EL DIARIO (ADAPTACION) // RAINBOW.XANDER
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Re: EL DIARIO (ADAPTACION) // RAINBOW.XANDER
Hola
Que capitulo tan bueno
Que hara Yulia por todo
Lo que le dijo su exnovio
Y Lena me sorprende
Cada vez creo mas que
Lena es la chica del libro o no?
Espero el sgte capitulo con ancias
Que capitulo tan bueno
Que hara Yulia por todo
Lo que le dijo su exnovio
Y Lena me sorprende
Cada vez creo mas que
Lena es la chica del libro o no?
Espero el sgte capitulo con ancias
andyvolkatin- Mensajes : 576
Fecha de inscripción : 27/05/2015
Re: EL DIARIO (ADAPTACION) // RAINBOW.XANDER
Pues, Andyvolkatin veamos que pasa más adelante...
Gracias por leer y de nuevo les dejo otro capítulo
Capitulo dieciseis: Mantente a mi lado
—Mamá, iré a lo de Nastya. No sé a qué hora regrese.
—Ya son las nueve, ¿no sería mejor que te quedes la noche? No me gusta que manejes en la madrugada —me dijo desde el lavaplatos.
Doblaba el trapo de secar después de guardar la vajilla en el mueble—. La gente es muy irresponsable, más el fin de semana.
—No sé qué planes tenga. Te avisaré cuando llegue.
—¿Necesitas dinero? —me preguntó acercándose a su cartera. Sé lo ajustada que está de dinero y aún tenía veinte rublos de mi mesada. No hacía falta más.
Le agradecí sin aceptar su ofrecimiento y me acerqué a darle un beso que ella alargó con un corto abrazo. Mamá solía darme todo gusto; comida, ropa, libros, música. Salíamos a tomar helados con mi hermano los sábados. Últimamente la veo afligida, triste y me pregunto si llora cuando está sola, como yo.
Nastya estaba con Irina cuando llegué. No tenían planes, ningún padre del vecindario había llegado con su ejército de engendros. Me recibió con una sonrisa, como siempre, con un brillo en los ojos que no sé como logra fingir. Sé que está mal, ahora lo sé.
No tenía intención de incomodarlas, mi estadía no sería muy larga. Quería saber cómo estaba mi amiga, darle el tiempo que le había negado y volver a casa. Me sentía culpable de imponerme en su espacio. Sin embargo Irina pronto se dio cuenta de que el tono de mi visita exigía privacidad y se excusó diciendo que saldría a dar una vuelta. Dijo que su vecino, le había regalado entradas para una exposición y fue al centro comercial un rato. Nastya la dejó ir sabiendo que mentía y me guió hasta el sofá.
—Hay algo que quiero contarte, a ti antes que… Bueno, Irina lo sabe, pero porque me escuchó hablar con mamá por teléfono.
—¿Pasó algo con Leonid? —le pregunté presintiendo lo peor.
—No —negó, agitando levemente la cabeza. Su voz temerosa, apagada—. Tiene que ver conmigo. Yo… estoy pensando en viajar a Rostov.
Rostov estaba lejos. No se refería a hoy o mañana y faltaba todavía para tener un feriado largo.
—Las vacaciones más próximas son las de acción de gracias, dentro de un mes.
—No, me refiero a… mudarme. Ya sabes, vivir allá.
No contesté. Me levanté con la excusa de que necesitaba algo de beber. Sin pedírselo saqué un vaso del aparador y lo llené abriendo el grifo del lavaplatos.
No negaré que mi mundo se reduciría a la nada si Nastya se va, o que me asusta la idea de que esté tan cerca de su hermano.
Mientras me terminaba el agua pensaba que su decisión era resultado de mi abandono, que algo debía hacer para cambiar su opinión y luego recordé que, legalmente, no podría vivir cerca de Leonid, a menos que eso también haya cambiado en mi ausencia de su vida. Volví a sentarme a su lado, ella paciente me esperó.
—¿Dijo algo el juez? ¿El doctor?
—No todavía, es algo que he estado pensando con papá y mamá.
—Nastya, Leonid…
—Vive en un hospital —me interrumpió, justificándose—. Yo estaría a más de 150 kilómetros de distancia. No violaría la sentencia.
Estaba en lo correcto, el juez dijo 50 kilómetros como mínimo entre ambos y el psiquiátrico quedaba a las afueras de la ciudad, ella misma me lo contó. Aún así, mi miedo por la seguridad de mi amiga se dejó ver.
Nastya, leyó mis gestos y me tomó de la mano, frunció los labios tan afligida que me conmovió.
—Extraño a mi familia —pronunció, iniciando un sollozo que aumentaba de intensidad con cada palabra—. Me levanto y me quedo en la cama diez minutos más, esperando que mamá venga y me diga: «levántate vagoneta», oler el tocino que papá está preparando en la cocina, abrazarlos antes de salir… —La voz se le cortó con lo último y de mis ojos cayeron unas lágrimas que ni noté que se habían acumulado—. Irina es genial, tú lo eres más, pero…
—Es tu familia.
—Quiero ser su pequeña otra vez, que cuiden de mí.
Sé lo que Nastya siente. Extraño a mi hermano Mikhaíl, más cuando el silencio del apartamento por las tardes hace más palpable su ausencia; ver a mamá feliz; sentirme tranquila como una niña. La entiendo, de verdad que sí, pero…
—Me preocupa Leonid. Aunque esté internado en el hospital, me preocupa —le aclaré antes de que pudiera repetirme que no tendría contacto directo con él.
—Es mi hermano, Yulia.
—El mismo que se levantó sonámbulo y te apuntó con un arma cargada mientras dormías.
—Su psicosis no es su culpa, está en tratamiento y, donde mis papás viven, yo no estaría en peligro —me aseguró. La verdad es que no me estaba pidiendo permiso, me informaba de una decisión que había tomado y la posibilidad de la misma.
—¿Estás segura?… Olvídalo, qué pregunta tan estúpida, por supuesto que lo estás.
Me sonrió al verme enojada y se acercó a darme un abrazo. Mi segundo del día. Lo recibí como el primero, manteniéndolo por cinco interminables segundos.
—Ya, Nastya… ya, ya… ¡Ya!
Soltó una risita al separarse y me aseguró que todo estaría bien. Nos escribiríamos seguido y hablaríamos todo el tiempo. Perderla me dolerá, pero se notaba la paz que sentía con la idea. Le iluminaba el rostro.
—¿Tienes hambre? Podemos hacer pizza. Tenemos la masa congelada, tomate, queso y albahaca —dijo dando un salto en camino a la heladera. Le marqué a mamá para decirle que llegaría tarde, la comida nos tomaría por lo menos una hora en preparar y todavía quería disculparme por mi actitud ese último tiempo. Cuando me contestó escuché a Román en el fondo, le gritaba al televisor, era noche de futbol.
—¿Seguro no te puedes quedar? —preguntó mamá.
—No, ¿por qué está Román ahí? ¿No hay televisión en el motel? —No terminaba de quejarme cuando mi amiga me quitó el celular y le dijo a mamá que me quedaría la noche, que disfrute la suya y cortó la llamada.
—No tienes nada que agradecer —dijo volviendo a la mesa de preparación.
—Gracias igual, odio a Román.
—Lo sé —me respondió, su ánimo al extremo opuesto de hace unos minutos.
Me acerqué y tomé un cuchillo, corté un pedazo de queso, coloqué sobre un plato el rallador y comencé a deslizarlo sobre sus agujeros.
—Aleksey y yo terminamos —mencioné casualmente. A mis palabras las siguió el silencio. No hubo un llanto triste, un ¿por qué? angustiado, un lo siento. Me sorprendió.
—Estarás mejor así. —Fue lo único que dijo al respecto.
—He sido tan egoísta, ¿sabes?
—¿Según quién? ¿Alyósha?
—No se equivoca.
—Él no entiende, nunca ha perdido nada.
—Sigue teniendo razón.
—¿Por qué? —insistió—. ¿Porque quiere tu atención?
—Es lo justo.
—No, él no tiene por qué ser el centro del universo, Yulia.
—Yo tampoco —le contesté, ensimismada en subir y bajar de forma mecánica el pedazo de mozzarella que tenía en la mano—. He descuidado mucho a mis amigos, a ti.
—Te equivocas —rebatió segura, su tono firme y convincente—. Tienes razones para querer tu espacio. Tú eres el centro de tu universo, yo del mío, él debe ser el centro del suyo.
—Pero eso es egoísta. Aleksey sigue teniendo razón.
—¡No! —dijo, esta vez abandonando de golpe lo que estaba haciendo, obligándome a darle toda mi atención—. Es como mamá suele decirme: «Las acciones hacia los demás son reflejo de como te sientes por dentro». ¿Cómo puedes darle atención a tus amigos cuando tu realidad te la quita toda?
—Por eso mismo…
—¡No me estás entendiendo, aj! —Se quejó, virándome los ojos—. ¿Tienes cien rublos?
—¿Qué? —No entendí a que venía su comentario.
—¿Los tienes?
—No, Nastya. Tú sabes que…
—Bien, si no los tienes, ¿cómo esperas dármelos?
Inhalé con un pesar inmenso, exhalando de igual manera. Comprendí.
—Mira, Yulia. Uno no puede dar lo que no tiene, así lo desee con todo el corazón —me explicó, regresando la tarea de rebanar el tomate—.
Aleksey puede querer que lo hagas feliz, que lo hagas sentir importante. No se da cuenta de cuanto daño te hace —opinó sin pena—. Debería apoyarte, ser paciente, pero él no sabe lo que se siente perder.
—Aleksey podría perder su carrera si no entra al Teatro de Arte en Moscú, perdería su futuro como actor, de hecho.
—No es lo mismo. Sí no entra será porque él no lo logró, porque no hizo su mejor esfuerzo o porque no es lo suficientemente bueno —argumentó—. Tú y yo sabemos lo que es perder de verdad, sin merecerlo, sin culpa, por decisiones de otros o cosas que no podemos controlar.
Y si quieres una conversación profunda y necesaria, alguien que con cariño te dé la cachetada que necesitabas, pon a Nastya a preparar pizza.
La miré por unos segundos, ella seguía rebanando el tomate como si cada rodaja fuese una obra de arte.
—Te quiero, Nastya —le dije, ella rió.
—Debí dejar que el vecino instale las cámaras de seguridad dentro de la casa, así tendría tus palabras grabadas para que el resto de la humanidad sepa que no eres una amargada mandona.
—¿Qué dijiste, perdón? —le pregunto en broma, manteniendo mi ceño inmutable. Por dentro río con ella, la quiero de verdad, me da felicidad, aunque por el momento, ella misma, no sea tan feliz. Es suficiente para mí.
—Te voy a extrañar.
Gracias por leer y de nuevo les dejo otro capítulo
Capitulo dieciseis: Mantente a mi lado
—Mamá, iré a lo de Nastya. No sé a qué hora regrese.
—Ya son las nueve, ¿no sería mejor que te quedes la noche? No me gusta que manejes en la madrugada —me dijo desde el lavaplatos.
Doblaba el trapo de secar después de guardar la vajilla en el mueble—. La gente es muy irresponsable, más el fin de semana.
—No sé qué planes tenga. Te avisaré cuando llegue.
—¿Necesitas dinero? —me preguntó acercándose a su cartera. Sé lo ajustada que está de dinero y aún tenía veinte rublos de mi mesada. No hacía falta más.
Le agradecí sin aceptar su ofrecimiento y me acerqué a darle un beso que ella alargó con un corto abrazo. Mamá solía darme todo gusto; comida, ropa, libros, música. Salíamos a tomar helados con mi hermano los sábados. Últimamente la veo afligida, triste y me pregunto si llora cuando está sola, como yo.
Nastya estaba con Irina cuando llegué. No tenían planes, ningún padre del vecindario había llegado con su ejército de engendros. Me recibió con una sonrisa, como siempre, con un brillo en los ojos que no sé como logra fingir. Sé que está mal, ahora lo sé.
No tenía intención de incomodarlas, mi estadía no sería muy larga. Quería saber cómo estaba mi amiga, darle el tiempo que le había negado y volver a casa. Me sentía culpable de imponerme en su espacio. Sin embargo Irina pronto se dio cuenta de que el tono de mi visita exigía privacidad y se excusó diciendo que saldría a dar una vuelta. Dijo que su vecino, le había regalado entradas para una exposición y fue al centro comercial un rato. Nastya la dejó ir sabiendo que mentía y me guió hasta el sofá.
—Hay algo que quiero contarte, a ti antes que… Bueno, Irina lo sabe, pero porque me escuchó hablar con mamá por teléfono.
—¿Pasó algo con Leonid? —le pregunté presintiendo lo peor.
—No —negó, agitando levemente la cabeza. Su voz temerosa, apagada—. Tiene que ver conmigo. Yo… estoy pensando en viajar a Rostov.
Rostov estaba lejos. No se refería a hoy o mañana y faltaba todavía para tener un feriado largo.
—Las vacaciones más próximas son las de acción de gracias, dentro de un mes.
—No, me refiero a… mudarme. Ya sabes, vivir allá.
