descubriendo que te importa esa mujer?
La pelinegra pestañeó y le miró.
—Yo... no. Bueno... —dejó caer la frase y la confusión se hizo patente en sus ojos azules.
—¿Me permites hacer una observación?
Yulia sonrió con reticencia.
—¿Serviría de algo decirte que no?
—Lo dudo —respondió Niles—. Normalmente, cuando te pregunto sobre las mujeres que hay en tu vida, las describes físicamente. Una era un bombón, la otra tenía unas piernas de
infarto, otra...
—Ve al grano.
—A Lena Katina la has descrito por cómo es, por lo que hace y cómo piensa. Ni siquiera has mencionado qué aspecto tiene. ¿Quieres saber por qué?
—No.
—Porque a ella la ves como una persona, no un objeto de tu lujuria.
Yulia guardó silencio.
—¿Y quieres saber qué más?
—No —dijo Yulia enseguida. Pero entonces se encogió de
hombros—. ¿Qué? Niles se rio.
—Creo que lo dejaré para otro momento. Si seguimos hablando del tema empezarás a sacar espuma por la boca.
—Bueno, gracias por la conversación de todos modos. Tenía que hablarlo con alguien o me iba a volver loca —admitió ella, pasándose una mano por el pelo.
—Me halaga que la segura y confiada Yulia Volkova quiera mí opinión.
—Los dos queríamos a Irina —susurró Yulia.
—Lo sé. Es algo que vas a tener que superar. Yulia asintió, se puso de pie y estiró la espalda.
—¿Cómo es? Me tienes en ascuas —pinchó Niles.
—Tiene unos ojos verdigrises muy bonitos, un rostro con pecas y el pelo rizado rojizo claro.
Cuando sonríe se le ilumina la cara pecosa formándose unos hoyuelos en ella, como si la alegría naciera de lo más profundo de su alma —describió Yulia, encogiéndose de hombros.
—¿Pero eso no importa, verdad?
—No —Yulia cabeceó, y se puso a recoger las partituras para guardarlas—. Puede que sea más joven que yo, pero definitivamente tiene más experiencia en la vida.
Se quedó quieta un momento y se echó a reír. Niles no pudo evitar reírse con ella, porque hacía tiempo que no veía a Yulia reír de corazón, y le resultaba cautivador.
—Ahora me tienes que decir qué es lo que te tiene tan contenta
—le dijo Niles, apoyado en el lateral del piano—. Todo el tiempo.
Sin dejar de sonreír, la mujer prosiguió:
—La hija de Lena, Skye. Tiene un vocabulario sorprendente, al menos a mí me lo parece, pero tampoco es que conozca a muchos niños de tres años. Es adorable y Lena ha hecho un trabajo fantástico como madre. Es un gustazo verlas juntas; se nota el amor que las
une. Ordenó las hojas de partituras y echó un vistazo a Niles.
—Freud se removería en su tumba por lo que voy a decir, pero me recuerda un poco a mi madre en ese aspecto. Niles soltó una carcajada.
—No necesito echar mano del psicoanálisis para eso. Conocí a tu madre, ¿recuerdas? Era una mujer maravillosa y encantadora que quería a su hija.
Cuando Yulia no respondió, Niles se dio cuenta de que estaba haciendo un esfuerzo por contener las lágrimas. —No pasa nada porque Lena te recuerde a ella. Y hacía siglos
que no tocabas eso. La pelinegra levantó la vista, con el ceño fruncido.
—¿Qué estaba tocando? Ni lo sé.
—Estabas tocando esa pieza que nunca has llegado a terminar.
—¿En serio? —rio Yulia—. Tienes razón, hacía mucho que no la tocaba. —Acarició la tapa del piano en silencio un par de segundos—. Niles, me siento como si el mundo se hubiera vuelto un lugar muy extraño.
Niles ladeó la cabeza y sonrió abiertamente.
—¿Estás enamorada de esa mujer?
—Tengo que decir que no. Pero solo porque no tengo ni idea de
lo que es estar enamorada. Ella estaba enamorada de Irina. Yo quería a Irina. Todo es muy raro y aun así es... No sé. Parece lo más natural del mundo. ¿Por qué?
—Guau, realmente todo esto es nuevo en ti. Dime una cosa.
¿Me lo preguntas a mí porque Brian y yo estamos casados? Yulia lo miró de refilón y asintió.
—He pensado que a lo mejor me iluminabas un poco.
—Bueno, me gustaría conocerlas a las dos, pero todavía no —le dijo Niles—. Tienes que pensar bien en todo esto y tienes que hacerlo sola. ¿Ella siente algo por ti?
—Seguramente no. ¿Por qué estoy pensando en estas cosas?
Niles arqueó una ceja ante el tono desamparado de su voz. Yulia Volkova era muchas cosas, pero no una mujer indefensa.
—Cariño, es la primera vez en mucho tiempo que sientes algo remotamente parecido al amor. Quiero decir que normalmente lo tuyo es el control y el sexo y pasar un buen rato y...
—Ya lo pillo, Niles —replicó ella, ceñuda, y se sentó en el banco del piano—. Lo cierto es que no sé nada del amor.
Niles percibió el desaliento de su amiga y se sentó a su lado.
—Antes de conocer a Brian, era bastante playboy. La mayoría de los gays lo somos hasta que encontramos al hombre adecuado. Ahora que lo pienso, los hombres somos así en general.
—¿Así que conociste a Brian y te enamoraste?
—Sí, pero luché contra ello con todas mis fuerzas. No estaba dispuesto a dejarme atrapar, ni siquiera por el hombre más apetitoso que había conocido nunca.
—¿Apetitoso?
Niles asintió, destapó el piano y empezó a tocar Chopsticks.
—Vuelve a casa y tantea el terreno, pero no te lances a la piscina demasiado deprisa. No vaya a ser que se hunda el barco.
Yulia frunció el ceño y le regaló una mirada de perplejidad.
—Entre tanta metáfora has intentado decirme algo, ¿verdad?
—No tengo ni idea.
—Mmm, a ver, dime —le preguntó, al tiempo que se ponía a tocar con él—. ¿Qué le compro a una niña de tres años precoz?
—No tengo ni idea.
El día de antes de volver a casa, Yulia se descubrió vagando por el centro de Chicago, de escaparate en escaparate.
—¿Qué estoy haciendo? —meneó la cabeza, aunque sabía exactamente lo que estaba haciendo. Lo que se le escapaba era el porqué.
Se detuvo delante del escaparate de una juguetería y se puso a mirar los juguetes. Se rascó la nuca con una risita nerviosa y entró.
—¿Puedo ayudarla? —la saludó la dependienta.
Yulia tragó saliva y echó un vistazo inquieto a su alrededor.
—Esto... eh, busco algún juguete para niños de tres años.
—¿Es para un niño o una niña?
Yulia estaba mirando distraídamente el estante de los peluches.
—Ah, niña —respondió, al tiempo que cogía un osito, lo miraba de cerca y lo volvía a dejar donde estaba.
—¿Es un regalo de cumpleaños? —preguntó la dependienta, solícita, siguiendo a Yulia con la mirada.
—No, solo es un regalo para... —La ojiazul se interrumpió, sin saber qué decir, y le dedicó a la dependienta un gesto de indefensión.
—¿Para que sepa que le importa?
—Sí. Es mona y adorable. Lista como un ratón colorado y...En ese momento lo vio, sonrió y cogió el peluche escogido.
—Me llevo este, por favor.
La mujer se echó a reír y se dirigió al mostrador, seguida de Yulia.
—Ha tardado usted poco. Debe de conocer a esa niña muy bien.
Yulia volvió a encogerse de hombros y cogió unas gafas de sol, tan pequeñas que le arrancaron una carcajada.
—¿De verdad hacen gafas de sol para niños pequeños?
La dependienta también se rio.
—No debe de tener hijos, porque si no nunca habría preguntado algo así —extendió la mano hacia Yulia con una mirada de interrogación.
—Bueno, sí, muy bien. Supongo que también me llevaré estas.
—Entonces cogió un sonajero de bebé del mostrador y lo agitó adelante y atrás con cuidado. Tras observarlo un momento, miró a la dependienta—. Y esto también, a lo mejor.
Yulia se pasó el dedo por debajo de la nariz y evitó mirar a la sonriente dependienta a los ojos mientras pagaba sus compras.
Al salir de la tienda con las bolsas se dio cuenta de que sonreía mientras caminaba por la abigarrada calle. Se detuvo en seco delante de una tienda premamá y enarcó las cejas.
«Ah, esto no es una buena idea, Yulia.» Aun así, reunió valor y entró en la tienda al mismo tiempo que una mujer embarazadísima. Yulia no daba crédito al tamaño del barrigón que tenía y la incredulidad debió de notársele en la cara al apartarse rápidamente de su camino, porque la mujer le lanzó una mirada asesina.
—Sí, estoy enorme y ya me paso de cuentas —espetó, en tono retador.
La pelinegra esbozó una sonrisa leve, le aguantó la puerta y la siguió, contrita, sin decir esta boca es mía. Volvía a tener la impresión de no saber qué coño estaba haciendo. ¿De verdad quería comprarle algo a Lena? Y si era así, ¿el qué?
—Esto también es una mala idea, Yulia —murmuró para sí.
Dio media vuelta para marcharse, pero al hacerlo se chocó otra vez con la mujer embarazada.
—Ah, mierda, disculpe —exclamó Yulia, sosteniéndola para que no perdiera el equilibrio.
—Tenemos que dejar de toparnos así —comentó la mujer.
Yulia soltó una risita nerviosa—. Supongo que busca algo de ropa premamá, aunque no parece que esté embarazada. Yulia pestañeó y balbuceó su respuesta.
—No, no. No lo estoy. Es u-una amiga. Está embarazada, va a tener un bebé.
—Sí, es lo que suele pasar cuando se está embarazada.
Yulia se quedó blanca, pero forzó una carcajada.
—Sí, bueno...
—¿Entonces ha venido a comprarle algo a su amiga? —la instó la mujer. Cuando la ojiazul se las arregló para asentir, sonrió ampliamente—. Venga conmigo.
—Esto, yo... —protestó Yulia, pero siguió a la extraña por la tienda.
Se pararon junto a una silla y la mujer empezó a sentarse poco a poco, resoplando en alto. Yulia fue a ofrecerle la mano, pero la mujer se acomodó sola.
—¿De cuánto está?
—Eh... —farfulló Yulia, intentado hacer cálculos en su mente. La mujer se rio.
—¿Cuándo sale de cuentas?
—En diciembre —contestó la pelinegra de inmediato—. La primera semana o así.
—Mmm, muy bien. ¿Vestido o pantalones? —preguntó la mujer, al tiempo que extendía la mano—. Soy Karen. Yulia aceptó la mano que le tendía.
—Yulia. Y creo que pantalones —añadió, aunque no tenía ni idea. —¿Cuánto peso ha ganado?
—No... no tengo la menor idea. Karen entornó los ojos.
—Esto no va a ser fácil. ¿Ves a todas estas mujeres?
Yulia miró a su alrededor y se fijó en que había muchas mujeres embarazadas. Increíble.
—¿Las acaban de descargar? Karen soltó una sonora carcajada.
—Escoge a una que sea más o menos como...
—Lena —completó Yulia, observando a las mujeres. Cuando encontró una más o menos del tamaño de Lena, la señaló—. Esa de ahí. Me siento como una burra.
—Bueno, deberías. Mira que no saber cuánto peso ha ganado tu pareja... Se supone que la tienes que cuidar.
—Ella... Lena no es mi... quiero decir, está viviendo en mi casa y...—interpuso, pero al cabo de un segundo calló, porque sonaba ridícula.
—Tú cuídala —repitió Karen—. No discutas con una mujer embarazada. Estamos todas de los nervios y mataríamos por medio kilo de Häagen Dazs.
Yulia tragó saliva y asintió. «¿Qué estoy haciendo?», se preguntó, mirando a su alrededor
como un animal atrapado.
CONTINUARÁ...
Capítulo 7
—¿Me ha llamado «cariño»? Lena colgó el teléfono e ignoró la sensación de hormigueo en el estómago. Se dijo que era el bebé, que estaba agitado, pero no dejaba de pensar en el tono de preocupación de la voz de Yulia. Marge encendió varias velas.
—Esto pasa mucho por aquí, no te preocupes. Yulia me ha pedido que pase a ver cómo estás —comentó—. Debes de ser alguien muy especial porque nadie, digo bien, nadie ha pasado más de una noche en esta cabaña. Como mucho, un fin de semana de desenfreno —rio.
Lena se rio con ella al tiempo que evitaba pensar en Yulia Volkova con otras mujeres.
—Me hizo prometer que te cuidaría —le dijo Marge, y le miró la barriga—. ¿Cuándo sales de cuentas?
—El 3 de diciembre. Parece que tenga que ser mañana.
—He tenido tres, sé lo que quieres decir. —Entonces se fijó en Skye, que se abrazaba del cuello de su madre—. Qué monada. No me extraña que Yul os quiera —les guiñó un ojo—. Hace diez años que la conozco. Compró esta propiedad y la arregló prácticamente toda ella misma, con la ayuda de unos amigos. Tardó casi ocho años en acabarla. Trabajó muy duro y también se divirtió lo suyo. Ha tenido... —Marge calló, sonrojándose.
Lena se rio.
—Soy consciente de la reputación de la señora Volkova.
Marge le lanzó una mirada curiosa.
—Me gustas. Serías buena para Yulia. A lo mejor consigues que siente la cabeza.
—Bueno —empezó Lena, a sabiendas de que se había puesto colorada—.Yulia solo va a ayudarme hasta que nazca el bebé. En cuanto pueda, buscaré un trabajo y volveré a poner nuestras vidas en marcha.
Marge disimuló una sonrisa.
—¿Y por eso te has puesto como un tomate?
La pelirroja se llevó las manos a las mejillas de inmediato.
—¿Ah, sí? —se rio, nerviosa—. Supongo que la arrogante señora Volkova tiene ese efecto en muchas mujeres. Pero bueno, Skye y yo pronto nos las podremos arreglar solas otra vez,
¿verdad, pastelito?
—Vedad, mamá —asintió la pequeña, en muestra de apoyo.
El ensayo era agónico y Yulia gimió con los ojos cerrados al oír la interpretación que hacía la orquesta de su composición. A su lado, Niles dejó escapar un sonido parejo de frustración.
—Niles, no soy yo, ¿verdad? ¿Tú lo oyes?
Niles frunció los labios en una mueca de sufrimiento y asintió.
—Odio tener que decirlo.
La ojiazul se echó hacia delante y hundió el rostro en las manos.
—Es Suzette... Ella...
—Apesta —ofreció Niles.
La pelinegra levantó la cabeza y miró a su amigo con los ojos entornados.
—Niles, «apesta» no es un término muy profesional.
—¿Es una mierda?
—Mucho mejor —dijo Yulia—. Vamos a sacar a Jeffrey de ahí antes de que se suicide. Tenemos que reconsiderar esto.
—Necesitamos otro chelista —farfulló Niles.
Sabía que Yulia se daba cuenta de que debía tomar una decisión. Jeffrey también era consciente de ello. Se reunieron en el estudio vacío y Yulia se sentó al piano y empezó a golpear las teclas con actitud ausente.
—Yul, estás agotada. Has reescrito media banda sonora solo para no echarla. No está bien y lo sabes —se sinceró Niles.
Yulia se levantó y se desperezó.
—Lo sé, tengo que decírselo.
—Cógete unos días libres. Yo les he dado largas a los productores, así que es el mejor momento. El director está en el centro de desintoxicación Betty Ford y tiene para dos semanas por lo menos. Sube al norte, relájate y vuelve con la cabeza despejada —le recomendó Niles, con una palmada en el hombro. Jeffrey cogió su maletín.
—No envidio la situación en la que te encuentras, Yulia, pero estoy de acuerdo con Niles. Buenas noches. Niles se despidió de él con la mano, sin despegar los ojos de
Yulia, que le dedicó a Jeffrey un triste gesto de cabeza. Yulia Volkova podía llegar a ser una mujer muy irritante, se dijo. Seguramente era su creatividad lo que la hacía tan arrogante y coñazo. No obstante, era una buena persona, amable y generosa, por mucho que no dejara que lo supiera nadie.
Se había pasado la semana hablando con una mujer y, cada vez que recibía una llamada telefónica de su parte, le cambiaba la cara. Nunca la había visto así, ya que normalmente era una obsesa del control y cuando trabajaba era fría como el hielo. No dejaba que nada la distrajera ni se interpusiera en su camino. En cambio, cuando recibía aquellas llamadas, se volvía más tranquila y... bueno, femenina. Niles odiaba pensar algo así, pero tenía que admitirlo: Yulia Volkova era una mujer, ¿o no?
—¿Perdona, qué? —preguntó Niles, volviendo de golpe a la realidad.
—He dicho que, si quieres subir a mi cabaña, eres más que bienvenido.
Niles parpadeó estúpidamente.
—¿Yo? ¿Me invitas a mí? ¿Que yo suba a la cabaña? —Niles alargó la mano y le tocó la frente. Los ojos azules de Yulia relampaguearon con enfado, pero no dijo nada—. Vaya, vivir para
ver. A lo mejor lo hago.
La pelinegra esbozó una sonrisa azorada.
—Puedes traer a Brian.
Niles se llevó la mano al corazón.
—Brian se quedará atónito.
Yulia sonrió y se pasó el dedo por debajo de la nariz, como si le diera vergüenza.
—Dios santo, ¿Yulia Volkova ruborizada?
—No tientes a la suerte.
—De acuerdo —interpuso él enseguida, levantando las manos —. ¿Y podré conocer a la mujer que te ha puesto de un humor tan generoso? Yulia frunció el ceño.
—No hay ninguna mujer. Solo he pensado que no habías estado nunca en la cabaña y sería un buen modo de tomarnos todos un descanso.
—Entonces, ¿con quién has estado hablando los últimos dos días? —se interesó, tomando asiento a su lado y acariciando las teclas—. Ojalá supiera tocar este trasto. Haces que parezca tan fácil...
Yulia se rio y empezó a tocar, mientras Niles se movía para dejarle espacio. No dijo nada, pero la observó sonreír mientras sus elegantes dedos volaban sobre las teclas.
—Y ahora responde a mi pregunta —insistió él.
—¿Te acuerdas de Irina Bridge?
—Sí, tu ex que quería tener hijos. Yulia asintió, sin dejar de tocar.
—Murió hace unas semanas de cáncer.
—Lo siento mucho.
—Gracias. Dejó a su pareja, embarazada de su segunda hija.
—Dios mío —exclamó Niles—. ¿La segunda?
Fue cuando se dio cuenta de que la pelinegra sonreía.
—Sí, tiene una niña de tres o cuatro años, no estoy segura. Se llama Skye y está llena de vida y tiene unos ojos verdegrisáceos endiablados.
Niles se separó un poco de ella para mirarla bien y sonrió de oreja a oreja.
—¿Skye? Suena adorable. ¿Cómo sabes que tiene los ojos verdigrises?
Yulia lo miró de reojo antes de contestar.
—Al parecer, la pareja de Irina, Lena Katina, está embarazada de cinco meses y tiene problemas económicos. Irina me escribió una carta antes de morir pidiéndome que ayudara a Lena y a su familia hasta que naciera el bebé —repuso ella, encogiéndose de hombros.
—Así que les ofreciste tu cabaña. Es muy considerado por tu parte.
—Lo sé, no me pega nada, ¿verdad?
Niles levantó una ceja ante el amargo comentario.
—No, tú eres la única que cree eso, cariño. Resulta que yo pienso que eres una mujer muy generosa. Ahora cuéntame cómo es Lena Katina.
Yulia soltó una carcajada aspirada, sin dejar de tocar.
—Te pareces a mi abuela, ya.
—¿Cómo está Anya?
—Está bien. Quiere conocer a Lena.
—Y yo.
—Te voy a decir lo mismo que a ella. —Miró a Niles fijamente, y este aguardó—. No.
Niles esbozó una sonrisa resabida.
—¿Entonces para qué quieres que suba con Brian a la cabaña? ¿Las esconderás a ella y a su hija? Yulia notó que se sonrojaba.
—No, yo...
—Admítelo. Quieres que conozcamos a esa mujer.
Yulia miró al cielo y meneó la cabeza. Niles se rio abiertamente y le dio una palmada en el hombro.
—Vale, vale. Pero sabes que no voy a dejar de insistir. Háblame de ella.
Yulia dejó de tocar un momento y se quedó con la mirada perdida, mientras Niles esperaba a que siguiera hablando. Se sorprendió de verla sonreír y negar con la cabeza. Entonces Yulia
empezó a tocar de nuevo, pero esta vez una canción diferente. Al reconocer las notas, Niles arrugó la frente.
—Es dura —empezó a decir Yulia—.Y es una buena madre. Tiene una relación maravillosa con su hija y le preocupa su futuro. Se nota que detesta hallarse en la situación en la que está, pero no puedo evitar pensar que se lo ha buscado ella. Me refiero a que ¿por qué hacer algo así? —miró a Niles y este se encogió de hombros—. Sola y con dos hijas.
—Bueno, estoy seguro de que no es como le gustaría que fuera.
—Lo sé, pero es que es una irresponsabilidad flagrante. ¿Un hijo? Vale. ¿Pero dos? Con lo caro que sale, por amor de Dios.
—¿Por qué te cabreas tanto por las decisiones de otra persona? —le preguntó Niles, en tono sereno pero preocupado—. ¿Es porque está viviendo en tu casa?
—No, bueno, al principio me sacaba de quicio. Supongo que, si soy sincera, lo que no quería era tener que pensar en Irina.
—Sé que te importaba mucho.
—Así es, pero hizo una montaña del tema de los hijos.
Niles se fijó en que dejaba de tocar su canción incompleta. Yulia respiró hondo y cerró la tapa sobre las teclas.
—En fin, todo eso es agua pasada.
—Pero ahora ha vuelto a ser parte de tu vida, por esa Lena Katina.
Los dos se quedaron callados un momento, hasta que Niles volvió a hablar.
—¿Estás descubriendo que te importa esa mujer?
La pelinegra pestañeó y le miró.
—Yo... no. Bueno... —dejó caer la frase y la confusión se hizo patente en sus ojos azules.
—¿Me permites hacer una observación?
Yulia sonrió con reticencia.
—¿Serviría de algo decirte que no?
—Lo dudo —respondió Niles—. Normalmente, cuando te pregunto sobre las mujeres que hay en tu vida, las describes físicamente. Una era un bombón, la otra tenía unas piernas de
infarto, otra...
—Ve al grano.
—A Lena Katina la has descrito por cómo es, por lo que hace y cómo piensa. Ni siquiera has mencionado qué aspecto tiene. ¿Quieres saber por qué?
—No.
—Porque a ella la ves como una persona, no un objeto de tu lujuria.
Yulia guardó silencio.
—¿Y quieres saber qué más?
—No —dijo Yulia enseguida. Pero entonces se encogió de
hombros—. ¿Qué? Niles se rio.
—Creo que lo dejaré para otro momento. Si seguimos hablando del tema empezarás a sacar espuma por la boca.
—Bueno, gracias por la conversación de todos modos. Tenía que hablarlo con alguien o me iba a volver loca —admitió ella, pasándose una mano por el pelo.
—Me halaga que la segura y confiada Yulia Volkova quiera mí opinión.
—Los dos queríamos a Irina —susurró Yulia.
—Lo sé. Es algo que vas a tener que superar. Yulia asintió, se puso de pie y estiró la espalda.
—¿Cómo es? Me tienes en ascuas —pinchó Niles.
—Tiene unos ojos verdigrises muy bonitos, un rostro con pecas y el pelo rizado rojizo claro.
Cuando sonríe se le ilumina la cara pecosa formándose unos hoyuelos en ella, como si la alegría naciera de lo más profundo de su alma —describió Yulia, encogiéndose de hombros.
—¿Pero eso no importa, verdad?
—No —Yulia cabeceó, y se puso a recoger las partituras para guardarlas—. Puede que sea más joven que yo, pero definitivamente tiene más experiencia en la vida.
Se quedó quieta un momento y se echó a reír. Niles no pudo evitar reírse con ella, porque hacía tiempo que no veía a Yulia reír de corazón, y le resultaba cautivador.
—Ahora me tienes que decir qué es lo que te tiene tan contenta
—le dijo Niles, apoyado en el lateral del piano—. Todo el tiempo.
Sin dejar de sonreír, la mujer prosiguió:
—La hija de Lena, Skye. Tiene un vocabulario sorprendente, al menos a mí me lo parece, pero tampoco es que conozca a muchos niños de tres años. Es adorable y Lena ha hecho un trabajo fantástico como madre. Es un gustazo verlas juntas; se nota el amor que las
une. Ordenó las hojas de partituras y echó un vistazo a Niles.
—Freud se removería en su tumba por lo que voy a decir, pero me recuerda un poco a mi madre en ese aspecto. Niles soltó una carcajada.
—No necesito echar mano del psicoanálisis para eso. Conocí a tu madre, ¿recuerdas? Era una mujer maravillosa y encantadora que quería a su hija.
Cuando Yulia no respondió, Niles se dio cuenta de que estaba haciendo un esfuerzo por contener las lágrimas. —No pasa nada porque Lena te recuerde a ella. Y hacía siglos
que no tocabas eso. La pelinegra levantó la vista, con el ceño fruncido.
—¿Qué estaba tocando? Ni lo sé.
—Estabas tocando esa pieza que nunca has llegado a terminar.
—¿En serio? —rio Yulia—. Tienes razón, hacía mucho que no la tocaba. —Acarició la tapa del piano en silencio un par de segundos—. Niles, me siento como si el mundo se hubiera vuelto un lugar muy extraño.
Niles ladeó la cabeza y sonrió abiertamente.
—¿Estás enamorada de esa mujer?
—Tengo que decir que no. Pero solo porque no tengo ni idea de
lo que es estar enamorada. Ella estaba enamorada de Irina. Yo quería a Irina. Todo es muy raro y aun así es... No sé. Parece lo más natural del mundo. ¿Por qué?
—Guau, realmente todo esto es nuevo en ti. Dime una cosa.
¿Me lo preguntas a mí porque Brian y yo estamos casados? Yulia lo miró de refilón y asintió.
—He pensado que a lo mejor me iluminabas un poco.
—Bueno, me gustaría conocerlas a las dos, pero todavía no —le dijo Niles—. Tienes que pensar bien en todo esto y tienes que hacerlo sola. ¿Ella siente algo por ti?
—Seguramente no. ¿Por qué estoy pensando en estas cosas?
Niles arqueó una ceja ante el tono desamparado de su voz. Yulia Volkova era muchas cosas, pero no una mujer indefensa.
—Cariño, es la primera vez en mucho tiempo que sientes algo remotamente parecido al amor. Quiero decir que normalmente lo tuyo es el control y el sexo y pasar un buen rato y...
—Ya lo pillo, Niles —replicó ella, ceñuda, y se sentó en el banco del piano—. Lo cierto es que no sé nada del amor.
Niles percibió el desaliento de su amiga y se sentó a su lado.
—Antes de conocer a Brian, era bastante playboy. La mayoría de los gays lo somos hasta que encontramos al hombre adecuado. Ahora que lo pienso, los hombres somos así en general.
—¿Así que conociste a Brian y te enamoraste?
—Sí, pero luché contra ello con todas mis fuerzas. No estaba dispuesto a dejarme atrapar, ni siquiera por el hombre más apetitoso que había conocido nunca.
—¿Apetitoso?
