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VIENTOS CELESTIALES...UN GIRO DEL DESTINO

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Mensaje por Raque 7/29/2015, 4:21 am

Qué...??!!!
Conti...!!

Raque

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Mensaje por keizike 7/29/2015, 11:33 am

hola soy nuevo en este foro pero me encanta este fick
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Mensaje por Lesdrumm 7/29/2015, 9:53 pm

Gracias a todos los que se toman el tiempo de comentar esta historia, Aleinads; Raque y Keizike bienvenid@. Espero les siga gustando. Smile 



Vientos Celestiales...Un Giro Del Destino


Capítulo 12

Yulia cabeceó como si quisiera sacarse las telarañas de los oídos y se pellizcó el puente de la
nariz. —¿Disculpa? Lena suspiró.
—Será mejor que me siente —musitó, al tiempo que alcanzaba la butaca que había junto al hogar. Yulia alargó la mano para ayudarla, pero como no llegó a tiempo la apartó de nuevo, incómoda. En ese momento apareció Skye, corriendo desnuda por el pasillo.
—Abuela me baña. ¡Y lee cuento!
Anya regresó a la sala de estar y se pasó los dedos por el pelo plateado.
—Solo he tenido que sacarla del desagüe una vez —rio, y extendió la mano—.Venga, guppy. Dales un beso de buenas noches a mamá y a Yulia.
Lena se agachó con un gruñido para besar a su hija.
—Buenas noches, pastelito. Te quiero.
—Nanoches, mamá. —Corrió hacia Yulia, que también se agachó—. Nanoches, Yula.
—Buenas noches, pitufa —susurró, y le dio un beso en la sonrojada mejilla—. Dulces sueños.
Lena notó que se le llenaban los ojos de lágrimas al ver la tristeza en la mirada lobuna de Yulia. Hasta diría que a ella también le brillaban sospechosamente los ojos.
—Gracias, Anya —le dijo a la anciana.
—Un placer, querida.
—Esto... Anya....
La aludida ladeó la cabeza interrogativamente, con Skye de la mano.
—¿El pijama? —observó, señalando a la niña desnuda. Anya chasqueó los dedos.
—Ya sabía yo que me olvidaba de algo. Yulia solía dormir desnuda. Creo que todavía lo hace.
A Yulia casi se le salieron los ojos de las órbitas y evitó mirar a Lena cuando esta soltó una carcajada. El silencio, sin embargo, solo duró un segundo en la habitación, antes de que Lena iniciara su relato.
—Vamos a ver, ¿por dónde empiezo? Skye es mi ahijada. Mi mejor amiga, Barb, y su marido Steve murieron en un accidente de coche cuando Skye tenía dos meses. Habíamos planeado que, si les pasaba algo, yo sería la tutora legal de Skye y la adoptaría. Por supuesto, no es algo que discutiéramos en profundidad, pero no tenían más parientes. Yo creía que los padres de Steve pondrían algún problema, pero no pareció importarles. ¿No te parece raro? ¿Unos abuelos que no quieran a su nieta?
Yulia se encogió de hombros. Bastante trabajo le costaba entender todo lo demás.
—Supongo. Cuando murió mi madre, Anya ocupó su lugar. Sé que yo ya era mayor y estaba en la universidad, pero no me la imagino sin querer formar parte de mi vida —confesó, con los ojos azules puestos en el fuego.
—¿De qué murió tu madre? —quiso saber Lena.
Yulia levantó la mirada y se encogió de hombros.
—Cáncer. Parece ser el modo más popular de marcharse... —se interrumpió, al darse cuenta de lo que acababa de decir—. Lo siento. Eso...
—Lo entiendo y tienes razón. ¿Pudiste pasar con ella mucho tiempo?
—Sí —asintió la pelinegra—. Pero cuando yo iba a la universidad ella estaba muy enferma y no me permitió dejar la carrera y volver a casa. Mi abuela dice que quería que terminara mis estudios y no tuviera que cuidarla. O- Ojalá...
—Hubieras tenido más tiempo —le acabó la frase Lena.
—Sí —dijo Yulia—. Perdona, acaba lo que me contabas de Skye.
—Bueno, después del funeral y de acabar con todo el papeleo, nos llevamos a Skye a casa. Los padres de Barb ya habían muerto y los de Steve vinieron al funeral y luego cogieron un avión de vuelta a su casa. Creo que viven fuera del país, al menos entonces era así. No vi otra opción. Además, Irina estaba encantada. Skye
es una niñita preciosa y muy llena de vida.
—Y un diablillo —se oyó decir Yulia, afectuosamente. Lena tuvo que mostrarse de acuerdo—. Me siento como una idiota. Creía que eras una irresponsable que se había gastado una fortuna no en una, sino en dos inseminaciones artificiales, y que al morir Irina te habías visto sin blanca.
—Entiendo que pensaras eso —aceptó Lena que dejó escapar un gemido quedo al reacomodarse en la butaca.
La pelinegra le acercó una otomana y le subió las piernas.
—Gracias —suspiró Lena con pesadez.
Yulia se sentó al lado de la chimenea, con la espalda contra la pared de piedra, y contempló las llamas danzarinas, como ensimismada. Por primera vez, Lena pensó de verdad en lo atractiva
que era Yulia. No en plan «Oh, Dios mío, eres preciosa», que también, sino en la manera sutil y tranquila como la veía ahora.
Yulia no sabía o al menos no daba muestras de percatarse de que la pelirroja la observaba. Se la veía vulnerable, y la imagen era definitivamente afrodisíaca para Lena.
—Puede que sea yo la que deba sentirse como una idiota, Yulia.  La ojiazul pestañeó lentamente y la miró.
—¿Y eso?
—Fue Irina la que sacó el tema de la inseminación artificial. Al principio le dije que no, que ya teníamos una hija, pero Irina  quería otro bebé. «Para que le haga compañía a Skye», decía. Te acordarás de que Irina había sido hija única y tuvo una infancia muy triste y solitaria. Lo usé como excusa. Creo que lo que intentaba
era conservar a Irina. Yulia no dijo nada. —Irina siempre estaba fuera, volando de un lado para otro. Nunca pasaba tiempo en casa con Skye... o conmigo. Así que fui tan tonta de pensar que lo que quería era un bebé de las dos, para que fuéramos más una familia, y que entonces sería más responsable. Fue una estupidez por mi parte.
—No puedo creer que haya muerto —soltó Yulia de repente. Enseguida miró a Lena—. Mierda, lo siento. Menuda tontería acabo de decir.
—No lo sientas, yo también me siento así. Pero ¿sabes? Pasaba tanto tiempo fuera que, no sé, de alguna manera ha sido algo más fácil. ¿Tiene algún sentido lo que estoy diciendo? Quiero decir, que yo la quería y la echo de menos, pero los últimos seis meses fueron terribles y he tenido que ocuparme de muchas cosas. —Se detuvo y miró a Yulia de reojo—. No busco que me compadezcas. La pelinegra esbozó una sonrisa leve.
—Lo sé. Eso es lo que me saca de quicio.
Lena le lanzó una mirada severa, pero cuando vio que Yulia hacía esfuerzos por no sonreír, soltó una carcajada.
—Tengo una vena independiente muy potente. —A su lado, Yulia asintió con énfasis antes de volver a contemplar el fuego—.¿En qué piensas?
—Pensaba en Irina. Ella quería tener hijos, pero yo sabía que ella no era responsable y yo no concebía la idea de hacerle algo así a un niño, al menos si puedes elegir. Al ser lesbiana hay que ir con mucho cuidado. Incluso para los heteros, tener un hijo es una responsabilidad enorme.
—¿Demasiado grande para ti?
Yulia reflexionó sobre la pregunta antes de contestar.
—No, demasiado no. Sencillamente no quería tener hijos con Irina, y no es que pretenda hablar mal de ella, Lena. Yo... yo la quería...
—No hace falta que me des explicaciones, entiendo perfectamente cómo te sientes. Yo también quería a Irina—rio Lena, meneando la cabeza—. Tenía algo único.
—Sí que lo tenía. Pero voy a serte sincera: nunca he considerado la posibilidad de tener hijos sin estar casada con mi pareja —dijo, con el ceño fruncido. Hacía cinco años que no pensaba en todo aquello—. Pero eso es otra historia. No estoy en el mercado para formar una familia ni para tener una relación seria. Me... me gusta la libertad —afirmó, aunque el tema la hacía sentir violenta. Lena asintió, y luego apoyó la cabeza en el respaldo.
—No te culpo. Parece que tienes una buena vida, muy cómoda. Vas y vienes cuando quieres, aunque no comes bien. Imagino que no te mueres por la compañía de una adorable mujercita. ¿No te sientes sola? Por la noche, me refiero, sin nadie a quien abrazar, o por la mañana, ¿alguien con quién empezar el día? —Como Yulia no contestó, Lena siguió hablando—. No, supongo que no. Te envidio, Volkova—dijo. Bostezó—. Pero bueno, las cosas pasan siempre por una razón. Una buena razón. Eso es lo que creo — concluyó, con un suspiro, y cerró los ojos.
—¿Puedo decirte una cosa?
Lena irguió la cabeza y asintió, notando un cosquilleo de expectación en la boca del estómago.
—Ahora mismo, se te ve muy joven. Demasiado joven para tener dos hijas, haber pasado por la muerte de tu pareja y de tus amigos. Joder, para haber tenido esa vida, se te ve muy bien. Eres una mujer atractiva, Lena.
La pelirroja notó que se le encendían las mejillas y supo que se estaba ruborizando. Yulia sonrió y apartó la vista.
—Gracias. Yo no me siento demasiado atractiva.
—Mi abuela me dijo que seguramente te pasaría eso —le dijo Yulia—. Mira, lo siento. Yo no tengo mano para esto. Quiero ayudarte y, ahora que conozco toda la historia y me siento como una capulla, a lo mejor podríamos volver a empezar. Lena le regaló una sonrisa.
—Me gustaría. Skye... bueno, la verdad es que te quiere con locura.
Esta vez le tocó sonrojarse a Yulia, que se rio y se rascó la frente.
—Menudo trasto está hecha, pero la verdad es que lo paso genial con ella. Las dos rieron juntas y luego se relajaron en un silencio cómodo, por primera vez desde que se conocían.
—Bueno, cuéntame cómo te quedaste encallada en el flotador. Yulia soltó una carcajada.
—Estaba intentando enseñarle a ponérselo, para que pudiera estar en el agua sin que yo la aguantara. Se parece mucho a su madre, es muy independiente.
—Que Dios te pille confesada, Volkova.
—Diría que Dios ya me ha echado un cable.
Lena le lanzó una mirada de asombro, pero sonrió.
—Vaya, seguís vivas las dos —intervino Anya, apareciendo por el pasillo—. Skye está frita. He tenido que leerle a Shelley. Por amor del cielo, Lena,¿no se sabe la de un elefante, dos elefantes y quién sabe cuántos elefantes más? Las dos mujeres más jóvenes se echaron a reír y Anya agitó la mano en su dirección.
—Necesito una copa.


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Mensaje por Aleinads 7/29/2015, 10:17 pm

Estuvo corto pero lindo y muy bueno como de costumbre Smile Smile
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Mensaje por Lesdrumm 7/30/2015, 12:01 am

Vientos Celestiales...Un Giro Del Destino


Capítulo 13


—Tenéis que venir a verme a Chicago —les dijo Anya, cuando la acompañaban al coche.
—Me encantaría, Anya. Muchas gracias —repuso Lena, con lágrimas en los ojos. Le dio un abrazo a la anciana y la besó en la mejilla.
—Y cuídame a esta cabeza hueca, ¿quieres? —añadió Anya, señalando a Yulia.
Su nieta puso los ojos en blanco y Lena se rio y se enjugó los ojos. Skye hizo un puchero y estiró los brazos hacia Anya.
—Adiós, princesita mía.
—Ayós, abuela —contestó Skye—.¿Velves? Anya le dio una palmadita en la barbilla.
—Tú intenta impedírmelo.
Entonces atrajo a Yulia contra su pecho y esta la abrazó con fuerza.
—Venga, abuela, si te veré cuando vuelva a Chicago...
—Trae a las chicas —le ordenó, y le dio un cachecito en la mejilla—. Pórtate bien hasta entonces.
Yulia cogió a Skye en brazos y despidió a su abuela con la mano, mientras el enorme coche maniobraba en el camino de entrada.
—¡No mates a nadie! —le gritó Yulia.
Lena le dio un palmetazo en el hombro y le cogió a Skye.
—Será mejor que nosotras también vayamos saliendo. Tengo cita con el médico dentro de una hora —miró a Yulia a los ojos
—.Gracias por llevarme y por quedarte con Skye.
—Nos lo pasaremos bien —aseguró la pelinegra.
Tras esperar pacientemente a que la pelirroja se preparara, recorrieron el corto trayecto en coche hasta la clínica y Yulia aparcó justo delante de la consulta del médico.
—Skye, pórtate bien con Yulia —advirtió Lena a su hija, dándole un beso en la rubia cabecita. Entonces se dirigió a la otra mujer—:Yulia, pórtate bien con Skye —añadió con una risilla.
—Qué graciosa —replicó la pelinegra.
No pudo evitar sonreír cuando a Lena le chispearon los ojos verdigrises  y le costó Dios y ayuda apartar la mirada, hasta que notó que le tiraban de los pantalones cortos.
—Vamos, Yula —protestó Skye, tirando con más fuerza. Lena se rio.
—Será mejor que os marchéis. Supongo que no tardaré más de media hora o así.
—Te esperaremos aquí —le dijo Yulia.
—Id con cuidado —pidió Lena, sin poder ocultar la preocupación.
—¿Qué quieres que pase? —le preguntó Yulia, dejándose arrastrar por Skye calle abajo.

La pelirroja esperó sentada en la consulta mientras el viejo médico rellenaba su historial.
—Parece que todo va bien, aunque debería haber ganado un poco más de peso. ¿Cómo va todo lo demás? Su marido...
—No estoy casada, doctor —respondió Lena.
El anciano consultó el historial de nuevo.
—Ya veo. Disculpe por hacer suposiciones, en estos tiempos, ya no se sabe. Bueno, lo está haciendo todo muy bien, siga así. ¿Su...? —volvió a dudar, y se puso colorado delante de Lena—. ¿Vive usted sola? Fue el turno de sonrojarse de la pelirroja.
—No... Por el momento vivo con una amiga. A lo mejor la conoce, se llama Yulia Volkova.
El doctor levantó una ceja, así que a Lena no le quedó ninguna duda de que el doctor Martin conocía a Yulia.—Me está ayudando muchísimo —prosiguió Lena. Sonrió al evocar la cena quemada de la víspera y lo mucho que la ayudaba con Skye—. Más de lo que cree —completó en tono ausente. Recordó la noche que habían pasado las tres juntas en la cama y Lena había leído para ellas. También se acordó de cómo la había mirado Yulia. Era como si aquellos ojos azules la atravesaran. O puede que eso fuera lo que ella deseaba. Dejó escapar un hondo suspiro de satisfacción y entonces se dio cuenta de que el doctor Martin la estaba mirando. Este sonrió y ella carraspeó.
—Conozco a Yulia Volkova. Si es capaz de hacerla sentir así de feliz y contenta, espero que se quede con ella hasta que nazca el bebé —le dijo, dándole una palmadita en la mano—. Como le he dicho, siga así de bien y...
—Doctor, esto... tenemos a una mujer —los interrumpió la enfermera, asomando la cabeza en el consultorio—, con una niña pequeña...
Lena se levantó de un salto.
—¿Una niña rubia? ¿Y la mujer es baja y con el pelo oscuro? —preguntó con nerviosismo.
La enfermera asintió y tanto Lena como el médico la siguieron a toda prisa a la sala de exploración contigua. Yulia  estaba tumbada en la camilla con una bolsa de hielo en la rodilla y el codo en carne viva. Skye, de pie encima de una silla, le cogía la mano. Al ver a su madre le dedicó una sonrisa de oreja a oreja.
—¡Mamá! Yula caío otavés.  Lena corrió junto a su hija.
—¿Qué ha pasado? —inquirió, al tiempo que comprobaba que Skye no se había hecho daño.
La niña tenía la cara roja de excitación; Yulia fue a levantarse, pero el doctor Martin le puso una mano en el hombro.
—Espere, deje que se lo mire. Le quitó el hielo de la pierna, le examinó la herida de la rodilla y se dispuso a curársela con la ayuda de la enfermera.
—¿Con qué se ha dado? —preguntó, mientras le palpaba la articulación.
—Bueno... —empezó a decir Yulia, con una mueca.
La preocupación era evidente en los ojos verdigrises de Lena, y la vergüenza era más que evidente en la expresión de Yulia Volkova.
El doctor salió de en medio y dejó que la enfermera le limpiara la rodilla y el codo, mientras la minirrubita ofrecía una explicación muy madura para su edad, que a punto estuvo de hacer que le saltara la risa.
—Yulia caío del culumpio.
Lena se frotó la cara con expresión de cansancio.
—¿Que se ha caído de un columpio? —miró a Yulia, que asintió y miró al techo—. ¿Cómo has podido caerte?
—Pues es más fácil de lo que creía —rezongó Yulia.
Lena soltó una carcajada y Skye la imitó.
—Cuéntame.
—¿Podemos hablar de esto en casa? —suplicó Yulia, mirando por el rabillo del ojo al médico y a la enfermera, ambos con amplias sonrisas en la cara.
—Ah, no. Yo quiero oírlo —afirmó el médico, que acercó una silla y se sentó a la mesa a escribir—. Está bien, no hay nada roto. Solo unos arañazos y el ego herido. Por favor, siga hablando.
La pelinegra tomó aire con resignación y volvió a pegar los ojos al techo. Lena rodeaba los hombros de su hija con el brazo y con la mano libre le acariciaba el brazo a Yulia.
—Estábamos en los columpios —explicó Yulia, mirando a Lena —. La pitufa estaba en uno de esos para niños, era seguro —se apresuró a añadir.
—Lo sé —sonrió Lena.
—Bueno, pues tu hija quería que me columpiara más alto.
—¡Yula llega muy alto, mamá! —apuntó Skye, entusiasmada.
—Me lo imagino, pastelito.
—Se me quedó el pie trabado en el suelo y prácticamente salí volando del columpio.
—Yula vuela como pajarito, mamá —exclamó Skye.
—¿Podemos irnos ya?
—Aún no. Me gustaría que el doctor te hiciera una radiografía de la cabeza —dijo la pelirroja.
—¿Por qué? Si no me he dado en... —Yulia se interrumpió y fulminó a Lena con la mirada—. Muy graciosa. El doctor Martin se levantó, riendo.
—Está bien. No entre en los parques infantiles durante unos días.  —Señora Katina, ¿por qué no sale con la pequeña y le pide una piruleta a mi enfermera? Quiero hablar con la mayor un segundo.
Lena puso cara de preocupación, pero se dejó conducir fuera de la habitación. Luego el doctor se volvió hacia Yulia y esta se sentó derecha y flexionó la rodilla.
—No me diga que es más grave de lo que pensaba —aventuró ella con una sonrisa.
No obstante, la expresión seria del doctor la serenó de inmediato.
—He tenido una agradable conversación con Lena y dice que se quedará con usted hasta que nazca el bebé —le comunicó. Yulia asintió—. No estoy seguro de la experiencia que tiene con mujeres embarazadas, Yulia. ¿Puedo llamarla Yulia? —preguntó educadamente. Yulia asintió de nuevo—. Es posible que sufra cambios de humor durante el embarazo —comentó, al tiempo que cogía unos panfletos del escritorio—. Le sugiero que lea esto. Puede que le ayude a entender mejor la psicología de una mujer embarazada. También hay un libro muy bueno en la biblioteca. Le preparó unas recetas y se las entregó. Yulia ojeó los
panfletos. —Eso... si quiere entenderlo mejor —añadió él, observándola detenidamente.
—Sí, doctor, quiero entenderla mejor. Quiero ayudarla con el embarazo. Lena y Skye... bueno... yo... yo he llegado a... No sé qué le habrá contado ella —balbució, sin poder evitarlo.
—Me ha contado lo suficiente para que me haga cargo de su situación. No estoy seguro de por qué la está ayudando, Yulia, pero espero que esté dispuesta a llegar hasta el final, porque ella la necesitará. La necesita ya ahora.
Ante sus ojos, fue como si Yulia comprendiera de repente la magnitud de sus palabras, y su reacción fue meterse los panfletos en el bolsillo trasero, respirar hondo y asentir con total confianza.
—Gracias, doctor Martin. La cuidaré a ella y a Skye. No estoy segura de si sé bien lo que estoy haciendo.
El médico le dio una palmada en la espalda al acompañarla a la puerta.
—Todo irá bien. Tener un hijo es algo tan natural como caerse de un columpio —comentó, y le dio un empujoncito al salir.