No contesté. Me levanté con la excusa de que necesitaba algo de beber. Sin pedírselo saqué un vaso del aparador y lo llené abriendo el grifo del lavaplatos.
No negaré que mi mundo se reduciría a la nada si Nastya se va, o que me asusta la idea de que esté tan cerca de su hermano.
Mientras me terminaba el agua pensaba que su decisión era resultado de mi abandono, que algo debía hacer para cambiar su opinión y luego recordé que, legalmente, no podría vivir cerca de Leonid, a menos que eso también haya cambiado en mi ausencia de su vida. Volví a sentarme a su lado, ella paciente me esperó.
—¿Dijo algo el juez? ¿El doctor?
—No todavía, es algo que he estado pensando con papá y mamá.
—Nastya, Leonid…
—Vive en un hospital —me interrumpió, justificándose—. Yo estaría a más de 150 kilómetros de distancia. No violaría la sentencia.
Estaba en lo correcto, el juez dijo 50 kilómetros como mínimo entre ambos y el psiquiátrico quedaba a las afueras de la ciudad, ella misma me lo contó. Aún así, mi miedo por la seguridad de mi amiga se dejó ver.
Nastya, leyó mis gestos y me tomó de la mano, frunció los labios tan afligida que me conmovió.
—Extraño a mi familia —pronunció, iniciando un sollozo que aumentaba de intensidad con cada palabra—. Me levanto y me quedo en la cama diez minutos más, esperando que mamá venga y me diga: «levántate vagoneta», oler el tocino que papá está preparando en la cocina, abrazarlos antes de salir… —La voz se le cortó con lo último y de mis ojos cayeron unas lágrimas que ni noté que se habían acumulado—. Irina es genial, tú lo eres más, pero…
—Es tu familia.
—Quiero ser su pequeña otra vez, que cuiden de mí.
Sé lo que Nastya siente. Extraño a mi hermano Mikhaíl, más cuando el silencio del apartamento por las tardes hace más palpable su ausencia; ver a mamá feliz; sentirme tranquila como una niña. La entiendo, de verdad que sí, pero…
—Me preocupa Leonid. Aunque esté internado en el hospital, me preocupa —le aclaré antes de que pudiera repetirme que no tendría contacto directo con él.
—Es mi hermano, Yulia.
—El mismo que se levantó sonámbulo y te apuntó con un arma cargada mientras dormías.
—Su psicosis no es su culpa, está en tratamiento y, donde mis papás viven, yo no estaría en peligro —me aseguró. La verdad es que no me estaba pidiendo permiso, me informaba de una decisión que había tomado y la posibilidad de la misma.
—¿Estás segura?… Olvídalo, qué pregunta tan estúpida, por supuesto que lo estás.
Me sonrió al verme enojada y se acercó a darme un abrazo. Mi segundo del día. Lo recibí como el primero, manteniéndolo por cinco interminables segundos.
—Ya, Nastya… ya, ya… ¡Ya!
Soltó una risita al separarse y me aseguró que todo estaría bien. Nos escribiríamos seguido y hablaríamos todo el tiempo. Perderla me dolerá, pero se notaba la paz que sentía con la idea. Le iluminaba el rostro.
—¿Tienes hambre? Podemos hacer pizza. Tenemos la masa congelada, tomate, queso y albahaca —dijo dando un salto en camino a la heladera. Le marqué a mamá para decirle que llegaría tarde, la comida nos tomaría por lo menos una hora en preparar y todavía quería disculparme por mi actitud ese último tiempo. Cuando me contestó escuché a Román en el fondo, le gritaba al televisor, era noche de futbol.
—¿Seguro no te puedes quedar? —preguntó mamá.
—No, ¿por qué está Román ahí? ¿No hay televisión en el motel? —No terminaba de quejarme cuando mi amiga me quitó el celular y le dijo a mamá que me quedaría la noche, que disfrute la suya y cortó la llamada.
—No tienes nada que agradecer —dijo volviendo a la mesa de preparación.
—Gracias igual, odio a Román.
—Lo sé —me respondió, su ánimo al extremo opuesto de hace unos minutos.
Me acerqué y tomé un cuchillo, corté un pedazo de queso, coloqué sobre un plato el rallador y comencé a deslizarlo sobre sus agujeros.
—Aleksey y yo terminamos —mencioné casualmente. A mis palabras las siguió el silencio. No hubo un llanto triste, un ¿por qué? angustiado, un lo siento. Me sorprendió.
—Estarás mejor así. —Fue lo único que dijo al respecto.
—He sido tan egoísta, ¿sabes?
—¿Según quién? ¿Alyósha?
—No se equivoca.
—Él no entiende, nunca ha perdido nada.
—Sigue teniendo razón.
—¿Por qué? —insistió—. ¿Porque quiere tu atención?
—Es lo justo.
—No, él no tiene por qué ser el centro del universo, Yulia.
—Yo tampoco —le contesté, ensimismada en subir y bajar de forma mecánica el pedazo de mozzarella que tenía en la mano—. He descuidado mucho a mis amigos, a ti.
—Te equivocas —rebatió segura, su tono firme y convincente—. Tienes razones para querer tu espacio. Tú eres el centro de tu universo, yo del mío, él debe ser el centro del suyo.
—Pero eso es egoísta. Aleksey sigue teniendo razón.
—¡No! —dijo, esta vez abandonando de golpe lo que estaba haciendo, obligándome a darle toda mi atención—. Es como mamá suele decirme: «Las acciones hacia los demás son reflejo de como te sientes por dentro». ¿Cómo puedes darle atención a tus amigos cuando tu realidad te la quita toda?
—Por eso mismo…
—¡No me estás entendiendo, aj! —Se quejó, virándome los ojos—. ¿Tienes cien rublos?
—¿Qué? —No entendí a que venía su comentario.
—¿Los tienes?
—No, Nastya. Tú sabes que…
—Bien, si no los tienes, ¿cómo esperas dármelos?
Inhalé con un pesar inmenso, exhalando de igual manera. Comprendí.
—Mira, Yulia. Uno no puede dar lo que no tiene, así lo desee con todo el corazón —me explicó, regresando la tarea de rebanar el tomate—.
Aleksey puede querer que lo hagas feliz, que lo hagas sentir importante. No se da cuenta de cuanto daño te hace —opinó sin pena—. Debería apoyarte, ser paciente, pero él no sabe lo que se siente perder.
—Aleksey podría perder su carrera si no entra al Teatro de Arte en Moscú, perdería su futuro como actor, de hecho.
—No es lo mismo. Sí no entra será porque él no lo logró, porque no hizo su mejor esfuerzo o porque no es lo suficientemente bueno —argumentó—. Tú y yo sabemos lo que es perder de verdad, sin merecerlo, sin culpa, por decisiones de otros o cosas que no podemos controlar.
Y si quieres una conversación profunda y necesaria, alguien que con cariño te dé la cachetada que necesitabas, pon a Nastya a preparar pizza.
La miré por unos segundos, ella seguía rebanando el tomate como si cada rodaja fuese una obra de arte.
—Te quiero, Nastya —le dije, ella rió.
—Debí dejar que el vecino instale las cámaras de seguridad dentro de la casa, así tendría tus palabras grabadas para que el resto de la humanidad sepa que no eres una amargada mandona.
—¿Qué dijiste, perdón? —le pregunto en broma, manteniendo mi ceño inmutable. Por dentro río con ella, la quiero de verdad, me da felicidad, aunque por el momento, ella misma, no sea tan feliz. Es suficiente para mí.
—Te voy a extrañar.
RAINBOW.XANDER- Mensajes : 1950
Fecha de inscripción : 19/09/2016
Edad : 22
Localización : Buenos Aires
Re: EL DIARIO (ADAPTACION) // RAINBOW.XANDER
Hola
que buen capitulo
me gusta como Nastya apoya a Yulia
y a hace ver otro punto de vista de la vida
lastima que ella se vaya
espero la sigas pronto
ANIMO
que buen capitulo
me gusta como Nastya apoya a Yulia
y a hace ver otro punto de vista de la vida
lastima que ella se vaya
espero la sigas pronto
ANIMO
Última edición por andyvolkatin el 2/11/2017, 8:27 am, editado 1 vez
andyvolkatin- Mensajes : 576
Fecha de inscripción : 27/05/2015
Re: EL DIARIO (ADAPTACION) // RAINBOW.XANDER
Hola, buenas noches! sigo el fic desde que empezó, pero nunca tuve la oportunidad de comentar. Me parece uno de los mejores fics que leí! me encanta la trama, la manera de escribir, las cosas que dan intriga, me gusta básicamente todo! no puedo esperar a que subas otro capítulo, la espera se me hace eterna!! también quisiera que fueran más largos, pero te entiendo y me adapto! jaja seguí adelante que la historia está buenísima. Saludos!
denarg_94- Mensajes : 17
Fecha de inscripción : 11/05/2016
Edad : 30
Re: EL DIARIO (ADAPTACION) // RAINBOW.XANDER
En realidad pido disculpas por no cumplir a cabalidad el horario para subir los capítulos y eso es porque he estado algo ocupada con las clases y cuestiones personales...
andyvolkatin: Es cierto, Nastya y Yulia son muy pero muy bueas amigas y como tales se apoyan en todo. Pero creo que Yulia estará bastante entrentenida con un diario al que no quiere quitarle los ojos de encima. Saludos.
denarg_94: Bueno nena, gracias por comentar y lamento que los capítulos sean cortos y que haya incumplido con mi promesa de subirlos tres veces por semana, pero he estado un tanto ocupada y se me ha hecho dificil. Pero he acá, les traigo hoy, tres capítulos que compensen toda la semana. Un abrazo.
Capítulo 17: Absoluto
—¡Qué corras el antivirus, Yulia!
—¡Qué no tengo virus en mi computador, por enésima vez!
—¡Ahí dice que tienes como cuarenta troyanos!
Sí, lo dice. La notita en la esquina me lo repite cada hora, pero me importa un comino, no borraré esos archivos porque si lo hago desaparecerán los cracks que descargué para correr mis programas sin tener que pagar licencia este año y son muchos, especialmente todos los extras que instalé en mi juego de Sims. Ignoré a Lena y presioné la "X" para que desaparezca la notificación.
—Entonces no haremos la tarea en tu computador —me dijo, sacando unas hojas y un bolígrafo—. Le pediré su laptop a Katia cuando terminemos y la pasaré a limpio.
Se empeñó. Fue gracioso verla escribir cada una de las palabras que habíamos discutido para el informe de historia antigua en letra imprenta, pero ni teníamos tiempo para continuar a esa velocidad, ni mi computadora transmitiría cualquier virus que tuviera al papel.
Mientras Lena hacía un esfuerzo por avanzar más rápido —destruyendo en el proceso su caligrafía—, yo seguí tecleando la siguiente parte y eventualmente terminé el deber. Lo diagramé, coloqué las fuentes de investigación, hasta tuve tiempo de hacer una portada y envié un borrador a impresión.
—¿Qué hiciste? —me preguntó alarmada al escuchar la máquina hacer su trabajo—. ¡¿Infectaste mi aparato?!
—Tranquilízate, Katina, usé un condón. Estarás bien. —Me burlé acercándome a retirar las hojas para revisarlas.
—¡Te dije que no lo escribiríamos en tu computadora! —Se quejó, quitándomelas de un arranque.
—No lo hicimos, lo hice yo. Léelo y cambiaremos lo que tu quieras.
Ella comenzó a pasar las hojas, concentrada en revisar si todo estaba en orden. No se dio cuenta de que tomé sus escritos y me puse a leerlos. Sus ideas eran concisas y bien ordenadas. Su letra, por otra parte, había iniciado bastante cuadrada y clara en las primeras hojas, solo para transformarse en una letra manuscrita que no se entendía en las siguientes, como dicen usualmente, letra de doctor. Ahí me detuve. No podía distinguir qué era lo que quiso decir en las tres hojas que me faltaron por leer.
Las dejé sobre la cama —donde las había encontrado— y me acomodé. Esperaría a que ella hiciera sus correcciones, terminar el trabajo sin peleas y volver a casa.
Al alejarme noté que sus tildes sobresalían del texto, eran muy pronunciadas, unos triángulos gruesos sobre los acentos. Uno en especial me llamó la atención, en lugar de tener una forma recta en uno de sus lados, tenía dos montañas, parecía un corazón. Al fijarme mejor caí en cuenta de que no era únicamente esa tilde, donde sea que se encontrara la palabra «Jesús» la forma era igual, sobretodo en las páginas donde la caligrafía se mantenía como imprenta.
"¿Qué diablos tiene Lena con el nombre Jesús?", pensé pasando una hoja tras otra. "Tal vez estaba en lo correcto con mi teoría de su virginidad y su tatuaje expresa su devoción".
—¿Qué haces? —me preguntó tranquila.
—Reviso tu parte de la tarea, creo que hay cosas que podemos añadir al informe…
—Lo que tú escribiste está bien, no hace falta cambiar nada.
—¿Segura? Podemos revisar el documento de nuevo y dibujar un corazón sobre cada Jesús. —Le sonreí con ganas de molestarla un rato.