Niles asintió, destapó el piano y empezó a tocar Chopsticks.
—Vuelve a casa y tantea el terreno, pero no te lances a la piscina demasiado deprisa. No vaya a ser que se hunda el barco.
Yulia frunció el ceño y le regaló una mirada de perplejidad.
—Entre tanta metáfora has intentado decirme algo, ¿verdad?
—No tengo ni idea.
—Mmm, a ver, dime —le preguntó, al tiempo que se ponía a tocar con él—. ¿Qué le compro a una niña de tres años precoz?
—No tengo ni idea.
El día de antes de volver a casa, Yulia se descubrió vagando por el centro de Chicago, de escaparate en escaparate.
—¿Qué estoy haciendo? —meneó la cabeza, aunque sabía exactamente lo que estaba haciendo. Lo que se le escapaba era el porqué.
Se detuvo delante del escaparate de una juguetería y se puso a mirar los juguetes. Se rascó la nuca con una risita nerviosa y entró.
—¿Puedo ayudarla? —la saludó la dependienta.
Yulia tragó saliva y echó un vistazo inquieto a su alrededor.
—Esto... eh, busco algún juguete para niños de tres años.
—¿Es para un niño o una niña?
Yulia estaba mirando distraídamente el estante de los peluches.
—Ah, niña —respondió, al tiempo que cogía un osito, lo miraba de cerca y lo volvía a dejar donde estaba.
—¿Es un regalo de cumpleaños? —preguntó la dependienta, solícita, siguiendo a Yulia con la mirada.
—No, solo es un regalo para... —La ojiazul se interrumpió, sin saber qué decir, y le dedicó a la dependienta un gesto de indefensión.
—¿Para que sepa que le importa?
—Sí. Es mona y adorable. Lista como un ratón colorado y...En ese momento lo vio, sonrió y cogió el peluche escogido.
—Me llevo este, por favor.
La mujer se echó a reír y se dirigió al mostrador, seguida de Yulia.
—Ha tardado usted poco. Debe de conocer a esa niña muy bien.
Yulia volvió a encogerse de hombros y cogió unas gafas de sol, tan pequeñas que le arrancaron una carcajada.
—¿De verdad hacen gafas de sol para niños pequeños?
La dependienta también se rio.
—No debe de tener hijos, porque si no nunca habría preguntado algo así —extendió la mano hacia Yulia con una mirada de interrogación.
—Bueno, sí, muy bien. Supongo que también me llevaré estas.
—Entonces cogió un sonajero de bebé del mostrador y lo agitó adelante y atrás con cuidado. Tras observarlo un momento, miró a la dependienta—. Y esto también, a lo mejor.
Yulia se pasó el dedo por debajo de la nariz y evitó mirar a la sonriente dependienta a los ojos mientras pagaba sus compras.
Al salir de la tienda con las bolsas se dio cuenta de que sonreía mientras caminaba por la abigarrada calle. Se detuvo en seco delante de una tienda premamá y enarcó las cejas.
«Ah, esto no es una buena idea, Yulia.» Aun así, reunió valor y entró en la tienda al mismo tiempo que una mujer embarazadísima. Yulia no daba crédito al tamaño del barrigón que tenía y la incredulidad debió de notársele en la cara al apartarse rápidamente de su camino, porque la mujer le lanzó una mirada asesina.
—Sí, estoy enorme y ya me paso de cuentas —espetó, en tono retador.
La pelinegra esbozó una sonrisa leve, le aguantó la puerta y la siguió, contrita, sin decir esta boca es mía. Volvía a tener la impresión de no saber qué coño estaba haciendo. ¿De verdad quería comprarle algo a Lena? Y si era así, ¿el qué?
—Esto también es una mala idea, Yulia —murmuró para sí.
Dio media vuelta para marcharse, pero al hacerlo se chocó otra vez con la mujer embarazada.
—Ah, mierda, disculpe —exclamó Yulia, sosteniéndola para que no perdiera el equilibrio.
—Tenemos que dejar de toparnos así —comentó la mujer.
Yulia soltó una risita nerviosa—. Supongo que busca algo de ropa premamá, aunque no parece que esté embarazada. Yulia pestañeó y balbuceó su respuesta.
—No, no. No lo estoy. Es u-una amiga. Está embarazada, va a tener un bebé.
—Sí, es lo que suele pasar cuando se está embarazada.
Yulia se quedó blanca, pero forzó una carcajada.
—Sí, bueno...
—¿Entonces ha venido a comprarle algo a su amiga? —la instó la mujer. Cuando la ojiazul se las arregló para asentir, sonrió ampliamente—. Venga conmigo.
—Esto, yo... —protestó Yulia, pero siguió a la extraña por la tienda.
Se pararon junto a una silla y la mujer empezó a sentarse poco a poco, resoplando en alto. Yulia fue a ofrecerle la mano, pero la mujer se acomodó sola.
—¿De cuánto está?
—Eh... —farfulló Yulia, intentado hacer cálculos en su mente. La mujer se rio.
—¿Cuándo sale de cuentas?
—En diciembre —contestó la pelinegra de inmediato—. La primera semana o así.
—Mmm, muy bien. ¿Vestido o pantalones? —preguntó la mujer, al tiempo que extendía la mano—. Soy Karen. Yulia aceptó la mano que le tendía.
—Yulia. Y creo que pantalones —añadió, aunque no tenía ni idea. —¿Cuánto peso ha ganado?
—No... no tengo la menor idea. Karen entornó los ojos.
—Esto no va a ser fácil. ¿Ves a todas estas mujeres?
Yulia miró a su alrededor y se fijó en que había muchas mujeres embarazadas. Increíble.
—¿Las acaban de descargar? Karen soltó una sonora carcajada.
—Escoge a una que sea más o menos como...
—Lena —completó Yulia, observando a las mujeres. Cuando encontró una más o menos del tamaño de Lena, la señaló—. Esa de ahí. Me siento como una burra.
—Bueno, deberías. Mira que no saber cuánto peso ha ganado tu pareja... Se supone que la tienes que cuidar.
—Ella... Lena no es mi... quiero decir, está viviendo en mi casa y...—interpuso, pero al cabo de un segundo calló, porque sonaba ridícula.
—Tú cuídala —repitió Karen—. No discutas con una mujer embarazada. Estamos todas de los nervios y mataríamos por medio kilo de Häagen Dazs.
Yulia tragó saliva y asintió. «¿Qué estoy haciendo?», se preguntó, mirando a su alrededor
como un animal atrapado.
CONTINUARÁ...
Última edición por Nichya el 7/25/2015, 5:17 am, editado 3 veces
Lesdrumm- Admin
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Re: VIENTOS CELESTIALES...UN GIRO DEL DESTINO
Hahaha, pero que tierna Yuls... Me encanta!!
Aleinads- Mensajes : 519
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Localización : Colombia
Re: VIENTOS CELESTIALES...UN GIRO DEL DESTINO
Vientos Celestiales...Un Giro Del Destino
Capítulo 8
Durante todo el camino a casa, Yulia tuvo el estómago hecho nudos al recordar la conversación que había tenido con Niles.
Gimió en alto al pensar en el rostro iracundo de Suzette. Lo cierto es que había tenido una buena relación con Suzette: sin ataduras, sin compromisos, sin la trampa de las emociones y los celos entorpeciendo el camino, al menos hasta que el incidente de la llamada le había demostrado que Suzette podía llegar a ser celosa.
Sin embargo, Yulia no podía culparla, porque si estuviera en su lugar, eso también le habría molestado. ¿O no? ¿Qué pasaría si Suzette se viera con otras?
—Ya no sé qué coño estoy haciendo —farfulló la pelinegra al volante —. Con lo feliz que vivía yo, y mírame ahora. Echó un vistazo a los paquetes envueltos en papel de regalo y puso los ojos en blanco. —¡Qué estoy haciendo! —gruñó con desesperación mientras veía pasar las líneas blancas de la autopista bajo el coche y desaparecer en la distancia.
No podía evitar comparar aquellas líneas con su vida tal como la había conocido hasta el momento. Se pasó el viaje discutiendo consigo misma, pero sonrió cuando tomó el camino de entrada a su propiedad y la cabaña y el lago aparecieron en el horizonte. Lo cierto es que lo había echado de menos: la cabaña, el lago y sus dos invitadas. Mientras sacaba el equipaje del maletero, oyó la vocecilla de Skye.
—¡Yula... Yula! —la llamó la niña alegremente. Yulia esbozó una sonrisa radiante y se volvió.
La criaturilla corría en su dirección, pero de repente tropezó y se le escapó un gruñido mientras se frotaba las manitas polvorientas. Yulia fue por ella a toda prisa y llegó junto a la pequeña al mismo tiempo que Lena, que venía desde la parte trasera de la cabaña.
—Me caído.
—¿Te has hecho daño, pitufa? —preguntó Yulia. Skye negó con la cabeza mientras Lena le sacudía el polvo del trasero. Cuando esta levantó la vista y miró a Yulia a los ojos sonrió.
—Hola —saludó, corta de aliento.
—Ei —le devolvió el saludo la pelinegra. Y las dos se quedaron en silencio un momento.
—¿Has tenido un buen viaje? Pareces cansada —rompió el silencio Lena—. Bueno, Skye se alegra de verte.
—Ha sido productivo —repuso Yulia, que se rascó la nuca. La pelirroja ladeó la cabeza y sonrió.
—Eso está bien.
—No tengo ni idea —rio Yulia, nerviosa, y cogió a Skye en brazos. Luego se la echó sobre el hombro y el mini champiñón se deshizo en risitas—. ¿Me habéis echado de menos? —preguntó, mirando a Lena.
—Sííí. Te echo de menos —rio Skye.
Yulia le hizo cosquillas por todo el cuerpo y la enderezó, para sostenerla sobre la cadera y coger la bolsa al mismo tiempo. Las tres se dirigieron al porche, en donde Yulia bajó a Skye al suelo.
—Skye nada —anunció la niña, contentísima, mirando a su madre.
—¿Ah sí? ¿Con mamá? —se interesó Yulia.
No obstante, la expresión de Lena era severa; Skye agachó la cabeza y se llevó un dedo a la boca.
—Muy bien, ¿qué está pasando?
—¿Skye Marie? —advirtió Lena en tono inflexible.
Yulia enarcó una ceja. ¿Skye Marie? Aquello no podía ser bueno.
—Skye nada. Solita —farfulló Skye en voz baja. A Yulia casi se le salieron los ojos de las órbitas.
—¿Tú sola? —gritó.
De repente se le llenó la cabeza de imágenes horribles de aquella cosita bocabajo en el lago. Se arrodilló y le puso un dedo bajo la barbilla para hacerle mirarla a la cara.
—Cariñito, no vuelvas a ir sola al lago. Prométemelo —ordenó Yulia, con el corazón latiéndole en las sienes. Entonces miró a Lena
—.¿La has dejado ir al lago sola?
Los verdigrises ojos de Lena relampaguearon, rebosantes de furia. Aquella mirada de estupor bastó para hacerle saber a Yulia que había dicho lo que no debía, pero la pelirroja no dijo nada y se limitó a respirar por la nariz, con las aletas dilatadas por el enfado.
—Espero que hayas tenido un buen viaje.
—Lena, yo...
—Estaba haciendo la comida. Venga, pastelito. Hora de comer.
Skye tenía pinta de estar a punto de romper a llorar y Yulia le acarició los rizos rubios.
—Ve con mamá, pitufa. Yo voy a lavarme para la comida.
Lena cogió a Skye de la mano y desapareció al otro lado de la cabaña.
—Mierda —perjuró Yulia, furiosa consigo misma por haber perdido los nervios.
Bolsa en mano, las siguió al interior de la cabaña. La comida fue más bien silenciosa y tensa. La pelirroja estaba que echaba chispas aun mientras le cortaba el sándwich a su hija y se lo ponía en el plato.
Como si pudiera percibir el humor de su madre, la pequeña musitó un educado «gracias». Cuando Lena le puso el plato delante a Yulia, esta también repuso:
—Gracias, mamá.
Lena levantó la cabeza de golpe y fulminó a Yulia con la mirada; La pelinegra trató de no reírse, pero Skye no pudo evitarlo.
—No es tu mamá, Yula.
Yulia se encogió de hombros y, al cabo de unos segundos, las tres se habían echado a reír y la tensión se había evaporado.
Mientras bebía té helado, miró cómo Skye daba cuenta de su pasta boloñesa con kétchup. Hizo una mueca solo de pensar en el sabor de aquella combinación.
—Yula, ¿vamos a nadar? Yulia se limpió los labios con la servilleta y miró a Lena de reojo.
—No lo sé, pitufa. Eso lo decide tu madre.
Lena miró alternativamente a Yulia y a su hija.
—Claro que puedes ir a nadar. Pero tienes que escuchar a Yulia y hacer todo lo que te diga. No queremos que te pase nada. Yulia te llevará a nadar siempre que quieras, pero no puedes entrar en el agua sola, ¿entendido?
A Skye le tembló la barbilla bajo la reprimenda, pero asintió. La pelinegra carraspeó.
—Bueno, si no recuerdo mal, te prometí traerte un regalo. Skye abrió mucho los ojos y siguió a Yulia con la mirada mientras iba a la sala de estar y volvía con la bolsa. Sacó sus gafas de sol y se las puso, ignorando la mirada de curiosidad de Lena.
Entonces sacó el minipar de gafas y se las dio a Skye, que se entusiasmó cuando Yulia la ayudó a ponérselas.
—¡Mamá! ¡Como Yula!
Yulia se rio y Lena meneó la cabeza.
—Justo lo que necesitaba, una versión en miniatura de Yulia Volkova—rezongó, si bien al mirarlas juntas con las gafas de sol puestas no pudo evitar reírse—. Estás monísima, pastelito.
—¿Como Yula?
La pelinegra miró a Lena por encima de las gafas y esta esbozó una sonrisa sarcástica.
—Oh, mucho más que Yulia, cariño —le aseguró.
El ego de Yulia se deshinchó de golpe, como un globo pinchado. Rezongó como una niña pequeña, cogió la bolsa y sacó el regalo de Skye, la rubita miró a su madre, que le sonrió y asintió, antes de romper el envoltorio.
—Mamá... ¡Un pes! —chilló Skye, encantada, ajustándose las gafas de sol. Sostuvo en alto el pez de peluche con aletas azules y naranjas y lo abrazó.
Yulia sonrió, orgullosa. «Se me ha ocurrido a mí, muchas gracias.»
—Ya lo veo. Es muy bonito, pastelito, puedes dormir con él —la animó su madre, igual de entusiasmada. Skye estaba tan contenta que no podía estarse quieta y saltó de la silla para echarle los brazos al cuello a Yulia.
—Gracias, Yula.
—De nada, pitufa.
—Yula, ¿nadamos ya? —preguntó, tirándole de los pantalones cortos.
—Tu mamá se ha esforzado mucho en hacerme este supersándwich tan bueno, pitufa, así que me lo voy a acabar.
—Skye, Yulia está cansada. ¿Qué te parece dormir la siesta y luego cuando te despiertes bajamos las tres al lago? Skye pataleó.
—Skye —la advirtió su madre.
La independiente niña de tres años frunció el ceño.
—Quero nadar —se encabezonó.
La pelinegra arqueó una ceja y trató de no reírse mientras se terminaba el sándwich.
—Tapón revoltoso —farfulló entre dientes al tiempo que daba un trago de té helado.
Lena le lanzó una mirada furibunda y susurró:
—¿Quieres hacer el favor de ponerte de mi lado en esto?
Yulia asintió, se limpió con la servilleta, arrugó el ceño y miró a Skye, que le sostuvo la mirada con el entrecejo igualmente fruncido.
—Siesta —ordenó Yulia.
Skye las miró a las dos. Entonces cogió su pez de peluche y tiró a Yulia de la mano. Esta se rio y Skye cogió de la mano también a su madre.
—Yula cansada, mamá cansada —anunció, tirando de las dos.
La pelinegra agachó la cabeza, con la esperanza de que no se le notara el rubor en las mejillas.
—Bueno, es una cama grande. La podemos poner en el medio, para que no se caiga —aventuró, apenas atreviéndose a mirar a Lena a los ojos verdigrises.
—La... la verdad es que pareces cansada y el sofá es muy corto para ti —ofreció la otra mujer.
Skye no había dejado de mirarlas en todo el rato y las arrastró fuera de la cocina.
—¡A momiiir! —insistió.
Yulia subió a Skye a la cama sin esfuerzo y la colocó entre Lena y ella. Su madre se tumbó y dejó escapar un suspiro de alivio al estirar los músculos. A continuación intentó incorporarse de nuevo para quitarse las sandalias, pero Yulia se le adelantó y rodeó la cama.
—Espera, tortuguita —le dijo, agachándose para descalzarla.
—No, por favor, puedo yo...
—Estate quieta —susurró Yulia, y acabó de quitarle las sandalias. Al hacerlo le acarició ligeramente los tobillos con la yema de los dedos. Lena echó la cabeza hacia atrás.
—Gracias —musitó—. Seguro que echas de menos dormir en tu propia cama. Lo siento.
—Mamá, un cuento, pofiii —pidió Skye, acurrucándose contra el costado de la pelirroja. Le tiró de la camisa a Yulia—. Mamá nos lee cuento.
La pelinegra sonrió y se movió hacia el medio de la cama, para acurrucarse con Skye. Se acomodaron juntas mientras Lena cogía su libro de poesía.
—¿Qué queréis que lea?
Skye se sacó el pulgar de la boca para contestar.
—El del beso, mamá —la animó la pequeña, rodeándole el brazo con el suyo. La pelirroja sonrió a su hija.
—¿El del beso otra vez? ¿Por qué no leemos otro?
Yulia, que observaba atentamente a Lena, se preguntó por qué se habría puesto roja de repente. A lo mejor tenía que ver con el embarazo, se dijo, incorporándose sobre el hombro para apoyar la cara en la mano.
—¿El del beso?
Lena disimuló una nueva sonrisa y asintió mientras hojeaba el libro.
—¿Qué te parece el otro libro, pastelito? El Doctor Seuss o a lo mejor...
—No, mamá, pofiii, el del beso —suplicó Skye.
Lena soltó una carcajada nerviosa.
—Skye, no sé por qué te gusta tanto ese poema. Shelley nada menos.
Skye miró a Yulia de golpe y anunció.
—Mamá nos lee cuento.
—Lo sé, pitufa. Estoy impaciente —afirmó la pelinegra, con total sinceridad.
Lena evitó mirarla a la cara, se aclaró la garganta y empezó a leer en tono musical.
—«Las fuentes se unen con el río y los ríos con el Océano. Los vientos celestiales se mezclan por siempre con calma emoción.» La voz serena de Lena arrulló a Yulia de tal manera que se perdió las siguientes líneas, pero contempló su rostro mientras recitaba el final del viejo poema.
—«La luz del sol ciñe a la Tierra y la Luna besa a los mares: ¿para qué esta dulce tarea si luego tú ya no me besas?» —Lena se detuvo y miró a la pelinegra—. ¿Qué pasa? ¿No te gusta la poesía?
Yulia parpadeó, con la mente a años luz de distancia. No se atrevía a preguntarse dónde, pero sí se daba cuenta de que estaba mirando a Lena fijamente.
—No, ha sido precioso.
Skye estaba agarrada del brazo de su madre y abrazada al pez de peluche.
—Otaves —murmuró, adormilada.
—Skye...
—Sí, mamá, otra vez —coincidió Yulia en voz baja.
Las dos mujeres volvieron a sostenerse la mirada un momento, antes de que la pelirroja retomara la lectura. Skye cayó profundamente dormida mientras Lena leía y no llegó a escuchar el final. Su madre cerró el libro sobre el pecho y contempló a su hija.
—Pasa cada vez que le leo —susurró—. Debe de ser mi voz.
—Es muy relajante —murmuró Yulia.
—No sabría decirte.
—Lena, siento lo del lago. La pelirroja negó con la cabeza.
—Ya lo sé. No pasa nada.
—Sí que pasa. No tengo ningún derecho a...
—Mejor que lo hablemos luego. No quiero despertarla.
Yulia asintió y se le escapó un bostezo. Lena sonrió, cerró los ojos y se quedó dormida bajo la atenta mirada de la compositora. Al cabo de unos segundos, a Yulia la sorprendió notar que le pesaban los párpados y pronto acompañó a madre e hija a los brazos de Morfeo.
Yulia volvió a despertarse cuando algo le golpeó el ojo. Despegó los párpados con un sobresalto y, de nuevo, se encontró cara a cara con la rubita.
—Yula, vamos a nadar —susurró.
Yulia se desperezó y echó un vistazo a su reloj de pulsera. Eran las dos y media. Asombroso. Yulia ni siquiera recordaba la última vez que se había echado la siesta. Meneó la cabeza al pensar en ello, aunque lo cierto era que se sentía completamente descansada y hasta rejuvenecida. Se volvió hacia Lena, que seguía profundamente dormida, tumbada de lado de cara a ellas. Al contemplarla no pudo ignorar el modo en que se le aceleraba el corazón: Lena era preciosa, aun estando embarazada. Puede que precisamente porque estaba
embarazada y era feliz. La maternidad era algo ajeno para Yulia, pero para Lena Katina era algo natural. Era una buena mujer y Yulia no conocía a muchas de esas. Se preguntaba cómo acabaría todo aquello. ¿Qué debía de pensar Lena?
—Yula —susurró de nuevo Skye, en tono insistente.
—Vale. Shh, vamos a dejar que mamá duerma un ratito más. Venga —le susurró Yulia, deslizándose fuera de la cama. Se llevó un dedo a los labios y Skye la imitó.
—¿Mamá dueme? Yulia asintió y cogió a la niña en brazos para salir del dormitorio
sin hacer ruido.
—Jesús, pitufa. ¡Estate quieta! —bufó Yulia, que se las veía y deseaba para ponerle el bañador a Skye. Cuando acabó de ponérselo, se apartó y frunció los labios, desconcertada—. ¿Por qué no queda bien?
Skye hizo una mueca, se llevó la mano al trasero y tiró del bañador, con el ceño fruncido. Fue cuando Yulia se fijó en la etiqueta... estaba al revés. —Mierda —gruñó.
Skye arrugó la nariz.
—No se dice, Yula —la riñó.
La pelinegra estaba avergonzada de verdad. Meneó la cabeza al darse cuenta de que una niña de tres años era capaz de llamarla al orden.
—Tienes razón, lo siento. Ahora, ¿qué tal si te pongo bien el bañador, antes de que salga tu madre y crea que soy todavía más idiota de lo que piensa ya?
Eran casi las cuatro cuando Lena despertó al fin, al son de las notas suaves de piano. Se sentía fresca y descansada, así que se las arregló para levantarse y calzarse. Al recordar cómo Yulia le había quitado las sandalias, puso los ojos en blanco. Tenía los pies enormes, gordos e hinchados, pero le había gustado sentir el roce cálido de los fuertes dedos de Yulia sobre la piel. «Seguro que da buenos masajes», pensó Lena, de camino al pasillo.
Permaneció en la entrada, sin que Yulia la viera, mientras la veía tocar el piano con Skye en el regazo.
—Pon los dedos aquí, aquí y aquí —la instruyó Yulia,
apretando sus deditos contra las teclas que formaban el acorde—.¿Ves? Estás tocando el piano. Skye la miró.
—Otaves, Yula, pofiii.
—¿Cómo voy a resistirme a esos ojitos verdigrises? Son igualitos que los de tu madre. Muy bien, otra vez.
Lena enarcó una ceja al oír el comentario sobre sus ojos y siguió observándolas. Irina nunca había hecho algo así con Skye. Para empezar, nunca estaba en casa lo suficiente y, cuando sí que estaba, solo jugaba a lo que ella quería. Era como tener dos hijas. Yulia tenía razón. A Irina le gustaba la idea de tener hijos, no la realidad. Lo que Lena había esperado es que su segundo bebé cambiara eso. Se pasó la mano por la barriga, invadida de un sentimiento de culpabilidad. ¿Se había equivocado al querer hijos? Negó con la cabeza para dejar de pensar en eso y se concentró en la actitud de Yulia hacia la maternidad. Yulia Volkova había dejado escapar a Irina, porque no quería formar una familia. Era madura e inteligente y sabía que los resultados serían desastrosos.
Lena intentó imaginarse su vida si Irina siguiera viva y sintió una nueva punzada de culpabilidad al mirar a Yuia, sonriente y haciendo reír a su hija. Skye fue la que reparó primero en su madre.
—¡Mamá! ¡Skye toca piano! —anunció entusiasmada.
—Ya lo oigo. Es muy bonito, pastelito. Miró a Yulia, que le sonreía un poco.
—Pareces descansada —comentó.
La pelirroja fue consciente de que volvían a encendérsele las mejillas; se pasó la mano por sus rizos y se acercó al piano.
—Estoy horrorosa.
—Estás bien —aseguró Yulia, justo cuando Skye la agarraba de los carrillos para obligarla a mirarla.
—Otaves, Yula —insistió la pequeña.
La pelinegra arqueó una ceja oscura y Skye musitó:
—¿Pofiii?
—Claro, hobbit.
—Deja de llamarla hobbit —protestó Lena, y Yulia soltó una carcajada de disculpa—. ¿Te diviertes sacándome de mis casillas? Yulia ladeó la cabeza.
—Sí. A veces —confesó, y rio de nuevo cuando Lena la fulminó con la mirada. Levantó a Skye de su regazo y la sentó en el banco del piano.
Inmediatamente, Skye empezó a aporrear las teclas y Yulia, con los ojos fuera de las órbitas, se volvió hacia ella y le cogió las manos con una mueca de dolor.
—Con cuidado, despacio. Es un instrumento musical muy sensible —le explicó a la revoltosa niña de cabello de oro—. Y caro.
Lena puso los ojos en blanco y acudió junto a Skye.
—Pastelito, no le des golpes o no podrás sentarte ahí —expuso en un conciso tono maternal.
Skye hizo un puchero y miró a su madre a los ojos, pero la expresión seria de Lena no vaciló ni un ápice.
—Vale, mamá —murmuró, y empezó a tocar las teclas con más cuidado.
Lena le regaló a Yulia una mirada de superioridad.
—«Instrumento musical sensible» —citó con un deje irónico—.Si ni siquiera sabe pronunciarlo.
Yulia entornó los ojos.
—Voy a preparar té helado y a darme una ducha.
Lena fue a sentarse al porche con Skye y fue dándole rodajas de naranja para merendar mientras la niña jugaba con su peluche.
—Skye, te... te gusta Yulia, ¿verdad?
—Sí. Skye nada. Y Yula compra gafas y un pes y toco piano
—listó Skye alegremente.
Lena esbozó una sonrisa al darse cuenta de que su hija estaba aprendiendo cada vez más palabras.
—¿Mamá gusta Yula?
La sonrisa de su madre se ensanchó.
—Sí, me gusta Yulia —repuso, dándole otra rodaja de naranja.
—Yulia dice mamá apa —informó Skye, alargando la mano hacia la fruta.
Lena la retiró de su alcance un momento.
—¿Qué? ¿Yulia ha dicho... eh... ha dicho que soy guapa? —le susurró a su hija. Echó un vistazo furtivo a la puerta—. ¿Ha dicho eso, cariño?
Skye asintió y estiró la mano hacia la naranja. Lena sonrió y se relajó en el asiento.
—¿Cuándo, pastelito? —inquirió, a sabiendas de que debería darle vergüenza interrogar a su propia hija.