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Mensaje por xlaudik 7/30/2015, 4:19 am

Me encanta esta historia... ya quiero un pequeño acercamiento entre las chicas :-D
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Mensaje por keizike 7/30/2015, 10:32 am

jajajajaja caerse de un columpio a todos nos a pasado
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Mensaje por Aleinads 7/30/2015, 8:14 pm

Mi querida Yulia y lo que te espera mas le vale ayudar a Lena que tanto lo necesita, y se enamoren perdidamente *-* okno ya mi mente romántica comenzó a volar jajaja, gracias por la contii Laughing Laughing Smile cheers cheers
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Mensaje por Lesdrumm 7/31/2015, 3:33 pm

Vientos Celestiales...Un Giro Destino


Capítulo 14

—Quédate —rogó Skye, agarrada del pantalón de Yulia.
Lena tuvo que reprimir las lágrimas al mirar a su hija cuando Yulia dejó el maletín y la cogió en brazos.
—Pitufa, es como la otra vez. Volveré antes de que te des cuenta. No llores, por favor —susurró, y le dio un beso en la mejilla
—. Tienes que cuidar de mamá mientras yo no esté, ¿vale?
—Vale —murmuró Skye—. Velves, ¿verdad?
—Sí, pitufa. Volveré. Te lo prometo. Ahora termínate el desayuno.
—Ayós, Yula —se despidió la pequeña, y le dio un beso en la mejilla.
Yulia y Lena fueron al coche la una al lado de la otra, en silencio.
—Te quiere mucho, Yulia —le dijo Lena al llegar al vehículo.
Yulia se volvió hacia ella, sonriente.
—Y yo también quiero al pequeño hobbit. Pero desearía que no se lo tomara tan a pecho cuando me voy.
—Creo que de alguna manera se acuerda de Irina. Siempre le prometía que volvería a casa, pero se retrasaba. Skye se quedaba esperándola en la ventana hasta que tenía que llevármela a la cama. No sé por qué lo hacía Irina —reflexionó la pelirroja en voz alta. Bajó la mirada y removió la tierra con el pie—. A Anya le preguntó lo mismo. Yulia la escuchó, apoyada en el coche.
—Voy a volver, Lena.
Lena levantó la mirada hacia ella.
—Eso espero, vives aquí.
La pelinegra se echó a reír y meneó la cabeza.
—Volveré el viernes. Llámame a mí o a Marge si...
—Me conozco el procedimiento, mi General —la cortó la pelirroja, haciendo un saludo jocoso.
Volvió a producirse un silencio incómodo entre las dos, mientras Lena se retorcía el pelo y se acariciaba la barriga en gesto ausente y Yulia miraba hacia el lago, con el maletín en la mano.
—Bueno... pues... —empezaron las dos al unísono.
Se echaron a reír y Yulia abrió la puerta del coche.
—Buen viaje —le deseó Lena, y retrocedió.
—Gracias. Lena... —la llamó Yulia, al cerrar la puerta. No tenía ni idea de lo que quería decir o si debía decir algo.
—Lo sé, Yulia. Vete. Nos vemos el viernes. Se quedó en la entrada hasta que el coche tomó el camino de tierra y la pelinegra sacó la mano por la ventana para decir adiós. La pelirroja le sonrió y también agitó la mano.


Lena gimió al agacharse para recoger los juguetes de Skye, y al erguirse trató de estirar la espalda. Acababa de acostar a la niña, tras asegurarle por centésima vez que Yulia volvería a casa al día siguiente. Lo cierto es que a Lena empezaba a gustarle la idea tanto como a su hija; se preguntaba qué hacía Yulia en Chicago cuando no estaba en el estudio y, por alguna razón, quería conocer a la hermosa chelista.
—¿Por qué? —se dijo—. ¿Qué cambiaría eso? Dejó los juguetes en el sofá y se dirigió pesadamente a la cocina para poner agua a hervir. —Seguro que Yulia Volkova prefiere pasar el tiempo con ella que con una embarazada gorda. Deambuló por la cocina hasta que el hervidor de agua pitó para indicarle que la infusión estaba lista y que por fin podía sentarse. —La echo de menos —murmuró Lena, casi maravillada de que fuera así.
Pensar en Yulia la hizo sonreír y se acercó a la ventana con su taza, para contemplar el lago. Estaba anocheciendo y las estrellas apenas despuntaban en el cielo del crepúsculo; pronto, la luna se elevaría por encima de los árboles. Aquellos bosques eran preciosos y se sentía segura y satisfecha, pero de repente la invadió una oleada de ansiedad. No sabía qué futuro le esperaba a su futuro bebé. Entonces el rostro de Yulia le vino a la cabeza y sonrió de nuevo. El lago estaba silencioso y disfrutó contemplándolo mientras sorbía su manzanilla.
***
 
El jueves por la noche, Yulia  estaba junto al gran ventanal de su apartamento, con vistas al Lago Michigan. Había sido un día duro en el trabajo, porque nada sonaba bien, la música no funcionaba...o quizá era ella la que no funcionaba. Echó un vistazo circular a su coqueto apartamento y dejó escapar un suspiro: en Chicago ya no le quedaba nada.

Al preguntarse por qué, se dio cuenta de que la respuesta podía residir a seis horas de allí, en dirección norte. ¿Pero la respuesta a qué? El rostro de Lena le inundaba los pensamientos cada vez más a menudo, y cuando evocó la alborozada carita de Skye, se rio en alto. —¿Qué coñ... diablos me pasa? —se preguntó, dando un sorbo de vino, sin apartar los ojos del lago.
El timbre de la puerta la devolvió a la realidad. Echó un vistazo al reloj sobre la repisa y gimió.
—Por favor, que no sea Suzette. Fue a abrir la puerta y se quedó de piedra. —¿Qué haces aquí? —preguntó, meneando la cabeza.
Anya la acalló con un gesto displicente de la mano y entró en la casa sin más, algo falta de aliento.
—¿Has subido por las escaleras? —se extrañó Yulia, ayudándola a llegar al sofá con una mano bajo su brazo.
Anya se dejó caer en el sofá con un gruñido.
—No, pero tu apartamento está muy lejos del ascensor.
Yulia tomó asiento en una silla, enfrente de su abuela.
—Me has dado un susto de muerte —se quedó—. Oye, ¿cómo sabías que estaría en casa... y sola?
—He hablado con Niles. Me ha dicho que estabas algo melancólica hoy, así que sabía que no estarías con la idiota con talento.
—No estaba melancólica. Y deja ya de llamarla así.
—Claro, tesoro. Se me ocurren muchos otros nombres. ¿Qué te parece...?
—Da igual. ¿Quieres beber algo? —ofreció la pelinegra, si bien se levantó sin esperar respuesta.
—Preguntas cosas de lo más extrañas. Y hablando de cosas extrañas: ¿verdad que «melancolía» es una palabra muy rara? —comentó Anya, quitándose los zapatos para estirar los dedos de los pies. Yulia volvió con la copa helada y se la dio a su abuela.
—Gracias, querida. Volveré a incluirte en mi testamento.
La ojiazul sonrió y se sentó junto a la chimenea para observar las llamas.
—Te pareces mucho a tu madre. Siempre que algo la confundía, ponía la misma expresión pensativa.
—No estoy confundida —objetó Yulia, levantando la mirada
—. ¿Por qué iba a estar confundida?
—Lena, Skye —contestó su abuela. Y luego, en un susurro, añadió—. Enamorarte.
Yulia se quedó con la boca abierta.
—Tú chocheas —espetó, y alargó la mano por su copa. Anya se rio y dio un trago.
—No estoy enamorada de Lena, abuela.
—No, aún no.
—Abuela...
—Yul...
Yulia gimió y echó la cabeza hacia atrás, hasta apoyarla en la losa de la chimenea.
—Por favor, no veas más de lo que hay y te montes películas de amor. No hay nada entre Lena y yo. Joder, el otro día prácticamente la llamé zorra buscafortunas irresponsable y egoísta.
—Pero te equivocabas —le recordó su abuela—. ¿Qué te llamó Lena? —Arrogante y pomposa.
—Ah, sí. Dio en el clavo, ¿verdad? Yulia no contestó, sino que inspiró hondo y luego expiró lentamente. —Y de aquí a que esto acabe, os volveréis a sacar de quicio y diréis cosas que no sentís o haréis estupideces, pero os volveréis a pedir perdón. El caso es que al final, cariño, te darás cuenta de lo mucho que necesitas a Lena Katina y a su familia.
Yulia parpadeó varias veces, como si tratara de procesar lo que quería decir su abuela.
—No estoy enamorada de Lena. Ella no está enamorada de mí. Solo la estoy ayudando hasta que nazca el bebé y ella pueda salir adelante. Estoy segura de que quiere recuperar su vida y volver a casa.
Anya resopló y se comió una oliva.
—Sandeces.
Yulia negó con la cabeza.
—Yo...
Volvió a sonar el timbre y la ojiazul se levantó con un gruñido.
—Me pregunto quién será —musitó Anya.
—Yo solo quería una noche tranquila.
—Pensando en Lena.
Yulia rugió y abrió la puerta.
—Adelante —dijo sin más, y se apartó para dejar pasar al recién llegado.
Era Niles, que entró sin hacerse de rogar y sonrió alegremente al ver a Anya.
—¡Anya! Qué alegría verte.
La pelinegra le dirigió una mirada torva.
—Como si no supieras que estaba aquí.
—Ay, calla. Me bebería una copa de vino —anunció Niles, quitándose el abrigo. Luego tomó la mano que le ofrecía Anya y se la besó.
—Brian es un cabrón con suerte —opinó esta.
Niles se rio y se sentó a su lado; aceptó la copa que le dio Yulia  y se acomodó sobre los mullidos cojines.
—¿Y de qué estábamos hablando? —se interesó Niles.
—Adivina —refunfuñó Yulia, de vuelta junto al hogar.
—¿Ya la has convencido? —le preguntó Niles a Anya.
Ella se encogió de hombros y volteó una oliva en la copa, de manera que Niles se volvió hacia Yulia.
—¿No te ha convencido?
—No estoy enamorada de Lena Katina.
—Claro que no... aún no.
—Eso mismo le he dicho yo —apuntó Anya, y dejó la copa al borde de la mesa—. ¿Qué es esto? —preguntó, al ver los diversos panfletos—: «Qué hacer cuando llegue el momento». Lo leyó por encima y luego se lo pasó a Niles, que lo estudió con atención.
—¿Qué? —se defendió la pelinegra, cada vez más avergonzada—.Bueno, Lena pasará aquí unos meses, tengo que saber qué hacer, ¿no?
Los dos asintieron sin despegar los ojos de la lectura.
—Esto no lo sabía —comentó Niles, señalando un párrafo. 
Anya lo leyó sobre su hombro.
—Bueno, querido, es que tú no eres una mujer embarazada.
Siguieron leyendo en silencio, hasta que Yulia se puso de los nervios y se sentó en el sofá al lado de Niles. Sin dirigirle la mirada, le pasó un panfleto; Yulia lo cogió y empezó a leer.
—Esto no lo sabía —murmuró.
Niles y Anya intercambiaron una mirada, pero no abrieron la boca, y Yulia supo que la aguardaba un buen dolor de cabeza.
***

A la mañana siguiente, antes de tomar rumbo al norte, Yulia pasó por la Biblioteca de Chicago y dejó el coche en el aparcamiento. El silencio en el enorme edificio resultaba ensordecedor. Yulia se dirigió al mostrador principal y sacó un papel del bolsillo; la jovencita de detrás del mostrador le sonrió.
—¿Puedo ayudarla? Lo dijo tan bajito que Yulia apenas la oyó. Carraspeó y le dio el papel.
—Buscaba este libro.
La mujer echó un vistazo al papel y luego miró a Yulia.
—¿Para su esposa? —se interesó, con una sonrisa cómplice. Yulia notó que se ponía colorada.
—Eh, no, no. Es para una amiga, que está embarazada, y la estoy ayudando...
—¿Tuvo una charla con el doctor Martin y le sugirió este libro?
—¿De qué conoce al doctor Martin? —preguntó Yulia, perpleja.
La mujer le enseñó el papel y fue cuando la pelinegra se dio cuenta de que el médico había anotado la referencia del libro en una receta. Soltó una risita.
—Ya veo.
—Puedo ayudarla a encontrar el libro. Acompáñeme.
Yulia siguió a la mujer escaleras arriba y luego recorrió con ella unos cuantos pasillos, hasta que la bibliotecaria se detuvo y buscó en una estantería.
—Aquí está —anunció, y le entregó el libro a Yulia.
—Usted lo ha...
—Sí, lo he leído. Mi mujer y yo tuvimos un bebé hace dos años y a Gina le fue muy bien el libro —le contó la bibliotecaria—. La ayudó muchísimo, porque no tenía ni idea. Yulia soltó una carcajada.
—Creo que su mujer y yo estamos en el mismo barco.
—¿Tiene usted carnet de la biblioteca?
Yulia hizo una mueca y negó con la cabeza; la bibliotecaria le tendió la mano.
—Me llamo Dorie. Necesitaré algún tipo de identificación.
Yulia le estrechó la mano y sacó la cartera. Al cabo de un rato, la pelinegra estaba ojeando el libro mientras Dorie introducía sus datos en el ordenador.
—Esto... ¿cómo...? Quiero decir, si no le importa...
Dorie la miró por encima de las gafas.
—No me importa en absoluto, puede preguntarme lo que quiera.
Mucho más tranquila, Yulia se apoyó en el mostrador.
—¿Usted tuvo cambios de humor y antojos?
—Oh, Dios, sí. Hubo un punto en que creí que Gina iba a dejarme. ¿Y antojos? Tuve una época loca por la comida china y las patatas fritas.
—Bueno, eso no es tan raro —opinó Yulia. 
Dorie dejó de teclear.
—Las dos cosas al mismo tiempo.
—Ah.
—¿De cuánto está su amiga?
A Yulia no se le escapó la nota de duda al pronunciar la palabra «amiga».
—Sale de cuentas en diciembre.
De improviso, cayó en la cuenta de que solo faltaban dos meses y le entraron náuseas. Notaba el estómago encogido y la sala se cerraba sobre ella de un modo asfixiante. Se tiró del cuello del jersey y notó que tenía la frente perlada de sudor. De lo que no se percató fue de que Dorie se había levantado y había salido del mostrador para guiarla a una silla cercana.
—¿Se encuentra bien? Parecía que estuviera a punto de desmayarse.
Yulia aceptó el vaso de agua que le ofrecía y se lo bebió de un trago.
—Estoy bien, no sé qué me ha entrado.
—La realidad —rio Dorie, dándole una palmadita en el hombro. Confusa, la pelinegra la miró. —Empieza a darse cuenta de la magnitud de la situación. Gina reaccionó igual, también sobre el séptimo mes si no recuerdo mal.
Ya con el pulso algo más sereno, Yulia soltó una carcajada.
—¿Y usted nunca tuvo miedo?
Dorie se lo pensó un momento y, entonces, sucedió: sonrió y puso exactamente la misma cara de felicidad absoluta que Lena tenía a menudo. Yulia las envidiaba a las dos.
—Al principio sí, pero luego fue como si encajara todo de golpe
—explicó Dorie—. Iba a tener un bebé y era feliz.
Le dio otra palmadita en el hombro a Yulia y volvió a su mesa, no sin antes añadir por encima del hombro:
—Y Gina tenía ganas de vomitar.


Yulia se pasó todo el trayecto de vuelta al norte dándole vueltas a la cabeza sobre Dorie, todo lo que había leído y lo que le habían dicho su abuela y Niles, hasta que ya no pudo pensar más. Ni siquiera la radio lograba distraerla, porque no se lo sacaba de la mente. ¿Estaba enamorándose de Lena? ¿Era eso posible? ¿Era lo que quería? Se hizo todas aquellas preguntas una y otra vez, mientras rezaba por obtener una respuesta. De lo que sí estaba segura era de que pensar en Lena Katina le hacía cosquillas en el estómago y le aceleraba el corazón. ¿Era amor aquello?
Tomó el desvío hacia su cabaña cerca de las cuatro de la tarde, y entonces le dio un vuelco el corazón. La última vez que había regresado a casa, Skye se había puesto tan nerviosa que se había caído. Evocó la mirada de Lena, llena de preocupación por su hija. ¿Había algo en sus ojos verdigrises que dijera qué significaba Yulia  para ella? ¿Si es que significaba algo?
—Oh, Dios, ¡vale ya! —suplicó, al aparcar el coche.
 Oyó sus voces en la playa y, al acercarse a ellas, casi se le escapó la risa. Lena estaba con Skye en las aguas poco profundas: la niña estaba con su flotador; su madre iba en pantalones cortos, con una camiseta de tirantes azul enorme, como es natural, y empujaba a su hija sin alejarse de la orilla. Lena llevaba gafas de sol y una gorra de béisbol, con los rizos en una coleta suelta que salía por la
abertura posterior. Tenía unos muslos blancos y musculosos, y sus brazos también eran blancos salpicados con pecas  y firmes. Yulia se preguntaba qué hacía antes de quedarse embarazada. ¿Era deportista? ¿Hacía ejercicio? ¿O sencillamente estaba en forma de manera natural? Seguramente seguirle el ritmo a Skye la mantenía en forma. De todas maneras, nada de aquello era importante para Yulia, porque lo cierto es que Lena era hermosa más allá de su aspecto físico. Lo era como persona. Cuando sonreía, lo hacía de corazón, era una mujer segura de sí misma, generosa...
Sin comerlo ni beberlo, Yulia se sintió inepta y superficial. ¿Cuándo se había vuelto tan arisca con el amor? ¿Nunca tendría nada más que sexo? Se metió las manos en los bolsillos de los pantalones cortos y la recorrió una oleada de autocompasión. No obstante, al oír reír a Skye se puso de buen humor enseguida y se le escapó una carcajada.
—Gracias, pitufa —murmuró, a nadie en particular.
La pequeña miró en su dirección y chilló.
—¡Yula!
Lena se volvió y le dirigió una sonrisa tan radiante que a Yulia se le iluminó la cara al devolvérsela.
—¡Hola! —las saludó, agitando la mano mientras se acercaba a la playa.
Skye vadeó para salir del agua, se zafó de su madre y corrió hacia Yulia sin acabar de quitarse el flotador. Cuando llegó hasta ella estaba medio encallada y la compositora sonrió.
—Ahora ya sabes cómo me sentí yo —comentó, y la ayudó a quitárselo.
De inmediato, Skye saltó a sus brazos y Yulia la abrazó con fuerza. Miró a Lena, que salía del agua más lentamente, y fue hacia ella para ofrecerle la otra mano.
—Hola —la saludó Lena, jadeando.
—Hola —contestó pelinegra.
Skye le rodeó el cuello con los brazos a Yulia.
—Pastelito, estás empapada y estás estrangulando a Yulia.
—No pasa nada, es agradable. —Bajó la mirada hacia sus manos entrelazadas y soltó a Lena—. Tienes buen aspecto. La sonrisa de Lena vaciló y empezó a ponerse colorada. Nerviosa, se llevó la mano a la garganta y se rio.
—Bueno, gracias. Pero creo que he pasado demasiado tiempo al sol.
Yulia vio que sí tenía la piel algo quemada y colorada y dejó a Skye en el suelo.
—Ya te vale, mamá —la riñó, juguetona.
—Yula, abua —pidió Skye, tirándole de la pierna.
—Espera a que vaya a cambiarme, a no ser que estés cansada
—apuntó Yulia, dirigiéndose a Lena.
—No, por favor. Me parece genial. Ve a cambiarte. Te esperamos aquí.
***

El agua fría del lago rejuveneció a Yulia al tirarse desde el muelle, en donde Lena estaba sentada debajo de una sombrilla y vigilaba a Skye, que jugaba con la arena. Sin duda aquella noche iba a tocarle bañera. Se volvió a contemplar a Yulia mientras nadaba.  «Qué cuerpazo, Dios», pensó.
Trató de imaginarse a Yulia y a Irina juntas, no de un modo sexual, sino más bien en los momentos íntimos que debían de haber compartido. No le costaba adivinar lo que había atraído a Irina de Yulia: era una mujer segura, sexy e inteligente. Lena se estremeció al recordar la tarde en que había despertado al sonido de Yulia tocando el piano. Era una música muy sensual y romántica. También se acordaba de lo irritada que estaba la compositora. Debía de tener que ver con su temperamento artístico. Lena cerró los ojos y se imaginó a Irina escuchando tocar a Yulia. Casi le tenía envidia. ¿Cómo debía de ser saber que alguien está tocando una
canción para ti y solo para ti? Puso los ojos en blanco y se rio en su fuero interno. «Eres una boba romántica, Katina.» Era un bello sueño, pero como todos los sueños, no era real. La realidad era la que era: tendría al bebé, recuperaría su vida y...¿entonces qué?
Un salpicón de agua fría le dio en plena cara, sacándola de su ensimismamiento, y Lena pegó un grito. Skye empezó a partirse de risa cuando Yulia salpicó a su madre por segunda vez.
—Tú... —gruñó la pelirroja.
Yulia esbozó una sonrisa maliciosa desde el agua.
—Antes tendrás que pillarme.
—Tú espera, Volkova. Después de que nazca el bebé, la venganza será terri...
—Ah, ah —la silenció la pelinegra, agitando el dedo índice.
Al salir del agua se tiró de la parte posterior del bañador distraídamente y, al fijarse en el firme trasero de Yulia, Lena sintió un cosquilleo que hacía tiempo que no sentía.
 
Disfrutaron de una cena maravillosa a base de perritos calientes y hamburguesas y, tras un buen baño, Skye se quedó dormida como un tronco antes de que se fuera el sol. Lena la dejó en el dormitorio, con la puerta entreabierta, y fue a reunirse con Yulia en el porche. Esta estaba apoyada en la barandilla, contemplando el atardecer, y la pelirroja se quedó tras la puerta mosquitera unos segundos, para observarla. Desde el bosque les llegaban los sonidos del final del verano, los grillos cantaban, los pájaros nocturnos dejaban oír su llamada y la suave brisa estival silbaba entre las ramas de los abedules.