—¿De qué hablas, Yulia?
—De los corazones que dibujas cada vez que escribes «Jesús».
—¡¿No dibujo corazones en los Jesús?! —rebatió en forma de queja y pregunta, tomando las hojas en sus manos para constatar lo que acababa de mencionarle.
—Qué, ¿te apena que descubriera tu amor secreto por Jesucristo? Pensé que ustedes los católicos no tenían problema en proclamar su nombre y esas cosas.
—Para empezar, son triángulos, no corazones.
—¡Pfff, solo faltaba que los hicieras con color rojo! —discutí la pobre excusa que quiso darme—. Tu pastor debe estar muy orgulloso. Una de sus devotas, siempre con la pureza en el corazón, demostrando su amor al salvador —dije, llevándome mi mano al pecho de la forma más dramática posible, lo que no le sentó nada bien a mi pelirroja compañera.
—¡Tildes, son tildes! —Alzó la voz—. Y en el catolicismo no hay pastores; hay curas, o padres, o cardenales u otras cosas, no pastores —explicó—. Además, para tu información, no soy católica.
—Ajá.
—Ya no, desde hace mucho. Así que no tendría razón para estar declarando mi amor a Jesús.
Asentó las hojas sobre la mesa de noche; la última que había escrito sobre todas las demás. La caligrafía en esa página era diferente de la que yo intenté leer cuando abandoné el documento; manuscrita en su totalidad y demasiado conocida para mí, era la misma del diario.
Me acerqué para asegurarme de que mi mente no estaba jugando sucio conmigo.
"¡¿Lena?! ¡No, no, no, no, no, no, no! ¡No puede ser!"
Alterada cogí los papeles y los revisé nuevamente. Pasé de principio a fin y, desde que empieza a cambiar su caligrafía, pude percatarme de rasgos familiares. ¡Las curvas en las letras "S", las colas de las "A" minúsculas, las líneas onduladas que cruzan las "T"! En la última hoja es tan claro como el agua, además de que el texto era nuevamente legible. No quería creerlo, pero era verdad.
"¡Es Lena!", pensé. "¡Es ella!"
—Jesús… —susurré, cayendo en cuenta de la relación—. Es por Leo.
—¿Qué dijiste? —me preguntó, pero no me escuchó. De eso estoy segura.
—Nada —respondí dejando sus escritos otra vez, todas las páginas menos una, la última. La doblé disimuladamente y la guardé en el bolsillo trasero de mi pantalón. Me la llevaría para compararla con el diario—. Si no tienes cambios, mejor será imprimir la versión final. Dedo ir a casa temprano. —Quise apurarla, pero ella volvió a revisarlo todo.
Yo me puse nerviosa, sentía que temblaba y mi impaciencia se acumulaba en la boca de mi estómago. Escalofríos recorrían cada nervio de mi rostro y mi espalda, los bellos de mi brazo se alzaron sin voluntad. La sensación era parecida a cuando estás dormido y algo terrible pasa; tu cuerpo se inmoviliza y sientes sudar frío, no puedes hacer nada más que esperar a que termine y puedas despertar.
"¡¿Lena Katina?!", repetía en mi mente. "Debo estar equivocada, debo, es que… ¡no puede ser!".
—Imprimámoslo, está perfecto —exclamó. Envié el archivo a la máquina, esta vez sin condón, y, tan rápido como salió la última hoja, guardé mi computador y me fui volando.
Mi camino a casa, pasó como un flash. Recuerdo que casi atropello a un gato que tuvo la prudencia de ver a ambos lados de la calle antes de cruzar y dio un salto que salvó su octava vida. Aparte de eso, no dudo haberme saltado semáforos en rojo y rebasar el límite de velocidad en varios tramos.
—¡Nos vemos mañana, Yulia! — me dijo el hombre que cuida los autos. Hoy no le di la oportunidad de coquetearme con el fin de que le eche un ojo extra a mi bebé por la noche. Necesitaba comparar esos escritos lo más rápido posible y convencerme de que el diario no le pertenecía a Lena Katina.
Por fin, llego a la puerta y busco mis llaves en mi maleta de forma desesperada. Mis nervios me ganan y se me caen intentando abrir la cerradura.
—¡Cálmate, Yulia. Unos segundos más!
Entro con un poco de esfuerzo y voy a mi lugar «secreto» que, más que secreto, cierra con una llave que solo yo tengo en caso de que a Román se le ocurra husmear. Saco el diario y me siento, abriéndolo en una página cualquiera.
Todos los detalles de escritura corresponden, las palabras comunes como: «de», «la», «como», «te», «que», «se», todas coinciden y no solo una vez. Esta caligrafía es imposible de confundir, es natural y con rasgos demasiado personales para que otra persona pueda duplicarla fácilmente. Es evidente que, cuando Lena escribió el informe de historia, lo hizo pensando en que yo pueda entenderla después, pero visiblemente es una caligrafía forzada para ella. Claro, por eso tardaba tanto en escribir. Sin embargo, en las últimas hojas su verdadera letra surgió.
¡Lena es la dueña del diario, la niña de la foto, la chica que en sus palabras esconde tantos miedos, tantas vivencias…!
—Espera…
De repente un detalle se tornó indiscutible.
—¡¿El ogro soy yo?!
Capítulo 18: Karma Police
—Aquí está...maldita factura —digo desdoblando el papel que saqué del bolsillo interno izquierdo de mi chaqueta de cuero, el último lugar donde se me ocurrió buscar ese recibo.
Miércoles, 1 de junio, 2015
Contratación de espacio de bodega válido por un mes.
29.99 Rublos
Maldición, la fecha coincide con la primera entrada del diario. ¡Maldición, maldición!
El día anterior a ese miércoles, Román pasó por la casa para cenar y mencionó «casualmente» que muchos de mis discos de vinilo podrían venderse por cientos de dólares en Ebay, y que si lo hacía, tendría un buen fajo de dinero, según él podría «comprarme un auto usado». Pero ¿para qué iba a querer yo un auto, peor uno usado?, el mío estaba en perfectas condiciones. Lo que Román quería eran mis vinilos, venderlos e ir directo al casino, le diría a mamá que él lo necesitaba más que yo, que con lo que ganaría me repondría lo perdido. Meses atrás hizo algo parecido con los juegos de Xbox de mi hermano. Vendió más de cincuenta títulos y jamás le devolvió un centavo. Mikhaíl lloró todas las noches, por semanas.
Esa misma noche recogí todo lo que tenía de valor que entrara en las dos cajas de cartón que tenía a la mano, las escondería de alguna forma, pero tenía que ser fuera de mi propia casa. Lo único que se me ocurrió fue llamar a Nastya, si no ponía objeción, podría encargarlas en el ático de su abuela. Y no hubiese sido una mala idea, si no fuera porque Olga, a veces, es tan imaginativa con las cosas ajenas como lo es Román.
Mi amiga me recomendó que lo mejor sería contratar un servicio de bodegaje —como el que sus papás habían arrendado antes de mudarse— y que guarde mis pertenencias allí. Nadie tendría acceso más que yo, estarían seguras.
Ese 1 de junio —en el cual Lena escribe que «el ogro» pasó a cobrarle el dinero que le prestó—, fui yo quien la visitó. Me faltaban siete rublos para el pago de la bodega y recordé que ella me debía cinco. Después de timbrar como loca —cuando por fin me abrió la puerta—, la extorsioné por los siete diciéndole que me debía impuestos por mora; me había dicho que me pagaría al día siguiente y nunca sucedió. Sacó un billete, dos monedas y me fui.
Yo, soy el ogro.
Eso quiere decir que… ¡¿Aleksey, es el amigo mete cuernos?!
—¡Aaaaaaaaaaaaaaaaaaaaj! —grito con todas mis fuerzas bajo el cojín que termina camuflando toda mi maldita frustración.
¡El muy descarado se atrevió a decirme… no, a ponerme de excusa! ¡Me llamó egoísta! ¡¿Egoísta yo?! Él era quien andaba metiendo su egoísmo en quién sabe qué hueco y…
¡Oh-por-Dios!…
—Grgrgrgrgrgrgrgrgrgrgrgrg —Respiro—. Grgrgrgrgrgrgr grgrgrgrgrgrgr. —No existe, en el mundo, suficiente enjuague bucal—. Grgrgrgrgrgrgrgrgrgrgrgrg.
Listo, me terminé la pasta dental lavando mi lengua. La pobre quedó lastimada, pero ya me siento menos sucia, puaj.
Diablos, tengo que hacerme exámenes médicos. ¡Por los siguientes seis meses! Él tendrá que pagarlos, por caliente y mete cuernos… ¡Basta, ya me oirá! No vale la pena seguir pensando en ese estúpido. Aunque… ¡soy un maldito ogro! ¡Puedo quejarme e insultarlo las veces que me de la regalada gana!… ¡Ogro, dije!
Lena…
¡No, aún no puedo pensar en nada más que en el maldito de Aleksey! Algo tengo que hacer, tengo que vengarme, porque justo ahora él debe estar tirándose a su amiguita en su casa. Ya no espera que yo llegue, así que: ¡Viva la central del sexo, wooohooo!
¡Ajjjjjjjjj, lo odio!
Quisiera tener un rollo de papel higiénico y a él atado a una silla. Así podría preparar bolas mojadas en arsénico y metérselas por la boca hasta que no entre una más y se muera ahoga… ¡Papel higiénico, no es una mala idea! Podría hacer engrudo… o no, ¿para qué pasar tiempo cocinando? Puedo comprar tres cajas de huevos, hacerles un pequeño hueco con un clavo para que se pudran hasta el otro día, ir a su casa cuando sé que no va a estar él o sus padres, reventarlos todos sobre la casa rodante esa donde finge vivir su dependencia y aventar los rollos de papel para que se endurezcan con la clara. Además de apestar infinitamente, será casi imposible despegarlos. Compraré un frasco de miel y lo pondré en la unión de la puerta para que todo esté tan pegajoso y meloso… no, mejor uno de salsa de tomate o salsa BBQ… sí, esa dará peor olor y el empaque suele tener una punta, será más fácil para mí colocarla en el borde de la entrada y en la ventana superior del techo. ¡Ja, será genial! Mañana pasaré por el supermercado y, el miércoles, ¡ejecutaré el mejor trabajo de manualidades que jamás haya hecho en mi vida!
Ya…, ya me siento más tranquila. Ahora sí, Lena.
Así que es ella. El novio mayor que mencionó el idiota de mi ex, es Jesús o Leo, es el brasileño. Hasta donde yo entendía no era su novio, aunque a estas alturas quién sabe. En el diario él aún pensaba que Lena tenía diecinueve años, pero si la recoge todos los días de la escuela —o casi todos, porque hoy fuimos juntas a su casa y él no apareció—, ya debe saber que le mintió y que todavía es menor de edad, lo que parece no importarle. Lena mencionó que tiene veinticuatro años, no es un anciano, tampoco un niño, debe saber que lo que hace es ilegal.
Lo de sus padres me sorprende. Hoy en su casa todo parecía normal. Aparte de la inconfundible tranquilidad por la ausencia de su hermana —que ahora vive en San Petersburgo por la universidad—, todo, y me refiero a todo, estaba exactamente igual. Las fotos familiares, las decoraciones, los muebles. Uno asume que en una separación, el que se va, se lleva sus cosas y unas cuantas más; el que se queda destruye toda evidencia de la existencia del otro, principalmente las imágenes que le recuerden su vida juntos. Más aún si en esa casa se quedó su mamá y ella ahora tiene otro novio. Espera… ¿Están divorciados o solo separados? Eso no lo mencionó, ¿o sí?
Tendré que volver a leer las entradas. Ahora que sé que es Lena quien narra entenderé mejor qué le sucede, a qué se refiere…
Diablos, ¿debo hacerlo? Me siento como una asechadora, peor, estaría violando su intimidad…
—Hmmm —Suspiro y observo ese cuaderno de cuero negro. No debería… No… No debería…
Y como si un rayo me hubiese caído en la cabeza, una idea me paraliza por completo.
—Alguien la secuestró de niña. ¿Fue su papá? Mamá me contó que se sospechaba de un mal manejo del caso por parte de la policía. ¡Él es policía! Sergey Katin pudo haber vivido en Korsakovo cuando ocurrió, se robó a Katia y a Lena, y las llevó con su esposa a Soshi. Pudo haber falsificado papeles con la ayuda de un juez corrupto amigo suyo y listo, tiene dos hijas de la nada y en la nueva ciudad nadie sospecha nada.
Debo hacerlo, tengo que terminar el diario y descubrir qué más pasó. Saber si Lena no está siendo extorsionada por los Katin o algo peor y dejó el diario en la escuela, para que alguien lo encuentre y la ayude. Aunque eso sería bastante estúpido. Lena tiene demasiada libertad para ser una prisionera, se habría escapado hace tiempo.
"¿Ves? Por esa razón debes leer el diario", me repite mi yo interno. "No violarás su intimidad. El diario es ahora de «tú» propiedad".
La Yulia de mi mente no colabora. Como sea, lo leeré. Esta será una larga noche.