—Nadando, mamá. Pofiii —se quejó Skye, que no llegaba a la fruta.
—Ay, perdona, cariño —murmuró la pelirroja, y se la acercó—. Y...¿qué más ha dicho, cielo? ¿Te acuerdas y se lo cuentas a mamá? —preguntó, mientras pelaba otra rodaja a modo de cebo.
Se subió a Skye al regazo, pese al dolor de espalda. La niña puso cara pensativa y por un momento pareció tan adulta que Lena no pudo evitar poner los ojos en blanco cariñosamente.
—Ojos vedigises —contestó su hija, masticando la fruta.
—¿Yulia ha dicho que le gustan mis ojos verdigrises? Skye asintió y se tragó otra rodaja, mientras a su madre se le aceleraba el corazón. «Contrólate, Katina —se dijo—, esa mujer está fuera de tu alcance. Que sea amable con tu hija es una cosa, pero que se sienta atraída por una embarazada de tobillos hinchados es otra muy diferente.» Suspiró. Al menos era bonito soñar.
—¿Yula apa, mamá? —preguntó la pequeña.
Lena miró al vacío y evocó las torneadas piernas y su cuerpo esbelto bajo el bañador. Aquellos ojos azules chispeantes y su sonrisa.
—Sí, pastelito. Creo que Yulia es muy guapa.
Justo entonces, la pelinegra apareció en el porche y Skye la recibió con una gran sonrisa.
—Yula, mamá dice que...
Lena le metió un trozo de naranja en la boca y le sonrió a Yulia con dulzura. Yulia las miró con curiosidad.
—Tenéis cara de haber hecho algo muy, pero que muy malo.
Skye se zafó de su madre.
—¡Regalo! —exclamó al ver los paquetes envueltos detrás de la pelinegra.
—Yulia, la vas a malcriar —objetó Lena.
Sin embargo, la ojiazul sonrió con incomodidad al responderle a Skye.
—Lo siento, pitufa. Estos son para tu madre. Lena tragó saliva con dificultad.
—¿Para mí?
Yulia se encogió de hombros y le entregó los paquetes.
—¡Corre, mamá! —gritó Skye, dando palmas.
Lena rezaba para que Yulia no se diera cuenta de lo mucho que le temblaban las manos. Rompió el papel de regalo y abrió la caja.
—Oh, Yulia, ¡es preciosa! —exclamó al sacar una blusa de seda azul cobalto.
—Dios, espero que te quede bien. Me tuvo que ayudar una pobre embarazada —confesó Yulia, azorada, mientras se rascaba la nuca—. Creo que al cabo de un rato le habían entrado ganas de matarme.
—Seguro que me irá —aseguró Lena—. Gracias.
—Mamá, más. ¡Abre! —insistió Skye.
Lena miró a Yulia con impotencia.
—¿Más? No deberías haberlo hecho.
Yulia volvió a ponerse roja como un tomate y, al verla tan avergonzada, la pelirroja sonrió. El impulso de tocarle la mejilla arrebolada era casi irresistible, así que se concentró en su hija para quitarse la idea de la cabeza.
—Muy bien, pastelito. Ayúdame —le dijo.
Skye se abalanzó sobre el papel de regalo sin esperar a que se lo dijeran dos veces y abrió el siguiente paquete. Eran unos pantalones de lino premamá de color tostado, con aspecto de costar una fortuna.
—Oh, Yulia —musitó en tono agradecido.
—Bueno, es que no he visto que tengas ropa de premamá y pensé que estarías más cómoda, así que...
—Yula, ¿qué es? —quiso saber Skye, sosteniendo el sonajero de bebé.
Yulia abrió los ojos desmesuradamente y evitó mirar a la cara a una conmocionada Lena. Lo cierto es que había olvidado el sonajero por completo. Poco a poco, los labios de Lena se curvaron en una sonrisa y levantó una ceja en ademán interrogativo.
—Es un sonajero —explicó Yulia.
—¿Para el bebé? —preguntó Skye, agitando el juguete.
La pelinegra levantó las manos hacia el cielo en gesto de rendición y soltó una carcajada.
—Sí, pitufa —miró a Lena, que tenía los ojos llenos de lágrimas—.
Es que lo vi en el mostrador y...
—Gracias —susurró Lena.
Y sin venir a cuento, rompió a llorar. Alarmada, Yulia se quedó con la boca abierta y Skye corrió al regazo de su madre.
—Mamá... —la llamó.
La pelirroja no podía controlarse: sollozaba como una boba, aferrada a su hija. Yulia sonrió y se arrodilló delante de las dos.
—No pasa nada, pitufa. Mamá está contenta, ¿verdad? — preguntó, al tiempo que cubría la temblorosa mano de la pelirroja con la suya.
Lena levantó la mirada y asintió, sin dejar de llorar.
—¿Ves? Ya me voy acostumbrando a esto del embarazo —se enorgulleció Yulia.
Lena estiró los brazos de repente y abrazó a la pelinegra por el cuello. Al principio, Yulia se quedó paralizada, pero enseguida reaccionó y le devolvió el abrazo. A los pocos segundos, Lena dejó de llorar y soltó a la otra mujer de inmediato.
—Lo... lo siento mucho, Yulia. No me lo esperaba —balbuceó, secándose las lágrimas.
—Bueno, pues espero que te quede bien, porque te lo vas a poner esta noche. Venga, me muero de hambre. Hoy cenamos fuera —anunció Yulia. Skye aplaudió.
—¿Peritos calientes? —quiso saber, entusiasmada.
—Bueno, claro. Lo que tú quieras, pitufa —accedió Yulia, desordenándole los dorados rizos.
CONTINUARÁ...
Capítulo 8
Durante todo el camino a casa, Yulia tuvo el estómago hecho nudos al recordar la conversación que había tenido con Niles.
Gimió en alto al pensar en el rostro iracundo de Suzette. Lo cierto es que había tenido una buena relación con Suzette: sin ataduras, sin compromisos, sin la trampa de las emociones y los celos entorpeciendo el camino, al menos hasta que el incidente de la llamada le había demostrado que Suzette podía llegar a ser celosa.
Sin embargo, Yulia no podía culparla, porque si estuviera en su lugar, eso también le habría molestado. ¿O no? ¿Qué pasaría si Suzette se viera con otras?
—Ya no sé qué coño estoy haciendo —farfulló la pelinegra al volante —. Con lo feliz que vivía yo, y mírame ahora. Echó un vistazo a los paquetes envueltos en papel de regalo y puso los ojos en blanco. —¡Qué estoy haciendo! —gruñó con desesperación mientras veía pasar las líneas blancas de la autopista bajo el coche y desaparecer en la distancia.
No podía evitar comparar aquellas líneas con su vida tal como la había conocido hasta el momento. Se pasó el viaje discutiendo consigo misma, pero sonrió cuando tomó el camino de entrada a su propiedad y la cabaña y el lago aparecieron en el horizonte. Lo cierto es que lo había echado de menos: la cabaña, el lago y sus dos invitadas. Mientras sacaba el equipaje del maletero, oyó la vocecilla de Skye.
—¡Yula... Yula! —la llamó la niña alegremente. Yulia esbozó una sonrisa radiante y se volvió.
La criaturilla corría en su dirección, pero de repente tropezó y se le escapó un gruñido mientras se frotaba las manitas polvorientas. Yulia fue por ella a toda prisa y llegó junto a la pequeña al mismo tiempo que Lena, que venía desde la parte trasera de la cabaña.
—Me caído.
—¿Te has hecho daño, pitufa? —preguntó Yulia. Skye negó con la cabeza mientras Lena le sacudía el polvo del trasero. Cuando esta levantó la vista y miró a Yulia a los ojos sonrió.
—Hola —saludó, corta de aliento.
—Ei —le devolvió el saludo la pelinegra. Y las dos se quedaron en silencio un momento.
—¿Has tenido un buen viaje? Pareces cansada —rompió el silencio Lena—. Bueno, Skye se alegra de verte.
—Ha sido productivo —repuso Yulia, que se rascó la nuca. La pelirroja ladeó la cabeza y sonrió.
—Eso está bien.
—No tengo ni idea —rio Yulia, nerviosa, y cogió a Skye en brazos. Luego se la echó sobre el hombro y el mini champiñón se deshizo en risitas—. ¿Me habéis echado de menos? —preguntó, mirando a Lena.
—Sííí. Te echo de menos —rio Skye.
Yulia le hizo cosquillas por todo el cuerpo y la enderezó, para sostenerla sobre la cadera y coger la bolsa al mismo tiempo. Las tres se dirigieron al porche, en donde Yulia bajó a Skye al suelo.
—Skye nada —anunció la niña, contentísima, mirando a su madre.
—¿Ah sí? ¿Con mamá? —se interesó Yulia.
No obstante, la expresión de Lena era severa; Skye agachó la cabeza y se llevó un dedo a la boca.
—Muy bien, ¿qué está pasando?
—¿Skye Marie? —advirtió Lena en tono inflexible.
Yulia enarcó una ceja. ¿Skye Marie? Aquello no podía ser bueno.
—Skye nada. Solita —farfulló Skye en voz baja. A Yulia casi se le salieron los ojos de las órbitas.
—¿Tú sola? —gritó.
De repente se le llenó la cabeza de imágenes horribles de aquella cosita bocabajo en el lago. Se arrodilló y le puso un dedo bajo la barbilla para hacerle mirarla a la cara.
—Cariñito, no vuelvas a ir sola al lago. Prométemelo —ordenó Yulia, con el corazón latiéndole en las sienes. Entonces miró a Lena
—.¿La has dejado ir al lago sola?
Los verdigrises ojos de Lena relampaguearon, rebosantes de furia. Aquella mirada de estupor bastó para hacerle saber a Yulia que había dicho lo que no debía, pero la pelirroja no dijo nada y se limitó a respirar por la nariz, con las aletas dilatadas por el enfado.
—Espero que hayas tenido un buen viaje.
—Lena, yo...
—Estaba haciendo la comida. Venga, pastelito. Hora de comer.
Skye tenía pinta de estar a punto de romper a llorar y Yulia le acarició los rizos rubios.
—Ve con mamá, pitufa. Yo voy a lavarme para la comida.
Lena cogió a Skye de la mano y desapareció al otro lado de la cabaña.
—Mierda —perjuró Yulia, furiosa consigo misma por haber perdido los nervios.
Bolsa en mano, las siguió al interior de la cabaña. La comida fue más bien silenciosa y tensa. La pelirroja estaba que echaba chispas aun mientras le cortaba el sándwich a su hija y se lo ponía en el plato.
Como si pudiera percibir el humor de su madre, la pequeña musitó un educado «gracias». Cuando Lena le puso el plato delante a Yulia, esta también repuso:
—Gracias, mamá.
Lena levantó la cabeza de golpe y fulminó a Yulia con la mirada; La pelinegra trató de no reírse, pero Skye no pudo evitarlo.
—No es tu mamá, Yula.
Yulia se encogió de hombros y, al cabo de unos segundos, las tres se habían echado a reír y la tensión se había evaporado.
Mientras bebía té helado, miró cómo Skye daba cuenta de su pasta boloñesa con kétchup. Hizo una mueca solo de pensar en el sabor de aquella combinación.
—Yula, ¿vamos a nadar? Yulia se limpió los labios con la servilleta y miró a Lena de reojo.
—No lo sé, pitufa. Eso lo decide tu madre.
Lena miró alternativamente a Yulia y a su hija.
—Claro que puedes ir a nadar. Pero tienes que escuchar a Yulia y hacer todo lo que te diga. No queremos que te pase nada. Yulia te llevará a nadar siempre que quieras, pero no puedes entrar en el agua sola, ¿entendido?
A Skye le tembló la barbilla bajo la reprimenda, pero asintió. La pelinegra carraspeó.
—Bueno, si no recuerdo mal, te prometí traerte un regalo. Skye abrió mucho los ojos y siguió a Yulia con la mirada mientras iba a la sala de estar y volvía con la bolsa. Sacó sus gafas de sol y se las puso, ignorando la mirada de curiosidad de Lena.
Entonces sacó el minipar de gafas y se las dio a Skye, que se entusiasmó cuando Yulia la ayudó a ponérselas.
—¡Mamá! ¡Como Yula!
Yulia se rio y Lena meneó la cabeza.
—Justo lo que necesitaba, una versión en miniatura de Yulia Volkova—rezongó, si bien al mirarlas juntas con las gafas de sol puestas no pudo evitar reírse—. Estás monísima, pastelito.
—¿Como Yula?
La pelinegra miró a Lena por encima de las gafas y esta esbozó una sonrisa sarcástica.
—Oh, mucho más que Yulia, cariño —le aseguró.
El ego de Yulia se deshinchó de golpe, como un globo pinchado. Rezongó como una niña pequeña, cogió la bolsa y sacó el regalo de Skye, la rubita miró a su madre, que le sonrió y asintió, antes de romper el envoltorio.
—Mamá... ¡Un pes! —chilló Skye, encantada, ajustándose las gafas de sol. Sostuvo en alto el pez de peluche con aletas azules y naranjas y lo abrazó.
Yulia sonrió, orgullosa. «Se me ha ocurrido a mí, muchas gracias.»
—Ya lo veo. Es muy bonito, pastelito, puedes dormir con él —la animó su madre, igual de entusiasmada. Skye estaba tan contenta que no podía estarse quieta y saltó de la silla para echarle los brazos al cuello a Yulia.
—Gracias, Yula.
—De nada, pitufa.
—Yula, ¿nadamos ya? —preguntó, tirándole de los pantalones cortos.
—Tu mamá se ha esforzado mucho en hacerme este supersándwich tan bueno, pitufa, así que me lo voy a acabar.
—Skye, Yulia está cansada. ¿Qué te parece dormir la siesta y luego cuando te despiertes bajamos las tres al lago? Skye pataleó.
—Skye —la advirtió su madre.
La independiente niña de tres años frunció el ceño.
—Quero nadar —se encabezonó.
La pelinegra arqueó una ceja y trató de no reírse mientras se terminaba el sándwich.
—Tapón revoltoso —farfulló entre dientes al tiempo que daba un trago de té helado.
Lena le lanzó una mirada furibunda y susurró:
—¿Quieres hacer el favor de ponerte de mi lado en esto?
Yulia asintió, se limpió con la servilleta, arrugó el ceño y miró a Skye, que le sostuvo la mirada con el entrecejo igualmente fruncido.
—Siesta —ordenó Yulia.
Skye las miró a las dos. Entonces cogió su pez de peluche y tiró a Yulia de la mano. Esta se rio y Skye cogió de la mano también a su madre.
—Yula cansada, mamá cansada —anunció, tirando de las dos.
La pelinegra agachó la cabeza, con la esperanza de que no se le notara el rubor en las mejillas.
—Bueno, es una cama grande. La podemos poner en el medio, para que no se caiga —aventuró, apenas atreviéndose a mirar a Lena a los ojos verdigrises.
—La... la verdad es que pareces cansada y el sofá es muy corto para ti —ofreció la otra mujer.
Skye no había dejado de mirarlas en todo el rato y las arrastró fuera de la cocina.
—¡A momiiir! —insistió.
Yulia subió a Skye a la cama sin esfuerzo y la colocó entre Lena y ella. Su madre se tumbó y dejó escapar un suspiro de alivio al estirar los músculos. A continuación intentó incorporarse de nuevo para quitarse las sandalias, pero Yulia se le adelantó y rodeó la cama.
—Espera, tortuguita —le dijo, agachándose para descalzarla.
—No, por favor, puedo yo...
—Estate quieta —susurró Yulia, y acabó de quitarle las sandalias. Al hacerlo le acarició ligeramente los tobillos con la yema de los dedos. Lena echó la cabeza hacia atrás.
—Gracias —musitó—. Seguro que echas de menos dormir en tu propia cama. Lo siento.
—Mamá, un cuento, pofiii —pidió Skye, acurrucándose contra el costado de la pelirroja. Le tiró de la camisa a Yulia—. Mamá nos lee cuento.
La pelinegra sonrió y se movió hacia el medio de la cama, para acurrucarse con Skye. Se acomodaron juntas mientras Lena cogía su libro de poesía.
—¿Qué queréis que lea?
Skye se sacó el pulgar de la boca para contestar.
—El del beso, mamá —la animó la pequeña, rodeándole el brazo con el suyo. La pelirroja sonrió a su hija.
—¿El del beso otra vez? ¿Por qué no leemos otro?
Yulia, que observaba atentamente a Lena, se preguntó por qué se habría puesto roja de repente. A lo mejor tenía que ver con el embarazo, se dijo, incorporándose sobre el hombro para apoyar la cara en la mano.
—¿El del beso?
Lena disimuló una nueva sonrisa y asintió mientras hojeaba el libro.
—¿Qué te parece el otro libro, pastelito? El Doctor Seuss o a lo mejor...
—No, mamá, pofiii, el del beso —suplicó Skye.
Lena soltó una carcajada nerviosa.
—Skye, no sé por qué te gusta tanto ese poema. Shelley nada menos.
Skye miró a Yulia de golpe y anunció.
—Mamá nos lee cuento.
—Lo sé, pitufa. Estoy impaciente —afirmó la pelinegra, con total sinceridad.
Lena evitó mirarla a la cara, se aclaró la garganta y empezó a leer en tono musical.
—«Las fuentes se unen con el río y los ríos con el Océano. Los vientos celestiales se mezclan por siempre con calma emoción.» La voz serena de Lena arrulló a Yulia de tal manera que se perdió las siguientes líneas, pero contempló su rostro mientras recitaba el final del viejo poema.
—«La luz del sol ciñe a la Tierra y la Luna besa a los mares: ¿para qué esta dulce tarea si luego tú ya no me besas?» —Lena se detuvo y miró a la pelinegra—. ¿Qué pasa? ¿No te gusta la poesía?
Yulia parpadeó, con la mente a años luz de distancia. No se atrevía a preguntarse dónde, pero sí se daba cuenta de que estaba mirando a Lena fijamente.
—No, ha sido precioso.
Skye estaba agarrada del brazo de su madre y abrazada al pez de peluche.
—Otaves —murmuró, adormilada.
—Skye...
—Sí, mamá, otra vez —coincidió Yulia en voz baja.
Las dos mujeres volvieron a sostenerse la mirada un momento, antes de que la pelirroja retomara la lectura. Skye cayó profundamente dormida mientras Lena leía y no llegó a escuchar el final. Su madre cerró el libro sobre el pecho y contempló a su hija.
—Pasa cada vez que le leo —susurró—. Debe de ser mi voz.
—Es muy relajante —murmuró Yulia.
—No sabría decirte.
—Lena, siento lo del lago. La pelirroja negó con la cabeza.
—Ya lo sé. No pasa nada.
—Sí que pasa. No tengo ningún derecho a...
—Mejor que lo hablemos luego. No quiero despertarla.
Yulia asintió y se le escapó un bostezo. Lena sonrió, cerró los ojos y se quedó dormida bajo la atenta mirada de la compositora. Al cabo de unos segundos, a Yulia la sorprendió notar que le pesaban los párpados y pronto acompañó a madre e hija a los brazos de Morfeo.
Yulia volvió a despertarse cuando algo le golpeó el ojo. Despegó los párpados con un sobresalto y, de nuevo, se encontró cara a cara con la rubita.
—Yula, vamos a nadar —susurró.
Yulia se desperezó y echó un vistazo a su reloj de pulsera. Eran las dos y media. Asombroso. Yulia ni siquiera recordaba la última vez que se había echado la siesta. Meneó la cabeza al pensar en ello, aunque lo cierto era que se sentía completamente descansada y hasta rejuvenecida. Se volvió hacia Lena, que seguía profundamente dormida, tumbada de lado de cara a ellas. Al contemplarla no pudo ignorar el modo en que se le aceleraba el corazón: Lena era preciosa, aun estando embarazada. Puede que precisamente porque estaba
embarazada y era feliz. La maternidad era algo ajeno para Yulia, pero para Lena Katina era algo natural. Era una buena mujer y Yulia no conocía a muchas de esas. Se preguntaba cómo acabaría todo aquello. ¿Qué debía de pensar Lena?
—Yula —susurró de nuevo Skye, en tono insistente.
—Vale. Shh, vamos a dejar que mamá duerma un ratito más. Venga —le susurró Yulia, deslizándose fuera de la cama. Se llevó un dedo a los labios y Skye la imitó.
—¿Mamá dueme? Yulia asintió y cogió a la niña en brazos para salir del dormitorio
sin hacer ruido.
—Jesús, pitufa. ¡Estate quieta! —bufó Yulia, que se las veía y deseaba para ponerle el bañador a Skye. Cuando acabó de ponérselo, se apartó y frunció los labios, desconcertada—. ¿Por qué no queda bien?
Skye hizo una mueca, se llevó la mano al trasero y tiró del bañador, con el ceño fruncido. Fue cuando Yulia se fijó en la etiqueta... estaba al revés. —Mierda —gruñó.
Skye arrugó la nariz.
—No se dice, Yula —la riñó.
La pelinegra estaba avergonzada de verdad. Meneó la cabeza al darse cuenta de que una niña de tres años era capaz de llamarla al orden.
—Tienes razón, lo siento. Ahora, ¿qué tal si te pongo bien el bañador, antes de que salga tu madre y crea que soy todavía más idiota de lo que piensa ya?
Eran casi las cuatro cuando Lena despertó al fin, al son de las notas suaves de piano. Se sentía fresca y descansada, así que se las arregló para levantarse y calzarse. Al recordar cómo Yulia le había quitado las sandalias, puso los ojos en blanco. Tenía los pies enormes, gordos e hinchados, pero le había gustado sentir el roce cálido de los fuertes dedos de Yulia sobre la piel. «Seguro que da buenos masajes», pensó Lena, de camino al pasillo.
Permaneció en la entrada, sin que Yulia la viera, mientras la veía tocar el piano con Skye en el regazo.
—Pon los dedos aquí, aquí y aquí —la instruyó Yulia,
apretando sus deditos contra las teclas que formaban el acorde—.¿Ves? Estás tocando el piano. Skye la miró.
—Otaves, Yula, pofiii.
—¿Cómo voy a resistirme a esos ojitos verdigrises? Son igualitos que los de tu madre. Muy bien, otra vez.
Lena enarcó una ceja al oír el comentario sobre sus ojos y siguió observándolas. Irina nunca había hecho algo así con Skye. Para empezar, nunca estaba en casa lo suficiente y, cuando sí que estaba, solo jugaba a lo que ella quería. Era como tener dos hijas. Yulia tenía razón. A Irina le gustaba la idea de tener hijos, no la realidad. Lo que Lena había esperado es que su segundo bebé cambiara eso. Se pasó la mano por la barriga, invadida de un sentimiento de culpabilidad. ¿Se había equivocado al querer hijos? Negó con la cabeza para dejar de pensar en eso y se concentró en la actitud de Yulia hacia la maternidad. Yulia Volkova había dejado escapar a Irina, porque no quería formar una familia. Era madura e inteligente y sabía que los resultados serían desastrosos.
Lena intentó imaginarse su vida si Irina siguiera viva y sintió una nueva punzada de culpabilidad al mirar a Yuia, sonriente y haciendo reír a su hija. Skye fue la que reparó primero en su madre.
—¡Mamá! ¡Skye toca piano! —anunció entusiasmada.
—Ya lo oigo. Es muy bonito, pastelito. Miró a Yulia, que le sonreía un poco.
—Pareces descansada —comentó.
La pelirroja fue consciente de que volvían a encendérsele las mejillas; se pasó la mano por sus rizos y se acercó al piano.
—Estoy horrorosa.
—Estás bien —aseguró Yulia, justo cuando Skye la agarraba de los carrillos para obligarla a mirarla.
—Otaves, Yula —insistió la pequeña.
La pelinegra arqueó una ceja oscura y Skye musitó:
—¿Pofiii?
—Claro, hobbit.
—Deja de llamarla hobbit —protestó Lena, y Yulia soltó una carcajada de disculpa—. ¿Te diviertes sacándome de mis casillas? Yulia ladeó la cabeza.
—Sí. A veces —confesó, y rio de nuevo cuando Lena la fulminó con la mirada. Levantó a Skye de su regazo y la sentó en el banco del piano.
Inmediatamente, Skye empezó a aporrear las teclas y Yulia, con los ojos fuera de las órbitas, se volvió hacia ella y le cogió las manos con una mueca de dolor.
—Con cuidado, despacio. Es un instrumento musical muy sensible —le explicó a la revoltosa niña de cabello de oro—. Y caro.
Lena puso los ojos en blanco y acudió junto a Skye.
—Pastelito, no le des golpes o no podrás sentarte ahí —expuso en un conciso tono maternal.
Skye hizo un puchero y miró a su madre a los ojos, pero la expresión seria de Lena no vaciló ni un ápice.
—Vale, mamá —murmuró, y empezó a tocar las teclas con más cuidado.
Lena le regaló a Yulia una mirada de superioridad.
—«Instrumento musical sensible» —citó con un deje irónico—.Si ni siquiera sabe pronunciarlo.
Yulia entornó los ojos.
—Voy a preparar té helado y a darme una ducha.
Lena fue a sentarse al porche con Skye y fue dándole rodajas de naranja para merendar mientras la niña jugaba con su peluche.
—Skye, te... te gusta Yulia, ¿verdad?
—Sí. Skye nada. Y Yula compra gafas y un pes y toco piano
—listó Skye alegremente.
Lena esbozó una sonrisa al darse cuenta de que su hija estaba aprendiendo cada vez más palabras.
—¿Mamá gusta Yula?
La sonrisa de su madre se ensanchó.
—Sí, me gusta Yulia —repuso, dándole otra rodaja de naranja.
—Yulia dice mamá apa —informó Skye, alargando la mano hacia la fruta.
Lena la retiró de su alcance un momento.
—¿Qué? ¿Yulia ha dicho... eh... ha dicho que soy guapa? —le susurró a su hija. Echó un vistazo furtivo a la puerta—. ¿Ha dicho eso, cariño?
Skye asintió y estiró la mano hacia la naranja. Lena sonrió y se relajó en el asiento.
—¿Cuándo, pastelito? —inquirió, a sabiendas de que debería darle vergüenza interrogar a su propia hija.
—Nadando, mamá. Pofiii —se quejó Skye, que no llegaba a la fruta.
—Ay, perdona, cariño —murmuró la pelirroja, y se la acercó—. Y...¿qué más ha dicho, cielo? ¿Te acuerdas y se lo cuentas a mamá? —preguntó, mientras pelaba otra rodaja a modo de cebo.
Se subió a Skye al regazo, pese al dolor de espalda. La niña puso cara pensativa y por un momento pareció tan adulta que Lena no pudo evitar poner los ojos en blanco cariñosamente.
—Ojos vedigises —contestó su hija, masticando la fruta.
—¿Yulia ha dicho que le gustan mis ojos verdigrises? Skye asintió y se tragó otra rodaja, mientras a su madre se le aceleraba el corazón. «Contrólate, Katina —se dijo—, esa mujer está fuera de tu alcance. Que sea amable con tu hija es una cosa, pero que se sienta atraída por una embarazada de tobillos hinchados es otra muy diferente.» Suspiró. Al menos era bonito soñar.
—¿Yula apa, mamá? —preguntó la pequeña.
Lena miró al vacío y evocó las torneadas piernas y su cuerpo esbelto bajo el bañador. Aquellos ojos azules chispeantes y su sonrisa.
—Sí, pastelito. Creo que Yulia es muy guapa.
Justo entonces, la pelinegra apareció en el porche y Skye la recibió con una gran sonrisa.