Lena sonrió y salió al porche; Yulia se volvió hacia ella.
—La pitufa estaba muerta.
—Sí, la verdad es que sí. Ha tenido unos días muy intensos.
Tenía que mantenerla ocupada, porque te echaba mucho de menos.
—Yo también la he echado de menos —susurró Yulia—. Y... y a ti también, Lena.
—Gracias —musitó esta, y evitó mirarla a la cara—. Yo también te he echado de menos.
Yulia disimuló la sonrisa y se volvió hacia el lago de nuevo. Lena también intentó no sonreír, pero no pudo evitarlo, porque se sentía feliz. Entonces se fijó en el tubo de crema que había en la barandilla.
—¿Qué es eso?
Yulia siguió su mirada.
—Ah, es una crema que me pongo cuando me quemo con el sol. He pensado que te iría bien —le miró los hombros y se echó a reír —. Estás muy roja.
Lena estiró el cuello para verse la parte posterior de los hombros.
—Y pensar que prácticamente he rebozado a Skye de protector solar durante toda la semana.
—Y vas y te olvidas de ti. —Yulia cogió el tubo—. Anda, ven. Lena estiró la mano para que le diera el tubo, pero la pelinegra se la apartó con delicadeza.
—Déjame a mí, tú no llegas. Date la vuelta.
—Oh. Lena obedeció y miró al cielo para mantener la compostura cuando notó la crema fría en los hombros.
—Sería mejor si te quitaras la camiseta —dijo Yulia en voz baja. —¿Intentas ligar conmigo, Volkova? —preguntó Lena, consciente de que le temblaba la voz. Le costaba mucho controlar la sensación de hormigueo en el estómago.
—No lo sé. ¿Tan malo sería?
—No lo sé.
Tras un momento de silencio, las dos mujeres se rieron.
—Supongo que con esto será suficiente.
—Supongo que sí. La pelirroja hizo una mueca cuando se le escapó un hondo suspiro. En cuanto Yulia retiró los dedos, añoró su roce cariñoso, pero el momento estaba roto. Se dio la vuelta y vio que la ojiazul tenía el ceño fruncido. Ciertamente no era la expresión que esperaba ver; al menos hubiera querido verla respirar entrecortadamente o que le temblaran las manos. —Gracias, ya me encuentro mejor —le dijo Lena.
—De nada.
—Es un atardecer precioso —susurró, apoyándose junto a Yulia—. El lago está tan liso que parece de cristal.
—A lo mejor mañana podemos sacar la balsa. A Skye le gustaría.
—Sí, seguro que sí. —Lena miró a la pelinegra de reojo—. Gracias, Yulia.
Yulia la miró a los ojos.
—¿Por qué?
—Por todo lo que has hecho por Skye y por mí. Si no fuera por ti, no estoy segura de dónde estaría en este momento.
—Eso tienes que agradecérselo a Irina. Yo ni siquiera sabía que existías.
—Creía que Irina te había hablado de mí.
Yulia ladeó la cabeza y reflexionó sobre ello un momento. Finalmente, sonrió.
—Sí, lo hizo. Supongo que quien yo no sabía que existía era Lena Katina, madre generosa y gran amiga. Tenía una idea abstracta de ti, pero ahora te conozco, sé cómo eres y lo que piensas. —Se encogió de hombros antes de continuar—. Así que no, no sabía que existías.
Durante un largo momento, Lena fue incapaz de hablar.
—Hay algo en ti, Yulia. Puedo entender lo que Irina amaba en ti. Supongo que las dos debemos darle las gracias —murmuró, con lágrimas en los ojos. Desesperada, trató de reprimirlas, ya que no quería estropear el momento lloriqueando como una tonta—. Esta noche se lo agradeceré en mis oraciones, igual que a ti. Supuso que lo mejor era irse a la cama antes de que las hormonas se le descontrolaran y la empujaran a decir algo que
luego lamentaría.
—Yo también —aseguró Yulia.
Lena sonrió y le cogió la mano a la ojiazul un segundo.
—Creo que me voy a la cama. Buenas noches, Yulia. La pelinegra asintió.
—Que duermas bien, Lena.


Esa noche, más tarde, Lena estaba tumbada en la cama mirando al techo, con Skye dormida a su lado. Se pasó una mano por la barriga y con la otra se secó las lágrimas. Aunque ya se llevaba mejor con Yulia y habían pasado un día fantástico, le dolía la cabeza de intentar no pensar en todo lo que se le venía encima y cómo iba a salir adelante ella sola. Ahora bien, si era sincera consigo misma, Lena siempre había estado sola. Irina estaba siempre de viaje. Al ser piloto pasaba fuera mucho más tiempo del que a Lena le habría gustado, pero nunca estuvo segura de que a Irina le molestara tanto como a ella. Dejó escapar un gruñido irónico:
aparentemente no. Las súplicas de Lena siempre habían caído en saco roto.
Al principio había sido fabuloso, como imaginaba que eran la mayoría de las relaciones cuando empiezan. Irina era una amante fogosa y Lena se deleitaba con su ternura. Creía que había encontrado a alguien a quien querer y con quien construir una vida en común. Realmente, Irina  Bridges parecía dar con el perfil. Sin embargo, al año siguiente las cosas empezaron a cambiar cuando Irina amplió su jornada y el número de vuelos con la compañía. Fue un cambio lento, sutil, y a Lena la cogió por sorpresa. A lo mejor no le prestaba suficiente atención a Irina. Skye había llegado a sus vidas en una época muy temprana de la relación, cuando solo llevaban dos años. Tras la muerte de Barb y Steve, la vida había cambiado para todos.
Lena no tenía ni idea de cómo ser madre, pero Irina, por mucho que la apenara la muerte de los padres de la pequeña, estaba encantada con la idea de hacerle de madre a Skye. En el dormitorio de la cabaña, mirando el paisaje por la ventana, Lena se descubrió negando con la cabeza: decir que Irina estaba encantada con hacerle de compañera de juegos era una definición más precisa. Así pues, y a pesar de que la maternidad le había caído por sorpresa, lo cierto es que le resultó natural, más fácil de lo que se había imaginado. Cuando miró a Skye a sus adorables ojos verdigrises, se enamoró de ella. Desde aquel día, el bienestar de la pequeña fue
lo prioritario. Era una responsabilidad enorme y era consciente de que a veces era demasiado dura con Irina, aunque igualmente cierto era que Irina lo intentó. Todas pasaron por una etapa de adaptación hasta que las cosas parecieron estabilizarse y fueron felices. Irina aceptó su trabajo con la compañía aérea para ganar más dinero, un dinero que necesitaban. Sí, se dijo Lena, con un suspiro cansado: eran felices, eran una familia. Y entonces todo se desmoronó. La respiración acompasada de Skye empezó a adormecer a su madre, que notó que le pesaban los párpados. Alargó el brazo y le puso la mano en el hombro a la niña, solo para sentir el contacto. Al caer dormida, el rostro de Yulia inundó sus pensamientos e invadió sus sueños.



 
—¿Cuánto pesas? —quiso saber Yulia durante el desayuno.
Lena miró a Yulia con los ojos entornados, mientras la otra mujer le ofrecía a Skye una minisalchicha y la niña la aceptaba con entusiasmo.
—Sabe comer con tenedor.
La pelinegra levantó la mirada y sonrió, pero cuando vio la expresión ceñuda de Lena, enseguida le quitó la salchicha a Yulia, se la cortó en trocitos y le dio el tenedor a la niña.
—No tengo ni idea de cuánto peso. ¿Por qué lo preguntas? —inquirió Lena, en referencia al interés de Yulia, mientras se miraba la mano y la flexionaba unas cuantas veces.
Yulia notó la tirantez en su voz y supo que Lena estaba haciendo un esfuerzo por controlar sus díscolas hormonas. A juzgar por cómo se miraba las manos, Lena se sentía hinchada. Yulia echó un vistazo inconsciente al pasillo que conducía al dormitorio, reprimiendo el impulso de correr a por el libro que le había
recomendado Dorie, Comprender su embarazo, y localizar el capítulo adecuado.
—Solo quería asegurarme de que estés ganado suficiente peso, eso es todo. El doctor Martin dijo que había que vigilarlo — respondió, con una sensación de ineptitud incómoda. Sinceramente, Yulia no tenía la menor idea de lo que estaba haciendo y todo el tema del embarazo la sobrepasaba.
—¿Queréis hacer el favor de dejar ya lo del peso? —ladró Lena, tirando la servilleta.
Sorprendida por el arrebato, Yulia miró a Skye de reojo y vio que también se había quedado boquiabierta. Quiso decir algo, pero tuvo suficiente sentido común como para callar. Lena respiró hondo.
—Me muero por un café, no descafeinado. ¡Un café de verdad con leche y azúcar! Quiero ser capaz de levantarme sin apoyarme en la mesa. Quiero poder caminar sin parecer un pato —continuó, subiendo cada vez más la voz—. Quiero poder dormir una noche entera sin tener que ir al baño cada hora. Quiero volver a tener el control sobre mis emociones. Ayer Skye y yo estuvimos viendo Los tres chiflados ¡y me puse a llorar cuando Moe le mete el dedo a Curly en el ojo! Quiero volver a verme los pies —aulló, hundiendo el rostro entre las manos.
Yulia miró a Skye de nuevo; la niña observaba a su madre con gran curiosidad.
«Vale, cambios de humor, cambios de humor», se recordó la ojiazul, y le puso la mano en el brazo a la pelirroja.
—Lo siento. Estoy bien, pastelito —aseguró esta, sorbiendo las lágrimas y secándose los ojos con una servilleta.
Skye levantó los pies descalzos.
—Mamá, ¡mira pies!
Yulia y Lena se echaron a reír.
—Sí, nena, veo tus pies.
Estiró la mano, le cogió los piececitos y le besó los dedos.
—Me encantan estos deditos —exclamó Lena.
Skye se partió de risa y su madre también siguió riéndose al levantarse de la mesa. Empezó a recoger los platos, pero Yulia se puso de pie de inmediato.
—Siéntate, ya recojo yo.
—No, no, quiero hacerlo yo. Tú juega a cinco deditos con Skye —le dijo, con una sonrisa desafiante.
Yulia se puso colorada, pero Skye dio palmas y le ofreció los pies a la pelinegra.
—Deditos, pofiii.
Yulia carraspeó y miró a Lena por el rabillo del ojo, pero esta se había puesto a fregar los platos y les daba la espalda.
—Vale, pitufa. Ahí vamos —empezó, cogiéndole el piececito en la mano—. Qué pies más pequeños tienes —exclamó, arrancándole una risita a la propietaria—. En fin, que este fue a por leña...
—¿Por qué? —preguntó Skye, ceñuda.
—Yo... no... no sabría decirte —balbuceó Yulia. Miró a Lena, que se encogió de hombros—. Ya volveremos sobre el tema, es una buena pregunta. El caso es que este la cortó y no sé por qué —añadió, antes de que Skye preguntara—. Este fue a por huevos. A lo mejor necesitaban la leña del otro —anunció Yulia, y le tiró del dedito siguiente, juguetona—, porque este los frió.
La pelirroja cerró el grifo y se quedó apoyada en el fregadero para oír el resto de la disquisición lógica de Yulia, que sonreía con seguridad. Skye se miraba alternativamente los pies y a Yulia con gran interés.
—Y el más chiquitín, se los comió. Pero no estoy muy segura de por qué. A lo mejor hacen turnos y le había tocado ir a por leña la vez anterior y... —calló de golpe al darse cuenta de lo absurdo que sonaba.
Lena cruzó una mirada con ella, con la ceja levantada en gesto de superioridad, mientras se secaba las manos en el paño de cocina.
—Mamá juga mejor —le confió Skye en un susurro.
Yulia esbozó una sonrisa avergonzada y se echó para atrás en la silla.
—Bueno, hace tiempo que no jugaba a esto —admitió, dando un sorbo de café. Observó a Skye mientras se retorcía para salir de la trona, pero cuando Lena fue a ayudarla, la niña declaró:
—Mamá, yo solita.
Lena dio un paso atrás y dejó que su hija bajara sola. En cuanto llegó al suelo, salió corriendo de la cocina.
—¿Cuándo ha empezado? —rio Yulia—. Suena mucho más mayor.
—Hace un par de días. Empieza a querer ser independiente. Esto se va a poner interesante —gimió Lena—. Su vocabulario crece día a día.
Yulia levantó la mirada y se dio cuenta de que Lena se veía muy cansada. Aunque sus ojos verde-grisáceos no habían perdido la chispa, parecía agotada. La compositora se levantó y la condujo hacia el sofá. —Venga, descansa un rato y pon los pies en alto. Ya acabo de recoger yo.
Cuando terminó en la cocina y volvió a la sala de estar, Lena se había quedado dormida en el sofá, con los pies en alto y la cabeza apoyada hacia atrás.
—¡Mamá! —la llamó Skye desde el pasillo.
Lena abrió los ojos al punto y trató de sentarse, pero Yulia la retuvo.
—Voy a ver qué quiere esa pillina. Creo que me la llevaré a dar una vuelta por el bosque. Yulia fue a por Skye y le ofreció la mano. —Venga, Skye, nos vamos a dar un paseo. Al salir le guiñó el ojo a Lena.
—Enseguida venimos.
Lena le sonrió, agradecida de poder disfrutar de un rato de calma. También valoraba mucho que Yulia notara cuándo lo necesitaba sin que se lo pidiera, porque odiaba pedirle cosas, con lo buena y considerada que había sido con ellas. Era agradable que alguien más se ocupara de su hija, ni que fuera por unos minutos.
Sin embargo, al cabo de una hora, Lena empezaba a preocuparse. Paseaba de un lado para otro del comedor, cuando por fin las oyó llegar al porche, y en cuanto entraron dio un abrazo a Yulia.
—¿Dónde habéis estado? —lloró, con las hormonas fuera de control.
La pelinegra abrió mucho los ojos y le rodeó la cintura a Lena con un brazo.
—Lo siento. Hemos ido a coger flores silvestres —explicó.
Lena la soltó, cogió a Skye en brazos y empezó a llorar otra vez.
—Perdonadme.
Skye miró a su madre con extrañeza y luego miró a Yulia, que se encogió de hombros y le indicó que le diera un beso. Skye le puso las manitas en las mejillas a Lena y le rozó la nariz con la suya.
—No llores, mamá —le dijo en tono muy adulto. Entonces le dio un beso y aquello debió de ser la gota que colmó el vaso, porque Lena se deshizo en llanto. Yulia le rodeó los hombros con el brazo cariñosamente.
—¿Mamá tiste?
Yulia cogió a Skye de brazos de Lena y las llevó a las ambas al sofá, en donde se sentaron juntas, con la pequeña en el regazo de la pelinegra.
—No, pitufa. Mamá está contenta, porque te quiere mucho.
—¡A ti también te quiero! —sollozó Lena.
Yulia se quedó helada. Skye aplaudió.
—¡Mamá quere a Yula!
Yulia se rio y le secó las lágrimas de las mejillas a Lena con el pulgar.
—¿Yula quere a mamá? —preguntó Skye, tirándole de la camisa.
La pelirroja miró a Yulia a los ojos y no supo lo que veía en ellos. O, mejor dicho, sí lo supo y le dio muchísimo miedo.
—Sí, pitufa. Yo también quiero a tu mamá —afirmó, y le regaló a Lena el ramo de flores silvestres.



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Mensaje por Aleinads 7/31/2015, 4:39 pm

Magnifico, cada día mas enamorada de esta encantadora y maravillosa historia... Gracias por la conti I love you Smile
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Mensaje por Lesdrumm 7/31/2015, 10:17 pm

Vientos Celestiales...Un Giro Del Destino


Capítulo 15

Cuando llegó la hora de acostarse, Skye tiró a Yulia de la mano. Lena se rio e intentó coger a su hija en brazos.
—Es hora de irse a la cama, pastelito.
—Yula también vene —dijo Skye—. Lee cuento.
Yulia soltó una carcajada y dejó que Skye la condujera pasillo abajo.
—Ya le leo yo, tú relájate —le dijo a Lena por encima del hombro.
—No sabes lo que has hecho, Volkova. Ahora tendrás que leerle todas las noches —le gritó Lena, de camino al porche.
Una vez fuera, se sentó en la mecedora y echó la cabeza hacia atrás. Sonrió al oír los murmullos de Yulia leyéndole a Skye en la habitación y contempló el lago y el cielo estrellado. Entonces cerró los ojos y empezó a mecerse lentamente.
En algún momento debió de quedarse dormida, porque despertó de golpe y le entró el pánico.
—¿Qué hora es?
Ahogando un gruñido de dolor, se levantó a toda prisa y entró en la casa. Según el reloj de la repisa eran casi las nueve, pero ¿dónde estaba Yulia? Al ir al dormitorio no pudo evitar sonreír y menear la cabeza ante la imagen de Yulia tumbada de espaldas, profundamente dormida, con los brazos por encima de la cabeza.
Skye, que estaba sentada a su lado y ojeaba el libro, levantó la mirada cuando entró su madre y se llevó un dedo a los labios.
—Yula dormida.
Lena asintió.
—Ya lo veo —susurró—. ¿Y qué haces tú despierta?
—Mamá, duerme.
Lena miró a Yulia con una ceja levantada: se la veía tan relajada, tan vulnerable, respirando profundamente, dormida como una bendita... La pelirroja estiró la mano y Skye le dio el libro.
—Hora de acostarse, pastelito.
Skye arrugó la nariz y se tumbó sobre las almohadas. Yulia la rodeó con el brazo sin despertarse y la niña se acurrucó con ella.
Lena se cambió y fue a cerrar con llave. Luego volvió a echarle un ojo a Skye. Tenía intención de dormir en el sofá, pero el firme colchón le resultó demasiado tentador a su espalda, así que se mordió el labio, retiró la sábana lentamente y se acostó. Al estirar la espalda dejó escapar un suspiro de alivio, cerró los ojos y, justo
antes de dormirse, alargó la mano y se la colocó a su hija sobre la pierna.
***

A la mañana siguiente, Yulia no estaba cuando Lena despertó. Esta se levantó de la cama con cuidado de no despertar a Skye, se puso la bata y fue a la sala de estar, pero Yulia no aparecía por ninguna parte.
Entonces miró por la cristalera y la vio nadando en el lago. Desnuda.
—Dios mío —musitó. Se quedó clavada donde estaba, incapaz de apartar la vista—. Debería mirar a otro lado —murmuró, aunque no le quitaba ojo de encima a sus bronceadas caderas.
Tenía un cuerpo hermoso y torneado y Lena hizo una mueca amarga —. Recuerdo la época en que yo era así—dijo en tono afilado.
En ese momento, la pelinegra cambió de dirección y nadó hacia la orilla. Lena tragó saliva e intentó apartar la mirada, de verdad que lo hizo. No, en realidad no. Quería ver a Yulia de cuerpo entero.
Yulia salió del agua y se pasó los dedos por el corto pelo antes de agitar la cabeza como un perro. A Lena se le quedó la boca seca al contemplar el cuerpo pequeño, musculoso pero definidamente femenino de Yulia mientras iba por la bata de baño y se la ponía.
—Joder... —suspiró la pelirroja y se abanicó con la mano.
Enseguida se fue a la cocina y empezó a preparar el desayuno.


Yulia leyó el periódico mientras desayunaba. En un momento dado, dejó el periódico a un lado y anunció:
—Oye, ya sé lo que podemos hacer hoy.
Como siempre, Skye seguía con atención cada movimiento que hacía Yulia; Lena levantó la vista e inclinó la cabeza, con expresión interrogativa.
—Vamos a la feria de Oneida County. Perritos calientes para Skye, helado para mamá y, para mí, mis dos chicas Katina —dijo, mirando directamente a Lena a los ojos.
Ella sonrió y Skye dejó escapar un chillido de entusiasmo.


Skye casi despuntaba por encima de todo el mundo, literalmente, ya que Yulia la llevaba a hombros y la niña iba agarrada de su pelo.
—¡Mira, mamá!
Yulia hizo una mueca de dolor.
—Pitufa, el pelo... —rezongó, mientras la aguantaba de los pies enfundados en sandalias.
Lena miró a su hija y se rio.
—Estás alta, pastelito. Meneó la cabeza. Tanto Yulia como Skye llevaban sus gafas de sol y estaban de foto. Lena fue comiendo mientras paseaban. Dos manzanas de caramelo después, empezó a picar de las palomitas de Yulia.
—Esto ha sido muy mala idea —suspiró la pelirroja, agarrando un buen puñado.
—Venga ya, no es para tanto. Además, has ganado muy poco peso. El médico dijo que tendrías que ganar más. ¿Todavía te tomas las vitaminas?
—¿Ahora eres una experta en embarazos?
—Sí, lo soy, así que cuidadín. —Yulia la miró a los ojos y carraspeó—. Esto... creo que tendríamos que hablar sobre...bueno, cuando llegue el momento. No me gusta pensar que estés aquí y yo en Chicago. Tengo que ir dentro de un par de días, así que ¿por qué no venís conmigo?
Lena se paró y se la quedó mirando.
—¿Cómo? ¿Que vayamos a Chicago contigo?
Yulia puso los ojos en blanco y aguantó a la renacuaja por los pies.
—Sí, ¿por qué no? Estaré allí al menos tres semanas y no sé si tendré tiempo de subir en algún momento. Ahora no te enfades...
Lena entornó los ojos y puso los brazos en jarras.
—¿Qué has hecho?
—Yula, ¿qué hecho? —intervino una vocecilla por encima de sus cabezas.
Yulia levantó los ojos y frunció el ceño.
—Traidora —farfulló—. No he hecho nada. Bueno, sí, pero creo que es una buena idea.
—¿Qué es buena idea? —preguntó Lena lentamente.
Yulia esbozó una sonrisa leve.
—He llamado a la doctora Haines, ¿te acuerdas de ella? Le he explicado mi... nuestra situación, y ha dicho que estaría encantada de recibirte mientras estemos en Chicago. Así que está todo listo —anunció, sin dejar de sonreír ni siquiera cuando dio un prudente paso atrás.
Lena respiró hondo, pero no dijo nada.
Yulia se bajó a Skye de los hombros, la sostuvo en brazos y le susurró algo apresuradamente al oído. La pequeña de rizos de oro volvió la cabeza hacia su madre con una mirada suplicante.
—Pofiii, mamá. Yo quero a Yula.
Lena se quedó atónita.
—¿En serio estás usando a la niña?
—¿Qué? —fintó Yulia, en tono inocente—. ¿Acaso es culpa mía si la monigota me quiere?
—Yulia —razonó Lena, mientras seguían paseando por la feria
—.Es un poco precipitado. —Se detuvo y la miró directamente—.¿Estás segura de que quieres hacerlo? Skye y yo estamos bien aquí. 
—No —afirmó Yulia—. No me gusta que estéis solas.
—Marge...
Yulia levantó la mano.
—Quiero a Marge y confío en ella, pero si tengo que estar en Chicago estaría más tranquila si estuvieseis conmigo.
—¿Por qué? Lena miró al suelo. Bueno, o se miró la barriga; ya llegaría el día en que volviera a verse los pies. No estaba segura de que fuera buena idea ir a Chicago.
Como Yulia no le contestaba, volvió a levantar la mirada. La expresión de la otra mujer era extraña y Lena no logró descifrarla. Entre ellas, Skye se comía sus palomitas, sin interés alguno por seguir la conversación de los adultos.
—No quiero tenerte...
—¿Sí?
Yulia la miró a los ojos.
—No quiero tenerte lejos tanto tiempo.
Lena, que había cogido un puñado de palomitas del cartón, abrió mucho los ojos y soltó las palomitas de golpe. Cuando por fin recuperó la palabra, musitó.
—Solo serían unas semanas.
Yulia negó con la cabeza, tiró las palomitas a la basura y bajó a Skye al suelo. Colocándose delante de Lena, le puso las manos en los hombros quemados por el sol.
—Lena, no estoy segura de lo que está pasando entre nosotras o de si está pasando algo.
—¿Lo está? —dijo Lena, sosteniéndole la mirada.
—No lo sé. Yo... espero que sí —contestó Yulia. Soltó una risa nerviosa y Lena la imitó—. Lo único que sé es que ahora mismo solo de pensar en que Skye y tú estéis fuera de mi vista me... —tragó saliva—. Bueno, no quiero que pase. Quiero que vengáis y os quedéis en mi apartamento cuando esté en Chicago. Hay sitio de
sobra y me sentiré mejor y...
Lena sonrió y le puso la mano en el hombro.
—Muy bien, tú ganas. Skye y yo iremos a Chicago contigo.
Skye aplaudió y Yulia le dio una vuelta en el aire alegremente.
 