Capítulo 19: Primero
Entrada número nueve del diario.
18 de junio, 2015
Es una semana desde que decidí dejar a un lado las dudas sobre mi origen. Me costó mucho no escribir, pero me estaba volviendo loca; no podía dormir, todo lo que comía me caía mal y tenía un constante sentimiento de pérdida, de miedo. Ahora siento alivio, menos perseguida, más… amada, por así decirlo. He podido tener conversaciones amenas con mamá, he hablado más seguido con papá por el teléfono. No sé, quizá necesitaba dejar de pensar, dejar de buscar respuestas que no necesito. Yo estoy bien, por ahora. No me hace falta saberlo todo.
Acordé conmigo misma en darme un mes —por lo menos, quizá más—, buscaría tranquilizarme, regresar a mi «normalidad», volver a mirar la vida de colores… Dios, sueno tan… inocente, ingenua, hasta tonta. La vida no viene en blanco y negro, pero no es un arcoiris tampoco, no ahora. Durante este tiempo no haré preguntas sobre mi pasado, no investigaré más, no me preocuparé por nada. Un mes, empezando desde hoy.
En un rato más salgo para el club. Necesito relajarme, bailar, sudar, emborracharme si puedo. Me tiene sin cuidado que Leo no haya regresado de Brasil aún. Chicos guapos hay muchos y lo más probable es que me encuentre uno o dos con los que pueda perder el tiempo.
Tirar a la basura la imagen que tengo de Lena es lo que se me hace más difícil, no necesariamente leerla. Me repetí las entradas que ya había leído sin cargo de consciencia. Sé con seguridad que sus padres se estaban divorciando, que Leo es un chico que le gusta y con quien hace y comparte muchas cosas, un puerto libre, o parqueo gratis —como en el monopolio—, un amigo y nada más. De cualquier forma se me hace extraño imaginarla actuar así de «libre», por no ponerle otra palabra, una más descriptiva y menos apropiada. Ella es «libre» de hacer lo que quiera… ¿no?
Entrada número diez del diario.
19 de junio, 2015
Son las tres de la tarde… creo. Acabo de despertar con una cruda terrible, mareo, dolor de cabeza, de cuerpo, especialmente en mi pelvis. ¡Uf, pero lo de anoche… se merece ese dolor, el de mi muñeca, el de mi cuello, el de mi boca!
Nunca había besado a alguien de tal forma que me dolieran los labios y todavía recuerdo el cosquilleo que sentía cuando me quedé dormida en su cama. Sí, debí irme, pero ella insistió en que durmiera un par de horas…
—¡¿Ella?! ¡Lena, ¿una chica?! —Mejor, continúo.
… y yo acepté, me acomodé con mi cuerpo desnudo a sus espaldas y adiós realidad. Desperté a las siete de la mañana de hoy y vine volando a casa. Estaba más que segura de que mamá me mataría, se supone que pasaría aquí el fin de semana completo, pero me equivoqué o ella cambió de planes. Volví a acostarme después de un corto baño para quitarme el olor a cigarrillo que todavía tenía mi ropa y mi cabello, me puse mis pantaloncillos cortos de pijama, una camiseta vieja de béisbol y caí rendida sobre la almohada, con el pelo mojado. Pescaré un resfriado, lo sé, pero después de lo que pasó anoche, ¿a quién le importa?
No fui al club con el propósito de cuestionar mi sexualidad… y no creo haberlo hecho. En ningún momento me asustó que esas dos chicas se acercaran a mí y me llevaran a la pista para bailar a mi alrededor, como si fuese la carne de su hamburguesa. Nuestros cuerpos se tocaron, demasiado y nunca me incomodó. Me sentía excitada, volando, aunque no había fumado ni un mísero tabaco.
La chica más masculina —que aparte de ese detalle era divina, con unos ojos azules hermosos— me veía con ganas de besarme, de comerme en realidad. Posó sus manos sobre mi cintura, fue delicada, se acercó a mí, usando sus manos como guías y su mirada como método de conquista. Los dientes que mostraba al apretar sus labios me dejaban saber que me deseaba. Me hizo sentir importante, como si la decisión recayera sobre mis hombros. Era evidente que quería que yo tomara la posta y la besara. No consiguió su objetivo y se acercó con sus labios a mi cuello, posándolos sobre mi piel. Largué un gemido en su oído, dándole una corta satisfacción que expresó con una sonrisa al separarse. Sus manos me apretaron más fuerte y comenzaron a recorrer mi espalda por debajo de mi camiseta de algodón.
—No seas tímida. —Volvió a mi oído para susurrarme—, déjame probarte.
Se me hizo agua a la boca porque su olor era exquisito. Quería permitírselo, pero su amiga detrás de mí, tenía otra idea. Me tomó por las manos, subiendo las suyas, recorriendo mis brazos hasta llegar a mis codos y me jaló hacia ella, separándome de mis juegos con la chica que tenía en frente.
—Eres hermosa —me dijo, chupando enseguida el lóbulo de mi oreja.
Mis ojos se cerraron de inmediato, mi boca abierta por la sensación. La chica no tardó en aprovechar la oportunidad y cubrió el espacio con sus labios. ¡Uf, el beso de una mujer!
Recordándolo ahora, la noche no hubiese terminado bien con ellas. Lo que querían era competir, yo no importaba, no me tenían en cuenta para complacerme; era su trofeo. Cuando me cansé de los juegos que ambas pusieron, de los jalones, de las mordidas, de los insultos conmigo en medio, me hice a un lado y las dejé a que resuelvan sus problemas solas.
—¡No eres tan bonita de todos modos! —gritó la una, la otra la secundó con un «por eso odio apostar a ganarme a una hétero, no aguantan nada».
Antoine, el chico que atiende en la barra y amigo de Leo, me sirvió un tequila y se rió conmigo después de terminármelo.
—Ibas a terminar de cadáver bajo esas aves de rapiña.
—Sí, intensidad total con esas mujeres. Lindas, pero… no gracias, paso.
—Por lo menos te divertiste un rato —dijo sirviéndome un segundo shot—, hasta yo lo hice.
Alcé mi vaso concordando con él y me lo tomé de un solo sorbo. Esperaba a que Antoine me sirviera otro cuando escuché a mi lado a Marina decirme:
—Esas chicas no saben lo que hablan, eres muy hermosa. Mucho más que bonita.
Le sonreí cuando terminó de elogiarme.
—¿Quieres un trago? —le ofrecí y me enseñó que ya tenía uno en la mano—. Antoine, ¿me das uno de esos, por favor?
—No te aconsejaría que mezcles bebidas, pero uno no te hará mal —contestó, observándola por unos segundos. Ladeó su cabeza ligeramente mientras me la servía, alentándome a conquistarla. La rubia a mi lado era linda, muy, muy linda y habíamos tenido un agradable contacto inicial.
—Te va a gustar, es fuerte y tiene un término a menta muy agradable.
Di un corto sorbo y sentí el alcohol casi puro inundar mi boca de inmediato, tenía un gusto refrescante al tragar. Rico, no muy dulce, pero si un poco.
Lo terminamos entre una ligera conversación. Me dijo su nombre y me contó que estaba cursando unos seminarios de economía que dictaban en el verano en la universidad. Me confesó que era la primera vez que se atrevía a salir sola, pero estaba harta de ir a bares con sus amigas y no poder hablar con una chica sin que la critiquen. Me preguntó como me llamaba, se lo dije; qué estudiaba, le contesté, no mentí; qué edad tenía en realidad, reí; y luego fuimos a bailar.
Su cabello rubio natural caía perfecto en ondas muy suaves, sus ojos tras esos lentes de marco grueso y su piel blanca… parecía magia. Muy, muuuy linda.
Al contrario que las otras dos, Marina no intentó conquistarme, su forma de ser lo logró por ella. Unos cuantos tragos después, me acerqué a su oído en medio de la pista y sin miedo le dije que me moría por besarla. Ella me respondió de la misma manera:
—¿Y qué esperas?
No tengo idea qué se apoderó de mí, pero en segundos la tuve sujetada de la cintura, acercándola a mi cuerpo y… ¡Dios, besar a una mujer!
Ella sugirió ir a un lugar más tranquilo y caminamos hasta los dormitorios de la universidad. No nos tomó más de veinte minutos llegar desde donde estábamos. Vive sola, por suerte. La habitación era pequeña, su cama, una mesa de estudio, un closet y una pared que había llenado con carteles de sus películas favoritas, La Naranja Mecánica, Star Wars, Saw. La luz de la mesa de noche era suave e iluminaba apenas las paredes y la cama, donde me senté a esperar a que pusiera un poco de música. Cuando volteó se apoyó de espaldas al escritorio, esperando que fuera hasta ella. Lo hice. ¡Dios, hice tantas cosas!
Cuando sonreía se le marcaba un hoyo en el cachete izquierdo, uno solo, adorable. ¿Cómo puede haber gente a la que no le gusten los hoyos en la piel, en donde sea? Y sus pecas, infinitos puntos sobre esa extremadamente blanca piel.
Nos besamos tanto, nos tocamos tanto… Fue genial y ahora me duele todo. Iré por otro baño, una ducha caliente que dure una hora al menos, y después por un bocadillo porque muero de hambre. Puedo decir que es el mejor sexo que he tenido. Marina puso la barra demasiado alto.
—Wow…
Me duele la cara de tener la boca abierta del asombro mientras terminaba de leer. Lena se acostó con una chica, una chica, ¡u-na chi-ca! Eso quiere decir que… ¿es lesbiana?, ¿bisexual?, ¿curiosa?, ¡¿heteroflexible?!
Esta no es la imagen que tengo de ella. Y no me importa si es cualquiera de esas cosas, es solo que, con sus novios oficiales, siempre fue reservada. Ahora es la diosa del sexo. ¡Virgen mi culo!, literalmente. Su tatuaje tiene otro significado y yo quiero saber cuál.
andyvolkatin: Es cierto, Nastya y Yulia son muy pero muy bueas amigas y como tales se apoyan en todo. Pero creo que Yulia estará bastante entrentenida con un diario al que no quiere quitarle los ojos de encima. Saludos.
denarg_94: Bueno nena, gracias por comentar y lamento que los capítulos sean cortos y que haya incumplido con mi promesa de subirlos tres veces por semana, pero he estado un tanto ocupada y se me ha hecho dificil. Pero he acá, les traigo hoy, tres capítulos que compensen toda la semana. Un abrazo.
Capítulo 17: Absoluto
—¡Qué corras el antivirus, Yulia!
—¡Qué no tengo virus en mi computador, por enésima vez!
—¡Ahí dice que tienes como cuarenta troyanos!
Sí, lo dice. La notita en la esquina me lo repite cada hora, pero me importa un comino, no borraré esos archivos porque si lo hago desaparecerán los cracks que descargué para correr mis programas sin tener que pagar licencia este año y son muchos, especialmente todos los extras que instalé en mi juego de Sims. Ignoré a Lena y presioné la "X" para que desaparezca la notificación.
—Entonces no haremos la tarea en tu computador —me dijo, sacando unas hojas y un bolígrafo—. Le pediré su laptop a Katia cuando terminemos y la pasaré a limpio.
Se empeñó. Fue gracioso verla escribir cada una de las palabras que habíamos discutido para el informe de historia antigua en letra imprenta, pero ni teníamos tiempo para continuar a esa velocidad, ni mi computadora transmitiría cualquier virus que tuviera al papel.
Mientras Lena hacía un esfuerzo por avanzar más rápido —destruyendo en el proceso su caligrafía—, yo seguí tecleando la siguiente parte y eventualmente terminé el deber. Lo diagramé, coloqué las fuentes de investigación, hasta tuve tiempo de hacer una portada y envié un borrador a impresión.
—¿Qué hiciste? —me preguntó alarmada al escuchar la máquina hacer su trabajo—. ¡¿Infectaste mi aparato?!
—Tranquilízate, Katina, usé un condón. Estarás bien. —Me burlé acercándome a retirar las hojas para revisarlas.
—¡Te dije que no lo escribiríamos en tu computadora! —Se quejó, quitándomelas de un arranque.
—No lo hicimos, lo hice yo. Léelo y cambiaremos lo que tu quieras.
Ella comenzó a pasar las hojas, concentrada en revisar si todo estaba en orden. No se dio cuenta de que tomé sus escritos y me puse a leerlos. Sus ideas eran concisas y bien ordenadas. Su letra, por otra parte, había iniciado bastante cuadrada y clara en las primeras hojas, solo para transformarse en una letra manuscrita que no se entendía en las siguientes, como dicen usualmente, letra de doctor. Ahí me detuve. No podía distinguir qué era lo que quiso decir en las tres hojas que me faltaron por leer.
Las dejé sobre la cama —donde las había encontrado— y me acomodé. Esperaría a que ella hiciera sus correcciones, terminar el trabajo sin peleas y volver a casa.
Al alejarme noté que sus tildes sobresalían del texto, eran muy pronunciadas, unos triángulos gruesos sobre los acentos. Uno en especial me llamó la atención, en lugar de tener una forma recta en uno de sus lados, tenía dos montañas, parecía un corazón. Al fijarme mejor caí en cuenta de que no era únicamente esa tilde, donde sea que se encontrara la palabra «Jesús» la forma era igual, sobretodo en las páginas donde la caligrafía se mantenía como imprenta.