—Yula, mamá dice que...
Lena le metió un trozo de naranja en la boca y le sonrió a Yulia con dulzura. Yulia las miró con curiosidad.
—Tenéis cara de haber hecho algo muy, pero que muy malo.
Skye se zafó de su madre.
—¡Regalo! —exclamó al ver los paquetes envueltos detrás de la pelinegra.
—Yulia, la vas a malcriar —objetó Lena.
Sin embargo, la ojiazul sonrió con incomodidad al responderle a Skye.
—Lo siento, pitufa. Estos son para tu madre. Lena tragó saliva con dificultad.
—¿Para mí?
Yulia se encogió de hombros y le entregó los paquetes.
—¡Corre, mamá! —gritó Skye, dando palmas.
Lena rezaba para que Yulia no se diera cuenta de lo mucho que le temblaban las manos. Rompió el papel de regalo y abrió la caja.
—Oh, Yulia, ¡es preciosa! —exclamó al sacar una blusa de seda azul cobalto.
—Dios, espero que te quede bien. Me tuvo que ayudar una pobre embarazada —confesó Yulia, azorada, mientras se rascaba la nuca—. Creo que al cabo de un rato le habían entrado ganas de matarme.
—Seguro que me irá —aseguró Lena—. Gracias.
—Mamá, más. ¡Abre! —insistió Skye.
Lena miró a Yulia con impotencia.
—¿Más? No deberías haberlo hecho.
Yulia volvió a ponerse roja como un tomate y, al verla tan avergonzada, la pelirroja sonrió. El impulso de tocarle la mejilla arrebolada era casi irresistible, así que se concentró en su hija para quitarse la idea de la cabeza.
—Muy bien, pastelito. Ayúdame —le dijo.
Skye se abalanzó sobre el papel de regalo sin esperar a que se lo dijeran dos veces y abrió el siguiente paquete. Eran unos pantalones de lino premamá de color tostado, con aspecto de costar una fortuna.
—Oh, Yulia —musitó en tono agradecido.
—Bueno, es que no he visto que tengas ropa de premamá y pensé que estarías más cómoda, así que...
—Yula, ¿qué es? —quiso saber Skye, sosteniendo el sonajero de bebé.
Yulia abrió los ojos desmesuradamente y evitó mirar a la cara a una conmocionada Lena. Lo cierto es que había olvidado el sonajero por completo. Poco a poco, los labios de Lena se curvaron en una sonrisa y levantó una ceja en ademán interrogativo.
—Es un sonajero —explicó Yulia.
—¿Para el bebé? —preguntó Skye, agitando el juguete.
La pelinegra levantó las manos hacia el cielo en gesto de rendición y soltó una carcajada.
—Sí, pitufa —miró a Lena, que tenía los ojos llenos de lágrimas—.
Es que lo vi en el mostrador y...
—Gracias —susurró Lena.
Y sin venir a cuento, rompió a llorar. Alarmada, Yulia se quedó con la boca abierta y Skye corrió al regazo de su madre.
—Mamá... —la llamó.
La pelirroja no podía controlarse: sollozaba como una boba, aferrada a su hija. Yulia sonrió y se arrodilló delante de las dos.
—No pasa nada, pitufa. Mamá está contenta, ¿verdad? — preguntó, al tiempo que cubría la temblorosa mano de la pelirroja con la suya.
Lena levantó la mirada y asintió, sin dejar de llorar.
—¿Ves? Ya me voy acostumbrando a esto del embarazo —se enorgulleció Yulia.
Lena estiró los brazos de repente y abrazó a la pelinegra por el cuello. Al principio, Yulia se quedó paralizada, pero enseguida reaccionó y le devolvió el abrazo. A los pocos segundos, Lena dejó de llorar y soltó a la otra mujer de inmediato.
—Lo... lo siento mucho, Yulia. No me lo esperaba —balbuceó, secándose las lágrimas.
—Bueno, pues espero que te quede bien, porque te lo vas a poner esta noche. Venga, me muero de hambre. Hoy cenamos fuera —anunció Yulia. Skye aplaudió.
—¿Peritos calientes? —quiso saber, entusiasmada.
—Bueno, claro. Lo que tú quieras, pitufa —accedió Yulia, desordenándole los dorados rizos.
CONTINUARÁ...
Lesdrumm- Admin
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Re: VIENTOS CELESTIALES...UN GIRO DEL DESTINO
Que hermoso :')
Gracias por la conti, cada vez me encanta mas y mas
Gracias por la conti, cada vez me encanta mas y mas
Aleinads- Mensajes : 519
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Re: VIENTOS CELESTIALES...UN GIRO DEL DESTINO
Vientos Celestiales Un Giro Del Destino
Capítulo 9
Skye arrugó la naricilla cuando Yulia le dio a probar los espárragos, y tanto esta como Lena se rieron.
—Asco, Yula —protestó, y se apartó cuando Yulia lo volvió a intentar.
—Pitufa, la vida no consiste solo en perritos calientes y macarrones con queso.
La pelirroja puso los ojos en blanco.
—Tienes que empezar a pensar como una niña de tres años, no a comportarte como una —apuntó, mientras cortaba el perrito caliente en tres trozos.
Yulia abrió la boca para contestar con alguna ironía, pero la cerró al mirar a Lena. Se había dejado sueltos los rojizos y le caían sobre los hombros. El azul de la blusa contrastaba perfectamente con el color de sus ojos, tal como Yulia había esperado. Recordó el abrazo que le había dado un rato antes. «Relájate, Romeo», se riñó.
Lena estaba agradecida, aquello era todo. Suspiró y cabeceó.
—Por Dios, que suspiro más gordo —comentó la pelirroja, dándole de comer a Skye y dando cuenta de su plato de pasta al mismo tiempo Yulia disimuló una sonrisa al verla comer. No era broma lo de que comía por dos; apenas daba crédito a lo mucho que llegaba a engullir y, aun así, el poco peso que había ganado.
—Oye, ¿tú no tendrías que ir al médico? —se interesó Yulia, antes de darle el último bocado a su chuletón y apartar el plato. Lena le echó un vistazo poco sutil y Yulia le dio su permiso—.Adelante, estoy llena.
—Bueno, la verdad es que he estado buscando en la guía telefónica —explicó la pelirroja, acercándose el plato de Yulia—. Con el poco dinero que me quedaba, he estado pagando un seguro médico Premium, así que puedo ir a cualquier ginecólogo.
—Eh, espera. No puedes ir a cualquier médico así sin más — opinó Yulia con firmeza. Sacó el teléfono móvil y marcó—. Roger. Yulia. ¿Qué ginecólogo tiene Trish? —le preguntó. Escribió lo que le decía en una servilleta—. Gracias. ¿Qué? Ah, sí... —se ruborizó y miró a Lena a de reojo—. Va bien —farfulló—. Buenas noches, picapleitos. Colgó y se dirigió a Lena.
—Muy bien, pues mañana vas a llamar a la doctora Lillian Haines. Roger dice que es la mejor en obstreti-no-sé-qué.
—Obstetricia —replicó Lena con sequedad—. La especialidad es Obstetricia y Ginecología. Y gracias por tu ayuda, pero me gustaría poder elegir a mi médico yo misma.
—¿Por qué? Ella es la mejor. No discutas, es tu último semestre y...
La pelirroja echó la cabeza hacia atrás y se echó a reír. Skye también se rio, sencillamente porque su madre lo hacía. Sentada a la mesa, Yulia las observó a las dos, hasta que también empezó a carcajearse, sin saber muy bien por qué.
—¿Qué? ¿Qué es lo que tiene tanta gracia? —quiso saber mientras se reía.
—Es... trimestre. Mi último trimestre —logró explicar Lena entre carcajadas.
Yulia dejó de reír de golpe.
—Pues no tiene tanta gracia —refunfuñó, dando un trago de agua.
Lena también se serenó y se secó los ojos.
—Lo siento, tienes razón —carraspeó. Pero Skye seguía riéndose.
—¿Yula divetida, mamá?
—Cómete el perrito, cariño —instruyó su madre, pinchando otro trozo en el tenedor.
Skye se quedó dormida en la sillita nueva que habían comprado para el coche y las dos mujeres condujeron en silencio un buen rato, hasta que Lena se aclaró la garganta.
—Gracias por esta noche, por los regalos y por la sillita para el coche —le dijo a Yulia, echando la cabeza hacia atrás.
La pelinegra se volvió hacia ella y sonrió.
—Bueno, 250 dólares es mucho dinero para tener debajo de la baldosa —comentó, haciendo reír a Lena.
Cuando llegaron a la cabaña, Yulia bajó del coche y, sin decir nada, fue a abrirle la puerta a Lena para ayudarla a bajar.
—Vamos, tortuguita —murmuró para hacerla rabiar. Sacó a Skye del coche en brazos, ya que seguía dormida. Lena tropezó al subir las escaleras del porche y Yulia la sostuvo. Cogidas del brazo, las dos caminaron en la oscuridad.
—Agárrate bien, no vayas a caerte. Se me olvidó dejar encendida la luz del porche —sugirió la pelinegra.
Lena obedeció y se agarró de Yulia con más firmeza. Al llegar a la puerta principal, la pelirroja fue perfectamente consciente de la mirada de Yulia y trató de evitar levantar la vista, así como de controlar el
pulso, que se le disparaba. El aire romántico de la luna sobre la terraza no ponía las cosas fáciles, precisamente. Su luz de plata las iluminó a las tres mientras Yulia abría la puerta mosquitera. Por un
momento, Lena creyó que iba a decirle algo, pero Skye se despertó justo entonces y se agitó en brazos de Yulia.
—Será mejor que la acueste —opinó Lena con voz queda. No le pasó por alto que Yulia se estremecía al oírla y se sonrió.
—No tengo sueño, mamá —protestó Skye.
Como estaba demasiado cansada como para discutir, Lena se dejó caer en el sofá, se quitó los zapatos y estiró los dedos de los pies con una mueca de dolor.
—Mamá, pies —anunció su hija, y le frotó los tobillos.
Lena soltó una sonora carcajada.
—Gracias, pastelito. Cerró los ojos con un suspiro; al poco notó que un par de manos más fuertes le levantaban los pies.
—Mira, pitufa. Aprende de una experta.
Lena enderezó la cabeza justo cuando Yulia tomaba asiento en el sofá, se colocaba el pie de Lena sobre el regazo y se lo frotaba afectuosamente. La pelirroja suspiró de nuevo y se relajó contra el respaldo.
—Te dejo parar dentro de un año.
Yulia se rio sin dejar de masajearle los pies cansados.
—Aúpa —pidió Skye, con un bostezo.
Lena gimió y fue a levantarse, pero Yulia se le adelantó.
—Tú relájate. Yo acuesto al hobb... a la pitufa. Enseguida vuelvo —dijo con firmeza—. Skye, dale las buenas noches a mamá. Skye se cruzó de brazos, tozuda.
—No tengo sueño —refunfuñó.
Yulia miró a la pequeña y puso los brazos en jarras.
—¿Y cómo vamos a ir a pescar mañana si no te vas a dormir? —la retó, y también se cruzó de brazos.
Lena miró alternativamente a la pelinegra mujer y a la minirrubita, sin abrir la boca. Cuando su hija buscó su mirada, se limitó a encogerse de hombros.
—Si quieres ir a pescar, será mejor que te vayas a la cama.
Skye agarró su pez, le dio a su madre un beso de buenas noches y le dio la mano a Yulia.
—¿Qué te pones para dormir? —le preguntó esta.
—Pijamita —contestó Skye—. ¿Tú llevas pijamita?
—Da igual —murmuró Yulia.
Las dos desaparecieron por el pasillo y Lena no pudo menos que preguntarse qué se ponía Yulia para dormir. Se la imaginó desnuda, pero apartó el pensamiento de su mente al oírla darle las buenas noches a su hija desde la habitación y darse cuenta de que ella seguía tumbada en el sofá.
—¿Qué estoy haciendo? —murmuró. Y empezó a incorporarse trabajosamente.
—¿Adónde vas? —le preguntó Yulia desde el pasillo.
Lena se ruborizó.
—Es que se me hacía raro esperar. No... no es necesario que...
La pelinegra fue al sofá y retomó su posición. A Lena se le escapó un suspiro involuntario de satisfacción.
—No tengo ni idea de cómo debe de ser estar embarazada — comentó Yulia mientras le masajeaba los
pies —.Pero a veces se te ve con la lengua fuera, del cansancio. Además, soy una maestra masajista. Las hay que pagarían millones por esto.
—¿Como la mujer con la que estabas la otra noche? —espetó Lena. Enseguida se dio cuenta de lo que acababa de decir y abrió los ojos—. Lo siento.
Los ojos azules de Yulia adoptaron un brillo travieso al tiempo que le trabajaba los tobillos.
—No. Suzette no paga.
—¿Suzette? ¿Se llama Suzette?
Yulia se esforzó por ocultar la sonrisa y se limitó a asentir.
—¿Y vais en serio? —quiso saber Lena, que se había puesto un cojín debajo de la cabeza para poder verla mejor.
Yulia arrugó la frente un segundo.
—Si lo que preguntas es si somos pareja, entonces no. ¿Era esa tu pregunta? —aclaró, hundiéndole los dedos con firmeza en el arco del pie, primero en uno y después en el otro.
—Bueno, sí. Supongo que sí. Me refiero a si duermes con alguien...
—Lena, dormir dormimos poco —repuso Yulia. Enseguida añadió—. De todas maneras, me temo que mis días con la encantadora Suzette están a punto de terminar.
Por algún motivo, Lena dio saltos de alegría en su interior. Por fuera, en cambio, era la viva imagen de la preocupación.
—¿Y cómo es eso?
—Bueno, Suzette toca el chelo...
La pelirroja soltó una sonora carcajada, pero calló al ver la expresión de Yulia.
—Perdona, creía que era un chiste.
—Es chelista de estudio. Nos conocimos hace dos años, cuando trabajé en una película, y empezamos a salir. Entonces me surgió la oportunidad de componer una pieza muy buena y... bueno...necesitaba a una chelista.
—Y naturalmente escogiste a la mejor.
Yulia se puso roja como un tomate, evitó mirar a la sonriente Lena a la cara y le frotó el pie con demasiada fuerza un segundo.
—Nepotismo. No se puede llamar de otra manera.
—¿Y qué problema hay? —preguntó Lena, con un bostezo.
—Que es un desastre —espetó Yulia sucintamente.
—Y ahora tienes que decirle que no sirve y, cuando lo hagas...
—Adiós muy buenas, Suzette.
Lena supo que para Yulia iba a ser un mal trago, por la expresión desamparada de su rostro.
—Debería entenderlo, si se lo dices de la manera adecuada. La pelinegra la miró.
—¿Eso qué se supone que quiere decir?
—Es que no eres precisamente la persona más diplomática que conozco.
—¡Eh! ¿Acaso no he llevado a Skye a la cama? ¿Y no conseguí que se echara la siesta?
—¿Acaso no tiene tres años?
Yulia abrió la boca para replicar, pero volvió a cerrarla.
—El ego de Suzette es más grande que el mío. Lena esbozó una sonrisa traviesa.
—¿Tanto?
Yulia le cogió un pie con las dos manos y apretó fuerte. Entonces la hizo reír haciéndole cosquillas.
—¡No, no! —chilló la pelirroja.
—Shh, vas a despertar a la niña —la riñó Yulia. Al ver que Lena se llevaba la mano al estómago, la soltó de inmediato—. ¿Estás bien?
Lena asintió y se mordió el labio.
—Solo se está moviendo —le cogió la mano a Yulia—. Mira, ¿lo notas?
Yulia hizo ademán de retirar la mano de manera instintiva, pero luego se la dejó coger con cautela y Lena la colocó sobre su vientre delicadamente.
—Ahí —informó.
Aguardaron en silencio un momento, luego uno más, hasta que de repente Yulia sintió movimiento bajo la palma y abrió los ojos de golpe.
—¿El bebé? —susurró.
Lena asintió con una sonrisa.
—Seguramente la hemos despertado —le dijo. Yulia tenía la mirada fija en sus manos puestas sobre el estómago de Lena—. Dicen que los bebés oyen cosas —susurró esta.
La ojiazul cabeceó, maravillada.
—Soy una mujer hecha y derecha y jamás había experimentado algo así. Gracias, Lena.
La pelirroja le regaló una sonrisa cariñosa.
—Un placer, Yulia.
Las dos permanecieron como estaban, con las manos entrelazadas sobre el vientre de Lena, a la espera de que el bebé volviera a moverse.
—Creo que se ha dormido.
—Asombroso —suspiró Yulia, meneando la cabeza otra vez.
Al levantar la vista se dio cuenta de que Lena tenía los ojos llenos de lágrimas—. Eh, ¿qué te pasa?
Lena parpadeó para contener las lágrimas y negó con la cabeza.
—Nada, de verdad. Es que ahora mismo soy muy feliz.
—Yo también, no sé cómo explicarlo. Estoy muy agradecida de poder formar parte de esto. Eres una mujer extraordinaria. Cuando pienso en todo lo que has pasado con lo joven que eres...
—Bueno, tampoco es que tú seas tan vieja, ¿sabes? —objetó Lena con voz suave.
Yulia apoyó el brazo en el respaldo del sofá y le acarició la barriga a Lena con la otra mano. A la pelirroja le costaba tragar saliva: hacía mucho tiempo que no la tocaba ninguna mujer. Sin embargo, Yulia pareció percatarse de golpe de lo que estaba haciendo y apartó la mano como si se hubiera quemado.
—Lo siento, no debería acariciarte la barriga de esa manera — farfulló en tono de disculpa.
—No me importa. La verdad es que me gusta.
Lena no estaba del todo segura que decir eso hubiera sido una buena idea, pero habría jurado que la expresión de Yulia se tocaba de esperanza.
—Lena, sé que... —empezó Yulia.
Pero el llanto de Skye desde el dormitorio la interrumpió. Yulia se incorporó de un salto, ayudó a la mujer tortuga a levantarse y fueron corriendo a la habitación. Cuando llegaron se sentaron a ambos lados de la niña, que lloraba en sueños. Instintivamente, la pequeña se agarró a su madre, que la acunó amorosamente.
—Shh, pastelito. Mamá está aquí.
Las tres permanecieron sentadas en la oscuridad hasta que la respiración acompasada de la niña se serenó. Su madre volvió a acostarla en el centro de la cama y le acarició el pelo. Yulia miró a Lena con el ceño fruncido.
—¿Le pasa algo? —trató de susurrar.
Sin embargo, la voz le salió demasiado alta y despertó a Skye. Lena suspiró y Yulia le sonrió, avergonzada.
—¿Yula? Momir —murmuró Skye, estirando la manita hacia la compositora.
—Hola, nenita. Vuelve a dormirte —la arrulló Yulia.
—Momir, pofiii —insistió Skye con un bostezo, sin soltarle la camisa.
—¿Por qué no duermes aquí? —ofreció Lena en voz baja—. Yo puedo irme al sofá.
—De ningún modo. Podemos dormir las dos aquí. Voy a cerrar.
—No pasa nada, Skye. Yulia vuelve enseguida. —Oyó cómo Lena tranquilizaba a su hija en voz baja, al salir de la habitación.
La pelirroja se cambió tan deprisa como le permitían la barriga y los pies, porque no quería que Yulia entrara y la encontrase sin ropa.
—Qué sexy sería —se dijo en tono sarcástico mientras se apresuraba a ponerse el camisón. Se le escapó un respingo de dolor—. No, si aún me voy a adelantar el parto solo porque no me vea en camisón...
A continuación se metió en la cama al lado de Skye. Cuando Yulia volvió a la habitación a oscuras, Lena la oyó abrir el cajón y, aunque intentó permanecer con los ojos cerrados y en silencio, la curiosidad pudo más, entreabrió un ojo y contempló cómo la pelinegra se desnudaba bajo la luz de la luna. Tragó saliva tan ruidosamente que lo raro fue que no despertara a Skye. Bajo la suave luz plateada de la noche, la curva de los pechos de Yulia le arrancó un escalofrío a Lena por toda la espalda. No podía quitarle ojo de encima: Yulia tenía un cuerpo muy hermoso.
Acabó de vestirse con lo que a la pelirroja le parecieron unos bóxers y una camiseta de tirantes y se deslizó entre las sábanas con una carcajada.
—¿Qué es tan gracioso? —preguntó Lena en voz queda.
—Perdona, no quería despertarte —repuso Yulia en un susurro desde el otro lado de la cama. Lena giró la cabeza hacia Yulia, cuyo rostro estaba oculto a medias en la penumbra—. No tengo pijama,
pero no quería darle a la pitufa una lección de anatomía demasiado temprana —rio con suavidad.
—Bueno, te lo agradezco —repuso Lena—. Buenas noches, Yulia.
—Buenas noches, Lena.
La pelinegra bostezó y, al cabo de un segundo, su respiración se volvió acompasada y profunda. La pelirroja escuchó la respiración de Yulia y la de su hija durante unos segundos y luego sonrió, se tapó con la manta y reprimió la risita que le hacía cosquillas en la garganta, quería decirle a Yulia que la madre de Skye había recibido su lección de anatomía en lugar de la niña, mientras se había desnudado bajo la luz de la luna.
Lena se despertó por la mañana temprano. Una suave brisa agitaba las cortinas, y la luz de los primeros rayos del amanecer entraba a raudales en el dormitorio. Al mirar a su hija la sorprendió verla encima de Yulia, que dormía tumbada de espaldas. Para más inri, Lena descubrió que se había dado la vuelta mientras dormía y estaba echada de lado con la cabeza apoyada en el hombro de Yulia y el brazo sobre la espalda de su hija en gesto protector.
Lena sabía que debía moverse, pero la verdad es que estaba demasiado cansada y demasiado cómoda. La brisa de finales de verano la acarició suavemente y volvió a quedarse dormida.
Sentadas a la mesa del desayuno, a Lena le pareció que Yulia parecía preocupada al ponerle el plato delante.
—Gracias —murmuró la compositora, distraída.
—¿Qué te pasa? —se interesó la pelirroja. «Muy bien —pensó—. Se ha dado cuenta de que esto ha sido un error. Una noche durmiendo conmigo y con mi hija ha sido una dosis de realidad demasiado grande para la señora Volkova.»
—Pensaba en Suzette —dijo Yulia.
Lena puso los ojos en blanco mientras le daba el desayuno a Skye. Le había entrado malhumor de golpe, sin que pudiera evitarlo. «Dios, estoy impaciente por volver a tener el control sobre mis hormonas», se lamentó mentalmente.
Skye, que estaba comportándose como una niña gruñona de tres años, le empujó la mano.
—No —refunfuñó.
Así que las tres mujeres estaban de mal humor.
—Bueno, a mí me parece que tienes dos opciones —opinó Lena, tratando de darle otra cucharada a su hija—. O le dices que su talento musical no está a la altura o sigues acostándote con ella — espetó. El irracional enfado hormonal se filtraba por todos sus poros
—.Vaya, qué decisión más difícil: ¿integridad o sexo?
Mmm... ¿Por cuál se decantará la ego maníaca Yulia Volkova? Yulia le lanzó una mirada acerada.
—¿Qué coño te pasa? Gracias por el consejo —ladró, y dejó la servilleta—. Mierda.
—Miedda —repitió Skye.
Lena la fulminó con la mirada.
—Joder, pitufa —la riñó Yulia.
La niña se rio:
—Joer.
—¡Yulia! —protestó Lena.
La pelinegra rugió y echó la silla hacia atrás para levantarse.
—Jesús, ¿es que no la sabes controlar?
—Esús... —rio Skye, aunque calló cuando Yulia le dirigió una mirada torva.
—Si solo sabes decir palabrotas, haz el favor de callarte —ordenó Lena.
Yulia se levantó y salió de la sala de estar hecha una furia, con Lena pisándole los talones. Esta obligó a Yulia a volverse y la miró a los airados ojos azules sin pestañear.
—Ya es bastante difícil criar a una niña de tres años... —empezó Lena. Yulia soltó una carcajada sonora y grosera.
—¿Tres? ¿Estás de coña? Esa cría tiene tres años pero se comporta como si tuviera cuarenta —se indignó, como si la niña fuera ella—. Y deja a Suzette fuera de esto. No es asunto tuyo con quién me acuesto.
—Y a Dios doy gracias. Muy bien, acuéstate con tu chelista sin oído. Sois tal para cual —aulló Lena.
—Pues muy bien, ¡lo haré!
—¡Perfecto! —gritó Lena, maldiciendo las lágrimas que afloraban a sus ojos. Yulia tragó saliva y dio un paso hacia ella. —Ni se te ocurra...
Skye también se había puesto a llorar. Yulia se llevó la mano al pelo, pasó junto a Lena y se puso las zapatillas deportivas. Cuando salió por la puerta, Skye gritó su nombre. Lena fue junto a su hija con paso cansado y la cogió en brazos.
—Skye con Yula... —lloró Skye, forcejeando para que su madre la soltara.
Cuando estuvo en el suelo, la niña corrió a la puerta delantera y apoyó la carita en la mosquitera.
—¡Yula! —gritó la rubita, golpeando la puerta.
CONTINUARÁ...
Capítulo 9
Skye arrugó la naricilla cuando Yulia le dio a probar los espárragos, y tanto esta como Lena se rieron.
—Asco, Yula —protestó, y se apartó cuando Yulia lo volvió a intentar.
—Pitufa, la vida no consiste solo en perritos calientes y macarrones con queso.
La pelirroja puso los ojos en blanco.
—Tienes que empezar a pensar como una niña de tres años, no a comportarte como una —apuntó, mientras cortaba el perrito caliente en tres trozos.
Yulia abrió la boca para contestar con alguna ironía, pero la cerró al mirar a Lena. Se había dejado sueltos los rojizos y le caían sobre los hombros. El azul de la blusa contrastaba perfectamente con el color de sus ojos, tal como Yulia había esperado. Recordó el abrazo que le había dado un rato antes. «Relájate, Romeo», se riñó.
Lena estaba agradecida, aquello era todo. Suspiró y cabeceó.
—Por Dios, que suspiro más gordo —comentó la pelirroja, dándole de comer a Skye y dando cuenta de su plato de pasta al mismo tiempo Yulia disimuló una sonrisa al verla comer. No era broma lo de que comía por dos; apenas daba crédito a lo mucho que llegaba a engullir y, aun así, el poco peso que había ganado.
—Oye, ¿tú no tendrías que ir al médico? —se interesó Yulia, antes de darle el último bocado a su chuletón y apartar el plato. Lena le echó un vistazo poco sutil y Yulia le dio su permiso—.Adelante, estoy llena.
—Bueno, la verdad es que he estado buscando en la guía telefónica —explicó la pelirroja, acercándose el plato de Yulia—. Con el poco dinero que me quedaba, he estado pagando un seguro médico Premium, así que puedo ir a cualquier ginecólogo.
—Eh, espera. No puedes ir a cualquier médico así sin más — opinó Yulia con firmeza. Sacó el teléfono móvil y marcó—. Roger. Yulia. ¿Qué ginecólogo tiene Trish? —le preguntó. Escribió lo que le decía en una servilleta—. Gracias. ¿Qué? Ah, sí... —se ruborizó y miró a Lena a de reojo—. Va bien —farfulló—. Buenas noches, picapleitos. Colgó y se dirigió a Lena.
—Muy bien, pues mañana vas a llamar a la doctora Lillian Haines. Roger dice que es la mejor en obstreti-no-sé-qué.