El resto del día fue fabuloso. La pelirroja se dedicó a comer mientras Skye y Yulia se montaban en las atracciones. Skye vomitó una vez; la pelinegra tenía aspecto de estar a punto de imitarla. Jugaron en
todas las tómbolas y pruebas de habilidad y la heroína de Skye le ganó varios peluches más.
Ya cuando se marchaban, pasaron por una parada en donde Yulia vio un collar. Era un colgante atrapasueños indio, en una cadena de oro.
—Esperad —les dijo, y le pasó a Skye a su madre—. ¿Cómo se gana?
El hombre de la parada sonrió maliciosamente.
—Tiene que coger el martillo —indicó, señalando el clásico juego—. Péguele fuerte en la base y, si llega a tocar la campana, puede coger el regalo que quiera.
Skye dio un gritito de alegría. Lena se tapó los ojos con la mano y acomodó a su hija sobre la cadera con el otro brazo.
—No puedo creer que vaya a hacerlo —farfulló, atisbando entre los dedos.
Yulia se escupió en las dos manos y las frotó al tiempo que les dedicaba un guiño a Lena y a Skye. A continuación levantó el pesado martillo y lo blandió con fuerza. Solo levantó la barra hasta medio camino, lo cual fue un golpe para su ego, pero no se arredró.
 Lena le regaló una sonrisa burlona y Skye soltó una carcajada.
—Otaves, Yula. Otaves.
Yulia frunció el ceño: su orgullo estaba en juego. Echó unos cuantos billetes de dólar en el mostrador y el hombre se carcajeó.
—No lo logrará. Solo lo consiguen uno de cada mil... —la retó.
La pelinegra le dirigió una mirada incendiaria.
—Yulia, te harás daño.  Esta ignoró a Lena.
—Uno de cada mil, ¿eh? —refunfuñó, y levantó de nuevo el martillo por encima de su cabeza.

Skye dormía en el asiento trasero, abrazada de todos los peluches que era capaz de abarcar. Lena sonreía pacíficamente mientras acariciaba el colgante de oro que llevaba alrededor de la garganta.
A Yulia le chispeaban los lobunos ojos azules y sonreía con arrogancia.
—Uno de cada mil... ¡Ja! —comentó entre dientes, y dejó escapar un gruñido de satisfacción al aparcar en la puerta de casa.
Lena se echó a reír y Yulia sacó a Skye de su sillita y se la pasó a la pelirroja sin que se despertará. Luego recogió todos los premios que habían ganado y los tiró al sofá.
—Al final necesitaré una habitación para meterlos.
—Eres nuestra heroína —le dijo Lena mientras acostaba a la niña.
—Necesita una cama para ella sola, ¿no crees? —comentó Yulia. Lena asintió.
—Pero solo tienes una habitación y no quiero que duerma en la sala de estar.
—No, eso no iría bien —susurró Yulia. Cogió a Lena del brazo y la llevó fuera. Mientras la pelirroja se sentaba en el sofá, ella empezó a encender el fuego. —Ya ha llegado el otoño. Empieza a hacer frío. ¿Café? —ofreció. Lena arrugó la nariz, pero Yulia esbozó una sonrisa tentadora. —¿Chocolate caliente?  La sonrisa de Lena fue radiante.
—¿Con malvaviscos?
—Ahora vuelvo, tortuguita.
 
Se tomaron el chocolate caliente en el sofá. Lena tenía los pies encima de una otomana, cerca del fuego, y apoyaba la taza en su enorme vientre.
—¿Sabes? Cuando volvamos de Chicago podría convertir la habitación que uso para componer en un dormitorio pequeño. Está enfrente de nuestra... del dormitorio, y Skye podría dormir allí. Cuando llegue el bebé, puede dormir contigo en el dormitorio —ofreció Yulia, horrorizada por su lapsus. Por suerte se había
corregido enseguida—. De esa manera, Skye tendría su propia habitación, tú dormirías con el bebé y, cuando yo esté aquí, puedo quedarme en el sofá. O para entonces puedo poner una cama en la sala de estar y dormir aquí.
—El bebé y yo podemos dormir en la sala de estar. No deberíamos ocuparte la habitación más tiempo, Yulia; al fin y al cabo es tu casa. Además, en primavera empezaré a buscar algún sitio para nosotras... —musitó.
A Yulia se le cayó el alma a los pies al pensar en que se marchasen.
—O podríamos quedarnos en Chicago —aventuró, vacilante. Enseguida prosiguió—. Tenemos mucho tiempo para pensar en eso. Vamos a concentrarnos en el presente. No quiero que te
preocupes por nada que no sea tener al bebé. Lena le sonrió.
—Gracias. No me creo la suerte que tenemos Skye y yo. Ella...te quiere mucho —susurró con suavidad.
—Yo también la quiero. La llevo en el corazón, Lena —le dijo. Y entonces decidió arriesgarse más que nunca—. Y a ti también.
Lena siguió mirando las llamas, sin decir nada.
—Lena... —titubeó Yulia.
—¿Sí?
—Nada. Yo... nada —balbuceó Yulia, sintiéndose completamente idiota.
—Te agradezco mucho todo lo que has hecho por nosotras, Yulia, y te lo agradeceré eternamente —declaró Lena en voz queda.  La pelinegra se encogió de hombros.
—Ha sido más fácil de lo que habría imaginado nunca. —Se rio y continuó—. Como caerse de un columpio. Lena sonrió y le cogió la mano.
—Has sido muy amable.
—No lo hago solo por amabilidad. Miró a Lena de reojo, pero esta tenía los ojos pegados a las manos.
—¿Entonces por qué?
«¿Entonces por qué?», se preguntó Yulia, acariciándole la mano cálida a Lena. Normalmente Yulia era una persona segura de sí misma en el trato con las mujeres, pero nunca había sentido algo así por ninguna otra y sabía que iba más allá de la atracción física. Aunque tampoco era cuestión de engañarse: la atracción física
estaba muy presente. ¿Acaso estaba enamorándose? ¿Lo estaba ya?  Lena era buena persona, tenía una familia y un futuro por delante. ¿Por qué diantres querría una persona como Lena estar con ella?
—¿En qué piensas, Yulia?
Yulia la miró a los ojos verdigrises y se tiró al vacío.
—Pensaba en cómo me dejas sin habla. Normalmente, con una mujer guapa soy muy...
—¿Arrogante? —completó Lena, con una sonrisa. Yulia se rio, azorada.
—Supongo que sí.
Permanecieron en silencio unos instantes, hasta que Lena volvió a hablar.
—Ahora mismo no me siento muy guapa.
—Ay, Lena. Lo eres, créeme. A lo mejor no te sientes así, pero lo eres —aseguró Yulia. La dejó de piedra ver que Lena tenía lágrimas en los ojos—. Me da miedo que pueda estar enamorándome de ti.
—¿Mi... miedo?
Yulia asintió.
—No tengo ni idea de qué es realmente el amor. Y ahora resulta que me importas muchísimo... y Skye también.
Lena suspiró profundamente y Yulia le lanzó una mirada de inquietud.
—¿Pasa algo? No tendrías que haberte comido dos manzanas de caramelo. Joder, Lena. Seguro que ha sido ese apestoso algodón de azúcar, te lo dije —la riñó, preocupada. Aquello era mucho más fácil que pensar en lo que estaba ocurriendo entre ellas—. ¿Qué te parece si hago té? ¿O prefieres darte un baño caliente? Espera, no, baños no, que no puedes, me olvidaba. ¿Y si...?
Lena puso los ojos en blanco, tomó el rostro de Yulia entre las manos y la besó. Allí mismo, en el sofá. Yulia se llevó una sorpresa y jadeó con la boca abierta al notar los calientes labios de Lena sobre los suyos. Sin razón aparente, su reacción fue apretarse más contra la pelirroja y devolverle el beso. Sus labios se unieron en un asombroso beso tierno y dulce que arrancó chispas eléctricas entre las dos mientras danzaban, húmedos, boca sobre boca, hasta que Yulia se apartó pese a sí misma. Lena le sonrió.
—Eso sí que es un beso —exclamó.
Yulia se puso de pie de un salto y empezó a pasear de un lado a otro, con los pensamientos y el pulso a toda velocidad.
—Espera. Yo no... es decir, esto... tenemos que... Vale, ¿me dejarás terminar? —preguntó con nerviosismo.
Lena sonrió ante los tartamudeos de la pelinegra. —¿Qué has dicho?
—No he dicho nada —respondió Lena.
—Ah, pensaba que habías dicho algo. Bueno, de todas maneras, verás, Lena. Yo... tú...
—¿Yulia? —la interrumpió Lena en voz calma—. Ven aquí y siéntate.
Yulia frunció el ceño. Había perdido el control completamente y le había gustado. Obediente, se sentó al lado de la pelirroja, que la cogió de la mano.
—Ha sido solo un beso —la tranquilizó.
Yulia le lanzó una mirada de incredulidad.
—No ha sido solo un beso, Lena. Yo...
—¿Qué? —la animó Lena, apretándole la mano. Yulia gimió.
—Ay, no lo sé.
Lena le dio una palmadita en la mano y notó la mirada de Yulia clavada en ella.
—¿Por qué me has besado? —quiso saber.
Lena dejó escapar una risilla nerviosa.
—No tengo ni idea.
Yulia también se rio.
—Bueno, al menos ninguna de las dos tiene ni idea.
—Yulia, aquí están pasando muchas cosas y no te negaré que te he cogido mucho cariño.
—Creía que era arrogante y pomposa.
Lena levantó la mirada.
—Ah, no, no me malinterpretes. Lo eres.
Yulia no sabía si tenía que enfadarse o echarse a reír, así que hizo lo segundo. Cogida de su mano, Lena también se destornillaba de risa, como si fueran dos adolescentes.
—Creo que es hora de acostarse —musitó Lena, con la mirada fija en sus manos entrelazadas.
—¿Quieres que...?
Lena la miró a los ojos.
—Sí.
Yulia sonrió de oreja a oreja y suspiró, aliviada.
Se tumbaron en la cama, con Skye entre las dos, y la pelinegra se puso de lado para mirar a Lena. Estudió su perfil bajo la luz de la luna.
—Eres preciosa —susurró.
Lena sonrió con los ojos cerrados.
—Gracias.
Tras unos maravillosos momentos de contemplar a Lena y escuchar el latido de su corazón, oyó su voz de vuelta.
—¿En qué piensas? —le preguntó, abriendo los ojos para mirar a Yulia.
—Pensaba en el día que leíste aquel poema. No me lo he quitado de la cabeza desde entonces. Vientos celestiales... eso es lo que me viene a la cabeza cuando pienso en ti. No sé... no sé por qué exactamente. —Guardó silencio un segundo y sonrió—.¿Cómo empezaba?  «Los vientos celestiales se mezclan por siempre
con calma emoción.» Esos vientos son los que os han traído aquí a Skye y a ti.
Lena suspiró y se puso las manos sobre la barriga.
—No te olvides de esta. Dicen que los bebés oyen.
Para sorpresa de Lena, Yulia se levantó de la cama, la rodeó, se sentó en el borde junto a Lena y le puso las manos en el estómago.
—¿Me oyes? —preguntó, inclinándose sobre su barriga—. Vas a ser un bebé muy feliz. Tienes una hermana mayor que te cuidará y una mamá que te quiere.
A Lena se le llenaron los ojos de lágrimas y Yulia le sonrió y susurró, sosteniéndole la mirada.
—Te envidio.
Le besó a Lena el dorso de la mano, que tenía sobre el estómago. La pelirroja respingó y tragó saliva. No dijo nada cuando Yulia le besó también la otra mano, volvió a su lado de la cama y se acostó con cuidado de no despertar a Skye. Lena parecía conmocionada.
—Eso ha sido increíblemente romántico, Yulia.  La aludida cerró los ojos y sonrió de oreja a oreja.
—Nos iremos a Chicago el sábado. Será mejor que duermas un poco.
—Sí, Yulia —suspiró Lena.
—Así me gusta, que obedezcas.
—No te pases.




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VIENTOS CELESTIALES...UN GIRO DEL DESTINO - Página 2 Empty Re: VIENTOS CELESTIALES...UN GIRO DEL DESTINO

Mensaje por Aleinads 7/31/2015, 11:00 pm

Oh my God! Oh my God! Oh my God! Oh my God! OH MY GOOOOD!!! :') que felicidad! que emocion! que alegriaaa!! siento tantas cosas en este momento, graciiiaaaaasssssssss pero que capitulo mas emocionante y bellooooo Very Happy Very Happy Very Happy Very Happy Laughing Laughing Smile I love you I love you I love you
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Mensaje por Lesdrumm 8/1/2015, 10:59 pm

Hola les dejó más de esta historia. Gracias a los que comentan esta historia, y a todos los que leen en general. Espero siga siendo de su agrado. I love you



Vientos Celestiales...Un Giro Del Destino


Capítulo 16

—Nunca había estado en Chicago —comentó Lena, contemplando los altos edificios por la ventanilla—.Es impresionante.

—No, no son más que edificios —le aseguró Yulia. Entonces tomó dirección al este por la ronda de Congress y le tocó el brazo a Lena—. Eso sí que es impresionante —afirmó con una indicación de cabeza.
Lena abrió unos ojos como platos al ver aparecer el lago Michigan.
—Mira qué lago tan grande, pastelito —exclamó. Skye estiró el cuello desde su sillita y vio el agua.
—¡Abua, Yula! —se entusiasmó, y las dos mujeres se echaron a reír.  Por el retrovisor, Yulia vio que la niña hacía un mohín.
—En verano —le recordó.
 
Subieron al apartamento del décimo piso en ascensor.
—No me creo que vivas aquí —se asombró la pelirroja cuando se abrieron las puertas.
Skye se aferró del cuello de Yulia al recorrer el rellano hasta la puerta; la pelinegra la abrió y entró, seguida de Lena, que echó un vistazo circular a la enorme sala de estar.
—Dios mío, pero si es tan grande como toda la cabaña.
—Lo sé. Estoy intentando venderlo, pero de momento es mi casa y la vuestra, así que poneos cómodas —les dijo, y dejó a la niña en el suelo.
Lena observó la amplia sala con atención. Junto al fabuloso ventanal que daba al lago Michigan había un piano enorme. La pared de enfrente era toda una chimenea y había un gran sofá colocado ante ella, con aspecto de ser muy cómodo. La parte de comedor estaba atrás y la cocina, a la derecha. Era todo abierto y
parecía un estudio gigantesco.
—Los dormitorios están por el pasillo. El principal tiene su propio baño. El otro baño está al fondo —explicó Yulia, al tiempo que encendía la chimenea de gas—. Fuego
instantáneo—anunció

—.Aunque prefiero la cabaña.
—Yo también. Me encanta el olor a la madera quemada en la chimenea —suspiró Lena, contemplando las llamas.
Y así, sin más, Yulia se sintió inexplicablemente feliz; se acercó a Lena, se puso delante de ella y le cogió la cara entre las cálidas manos.
—Quiero besarte.
—Me gustaría.
Yulia la besó con dulzura y se apartó, meneando la cabeza.
—¿Qué está pasando, Lena?
—No estoy segura, pero me gusta.
—A mí también.
La pelinegra la besó de nuevo y esta vez fue Lena la que se apartó; sonrió y se dirigió a la ventana. Yulia la siguió y le puso las manos en los hombros.
—¿Qué pasa? ¿No debería haberte besado?
Lena negó con la cabeza y se enjugó las lágrimas, dándole la espalda, pero Yulia la hizo volverse cariñosamente.
—Eh, ¿qué te pasa?
—Son las hormonas, creo. No me hagas caso —rió la pelirroja.
—Lena, creo que...
—No, no lo digas —la acalló Lena, poniéndole la yema de los dedos sobre los labios. Yulia frunció el ceño y le besó los dedos.
—Lo entiendo, están pasando muchas cosas y conoces mi reputación —suspiró, resignada, y se alejó.
—Yulia, no es eso —insistió la ojiverde, que la siguió por el pasillo hasta que Yulia se volvió para mirarla a la cara—. Es verdad que están pasando muchas cosas, pero no tiene nada que ver ni con tu pasado ni con el mío.
—¿El tuyo? —se extrañó Yulia—. El pasado no me importa.
Lena se pasó la mano por la barriga.
—Tenemos muchas cosas de las que hablar.
Yulia le echó un vistazo a su vientre y luego volvió a mirarla a los ojos.
—Es verdad. Y hablaremos de todo eso. Lena, creo que estoy enamorándome de ti.
Lena cerró los ojos y se llevó la mano a la cara.
—No sabes lo que estás diciendo —abrió los ojos—.Mírame.
Yulia sonrió, apoyada en el marco de la puerta.
—Te estoy mirando.
La pelirroja se puso como un tomate.
—No digas nada que luego...
En ese momento apareció Skye corriendo por el pasillo.
—¡Mamá! ¡Pes, pes! —gritó, y le tiró del pantalón a su madre —.Ven.
—Luego hablamos —dijo Yulia.
Entraron en un dormitorio pequeño, en donde había un acuario en una de las paredes. Yulia fue hasta él y le dio al interruptor del fluorescente del tanque, que se encendió tras un parpadeo. Skye estaba anonadada con los peces de colores que nadaban dentro. Entonces a Yulia se le ocurrió una idea, se agachó al lado de la niña y le acarició los rizos rubios.
—Oye, pitufa, ¿qué te parecería que esta fuera tu habitación? Puedes dormir aquí y ver los peces. También puedes ponerles  comida y cuidarlos por mí.
Skye abrió los ojos como platos y abrazó a Yulia con todas sus fuerzas.
—Mi habitación. ¿Pono comida pes?
—Sí, pero los tienes que cuidar —le recordó Yulia. Skye asintió y cogió el bote de comida.—Luego te enseñaré cómo darles de comer —le dijo Yulia. 
Skye corrió hacia su madre.
—Mamá, mi habitación.
Lena miró a Yulia con suspicacia.
—¿En qué está pensando esa cabecita musical? —le preguntó. Luego le devolvió su atención a Skye—. Es genial, pastelito. ¿Quieres tener tu propia habitación?
La pequeña asintió, dejó su pez de peluche en la cama y lo acarició cariñosamente.
—Mi camita. Mi pes.
—Bueno, pues ya está todo arreglado. Skye tiene su habitación. Ahora tenemos que pensar dónde quiere dormir mamá —comentó Yulia, y se rascó la barbilla como si reflexionara sobre la cuestión.
Junto a la puerta, Lena miró al cielo.
—Serás cría... —la riñó, aunque no pudo disimular la sonrisa.
—Mmm... ¿dónde debería dormir mamá? —suspiró Yulia, y bajó la vista hacia la rizada cabecita rubia en busca de ayuda.
—Yulia Volkova —protestó Lena, si bien con poca firmeza.
Su hija adoptó la misma postura meditabunda de la pelinegra, rascándose la barbilla. Al final frunció el ceño y las miró a las dos.
—Mamá domme con Yula.
Yulia abrió la boca como si la idea le pareciera descabellada.
—¡No! ¿Crees que mamá y yo deberíamos dormir en la misma cama?  Skye asintió con énfasis.
—Claro —zanjó la niña.
—Claro. Estoy de acuerdo con la pitufa —asintió la ojiazul a su vez—.Todo arreglado. Mamá domme con Yula —murmuró Yulia en voz baja y sensual. Al pasar junto a la sonrojada Lena, le dio un beso en la mejilla.
—Muy bien, ya tenemos la nevera llena. Solo tengo que pasar un momento por el estudio. Como mucho en un par de horas estaré de vuelta —anunció Yulia. Se puso el abrigo, agarró a Lena de la cintura y la atrajo todo lo
que el bebé permitía. —Ten la cena hecha, mujer —le ordenó en tono seductor, y le dio un profundo beso en la boca.
Lena miró a Yulia con los ojos entornados y esta esbozó una sonrisa azorada.
—O ya traeré algo de cena. Ah, casi se me olvida, ten... —le dio a Lena un teléfono móvil—. Por si sales con Skye y tienes que llamar. Llévalo encima. —La besó de nuevo—. Me gusta besarte.
—Yula, besito. Aúpa.
La pelinegra levantó a Skye fácilmente con un solo brazo y le dio un beso.
—Besito a mamá otavés —rio la niña.
—Será un placer. Yulia besó a Lena y esta exhaló un suspiro de satisfacción cuando se separaron.
—Otaves, Yula —musitó Lena.
Yulia dejó a Skye en el suelo y besó a la pelirroja profundamente. Las dos suspiraron cuando, por fin, Yulia la soltó a regañadientes.
—Tengo que irme. Os veo dentro de un rato. Pitufa, vigila a los peces. Le guiñó un ojo a Lena y salió por la puerta. La pelirroja miró a su hija.
—Yulia está chiflada.
Skye asintió y echó a correr hacia su nueva habitación.



Niles observó a Yulia mientras su amiga ojeaba las partituras. Estaba tarareando. Yulia Volkova estaba tarareando. En un momento dado se arremangó y dijo, con un gruñido:
—Muy bien. ¿Cómo vamos, Niles? ¿Cuánto tiempo...? Pero calló al ver que Niles sonreía de oreja a
oreja. —¿Por qué coño sonríes así? —le preguntó, con los brazos en jarras.
—Ah, por nada, por nada. ¿Cómo están Lena y la pequeña Skye? Dios, ya es como si las conociera personalmente. Entonces fue la pelinegra la que sonrió.
—Están bien. Las... las he traído aquí. Supuse que estaría liada al menos un par de semanas y no quería...
—¿Perderlas de vista durante tanto tiempo? —aventuró Niles. Yulia gimió.
—No, sencillamente no quería dejarla sola tanto tiempo. Sale de cuentas en diciembre. Yo... bueno, yo... Ah, cierra el pico, Niles —rugió, y se puso a reordenar las partituras—. Tenemos trabajo que hacer, listillo —zanjó con un gruñido, y se sentó a su lado ante el panel de control de sonido de la cabina.
Niles sonrió y se acercó al micrófono.
—Ay, Jeffrey, a ver si complacemos a la compositora, que parece que hoy se ha levantado con el pie izquierdo.
 Yulia contó hasta diez con los ojos cerrados.
—Cuando acabemos te asesinaré —farfulló entre dientes.
Niles tapó el micrófono con la mano.
—Tomo nota. Muy bien, vamos a ver cómo suena.