"¿Qué diablos tiene Lena con el nombre Jesús?", pensé pasando una hoja tras otra. "Tal vez estaba en lo correcto con mi teoría de su virginidad y su tatuaje expresa su devoción".
—¿Qué haces? —me preguntó tranquila.
—Reviso tu parte de la tarea, creo que hay cosas que podemos añadir al informe…
—Lo que tú escribiste está bien, no hace falta cambiar nada.
—¿Segura? Podemos revisar el documento de nuevo y dibujar un corazón sobre cada Jesús. —Le sonreí con ganas de molestarla un rato.
—¿De qué hablas, Yulia?
—De los corazones que dibujas cada vez que escribes «Jesús».
—¡¿No dibujo corazones en los Jesús?! —rebatió en forma de queja y pregunta, tomando las hojas en sus manos para constatar lo que acababa de mencionarle.
—Qué, ¿te apena que descubriera tu amor secreto por Jesucristo? Pensé que ustedes los católicos no tenían problema en proclamar su nombre y esas cosas.
—Para empezar, son triángulos, no corazones.
—¡Pfff, solo faltaba que los hicieras con color rojo! —discutí la pobre excusa que quiso darme—. Tu pastor debe estar muy orgulloso. Una de sus devotas, siempre con la pureza en el corazón, demostrando su amor al salvador —dije, llevándome mi mano al pecho de la forma más dramática posible, lo que no le sentó nada bien a mi pelirroja compañera.
—¡Tildes, son tildes! —Alzó la voz—. Y en el catolicismo no hay pastores; hay curas, o padres, o cardenales u otras cosas, no pastores —explicó—. Además, para tu información, no soy católica.
—Ajá.
—Ya no, desde hace mucho. Así que no tendría razón para estar declarando mi amor a Jesús.
Asentó las hojas sobre la mesa de noche; la última que había escrito sobre todas las demás. La caligrafía en esa página era diferente de la que yo intenté leer cuando abandoné el documento; manuscrita en su totalidad y demasiado conocida para mí, era la misma del diario.
Me acerqué para asegurarme de que mi mente no estaba jugando sucio conmigo.
"¡¿Lena?! ¡No, no, no, no, no, no, no! ¡No puede ser!"
Alterada cogí los papeles y los revisé nuevamente. Pasé de principio a fin y, desde que empieza a cambiar su caligrafía, pude percatarme de rasgos familiares. ¡Las curvas en las letras "S", las colas de las "A" minúsculas, las líneas onduladas que cruzan las "T"! En la última hoja es tan claro como el agua, además de que el texto era nuevamente legible. No quería creerlo, pero era verdad.
"¡Es Lena!", pensé. "¡Es ella!"
—Jesús… —susurré, cayendo en cuenta de la relación—. Es por Leo.
—¿Qué dijiste? —me preguntó, pero no me escuchó. De eso estoy segura.
—Nada —respondí dejando sus escritos otra vez, todas las páginas menos una, la última. La doblé disimuladamente y la guardé en el bolsillo trasero de mi pantalón. Me la llevaría para compararla con el diario—. Si no tienes cambios, mejor será imprimir la versión final. Dedo ir a casa temprano. —Quise apurarla, pero ella volvió a revisarlo todo.
Yo me puse nerviosa, sentía que temblaba y mi impaciencia se acumulaba en la boca de mi estómago. Escalofríos recorrían cada nervio de mi rostro y mi espalda, los bellos de mi brazo se alzaron sin voluntad. La sensación era parecida a cuando estás dormido y algo terrible pasa; tu cuerpo se inmoviliza y sientes sudar frío, no puedes hacer nada más que esperar a que termine y puedas despertar.
"¡¿Lena Katina?!", repetía en mi mente. "Debo estar equivocada, debo, es que… ¡no puede ser!".
—Imprimámoslo, está perfecto —exclamó. Envié el archivo a la máquina, esta vez sin condón, y, tan rápido como salió la última hoja, guardé mi computador y me fui volando.
Mi camino a casa, pasó como un flash. Recuerdo que casi atropello a un gato que tuvo la prudencia de ver a ambos lados de la calle antes de cruzar y dio un salto que salvó su octava vida. Aparte de eso, no dudo haberme saltado semáforos en rojo y rebasar el límite de velocidad en varios tramos.
—¡Nos vemos mañana, Yulia! — me dijo el hombre que cuida los autos. Hoy no le di la oportunidad de coquetearme con el fin de que le eche un ojo extra a mi bebé por la noche. Necesitaba comparar esos escritos lo más rápido posible y convencerme de que el diario no le pertenecía a Lena Katina.
Por fin, llego a la puerta y busco mis llaves en mi maleta de forma desesperada. Mis nervios me ganan y se me caen intentando abrir la cerradura.
—¡Cálmate, Yulia. Unos segundos más!
Entro con un poco de esfuerzo y voy a mi lugar «secreto» que, más que secreto, cierra con una llave que solo yo tengo en caso de que a Román se le ocurra husmear. Saco el diario y me siento, abriéndolo en una página cualquiera.
Todos los detalles de escritura corresponden, las palabras comunes como: «de», «la», «como», «te», «que», «se», todas coinciden y no solo una vez. Esta caligrafía es imposible de confundir, es natural y con rasgos demasiado personales para que otra persona pueda duplicarla fácilmente. Es evidente que, cuando Lena escribió el informe de historia, lo hizo pensando en que yo pueda entenderla después, pero visiblemente es una caligrafía forzada para ella. Claro, por eso tardaba tanto en escribir. Sin embargo, en las últimas hojas su verdadera letra surgió.
¡Lena es la dueña del diario, la niña de la foto, la chica que en sus palabras esconde tantos miedos, tantas vivencias…!
—Espera…
De repente un detalle se tornó indiscutible.
—¡¿El ogro soy yo?!
Capítulo 18: Karma Police
—Aquí está...maldita factura —digo desdoblando el papel que saqué del bolsillo interno izquierdo de mi chaqueta de cuero, el último lugar donde se me ocurrió buscar ese recibo.
Miércoles, 1 de junio, 2015
Contratación de espacio de bodega válido por un mes.
29.99 Rublos
Maldición, la fecha coincide con la primera entrada del diario. ¡Maldición, maldición!
El día anterior a ese miércoles, Román pasó por la casa para cenar y mencionó «casualmente» que muchos de mis discos de vinilo podrían venderse por cientos de dólares en Ebay, y que si lo hacía, tendría un buen fajo de dinero, según él podría «comprarme un auto usado». Pero ¿para qué iba a querer yo un auto, peor uno usado?, el mío estaba en perfectas condiciones. Lo que Román quería eran mis vinilos, venderlos e ir directo al casino, le diría a mamá que él lo necesitaba más que yo, que con lo que ganaría me repondría lo perdido. Meses atrás hizo algo parecido con los juegos de Xbox de mi hermano. Vendió más de cincuenta títulos y jamás le devolvió un centavo. Mikhaíl lloró todas las noches, por semanas.
Esa misma noche recogí todo lo que tenía de valor que entrara en las dos cajas de cartón que tenía a la mano, las escondería de alguna forma, pero tenía que ser fuera de mi propia casa. Lo único que se me ocurrió fue llamar a Nastya, si no ponía objeción, podría encargarlas en el ático de su abuela. Y no hubiese sido una mala idea, si no fuera porque Olga, a veces, es tan imaginativa con las cosas ajenas como lo es Román.
Mi amiga me recomendó que lo mejor sería contratar un servicio de bodegaje —como el que sus papás habían arrendado antes de mudarse— y que guarde mis pertenencias allí. Nadie tendría acceso más que yo, estarían seguras.
Ese 1 de junio —en el cual Lena escribe que «el ogro» pasó a cobrarle el dinero que le prestó—, fui yo quien la visitó. Me faltaban siete rublos para el pago de la bodega y recordé que ella me debía cinco. Después de timbrar como loca —cuando por fin me abrió la puerta—, la extorsioné por los siete diciéndole que me debía impuestos por mora; me había dicho que me pagaría al día siguiente y nunca sucedió. Sacó un billete, dos monedas y me fui.
Yo, soy el ogro.
Eso quiere decir que… ¡¿Aleksey, es el amigo mete cuernos?!
—¡Aaaaaaaaaaaaaaaaaaaaj! —grito con todas mis fuerzas bajo el cojín que termina camuflando toda mi maldita frustración.
¡El muy descarado se atrevió a decirme… no, a ponerme de excusa! ¡Me llamó egoísta! ¡¿Egoísta yo?! Él era quien andaba metiendo su egoísmo en quién sabe qué hueco y…
¡Oh-por-Dios!…
—Grgrgrgrgrgrgrgrgrgrgrgrg —Respiro—. Grgrgrgrgrgrgr grgrgrgrgrgrgr. —No existe, en el mundo, suficiente enjuague bucal—. Grgrgrgrgrgrgrgrgrgrgrgrg.
Listo, me terminé la pasta dental lavando mi lengua. La pobre quedó lastimada, pero ya me siento menos sucia, puaj.
Diablos, tengo que hacerme exámenes médicos. ¡Por los siguientes seis meses! Él tendrá que pagarlos, por caliente y mete cuernos… ¡Basta, ya me oirá! No vale la pena seguir pensando en ese estúpido. Aunque… ¡soy un maldito ogro! ¡Puedo quejarme e insultarlo las veces que me de la regalada gana!… ¡Ogro, dije!
Lena…
¡No, aún no puedo pensar en nada más que en el maldito de Aleksey! Algo tengo que hacer, tengo que vengarme, porque justo ahora él debe estar tirándose a su amiguita en su casa. Ya no espera que yo llegue, así que: ¡Viva la central del sexo, wooohooo!
¡Ajjjjjjjjj, lo odio!
Quisiera tener un rollo de papel higiénico y a él atado a una silla. Así podría preparar bolas mojadas en arsénico y metérselas por la boca hasta que no entre una más y se muera ahoga… ¡Papel higiénico, no es una mala idea! Podría hacer engrudo… o no, ¿para qué pasar tiempo cocinando? Puedo comprar tres cajas de huevos, hacerles un pequeño hueco con un clavo para que se pudran hasta el otro día, ir a su casa cuando sé que no va a estar él o sus padres, reventarlos todos sobre la casa rodante esa donde finge vivir su dependencia y aventar los rollos de papel para que se endurezcan con la clara. Además de apestar infinitamente, será casi imposible despegarlos. Compraré un frasco de miel y lo pondré en la unión de la puerta para que todo esté tan pegajoso y meloso… no, mejor uno de salsa de tomate o salsa BBQ… sí, esa dará peor olor y el empaque suele tener una punta, será más fácil para mí colocarla en el borde de la entrada y en la ventana superior del techo. ¡Ja, será genial! Mañana pasaré por el supermercado y, el miércoles, ¡ejecutaré el mejor trabajo de manualidades que jamás haya hecho en mi vida!
Ya…, ya me siento más tranquila. Ahora sí, Lena.
Así que es ella. El novio mayor que mencionó el idiota de mi ex, es Jesús o Leo, es el brasileño. Hasta donde yo entendía no era su novio, aunque a estas alturas quién sabe. En el diario él aún pensaba que Lena tenía diecinueve años, pero si la recoge todos los días de la escuela —o casi todos, porque hoy fuimos juntas a su casa y él no apareció—, ya debe saber que le mintió y que todavía es menor de edad, lo que parece no importarle. Lena mencionó que tiene veinticuatro años, no es un anciano, tampoco un niño, debe saber que lo que hace es ilegal.
Lo de sus padres me sorprende. Hoy en su casa todo parecía normal. Aparte de la inconfundible tranquilidad por la ausencia de su hermana —que ahora vive en San Petersburgo por la universidad—, todo, y me refiero a todo, estaba exactamente igual. Las fotos familiares, las decoraciones, los muebles. Uno asume que en una separación, el que se va, se lleva sus cosas y unas cuantas más; el que se queda destruye toda evidencia de la existencia del otro, principalmente las imágenes que le recuerden su vida juntos. Más aún si en esa casa se quedó su mamá y ella ahora tiene otro novio. Espera… ¿Están divorciados o solo separados? Eso no lo mencionó, ¿o sí?
Tendré que volver a leer las entradas. Ahora que sé que es Lena quien narra entenderé mejor qué le sucede, a qué se refiere…
Diablos, ¿debo hacerlo? Me siento como una asechadora, peor, estaría violando su intimidad…
—Hmmm —Suspiro y observo ese cuaderno de cuero negro. No debería… No… No debería…
Y como si un rayo me hubiese caído en la cabeza, una idea me paraliza por completo.
—Alguien la secuestró de niña. ¿Fue su papá? Mamá me contó que se sospechaba de un mal manejo del caso por parte de la policía. ¡Él es policía! Sergey Katin pudo haber vivido en Korsakovo cuando ocurrió, se robó a Katia y a Lena, y las llevó con su esposa a Soshi. Pudo haber falsificado papeles con la ayuda de un juez corrupto amigo suyo y listo, tiene dos hijas de la nada y en la nueva ciudad nadie sospecha nada.