—Obstetricia —replicó Lena con sequedad—. La especialidad es Obstetricia y Ginecología. Y gracias por tu ayuda, pero me gustaría poder elegir a mi médico yo misma.
—¿Por qué? Ella es la mejor. No discutas, es tu último semestre y...
La pelirroja echó la cabeza hacia atrás y se echó a reír. Skye también se rio, sencillamente porque su madre lo hacía. Sentada a la mesa, Yulia las observó a las dos, hasta que también empezó a carcajearse, sin saber muy bien por qué.
—¿Qué? ¿Qué es lo que tiene tanta gracia? —quiso saber mientras se reía.
—Es... trimestre. Mi último trimestre —logró explicar Lena entre carcajadas.
Yulia dejó de reír de golpe.
—Pues no tiene tanta gracia —refunfuñó, dando un trago de agua.
Lena también se serenó y se secó los ojos.
—Lo siento, tienes razón —carraspeó. Pero Skye seguía riéndose.
—¿Yula divetida, mamá?
—Cómete el perrito, cariño —instruyó su madre, pinchando otro trozo en el tenedor.
Skye se quedó dormida en la sillita nueva que habían comprado para el coche y las dos mujeres condujeron en silencio un buen rato, hasta que Lena se aclaró la garganta.
—Gracias por esta noche, por los regalos y por la sillita para el coche —le dijo a Yulia, echando la cabeza hacia atrás.
La pelinegra se volvió hacia ella y sonrió.
—Bueno, 250 dólares es mucho dinero para tener debajo de la baldosa —comentó, haciendo reír a Lena.
Cuando llegaron a la cabaña, Yulia bajó del coche y, sin decir nada, fue a abrirle la puerta a Lena para ayudarla a bajar.
—Vamos, tortuguita —murmuró para hacerla rabiar. Sacó a Skye del coche en brazos, ya que seguía dormida. Lena tropezó al subir las escaleras del porche y Yulia la sostuvo. Cogidas del brazo, las dos caminaron en la oscuridad.
—Agárrate bien, no vayas a caerte. Se me olvidó dejar encendida la luz del porche —sugirió la pelinegra.
Lena obedeció y se agarró de Yulia con más firmeza. Al llegar a la puerta principal, la pelirroja fue perfectamente consciente de la mirada de Yulia y trató de evitar levantar la vista, así como de controlar el
pulso, que se le disparaba. El aire romántico de la luna sobre la terraza no ponía las cosas fáciles, precisamente. Su luz de plata las iluminó a las tres mientras Yulia abría la puerta mosquitera. Por un
momento, Lena creyó que iba a decirle algo, pero Skye se despertó justo entonces y se agitó en brazos de Yulia.
—Será mejor que la acueste —opinó Lena con voz queda. No le pasó por alto que Yulia se estremecía al oírla y se sonrió.
—No tengo sueño, mamá —protestó Skye.
Como estaba demasiado cansada como para discutir, Lena se dejó caer en el sofá, se quitó los zapatos y estiró los dedos de los pies con una mueca de dolor.
—Mamá, pies —anunció su hija, y le frotó los tobillos.
Lena soltó una sonora carcajada.
—Gracias, pastelito. Cerró los ojos con un suspiro; al poco notó que un par de manos más fuertes le levantaban los pies.
—Mira, pitufa. Aprende de una experta.
Lena enderezó la cabeza justo cuando Yulia tomaba asiento en el sofá, se colocaba el pie de Lena sobre el regazo y se lo frotaba afectuosamente. La pelirroja suspiró de nuevo y se relajó contra el respaldo.
—Te dejo parar dentro de un año.
Yulia se rio sin dejar de masajearle los pies cansados.
—Aúpa —pidió Skye, con un bostezo.
Lena gimió y fue a levantarse, pero Yulia se le adelantó.
—Tú relájate. Yo acuesto al hobb... a la pitufa. Enseguida vuelvo —dijo con firmeza—. Skye, dale las buenas noches a mamá. Skye se cruzó de brazos, tozuda.
—No tengo sueño —refunfuñó.
Yulia miró a la pequeña y puso los brazos en jarras.
—¿Y cómo vamos a ir a pescar mañana si no te vas a dormir? —la retó, y también se cruzó de brazos.
Lena miró alternativamente a la pelinegra mujer y a la minirrubita, sin abrir la boca. Cuando su hija buscó su mirada, se limitó a encogerse de hombros.
—Si quieres ir a pescar, será mejor que te vayas a la cama.
Skye agarró su pez, le dio a su madre un beso de buenas noches y le dio la mano a Yulia.
—¿Qué te pones para dormir? —le preguntó esta.
—Pijamita —contestó Skye—. ¿Tú llevas pijamita?
—Da igual —murmuró Yulia.
Las dos desaparecieron por el pasillo y Lena no pudo menos que preguntarse qué se ponía Yulia para dormir. Se la imaginó desnuda, pero apartó el pensamiento de su mente al oírla darle las buenas noches a su hija desde la habitación y darse cuenta de que ella seguía tumbada en el sofá.
—¿Qué estoy haciendo? —murmuró. Y empezó a incorporarse trabajosamente.
—¿Adónde vas? —le preguntó Yulia desde el pasillo.
Lena se ruborizó.
—Es que se me hacía raro esperar. No... no es necesario que...
La pelinegra fue al sofá y retomó su posición. A Lena se le escapó un suspiro involuntario de satisfacción.
—No tengo ni idea de cómo debe de ser estar embarazada — comentó Yulia mientras le masajeaba los
pies —.Pero a veces se te ve con la lengua fuera, del cansancio. Además, soy una maestra masajista. Las hay que pagarían millones por esto.
—¿Como la mujer con la que estabas la otra noche? —espetó Lena. Enseguida se dio cuenta de lo que acababa de decir y abrió los ojos—. Lo siento.
Los ojos azules de Yulia adoptaron un brillo travieso al tiempo que le trabajaba los tobillos.
—No. Suzette no paga.
—¿Suzette? ¿Se llama Suzette?
Yulia se esforzó por ocultar la sonrisa y se limitó a asentir.
—¿Y vais en serio? —quiso saber Lena, que se había puesto un cojín debajo de la cabeza para poder verla mejor.
Yulia arrugó la frente un segundo.
—Si lo que preguntas es si somos pareja, entonces no. ¿Era esa tu pregunta? —aclaró, hundiéndole los dedos con firmeza en el arco del pie, primero en uno y después en el otro.
—Bueno, sí. Supongo que sí. Me refiero a si duermes con alguien...
—Lena, dormir dormimos poco —repuso Yulia. Enseguida añadió—. De todas maneras, me temo que mis días con la encantadora Suzette están a punto de terminar.
Por algún motivo, Lena dio saltos de alegría en su interior. Por fuera, en cambio, era la viva imagen de la preocupación.
—¿Y cómo es eso?
—Bueno, Suzette toca el chelo...
La pelirroja soltó una sonora carcajada, pero calló al ver la expresión de Yulia.
—Perdona, creía que era un chiste.
—Es chelista de estudio. Nos conocimos hace dos años, cuando trabajé en una película, y empezamos a salir. Entonces me surgió la oportunidad de componer una pieza muy buena y... bueno...necesitaba a una chelista.
—Y naturalmente escogiste a la mejor.
Yulia se puso roja como un tomate, evitó mirar a la sonriente Lena a la cara y le frotó el pie con demasiada fuerza un segundo.
—Nepotismo. No se puede llamar de otra manera.
—¿Y qué problema hay? —preguntó Lena, con un bostezo.
—Que es un desastre —espetó Yulia sucintamente.
—Y ahora tienes que decirle que no sirve y, cuando lo hagas...
—Adiós muy buenas, Suzette.
Lena supo que para Yulia iba a ser un mal trago, por la expresión desamparada de su rostro.
—Debería entenderlo, si se lo dices de la manera adecuada. La pelinegra la miró.
—¿Eso qué se supone que quiere decir?
—Es que no eres precisamente la persona más diplomática que conozco.
—¡Eh! ¿Acaso no he llevado a Skye a la cama? ¿Y no conseguí que se echara la siesta?
—¿Acaso no tiene tres años?
Yulia abrió la boca para replicar, pero volvió a cerrarla.
—El ego de Suzette es más grande que el mío. Lena esbozó una sonrisa traviesa.
—¿Tanto?
Yulia le cogió un pie con las dos manos y apretó fuerte. Entonces la hizo reír haciéndole cosquillas.
—¡No, no! —chilló la pelirroja.
—Shh, vas a despertar a la niña —la riñó Yulia. Al ver que Lena se llevaba la mano al estómago, la soltó de inmediato—. ¿Estás bien?
Lena asintió y se mordió el labio.
—Solo se está moviendo —le cogió la mano a Yulia—. Mira, ¿lo notas?
Yulia hizo ademán de retirar la mano de manera instintiva, pero luego se la dejó coger con cautela y Lena la colocó sobre su vientre delicadamente.
—Ahí —informó.
Aguardaron en silencio un momento, luego uno más, hasta que de repente Yulia sintió movimiento bajo la palma y abrió los ojos de golpe.
—¿El bebé? —susurró.
Lena asintió con una sonrisa.
—Seguramente la hemos despertado —le dijo. Yulia tenía la mirada fija en sus manos puestas sobre el estómago de Lena—. Dicen que los bebés oyen cosas —susurró esta.
La ojiazul cabeceó, maravillada.
—Soy una mujer hecha y derecha y jamás había experimentado algo así. Gracias, Lena.
La pelirroja le regaló una sonrisa cariñosa.
—Un placer, Yulia.
Las dos permanecieron como estaban, con las manos entrelazadas sobre el vientre de Lena, a la espera de que el bebé volviera a moverse.
—Creo que se ha dormido.
—Asombroso —suspiró Yulia, meneando la cabeza otra vez.
Al levantar la vista se dio cuenta de que Lena tenía los ojos llenos de lágrimas—. Eh, ¿qué te pasa?
Lena parpadeó para contener las lágrimas y negó con la cabeza.
—Nada, de verdad. Es que ahora mismo soy muy feliz.
—Yo también, no sé cómo explicarlo. Estoy muy agradecida de poder formar parte de esto. Eres una mujer extraordinaria. Cuando pienso en todo lo que has pasado con lo joven que eres...
—Bueno, tampoco es que tú seas tan vieja, ¿sabes? —objetó Lena con voz suave.
Yulia apoyó el brazo en el respaldo del sofá y le acarició la barriga a Lena con la otra mano. A la pelirroja le costaba tragar saliva: hacía mucho tiempo que no la tocaba ninguna mujer. Sin embargo, Yulia pareció percatarse de golpe de lo que estaba haciendo y apartó la mano como si se hubiera quemado.
—Lo siento, no debería acariciarte la barriga de esa manera — farfulló en tono de disculpa.
—No me importa. La verdad es que me gusta.
Lena no estaba del todo segura que decir eso hubiera sido una buena idea, pero habría jurado que la expresión de Yulia se tocaba de esperanza.
—Lena, sé que... —empezó Yulia.
Pero el llanto de Skye desde el dormitorio la interrumpió. Yulia se incorporó de un salto, ayudó a la mujer tortuga a levantarse y fueron corriendo a la habitación. Cuando llegaron se sentaron a ambos lados de la niña, que lloraba en sueños. Instintivamente, la pequeña se agarró a su madre, que la acunó amorosamente.
—Shh, pastelito. Mamá está aquí.
Las tres permanecieron sentadas en la oscuridad hasta que la respiración acompasada de la niña se serenó. Su madre volvió a acostarla en el centro de la cama y le acarició el pelo. Yulia miró a Lena con el ceño fruncido.
—¿Le pasa algo? —trató de susurrar.
Sin embargo, la voz le salió demasiado alta y despertó a Skye. Lena suspiró y Yulia le sonrió, avergonzada.
—¿Yula? Momir —murmuró Skye, estirando la manita hacia la compositora.
—Hola, nenita. Vuelve a dormirte —la arrulló Yulia.
—Momir, pofiii —insistió Skye con un bostezo, sin soltarle la camisa.
—¿Por qué no duermes aquí? —ofreció Lena en voz baja—. Yo puedo irme al sofá.
—De ningún modo. Podemos dormir las dos aquí. Voy a cerrar.
—No pasa nada, Skye. Yulia vuelve enseguida. —Oyó cómo Lena tranquilizaba a su hija en voz baja, al salir de la habitación.
La pelirroja se cambió tan deprisa como le permitían la barriga y los pies, porque no quería que Yulia entrara y la encontrase sin ropa.
—Qué sexy sería —se dijo en tono sarcástico mientras se apresuraba a ponerse el camisón. Se le escapó un respingo de dolor—. No, si aún me voy a adelantar el parto solo porque no me vea en camisón...
A continuación se metió en la cama al lado de Skye. Cuando Yulia volvió a la habitación a oscuras, Lena la oyó abrir el cajón y, aunque intentó permanecer con los ojos cerrados y en silencio, la curiosidad pudo más, entreabrió un ojo y contempló cómo la pelinegra se desnudaba bajo la luz de la luna. Tragó saliva tan ruidosamente que lo raro fue que no despertara a Skye. Bajo la suave luz plateada de la noche, la curva de los pechos de Yulia le arrancó un escalofrío a Lena por toda la espalda. No podía quitarle ojo de encima: Yulia tenía un cuerpo muy hermoso.
Acabó de vestirse con lo que a la pelirroja le parecieron unos bóxers y una camiseta de tirantes y se deslizó entre las sábanas con una carcajada.
—¿Qué es tan gracioso? —preguntó Lena en voz queda.
—Perdona, no quería despertarte —repuso Yulia en un susurro desde el otro lado de la cama. Lena giró la cabeza hacia Yulia, cuyo rostro estaba oculto a medias en la penumbra—. No tengo pijama,
pero no quería darle a la pitufa una lección de anatomía demasiado temprana —rio con suavidad.
—Bueno, te lo agradezco —repuso Lena—. Buenas noches, Yulia.
—Buenas noches, Lena.
La pelinegra bostezó y, al cabo de un segundo, su respiración se volvió acompasada y profunda. La pelirroja escuchó la respiración de Yulia y la de su hija durante unos segundos y luego sonrió, se tapó con la manta y reprimió la risita que le hacía cosquillas en la garganta, quería decirle a Yulia que la madre de Skye había recibido su lección de anatomía en lugar de la niña, mientras se había desnudado bajo la luz de la luna.
Lena se despertó por la mañana temprano. Una suave brisa agitaba las cortinas, y la luz de los primeros rayos del amanecer entraba a raudales en el dormitorio. Al mirar a su hija la sorprendió verla encima de Yulia, que dormía tumbada de espaldas. Para más inri, Lena descubrió que se había dado la vuelta mientras dormía y estaba echada de lado con la cabeza apoyada en el hombro de Yulia y el brazo sobre la espalda de su hija en gesto protector.
Lena sabía que debía moverse, pero la verdad es que estaba demasiado cansada y demasiado cómoda. La brisa de finales de verano la acarició suavemente y volvió a quedarse dormida.
Sentadas a la mesa del desayuno, a Lena le pareció que Yulia parecía preocupada al ponerle el plato delante.
—Gracias —murmuró la compositora, distraída.
—¿Qué te pasa? —se interesó la pelirroja. «Muy bien —pensó—. Se ha dado cuenta de que esto ha sido un error. Una noche durmiendo conmigo y con mi hija ha sido una dosis de realidad demasiado grande para la señora Volkova.»
—Pensaba en Suzette —dijo Yulia.
Lena puso los ojos en blanco mientras le daba el desayuno a Skye. Le había entrado malhumor de golpe, sin que pudiera evitarlo. «Dios, estoy impaciente por volver a tener el control sobre mis hormonas», se lamentó mentalmente.
Skye, que estaba comportándose como una niña gruñona de tres años, le empujó la mano.
—No —refunfuñó.
Así que las tres mujeres estaban de mal humor.
—Bueno, a mí me parece que tienes dos opciones —opinó Lena, tratando de darle otra cucharada a su hija—. O le dices que su talento musical no está a la altura o sigues acostándote con ella — espetó. El irracional enfado hormonal se filtraba por todos sus poros
—.Vaya, qué decisión más difícil: ¿integridad o sexo?
Mmm... ¿Por cuál se decantará la ego maníaca Yulia Volkova? Yulia le lanzó una mirada acerada.
—¿Qué coño te pasa? Gracias por el consejo —ladró, y dejó la servilleta—. Mierda.
—Miedda —repitió Skye.
Lena la fulminó con la mirada.
—Joder, pitufa —la riñó Yulia.
La niña se rio:
—Joer.
—¡Yulia! —protestó Lena.
La pelinegra rugió y echó la silla hacia atrás para levantarse.
—Jesús, ¿es que no la sabes controlar?
—Esús... —rio Skye, aunque calló cuando Yulia le dirigió una mirada torva.
—Si solo sabes decir palabrotas, haz el favor de callarte —ordenó Lena.
Yulia se levantó y salió de la sala de estar hecha una furia, con Lena pisándole los talones. Esta obligó a Yulia a volverse y la miró a los airados ojos azules sin pestañear.
—Ya es bastante difícil criar a una niña de tres años... —empezó Lena. Yulia soltó una carcajada sonora y grosera.
—¿Tres? ¿Estás de coña? Esa cría tiene tres años pero se comporta como si tuviera cuarenta —se indignó, como si la niña fuera ella—. Y deja a Suzette fuera de esto. No es asunto tuyo con quién me acuesto.
—Y a Dios doy gracias. Muy bien, acuéstate con tu chelista sin oído. Sois tal para cual —aulló Lena.
—Pues muy bien, ¡lo haré!
—¡Perfecto! —gritó Lena, maldiciendo las lágrimas que afloraban a sus ojos. Yulia tragó saliva y dio un paso hacia ella. —Ni se te ocurra...
Skye también se había puesto a llorar. Yulia se llevó la mano al pelo, pasó junto a Lena y se puso las zapatillas deportivas. Cuando salió por la puerta, Skye gritó su nombre. Lena fue junto a su hija con paso cansado y la cogió en brazos.
—Skye con Yula... —lloró Skye, forcejeando para que su madre la soltara.
Cuando estuvo en el suelo, la niña corrió a la puerta delantera y apoyó la carita en la mosquitera.
—¡Yula! —gritó la rubita, golpeando la puerta.
CONTINUARÁ...
Lesdrumm- Admin
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Re: VIENTOS CELESTIALES...UN GIRO DEL DESTINO
ay mi Dios! .-. y ahora?
Aleinads- Mensajes : 519
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Re: VIENTOS CELESTIALES...UN GIRO DEL DESTINO
Mmmmmmm jajajaja es lindo y divertido a la vez aunq estresant seguro
flakita volkatina- Mensajes : 183
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Re: VIENTOS CELESTIALES...UN GIRO DEL DESTINO
Vientos Celestiales...Un giro del destino
Capítulo 10
Yulia corrió más deprisa, para no oír cómo Skye la llamaba a gritos. Tanta emoción la desbordaba, así que corrió lo más rápido que pudo. Era algo que a Yulia Volkova se le daba muy bien.
Mientras corría pensó en Irina y se puso todavía más furiosa. Si no fuera por ella nada de esto habría pasado. Podría recuperar su vida y tener...«¿El qué?», se preguntó, aminorando la marcha. Dejó de correr y se dobló, apoyando las manos en las rodillas. Tenía ganas de vomitar, así que se irguió, respiró hondo y echó a andar por el camino de grava en un intento de concentrarse en la belleza del paraje. En un momento dado se dio la vuelta, decidida a volver a la cabaña, pero se detuvo, se pasó la mano por el pelo húmedo de sudor y siguió andando en dirección contraria a la casa.
¿De verdad quería recuperar su vida? ¿Qué vida? ¿Suzette, a quien realmente ella no le importaba nada? Vale, el sexo era tremendo, pero aquel factor estaba perdiendo enteros para Yulia a marchas forzadas. Se paró y se rio en alto.
—¿Qué probabilidades había de que llegara a pasar algo así? Meneó la cabeza y tomó un sendero que se adentraba en el bosque. «Irina.»
Irina Bridges había sido una verdadera fuerza de la naturaleza. Desde que se vieron por primera vez en el aeropuerto de Chicago, Yulia se quedó enganchada a ella. Habían llamado al mismo taxi en el aeropuerto de O’Hare, bajo la tormenta. Yulia llevaba el maletín encima de la cabeza para no mojarse mientras le silbaba al taxi. No se fijó en el piloto que hacía lo mismo a su lado y, cuando el vehículo se detuvo junto a la acera, fueron a la puerta al mismo tiempo. Yulia pensó que el piloto sería lo bastante caballeroso como para dejarle el taxi, pero se vio gratamente sorprendida cuando un par de profundos ojos castaños de mujer le devolvieron una mirada airada.
—Yo lo he visto primero —afirmó la piloto, agarrando la manecilla de la puerta. Yulia esbozó una amplia sonrisa y abrió la portezuela.
—Mira, está diluviando. Vamos a compartirlo antes de que nos ahoguemos. La mujer la observó unos segundos con los ojos entornados y luego se metió en el taxi. La ojiazul la imitó y se secó la lluvia de la cara.
—Menudo chaparrón. El taxista las miró por encima del hombro.
—¿Adónde las llevo, señoras?
—Al Hotel Drake —la piloto contestó primero. Yulia enarcó una ceja en su dirección.
—El Drake, ¿eh? Qué elegante. Creo que yo también iré allí. Me encanta el restaurante de ese hotel —le sostuvo la mirada a la piloto, que esbozaba una sonrisa irónica—. ¿Te gustaría cenar conmigo? —Yulia le ofreció la mano—. Soy Yulia Volkova. La piloto aceptó el apretón de manos.
—Irina Bridges.
Durante un momento, las dos se miraron a los ojos, hasta que el taxista tosió.
—El taxímetro corre, así que ¿al Drake? Irina contestó sin apartar la mirada de Yulia.
—Al Drake. Yulia sonrió de oreja a oreja y se acomodó en el asiento.
—Es un restaurante muy bonito —comentó Irina, dando un sorbo de agua—. Gracias por esperarme mientras me cambiaba. Yulia asintió.
—De nada. Estabas más mojada que yo. Irina se encogió de hombros.
—Te ofrecí mi habitación para secarte. Yulia levantó la mirada de la carta de vinos.
—Fue muy amable por tu parte, a lo mejor te tomo la palabra en otra ocasión —afirmó, y se concentró en la carta—.¿Te apetece un poco de vino?
—Sí, por favor. Adelante. Yo no entiendo de vinos.
El camarero se acercó a su mesa y Yulia pidió el vino. Cuando se alejó, la compositora inició la conversación.
—Cuéntame algo de ti, Irina Bridges.
—No hay mucho que decir. Nací en Indiana, hija única, buenos padres... Pero siempre tuve pocos amigos. Mi padre estaba en el ejército, así que nos mudábamos a menudo.
—¿También era piloto? —quiso saber Yulia, En ese momento apareció el camarero con el vino y abrió la botella. Yulia lo probó e hizo un gesto de aprobación.
—Sí, era coronel de las Fuerzas Aéreas —contestó Irina, levantando su copa cuando la pelinegra alzó la suya.
—Por las noches lluviosas en Chicago —le sonrió esta. Rozaron las copas en silencio y Yulia contempló el bello rostro de Irina mientras bebía. El cabello rubio a la altura de los hombros le relucía bajo la luz suave del restaurante, y tenía unos ojos castaños chispeantes. Su piel era fina y muy lisa, y Yulia supo instintivamente que sería sedosa al tacto.
—Te me comes con los ojos, Yulia—observó Irina con una sonrisa.
—No puedo evitarlo —replicó esta—. Eres muy atractiva. Estoy segura de que ya te lo han dicho antes.
Irina la miró a los ojos y escrutó su rostro.
—Igual que tú.
El nivel de excitación de Yulia aumentó unos cuantos puntos y dio un trago de vino.
—¿Cuánto tiempo vas a estar en Chicago?
—Tengo un vuelo mañana por la noche, a las nueve —contestó Irina al punto. Yulia asintió pero no dijo nada. Irina sonrió y se echó hacia delante.
—¿Iba en serio lo de tomarme la palabra?
Yulia se sentó en una roca y levantó la cara hacia el sol que se filtraba entre las ramas de los árboles. Cerró los ojos al evocar la velada cargada de tensión sexual y la mañana siguiente que pasó con Irina. Así de rápido había empezado su relación. Desde entonces se veían siempre que Irina volaba a Chicago y siempre que Yulia podía escaparse un fin de semana largo. Durante todo aquel tiempo, Yulia era consciente de que se estaba enamorando, pero había algo que la echaba para atrás. Puede que fuera la actitud casi infantil de Irina y su noción indolente de la responsabilidad. La vida que llevaba la piloto, soltera y sin preocupaciones, no era tan
diferente de la suya propia, como compositora sin compromisos. Irina y ella eran compatibles en muchos aspectos y Yulia escuchó a su corazón y se permitió querer más y más. Irina también, pero el tema de los hijos fue un golpe inesperado.
—Cariño, no estamos preparadas para tener hijos —trató de explicarle Yulia.
Irina levantó la mirada, tumbada en brazos de Yulia, y se apartó los mechones rubios de la cara.
—¿No quieres tener hijos? Decías que te gustaba la idea.
—Dije que si la situación fuera diferente, me gustaría la idea —la corrigió Yulia amablemente, y se incorporó en la cama—.Cielo, mira cómo vivimos. Tú eres piloto y estás siempre de acá para allá. Nunca te quedas en el mismo sitio el suficiente tiempo.
—Tú estás asentada, Yul. Tienes un apartamento precioso aquí, es enorme y pasas más tiempo en Chicago que nunca. Estarías en casa todo el tiempo. Y podríamos contratar a una canguro...La pelinegra ladeó la cabeza, confusa.
—¿Una canguro?
Irina siguió hablando antes de que Yulia continuara.
—Sí, una vez que tuvieras el bebé, podrías...
—¿Yo? —se asombró Yulia—. Espera, espera. Esto tenemos que hablarlo más en serio.
Salió de la cama y se puso un pantalón de chándal y una camiseta. Irina hizo lo mismo y se sentó en el mostrador de la cocina con el gesto torcido en un puchero mientras la ojiazul preparaba café y le pasaba una taza humeante. Yulia meneó la cabeza, se sentó delante de ella y le cogió la mano. —Ahora vamos a ser sinceras. Tú y yo solo hemos hablado de este tema una vez, el año pasado. Cariño, mi reloj biológico está corriendo y la verdad es que no me importa demasiado. No siento la necesidad maternal de tener un hijo en mi vientre. Sí, me gustan los niños. ¿Me gustaría ser madre? Quizá algún día, cuando esté casada o tenga una relación segura y estable. Irina se bebió el café, aún con los labios fruncidos; Yulia le dedicó una sonrisa triste. —Y eso no lo tenemos, Irina.
La piloto alzó la mirada de repente y miró a Yulia con dureza.
—¿Estás diciéndome que no me quieres?
Yulia puso los ojos en blanco y dio un sorbo de café.
—Irina, piensa en lo que me estás pidiendo. Traer a un niño al mundo, siendo dos mujeres que apenas se ven y que no tienen ni idea de cómo criar un hijo. Es completamente injusto e infantil querer algo así solo porque fuiste hija única y ahora, de adulta, quieres jugar con alguien. Yulia sabía que sus palabras herirían a Irina, pero tenía que decirlo. Efectivamente, durante el último año, Irina había mostrado signos de haber sido una niña consentida que obtenía de sus padres todo lo que quería, seguramente porque se sentían culpables de no poder darle estabilidad al viajar tanto por todo el país e incluso por el extranjero.