Casi tres horas después, la pelinegra estaba a punto de estrangular a alguien. Pero no a alguien cualquiera: a Suzette.
—¿Es posible que pueda sonar peor? —gimió, con la cara entre las manos. A continuación agarró el micro y aulló. —¡Basta!
Niles le quitó el micrófono a toda prisa, antes de que empezara a soltar tacos.
—Bienvenido —saludó a Jeffrey, que entró en la sala de sonido como un vendaval.
—O se va ella o me voy yo. Ya no aguanto más —bufó. Yulia agitó una mano en gesto de asentimiento
—Yul...—le suplicó él.
—Lo sé, lo sé —aseguró Yulia, que echó un vistazo a la hora —.Mierda. Vamos a descansar por hoy. Mañana hablaré con Suzette.
—Encontraré a otro chelista, no te preocupes. Ve a casa, pareces agotada —le dijo Jeffrey.


Lena tenía el pollo en el horno y miró el reloj. Aunque Yulia le había dicho dos horas, ya hacía casi tres. Miró el móvil y se mordió el labio. No quería parecer una de esas mujeres pesadas y controladoras, porque lo más probable es que a Yulia se le hubiera ido el santo al cielo sin más. No obstante, sus hormonas eligieron ese momento para ponerse tontas. ¿Y si estaba con la chelista sin oído musical? Yulia tenía una vida sexual activa y mantenía una relación con aquella mujer. ¿Acaso podía culparla Lena? Seguro que era preciosa, con una figura de escándalo, y no estaba embarazada. Y también sabía perfectamente cómo darle placer a Yulia.
La inseguridad se apoderó de ella en un abrir y cerrar de ojos: estaba embarazada, gorda y con los pies hinchados. Se sentó en una silla de la cocina y tuvo que echarla hacia atrás para que cupiera el barrigón que acarreaba. ¿Qué razón tendría Yulia Volkova para quererla? Skye, esa era la razón. Yulia quería a Skye
y se sentía responsable de ellas. A lo mejor Yulia solo decía que la quería por Skye. A lo mejor no la quería en absoluto y ahora mismo estaba con Suzette. A lo mejor Yulia era como Irina y de lo que estaba enamorada era de una idea.
—Pues muy bien, Volkova. Tú acuéstate con tu chelista. Yo tendré a mi hija y nos volveremos las tres a Nuevo México —murmuró, con los ojos anegados en lágrimas.
Justo en ese momento se abrió la puerta y la voz de la pelinegra sonó desde la entrada.
—¡Lena, siento llegar tarde!
La pelirroja se puso de pie con dificultad y se dirigió a la sala de estar con evidente enfado y un cucharón de madera en la mano. Yulia notó de inmediato la cara que traía.
—Eh, Lena, baja eso, no vayamos a hacernos daño —le dijo, mientras se quitaba el abrigo muy despacio—. Siento llegar tarde, me lié en el estudio.
—¡Con Suzette, seguro! —exclamó Lena.
A Yulia casi se le salieron los ojos de las órbitas. «Vale, recuerda que sale de cuentas en un mes. Has leído los
libros, tonta.»
—¡Yula! —la saludó Skye, que salió de su habitación y corrió hacia ella.
—Hola, pitufa —la saludó la ojiazul alegremente, cogiéndola en brazos para darle un beso—. ¿Has cuidado a los peces? —le preguntó al dejarla en el suelo.
Skye asintió, encantada de la tarea, y volvió trotando a su habitación. Lena se llevó una mano temblorosa a la cara y Yulia se le acercó y la rodeó con los brazos.
—Lena, perdóname.
—No, perdóname tú. Soy una idiota —aseguró. Apartó a Yulia con delicadeza y volvió a la cocina; la pelinegra hizo una mueca de dolor y la siguió.
—Huele muy bien. Oye, ¿por qué no vas y te sientas delante de la chimenea? Yo ya acabo de hacer la cena.
—Está todo hecho. Hace una hora que está listo —espetó Lena, que enseguida volvió a odiarse por sonar como una esposa gruñona y se dejó caer en la silla de la cocina.
—Oh, Lena, lo siento. No estoy acostumbrada. Dame tiempo, por favor. Debería haber llamado, lo sé. Yulia se agachó junto a Lena y le cogió las manos, pero la pelirroja soltó una y se la pasó por el corto pelo negro.
—No puedo pretender que cambies tu vida por completo. Es el embarazo, Yulia. Tengo miedo. Yulia levantó la cabeza de golpe.
—¿De qué?
Lena le puso una mano en los labios.
—Es que estoy tan cansada todo el tiempo que no sé. Seguro que es normal.
—¿Cuándo tienes cita con la doctora Haines?
—Pasado mañana. Me llevaré a Skye.
Yulia se sentó sobre los talones, desilusionada, y miró a la pelirroja a los ojos, llenos de determinación.
—No quieres que vaya contigo —dijo en tono de decepción. Lena escrutó su triste mirada azulada.
—No quiero entorpecer tu trabajo, ya has hecho demasiado.
—¿Pero quieres que vaya? Porque yo quiero ir —aseguró Yulia con total seriedad.
—Claro que quiero que vengas. Sencillamente no se me había ocurrido que tú quisieras estar.
Yulia se frotó los ojos cansados.
—Vamos a cenar, y cuando Skye se vaya a dormir tú y yo hablaremos. Hablaremos de verdad.

Yulia apenas llegó a saborear nada de la cena, porque Lena y ella se intercambiaban miradas nerviosas continuamente. Luego fregó los platos mientras la pelirroja acostaba a Skye. Al acabar, apagó la luz de la
cocina y se dio cuenta de que tenía la boca seca y que el corazón le iba a cien. Casi se tropezó con Lena al salir de la cocina, y esta se rio y se agarró de su brazo para sostenerse en pie. Yulia la miró a los ojos verdes-grisaceos y le apartó un rizo de la cara con cariño.
—¿Te apetece chocolate caliente?
Lena negó con la cabeza y llevó a Yulia a la sala de estar, en donde se sentaron en el sofá y contemplaron el fuego. La pelinegra sabía que Lena no sería quien rompería el hielo, ya que la brillante idea de tener aquella conversación había sido suya.
—Bueno —musitó, mirando a Lena de reojo.
—¿Sí?
—Si quieres decir algo en cualquier momento...
—Mira, Yulia, de verdad que no hace falta que tengamos ningún tipo de charla.
Yulia se volvió hacia ella mientras Lena hablaba.
—Como ya hemos dicho, esto es nuevo para todas. Tú aterrizaste en este marrón de rebote y sé que no es lo que tú querías. No quiero que te sientas obligada a decir nada que no sientas realmente. Admito que disfruto de tu compañía y me encanta que Skye te adore. Guardó silencio un instante, como si tratara de poner en orden sus pensamientos.
Yulia se echó hacia atrás y se apoyó en el respaldo del sofá, sin dejar de mirarla. Era consciente de lo mucho que le gustaba contemplar a Lena: ver cómo fruncía el ceño cuando estaba muy concentrada, cómo la sonrisa le salía del alma cuando hablaba sobre Skye. Cómo le dolía el pecho cuando estaba lejos de Lena. Para Yulia, el resto de las cosas habían perdido todo interés.
—¿Me estás escuchando?
Yulia notó que sonaba enfadada y parpadeó.
—Sí, sí, continúa.
—¿Qué acabo de decir?
La pelinegra no pudo evitar una enorme sonrisa.
—Creo que estabas a punto de decirme que me querías.
Lena enderezó la espalda y le regaló una expresión de estupefacción. A Yulia también le gustaba aquella expresión.
—¿Qué has dicho?
—Que creo que estabas a punto de...
—No lo he dicho.
—No, pero estabas a punto de hacerlo —repitió Yulia, acariciándole el hombro.
—No, no lo estaba. Estaba ofreciéndote una salida, Volkova arrogante.
Yulia enarcó una ceja y se deslizó en el sofá para acercarse más a la otra mujer.
—¿Crees que quiero una salida?
Lena inspiró entrecortadamente y se miró las manos sobre el regazo.
—No te culparía si fuera así.
—Bueno, eso es verdad.
—Por favor, no juegues conmigo, Yulia. Ahora no.
La tristeza en la voz de Lena dejó a Yulia sin habla. Alargó la mano, le apoyó las yemas de los dedos en la barbilla para obligar a que la mirara a la cara y la sorprendió comprobar que Lena tenía los ojos llenos de lágrimas. Pasó otro largo segundo de silencio mientras Yulia la miraba profundamente a los húmedos ojos verdigrises.
—Lena Katina, ¿qué me has hecho? —susurró.
—No lo sé, pero, sea lo que sea, tú también me lo has hecho a mí.
—Nunca jugaría con tus sentimientos, Lena —aseguró. Era algo que tenía que decir antes de perder el coraje—. Te quiero.
Lena escrutó su rostro y a continuación, sin previo aviso, hundió la cara entre las manos y trató con todas sus fuerzas de no desmoronarse y romper a llorar. Yulia lo sabía y torció el gesto.
—¿Vas a llorar?
  La pelirroja solo pudo asentir antes de estallar en sollozos y abrazarse del cuello de Yulia, que la estrechó con fuerza y la dejó llorar en su hombro. Sonriente, Yulia la acunó con dulzura y la besó en el pelo.
—¿Así que tú también me quieres?
Lena asintió entre sollozos, tratando de hablar.
—Yo... yo... —balbuceó.
—¿Y sentiste lo mismo cuando leíste el poema? Porque me pareció que lo veía en tus ojos cuando nos miramos —quiso saber Yulia.
Lena volvió a asentir.
—Sí... Nu-nunca pensé que tú... —sollozó sin remedio.
—¿Sentiría lo mismo? —completó Yulia. Lena asintió una vez más, deshecha en lágrimas—. Bueno, pues así es. Lo que no me creo es que me quieras tú —murmuró, en tono maravillado—. Un día de estos, cuando dejes de llorar, tendrás que decírmelo en voz alta, para que me lo crea. Espero que sea antes de que nazca el bebé.
Lena se apoyó en su hombro y dejó de llorar. Cuando se separó de Yulia y la miró a los ojos, tomó aire entrecortadamente.
—Te quiero. Te he querido desde que leí aquel poema. No sé por qué a Skye le gusta tanto.
—¿Se lo leías con Irina? —preguntó la pelinegra, pese a saber que no tenía derecho a saberlo.
—Por Dios, no —exclamó Lena, agitando la mano.  Yulia reprimió las ganas de sonreír y la dejó continuar—. Irina, que en paz descanse, no era de esas. Un día me iba a echar la siesta con Skye y me pidió que le leyera, y era el único libro que tenía a mano. Entonces me acordé del poema. Es como veo yo el amor, supongo—explicó. Yulia le dio un beso en la cabeza—. Supongo que a Skye le hizo gracia.
—Está hecha un pequeño Cupido, debo decir.
Yulia rodeó los hombros de Lena con el brazo y la apretó contra sí. Juntas, se apoyaron contra el respaldo del sofá y permanecieron cómodamente en silencio un rato.
—Yulia... —dijo Lena al fin.
—¿Mmm? —musitó la ojiazul, acariciándole el pelo.
—No voy a ser siempre así: gorda e hinchada.
Yulia percibió la nota de preocupación en la voz de la pelirroja y estrechó su abrazo.
—Qué tonta eres, tortuguita. No me creerás, y no sé si es porque las dos somos mujeres y podemos empatizar y entendernos a un nivel primario o porque toda la situación me sobrepasa, pero te encuentro extremamente sexy y muy deseable y sé que tú ahora mismo no te sientes así. Sin embargo, Katina, cuando lo hagas...
Estás avisada.
Lena la miró a los ojos y le acarició la mejilla con suavidad.
—Gracias. Ha sido perfecto.
—Es fácil cuando es la verdad.
Al cabo de unos segundos, Lena volvió a hablar.
—Y... ¿qué pasará cuando nazca el bebé?
—¿A qué te refieres?
—Quiero decir que, seamos realistas, tú estás acostumbrada a vivir sola y a ser libre. ¿Seguro que quieres asumir todo esto? —quiso saber Lena, cuya voz sonaba trémula. Yulia no titubeó.
—Sí, por primera y única vez en la vida, estoy enamorada y te quiero a ti, a Skye y al futuro hobbit.
—Dios, estoy loca por ti —murmuró Lena, y se acurrucó aún más cerca de Yulia—. Ya cambiarás de opinión cuando tengas que levantarte a las dos de la mañana para darle el biberón.
—Eso es lo que tú te crees. Esa niñita te chupará el pecho a ti, querida, no a mí.
De nuevo se produjo un momento de silencio.
—Bueno, pero tú estarás ahí de alguna manera —le aseguró Lena en un susurro. Yulia dejó escapar un gemido de alegría. —¿Eso quiere decir que quieres venir al médico conmigo?
Yulia se inclinó hacia delante, se volvió hacia Lena en el sofá y le cogió las cálidas manos.
—Lena, escúchame, por favor. Quiero ser parte de esto. Soy parte de esto. Te quiero a ti y al bebé y quiero estar a tu lado en todo, para cualquier cosa que necesites. No me importa el trabajo. Voy a acompañarte al médico siempre que vayas, da igual cuándo sea, ¿de acuerdo? Lena se apartó un grueso rizo de la frente.
—De acuerdo.
Yulia dejó escapar un sonoro suspiro de alivio.
—Me habías preocupado, Katina. No vuelvas a hacerlo —le pidió Yulia, que, sin embargo, notaba cómo la pelirroja tenía algo más en mente —. ¿Qué, Lena?
Lena se puso como la grana.
—Yo... quiero decir, nosotras... —se interrumpió, y miró a Yulia, que trataba de descifrar lo que quería decir—. Ahora mismo, como estoy embarazada, yo no...
Cuando Yulia cayó en lo que quería decir, soltó una carcajada, pero dejó de reírse cuando Lena la fulminó con la mirada.
—Sé adónde quieres ir a parar, cariño. Verás, hay un capítulo entero sobre el sexo y la futura madre. La pelirroja agachó la cabeza y gimió, pero Yulia continuó. —No te apetece mucho el sexo ahora, ¿verdad?
Lena levantó la cabeza de golpe y miró a Yulia con incredulidad.
—¿Tenemos que hablar de esto ahora?
—No —la tranquilizó la pelinegra —. Creo que ya hemos aclarado muchas cosas por esta noche.
—Estoy de acuerdo —dijo Lena, acomodando la cabeza en el hombro de Yulia.
—Tú y yo necesitamos estar solas. No sexualmente, lo sé. Peronecesitamos intimidad, sin hacer el amor. Necesitamos tener también ese tipo de conexión. El sexo ya llegará —dijo Yulia, con una sonrisa radiante.
Lena se miró la barriga, nerviosa.
—Ya sé que tardará un tiempo, pero puedo esperar —susurró Yulia, y la besó en el estómago, en el cuello y en los labios—. Hay mucho por lo que esperar.
Las dos mujeres contemplaron el fuego en silencio, mientras Yulia le acariciaba la cabellera rizada a Lena con gesto ausente. Lena le acarició el rostro y musitó:
—¿Dormirás conmigo esta noche?
A Yulia le dio un vuelco el corazón. Se levantó y le tendió la mano a Lena.
—Ve a ver cómo está Skye. Yo mientras echaré la llave.
La pelirroja asintió, sonriente, y se marchó, no sin antes abrazar a Yulia y besarla lenta y profundamente.
—Te veo en el dormitorio.
Yulia se quedó donde estaba, balanceándose, hasta que Lena desapareció por el pasillo. Entonces apagó la chimenea, cerró y apagó las luces. Se encontró con Lena en el pasillo a oscuras; la única luz existente provenía de la lamparita de noche de Skye, y Lena había dejado la puerta entreabierta.
—¿La pitufa duerme? —susurró Yulia.
Lena asintió, y la besó en la mejilla.
—Gracias.
—¿Por qué?
—Por entrar en nuestras vidas y por querernos.
—Ha sido, de lejos, lo más fácil que he hecho nunca —repuso Yulia, besándola en la frente—. Venga, es hora de acostarse.
Lena sonrió, la cogió de la mano y atravesó el pasillo. En el dormitorio, la pelirroja cogió el camisón y fue a cambiarse pudorosamente al baño. Yulia sonrió, se desnudó y se puso el pijama ya por costumbre. Cuando Lena volvió y la vio, se echó a reír.
—Creo que Skye y yo ya te hemos torturado demasiado —le dijo, indicando el pijama.
—No quiero que parezca que... Pero calló cuando Lena rodeó la enorme cama y se quitó la bata.
Yulia tragó saliva con dificultad al contemplar a la hermosa mujer embarazada ante sus ojos, con el ligero camisón de seda suelto sobre su cuerpo. Esta sonrió, con una ceja levantada.
—¿Qué? No es la primera vez que me ves en camisón, Yulia.
—Sí... pero siempre estaba Skye en la habitación y ahora estamos... —cerró la boca, rodeó la cama y besó a Lena—.Túmbate, tortuguita —le dijo afectuosamente, al tiempo que retiraba el edredón.
Con un poco de ayuda, Lena se metió en la cama. La pelinegra le quitó las zapatillas y la arropó, antes de rodear la cama y apagar las luces. Para cuando Yulia se acurrucó al lado de Lena, esta estaba ya casi dormida.
—Es raro no tener a Skye en medio —murmuró la madre de la pequeña.
Yulia rio y la besó en la frente.
—Creo que nos acostumbraremos —le dijo. Lena se echó a reír
—. ¿Qué? —quiso saber Yulia, curiosa.
—Cariño, quítate los bóxers —se carcajeó Lena—. Te he visto desnuda.
—Genial. Yulia saltó de la cama y se quitó el pijama, encantada de deslizarse desnuda bajo las sábanas y acurrucarse detrás de Lena. —¿A qué te refieres con que me has visto desnuda? ¿Cuándo? He ido con mucho cuidado —le preguntó Yulia al oído.
Lena estiró el brazo hacia atrás y le apoyó la mano en la mejilla.
—Fuiste a nadar desnuda una mañana y, bueno...
Yulia sonrió de oreja a oreja cuando Lena calló y adivinó el rubor que le subía por las mejillas.
—Qué poca vergüenza que tienes —la riñó Yulia en voz baja y traviesa.
—Tienes un cuerpo muy hermoso. Ten paciencia conmigo, por favor —pidió Lena.
Yulia se incorporó en la cama e instó a Lena a que se pusiera de espaldas.
—Me pareces preciosa, no te preocupes por eso, por favor. Confía en mí para tenerte así abrazada. Para mí, dormir a tu lado es el paraíso. Buenas noches —le susurró en los labios.
—Buenas noches —murmuró Lena.
Durmió plácidamente... durante dos horas. El bebé le presionaba la vejiga y la pelirroja se levantó de la cama con un gemido y se dirigió al baño. De vuelta del baño le echó un vistazo a Skye, que estaba profundamente dormida, abrazada del pez de peluche. Lena sonrió y volvió a la cama. Yulia estaba tumbada bocabajo y Lena se quedó un momento mirando aquel cuerpo tan delicioso antes de meterse entre las sábanas con un gruñido quedo. Bastó para despertar a la pelinegra, que irguió la cabeza.
—¿Estás bien? —farfulló, y empezó a incorporarse.
Lena se echó bocarriba a su lado y Yulia se pegó a ella y le apoyó el brazo en el pecho con un suspiro. Tenía la cara tan cerca sobre la almohada que Lena notaba su aliento cálido en la mejilla.



Yulia se despertó con un suspiro de satisfacción, abrió un ojo y sonrió. Lena seguía dormida, con la boca entreabierta, y respiraba lenta y acompasadamente, así que Yulia se tomó su tiempo maravillándose de su cuerpo. Con mucho cuidado, se inclinó y apoyó el oído en el vientre de la pelirroja.
—¿Me oyes? —susurró Yulia—. Quiero a tu mamá. Es muy bonita y te quiere. Ah, y me llamo Yulia.
—¿Qué haces?
Yulia levantó la vista y sonrió.
—Buenos días, mamá. Estamos conociéndonos. Ahora ya oyen, ya sabes.
Lena soltó una carcajada adormilada y se desperezó.
—¿Vas a seguir citando ese libro hasta que nazca?
—Seguramente. —la pelinegra la besó en la barriga—. ¿Has dormido bien?
Lena abrió los brazos y Yulia se acostó con la cabeza sobre su pecho.
—Qué suave y acolchadita, Katina.
Lena dejó escapar una risilla nerviosa.
—Y muy sensible. He dormido muy bien. Me ha encantado tenerte al lado al despertar. Ha hecho que levantarme al baño a las tres de la mañana fuera casi un placer.
—¿Mamá?
Las dos mujeres se volvieron hacia la puerta, en donde Skye estaba frotándose los ojos con cara de sueño.
—Hola, pitufa —la saludó Yulia.
Skye sonrió enseguida y escaló a la cama con los ojos medio cerrados.
—Mierda —se sobresaltó Yulia, y se apresuró a taparse con la sábana.
Lena puso los ojos en blanco como respuesta a su sonrisa azorada, mientras Skye se acomodaba entre las dos y se abrazaba a su madre.
—Yula desnuda —le confió en un susurro.
Yulia se puso como un tomate y se tapó la cara con las manos.
—Ya lo sé —le contestó Lena, estrechando a Skye entre sus brazos—. Se ha olvidado el pijama en la cabaña.
La pelinegra hizo una mueca, se levantó de la cama y se apresuró a ponerse los bóxers y la camiseta de tirantes.
—Voy a preparar el desayuno.
—No sabes cocinar.
—Ah, bueno, pues prepararé el café. Tú haces el desayuno.
Lena la escuchó silbar en la cocina desde la cama, con Skye a su lado. La pequeña se sacó el pulgar de la boca.
—Yula divertida.
Lena se rio y le hizo cosquillas.
—Sí, Yulia es muy divertida.
—¡Mamá, para!
Lena cedió y apretó a Skye contra su pecho.
—Pastelito, quiero preguntarte una cosa.
Skye se puso de rodillas al lado de su madre, con las mejillas sonrojadas y los rizos rubios desordenados.
—¿Te gusta Yulia, verdad?
—Ajá.
—¿Te gustaría que viviera con nosotras?
Skye frunció el ceño, muy concentrada, y por un segundo la pelirroja  vaciló.
—¿Qué, nena?
Skye se le acercó y susurró.
—Tengo caca.
Lena se echó a reír y le desordenó el pelo con los dedos.
—Muy bien, Skye. Ve yendo, que ahora voy yo.
 