Debo hacerlo, tengo que terminar el diario y descubrir qué más pasó. Saber si Lena no está siendo extorsionada por los Katin o algo peor y dejó el diario en la escuela, para que alguien lo encuentre y la ayude. Aunque eso sería bastante estúpido. Lena tiene demasiada libertad para ser una prisionera, se habría escapado hace tiempo.
"¿Ves? Por esa razón debes leer el diario", me repite mi yo interno. "No violarás su intimidad. El diario es ahora de «tú» propiedad".
La Yulia de mi mente no colabora. Como sea, lo leeré. Esta será una larga noche.
Capítulo 19: Primero
Entrada número nueve del diario.
18 de junio, 2015
Es una semana desde que decidí dejar a un lado las dudas sobre mi origen. Me costó mucho no escribir, pero me estaba volviendo loca; no podía dormir, todo lo que comía me caía mal y tenía un constante sentimiento de pérdida, de miedo. Ahora siento alivio, menos perseguida, más… amada, por así decirlo. He podido tener conversaciones amenas con mamá, he hablado más seguido con papá por el teléfono. No sé, quizá necesitaba dejar de pensar, dejar de buscar respuestas que no necesito. Yo estoy bien, por ahora. No me hace falta saberlo todo.
Acordé conmigo misma en darme un mes —por lo menos, quizá más—, buscaría tranquilizarme, regresar a mi «normalidad», volver a mirar la vida de colores… Dios, sueno tan… inocente, ingenua, hasta tonta. La vida no viene en blanco y negro, pero no es un arcoiris tampoco, no ahora. Durante este tiempo no haré preguntas sobre mi pasado, no investigaré más, no me preocuparé por nada. Un mes, empezando desde hoy.
En un rato más salgo para el club. Necesito relajarme, bailar, sudar, emborracharme si puedo. Me tiene sin cuidado que Leo no haya regresado de Brasil aún. Chicos guapos hay muchos y lo más probable es que me encuentre uno o dos con los que pueda perder el tiempo.
Tirar a la basura la imagen que tengo de Lena es lo que se me hace más difícil, no necesariamente leerla. Me repetí las entradas que ya había leído sin cargo de consciencia. Sé con seguridad que sus padres se estaban divorciando, que Leo es un chico que le gusta y con quien hace y comparte muchas cosas, un puerto libre, o parqueo gratis —como en el monopolio—, un amigo y nada más. De cualquier forma se me hace extraño imaginarla actuar así de «libre», por no ponerle otra palabra, una más descriptiva y menos apropiada. Ella es «libre» de hacer lo que quiera… ¿no?
Entrada número diez del diario.
19 de junio, 2015
Son las tres de la tarde… creo. Acabo de despertar con una cruda terrible, mareo, dolor de cabeza, de cuerpo, especialmente en mi pelvis. ¡Uf, pero lo de anoche… se merece ese dolor, el de mi muñeca, el de mi cuello, el de mi boca!
Nunca había besado a alguien de tal forma que me dolieran los labios y todavía recuerdo el cosquilleo que sentía cuando me quedé dormida en su cama. Sí, debí irme, pero ella insistió en que durmiera un par de horas…
—¡¿Ella?! ¡Lena, ¿una chica?! —Mejor, continúo.
… y yo acepté, me acomodé con mi cuerpo desnudo a sus espaldas y adiós realidad. Desperté a las siete de la mañana de hoy y vine volando a casa. Estaba más que segura de que mamá me mataría, se supone que pasaría aquí el fin de semana completo, pero me equivoqué o ella cambió de planes. Volví a acostarme después de un corto baño para quitarme el olor a cigarrillo que todavía tenía mi ropa y mi cabello, me puse mis pantaloncillos cortos de pijama, una camiseta vieja de béisbol y caí rendida sobre la almohada, con el pelo mojado. Pescaré un resfriado, lo sé, pero después de lo que pasó anoche, ¿a quién le importa?
No fui al club con el propósito de cuestionar mi sexualidad… y no creo haberlo hecho. En ningún momento me asustó que esas dos chicas se acercaran a mí y me llevaran a la pista para bailar a mi alrededor, como si fuese la carne de su hamburguesa. Nuestros cuerpos se tocaron, demasiado y nunca me incomodó. Me sentía excitada, volando, aunque no había fumado ni un mísero tabaco.
La chica más masculina —que aparte de ese detalle era divina, con unos ojos azules hermosos— me veía con ganas de besarme, de comerme en realidad. Posó sus manos sobre mi cintura, fue delicada, se acercó a mí, usando sus manos como guías y su mirada como método de conquista. Los dientes que mostraba al apretar sus labios me dejaban saber que me deseaba. Me hizo sentir importante, como si la decisión recayera sobre mis hombros. Era evidente que quería que yo tomara la posta y la besara. No consiguió su objetivo y se acercó con sus labios a mi cuello, posándolos sobre mi piel. Largué un gemido en su oído, dándole una corta satisfacción que expresó con una sonrisa al separarse. Sus manos me apretaron más fuerte y comenzaron a recorrer mi espalda por debajo de mi camiseta de algodón.
—No seas tímida. —Volvió a mi oído para susurrarme—, déjame probarte.
Se me hizo agua a la boca porque su olor era exquisito. Quería permitírselo, pero su amiga detrás de mí, tenía otra idea. Me tomó por las manos, subiendo las suyas, recorriendo mis brazos hasta llegar a mis codos y me jaló hacia ella, separándome de mis juegos con la chica que tenía en frente.
—Eres hermosa —me dijo, chupando enseguida el lóbulo de mi oreja.
Mis ojos se cerraron de inmediato, mi boca abierta por la sensación. La chica no tardó en aprovechar la oportunidad y cubrió el espacio con sus labios. ¡Uf, el beso de una mujer!
Recordándolo ahora, la noche no hubiese terminado bien con ellas. Lo que querían era competir, yo no importaba, no me tenían en cuenta para complacerme; era su trofeo. Cuando me cansé de los juegos que ambas pusieron, de los jalones, de las mordidas, de los insultos conmigo en medio, me hice a un lado y las dejé a que resuelvan sus problemas solas.
—¡No eres tan bonita de todos modos! —gritó la una, la otra la secundó con un «por eso odio apostar a ganarme a una hétero, no aguantan nada».
Antoine, el chico que atiende en la barra y amigo de Leo, me sirvió un tequila y se rió conmigo después de terminármelo.
—Ibas a terminar de cadáver bajo esas aves de rapiña.
—Sí, intensidad total con esas mujeres. Lindas, pero… no gracias, paso.
—Por lo menos te divertiste un rato —dijo sirviéndome un segundo shot—, hasta yo lo hice.
Alcé mi vaso concordando con él y me lo tomé de un solo sorbo. Esperaba a que Antoine me sirviera otro cuando escuché a mi lado a Marina decirme:
—Esas chicas no saben lo que hablan, eres muy hermosa. Mucho más que bonita.
Le sonreí cuando terminó de elogiarme.
—¿Quieres un trago? —le ofrecí y me enseñó que ya tenía uno en la mano—. Antoine, ¿me das uno de esos, por favor?
—No te aconsejaría que mezcles bebidas, pero uno no te hará mal —contestó, observándola por unos segundos. Ladeó su cabeza ligeramente mientras me la servía, alentándome a conquistarla. La rubia a mi lado era linda, muy, muy linda y habíamos tenido un agradable contacto inicial.
—Te va a gustar, es fuerte y tiene un término a menta muy agradable.
Di un corto sorbo y sentí el alcohol casi puro inundar mi boca de inmediato, tenía un gusto refrescante al tragar. Rico, no muy dulce, pero si un poco.
Lo terminamos entre una ligera conversación. Me dijo su nombre y me contó que estaba cursando unos seminarios de economía que dictaban en el verano en la universidad. Me confesó que era la primera vez que se atrevía a salir sola, pero estaba harta de ir a bares con sus amigas y no poder hablar con una chica sin que la critiquen. Me preguntó como me llamaba, se lo dije; qué estudiaba, le contesté, no mentí; qué edad tenía en realidad, reí; y luego fuimos a bailar.
Su cabello rubio natural caía perfecto en ondas muy suaves, sus ojos tras esos lentes de marco grueso y su piel blanca… parecía magia. Muy, muuuy linda.
Al contrario que las otras dos, Marina no intentó conquistarme, su forma de ser lo logró por ella. Unos cuantos tragos después, me acerqué a su oído en medio de la pista y sin miedo le dije que me moría por besarla. Ella me respondió de la misma manera:
—¿Y qué esperas?
No tengo idea qué se apoderó de mí, pero en segundos la tuve sujetada de la cintura, acercándola a mi cuerpo y… ¡Dios, besar a una mujer!
Ella sugirió ir a un lugar más tranquilo y caminamos hasta los dormitorios de la universidad. No nos tomó más de veinte minutos llegar desde donde estábamos. Vive sola, por suerte. La habitación era pequeña, su cama, una mesa de estudio, un closet y una pared que había llenado con carteles de sus películas favoritas, La Naranja Mecánica, Star Wars, Saw. La luz de la mesa de noche era suave e iluminaba apenas las paredes y la cama, donde me senté a esperar a que pusiera un poco de música. Cuando volteó se apoyó de espaldas al escritorio, esperando que fuera hasta ella. Lo hice. ¡Dios, hice tantas cosas!
Cuando sonreía se le marcaba un hoyo en el cachete izquierdo, uno solo, adorable. ¿Cómo puede haber gente a la que no le gusten los hoyos en la piel, en donde sea? Y sus pecas, infinitos puntos sobre esa extremadamente blanca piel.
Nos besamos tanto, nos tocamos tanto… Fue genial y ahora me duele todo. Iré por otro baño, una ducha caliente que dure una hora al menos, y después por un bocadillo porque muero de hambre. Puedo decir que es el mejor sexo que he tenido. Marina puso la barra demasiado alto.
—Wow…
Me duele la cara de tener la boca abierta del asombro mientras terminaba de leer. Lena se acostó con una chica, una chica, ¡u-na chi-ca! Eso quiere decir que… ¿es lesbiana?, ¿bisexual?, ¿curiosa?, ¡¿heteroflexible?!
Esta no es la imagen que tengo de ella. Y no me importa si es cualquiera de esas cosas, es solo que, con sus novios oficiales, siempre fue reservada. Ahora es la diosa del sexo. ¡Virgen mi culo!, literalmente. Su tatuaje tiene otro significado y yo quiero saber cuál.
RAINBOW.XANDER- Mensajes : 1950
Fecha de inscripción : 19/09/2016
Edad : 22
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Re: EL DIARIO (ADAPTACION) // RAINBOW.XANDER
Hola
muy buena esta historia
necesito saber mas
estoy igual que Yulia y
Lena quien creia no
siguela pronto
ANIMO Y EXITO EN TUS CLASES
muy buena esta historia
necesito saber mas
estoy igual que Yulia y
Lena quien creia no
siguela pronto
ANIMO Y EXITO EN TUS CLASES
andyvolkatin- Mensajes : 576
Fecha de inscripción : 27/05/2015
Re: EL DIARIO (ADAPTACION) // RAINBOW.XANDER
Lena será una cajita de sorpresas dentro del fics... Saludos y gracias miles por leer
Les dejo otro capítulo para que disfruten este sábado de sol. Se que es algo corto perop no me dará tiempo de subir más porque voy de salida. Si más tarde puedo, subiré otro capítulo
Capítulo 20: Me ocuparé de ti
Entrada número once del diario.
20 de Junio, 2015
Me siento como un maldito bicho alienígena y tóxico que debería ser aplastado con la punta de un zapato puntiagudo y olvidado por el resto de la eternidad.
El ogro pasó hoy por la tienda de discos. Es la primera vez que la veo desde que encontré a su novio en paños menores y… ¡debí confesarlo todo!
Desde hace días que traigo el peso del maldito mundo en la boca de mi estómago por lo que mi supuesto amigo hizo, lo peor es que llegó con él. Me retiré al baño antes de que pudieran verme y me quedé allí, esperando a que se vayan. Vasili me cubrió sin saberlo y los atendió. Habían ido a comprar su regalo de cumpleaños anticipado.
A Vasili le encanta el ogro, siempre anda preguntándome si yo creo que terminaría con mi amigo si él la invita a salir. Hasta hace unos días me desvivía asegurándole que no, que ellos se aman. Claro que, con lo que ahora sé, preferiría que lo hiciera, que ella lo acepte y que tire a «mi amigo» por un acantilado.
Después de salir de mi escondite, mi compañero me preguntó si se verían bien juntos. Su piel es muy blanca y no como la de ella, más bien es como la mía. Le dije que no se verían mal.
El ogro tiene tanta suerte de haber nacido tan linda. Tiene unos ojos embriagantes e hipnotizadores, azules preciosos; unos labios de un rosado natural único; y su piel, con un bronceado tan espectacular como solo pueden aceptarse en la ciudad de Sochi. No se compararía con las playas de california, pero considero que nuestras playas son de lo mejor. De hecho, después de Marina estoy segura de que me encanta la piel así de tostadita por el sol en contraste con la mía, que hasta en la oscuridad se nota.