—Te has equivocado de profesión —gruñó Irina, con un brillo de ira en los ojos—. Tendrías que haber sido psicóloga en lugar de compositora. ¿Por qué estás conmigo si crees que soy una neurótica desastrosa? Me encantan los niños y creía que a ti también. Ya veo que no.
—Irina, hemos hablado en profundidad sobre tu infancia y tus padres. Los culpas por arrastrarte de un lado a otro, pero, cariño, ahora eres una mujer adulta. Deja de culparlos y empieza a vivir tu vida...
—Es lo que hago —replicó con enfado—. Quiero tener hijos. Lo necesito, Yulia, en lo más hondo de mí. ¿Es que no lo entiendes? ¿O es que eres demasiado egoísta?
Yulia se sulfuró ante la insinuación, y la tentación de seguir aquella vía de acusaciones tan dañina casi la dominó, aunque en lugar de lanzarle otra pulla habló en tono conciliador.
—Y si lo necesitas tanto en lo más hondo de ti, ¿por qué se supone que vaya a tener yo al bebé?
Irina se indignó todavía más, se levantó y empezó a pasear de arriba abajo como un animal enjaulado, mientras la pelinegra daba sorbos de café y esperaba, porque sabía percibir cuándo Irina se sentía atrapada.
—Vale, pues ya... ya tendré yo al bebé —se limitó a decir, lanzándole a Yulia una mirada desafiante.Yulia dejó escapar un suspiro triste.
—Cariño, no es una competición. Intento explicarte que no somos una pareja adecuada para tener hijos. Dices que quieres un bebé, pero no estás dispuesta a pasar físicamente por el embarazo —insistió Yulia, cada vez más irritada—. Maldita sea, es una responsabilidad enorme y sé que no podemos asumirla. Y si lo pensaras con claridad, estarías de acuerdo conmigo. No estoy dispuesta a traer a un niño al mundo con dos goles en contra, solo para satisfacer tu necesidad egoísta de rebobinar tu reloj biológico. Irina se envaró.
—Yulia, esto es el final.
Yulia le devolvió una mirada incrédula y al cabo de un segundo negó con la cabeza.
—Entonces que sea lo que tenga que ser.
Efectivamente, fue el final para ellas. Aunque siguieron juntas seis meses más, las dos sabían que la batalla estaba perdida. Rompieron en Denver y, si bien Yulia estaba furiosa y triste, en el fondo de su alma sabía que era inevitable. Claro que le gustaba su relación. Nunca habían tenido que esforzarse y nunca habían tensado la cuerda. Aquella había sido su prueba de fuego y Yulia acabó con el corazón roto, pero sabía que tenía razón. Si volviera atrás, haría otra vez lo mismo. Ahora tenía a la pareja de Irina embarazada y a su hija de tres años en casa. Y para empeorar las cosas aún más —o para mejorarlas, según se mirase—, Yulia se sentía atraída por ella. En ese momento, estaba terriblemente confusa y no sabía qué hacer. Evocó el rostro de Lena, dormida a su lado, y la risa contagiosa de Skye le arrancó una carcajada. Pero si no había podido asumir la
responsabilidad con Irina, ¿podría hacerlo con Lena? ¿Quería hacerlo?
—Joder —gruñó, furiosa, y echó a correr de vuelta a la cabaña. Cuanto más lo pensaba, más deprisa iba. No estaba segura de si huía o si corría hacia Lena y su familia y tampoco sabía si quería saberlo.
Lena había logrado calmar a Skye al cabo de una hora. La pobre niñita había hiperventilado y le había entrado el hipo.
—¿Volve Yula? —preguntó, sentada en brazos de Lena en el columpio del porche.
—Sí, pastelito, Yulia vuelve. Solo se ha enfadado.
—Mamá grita a Yula.
Lena hizo una mueca y la abrazó más fuerte.
—Lo sé. Y no ha estado bien, Skye. Mamá tiene que pedirle perdón a Yulia.
—Yula hace llorar a mamá.
—Bueno, mamá llora con mucha facilidad últimamente. Mamá y Yulia han discutido, nada más. Como cuando no quieres echarte la siesta o terminarte el desayuno.
—Skye nada —ofreció la niña y su madre asintió.
—Exacto, como cuando querías ir a nadar.
En ese momento oyeron cómo se abría la puerta de la parte trasera.
—Yula en casa... —exclamó Skye, y corrió adentro.
Lena se quedó sentada donde estaba, con el corazón a cien. Se sentía fatal por haber discutido sobre algo tan estúpido.
—Mamá, Yula pupa —oyó que la llamaba Skye desde la puerta delantera.
—¿Pupa?
Lena se puso de pie lo más deprisa que pudo y entró en la cabaña a toda prisa. Yulia estaba apoyada en el mármol con un paquete de hamburguesas congeladas puesto sobre la cabeza. Tenía la ropa machada de barro y polvo y arañazos en brazos y piernas.
—¿Qué ha pasado? —exclamó Lena, retirando el paquete congelado. Le estaba saliendo un verdugón rojizo encima de la ceja —. Siéntate, le ordenó.
Yulia se sentó con cuidado en una silla de la cocina, mientras Lena ponía hielo en una toalla y se la colocaba en la frente.
—Me... me caí —siseó Yulia. Lena se mordió el labio, sin soltar el hielo—. Adelante, que casi puedo oír cómo te partes la caja internamente.
—¿Yula caío? —se interesó Skye, dándole una palmadita a Yulia en la pierna.
—Eh, sí, cariñito. Ahora no molestes a Yulia —le dijo su madre, al notar que la pelinegra volvía a enfadarse.
—Estaba corriendo —la compositora hizo una pausa y respiró pesadamente—. Por mi vida —añadió con sarcasmo, y Lena disimuló la sonrisa mientras le aplicaba el hielo con una mano y le acariciaba la nuca húmeda con la otra—. Iba demasiado deprisa a la vuelta y me torcí el tobillo con una piedra y salí volando como un pu... Me caí en una zanja.
Lena observó el tobillo hinchado de la mujer.
—Vale, vamos al dormitorio, te echas y pones el pie en alto. Tengo que limpiarte los arañazos.
—Estoy bien —protestó Yulia.
—Yulia Volkova, a la cama —le ordenó. La aludida levantó la mirada y sonrió.
—La verdad es que nunca habían tenido que mandarme a mi cuarto. Eres muy estricta, mamá —apuntó, en tono seco. Lena notó que le subían los colores otra vez. Entonces Yulia se levantó con un gesto de dolor y la miró a los verdigrises ojos.
—Lo siento, ha sido culpa mía.
—No, lo siento yo. No es asunto mío, tienes razón —afirmó Lena, con lágrimas en los ojos.
—Este embarazo nos está afectando a las dos, Lena —le dijo Yulia. Sin previo aviso, le acercó la mano a la mejilla con afecto —. Debería llevarlo mejor, lo siento. No estoy acostumbrada a convivir con una mujer y una niña.
—Tienes razón en una cosa: esto es nuevo para las dos. Lena le examinó el tobillo con cuidado. —Diría que no está roto. Lo puedes mover. Solo te lo has torcido y hay un leve edema —musitó, casi para sí. Yulia la contempló con interés mientras le vendaba el pie como una experta —. ¿Demasiado apretado? —preguntó.
Yulia negó con la cabeza.
—Lo has hecho muy deprisa, como una profesional —apuntó la pelinegra—. ¿De dónde has sacado la venda?
—Es en lo que trabajaba a media jornada —explicó Lena, poniéndole un cojín debajo del pie—. Y la he encontrado en el caos que llamas botiquín, en el lavabo.
—Oh —Yulia hizo una mueca—. ¿Qué hacías?
—Soy enfermera. Enfermera diplomada, de hecho —repuso, sentada al borde de la cama. Yulia asintió.
—Te imagino de enfermera. Eres muy cariñosa y considerada. ¿Trabajabas en un hospital?
—No, en una clínica en una zona dejada de la mano de Dios en Albuquerque. La paga era pésima.
—Pero no lo hacías por el dinero —apuntó Yulia, como si fuera algo que quedara fuera de discusión.
—No, no lo hacía por el dinero. Si hubiera sido así, seguramente mi situación sería diferente. Yulia se removió, incómoda, y Lena se inclinó hacia ella. —¿Te duele? —le preguntó. Yulia tenía la mirada algo nublada —. Dime la verdad.
—Estoy bien —repitió la pelinegra, aunque seguía con cara de querer decir algo más.
—Vale, entonces, ¿qué te pasa?
—Nada.
—Yulia, a veces tengo la impresión de que quieres decirme algo. No puedo obligarte, pero de verdad desearía que me dijeras lo que tienes en mente. Como Lena notaba que volvía a enfadarse por momentos, se entretuvo empapando algodón en antiséptico. —Esto te va a doler.
—Suena a amenaza... —musitó Yulia, que soportó la cura con una mueca de dolor.
Al terminar, Lena tiró a la papelera los restos del material de primeros auxilios.
—Skye también pupa —lloriqueó Skye, subiéndose a la cama. Se tumbó al lado de Yulia, que estaba echada de espaldas, y le preguntó: —¿ en Mamá cura sana?
Yulia miró a Lena y se encogió de hombros.
—Supongo que sí. Lena resopló con ironía y le prestó atención a su hija, maldiciéndose internamente porque le temblaran las manos. —¿También tienes pupa, pastelito? Déjame ver. ¿Dónde? —le preguntó. Skye le enseñó la rodilla, perfectamente sana.
—Caío.
—Oh, lo siento mucho. ¿Te duele, cariñito? —se interesó su madre con ternura.
—Sí. Besito, mamá —pidió Skye, y su madre se rio y se inclinó para darle un beso en la rodilla.
—Ya está. ¿Curado? Skye asintió alegremente. Lena se volvió hacia Yulia una vez más. —No te muevas mientras te limpio la frente. Al acabar, le puso una tirita encima de la ceja. —Ya está. Cura sana —anunció, tono sarcástico.
—Ja ja —replicó Yulia, tocándose la ceja. Como Skye la observaba con curiosidad, Yulia le devolvió la mirada—. Supongo que tenemos suerte, pitufa —le dijo. Miró a Lena de reojo y esta cabeceó. Skye parecía embelesada por la tirita que Yulia llevaba en la frente.
—Mamá, besito —pidió, muy seria, señalando la ceja de la pelinegra.
Lena se puso rígida y fue consciente de que se sonrojaba.
—Yulia ya es mayor, Skye.
—No soy tan mayor —objetó Yulia.
—Mamá... —insistió Skye.
Lena miró alternativamente a sus dos niñas, puso los ojos en blanco cuando la expresión de Yulia se tornó retadora, se inclinó y la besó en la frente. A juzgar por la cara de sorpresa que puso, Yulia no la había creído capaz. Cuando Lena se apartó, las dos se miraron a los ojos un momento.
—¿Mamá cura sana, Yula? —preguntó Skye.
La pelirroja no supo cómo interpretar la cara de Yulia.
—Sí, pitufa. Más de lo que cree.
—No deberías apoyar peso sobre el tobillo —le recomendó Lena.
En bañador, Yulia cogió a Skye de la cintura y la levantó.
—Estoy bien, el agua le sentará bien —se encabezonó.
Lena renunció: bastante cansado era batallar con Skye. Yulia no era más que una versión un poco más alta y mucho más atractiva.
—Venga, pequeño saco de patatas. Vamos a nadar. —Se cargó a Skye al hombro y se encaminó cojeando a la playa. Antes de llegar se volvió hacia la pelirroja—. ¿Estarás bien ahí sola?
—Estaré bien —les sonrió Lena—. Id. Viéndola con su hija de camino al lago, Lena era incapaz de hacerse a la idea de lo que le pasaba por la cabeza a Yulia Volkova. De repente era amable y generosa, y les traía regalos, y al cabo de un momento se mostraba distante y arrogante. La única constante para Lena era la incertidumbre sobre Yulia: sobre lo que les depararía el futuro.
CONTINUARÁ...
Capítulo 10
Yulia corrió más deprisa, para no oír cómo Skye la llamaba a gritos. Tanta emoción la desbordaba, así que corrió lo más rápido que pudo. Era algo que a Yulia Volkova se le daba muy bien.
Mientras corría pensó en Irina y se puso todavía más furiosa. Si no fuera por ella nada de esto habría pasado. Podría recuperar su vida y tener...«¿El qué?», se preguntó, aminorando la marcha. Dejó de correr y se dobló, apoyando las manos en las rodillas. Tenía ganas de vomitar, así que se irguió, respiró hondo y echó a andar por el camino de grava en un intento de concentrarse en la belleza del paraje. En un momento dado se dio la vuelta, decidida a volver a la cabaña, pero se detuvo, se pasó la mano por el pelo húmedo de sudor y siguió andando en dirección contraria a la casa.
¿De verdad quería recuperar su vida? ¿Qué vida? ¿Suzette, a quien realmente ella no le importaba nada? Vale, el sexo era tremendo, pero aquel factor estaba perdiendo enteros para Yulia a marchas forzadas. Se paró y se rio en alto.
—¿Qué probabilidades había de que llegara a pasar algo así? Meneó la cabeza y tomó un sendero que se adentraba en el bosque. «Irina.»
Irina Bridges había sido una verdadera fuerza de la naturaleza. Desde que se vieron por primera vez en el aeropuerto de Chicago, Yulia se quedó enganchada a ella. Habían llamado al mismo taxi en el aeropuerto de O’Hare, bajo la tormenta. Yulia llevaba el maletín encima de la cabeza para no mojarse mientras le silbaba al taxi. No se fijó en el piloto que hacía lo mismo a su lado y, cuando el vehículo se detuvo junto a la acera, fueron a la puerta al mismo tiempo. Yulia pensó que el piloto sería lo bastante caballeroso como para dejarle el taxi, pero se vio gratamente sorprendida cuando un par de profundos ojos castaños de mujer le devolvieron una mirada airada.
—Yo lo he visto primero —afirmó la piloto, agarrando la manecilla de la puerta. Yulia esbozó una amplia sonrisa y abrió la portezuela.
—Mira, está diluviando. Vamos a compartirlo antes de que nos ahoguemos. La mujer la observó unos segundos con los ojos entornados y luego se metió en el taxi. La ojiazul la imitó y se secó la lluvia de la cara.
—Menudo chaparrón. El taxista las miró por encima del hombro.
—¿Adónde las llevo, señoras?
—Al Hotel Drake —la piloto contestó primero. Yulia enarcó una ceja en su dirección.
—El Drake, ¿eh? Qué elegante. Creo que yo también iré allí. Me encanta el restaurante de ese hotel —le sostuvo la mirada a la piloto, que esbozaba una sonrisa irónica—. ¿Te gustaría cenar conmigo? —Yulia le ofreció la mano—. Soy Yulia Volkova. La piloto aceptó el apretón de manos.
—Irina Bridges.
Durante un momento, las dos se miraron a los ojos, hasta que el taxista tosió.
—El taxímetro corre, así que ¿al Drake? Irina contestó sin apartar la mirada de Yulia.
—Al Drake. Yulia sonrió de oreja a oreja y se acomodó en el asiento.
—Es un restaurante muy bonito —comentó Irina, dando un sorbo de agua—. Gracias por esperarme mientras me cambiaba. Yulia asintió.
—De nada. Estabas más mojada que yo. Irina se encogió de hombros.
—Te ofrecí mi habitación para secarte. Yulia levantó la mirada de la carta de vinos.
—Fue muy amable por tu parte, a lo mejor te tomo la palabra en otra ocasión —afirmó, y se concentró en la carta—.¿Te apetece un poco de vino?
—Sí, por favor. Adelante. Yo no entiendo de vinos.
El camarero se acercó a su mesa y Yulia pidió el vino. Cuando se alejó, la compositora inició la conversación.
—Cuéntame algo de ti, Irina Bridges.
—No hay mucho que decir. Nací en Indiana, hija única, buenos padres... Pero siempre tuve pocos amigos. Mi padre estaba en el ejército, así que nos mudábamos a menudo.
—¿También era piloto? —quiso saber Yulia, En ese momento apareció el camarero con el vino y abrió la botella. Yulia lo probó e hizo un gesto de aprobación.
—Sí, era coronel de las Fuerzas Aéreas —contestó Irina, levantando su copa cuando la pelinegra alzó la suya.
—Por las noches lluviosas en Chicago —le sonrió esta. Rozaron las copas en silencio y Yulia contempló el bello rostro de Irina mientras bebía. El cabello rubio a la altura de los hombros le relucía bajo la luz suave del restaurante, y tenía unos ojos castaños chispeantes. Su piel era fina y muy lisa, y Yulia supo instintivamente que sería sedosa al tacto.
—Te me comes con los ojos, Yulia—observó Irina con una sonrisa.
—No puedo evitarlo —replicó esta—. Eres muy atractiva. Estoy segura de que ya te lo han dicho antes.
Irina la miró a los ojos y escrutó su rostro.
—Igual que tú.
El nivel de excitación de Yulia aumentó unos cuantos puntos y dio un trago de vino.
—¿Cuánto tiempo vas a estar en Chicago?
—Tengo un vuelo mañana por la noche, a las nueve —contestó Irina al punto. Yulia asintió pero no dijo nada. Irina sonrió y se echó hacia delante.
—¿Iba en serio lo de tomarme la palabra?
Yulia se sentó en una roca y levantó la cara hacia el sol que se filtraba entre las ramas de los árboles. Cerró los ojos al evocar la velada cargada de tensión sexual y la mañana siguiente que pasó con Irina. Así de rápido había empezado su relación. Desde entonces se veían siempre que Irina volaba a Chicago y siempre que Yulia podía escaparse un fin de semana largo. Durante todo aquel tiempo, Yulia era consciente de que se estaba enamorando, pero había algo que la echaba para atrás. Puede que fuera la actitud casi infantil de Irina y su noción indolente de la responsabilidad. La vida que llevaba la piloto, soltera y sin preocupaciones, no era tan
diferente de la suya propia, como compositora sin compromisos. Irina y ella eran compatibles en muchos aspectos y Yulia escuchó a su corazón y se permitió querer más y más. Irina también, pero el tema de los hijos fue un golpe inesperado.
—Cariño, no estamos preparadas para tener hijos —trató de explicarle Yulia.
Irina levantó la mirada, tumbada en brazos de Yulia, y se apartó los mechones rubios de la cara.
—¿No quieres tener hijos? Decías que te gustaba la idea.
—Dije que si la situación fuera diferente, me gustaría la idea —la corrigió Yulia amablemente, y se incorporó en la cama—.Cielo, mira cómo vivimos. Tú eres piloto y estás siempre de acá para allá. Nunca te quedas en el mismo sitio el suficiente tiempo.
—Tú estás asentada, Yul. Tienes un apartamento precioso aquí, es enorme y pasas más tiempo en Chicago que nunca. Estarías en casa todo el tiempo. Y podríamos contratar a una canguro...La pelinegra ladeó la cabeza, confusa.
—¿Una canguro?
Irina siguió hablando antes de que Yulia continuara.
—Sí, una vez que tuvieras el bebé, podrías...
—¿Yo? —se asombró Yulia—. Espera, espera. Esto tenemos que hablarlo más en serio.
Salió de la cama y se puso un pantalón de chándal y una camiseta. Irina hizo lo mismo y se sentó en el mostrador de la cocina con el gesto torcido en un puchero mientras la ojiazul preparaba café y le pasaba una taza humeante. Yulia meneó la cabeza, se sentó delante de ella y le cogió la mano. —Ahora vamos a ser sinceras. Tú y yo solo hemos hablado de este tema una vez, el año pasado. Cariño, mi reloj biológico está corriendo y la verdad es que no me importa demasiado. No siento la necesidad maternal de tener un hijo en mi vientre. Sí, me gustan los niños. ¿Me gustaría ser madre? Quizá algún día, cuando esté casada o tenga una relación segura y estable. Irina se bebió el café, aún con los labios fruncidos; Yulia le dedicó una sonrisa triste. —Y eso no lo tenemos, Irina.
La piloto alzó la mirada de repente y miró a Yulia con dureza.
—¿Estás diciéndome que no me quieres?
Yulia puso los ojos en blanco y dio un sorbo de café.
—Irina, piensa en lo que me estás pidiendo. Traer a un niño al mundo, siendo dos mujeres que apenas se ven y que no tienen ni idea de cómo criar un hijo. Es completamente injusto e infantil querer algo así solo porque fuiste hija única y ahora, de adulta, quieres jugar con alguien. Yulia sabía que sus palabras herirían a Irina, pero tenía que decirlo. Efectivamente, durante el último año, Irina había mostrado signos de haber sido una niña consentida que obtenía de sus padres todo lo que quería, seguramente porque se sentían culpables de no poder darle estabilidad al viajar tanto por todo el país e incluso por el extranjero.
—Te has equivocado de profesión —gruñó Irina, con un brillo de ira en los ojos—. Tendrías que haber sido psicóloga en lugar de compositora. ¿Por qué estás conmigo si crees que soy una neurótica desastrosa? Me encantan los niños y creía que a ti también. Ya veo que no.
—Irina, hemos hablado en profundidad sobre tu infancia y tus padres. Los culpas por arrastrarte de un lado a otro, pero, cariño, ahora eres una mujer adulta. Deja de culparlos y empieza a vivir tu vida...
—Es lo que hago —replicó con enfado—. Quiero tener hijos. Lo necesito, Yulia, en lo más hondo de mí. ¿Es que no lo entiendes? ¿O es que eres demasiado egoísta?
Yulia se sulfuró ante la insinuación, y la tentación de seguir aquella vía de acusaciones tan dañina casi la dominó, aunque en lugar de lanzarle otra pulla habló en tono conciliador.
—Y si lo necesitas tanto en lo más hondo de ti, ¿por qué se supone que vaya a tener yo al bebé?
Irina se indignó todavía más, se levantó y empezó a pasear de arriba abajo como un animal enjaulado, mientras la pelinegra daba sorbos de café y esperaba, porque sabía percibir cuándo Irina se sentía atrapada.
—Vale, pues ya... ya tendré yo al bebé —se limitó a decir, lanzándole a Yulia una mirada desafiante.Yulia dejó escapar un suspiro triste.
—Cariño, no es una competición. Intento explicarte que no somos una pareja adecuada para tener hijos. Dices que quieres un bebé, pero no estás dispuesta a pasar físicamente por el embarazo —insistió Yulia, cada vez más irritada—. Maldita sea, es una responsabilidad enorme y sé que no podemos asumirla. Y si lo pensaras con claridad, estarías de acuerdo conmigo. No estoy dispuesta a traer a un niño al mundo con dos goles en contra, solo para satisfacer tu necesidad egoísta de rebobinar tu reloj biológico. Irina se envaró.
—Yulia, esto es el final.
Yulia le devolvió una mirada incrédula y al cabo de un segundo negó con la cabeza.
—Entonces que sea lo que tenga que ser.
Efectivamente, fue el final para ellas. Aunque siguieron juntas seis meses más, las dos sabían que la batalla estaba perdida. Rompieron en Denver y, si bien Yulia estaba furiosa y triste, en el fondo de su alma sabía que era inevitable. Claro que le gustaba su relación. Nunca habían tenido que esforzarse y nunca habían tensado la cuerda. Aquella había sido su prueba de fuego y Yulia acabó con el corazón roto, pero sabía que tenía razón. Si volviera atrás, haría otra vez lo mismo. Ahora tenía a la pareja de Irina embarazada y a su hija de tres años en casa. Y para empeorar las cosas aún más —o para mejorarlas, según se mirase—, Yulia se sentía atraída por ella. En ese momento, estaba terriblemente confusa y no sabía qué hacer. Evocó el rostro de Lena, dormida a su lado, y la risa contagiosa de Skye le arrancó una carcajada. Pero si no había podido asumir la
responsabilidad con Irina, ¿podría hacerlo con Lena? ¿Quería hacerlo?
—Joder —gruñó, furiosa, y echó a correr de vuelta a la cabaña. Cuanto más lo pensaba, más deprisa iba. No estaba segura de si huía o si corría hacia Lena y su familia y tampoco sabía si quería saberlo.
Lena había logrado calmar a Skye al cabo de una hora. La pobre niñita había hiperventilado y le había entrado el hipo.
—¿Volve Yula? —preguntó, sentada en brazos de Lena en el columpio del porche.
—Sí, pastelito, Yulia vuelve. Solo se ha enfadado.
—Mamá grita a Yula.
Lena hizo una mueca y la abrazó más fuerte.
—Lo sé. Y no ha estado bien, Skye. Mamá tiene que pedirle perdón a Yulia.
—Yula hace llorar a mamá.
—Bueno, mamá llora con mucha facilidad últimamente. Mamá y Yulia han discutido, nada más. Como cuando no quieres echarte la siesta o terminarte el desayuno.
—Skye nada —ofreció la niña y su madre asintió.
—Exacto, como cuando querías ir a nadar.
En ese momento oyeron cómo se abría la puerta de la parte trasera.
—Yula en casa... —exclamó Skye, y corrió adentro.
Lena se quedó sentada donde estaba, con el corazón a cien. Se sentía fatal por haber discutido sobre algo tan estúpido.
—Mamá, Yula pupa —oyó que la llamaba Skye desde la puerta delantera.
—¿Pupa?
Lena se puso de pie lo más deprisa que pudo y entró en la cabaña a toda prisa. Yulia estaba apoyada en el mármol con un paquete de hamburguesas congeladas puesto sobre la cabeza. Tenía la ropa machada de barro y polvo y arañazos en brazos y piernas.
—¿Qué ha pasado? —exclamó Lena, retirando el paquete congelado. Le estaba saliendo un verdugón rojizo encima de la ceja —. Siéntate, le ordenó.
Yulia se sentó con cuidado en una silla de la cocina, mientras Lena ponía hielo en una toalla y se la colocaba en la frente.
—Me... me caí —siseó Yulia. Lena se mordió el labio, sin soltar el hielo—. Adelante, que casi puedo oír cómo te partes la caja internamente.
—¿Yula caío? —se interesó Skye, dándole una palmadita a Yulia en la pierna.
—Eh, sí, cariñito. Ahora no molestes a Yulia —le dijo su madre, al notar que la pelinegra volvía a enfadarse.
—Estaba corriendo —la compositora hizo una pausa y respiró pesadamente—. Por mi vida —añadió con sarcasmo, y Lena disimuló la sonrisa mientras le aplicaba el hielo con una mano y le acariciaba la nuca húmeda con la otra—. Iba demasiado deprisa a la vuelta y me torcí el tobillo con una piedra y salí volando como un pu... Me caí en una zanja.
Lena observó el tobillo hinchado de la mujer.
—Vale, vamos al dormitorio, te echas y pones el pie en alto. Tengo que limpiarte los arañazos.
—Estoy bien —protestó Yulia.
—Yulia Volkova, a la cama —le ordenó. La aludida levantó la mirada y sonrió.
—La verdad es que nunca habían tenido que mandarme a mi cuarto. Eres muy estricta, mamá —apuntó, en tono seco. Lena notó que le subían los colores otra vez. Entonces Yulia se levantó con un gesto de dolor y la miró a los verdigrises ojos.
—Lo siento, ha sido culpa mía.
—No, lo siento yo. No es asunto mío, tienes razón —afirmó Lena, con lágrimas en los ojos.
—Este embarazo nos está afectando a las dos, Lena —le dijo Yulia. Sin previo aviso, le acercó la mano a la mejilla con afecto —. Debería llevarlo mejor, lo siento. No estoy acostumbrada a convivir con una mujer y una niña.