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Mensaje por Aleinads 8/1/2015, 11:53 pm

Siento tanto amor con tu fic que wow! De corazón muchas gracias por deleitarnos a diario con tan hermosa historia Smile I love you
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Mensaje por flakita volkatina 8/3/2015, 10:40 pm

Que fueeeerteee jajajajaja esa yuli es todo un dulce me encanta en esta historia bueno en todas jajajaja
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Mensaje por Lesdrumm 8/3/2015, 11:07 pm

Vientos Celestiales...Un Giro Del Destino


Capítulo 17


—Bueno, estás un poco por debajo del peso para mi gusto, pero todo está bien. Veo que no queréis saber el sexo del bebé —comentó la doctora Haines, quitándose las gafas con una sonrisa.
Yulia dirigió a Lena una mirada curiosa.
—¿De verdad? Creía que lo sabías, porque siempre te refieres al bebé como «ella» —razonó.
—Quiero que sea una sorpresa —contestó Lena, encogiéndose de hombros—. ¿Tú quieres saberlo?
Yulia se lo pensó un segundo, pero al final sonrió.
—No, que sea una sorpresa. Lena le cogió la mano. —¿El peso de Lena es un problema? —se interesó Yulia,
apretándole la mano a la otra mujer. La doctora negó con la cabeza.
—No, tengo los resultados de todas las pruebas que hizo vuestro médico de Wisconsin. Estás rozando la anemia, así que descansa todo lo que puedas y vigila la dieta, como ya has estado haciendo. El bebé debería nacer la primera semana de diciembre. ¿Vais a quedaros en Chicago?
—¿Sería mejor quedarnos? —preguntó Lena con gravedad.
—No es imperativo, pero me gustaría controlar la anemia. Como te decía, no es nada fuera de lo común, pero convendría que te quedaras en la ciudad si es posible.
—Vivimos lejos del hospital —intervino Yulia, y miró a Lena de reojo—. Nos quedaremos aquí. Podemos subir al norte en cualquier momento.
Lena asintió y se llevó la mano a la barriga con inquietud. La doctora las miró a ambas y esbozó una sonrisa.
—¿Es el primero, veo?  Las dos asintieron. —Todo irá bien. El único problema que veo es el peso. El corazón del bebé está perfectamente. Tiene el tamaño adecuado y todo va muy bien —les aseguró.
 Lena torció los labios en una sonrisa nerviosa y le apretó la mano a Yulia.
—El estrés es otro factor que debemos considerar. No sé nada de vuestra vida personal, pero veo que os importáis la una a la otra, y eso es bueno, porque vais a tener que ayudaros. ¿Existe algún otro factor de estrés?  Yulia y Lena se miraron y la primera negó con la cabeza. —¿Lena? La pelirroja cruzó una nueva mirada con la ojiazul, pero no dijo nada. —¿Qué os parece si os dejo solas unos minutos? Te apuntaré cita para el martes a las tres —ofreció la amable doctora, y salió de la consulta.
—¿Qué sucede, cariño? —preguntó Yulia, sin despegar los ojos de Lena.
—Es que... No te enfades. Suzette llamó el otro día y... ella...
—¿Ella qué?
—Dijo que estabais juntas la otra noche, cuando llegaste tarde. Lo sé, sé que mentía. Confío en ti, Yulia.
La pelinegra se levantó y empezó a pasear de lado a lado de la habitación, cada vez más furiosa con cada paso que daba. Al mirar a Lena, que se veía cansada y pálida, se arrodilló ante ella.
—Muy bien, de ahora en adelante, cuéntame las cosas, por favor. No te estoy ocultando nada, no estoy con nadie. Lo sabes.
—Sí. Por favor no te enfades.
Yulia le puso los dedos en los labios.
—No te preocupes, que el bebé te oye. Oye, ¿ya has pensado en algún nombre? Nunca hemos hablado de eso. Espera, mejor volvemos a casa y lo pensamos entre las tres.
—Skye nunca nos lo perdonaría —afirmó Lena.
Yulia sonrió, aunque en quien pensaba era en Suzette. Iba a matar a aquella zorra traidora.
 
Al entrar en la sala de estar se encontraron con Niles llevando a Skye a caballito por toda la habitación. Brian estaba sentado en el sofá con una copa de vino y se destornillaba de risa.
—Mamá, Nize sube caballito —exclamó la niña.
Niles la dejó en el suelo e hizo como si no viera la mueca burlona de Yulia, rojo como la grana, mientras la niña corría a los brazos de su madre. Yulia la interceptó, la levantó en volandas, le dio un beso en la mejilla y luego se la pasó a Lena.
—No puedes levantar peso —la advirtió en tono severo.  La pelirroja puso los ojos en blanco—. Gracias, Niles, eres un buen amigo. El aludido sonrió ampliamente.
—Me gusta el efecto que Lena ejerce sobre ti, gracias.
—Ah, por cierto, ¿ya habéis encontrado a otro chelista?
—De hecho, puedo tener a uno para pasado mañana. Está grabando un anuncio de detergente. Qué puede aportar un chelo al detergente es algo que se me escapa, por cierto —se encogió de hombros Niles.
—Bien, mañana se lo diré a Suzette —afirmó Yulia.
Niles le dio una palmada en la espalda.
—Perfecto, yo no estaré —dijo. Yulia lo fulminó con la mirada—. Es broma.
Los cuatro se despidieron con sendos besos y Niles le pellizcó la nariz a Skye.
—Buenas noches, pequeña diosa —le dijo, dándole un beso en la mejilla.
Brian se rio y la besó en la frente.
—Vaya rompecorazones que vas a ser.
Lena los acompañó a la puerta. Al volver, Yulia estaba de pie delante del fuego y sus ojos azules, habitualmente cálidos, tenían un brillo oscuro, glacial y acerado como los de un lobo al reflejar las llamas.



Como un tigre enjaulado, Yulia paseaba arriba y abajo en el estudio, mientras esperaba a Suzette, bajo la atenta mirada de Niles y Jeffrey.
—Yul, ¿quieres que se lo diga yo? —se ofreció Niles.
Enseguida, Jeffrey también se adelantó, dándole a entender que estaba igualmente dispuesto, pero la pelinegra se rio.
—Gracias, chicos, pero no. Tengo que hacerlo. Fue un error mío y me toca corregirlo. No os preocupéis, ahora soy una Yulia Volkova mucho más tranquila y sosegada —afirmó, arrancando las carcajadas de los dos hombres.
En ese momento se abrió la puerta, pero en lugar de Suzette fue Lena la que apareció, con Skye de la mano. Yulia parpadeó y sonrió.
—¿Qué coño...? —Suspiró y fue a reunirse con ella.  
Niles y Jeffrey las observaron con complicidad.
—No me digas que las mujeres no son más perspicaces que nosotros, Niles. Lena sabe lo que va a pasar, mírala. Parece una madre osa protegiendo a sus oseznos. Los dos se rieron.
—Yulia Volkova enamorada y con familia, nada menos. Será mejor que me retire antes de que las vacas vuelen —rio Niles. Jeffrey le siguió.
Yulia fue con Lena y aupó a Skye en cuanto la pequeña estiró los brazos hacia ella.
—Hola, pitufa —la saludó con un beso, antes de mirar a Lena—.¿Qué hacéis aquí? —preguntó, inclinándose para besarla. Lena suspiró al romper el beso.
—Skye y yo hemos salido a comprar caramelos para Halloween, lo cual me recuerda que mañana tenemos que ir a comprar una calabaza. Así que he pensado que podíamos pasar a ver dónde trabajabas —explicó con naturalidad. 
Como tenía cara de cansada, Yulia se preocupó.
—La doctora Haines te dijo que reposaras, no que te patearas la Orilla Norte de Chicago —la riñó con cariño, y la besó otra vez—.Pero me alegro de que estéis aquí. ¿No tendrá nada que ver con cierta chelista, entiendo?
—No seas boba.
—Mientes fatal —apuntó Yulia.
—Yula, toca piano —pidió Skye, palmeándole las mejillas.  Yulia no pudo resistirse a aquellos ojos verdes-grisáceos.
—Dios, qué pasa con las Katina y esos ojitos que ponéis... —refunfuñó, y dejó a Skye en el suelo antes de sentarse al piano.
Lena se puso al lado del instrumento y se acercó a Yulia, con una sonrisa.
—¿Qué pasó al final con la canción que tocabas en la cabaña?
—La dejé estar —repuso la pelinegra mientras tocaba.
—¿Por qué? Era muy bonita —opinó Lena, que cerró los ojos y suspiró—. Dios, qué bien que tocas.
—Eso es lo que le digo siempre, que debería componer su propia música y grabar un disco. Tiene un montón de canciones que podrían...
—Cállate, Niles —lo reprendió Yulia afectuosamente.
—Lo toca como una amante —le susurró Niles a Lena.
Esta se estremeció visiblemente al observar cómo Yulia deslizaba los largos y delicados dedos sobre las teclas blancas y negras. La pianista cruzó una mirada con ella y esbozó una sonrisa.
—Ah, idos a un hotel —protestó Niles, que había sido testigo de la escena.
Jeffrey se les acercó y le dijo algo a Yulia al oído. Ella dejó de tocar de inmediato, asintió y se levantó.
—Ahora mismo vuelvo, no os vayáis a ninguna parte. Luego te llevo a ti y a la pitufa a
comer.
Lena le dedicó una sonrisa de apoyo y le guiñó el ojo antes de que desapareciera por la puerta.
—Muy bien —advirtió Niles—. Lo siguiente que oigamos...
En ese momento, el choque de unos platillos los sobresaltó a todos y al volver la cabeza encontraron a Skye junto a la batería, con una baqueta en la mano.
—Skye toca, mamá —anunció.
Niles se partía de risa, mientras que Lena se había puesto como un tomate.
—No te reirás tanto si le da una patada a uno de los bombos, Niles —apuntó Lena, sin asomo de broma en su tono.
Niles saltó sobre Skye a toda prisa.



—Yulia, ¿qué haces aquí tan temprano? —preguntó Suzette, mientras se quitaba el abrigo.
—Suzette, tenemos que hablar.
Suzette se volvió hacia la pelinegra con una sonrisita seductora.
—¿Ya te has hartado de jugar a las casitas? ¿Has recuperado el juicio, Volkova? —aventuró, coqueta, acariciándole el cuello.
Yulia le apartó las manos bruscamente y se alejó de ella.
—Supongo que no —murmuró Suzette—. Entonces lo nuestro se ha acabado. ¿Es eso?
Lo entiendo. Tú y yo no teníamos ningún compromiso y ha sido divertido mientras ha
durado —dijo.
Yulia la observó detenidamente antes de hablar.
—Suzette, hemos tenido que contratar a otro segundo chelista. Lo siento, pero no encajas.
Suzette la miró como un animal atrapado.
—¿Que qué?
Yulia suspiró y se frotó la frente.
—Ya me has oído. Los tres estamos de acuerdo y he pensado que tenía que decírtelo yo. Tienes mucho talento—le dijo, a sabiendas de que era mentira. Le vino a la cabeza lo que había dicho Lena de ser diplomática—. Sencillamente esta pieza no es para ti. Créeme, encontrarás...
—¡No me jodas!
—Suzette... —empezó a decir Yulia.
La chelista agarró uno de sus zapatos de tacón de aguja y se lo tiró a Yulia, que logró esquivar el misil gracias a sus rápidos reflejos.
—Vale, estás disgustada y lo entiendo —intentó intervenir la pelinegra, mientras el otro zapato volaba por la habitación. Esta vez se agachó demasiado tarde y el proyectil hizo blanco en toda la nariz. Aturdida, Yulia se tambaleó hacia atrás y atravesó las puertas del estudio antes de caer de espaldas con la nariz sangrando del corte en el puente. —¡Joder! —gritó Yulia.
Suzette la siguió como un rayo.
—¿Crees que me puedes follar y luego tirarme como un pañuelo usado? —aulló—. ¿De qué coño vas?
Niles y Jeffrey se habían dado la vuelta ante la entrada triunfal de Yulia; Lena contemplaba la escena con los ojos desorbitados y Skye le tiraba del pantalón.
—Ha dicho palabrota, mamá.
—Y no va a ser la última, diosa mía —le susurró Niles, tapándole los oídos.
—Suzette, no estoy tirando a nadie. Es tu música —intentó explicar Yulia, aunque la voz le saliera nasal.
Suzette respiraba aceleradamente y la miraba como una demente.
—Suzette, por amor de Dios —se escandalizó Niles.
Skye abrió mucho los ojos y se fijó en Yulia, con el ceño fruncido. La mujer estaba echada hacia delante y se tapaba la nariz con la mano.
—¡Yula pupa! —exclamó, y echó a correr hacia ella.
Niles y Jeffrey la siguieron y Lena los imitó, tan rápido como le permitió su estado. Skye se había encarado con Suzette, con los bracitos en jarras.
—Pupa a Yula. Muy mal —gritó, y empujó a Suzette a la altura de la pierna.
Suzette trastabilló hacia atrás y bajó los ojos hacia la niñita rubia.
—¿Qué cojones es esto? ¿Es tu puta hija, Yulia?
Yulia rugió y parpadeó repetidamente para reprimir las lágrimas de dolor. Lena perdió los estribos, apartó a Niles de su camino, cogió a Skye y la arrastró detrás de ella. Niles se apresuró a coger a la niña y la retuvo pese a sus forcejeos.
—¡Deja! ¡Pupa a Yula!
—Skye —la acalló su madre. Skye se quedó quieta, mirando a Lena.
—Mamá, señora mala pupa a Yula. Lena le sonrió a su hija.
—Lo sé, pastelito.
Le hizo un gesto a Niles y este cogió en brazos a la revoltosa niña de tres años. Yulia seguía parpadeando para aclarar la vista, sin soltarse la nariz. La sangre le resbalaba entre los dedos.
—Suzette —musitó.
Sin apartar la mirada de Suzette, Lena habló.
—Yulia, siéntate y echa la cabeza hacia atrás, cariño. Se aseguró de enfatizar la última palabra, y Suzette le digirió una mirada incendiaria.
 Respiraba como un toro bravo, con las aletas de la nariz dilatadas. La voz calma de Lena hizo que Yulia se pusiera todavía más nerviosa.
—Suzette. ¿Puedo llamarte Suzette? Sé que sientes que Yulia te ha ofendido y puede que tengas razón. Sin embargo, si vuelves a intentar hacerle daño, te aseguro que aunque no te lo parezca encontraré la manera de hacer de tu vida un infierno. Que no se te vuelva a pasar por la cabeza hacerle daño a Yulia o a nuestra hija jamás.
Yulia levantó la cabeza de golpe al oír que Lena decía «nuestra» hija. Pestañeando, se levantó, se limpió la sangre con la manga y se colocó junto a Lena, con el brazo sobre sus hombros. Niles sonrió y dejó a Skye en el suelo; la niña corrió hacia Yulia y se puso entre las dos mujeres, con el brazo alrededor de la pierna de Yulia. Esta la miró y la cogió en brazos sin dificultad.
—Lo siento, Suzette. Esto no tiene nada que ver con lo que fuéramos tú y yo. Se trata de tu música. Se te ha pagado todo el mes, me parece más que justo. Adiós —zanjó, y empezó a alejarse, no sin antes volverse una última vez—. Ah, y no vuelvas a hablarle así a mi hija. No hay que decir palabrotas enfrente de los niños.
Lena puso los ojos en blanco y se alejó con Yulia, rodeándole la cintura con el brazo en actitud protectora. Niles y Jeffrey intervinieron enseguida y sacaron a la indignada chelista de la sala.
—Suzette, querida, hay una plaza libre en el Orchestra Hall. Te he concertado una entrevista... —oyeron decir a Niles, antes de que se cerraran las puertas.
Yulia dejó a Skye de pie sobre la banqueta del piano, y la pelirroja se sacó un pañuelo del bolsillo y se lo aplicó en la nariz para ver si dejaba de sangrar.
—¿Yula pupa?
—No, pitufa, estoy bien —la tranquilizó Yulia.
Lena le pellizcó el puente de la nariz con demasiada fuerza.
—Lo siento, ¿te he hecho daño? —le preguntó en tono meloso. Yulia hizo una mueca.
—No, seguramente me lo he ganado.
—Bueno, ahora ya no tienes que preocuparte por más mujeres despechadas, ¿verdad? —preguntó Lena, batiendo las pestañas.
—Solo estás tú, mi amor. Solo tú —replicó desdeñosamente. A continuación cogió a Skye otra vez—. Oye, pitufa, gracias por enfrentarte a esa abusona para defenderme. Eres una niña muy mayor y me has salvado.
Skye esbozó una sonrisa de pura felicidad.
—Yo solita. ¡Pupa a Yula!
—Vámonos de aquí antes de que os metáis en otra pelea —propuso Lena, y condujo a sus dos guerreras fuera del estudio.



Yulia abrazaba a Lena en la oscuridad, con la mirada perdida. Aquella tarde había sido una experiencia muy reveladora. Se había quedado patidifusa cuando Skye se había encarado con Suzette, y luego la dejó de piedra que Lena se refiriera a ella como «nuestra hija». Yulia nunca se había sentido tanto parte de la vida. Aunque ya sabía que su amor por Lena duraría siempre y que quería a Skye como si fuera suya, en aquel momento ella también se había sentido querida y necesitada.
La vida le cambiaba a cada minuto que pasaba, hasta el punto de que apenas recordaba la vida antes de conocer a Lena y Skye, pese a que solo hubieran pasado unos meses. ¿Cómo podía ser? ¿Cómo podía querer tan profundamente a alguien? No tenía ni idea y no se atrevía a ahondar en la cuestión. Lo único que sabía era que los vientos celestiales le habían enviado a aquellas dos personas. Bueno, mejor dicho, dos y media. Y ya nada las apartaría de su lado.
—¿Qué tal la nariz? —preguntó Lena, soñolienta.  
Yulia gimió y se tocó la tirita.
—Bien. Espero que no esté rota.
—Bueno, cariño, quizás es una mejora.
—Muy graciosa. Yo también te quiero —susurró Yulia, y la besó en la frente—. Perdóname, Lena.
—¿Por qué?
—Es como si el pasado me persiguiera.
—Olvídate del pasado, Yul—murmuró Lena—. ¿Tienes que ir al estudio mañana?
—En realidad no. ¿Qué quieres hacer?
—Bueno, pronto será Halloween. He pensado que si no estás ocupada podríamos ir a comprar una calabaza.
—Guau, ya es Halloween. Vale, a la pitufa le encantará —accedió Yulia.
Lena dejó escapar un gruñido de exasperación y empezó a incorporarse.
—¿El bebé duerme encima de tu vejiga otra vez? —se interesó Yulia entre bostezos, al tiempo que le daba un empujoncito para ayudarla a levantarse. Lena se rio cuando Yulia la impulsó fuera de la cama.
—Cada vez se te da mejor, Volkova.
Anadeó hacia el baño entre resoplidos y la pelinegra soltó una carcajada al verla caminar. Entonces se puso las manos debajo de la cabeza y suspiró, feliz, mientras daba gracias al cielo.




—Es como la feria de Oneida County —comentó Lena mientras examinaba las calabazas expuestas.
—Sírvase usted misma —le dijo el anciano dependiente, mientras se guardaba un fajo de billetes en el bolsillo—. Están ordenadas por precio, así que solo tiene que elegir.
El sonriente tendero las dejó solas. La pelirroja inspiró hondo y se relamió. Yulia, al verla, meneó la cabeza.
—Muy bien, ¿qué quieres?
—Un bratwurst con mostaza y chucrut —respondió Lena al punto.
Yulia soltó una carcajada y fue a buscárselos, mientras Skye estudiaba las calabazas apiladas. Volvió con la salchicha de Lena y un pretzel recubierto de chocolate para Skye, que su madre miró de reojo
.—Tranquila, también te he comprado uno a ti. Lena se rio y le dio un buen bocado; Yulia apartó la vista, con una mueca. —No quiero verlo —se volvió hacia Skye, que seguía muy concentrada con las calabazas—. ¿Ves alguna que te guste, pitufa?
—Esa —señaló la niña.
Yulia siguió la indicación. Por supuesto, la que quería tenía que ser la de encima de todo de la pila, a la que la pelinegra no llegaba ni de lejos.
 —¿Y esta qué te parece? Es igual de grande.
—No, esa —insistió Skye—, Yula, pofiii.
—Muy bien —suspiró la pelinegra, y observó la calabaza en cuestión —. Supongo que me toca escalar.
Yulia empezó a maniobrar entre la montaña de calabazas. A su espalda, Lena todavía tenía la boca llena cuando le pidió que tuviera cuidado.—Que tenga cuidado... —se dijo Yulia, plantando el pie entre dos calabazas.
Nada más poner un poco de peso, resbaló y se fue de cabeza contra la pila. Oyó vagamente gritar a Skye y a Lena cuando la montaña de calabazas se derrumbó encima de ella y se cubrió la cabeza para protegerse de los golpes. Cuando todo terminó y por fin abrió los ojos, Skye estaba cogiendo la calabaza que había
elegido.
—Gracias, Yula.
Sentada entre las calabazas, Yulia torció el gesto y se sacó una del trasero, porque le estaba clavando todo el rabo.
—De nada, pitufa.
—¿Estás bien? —se interesó Lena.
—Perfectamente, pero o me he meado encima o he chafado una calabaza.
Lena se rio y le tendió la mano a Yulia, pero esta rechazó la ayuda y se levantó sola. Ya de pie, agitó la pierna. En ese momento regresó el dueño del puesto y se quedó mirando el estropicio.
—Le pagaré todas las que se hayan estropeado —le aseguró Yulia—. Sé que al menos una está chafada —comentó, tirándose de la parte de atrás de los pantalones.
—No, no pasa nada. ¿Puedo preguntarle por qué no ha usado la escalera? —quiso saber el tendero, señalando una escalera apoyada contra la caseta con un enorme cartel que decía «Para las calabazas altas».
—¡Oh, mazorcas de maíz! —exclamó Lena, en tono hambriento.
Yulia tiró la calabaza chafada al suelo y sacó la cartera.