Sí, es muy guapa, para qué negarlo, le tengo envidia. Aunque son esas pocas cosas —y un par más—, lo único que tiene a su favor. Su personalidad es la que tira todo a la basura.
Yo, personalmente, no saldría con ella. El ogro es como una «Mantis religiosa» que después del sexo te corta la cabeza y, no, eso no va conmigo, prefiero otras cosas después del sexo, morir no es una de ellas.
¡Okey!
Algunas… No, todas las cosas que menciona en esta entrada me molestan, casi todas. Lena tiene mucho en qué pensar, no lo discuto, pero debió contármelo. Si no fuera porque la estoy leyendo, no me habría enterado.
—¡Odio a Aleksey… y la odio a ella!
Cierro el cuaderno y lo lanzo en el lado opuesto del sofá, levantándome para servirme una taza de café. Mañana es día de escuela, mamá aún no llega y yo quería mantenerme despierta para seguir leyendo, pero necesito un descanso.
Estoy cansada, molesta, decepcionada, muerta de ira. Por meses Lena sabía que Aleksey me engañaba y no dijo nada. ¡Yo tenía derecho a escucharlo de ella! ¿Se la pasa diciendo que es mi amiga y no puede decirme la verdad?
Sí, yo soy la que rechaza la idea cada vez que la escucho mencionar esa palabra, no debería quejarme si se comporta como lo contrario. El problema es que me duele. He sido una estúpida, ¿cómo no me di cuenta?
El día que fui a hablar con Nastya, me contó que Aleksey se acercó a ella unos días antes. Se quejó de mi actitud, de mi falta de atención, de mi poco amor. Por su puesto, Nastya se puso de mi lado y le dijo que no quería volver a escucharlo hablar mal de mí, que ella sabe y entiende por lo que estoy pasando, que es él quien se está comportando como un niño.
Duras palabras de alguien tan dulce como Nastya. Aleksey debió saber que por más ingenua que nuestra amiga parezca, no lo es y no tiene pelos en la lengua. Por eso se mostró tan distante cuando le comenté que terminamos, hasta se alegró. «Estarás mejor así», fue lo que me dijo y es verdad, estoy mejor sin él… ex-ce-len-te.
Respiro profundo y voy a prepararme para dormir. Mamá no ha llegado y ya es tarde, me preocupa, aunque me dijo que tenía mucho trabajo. Después de lavarme la cara y los dientes me acomodo cubriéndome con la cobija y recojo el diario. Un par de entradas más no me harán daño hoy.
Entrada número doce.
21 de Junio, 2015
Estoy furiosa, rabiosa, figurativamente babeando espuma por la boca. Mi mejor amigo acaba de llamarme, me contó que mi «ex amigo» había hablado con él sobre el ogro. Le había dicho que se sentía triste y desganado, que la vida le pesa, que quisiera terminar su noviazgo para estar tranquilo, que ni siquiera veía necesario festejar su cumpleaños en unos días. Estaba agotado y ya no quería sufrir por ella.
¿Sufrir? ¡¿Sufrir?! ¿Me están jodiendo? ¿Cómo diablos está sufriendo él? ¿Le duele el pito por andar de mete cuernos? ¿Se le agarró la cremallera en las pelotas por querer vestirse rápidamente en el asiento trasero de su auto? ¿Le salieron erupciones, herpes, sífilis? ¡¿Por qué mierda está sufriendo?!
¡Oh, diablos!
¿Y si tiene algo? ¡El ogro! Tengo que decirle. ¿Qué culpa tiene ella en todo esto?
Maldita solidaridad, ¡él ya no es mi amigo!
Bien, me voy, agarro mis cosas y salgo a hablar con él. Tiene que ser sincero, si no es capaz, lo haré yo. El ogro se merece su honestidad…
… ¿Por qué demonios me estoy metiendo en esto?
No, voy. ¡Al diablo todo! Voy, le dejo un ultimátum y juro que lo cumplo. ¡Por las pelirrojas llenas de pecas que lo cumplo!
Me hizo reír. Si no fuese por esa última frase, lloraría por su solidaridad. No, no lo haría, pero la agradezco. Hasta me apena haber dicho que la odiaba hace unos minutos. Aunque, pensándolo bien, no cumplió su promesa, no me lo contó, tampoco Aleksey. Me gustaría saber por qué.
Entrada número trece del diario.
21 de Junio, 2015
Ya, volví, y no me siento mejor. Se lo dije, se lo grité:
—¡Te vi teniendo sexo con una chica el otro día, ni se te ocurra negarlo!
Lo hizo de todas formas, lo aceptó excusándose minutos después, pero nada quitó mi cara de decepción y furia.
—No quiero arruinarle el cumpleaños —me dijo, otra justificación más.
—Entonces confiésate.
—Lo haré después. Ella necesita mi apoyo.
—Aww, dulce. ¡No fue lo que le dijiste a nuestro amigo, o creías que no me lo contaría!
Puso cara de arrepentimiento, no por su engaño, sino de confiar en alguien que tiene más lealtad conmigo que con él.
—No sabes por lo que está pasando y lo mucho que yo sufro por ella, por no poder ayudarla.
—¿Sufres tanto que lloras por el pene adentro de otra chica? —Sí, fui desagradable y vulgar, pero ya había dicho que al diablo con todo—. ¡Vete a la mierda! Tienes una semana, una sola o iré a contarle lo que vi.
No quiero esperar tanto para hablar con el ogro. Insisto en que tiene derecho a saber con quién está y a lo que se expone. Pero ese corto intercambio de palabras me hace dudar. ¿Y si tiene ella problemas graves como él dijo?
Antes de hacer algo necesito saber dónde piso. Sé que no le hace bien seguir con él, pero si hay algo que no debo olvidar es que, entre él y yo, ella lo elegirá siempre a él. Son amigos, son novios por algo, él es un idiota, pero yo no soy nadie para meterme y si lo voy a hacer, tengo que saber que ella está bien.
La leo y me siento protegida, cuidada… y con mucho miedo. No recuerdo que Lena me preguntara cómo me sentía o qué me pasaba. Cómo iba a hacerlo si para ese entonces yo me había mudado de casa, ya estaba en este cochino apartamentucho.
Me aterra seguir leyendo y por esta noche es suficiente. Mañana la veré en la escuela y debo evitar poner cara de idiota. Lena no puede sospechar que yo sé quién es y qué hizo durante el verano.
Les dejo otro capítulo para que disfruten este sábado de sol. Se que es algo corto perop no me dará tiempo de subir más porque voy de salida. Si más tarde puedo, subiré otro capítulo
Capítulo 20: Me ocuparé de ti
Entrada número once del diario.
20 de Junio, 2015
Me siento como un maldito bicho alienígena y tóxico que debería ser aplastado con la punta de un zapato puntiagudo y olvidado por el resto de la eternidad.
El ogro pasó hoy por la tienda de discos. Es la primera vez que la veo desde que encontré a su novio en paños menores y… ¡debí confesarlo todo!
Desde hace días que traigo el peso del maldito mundo en la boca de mi estómago por lo que mi supuesto amigo hizo, lo peor es que llegó con él. Me retiré al baño antes de que pudieran verme y me quedé allí, esperando a que se vayan. Vasili me cubrió sin saberlo y los atendió. Habían ido a comprar su regalo de cumpleaños anticipado.
A Vasili le encanta el ogro, siempre anda preguntándome si yo creo que terminaría con mi amigo si él la invita a salir. Hasta hace unos días me desvivía asegurándole que no, que ellos se aman. Claro que, con lo que ahora sé, preferiría que lo hiciera, que ella lo acepte y que tire a «mi amigo» por un acantilado.
Después de salir de mi escondite, mi compañero me preguntó si se verían bien juntos. Su piel es muy blanca y no como la de ella, más bien es como la mía. Le dije que no se verían mal.
El ogro tiene tanta suerte de haber nacido tan linda. Tiene unos ojos embriagantes e hipnotizadores, azules preciosos; unos labios de un rosado natural único; y su piel, con un bronceado tan espectacular como solo pueden aceptarse en la ciudad de Sochi. No se compararía con las playas de california, pero considero que nuestras playas son de lo mejor. De hecho, después de Marina estoy segura de que me encanta la piel así de tostadita por el sol en contraste con la mía, que hasta en la oscuridad se nota.
Sí, es muy guapa, para qué negarlo, le tengo envidia. Aunque son esas pocas cosas —y un par más—, lo único que tiene a su favor. Su personalidad es la que tira todo a la basura.
Yo, personalmente, no saldría con ella. El ogro es como una «Mantis religiosa» que después del sexo te corta la cabeza y, no, eso no va conmigo, prefiero otras cosas después del sexo, morir no es una de ellas.
¡Okey!
Algunas… No, todas las cosas que menciona en esta entrada me molestan, casi todas. Lena tiene mucho en qué pensar, no lo discuto, pero debió contármelo. Si no fuera porque la estoy leyendo, no me habría enterado.
—¡Odio a Aleksey… y la odio a ella!
Cierro el cuaderno y lo lanzo en el lado opuesto del sofá, levantándome para servirme una taza de café. Mañana es día de escuela, mamá aún no llega y yo quería mantenerme despierta para seguir leyendo, pero necesito un descanso.
Estoy cansada, molesta, decepcionada, muerta de ira. Por meses Lena sabía que Aleksey me engañaba y no dijo nada. ¡Yo tenía derecho a escucharlo de ella! ¿Se la pasa diciendo que es mi amiga y no puede decirme la verdad?
Sí, yo soy la que rechaza la idea cada vez que la escucho mencionar esa palabra, no debería quejarme si se comporta como lo contrario. El problema es que me duele. He sido una estúpida, ¿cómo no me di cuenta?
El día que fui a hablar con Nastya, me contó que Aleksey se acercó a ella unos días antes. Se quejó de mi actitud, de mi falta de atención, de mi poco amor. Por su puesto, Nastya se puso de mi lado y le dijo que no quería volver a escucharlo hablar mal de mí, que ella sabe y entiende por lo que estoy pasando, que es él quien se está comportando como un niño.
Duras palabras de alguien tan dulce como Nastya. Aleksey debió saber que por más ingenua que nuestra amiga parezca, no lo es y no tiene pelos en la lengua. Por eso se mostró tan distante cuando le comenté que terminamos, hasta se alegró. «Estarás mejor así», fue lo que me dijo y es verdad, estoy mejor sin él… ex-ce-len-te.
Respiro profundo y voy a prepararme para dormir. Mamá no ha llegado y ya es tarde, me preocupa, aunque me dijo que tenía mucho trabajo. Después de lavarme la cara y los dientes me acomodo cubriéndome con la cobija y recojo el diario. Un par de entradas más no me harán daño hoy.
Entrada número doce.
21 de Junio, 2015
Estoy furiosa, rabiosa, figurativamente babeando espuma por la boca. Mi mejor amigo acaba de llamarme, me contó que mi «ex amigo» había hablado con él sobre el ogro. Le había dicho que se sentía triste y desganado, que la vida le pesa, que quisiera terminar su noviazgo para estar tranquilo, que ni siquiera veía necesario festejar su cumpleaños en unos días. Estaba agotado y ya no quería sufrir por ella.
¿Sufrir? ¡¿Sufrir?! ¿Me están jodiendo? ¿Cómo diablos está sufriendo él? ¿Le duele el pito por andar de mete cuernos? ¿Se le agarró la cremallera en las pelotas por querer vestirse rápidamente en el asiento trasero de su auto? ¿Le salieron erupciones, herpes, sífilis? ¡¿Por qué mierda está sufriendo?!
¡Oh, diablos!
¿Y si tiene algo? ¡El ogro! Tengo que decirle. ¿Qué culpa tiene ella en todo esto?
Maldita solidaridad, ¡él ya no es mi amigo!
Bien, me voy, agarro mis cosas y salgo a hablar con él. Tiene que ser sincero, si no es capaz, lo haré yo. El ogro se merece su honestidad…
… ¿Por qué demonios me estoy metiendo en esto?
No, voy. ¡Al diablo todo! Voy, le dejo un ultimátum y juro que lo cumplo. ¡Por las pelirrojas llenas de pecas que lo cumplo!
Me hizo reír. Si no fuese por esa última frase, lloraría por su solidaridad. No, no lo haría, pero la agradezco. Hasta me apena haber dicho que la odiaba hace unos minutos. Aunque, pensándolo bien, no cumplió su promesa, no me lo contó, tampoco Aleksey. Me gustaría saber por qué.
Entrada número trece del diario.
21 de Junio, 2015
Ya, volví, y no me siento mejor. Se lo dije, se lo grité:
—¡Te vi teniendo sexo con una chica el otro día, ni se te ocurra negarlo!
Lo hizo de todas formas, lo aceptó excusándose minutos después, pero nada quitó mi cara de decepción y furia.
—No quiero arruinarle el cumpleaños —me dijo, otra justificación más.
—Entonces confiésate.
—Lo haré después. Ella necesita mi apoyo.