—Tienes razón en una cosa: esto es nuevo para las dos. Lena le examinó el tobillo con cuidado. —Diría que no está roto. Lo puedes mover. Solo te lo has torcido y hay un leve edema —musitó, casi para sí. Yulia la contempló con interés mientras le vendaba el pie como una experta —. ¿Demasiado apretado? —preguntó.
Yulia negó con la cabeza.
—Lo has hecho muy deprisa, como una profesional —apuntó la pelinegra—. ¿De dónde has sacado la venda?
—Es en lo que trabajaba a media jornada —explicó Lena, poniéndole un cojín debajo del pie—. Y la he encontrado en el caos que llamas botiquín, en el lavabo.
—Oh —Yulia hizo una mueca—. ¿Qué hacías?
—Soy enfermera. Enfermera diplomada, de hecho —repuso, sentada al borde de la cama. Yulia asintió.
—Te imagino de enfermera. Eres muy cariñosa y considerada. ¿Trabajabas en un hospital?
—No, en una clínica en una zona dejada de la mano de Dios en Albuquerque. La paga era pésima.
—Pero no lo hacías por el dinero —apuntó Yulia, como si fuera algo que quedara fuera de discusión.
—No, no lo hacía por el dinero. Si hubiera sido así, seguramente mi situación sería diferente. Yulia se removió, incómoda, y Lena se inclinó hacia ella. —¿Te duele? —le preguntó. Yulia tenía la mirada algo nublada —. Dime la verdad.
—Estoy bien —repitió la pelinegra, aunque seguía con cara de querer decir algo más.
—Vale, entonces, ¿qué te pasa?
—Nada.
—Yulia, a veces tengo la impresión de que quieres decirme algo. No puedo obligarte, pero de verdad desearía que me dijeras lo que tienes en mente. Como Lena notaba que volvía a enfadarse por momentos, se entretuvo empapando algodón en antiséptico. —Esto te va a doler.
—Suena a amenaza... —musitó Yulia, que soportó la cura con una mueca de dolor.
Al terminar, Lena tiró a la papelera los restos del material de primeros auxilios.
—Skye también pupa —lloriqueó Skye, subiéndose a la cama. Se tumbó al lado de Yulia, que estaba echada de espaldas, y le preguntó: —¿ en Mamá cura sana?
Yulia miró a Lena y se encogió de hombros.
—Supongo que sí. Lena resopló con ironía y le prestó atención a su hija, maldiciéndose internamente porque le temblaran las manos. —¿También tienes pupa, pastelito? Déjame ver. ¿Dónde? —le preguntó. Skye le enseñó la rodilla, perfectamente sana.
—Caío.
—Oh, lo siento mucho. ¿Te duele, cariñito? —se interesó su madre con ternura.
—Sí. Besito, mamá —pidió Skye, y su madre se rio y se inclinó para darle un beso en la rodilla.
—Ya está. ¿Curado? Skye asintió alegremente. Lena se volvió hacia Yulia una vez más. —No te muevas mientras te limpio la frente. Al acabar, le puso una tirita encima de la ceja. —Ya está. Cura sana —anunció, tono sarcástico.
—Ja ja —replicó Yulia, tocándose la ceja. Como Skye la observaba con curiosidad, Yulia le devolvió la mirada—. Supongo que tenemos suerte, pitufa —le dijo. Miró a Lena de reojo y esta cabeceó. Skye parecía embelesada por la tirita que Yulia llevaba en la frente.
—Mamá, besito —pidió, muy seria, señalando la ceja de la pelinegra.
Lena se puso rígida y fue consciente de que se sonrojaba.
—Yulia ya es mayor, Skye.
—No soy tan mayor —objetó Yulia.
—Mamá... —insistió Skye.
Lena miró alternativamente a sus dos niñas, puso los ojos en blanco cuando la expresión de Yulia se tornó retadora, se inclinó y la besó en la frente. A juzgar por la cara de sorpresa que puso, Yulia no la había creído capaz. Cuando Lena se apartó, las dos se miraron a los ojos un momento.
—¿Mamá cura sana, Yula? —preguntó Skye.
La pelirroja no supo cómo interpretar la cara de Yulia.
—Sí, pitufa. Más de lo que cree.
—No deberías apoyar peso sobre el tobillo —le recomendó Lena.
En bañador, Yulia cogió a Skye de la cintura y la levantó.
—Estoy bien, el agua le sentará bien —se encabezonó.
Lena renunció: bastante cansado era batallar con Skye. Yulia no era más que una versión un poco más alta y mucho más atractiva.
—Venga, pequeño saco de patatas. Vamos a nadar. —Se cargó a Skye al hombro y se encaminó cojeando a la playa. Antes de llegar se volvió hacia la pelirroja—. ¿Estarás bien ahí sola?
—Estaré bien —les sonrió Lena—. Id. Viéndola con su hija de camino al lago, Lena era incapaz de hacerse a la idea de lo que le pasaba por la cabeza a Yulia Volkova. De repente era amable y generosa, y les traía regalos, y al cabo de un momento se mostraba distante y arrogante. La única constante para Lena era la incertidumbre sobre Yulia: sobre lo que les depararía el futuro.
CONTINUARÁ...
Lesdrumm- Admin
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Re: VIENTOS CELESTIALES...UN GIRO DEL DESTINO
Enamorada de cada continuación, hermoso fic. Me encanta como se desenvuelve esta historia ...
Aleinads- Mensajes : 519
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Re: VIENTOS CELESTIALES...UN GIRO DEL DESTINO
Awwwwww esa niña es un amor jajajajaja ... ahhhh quisiera mas contiiiii
flakita volkatina- Mensajes : 183
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Re: VIENTOS CELESTIALES...UN GIRO DEL DESTINO
Vientos Celestiales...Un Giro Del Destino
Capítulo 11
Por la tarde, mientras veía a Yulia jugar con su hija, a Lena se le ocurrió ir a buscar algo frío para beber. Se dirigió a la cabaña, reprimiendo un gemido por el esfuerzo de ponerse de pie, y fue cuando oyó que se acercaba un coche por el camino de grava.
Asomó la cabeza por la ventana de la cocina y vio a una mujer mayor, vestida de manera impecable, que bajaba de un coche de lujo y estiraba los músculos.
—¿Quién será? Estaba a punto de ir a buscar a Yulia, pero la mujer parecía moverse como si estuviera en su casa, así que Lena le abrió la puerta y ella le sonrió. Guardaba un parecido lejano con Yulia. —Usted debe de ser la abuela de Yulia —aventuró, mientras le aguantaba la mosquitera abierta.
—Muy bien. Ahora si me dice los números que saldrán esta noche en la lotería ya nos podremos jubilar.
Lena se rio y dio un paso atrás para dejarla pasar.
—Soy...
—Lena Katina. Yo soy Anya Pushkina —le ofreció la mano
—.Yulia me ha explicado su situación.
—¿Ah sí? —preguntó Lena, con el ceño fruncido. Anya alzó la mano.
—Solo lo básico —la tranquilizó. Entonces le miró el vientre—.¿Cómo se encuentra? Le dije a la idiota de mi nieta que quería conocerla. La pelirroja se rio de nuevo, acompañó a Anya a la sala de estar y esta se sentó en el sofá con un gruñido. —Qué lejos queda esto.
—¿Quiere que le traiga algo? Estaba a punto de preparar té helado.
—Sería maravilloso, muchas gracias.
Cuando Lena volvió a la sala de estar, Anya estaba mirando por la cristalera con una sonrisa. Debía de estar viendo jugar a Yulia y Skye.
—Aquí tiene, señora...
—Ni hablar. Solo Anya, por favor —la interrumpió al aceptar el vaso—. ¿Puedo llamarte Lena?
—Por supuesto. —Lena también miró por la ventana—. Skye adora a tu nieta, Anya. La anciana arqueó una ceja mientras daba un sorbo de té.
—¿Y tú cómo te llevas con ella?
Lena notó que se ruborizaba y trató de disimularlo dando un sorbo de té.
—Yulia ha sido muy amable y generosa por dejar que Skye y yo nos quedemos aquí hasta que nazca mi hija—contestó, con una mano sobre la barriga mientras miraba a Yulia y a Skye.
—Vamos a sentarnos, ¿te parece? No sé tú, pero tengo los pies destrozados —afirmó Anya, que se sentó en la mecedora—. Si algo tiene mi nieta es que sabe vivir bien. Lena se sentó en el sofá sin decir nada, aunque notaba que la otra mujer la observaba con detenimiento. —Siento mucho lo de tu pareja. Aunque fuera rápido, debió de ser terrible.
—Gracias, fue terrible y todavía lo es en muchos sentidos. Por otro lado, es... —dejó caer la frase y se entretuvo dando un trago —. No quiero aburrirte con mi situación.
—En absoluto, querida. Me imagino que no has hablado con nadie salvo con mi nieta y supongo que no ha sido de mucha ayuda. Lena se rio con Anya.
—No puedo echarle nada en cara a Yulia. Ella se ha encontrado en medio de este marrón de rebote; Irina prácticamente le hizo chantaje emocional para que nos ayudase. No quería dejar mi casa y venir aquí, pero no podía quedarme en Nuevo México sola, embarazada y con Skye. Sé que somos una molestia para Yulia y espero poder pagárselo algún día.
—No digas tonterías. Yulia necesita cuidar de alguien, tener a alguien en su vida aparte de esa chelista idiota «con talento». Lena se atragantó con el té que se estaba llevando a los labios y empezó a toser y a reírse al mismo tiempo. Anya también estalló en carcajadas y se descalzó. —Veo que has oído hablar de la señorita como-se-llame.
—Suzette —apuntó la pelirroja, secándose con la servilleta.
—Oh, sí, Suzette. ¿Os habéis conocido?
—No, no he tenido el placer —negó con la cabeza Lena, entre risitas.
—Por el amor del cielo... ¿qué ven mis ojos?
Alertada por el tono, Lena siguió la mirada curiosa de la mujer hacia la ventana y parpadeó varias veces con incredulidad. Yulia estaba en el porche con un diminuto flotador de color rojo y azul brillante con pececitos, metido por la cabeza y por un brazo. A su espalda, Skye subía lentamente las escaleras.
—Ve a buscar a tu madre, pitufa —le pidió Yulia, con voz ahogada.
—Vale, Yula. Skye entró corriendo en el comedor y fue hacia su madre. —Mamá, Yula encallada. En ese momento se percató de la presencia de Anya y frunció el ceño.
—Hola —la saludó Anya—. ¿Qué le ha pasado a Yulia?
—Yula encallada —repitió la niña, tirándole a su madre de la pierna.
Lena se puso de pie con un gemido teatral.
—¿Y ahora qué?
—Esto no me lo pierdo —afirmó Anya.
Yulia se dio la vuelta con los ojos desorbitados.
—¿Abuela? ¿Qué haces aquí? —se horrorizó, y forcejeó desesperadamente para sacarse el flotador en el que estaba atrapada.
—Disfruto del espectáculo. ¿Cómo diantres te has metido en ese chisme?
—Yulia, ¿qué haces? —la riñó Lena, al tiempo que trataba de tirar del flotador. Por desgracia, lo único que consiguió fue que le apretara más el brazo.
—¡Au! ¡Vale ya! —se quejó la pelinegra.
Skye se rio y ella le dirigió una mirada furibunda.
—Es culpa tuya.
—Ah, muy bien. Échale la culpa a una niña de tres años —replicó Lena.
—Bueno, ha sido idea suya.
—¿Y quién es el adulto? —le preguntó la pelirroja furiosa, tirando del flotador con más fuerza.
—Esto... ¿me permitís ayudar? —se ofreció Anya, dando un paso adelante. Agarró el tenedor largo de la barbacoa y pinchó el flotador. Las cuatro se quedaron quietas mientras el aire se escapaba por los agujeros con un silbido persistente, hasta que el flotador se deshinchó. Entonces Anya le hizo un gesto a su nieta.
—¿Puedo? Airada, Yulia inspiró hondo y asintió; Anya le sacó el flotador pinchado por la cabeza y se lo devolvió.
—A lo mejor deberías limitarte a tocar el piano. Yulia la fulminó con la mirada.
—¿Y a ti quién te ha dado vela en este entierro?
Yulia salió de darse una ducha con unos pantalones cortos y una camiseta de tirantes, el pelo húmedo y una marca roja desde el cuello al hombro. Yulia cruzó una mirada con Lena, que se mordió el labio para no reír.
Skye estaba sentada a la mesa en su trona, comiéndose una rodaja de pepino, y levantó la mirada cuando la pelinegra entró en la cocina.
—¿Yula? ¿Pipino? —le ofreció, alargándole el trozo que se estaba comiendo.
—Gracias —aceptó esta, cogiéndole el pepino a medio comer. Cuando fue a llevárselo a la boca, se le cayó al suelo. —Ups. Lo recogió y fue a darle un bocado, pero Lena se lo quitó de la mano, boquiabierta.
—¿Estás loca? No te lo comas del suelo —la riñó, y lo tiró a la basura.
Yulia frunció el ceño, se miró la mano vacía y luego a Skye.
—Susio, Yula.
—¿Quieres que te ayude, Lena? —preguntó Anya, que estaba sentada mientras la madre de Skye preparaba la ensalada para la cena.
—Oh, no, Anya. Tú ponte cómoda.
—¿Te apetece un Martini, abuela? —le preguntó Yulia—.Luego me cuentas por qué te has pegado el viaje de seis horas sin avisarme. Habría ido a recogerte.
—Me encantaría un Martini, y ya soy mayorcita —repuso Anya—. Quería conocer a Lena y a su adorable hija. —Estiró la mano y le dio un pellizquito a Skye debajo de la barbilla. La niña se
rio y se agitó en su asiento—. Y tú puedes llamarme abuela. Lena miró a Yulia de reojo, a tiempo de verla fruncir el ceño momentáneamente, antes de concentrarse en preparar los cócteles. A Anya no se le escapó ni aquella expresión ni la cara de preocupación que se le había quedado a Lena. —Cuéntame, Lena ¿Cómo te encuentras? ¿Hinchazón, sofocos, hormonas descontroladas? —se interesó Anya. Esbozó una sonrisa maliciosa—. ¿Calambres en la espalda? ¿Ardor de estómago?
—Y la lista sigue —afirmó Lena por encima del hombro, mientras mascaba una zanahoria—. Eso por no hablar del apetito.
—No le pasa nada a tu apetito —interpuso Yulia, pasándole a su abuela una copa de pie alto.
Cuando iba a alejarse, Anya le indicó que volviera musitando un «no, no, no»; su nieta puso los ojos en blanco y le echó unas cuantas olivas en la copa.
—Lo sé, ese es el problema. Zampo como una lima.
—Bueno, tienes buen aspecto —le aseguró Yulia, dando un trago de su botellín de cerveza.
Anya las observaba con interés. Cuando la pelinegra dejó el tapón de la cerveza en el mármol, sin fijarse, la pelirroja lo tiró a la basura automáticamente. Mientras tanto, Yulia sirvió el té helado y lo dejó en el mármol, al lado de Lena, que lo miró por el rabillo del ojo.
—¿Puedes...? Pero Yulia ya había ido a por más hielo y se lo echó en el vaso. —Gracias —murmuró Lena.
—De nada —le dijo Yulia, y le apoyó la mano en el hombro un segundo al pasar por su lado. Se dio cuenta de que su abuela la miraba, pero esta se limitó a enarcar una ceja y a dar un sorbo de Martini. —¿Qué? —le preguntó la ojiazul. Anya sonrió sin más.
—Sí, estás muy guapa, Lena. El embarazo te sienta bien. ¿No te parece, Yulia?
Yulia miró a Lena, que le daba la espalda, y a Anya no le pasó por alto el repaso que le dio con la mirada.
—Sí que lo está. Y sí que le sienta bien.
—Solo quiero cuidarme para que el parto vaya bien y me recupere pronto —explicó Lena al dejar la fuente de ensalada en la mesa. Como Yulia seguía mirándola fijamente, le preguntó—.¿Qué?
Anya observó el cruce de miradas mientras le daba a Skye un trozo de apio.
—¿Qué? —parpadeó la pelinegra.
Lena se secó las manos en una toalla.
—Me miras como si quisieras decirme algo y empieza a resultar molesto.
Yulia se puso colorada bajo la atenta mirada de su abuela. Parecía un termómetro.
—No, no pensaba en nada.
—Mentirosa —farfulló Anya, sin dejar de darle de comer a Skye.
—Bueno, ¿te ocupas tú de la barbacoa? —le preguntó la pelirroja a Yulia, tras sacar las chuletas de la nevera—. Menos mal que compraste de sobra.
—Sí, claro.
Yulia encendió el carbón y esperó a que estuviera al rojo vivo antes de colocar las tres chuletas en la chisporroteante parrilla.
—¡No tengo ni idea de lo que estoy haciendo! —advirtió a voz en grito hacia la cocina, con las pinzas de la barbacoa en alto.
Anya se echó a reír y Lena también. La última seguía picando pepino y, por cada rodaja de tomate que ponía en la ensalada, se comía dos.
—No te preocupes. Si las quemas, Lena ya ha cenado —comentó
Anya con ironía, meneando la cabeza—. Voy a asegurarme de que no le prenda fuego al porche.
En la terraza, Yulia levantó la vista cuando su abuela salió y dio un trago de cerveza, sin dejar de prestarle atención a su tarea.
—Vaya, vaya. Te veo muy domesticada. Te sienta bien.
—¿Qué haces aquí? Que no es que no me guste verte...
—Me llamó Niles, cacareando como un pavo real —explicó Anya
—. ¿No conoces a nadie que no sea gay?
—Ja, ja. A Niles le caes muy bien —dijo Yulia, bebiendo de nuevo—. Mamá también le gustaba.
Anya percibió la tristeza en la voz de su nieta y dio un sorbo de Martini. Se sentó en una de las butacas del porche, cruzó las piernas y contempló a Yulia unos segundos mientras esta miraba, por la ventana de la cocina, al interior de la casa. Adentro se oían las risas de Lena y Skye.
—Echo de menos a mamá —musitó Yulia. Miró a los ojos a Anya y se encogió ligeramente de hombros. Su abuela reclinó la cabeza y escrutó el rostro de la pelinegra.
—Yo también. Sé que no he apoyado tu estilo de vida tanto como Larissa. Tu madre tenía un corazón que no le cabía en el pecho, igual que su padre —se rio—. Tu padre se parecía más a mí, y eso que ni siquiera éramos familia. Es curioso cómo van las cosas.
Yulia asintió en gesto ausente y contempló el bosque, que se extendía más allá de las lindes de la cabaña.
—En estos últimos años me has apoyado mucho más, abuela. Anya dejó escapar un gruñido.
—Eso es porque quiero ganarme el cielo. Yulia se echó a reír.
—No, no es eso. Eres más cariñosa de lo que quieres dejar ver.
—Y si se lo dices a alguien, te desheredaré.
—Creía que no tenías dinero...
—Te dejaré la coctelera de Martini.
Yulia se apoyó en la barandilla del porche y contempló el lago. La animada discusión entre Lena y su hija la acompañaba de fondo.
—¿En qué piensas? —quiso saber Anya. Yulia sonrió.
—Me encanta escapar de Chicago, dejarme de prisas y refugiarme aquí.
—¿Sola?
Yulia puso cara pensativa.
—Ya sabes cómo vivo.
—¿Y sigues queriendo vivir así? De ligue en ligue. Buscando siempre algo nuevo. Eso no dura.
—No estoy segura de estar preparada para nada más. Irina fue con la que llegué más lejos y ella...
—Quería una familia. La pelinegra asintió.
—Hice lo correcto al no formar una familia con Irina. No estábamos preparadas, ni ella ni yo.
—¿Y ahora?
Yulia levantó la cabeza de golpe y observó a su abuela como si no diera crédito a sus oídos.
—¿Ahora? ¿Qué quieres decir? Anya señaló la cocina y Yulia se quedó boquiabierta. —¿Lena? Oh, por todos los cielos, abuela. Yo... ella... —balbució. Y se terminó la cerveza de un trago.
—¿No lo has pensado? —le preguntó Anya con tacto.
—No. Bueno, sí. Pero no. —Yulia exhaló un hondo suspiro—. ¿Les tengo cariño? Sí. ¿Lena me parece atractiva? Lo cierto es que sí. Está incluso más guapa embarazada.
—¿De verdad? ¿Eso se lo has dicho a ella?
—Joder, no.
—¿Por qué no? Estoy segura de que en su estado le encantaría oírlo.
Yulia se quedó callada un momento.
—Tengo a Suzette. Anya dejó escapar un quejido ronco y puso los ojos en blanco, pero la pelinegra continuó: —Lo digo en serio. Puede que Suzette sea superficial, pero sabe lo que quiere de mí.
—Nada —apuntó Anya.
—Sin ataduras, sin compromisos, sin...
—Amor.
Yulia hundió los hombros y agachó la cabeza.
—Soy irritante, ¿verdad?
—No te haces una idea.
Las risitas de la cocina entre madre e hija volvieron a arrancarle una sonrisa de satisfacción a Yulia. Anya se rio y echó la cabeza hacia atrás para contemplar el crepúsculo.
—Lo siento, Yulia, no debería entrometerme en tu vida. Eres una mujer adulta con una carrera fabulosa y una vida sin preocupaciones. Lo último que te hace falta es una familia caída del cielo. —Al erguir la cabeza vio que la mirada de Yulia era inescrutable—. Pero estás haciendo algo bueno con ellas, cariño. Te lo digo de verdad. La situación no es fácil ni para Lena ni para ti. Puede que de todo esto surja una maravillosa amistad. Eso por sí solo ya sería muy bueno para las dos.
—Puede —se encogió de hombros Yulia. Levantó la tapa de la parrilla y la dejó en el suelo—. No sé si están hechas ya.
—¿Yulia? ¿Has mirado las chuletas? —le gritó Lena desde la cocina justo en ese preciso instante.
A Anya se le escapó una carcajada traviesa.
—¿Ya te lee los pensamientos? Qué interesante. Yulia le lanzó una mirada dura y fue a beber, pero se dio cuenta de que la botella estaba vacía.
—Mierda.
Skye apareció en la puerta mosquitera, apoyó la naricilla en la tela de malla y ahuecó las manos en torno a la cara para mirar a Yulia.
—Yula, mamá...
—Dile a tu madre que no soy estúpida —se adelantó Yulia, mientras le daba la vuelta a las chuletas.
—¡Mamá! ¡Yula dice que no túpida!
Anya empezó a destornillarse de risa y estuvo a punto de escupir la bebida, pero Yulia la ignoró por completo.
—Qué manera de tirar un buen vodka —comentó la anciana, limpiándose con la servilleta y regalándole a la pelinegra una sonrisa inocente.
—¡Yo no he dicho que lo seas! —respondió Lena desde la cocina
—.Ay, por favor, qué cabezota es...
—Te tiene calada —comentó Anya, alzando su copa vacía.
Yulia gimió de pura impotencia y le cogió la copa a su abuela.
—¿Quién te ha dado vela en este entierro? —repitió entre dientes.
Fue al extremo opuesto del porche y contempló el bosque. No podía seguir dándole vueltas a la cabeza, eran demasiadas emociones. Demasiado...
—Yulia...
—Abuela, ya sé por dónde vas y... —gimió cuando su abuela empezó a hablar.
—¿Sabes dónde podemos pedir pizzas?
—¡Mamá! ¡Fuego!
Yulia se dio la vuelta al oír gritar a Skye y vio que las llamas se salían de la parrilla.
—¡Joder!
Anya se quedó sentada tranquilamente en su diván mientras Yulia salía disparada del porche para coger la manguera del jardín. Se abrió la puerta mosquitera de golpe y salió Lena con una jarra de
té con hielo. Anya se sentía como una espectadora en un partido de tenis: miró a Yulia cuando corrió de vuelta con la manguera y apuntó a las llamas, mientras que Lena retrocedía un poco y tiraba el té helado a la barbacoa. No acertó a dar a la parrilla, y a la pelinegra le cayó todo encima, limones y cubitos de hielo incluidos. Cegada por el té y recubierta de hielo y rodajas de limón, Yulia intentó secarse los ojos y encender la manguera al mismo tiempo.
—¡Mierda de chisme!
—Yulia, lo siento —exclamaba la pelirroja.
Anya levantó los ojos hacia el cielo y negó con la cabeza, antes de levantarse con un suspiro, recoger la tapa de la barbacoa y colocarla sobre la parrilla. Skye se partía de risa, Yulia resoplaba como un toro, empapada de la cabeza a los pies, y Lena estaba de pie en medio de las dos, con la jarra de té vacía en una mano y agitando la otra para que no le fuera el humo a la cara. El aroma a ternera achicharrada impregnaba el aire. Anya se sacudió el polvo de las manos.
—Lo que decía, ¿pizza para todas?
—He encontrado a un médico en Rhinelander —comentó Lena durante la cena—. Tengo cita pasado mañana por la tarde. Yulia levantó la mirada de la pizza.
—¿Es una cita ordinaria?
—Sí, no te preocupes —la tranquilizó Lena, al tiempo que soplaba para no quemarse antes de dar el siguiente bocado.
—Si todavía estoy aquí, te llevaré —le sonrió Anya, y miró a Yulia por el rabillo del ojo.
—Gracias, Anya. Por desgracia no tengo coche.
La pelinegra se limpió los labios con la servilleta.
—Yo te habría llevado. Solo tenías que pedírmelo.
Lena notó que se ruborizaba; por mucho que odiara aquel sentimiento de impotencia, el tono crítico de Yulia le tocaba la fibra sensible. Empezaba a resultar de lo más irritante.
—Ya te he complicado bastante la vida como para...
Yulia resopló con sarcasmo y la mirada de Anya se tornó acerada.
—¡Yulia Volkova!
Lena dejó la servilleta y le limpió a Skye la salsa de tomate de la cara.
—Vamos, pastelito. Hora de meterte en la bañera. Anya apoyó la mano en el brazo de la pelirroja.
—Déjame a mí. Hace años que no baño a una niña. —Miró a Skye, que se rio—. ¿Qué te parece, Skye? ¿Quieres que te bañe la abuela?
—Vale —dijo Skye, que se bajó de la trona como pudo y cogió a Anya de la mano—. Vamos, abuela. Te enseño al pes.
Furiosa, Lena las vio desaparecer por el pasillo, se levantó de la silla de la cocina con toda la dignidad que le permitía la barriga y se dispuso a recoger los platos, pero Yulia la retuvo.
—Ya recojo yo.
—No, gracias. Me gusta ganarme el sustento y el alojamiento, Volkova—replicó airada. Se soltó de Yulia de malos modos y recogió los platos y los vasos.
Yulia tiró la servilleta y salió de la cocina, pero Lena se dio la vuelta y murmuró:
—Se acabó. Siguió a la pelinegra a la sala de estar. Estaba arrodillada ante el hogar, preparándose para encender el fuego. —Muy bien, Yulia. Tú y yo vamos a hablar.
Yulia frunció aún más el ceño, dispuso la yesca para prender los leños y encendió una cerilla con enfado.
—No tengo nada que decir.
—Oh, sí lo tienes. Llevas muriéndote de ganas de decirme algo desde que nos recogiste en la estación de autobuses, así que vamos a hablar. No puedo vivir en vilo de esta manera. Un momento eres encantadora y dulce y al siguiente te comportas como una cretina.
Al acabar, Lena deseó darse una patada a sí misma porque se le hubiera escapado lo de que le parecía encantadora, al menos si fuera capaz de levantar tanto la pierna. Yulia respiraba hondo, claramente para controlar la ira.