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Mensaje por Aleinads 8/4/2015, 9:58 am

Demasiada ternura, demasiado amorrrrrrrr ... Adoro esta historia mi Yul es ta dulce y cariñosa *-*
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Mensaje por flakita volkatina 8/4/2015, 3:28 pm

Asi o con mas dulzura x part d yuli saliendole hast x los poros.... me encantaaaaaaaaaaa
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Mensaje por Lesdrumm 8/4/2015, 11:37 pm

Vientos Celestiales...Un Giro Del Destino


Capítulo 18


—Estate quieta, nena —ordenó Lena, mientras le abrochaba el cinturón a Skye—. Esta camisa de franela vieja es perfecta. Skye se agitó, aun tratando de no moverse.
—¿Parezco un vagabundo, mamá?
—Claro que sí, cariño.
Skye miró a Anya, que asintió y le guiñó un ojo.
—Igualita que Yulia a tu edad.
—Yo nunca he sido tan pequeña —objetó la pelinegra, descorchando una botella de vino—.Y ahora, la barba desaliñada. 
Con el ceño fruncido, Skye observó a Yulia mientras acercaba el corcho de la botella al fuego.
—Quema, Yula.
—No, no quema. Achicharró el corcho y se acercó a Skye, pero esta retrocedió. —Pitufa, te digo que no quema.
—Hazlo tú —pidió Skye.
Lena la desafió con una sonrisa.
—Sí, Yulia, ponte un poco. Aún mejor, déjame a mí.  Skye se rio y Anya aplaudió.
—Excelente idea, Lena.
La pelirroja le quitó el corcho de la mano y la empujó para que se sentara en una silla de la cocina.
—A ver, a ver... Necesitamos una barba.
—Me vengaré, Katina —la avisó Yulia, mientras Skye daba palmas, entusiasmada.
—Menuda noche para truco o trato —comentó Anya.
Lena y ella observaron a Yulia caminar calle abajo con Skye de la mano. Su madre sonrió al oírla exclamar:
—¡Tuco o tato!  Anya soltó una sonora carcajada.
—Qué niña más adorable. Skye también es mona.
Lena se rio del chiste, pero no dijo nada; Anya se detuvo y se volvió hacia ella.
—¿Estás enamorada de mi nieta, verdad?
Vio que la pelirroja se ponía como la grana. Hasta las orejas se le habían puesto coloradas.
—Sí, Anya. Creo que podría enamorarme locamente de Yulia.
—No suenas del todo segura —opinó Anya.
No obstante, Skye la interrumpió al correr hacia Lena, con su calabaza naranja en el brazo.
—Mira, mamá. Tengo caramelos —le mostró la calabaza, falta de aliento.
—Ya lo veo, cariño. ¿Has dicho gracias? 
Skye asintió y miró a Anya.
—Mira, abuela, tengo caramelos.
—Es fantástico, Skye. ¿Te lo pasas bien, bonita? —preguntó, dándole un pellizquito en la barbilla.
Skye asintió de nuevo y volvió a coger a Yulia de la mano.
—Vamos, Yula.
Riendo, Yulia dejó que la arrastrara por la acera hasta la casa siguiente, seguidas de Lena y Anya.
—Pues eso, Lena, te noto insegura. Esta se encogió de hombros.
—No lo sé, Anya. Yulia lleva soltera mucho tiempo y ha dejado muy clara su postura respecto al compromiso y a los hijos.
—Eso era antes de que se enamorara de ti —apuntó Anya, que continuó cuando la pelirroja guardó silencio—. Y está enamorada de ti.
—¿Cómo puedes estar tan segura? —quiso saber Lena.  La imagen de Yulia animando a Skye a llamar a la puerta le arrancó una sonrisa.
—Bueno, no ha salido a por caramelos desde que era una niña, y hace días que no la oigo decir palabrotas. Lena se echó a reír.
—En eso estoy contigo.
—Yo también veo cómo te mira —prosiguió Anya—.Conozco esa mirada. También la reconozco en ti.
Lena se mordió el labio inferior y siguió caminando al lado de Anya.
—Debes tener paciencia con ella, imagino que no es fácil para ninguna de las dos.
—¿Qué quieres decir? —preguntó la joven.  Anya reflexionó un momento antes de contestar.
—Bueno, considerando cómo os conocisteis, que las dos queríais a Irina y que ahora tenéis a una hija y a otro bebé en camino.
—Eso es lo que más me preocupa —confesó Lena—. Sé que Yulia nos quiere a Skye y a mí. Pero puede que sea demasiado pedir que forme parte permanente de nuestras vidas.
—Es posible —coincidió Anya—. Pero no pierdas la esperanza, cariño.  Lena sonrió a Yulia.
—No puedo. Estoy coladita por tu nieta.  Anya se echó a reír y se cogió del brazo de la pelirroja.
—Estoy más que convencida de que el sentimiento es mutuo.
Cuando se encendieron las farolas de la calle, Lena le dijo a Yulia que era hora de volver a casa. La pelinegra frunció el ceño y echó un ojo a la calabaza de Skye.
—Mmm, vale, pitufa. Has conseguido un buen botín. Vámonos a casa y vemos qué te han dado.
 
Acabaron sentadas alrededor de la mesa de la cocina de Anya mientras esta hacía chocolate caliente. Yulia volcó el contenido de la calabaza en la mesa y a Lena le hizo mucha gracia verlas todavía con la marca del corcho quemado en la cara.
Skye se puso de rodillas en la silla, apoyó los codos en la mesa y miró a su madre, expectante.
—¿Puedo comerme uno? —pidió.  Yulia le dedicó a Lena un puchero de súplica.
—¿Podemos?
Lena puso los ojos en blanco, justo cuando Anya traía las tazas de chocolate para todas.
—Uno —accedió Lena—. Cada una —añadió.  La pelinegra arrugó el gesto.
—Vale, pitufa. Elige uno bueno.
Skye estudió su botín de Halloween, con cara de concentración, y Yulia la imitó. Por fin, la pequeña tomó una decisión.
—¿Puedo comerme un trozo del tuyo? —preguntó Yulia.
—Claro —aceptó Skye, sin darle importancia, mientras le pasaba el dulce a Lena para que se lo abriera. Yulia cogió el caramelo de mantequilla de cacahuete.
—Este es mi favorito.
Lena se levantó con un gemido.
—Esta niña se sienta justo encima de mi vejiga, lo juro.
Yulia la ayudó a retirar la silla y la vio marchar por el pasillo. Mientras tanto, Anya se bebía su chocolate y Skye volvía a meter los caramelos en la calabaza, uno a uno.
—He tenido una conversación muy agradable con  Lena mientras Skye y tú mendigabais caramelos. Yulia estudió a su abuela con aprensión.
—Oh.
—Sí —Anya le dedicó una sonrisa resabida—. Te lo dije. Yulia se ruborizó y apartó la mirada.
—¿Y qué ha dicho? Anya enarcó una ceja.
—¿Sobre qué?
—Sabes perfectamente de qué hablo. Anya dejó escapar una risilla diabólica.
—Creo que quiere una relación exclusiva. Yulia también se rio.
—Oh, no me digas.
—También tiene dudas.  La pelinegra dejó de reír de inmediato.
—¿Ah, sí?
—Sí, parece que tu reputación te precede. La ojiazul se echó hacia atrás en la silla y gruñó, defraudada.
—Tienes que ser sincera con Lena, Yulia. No tienes nada que perder.
—Salvo a ella.  Anya se encogió de hombros.
—Bueno, o te vale la pena o no. —Alargó el brazo y le estrechó la mano a Yulia—. Tienes que tomar una decisión, cariño. Ha llegado la hora, ¿no te parece?
Yulia se limitó a beberse el chocolate caliente, sin pronunciar palabra.

Yulia contempló las llamas del hogar, en pie ante la chimenea, mientras Lena y Skye dormían. El truco o trato había dejado a las dos Katina para el arrastre. Las palabras de su abuela le daban vueltas en la cabeza; habían pasado muchas cosas en aquellos tres meses, desde que Lena y Skye habían entrado en su vida. Era sorprendente todo lo que había cambiado. Yulia nunca había creído que se encontraría en aquella posición. Cuando Irina rompió con ella cinco años atrás, se había sentido dolida y enfadada, porque había querido a Irina aunque en el fondo de su corazón supiera que lo suyo no iba a durar. Al menos para siempre. Entre
ellas había atracción y amor, pero no era lo mismo que sentía por Lena.
 —Ah, no sé —se dijo. ¿Era demasiado pronto? ¿Estaba tirándose a la piscina sin pensar las cosas con claridad? Había hecho lo correcto al no querer tener hijos con Irina, pero ahora estaba a punto de iniciar
una relación con Lena, que tenía familia. ¿Era lo que quería? La duda la corroía desde hacía semanas.
Su abuela había dicho que Lena tenía dudas. Al parecer, en relación con su reputación. Lena era una mujer inteligente y sensata. —Mierda. Su propia indecisión la atormentaba.  Al final cerró el gas y apagó la chimenea para irse a su habitación.
Por el pasillo, oyó gimotear a Skye y abrió la puerta de su cuarto para echarle un vistazo. La niña dormía en su cama, bajo la luz tenue de la lámpara de la mesita de noche. Yulia se sentó en el borde de la cama con cuidado, le pasó la mano por los rizos dorados lentamente, para no despertarla, meneó la cabeza y sonrió. Se le humedecieron los ojos solo de pensar en lo mucho que adoraba a Skye, probablemente desde que la había visto por primera vez en la estación de autobuses: aquella niña de carácter, con los bracitos en jarras. Casi se rio al recordar que le había vomitado encima. En aquel momento, la situación le había resultado de lo más irritante. ¿Y ahora? Yulia se inclinó y besó a Skye en la frente. Skye se abrazó del pez de peluche en sueños y se puso de lado. Yulia la tapó con el edredón hasta los hombros y volvió a pasarle los dedos por el pelo rubio.
—Te quiero, pitufa —susurró antes de ponerse en pie.
Cuando se volvió, vio que Lena la observaba desde el umbral, con las mejillas surcadas por las lágrimas. Le sonrió a Yulia, sin hacer ademán de secárselas.
—Me ha parecido que la oía llorar —susurró Lena, que dio un paso atrás para dejar que Yulia saliera y entrecerrara la puerta.
—A mí también. Pero está bien. Seguro que soñaba con caramelos.
Lena sonrió y miró a Yulia a los ojos.
—¿Por qué lloras? —le preguntó Lena, secándole las lágrimas.
—¿Y tú? —replicó Yulia, pasándole la yema de los dedos bajo los ojos.
—Me ha emocionado lo tierna que eres con Skye —contestó la pelirroja.
 —Quiero a esa renacuaja —admitió Yulia, sorbiendo el llanto.
Lena cogió a la pelinegra de la mano y atravesó con ella el pasillo hasta el dormitorio.
—Y la renacuaja te quiere.
Yulia se detuvo y le tiró de la mano.
—¿Y tú?
Lena levantó el brazo y le apoyó la palma de la mano en la mejilla.
—Creo que sí.
Yulia sonrió y le dio un abrazo.
—Yo también te quiero, Lena. Sé que todavía tenemos que hablar de muchas cosas. Sé que no soy la candidata más idónea para todo esto. —La besó en la frente antes de continuar—. Tengo un pasado de mierda.
Lena fue hasta la cama y retiró el edredón; luego, con la ayuda de la ojiazul se tumbó con un profundo suspiro.
—Tu pasado ha quedado atrás, Yulia. Vamos a concentrarnos en el presente.
Yulia asintió, tapó a Lena y se desnudó, antes de deslizarse entre las sábanas y apretarse contra la otra mujer, de lado, para poder mirarla. Lena volvió la cabeza y le sonrió.
—Buenas noches, Yulia.  Esta le dio un beso suave en los labios.
—Buenas noches, Lena.
La besó de nuevo y, esta vez, Lena le devolvió el beso y no se apartó. Con la respiración entrecortada, Yulia se incorporó un poco para cubrir a la pelirroja, sin romper el beso, y cuando la oyó gemir, el corazón se le disparó. Le cogió un pecho con la mano y gimió al acariciarle el pezón erecto. Lena le metió la punta de la lengua entre los labios y Yulia respondió masajeándole el pecho, deleitándose en el tacto sedoso de la tela. Lena arqueó la espalda y entonces le retiró la mano a Yulia delicadamente. La pelinegra se separó de ella y la
miró a los ojos verde-grisáceos, dilatados por la lujuria.
—Deberíamos... parar... —susurró Lena.
Aunque no había nada que Yulia deseara más que continuar, lo comprendió.
—Es por mí, ¿verdad?
—¿Qué?
—Sé lo que piensas y no pasa nada. Espero que con el tiempo mi pasado no...
Lena le apoyó la yema de los dedos en los labios.
—No es por ti, Yulia. Soy yo. Te deseo mucho, pero estoy embarazada y gorda e hinchada y...
Esta vez le tocó a Yulia silenciarla con los dedos sobre la boca. Embelesada con los labios de Lena, se los acarició con la yema de los dedos.
—Entiendo cómo te sientes, pero tienes que saber que te encuentro muy deseable ahora mismo. Justo así. No estoy esperando a que cambies, ni tu cuerpo ni tú. Así que cuando te apetezca, estará bien. No te preocupes, no voy a ninguna parte. —Besó a Lena y se acurrucó a su lado—. Esperaré.
—Gracias.
—Ahora duérmete. Antes de que te des cuenta será la hora bruja y el bebé se acostará encima de tu vejiga otra vez.  Lena dejó escapar una carcajada adormilada y se acomodó sobre el hombro de Yulia.
—Besas muy bien, Volkova. Yulia la abrazó con más fuerza y se rio.
—Tú tampoco lo haces nada mal. Duérmete.
Yacieron en silencio unos momentos, hasta que Lena dijo:
—Adivina lo que estoy haciendo ahora mismo.
—Ni idea.
—Mis ejercicios Kegels.
Yulia se echó a reír y pronto Lena estalló en carcajadas a su vez, de modo que las dos acabaron destornillándose de risa.

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Mensaje por Lesdrumm 8/6/2015, 11:18 pm

Vientos Celestiales...Un Giro Del Destino




Capítulo 19


Con cada día que pasaba, Yulia intentaba adivinar cuándo llegaría  la nueva Katina.
—Vale, ya lo tengo todo pensado —anunció una tarde en la cocina. Skye estaba comiéndose un plátano, mientras Lena le sonreía, solícita. —Sales de cuentas el día tres de diciembre. Eso nos deja dos semanas. El jueves que viene es Acción de Gracias. No te preocupes por la cena, yo la prepararé.
—¿Cariño, has cocinado un pavo alguna vez? —preguntó Lena.  Yulia pestañeó estúpidamente.
—Bueno...
—Puedo hacerlo yo.
—No, no tienes por qué. Espera, tengo una idea. Skye dejó escapar un gemido infantil y agachó la cabeza. Yulia la miró, ceñuda. —Oye, va a salir bien. Dime lo que tengo que hacer y yo cocinaré.  La pitufa y yo iremos al supermercado a comprarlo todo.
—¡Yo ayudo! —se alegró Skye.
A la pelirroja se le iluminó la cara y la señaló.
—¿Ves? Perfecto. 
Lena gimió.
—Vale, haré una lista. —Le pasó el teléfono a Yulia y, ante la extrañeza de esta, añadió—: Quieres invitar a Anya, Niles y Brian, ¿verdad?
—Claro, pero recuerda que no vas a mover ni un dedo —reiteró con firmeza. La pelirroja se limitó a asentir.



Yulia empujó el carro de la compra por los pasillos del supermercado.
—Tu madre y las listas... —rezongó.
Skye iba sentada en la sillita del carro, con los brazos cruzados y expresión desafiante. Yulia no se dejó amedrentar por el carácter del minihumanoide.
—Yula, solita.
—No, empezarás a correr por todas partes y tenemos que concentrarnos —rebatió Yulia, y revisó la lista—. Bueno, yo tengo que concentrarme. —Se detuvo en el área de frutas y hortalizas y se alejó del carro—. Vamos a ver, cebollas y apio. Puedo hacerlo —se animó, y empezó a coger los productos—. Patatas...Fue tachando de la lista y al terminar lo llevó todo al carro. Skye alargó la mano, cogió un tomate y le hincó el diente. —Pitufa... —la riñó. Pero Skye alejó el tomate de su alcance y, cada vez que Yulia intentaba cogerlo, la pequeña se lo apartaba. —Jolines, serás pulpo... —protestó Yulia entre dientes.
Poco a poco se le daba mejor lo de no decir palabrotas. De golpe, Skye dejó caer el tomate mordido al suelo.
—Perdón, Yula —dijo, con una sonrisa precoz.
Yulia la fulminó con la mirada y, para su vergüenza, una Rubia recogió el tomate y se lo devolvió con una sonrisa radiante.
—¿Lo has perdido? —la pinchó.  Yulia esbozó una sonrisa azorada.
—Gracias... No tendría que haber dejado a la princesita sola —musitó, con una mirada severa a Skye, que no había dejado de sonreír.
—Bueno, parece que tienes muchas cosas entre manos. ¿Es tu hija? ¿O estás soltera? —quiso saber la rubia, con los ojos pegados a los de Yulia. Esta tragó saliva y torció los labios con impotencia.
—Sí a lo primero y no —sonrió. La rubia se encogió de hombros.
—Bueno, feliz Día de Acción de Gracias —les deseó mientras se alejaba.
Yulia cruzó una mirada con Skye; era como si la pequeña supiera lo que quería la rubia mujer, pero ¿era eso posible? Había muchas cosas que no sabía de los niños.



Una hora más tarde, Yulia estaba agotada y Skye estaba toda roja y de un humor de perros.
—Bueno, no ha ido tan mal —rezongó la pelinegra sarcásticamente, de vuelta al coche con el carro.
Skye se cruzó de brazos y resopló.
—Yula, ayudo —dijo, con un puchero.
Yulia dejó el carro junto al coche y observó la triste carita de Skye. En un abrir y cerrar de ojos, la hizo sentir como una cretina.
—Skye, tengo que acabar esto. ¿Has visto toda la gente que había en el súper? Dios, si te hubiera bajado del carro me habría pasado el rato detrás de ti.
—Ayudo —repitió la niña en voz baja.
Yulia gimió, sintiéndose como la peor persona del mundo.
—Vale, cuando lleguemos a casa puedes ayudarme a guardar la compra y a hacer la cena de Acción de Gracias. Luego tenemos que escribirle la carta a Papá Noel. A Skye le brillaron los ojos.
—¿Carta? ¿Mía a Papá Noel?
—Sí. ¿Qué te parece, me ayudarás?
Skye le dio una palmadita en la mano.
—Claro. Ayudo a Yula.
Yulia la miró a los ojos verde-grisáceos.
—Gracias, pitufa. Me has salvado otra vez —le aseguró, y le besó la nariz, haciéndola reír.

—Estante de abajo —instruyó Yulia.  Skye forcejeó con el paquete de harina.
—Pesa, Yula —gruñó la niña.
Lena le lanzó a Yulia una mirada asesina y esta tuvo que hacer esfuerzos para no echarse a reír.
—¿De qué sirve tener a un hobbit...? —empezó a decir, pero como la pelirroja seguía fulminándola con los ojos, Yulia se rio y cogió la harina ella mima.
—Muy bien, pitufa, vamos a intentarlo con esto —dijo la pelinegra, y le dio los tomates.
—Como la señora del súper —observó Skye.
Yulia cerró los ojos y elevó una plegaria al cielo, pero no hubo suerte. Las mujeres en general tenían un sexto sentido; las mujeres embarazadas tenían un radar mejor que el del Pentágono.
—¿Qué señora, pastelito? —se interesó Lena, como si no le diera importancia.
—Pelo rubio. Le gusta Yula —contestó Skye.
Yulia metió a Skye en la nevera e intentó cerrar la puerta, mientras Skye chillaba y se reía, hasta que la soltó.
—¿Ah sí? ¿Y qué pasó, Skye? —insistió Lena, tomando asiento a la mesa de la cocina.
—Vale, vale, no interrogues a la niña —se rindió Yulia, con las manos en alto—. Tu hija cogió un tomate, le dio un bocado y lo tiró al suelo. Una mujer lo recogió. Nos intercambiamos un par de comentarios educados y esto fue todo. Feliz Acción de Gracias, adiós muy buenas. Skye dejó escapar una risilla y logró escabullirse de la nevera.
—Espera, aún no estás congelada —le gritó Yulia a la pequeña traidora en tono travieso. Skye chilló entre las carcajadas y corrió hacia su madre.

A la mañana siguiente, de camino al estudio, Yulia desayunó con  su abuela. Anya extendió generosas capas de mermelada sobre la tostada y le dio un buen mordisco.
—Ha sido una idea maravillosa —opinó la pelinegra asintió mientras se bebía el café.
—Ahora dime cómo vas a preparar el pavo de la cena.
—He ido a comprarlo todo.
—¿Otra lista?
—Sí —sonrió Yulia—. Lena será nuestra sargento y nos irá dando las órdenes para que Skye y yo hagamos la cena.
Anya se apoyó en el respaldo de la silla y observó a su nieta, que mascaba una tira de beicon.
—Estás muy enamorada de esa mujer. 
Yulia dejó de masticar y levantó la vista.
—Yo... supongo que sí.
—¿Ya os habéis acostado?
La pelinegra casi se atragantó con los huevos.
—Joder —tosió, y se limpió la barbilla—. ¡Abuela! ¿Qué clase de pregunta es esa?
—Creo que es una pregunta perfectamente normal que hacerle a una mujer enamorada. Yulia ocultó el rostro entre las manos. —¿Y bien?
—Aún no —respondió Yulia, evitando mirarla a los ojos.
—Ya veo. En el estado de Lena, seguro que el sexo es lo último que tiene en la cabeza. ¿Pero al menos dormís en la misma cama?
—Sí —contestó Yulia, obediente—. Y ahora, vieja chafardera, ¿podemos hablar de otra cosa?
—Una pregunta más. ¿Lena práctica sus Kegels? Yulia agachó la cabeza, pero respondió solícitamente.
—Sí, abuela.

La mañana de Acción de Gracias empezó con un sonoro golpetazo. Yulia hizo una mueca cuando se le cayó la olla al suelo.
—Vale, se me da muy bien seguir instrucciones —se dijo.
Volvió a poner la olla en el fuego y se frotó las manos. Durante las tres horas siguientes, Lena dio órdenes y Yulia las siguió al pie de la letra. El único momento en que arrugó la nariz fue cuando hubo que rellenar el pavo. También Skye puso cara de asco, ataviada con un delantal solo porque Yulia llevaba uno.
—Esto es repugnante —se quejó la pelinegra.
Skye, que la contemplaba con los codos apoyados en el mármol, se mostró de acuerdo.
—Puaj, Yula —opinó, frunciendo el ceño y sacando la lengua.
Aparte de eso, el pavo acabó exitosamente en el horno. Habían comprado los pasteles de calabaza y de manzana en la panadería, porque Yulia todavía no estaba preparada para hornear.
—Mamá, sube pies —recomendó Skye, arrancándole una carcajada a su madre.
Yulia estuvo de acuerdo y fue a buscar la otomana; Lena se sentó en el sofá y apoyó los pies en alto. Cuando Yulia le acarició las pantorrillas exhaló un suspiro de satisfacción.
—No discutas —le dijo, y la besó profundamente.
—No, señora —aceptó Lena, y cerró los ojos.
—Bueno, creo que falta poco para que llegue Papá Noel.
Yulia llamó a Skye y puso el desfile de Acción de Gracias en televisión. La niña salió corriendo de la habitación y se sentó delante de la pantalla, mientras Yulia tomaba asiento en el sofá, al lado de la pelirroja.
—¿Dónde ta Papá Noel? —preguntó Skye.
—Pronto saldrá, pastelito —contestó Lena, con un suspiro de cansancio. La pelinegra la miró por el rabillo del ojo.
—¿Estás bien, tortuguita? Lena asintió, sonriente, y Yulia le acarició la barriga y la hizo reír.
—Dios, ¡estoy enorme! ¿Por qué todo el mundo quiere tocarme la barriga? Ayer estaba con Skye en la tienda y dos personas me pidieron permiso para tocarme la barriga. ¿Por qué?
Solo de imaginárselo, Yulia se echó a reír.
—No lo sé. A lo mejor es porque llevas una mini personita dentro.
Skye se volvió hacia ellas.
—Queren al bebé, mamá.
Las dos mujeres observaron a la niña unos segundos.
—Skye, cariño. ¿Tú quieres al bebé?
—Ajá. Una hermanita para jugar en la barriga de mamá.
—¿Y si fuera un hermanito? ¿Te parecería bien? —preguntó Yulia.
—Claro —contestó Skye, concentrada en el desfile.
—¿Cómo podríamos llamar al bebé, Skye? —preguntó Lena.
—Mamá, vene Papá Noel —insistió Skye. Entonces chilló, entusiasmada—. ¡Papá Noel! —gritó, y empezó a dar saltos, antes de escalar al regazo de Yula— Yula, vene Papá Noel. 
El nombre del bebé tendría que esperar.


La cena de Acción de Gracias estaba casi lista.
—Huele que alimenta —aspiró Yulia, mientras ponía la mesa con Skye.
Lena estaba haciendo de anfitriona con Niles, Brian y Anya.
—Permíteme que haga los honores —pidió Brian, acercándose al mueble bar—. ¿Martini, Anya? —ofreció, aunque no esperó a que contestara para preparar el cóctel.
—Lena, no doy crédito a lo mucho que ha cambiado Yulia... —comentó Niles.
El ruido de cubiertos impactando contra el suelo lo interrumpió, pero los cuatro decidieron ignorarlo gentilmente y Niles siguió hablando.
—Le has salvado la vida. Tú y tu pequeña diosa.
Feliz, Lena observó cómo Skye ponía la mesa siguiendo las instrucciones de Yulia.
—Ella ha hecho lo mismo por nosotras —afirmó. Cerró los ojos cuando se les cayó otro cubierto—. Le debo mucho.
Un cubierto caído más tarde, Yulia asomó la cabeza a la sala de estar.
—Ya casi estamos, lo siento —musitó, avergonzada.
Anya aceptó la copa que le tendía Brian y luego él le dio un vaso de agua con hielo a Lena, que sonrió apreciativamente.
—Detecto otra vez una nota de duda —observó la anciana, dirigiéndose a Lena.
—Prepárame algo exótico —pidió Niles al mismo tiempo.
—Tú ya eres lo bastante exótico —replicó Brian.
Niles lo besó y a Anya y a Lena les hizo mucha gracia verlos tan juguetones, pero Anya no había olvidado su pregunta.
—Cuéntame, Lena.
—Solo pensaba en la postura de Yulia respecto a los hijos, lo de que merecen tener a un padre y a una madre, y me preguntaba si lo decía de verdad o si no quiere algo así conmigo.  Anya asintió, comprensiva.
—Bueno, lo único que sé es que Yulia no deja de hablar de ti siempre que nos vemos y Niles es testigo. Habla de Skye y de ti todo el tiempo. Niles dice que empieza a ser muy cansino.
Lena se sonrojó y apoyó la cabeza hacia atrás en el respaldo del sofá.
—Quiero a esa pianista, Anya.
—Ya lo sé, cariño. Y la pianista te quiere a ti. Ten paciencia —le recomendó, dándole un apretón en la mano.
 
Yulia ocupó una de las cabeceras de la mesa y Lena la otra; Skye se sentaba entre su madre y Niles, que tenía a Brian en el otro lado, mientras que Anya estaba al lado de Lena. Todos dieron gracias y Yulia alzó la copa de vino. Lena levantó el vaso de agua y Skye levantó su vaso de plástico como todos los demás.
—Nadie sabe mejor que yo lo mucho que tengo que agradecer. En un par de semanas habrá una silla más en esta mesa —dijo Yulia, que cruzó una mirada con Lena.  Las dos tenían los ojos llenos de lágrimas—. He recibido una bendición. Feliz Día de Acción de Gracias —terminó, con la voz rota por la emoción.
Todos brindaron y el sonido de las copas al entrechocar se mezcló con las risitas de Skye cuando Niles brindó con ella. Yulia le hizo un guiño a Lena. Luego, ante la atenta mirada de la pelirroja, Yulia sostuvo el cuchillo con sus largos y esbeltos dedos y, con un diestro movimiento... el pavo saltó de la bandeja y aterrizó encima de la mesa. Anya se echó a reír a carcajadas, igual que Niles y Brian. La risa de Skye era infantil y de pura inocencia, mientras que Yulia soltó una risita nerviosa e hizo una mueca al recuperar el pavo y colocarlo de nuevo en la bandeja. Fue un alivio que el resto de la cena transcurriera sin incidentes, y así dieron comienzo las Navidades.


CONTINUARÁ... Arrow
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Mensaje por flakita volkatina 8/7/2015, 2:42 am

Awwwww tods son unos loquills... mas contiiiiiii
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Mensaje por Aleinads 8/7/2015, 10:34 am

Senti que paso una eternidad para la contii, esta cada vez mejor... Ya quiero que lena de a luz y ver que pasa entre las chicas!

Continua pronto pleaseeeeeeeee!!!
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Mensaje por Lesdrumm 8/7/2015, 10:20 pm

Vientos Celestiales...Un Giro Del Destino


Capítulo 20

Lena estaba reordenando los armarios de la cocina cuando sonó el timbre. Con un gemido, anadeó hacia la puerta lo más deprisa que pudo, porque no quería que el timbre despertara a Skye de la siesta. En la puerta había dos hombres con sendas sonrisas.
—Tenemos una entrega para Lena Katina. ¿Dónde la quiere?
—Va en la habitación del fondo, la señora te lo dijo —refunfuñó el otro, cargado de bultos.
—Bueno —musitó la pelirroja, que dio un paso atrás—. La habitación del fondo está a la derecha.
Los dos transportistas llevaron las cajas a la habitación y Lena los observó, confusa, mientras desembalaban las cajas. El hombre de más edad le sonrió.
—Se supone que tengo que decirle que se siente y ponga los pies en alto. Lena abrió mucho los ojos.—Vaya, pues a nosotros nos pagan por hora.
La pelirroja les lanzó una mirada prudente antes de volver a la sala de estar, desde donde los observó hacer viajes por la casa. Al parecer, al cabo de una hora, habían terminado.
—Muy bien, ya puede mirar. ¡Feliz Navidad! —le dijo el mayor, y le estrechó la mano.
Lena no salía de su asombro al acompañarlos a la puerta. Para más inri, el portero apareció de improviso y se le acercó, cargado de cajas y paquetes.
—Papá Noel se ha adelantado, señora Katina. Yulia me dijo que le dijera que se sentase...
—Y que ponga los pies en alto, lo sé, Mike. Pasa —lo invitó con una risotada—. Creo que todo eso debe de ir en la habitación del fondo. De repente, se le había puesto un nudo en la garganta y le saltaron las lágrimas. El portero le guiñó un ojo y recorrió el pasillo.
—Feliz Navidad, señora Katina —le dijo, e inclinó su sombrero al salir.
Lena entró en la habitación muy despacio y se llevó la mano al corazón.
Habían montado una cuna con una mecedora al lado. En la pared de enfrente había una cómoda y un cambiador. Los paquetes envueltos con papel de regalo estaban en la cuna, sobre la cual habían colocado un móvil de Disney. Fue entonces cuando vio que había una tarjeta colgada del móvil y fue a abrirla con los ojos
anegados en lágrimas.
 
Mi querida Lena:
La maternidad te sienta muy bien. Nuestro bebé no puede llegar a este mundo sin tener un sitio donde dormir. Que te ayude Skye... ¡Dile que ha sido Papá Noel!
Te quiero, solo a ti. ¡Feliz Navidad! Eres la única para mí.
Por siempre, Yulia.
PD: Ya sé que son las hormonas, pero siéntate y deja de limpiar los armarios.
 
—Nuestro bebé —susurró Lena, mirando en derredor con la tarjeta contra el pecho.
—Mamá —la llamó Skye, con voz adormilada.
Lena se volvió hacia su hija, que entró en la habitación con las mejillas arreboladas.
—Papá Noel ha venido antes para el bebé —la informó la pelirroja. 
Skye abrió unos ojos verdigrises como platos.
—¡Vene muy pronto, mamá!
—Ya lo sé, pero sabía que necesitábamos todo... todo esto y nos... nos quiere... —balbuceó Lena, que rompió a llorar en la mecedora. Skye corrió hacia ella y le apoyó la cabeza en el regazo.
—¿Mamá, contenta?
—Sí, pastelito, mamá está muy contenta —le dijo, y se secó los ojos—. Vamos a ver qué ha traído Papá Noel.
Lena se pasó la hora siguiente balanceándose en la mecedora mientras Skye abría los paquetes, maravillada de la cantidad de ropa de bebé que había. Le hizo mucha gracia que fuera toda blanca, ni para niño ni para niña. También había sonajeros y anillos de dentición. Sonrió al imaginarse a Yulia Volkova suelta en una tienda de bebés. Que Dios se apiadase de las dependientas. Entonces Skye abrió otro paquete y arrugó el ceño con curiosidad.
—¿Qué dice, mamá? —preguntó.  Le llevó la camiseta recién desenvuelta y Lena se echó a reír al leerla.
—Serás idiota, Volkova...
Ponía «Las pianistas lo hacen de pie» en enormes letras rojas en la parte delantera. Se lo leyó a Skye, pero la niña no pilló el chiste, así que se limitó a encogerse de hombros y se centró en el último regalo.
—¿Es todo para el bebé? —preguntó, mientras Lena la ayudaba a recoger los papeles.
—Sí, cariño. ¿Verdad que Papá Noel ha sido muy bueno? Ya verás cuando te traiga regalos a ti —la tranquilizó su madre. La niña sonrió y dio palmas —. Tenemos que enviarle la carta. ¿Quieres que lo hagamos después de cenar?  Skye no cabía en sí de gozo.



Yulia silbaba la tonadilla de «Navidad, Navidad» mientras acarreaba el enorme abeto. Mike, el portero, se partía de risa.
—Por amor de Dios, Yul, ¿ya va a caber en el ascensor?
Yulia se detuvo y estudió el árbol.
—Mierda, espero que sí. Ayúdame con las bolsas, Mike, por favor. Él meneó la cabeza, cogió las bolsas y la siguió al ascensor. —¿Se ha sorprendido? —quiso saber Yulia. Mike asintió.
—Si no hubiera estado yo, se habría puesto a llorar como una niña.
—Tengo que acabar de prepararlo todo. El bebé nacerá dentro de una semana o así —explicó la pelinegra, mientras pugnaba por entrar en el ascensor. El olor del abeto llenó la cabina.
—Estás dejando resina por todas partes —refunfuñó Mike, que le aguantaba la puerta.
—No tienes ni pizca de romanticismo, Michael —lo riñó ella, y le dio un beso en la mejilla.
 
Cuando llegó al apartamento, abrió con su llave.
—Jo jo jo —anunció su llegada en voz baja.
Skye chilló, se echó a reír y se puso a dar saltos.
—Yula... ¡Un árbol!
Lena salió de la cocina y cabeceó.
—Yulia... —rio.
Yulia sonreía como una niña pequeña. Apoyó el árbol contra la pared, fue hacia Lena y la besó en la boca.
—Hola —le susurró—. ¿Ya estabas limpiando otra vez?
—Sí y sí, son las hormonas. Gracias —murmuró Lena Contra sus labios—. Hueles a abeto. La ojiazul se rió.
—Hola, pitufa —la saludó, y la volteó en sus brazos.
Al cabo de media hora, Skye y ella tenían colocado el árbol en su soporte, al lado de la chimenea.
—Esperad... —les dijo Lena, que estaba sentada en el sofá con los pies en alto—. Hay un hueco. Giradlo un poco. Yulia lo giró ligeramente. —Un poco más —la animó la pelirroja.    
Yulia gruñó al arrastrar el enorme árbol.
—Poco ma, Yula —imitó Skye.
Yulia asomó la cabeza y fulminó con la mirada al tapón de rizos dorados, mientras la pelirroja trataba de disimular la sonrisa.
—¡Perfecto! —anunció Lena—. ¿Verdad, pastelito?
—Verdad —asintió Skye.
Yulia se dejó caer en el sofá con ellas, agotada.
—Necesito algo de beber. Bueno, ¿ha pasado algo interesante hoy?
Skye se acordó de las novedades de repente.
—Yula, Papá Noel vene pronto —exclamó, y le tiró de la mano.
Yulia ayudó a Lena a levantarse y Skye se adelantó por el pasillo, a todo correr. Lena retuvo a Yulia un momento y le acarició la mejilla.
—Eres una buena persona, Volkova —susurró, y la besó con ternura.
—¡Mamá! ¡Yula! —las llamó Skye.
Yulia sonrió y rodeó a Lena con el brazo mientras caminaban por el pasillo.
—¡La madre del cordero! —exclamó Yulia al ver el cuarto.
Skye estaba tan excitada que casi se mordió la lengua.
—¡Es inquedible! —gritó, sin dejar de dar palmas—. Es todo para el bebé. Y mamá tene mecedora —informó, colocándose junto a la mecedora.
—Sabía que le gustaría, pitufa —afirmó Yulia en tono afectuoso, con un guiño a Lena.



El resto de la tarde se dedicaron a adornar el árbol, con villancicos de fondo. Al final, se sentaron en el sofá para contemplar su obra. La sala de estar estaba bañada del resplandor cálido y acogedor combinado del fuego del hogar y las lucecitas del árbol. Yulia rodeaba a Lena con el brazo y esta tenía la cabeza apoyada en su hombro. Sobre ellas, Skye dormía con la cabeza en el regazo de Lena y los pies encima de Yulia, que le acariciaba la pierna en gesto ausente.
—Esto es vida —murmuró la pelinegra, sosteniéndole la mirada a Lena.
—Sí que lo es —suspiró la pelirroja. Luego miró a su hija—. Será mejor que la acostemos.
Yulia se levantó y llevó a Skye a su habitación en brazos. Cuando la acostó, la niña se despertó con un quejido.
—Eh, vuelve a dormirte —le susurró Yulia, y le dio un beso en la mejilla.
—Mi pes... —musitó Skye. Aún con los ojos cerrados, estiró los brazos hacia el peluche y Yulia  se lo acercó cariñosamente.
—Buenas noches, pitufa.
—Nanoches, Yula —repuso ella, casi dormida.
Yulia volvió a la sala y se encontró con que Lena también estaba casi dormida en el sofá.
—Venga, tortuguita. Hora de irse a la cama.
—¿No podemos quedarnos aquí un ratito? La espalda me está matando, pero se está muy bien.
—Claro —dijo Yulia—. Levanta.
Lena obedeció y levantó los pies. Yulia se sentó y se los colocó en el regazo.
—Haces unos masajes geniales —le dijo Lena cuando empezó a acariciarle los pies cansados. Se colocó un cojín detrás de la cabeza y escrutó el rostro de la pelinegra, que miraba fijamente las llamas.—¿En qué estás pensando? Yulia sonrió y se encogió de hombros.
—Solo pensaba en todo lo que nos ha pasado estos últimos meses.
—¿Te parece demasiado? —quiso saber Lena, acariciándose la barriga casi sin darse cuenta.
—Bueno, ha sido un gran cambio para las dos.
—Sí, es verdad. Mira, Yulia, si tienes dudas sobre esto, lo entiendo perfectamente.
Yulia dejó de frotarle los pies y se volvió a medias hacia ella.
—No, cariño. No dudo de mi amor por ti y por Skye. Pero, sinceramente, dudo de mí misma.
—¿Por qué, cielo? —inquirió Lena.
Como Yulia no contestaba, ella guardó silencio hasta que la pianista continuó.
—Supongo que no estoy segura de ser una buena madre y una buena compañera. He vivido sola mucho tiempo —dijo, reanudando el masaje.
—Para mí también es duro, Yulia —se sinceró Lena.
—¿Hasta qué punto?
Esta vez fue Lena la que guardó silencio y Yulia la que esperó a que siguiera hablando.
—A veces siento que fui egoísta al querer este bebé. Quiero decir: lo quería. Irina también lo quería. Pero en aquel momento en lo que pensaba era en que Irina estuviera más tiempo en casa. Fue una estupidez de lo más infantil —confesó, y respiró hondo.
—Lena, eres una buena madre y serás una buena madre para el bebé.
—Es que todo pasó tan deprisa con Irina...
Yulia asintió.
—Imagino lo duro que fue para ti.
—Enfermó muy rápido y los últimos meses fueron trágicos. Cuando no estaba con la quimio, que la destrozaba, estaba completamente exhausta y no podía hacer nada. El cáncer la devoró. Yulia no la interrumpió, para que se desahogara, ya que era la primera vez que hablaba del tema. —Cuando murió estaba casi irreconocible —explicó Lena en voz hueca, con la mirada fija en los pies, que le masajeaba la pelinegra—.Skye apenas se acuerda de ella, porque siempre estaba fuera. Cuando me dijo que tenía cáncer de huesos, empezó a pasar la mayor parte del tiempo en el hospital o en casa de Joanne. —Yulia puso cara de extrañeza, y Lena aclaró—: Es una buena amiga nuestra. Irina no quería estar en casa cuando no estaba en el
hospital. Según Joanne, no quería que Skye la viera así de enferma. El único problema con eso es que yo no tuve ocasión de cuidarla. Estábamos tan contentas cuando me quedé embarazada... Fue casi como si... —dejó caer la frase.
—Como si no quisiera que le recordaran cosas felices cuando no iba a poder tenerlas.
Lena asintió; le temblaba la barbilla.
—Seguramente fue lo mejor. Como he dicho, Skye casi no se acuerda de ella. —Respiró hondo y exhaló lentamente varias veces.
—¿Estás bien? —se interesó Yulia.
La pelirroja asintió, sin dejar de respirar.
—¿Braxton Hicks? —preguntó Yulia. Sin esperar respuesta, salió de debajo de las piernas de Lena y se agachó junto a su cabeza —. Dicen que si te mueves, las contracciones a veces paran. Deben de ser cada vez más fuertes, ¿verdad?  Lena le sonrió.
—¿Ya has estado leyendo otra vez?
—Pues sí. Venga, vamos a llevarte a la cama. ¿Te apetece una manzanilla? —ofreció Yulia, al tiempo que la ayudaba a incorporarse.
—No, tengo acidez de estómago —replicó Lena, irritada.
—Niveles altos de progesterona —asintió Yulia. Lena le lanzó una mirada incendiaria. —Hace que los músculos se relajen y los ácidos del estómago... —calló de golpe, al detectar en los ojos verdes-grisáceos de Lena lo que había llegado a identificar como odio furibundo.
—Sí, ya lo sé.
—¿Y un yogur?
—No me gusta el yogur.
—¿Y un vasito de leche caliente, con un poco de miel?
La mirada de Lena no se suavizó ni un ápice.
—Recuérdame que le dé las gracias al doctor Martin por darte esos panfletos —espetó. Luego esbozó una sonrisa reticente—.Supongo que un brownie con helado no es una posibilidad...
—Eh, pues no.
—Muy bien, doctora, pues entonces leche caliente. Te espero en la habitación. Pero si te presentas con algo de chocolate, no respondo de mis actos.
Yulia se rio y le dio un empujoncito a Lena en la dirección adecuada. Al pensar en la leche caliente, reprimió una mueca.
—Menos mal que pronto tendrá al bebé.

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Mensaje por Aleinads 8/7/2015, 10:49 pm

Supremamente una hermosa e increíble historia que no solo capta la atención de cualquiera, sino que te atrapa y enamora con cada capitulo... Gracias por la conti de este bello fic! I love you Smile
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VIENTOS CELESTIALES...UN GIRO DEL DESTINO - Página 2 Empty Re: VIENTOS CELESTIALES...UN GIRO DEL DESTINO

Mensaje por flakita volkatina 8/8/2015, 12:46 am

Genial... gracias x la contiiii
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