—Mira, sé que todo esto es una molestia para ti y sé que no esperabas que tu vida fuera de esta manera, pero ¡joder, yo tampoco! Yulia se volvió en redondo.
—Entonces, ¿por qué? Lena parpadeó, sin entender la críptica pregunta.
—¿Por qué qué?
—Parece que eres o eras una persona razonable y sensata. Sé cómo era Irina: lo irresponsable que podía llegar a ser. La pelirroja se sulfuró ante la acusación.
—No tengo que darte ninguna explicación, ¿cómo te atreves? ¿Qué derecho tienes a cuestionar nuestras decisiones sobre nuestra familia y nuestra relación? ¿Qué sabes tú del amor, Yulia Volkova? ¿O del compromiso? —Se acercó a la pelinegra y se encaró con ella—.No me parece que la vida que llevas sea tan ejemplar como para cuestionar la mía. Tenía una pareja que me quería. ¿Era irresponsable? Quizá.—¿«Quizá»? Eso sí que es para partirse de risa. Irina era una niña. No tenía ni idea de cómo ser madre.—Y tú en eso tienes mucha experiencia, ¿verdad? Yulia miró a Lena a los ojos.
—No, no la tengo. Pero yo lo admito en lugar de ir y tener dos hijos por egoísmo. Ni me imagino el dinero que cuesta eso, y tú solo trabajabas a media jornada. Lena negó con la cabeza.
—Espera un segundo, ¿de qué dos hijos hablas?
—¿Cómo se os ocurre hacerlo? ¡Dos veces! —inquirió Yulia. Sonaba verdaderamente confundida. Alzó una mano—. Mira, lo siento. No es asunto mío.
—¿Eso es lo que te ha traído de cabeza todo este tiempo? —Preguntó Lena—. ¿Creías que Irina y yo habíamos tenido dos inseminaciones? —Lena exhaló un profundo suspiro y se echó a reír. Cuando levantó la mirada, la expresión de Yulia era de interés. Casi de miedo—.Así que también te parezco una irresponsable, ¿es eso?
—Como te he dicho, no es asunto mío.
—Eres muy arrogante y pomposa, te das cuenta, ¿verdad?
Una risotada ahogada se oyó desde el baño.
—Vamos a dejarlo.
—No, es importante. Voy a contártelo, Volkova, y si cuando acabe todavía te parezco irresponsable, estaré encantada de hacer el equipaje y marcharme. Se volvió hacia la chimenea, meneó la cabeza y rio otra vez. —¿Dos veces? —repitió. ¿Cómo iba a saberlo Yulia?
—Yulia, Skye no es mi hija biológica.
CONTINUARÁ...
Capítulo 11
Por la tarde, mientras veía a Yulia jugar con su hija, a Lena se le ocurrió ir a buscar algo frío para beber. Se dirigió a la cabaña, reprimiendo un gemido por el esfuerzo de ponerse de pie, y fue cuando oyó que se acercaba un coche por el camino de grava.
Asomó la cabeza por la ventana de la cocina y vio a una mujer mayor, vestida de manera impecable, que bajaba de un coche de lujo y estiraba los músculos.
—¿Quién será? Estaba a punto de ir a buscar a Yulia, pero la mujer parecía moverse como si estuviera en su casa, así que Lena le abrió la puerta y ella le sonrió. Guardaba un parecido lejano con Yulia. —Usted debe de ser la abuela de Yulia —aventuró, mientras le aguantaba la mosquitera abierta.
—Muy bien. Ahora si me dice los números que saldrán esta noche en la lotería ya nos podremos jubilar.
Lena se rio y dio un paso atrás para dejarla pasar.
—Soy...
—Lena Katina. Yo soy Anya Pushkina —le ofreció la mano
—.Yulia me ha explicado su situación.
—¿Ah sí? —preguntó Lena, con el ceño fruncido. Anya alzó la mano.
—Solo lo básico —la tranquilizó. Entonces le miró el vientre—.¿Cómo se encuentra? Le dije a la idiota de mi nieta que quería conocerla. La pelirroja se rio de nuevo, acompañó a Anya a la sala de estar y esta se sentó en el sofá con un gruñido. —Qué lejos queda esto.
—¿Quiere que le traiga algo? Estaba a punto de preparar té helado.
—Sería maravilloso, muchas gracias.
Cuando Lena volvió a la sala de estar, Anya estaba mirando por la cristalera con una sonrisa. Debía de estar viendo jugar a Yulia y Skye.
—Aquí tiene, señora...
—Ni hablar. Solo Anya, por favor —la interrumpió al aceptar el vaso—. ¿Puedo llamarte Lena?
—Por supuesto. —Lena también miró por la ventana—. Skye adora a tu nieta, Anya. La anciana arqueó una ceja mientras daba un sorbo de té.
—¿Y tú cómo te llevas con ella?
Lena notó que se ruborizaba y trató de disimularlo dando un sorbo de té.
—Yulia ha sido muy amable y generosa por dejar que Skye y yo nos quedemos aquí hasta que nazca mi hija—contestó, con una mano sobre la barriga mientras miraba a Yulia y a Skye.
—Vamos a sentarnos, ¿te parece? No sé tú, pero tengo los pies destrozados —afirmó Anya, que se sentó en la mecedora—. Si algo tiene mi nieta es que sabe vivir bien. Lena se sentó en el sofá sin decir nada, aunque notaba que la otra mujer la observaba con detenimiento. —Siento mucho lo de tu pareja. Aunque fuera rápido, debió de ser terrible.
—Gracias, fue terrible y todavía lo es en muchos sentidos. Por otro lado, es... —dejó caer la frase y se entretuvo dando un trago —. No quiero aburrirte con mi situación.
—En absoluto, querida. Me imagino que no has hablado con nadie salvo con mi nieta y supongo que no ha sido de mucha ayuda. Lena se rio con Anya.
—No puedo echarle nada en cara a Yulia. Ella se ha encontrado en medio de este marrón de rebote; Irina prácticamente le hizo chantaje emocional para que nos ayudase. No quería dejar mi casa y venir aquí, pero no podía quedarme en Nuevo México sola, embarazada y con Skye. Sé que somos una molestia para Yulia y espero poder pagárselo algún día.
—No digas tonterías. Yulia necesita cuidar de alguien, tener a alguien en su vida aparte de esa chelista idiota «con talento». Lena se atragantó con el té que se estaba llevando a los labios y empezó a toser y a reírse al mismo tiempo. Anya también estalló en carcajadas y se descalzó. —Veo que has oído hablar de la señorita como-se-llame.
—Suzette —apuntó la pelirroja, secándose con la servilleta.
—Oh, sí, Suzette. ¿Os habéis conocido?
—No, no he tenido el placer —negó con la cabeza Lena, entre risitas.
—Por el amor del cielo... ¿qué ven mis ojos?
Alertada por el tono, Lena siguió la mirada curiosa de la mujer hacia la ventana y parpadeó varias veces con incredulidad. Yulia estaba en el porche con un diminuto flotador de color rojo y azul brillante con pececitos, metido por la cabeza y por un brazo. A su espalda, Skye subía lentamente las escaleras.
—Ve a buscar a tu madre, pitufa —le pidió Yulia, con voz ahogada.
—Vale, Yula. Skye entró corriendo en el comedor y fue hacia su madre. —Mamá, Yula encallada. En ese momento se percató de la presencia de Anya y frunció el ceño.
—Hola —la saludó Anya—. ¿Qué le ha pasado a Yulia?
—Yula encallada —repitió la niña, tirándole a su madre de la pierna.
Lena se puso de pie con un gemido teatral.
—¿Y ahora qué?
—Esto no me lo pierdo —afirmó Anya.
Yulia se dio la vuelta con los ojos desorbitados.
—¿Abuela? ¿Qué haces aquí? —se horrorizó, y forcejeó desesperadamente para sacarse el flotador en el que estaba atrapada.
—Disfruto del espectáculo. ¿Cómo diantres te has metido en ese chisme?
—Yulia, ¿qué haces? —la riñó Lena, al tiempo que trataba de tirar del flotador. Por desgracia, lo único que consiguió fue que le apretara más el brazo.
—¡Au! ¡Vale ya! —se quejó la pelinegra.
Skye se rio y ella le dirigió una mirada furibunda.
—Es culpa tuya.
—Ah, muy bien. Échale la culpa a una niña de tres años —replicó Lena.
—Bueno, ha sido idea suya.
—¿Y quién es el adulto? —le preguntó la pelirroja furiosa, tirando del flotador con más fuerza.
—Esto... ¿me permitís ayudar? —se ofreció Anya, dando un paso adelante. Agarró el tenedor largo de la barbacoa y pinchó el flotador. Las cuatro se quedaron quietas mientras el aire se escapaba por los agujeros con un silbido persistente, hasta que el flotador se deshinchó. Entonces Anya le hizo un gesto a su nieta.
—¿Puedo? Airada, Yulia inspiró hondo y asintió; Anya le sacó el flotador pinchado por la cabeza y se lo devolvió.
—A lo mejor deberías limitarte a tocar el piano. Yulia la fulminó con la mirada.
—¿Y a ti quién te ha dado vela en este entierro?
Yulia salió de darse una ducha con unos pantalones cortos y una camiseta de tirantes, el pelo húmedo y una marca roja desde el cuello al hombro. Yulia cruzó una mirada con Lena, que se mordió el labio para no reír.
Skye estaba sentada a la mesa en su trona, comiéndose una rodaja de pepino, y levantó la mirada cuando la pelinegra entró en la cocina.
—¿Yula? ¿Pipino? —le ofreció, alargándole el trozo que se estaba comiendo.
—Gracias —aceptó esta, cogiéndole el pepino a medio comer. Cuando fue a llevárselo a la boca, se le cayó al suelo. —Ups. Lo recogió y fue a darle un bocado, pero Lena se lo quitó de la mano, boquiabierta.
—¿Estás loca? No te lo comas del suelo —la riñó, y lo tiró a la basura.
Yulia frunció el ceño, se miró la mano vacía y luego a Skye.
—Susio, Yula.
—¿Quieres que te ayude, Lena? —preguntó Anya, que estaba sentada mientras la madre de Skye preparaba la ensalada para la cena.
—Oh, no, Anya. Tú ponte cómoda.
—¿Te apetece un Martini, abuela? —le preguntó Yulia—.Luego me cuentas por qué te has pegado el viaje de seis horas sin avisarme. Habría ido a recogerte.
—Me encantaría un Martini, y ya soy mayorcita —repuso Anya—. Quería conocer a Lena y a su adorable hija. —Estiró la mano y le dio un pellizquito a Skye debajo de la barbilla. La niña se
rio y se agitó en su asiento—. Y tú puedes llamarme abuela. Lena miró a Yulia de reojo, a tiempo de verla fruncir el ceño momentáneamente, antes de concentrarse en preparar los cócteles. A Anya no se le escapó ni aquella expresión ni la cara de preocupación que se le había quedado a Lena. —Cuéntame, Lena ¿Cómo te encuentras? ¿Hinchazón, sofocos, hormonas descontroladas? —se interesó Anya. Esbozó una sonrisa maliciosa—. ¿Calambres en la espalda? ¿Ardor de estómago?
—Y la lista sigue —afirmó Lena por encima del hombro, mientras mascaba una zanahoria—. Eso por no hablar del apetito.
—No le pasa nada a tu apetito —interpuso Yulia, pasándole a su abuela una copa de pie alto.
Cuando iba a alejarse, Anya le indicó que volviera musitando un «no, no, no»; su nieta puso los ojos en blanco y le echó unas cuantas olivas en la copa.
—Lo sé, ese es el problema. Zampo como una lima.
—Bueno, tienes buen aspecto —le aseguró Yulia, dando un trago de su botellín de cerveza.
Anya las observaba con interés. Cuando la pelinegra dejó el tapón de la cerveza en el mármol, sin fijarse, la pelirroja lo tiró a la basura automáticamente. Mientras tanto, Yulia sirvió el té helado y lo dejó en el mármol, al lado de Lena, que lo miró por el rabillo del ojo.
—¿Puedes...? Pero Yulia ya había ido a por más hielo y se lo echó en el vaso. —Gracias —murmuró Lena.
—De nada —le dijo Yulia, y le apoyó la mano en el hombro un segundo al pasar por su lado. Se dio cuenta de que su abuela la miraba, pero esta se limitó a enarcar una ceja y a dar un sorbo de Martini. —¿Qué? —le preguntó la ojiazul. Anya sonrió sin más.
—Sí, estás muy guapa, Lena. El embarazo te sienta bien. ¿No te parece, Yulia?
Yulia miró a Lena, que le daba la espalda, y a Anya no le pasó por alto el repaso que le dio con la mirada.
—Sí que lo está. Y sí que le sienta bien.
—Solo quiero cuidarme para que el parto vaya bien y me recupere pronto —explicó Lena al dejar la fuente de ensalada en la mesa. Como Yulia seguía mirándola fijamente, le preguntó—.¿Qué?
Anya observó el cruce de miradas mientras le daba a Skye un trozo de apio.
—¿Qué? —parpadeó la pelinegra.
Lena se secó las manos en una toalla.
—Me miras como si quisieras decirme algo y empieza a resultar molesto.
Yulia se puso colorada bajo la atenta mirada de su abuela. Parecía un termómetro.
—No, no pensaba en nada.
—Mentirosa —farfulló Anya, sin dejar de darle de comer a Skye.
—Bueno, ¿te ocupas tú de la barbacoa? —le preguntó la pelirroja a Yulia, tras sacar las chuletas de la nevera—. Menos mal que compraste de sobra.
—Sí, claro.
Yulia encendió el carbón y esperó a que estuviera al rojo vivo antes de colocar las tres chuletas en la chisporroteante parrilla.
—¡No tengo ni idea de lo que estoy haciendo! —advirtió a voz en grito hacia la cocina, con las pinzas de la barbacoa en alto.
Anya se echó a reír y Lena también. La última seguía picando pepino y, por cada rodaja de tomate que ponía en la ensalada, se comía dos.
—No te preocupes. Si las quemas, Lena ya ha cenado —comentó
Anya con ironía, meneando la cabeza—. Voy a asegurarme de que no le prenda fuego al porche.
En la terraza, Yulia levantó la vista cuando su abuela salió y dio un trago de cerveza, sin dejar de prestarle atención a su tarea.
—Vaya, vaya. Te veo muy domesticada. Te sienta bien.
—¿Qué haces aquí? Que no es que no me guste verte...
—Me llamó Niles, cacareando como un pavo real —explicó Anya
—. ¿No conoces a nadie que no sea gay?
—Ja, ja. A Niles le caes muy bien —dijo Yulia, bebiendo de nuevo—. Mamá también le gustaba.
Anya percibió la tristeza en la voz de su nieta y dio un sorbo de Martini. Se sentó en una de las butacas del porche, cruzó las piernas y contempló a Yulia unos segundos mientras esta miraba, por la ventana de la cocina, al interior de la casa. Adentro se oían las risas de Lena y Skye.
—Echo de menos a mamá —musitó Yulia. Miró a los ojos a Anya y se encogió ligeramente de hombros. Su abuela reclinó la cabeza y escrutó el rostro de la pelinegra.
—Yo también. Sé que no he apoyado tu estilo de vida tanto como Larissa. Tu madre tenía un corazón que no le cabía en el pecho, igual que su padre —se rio—. Tu padre se parecía más a mí, y eso que ni siquiera éramos familia. Es curioso cómo van las cosas.
Yulia asintió en gesto ausente y contempló el bosque, que se extendía más allá de las lindes de la cabaña.
—En estos últimos años me has apoyado mucho más, abuela. Anya dejó escapar un gruñido.
—Eso es porque quiero ganarme el cielo. Yulia se echó a reír.
—No, no es eso. Eres más cariñosa de lo que quieres dejar ver.
—Y si se lo dices a alguien, te desheredaré.
—Creía que no tenías dinero...
—Te dejaré la coctelera de Martini.
Yulia se apoyó en la barandilla del porche y contempló el lago. La animada discusión entre Lena y su hija la acompañaba de fondo.
—¿En qué piensas? —quiso saber Anya. Yulia sonrió.
—Me encanta escapar de Chicago, dejarme de prisas y refugiarme aquí.
—¿Sola?
Yulia puso cara pensativa.
—Ya sabes cómo vivo.
—¿Y sigues queriendo vivir así? De ligue en ligue. Buscando siempre algo nuevo. Eso no dura.
—No estoy segura de estar preparada para nada más. Irina fue con la que llegué más lejos y ella...
—Quería una familia. La pelinegra asintió.
—Hice lo correcto al no formar una familia con Irina. No estábamos preparadas, ni ella ni yo.
—¿Y ahora?
Yulia levantó la cabeza de golpe y observó a su abuela como si no diera crédito a sus oídos.
—¿Ahora? ¿Qué quieres decir? Anya señaló la cocina y Yulia se quedó boquiabierta. —¿Lena? Oh, por todos los cielos, abuela. Yo... ella... —balbució. Y se terminó la cerveza de un trago.
—¿No lo has pensado? —le preguntó Anya con tacto.
—No. Bueno, sí. Pero no. —Yulia exhaló un hondo suspiro—. ¿Les tengo cariño? Sí. ¿Lena me parece atractiva? Lo cierto es que sí. Está incluso más guapa embarazada.
—¿De verdad? ¿Eso se lo has dicho a ella?
—Joder, no.
—¿Por qué no? Estoy segura de que en su estado le encantaría oírlo.
Yulia se quedó callada un momento.
—Tengo a Suzette. Anya dejó escapar un quejido ronco y puso los ojos en blanco, pero la pelinegra continuó: —Lo digo en serio. Puede que Suzette sea superficial, pero sabe lo que quiere de mí.
—Nada —apuntó Anya.
—Sin ataduras, sin compromisos, sin...
—Amor.
Yulia hundió los hombros y agachó la cabeza.
—Soy irritante, ¿verdad?
—No te haces una idea.
Las risitas de la cocina entre madre e hija volvieron a arrancarle una sonrisa de satisfacción a Yulia. Anya se rio y echó la cabeza hacia atrás para contemplar el crepúsculo.
—Lo siento, Yulia, no debería entrometerme en tu vida. Eres una mujer adulta con una carrera fabulosa y una vida sin preocupaciones. Lo último que te hace falta es una familia caída del cielo. —Al erguir la cabeza vio que la mirada de Yulia era inescrutable—. Pero estás haciendo algo bueno con ellas, cariño. Te lo digo de verdad. La situación no es fácil ni para Lena ni para ti. Puede que de todo esto surja una maravillosa amistad. Eso por sí solo ya sería muy bueno para las dos.
—Puede —se encogió de hombros Yulia. Levantó la tapa de la parrilla y la dejó en el suelo—. No sé si están hechas ya.
—¿Yulia? ¿Has mirado las chuletas? —le gritó Lena desde la cocina justo en ese preciso instante.
A Anya se le escapó una carcajada traviesa.
—¿Ya te lee los pensamientos? Qué interesante. Yulia le lanzó una mirada dura y fue a beber, pero se dio cuenta de que la botella estaba vacía.
—Mierda.
Skye apareció en la puerta mosquitera, apoyó la naricilla en la tela de malla y ahuecó las manos en torno a la cara para mirar a Yulia.
—Yula, mamá...
—Dile a tu madre que no soy estúpida —se adelantó Yulia, mientras le daba la vuelta a las chuletas.
—¡Mamá! ¡Yula dice que no túpida!
Anya empezó a destornillarse de risa y estuvo a punto de escupir la bebida, pero Yulia la ignoró por completo.
—Qué manera de tirar un buen vodka —comentó la anciana, limpiándose con la servilleta y regalándole a la pelinegra una sonrisa inocente.
—¡Yo no he dicho que lo seas! —respondió Lena desde la cocina
—.Ay, por favor, qué cabezota es...
—Te tiene calada —comentó Anya, alzando su copa vacía.
Yulia gimió de pura impotencia y le cogió la copa a su abuela.
—¿Quién te ha dado vela en este entierro? —repitió entre dientes.
Fue al extremo opuesto del porche y contempló el bosque. No podía seguir dándole vueltas a la cabeza, eran demasiadas emociones. Demasiado...
—Yulia...
—Abuela, ya sé por dónde vas y... —gimió cuando su abuela empezó a hablar.
—¿Sabes dónde podemos pedir pizzas?
—¡Mamá! ¡Fuego!
Yulia se dio la vuelta al oír gritar a Skye y vio que las llamas se salían de la parrilla.
—¡Joder!
Anya se quedó sentada tranquilamente en su diván mientras Yulia salía disparada del porche para coger la manguera del jardín. Se abrió la puerta mosquitera de golpe y salió Lena con una jarra de
té con hielo. Anya se sentía como una espectadora en un partido de tenis: miró a Yulia cuando corrió de vuelta con la manguera y apuntó a las llamas, mientras que Lena retrocedía un poco y tiraba el té helado a la barbacoa. No acertó a dar a la parrilla, y a la pelinegra le cayó todo encima, limones y cubitos de hielo incluidos. Cegada por el té y recubierta de hielo y rodajas de limón, Yulia intentó secarse los ojos y encender la manguera al mismo tiempo.
—¡Mierda de chisme!
—Yulia, lo siento —exclamaba la pelirroja.
Anya levantó los ojos hacia el cielo y negó con la cabeza, antes de levantarse con un suspiro, recoger la tapa de la barbacoa y colocarla sobre la parrilla. Skye se partía de risa, Yulia resoplaba como un toro, empapada de la cabeza a los pies, y Lena estaba de pie en medio de las dos, con la jarra de té vacía en una mano y agitando la otra para que no le fuera el humo a la cara. El aroma a ternera achicharrada impregnaba el aire. Anya se sacudió el polvo de las manos.
—Lo que decía, ¿pizza para todas?
—He encontrado a un médico en Rhinelander —comentó Lena durante la cena—. Tengo cita pasado mañana por la tarde. Yulia levantó la mirada de la pizza.
—¿Es una cita ordinaria?
—Sí, no te preocupes —la tranquilizó Lena, al tiempo que soplaba para no quemarse antes de dar el siguiente bocado.
—Si todavía estoy aquí, te llevaré —le sonrió Anya, y miró a Yulia por el rabillo del ojo.
—Gracias, Anya. Por desgracia no tengo coche.
La pelinegra se limpió los labios con la servilleta.
—Yo te habría llevado. Solo tenías que pedírmelo.
Lena notó que se ruborizaba; por mucho que odiara aquel sentimiento de impotencia, el tono crítico de Yulia le tocaba la fibra sensible. Empezaba a resultar de lo más irritante.
—Ya te he complicado bastante la vida como para...
Yulia resopló con sarcasmo y la mirada de Anya se tornó acerada.
—¡Yulia Volkova!
Lena dejó la servilleta y le limpió a Skye la salsa de tomate de la cara.
—Vamos, pastelito. Hora de meterte en la bañera. Anya apoyó la mano en el brazo de la pelirroja.
—Déjame a mí. Hace años que no baño a una niña. —Miró a Skye, que se rio—. ¿Qué te parece, Skye? ¿Quieres que te bañe la abuela?
—Vale —dijo Skye, que se bajó de la trona como pudo y cogió a Anya de la mano—. Vamos, abuela. Te enseño al pes.
Furiosa, Lena las vio desaparecer por el pasillo, se levantó de la silla de la cocina con toda la dignidad que le permitía la barriga y se dispuso a recoger los platos, pero Yulia la retuvo.
—Ya recojo yo.
—No, gracias. Me gusta ganarme el sustento y el alojamiento, Volkova—replicó airada. Se soltó de Yulia de malos modos y recogió los platos y los vasos.
Yulia tiró la servilleta y salió de la cocina, pero Lena se dio la vuelta y murmuró:
—Se acabó. Siguió a la pelinegra a la sala de estar. Estaba arrodillada ante el hogar, preparándose para encender el fuego. —Muy bien, Yulia. Tú y yo vamos a hablar.
Yulia frunció aún más el ceño, dispuso la yesca para prender los leños y encendió una cerilla con enfado.
—No tengo nada que decir.
—Oh, sí lo tienes. Llevas muriéndote de ganas de decirme algo desde que nos recogiste en la estación de autobuses, así que vamos a hablar. No puedo vivir en vilo de esta manera. Un momento eres encantadora y dulce y al siguiente te comportas como una cretina.
Al acabar, Lena deseó darse una patada a sí misma porque se le hubiera escapado lo de que le parecía encantadora, al menos si fuera capaz de levantar tanto la pierna. Yulia respiraba hondo, claramente para controlar la ira.
—Mira, sé que todo esto es una molestia para ti y sé que no esperabas que tu vida fuera de esta manera, pero ¡joder, yo tampoco! Yulia se volvió en redondo.
—Entonces, ¿por qué? Lena parpadeó, sin entender la críptica pregunta.
—¿Por qué qué?
—Parece que eres o eras una persona razonable y sensata. Sé cómo era Irina: lo irresponsable que podía llegar a ser. La pelirroja se sulfuró ante la acusación.
—No tengo que darte ninguna explicación, ¿cómo te atreves? ¿Qué derecho tienes a cuestionar nuestras decisiones sobre nuestra familia y nuestra relación? ¿Qué sabes tú del amor, Yulia Volkova? ¿O del compromiso? —Se acercó a la pelinegra y se encaró con ella—.No me parece que la vida que llevas sea tan ejemplar como para cuestionar la mía. Tenía una pareja que me quería. ¿Era irresponsable? Quizá.—¿«Quizá»? Eso sí que es para partirse de risa. Irina era una niña. No tenía ni idea de cómo ser madre.—Y tú en eso tienes mucha experiencia, ¿verdad? Yulia miró a Lena a los ojos.
—No, no la tengo. Pero yo lo admito en lugar de ir y tener dos hijos por egoísmo. Ni me imagino el dinero que cuesta eso, y tú solo trabajabas a media jornada. Lena negó con la cabeza.
—Espera un segundo, ¿de qué dos hijos hablas?
—¿Cómo se os ocurre hacerlo? ¡Dos veces! —inquirió Yulia. Sonaba verdaderamente confundida. Alzó una mano—. Mira, lo siento. No es asunto mío.
—¿Eso es lo que te ha traído de cabeza todo este tiempo? —Preguntó Lena—. ¿Creías que Irina y yo habíamos tenido dos inseminaciones? —Lena exhaló un profundo suspiro y se echó a reír. Cuando levantó la mirada, la expresión de Yulia era de interés. Casi de miedo—.Así que también te parezco una irresponsable, ¿es eso?
—Como te he dicho, no es asunto mío.
—Eres muy arrogante y pomposa, te das cuenta, ¿verdad?
Una risotada ahogada se oyó desde el baño.
—Vamos a dejarlo.
—No, es importante. Voy a contártelo, Volkova, y si cuando acabe todavía te parezco irresponsable, estaré encantada de hacer el equipaje y marcharme. Se volvió hacia la chimenea, meneó la cabeza y rio otra vez. —¿Dos veces? —repitió. ¿Cómo iba a saberlo Yulia?
—Yulia, Skye no es mi hija biológica.
CONTINUARÁ...
Última edición por Nichya el 7/29/2015, 6:27 am, editado 1 vez
Lesdrumm- Admin
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Localización : Trapped in some parallel universe
Re: VIENTOS CELESTIALES...UN GIRO DEL DESTINO
Porque tenia que quedar en la mejor parte , Diiiosss buenisimo
Aleinads- Mensajes : 519
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