—Aww, dulce. ¡No fue lo que le dijiste a nuestro amigo, o creías que no me lo contaría!
Puso cara de arrepentimiento, no por su engaño, sino de confiar en alguien que tiene más lealtad conmigo que con él.
—No sabes por lo que está pasando y lo mucho que yo sufro por ella, por no poder ayudarla.
—¿Sufres tanto que lloras por el pene adentro de otra chica? —Sí, fui desagradable y vulgar, pero ya había dicho que al diablo con todo—. ¡Vete a la mierda! Tienes una semana, una sola o iré a contarle lo que vi.
No quiero esperar tanto para hablar con el ogro. Insisto en que tiene derecho a saber con quién está y a lo que se expone. Pero ese corto intercambio de palabras me hace dudar. ¿Y si tiene ella problemas graves como él dijo?
Antes de hacer algo necesito saber dónde piso. Sé que no le hace bien seguir con él, pero si hay algo que no debo olvidar es que, entre él y yo, ella lo elegirá siempre a él. Son amigos, son novios por algo, él es un idiota, pero yo no soy nadie para meterme y si lo voy a hacer, tengo que saber que ella está bien.
La leo y me siento protegida, cuidada… y con mucho miedo. No recuerdo que Lena me preguntara cómo me sentía o qué me pasaba. Cómo iba a hacerlo si para ese entonces yo me había mudado de casa, ya estaba en este cochino apartamentucho.
Me aterra seguir leyendo y por esta noche es suficiente. Mañana la veré en la escuela y debo evitar poner cara de idiota. Lena no puede sospechar que yo sé quién es y qué hizo durante el verano.
RAINBOW.XANDER- Mensajes : 1950
Fecha de inscripción : 19/09/2016
Edad : 22
Localización : Buenos Aires
Re: EL DIARIO (ADAPTACION) // RAINBOW.XANDER
Hola
que buen capitulo
me encanta cada vez que me entero
de algo nuevo es excelente
espero puedas subir capitulo
pronto quiero saber como actura
Yulia con Lena y su estupido exnovio
saludos y animo
que buen capitulo
me encanta cada vez que me entero
de algo nuevo es excelente
espero puedas subir capitulo
pronto quiero saber como actura
Yulia con Lena y su estupido exnovio
saludos y animo
andyvolkatin- Mensajes : 576
Fecha de inscripción : 27/05/2015
Re: EL DIARIO (ADAPTACION) // RAINBOW.XANDER
Yo no diría que es estúpido sino estupidísimo!!!
Yo saliera con Yulia y jamás llevara cuernos!!
A leer...
Capítulo 21: Equipo
Desde que la conocí supe que le gustaban las ciencias, pero no fue hasta que vi su maldad en acción, que entendí cuán útil sería tener una amiga con esa afición. Y esa sonrisa.
Desperté preocupada. No era lógico, es decir, estudio en una escuela donde practicamente me temen por mi pedante personalidad, no debía sentirme tan nerviosa de verla.
En vano me bañé en agua fría, esperando que se me quite la sensación. No sucedió. Mi temor de hacer el ridículo ante ella, de no poder hablarle, de ser incapaz de quitarle la vista de encima, se intensificó. No tenía otra salida más que enfrentarme a ese primer encuentro y superarlo, o fallar estrepitosamente y exponerme.
No recuerdo de qué hablábamos con Nastya cuando la vi entrar. Mis ojos gravitaron en su dirección siguiéndola. Me porté indiscreta. No me importó. Lena lucía diferente, segura, tenía un algo que la hacía ver madura, no supe distinguir qué. No eran sus botas de cuero que ya había visto el día que nos encontramos en el centro comercial, tampoco que su camiseta carecía de adornos o colores extravagantes, o que llevara su cabello desordenado y su maquillaje fuera más natural.
Me sonrió al captar mi mirada y nos saludó a todos al juntamos en el filo de la escalera.
—Hola, chicos. —Fue amable y carismática, como siempre—… Alyósha —añadió al final, separándolo con claridad del resto y volvió a darme una breve mirada. Fue curioso, ella no conocía de nuestra ruptura, aún así su tono con él fue seco, distante. Todavía le molestaba lo que me hizo.
Para la hora del almuerzo la noticia de nuestra separación ya era vieja. Publicaron una nota con carácter urgente en la página del periódico escolar, junto con una cita del más afectado, mi ex.
Los estudiantes más jóvenes hablaban entre susurros cada vez que pasaba a su lado, me sentí el chisme del momento. Los de segundo año fueron más discretos, sostenían su mirada en mi dirección y se limitaban a comentarlo de lejos. Los de mi nivel prefirieron no decir nada. Asumo que fueron los más pequeños quienes llenaron mi correo electrónico con docenas de mensajes fantasma llenos de frases de odio por haberle roto el corazón al galán de la escuela.
Alyósha sabía que no era prudente acercarse a mí y arriesgarse a que lo exponga frente a sus amigos. Almorzó sentado en el capó de su auto, solo. Vladimir llegó con Ruslán, tenía esa cara de: «lo siento, no tanto, él es más amigo mío que tú, pero lo siento». Mi otro amigo en cambio, estaba avergonzado. Creo que se responsabilizaba por confesarme lo que sucedió; le sonreí asegurándole que no era así. Nastya se comportó normal, hablando de cualquier cosa, alegrando a Ruslán que, después de días, reía sincero.
Lena, por otro lado, llegó con su bandeja y se sentó frente a mí a acuchillar su comida; soberbia, molesta y sin ganas de hablar. De vez en cuando regresaba a ver en dirección al estacionamiento, hacía contacto con mi ex novio y volvía a apuñalar su comida. Su actitud no me extrañaba, ella sabía lo que en realidad había pasado entre nosotros, no los cuentos que Aleksey se había encargado de contar.
Escuché la alarma de la última hora y nos levantamos, todos menos Lena. Me despedí de Nastya, tenía la hora libre y cosas que hacer, como vigilar qué tanto hacía esa pelirroja esperando a que el resto de estudiantes desapareciera del lugar. La vi levantarse entonces, caminó en dirección al auto que todavía tenía a «la víctima» sentada en él. Me apuré a seguirla, ocultándome tras una columna para evitar ser vista.
—¿Me explicas qué significa esto? —demandó, tirándole la edición impresa del periódico.
—Déjame tranquilo, ¿quieres?
—¡Eres un idiota! —le gritó furiosa.
—¡Ya, terminé con ella! ¿No era eso lo querías? —Él se molestó también.
—¡Quería que dijeras la verdad!
—¿La verdad? La verdad es que ya no podía más con esa relación y fue por su culpa. ¡Esa es la verdad! —ratificó, poniéndose de pie en frente de ella—. Terminamos, ya está. Lo demás no importa.
—¡Claro que importa! Todos creen que Yulia es la villana y tú quedaste como un cachorro lastimado. ¡Pero no eres más que un maldito perro! Es más, pobres los perros que acabo de comparar contigo.
—Haces que Yulia suene perfecta e inocente. ¡No lo es! Yo también he pasado mal, ya ni me reconozco a mí mismo. Vivo malhumorado, cansado, tenso.
—¡Tú no eres la víctima en esto!
—¡Lo soy, aunque no lo creas…!
—¡No! Eres un fraude, un pobre chico más que quiere simpatía. Detesto a ese tipo de gente —expresó, su desprecio era evidente—. No quiero volver a saber de ti. Ya no somos amigos.
—No lo somos desde hace meses —rebatió él, burlándose con una sonrisa que la enfureció más—. ¿Crees que me importa lo que pienses? Dime, ¿qué amigo extorsiona a otro, metiéndose donde no la llaman?
—¡¿Y qué tipo de amigo te dice que te ama y va a acostarse con otra?! —Le sacó en cara.
—¡Eso no te incumbe! ¡Acéptalo de una buena vez, este no es problema tuyo! —le gritó—. Ve a buscarte una vida, un pasatiempo. Vete con el anciano que tienes de novio, ocúpate de tus propios problemas, Lena. ¡Lárgate!
Quise matarlo por hablarle así. Ella no quiso seguir discutiendo y dio media vuelta, regresando al instituto. Yo caminé a mi auto después de ver como él se esfumaba por detrás del gimnasio y fui directo al supermercado.
Cargué en el carrito de compras tres cajas de huevos, un empaque de cuatro rollos de papel higiénico y las salsas de tomate. Estaba por ir a la caja cuando escuché a alguien discutir consigo misma en la fila de al lado.
—Aleksey, maldito. ¿Crees que te saldrás con la tuya? ¡Pues no! ¿No te importa lo que yo piense? Perfecto, entonces tampoco te importará lo que haga…
Di la vuelta despacio y la observé, intentaba cargar cuatro litros de soda dietética en sus brazos, no lo estaba logrando.
—No te imaginas lo que te espera. Quedarás empapado en… —Me vio y frenó sus palabras.
—Katina —le dije, mirándola divertida.
—Yulia… —Pensó por un momento en qué decir, abrió y cerró su boca un par de veces y, sin hablar, intentó nuevamente llevarse las sodas en brazos.
—Ponlas aquí —le dije, no me entendió—, que las pongas aquí. Creo que tenemos una idea parecida —le expliqué, señalando las cajas de huevos y el papel higiénico.
Imagino que Lena esperaba varias preguntas de mi parte y estaba pensado en como responderlas porque no se movía. Yo no hice ni una sola. Me acerqué a ella y tomé las botellas de sus manos, colocándolas con el resto de las cosas, ella tomó dos más y caminamos juntas por el pasillo.
—¿Cuál es tu plan con las salsas de tomate? —me preguntó.
—Bloquear las uniones de las ventanas y las puertas. Que sea asqueroso abrirlas.
—Mejor compremos unos litros de lecha barata —me sugirió, tenía algo más en mente. La miré esperando una explicación—. Donde vive él tiene ventilador superior, ¿no? —me preguntó, asentí confirmándolo—. La leche dará mejores resultados.
Pasamos por la sección de los lácteos, buscamos las dos bolsas plásticas de leche más barata que encontramos y volamos a la caja. Antes de pagar recordó que olvidaba algo importante —la sorpresa de verme la había despistado por un minuto—, regresó a la fila de los dulces y compró un frasco de Nutella más dos paquetes de Mentos. Por último tomó de la estantería un paquete de condones y los colocó con lo demás.
—¿Planeas una cita sexy después de esto? —La molesté.
—Esta es la parte más importante de mi plan —contestó, poniendo una mueca traviesa.
—Bien, no preguntaré más.
Salimos con apuro, la última clase en la escuela estaba por terminar y Aleksey llegaría pronto a su casa, no quedaba tan lejos. Teníamos no más de treinta minutos para llevar a acabo ambos planes.
Aparqué a la vuelta, escondiendo el auto de forma que nadie nos reconociera. Sus padres no estaban en casa y los vecinos no tenían vista directa a esa parte del jardín, estábamos seguras.
Lena preparó los huevos y el papel. Yo subí al techo del trailer usando la escalera que tiene por detrás. Ya arriba, ella me alcanzó los dos litros de leche y con mi navaja de bolsillo les hice unos pequeños orificios para que el líquido comenzara a salir. Las dejé sobre el vidrio con suavidad para que continuaran regándose. Lo mejor fue que la ventana no estaba bien cerrada y la leche se filtró de inmediato, el olor sería repugnante en unas horas. Al terminar, regresé a verla y me sonrió, ya estaba lista para lanzar los huevos.
Bajé, me coloqué en posición y tomé uno. Al conteo de tres los lanzamos directo a la puerta, su segundo dio en la ventana, el mío en una de las llantas y así fuimos rodeando el vehículo hasta cubrirlo por sus cuatro lados. Enseguida voló el papel, pegándose rápidamente a la asquerosidad que acabábamos de crear, envolviendo el tráiler como si fuera una momia. Mi plan era un éxito completo, le tocaba a ella comenzar el suyo.
Juro no haberla visto nunca tan concentrada y feliz. Era como observar a un niño reventar burbujas de jabón. Abrió el paquete de condones, sacando con mucho tino tres de sus empaques individuales —sin usar su boca—, toda una profesional. Llenó las puntas con Nutella, colocando una buena cantidad antes de meter cinco Mentos en cada uno y dejarlos a un lado para abrir las botellas de soda.
Entendía el concepto básico, la soda con Mentos causa una reacción física y química, obligando al líquido a salir volando, pero ¿para qué el condón y la Nutella?
—Ya verás, es simple en realidad —respondió y continuó con lo suyo.
Quitó un poco del refresco de cada una de las botellas, las colocó en frente de la puerta y a un lado del auto, cortó los condones en la punta y con muchísimo cuidado los bajó por la apertura de la botella, sin que lleguen a tocar la soda.
—Lena, ese es el auto de Aleksey —le dije tratando de apurarla. Escuché ese motor viejo a lo lejos y lo vi curvar la esquina dos cuadras más abajo, no tardaría nada en llegar—. ¡Lena!
—Cálmate solo me falta uno. Escóndete tras el matorral —dijo conservando la calma.
Yo me hice para atrás con lentitud, si nos pescaban, sería a las dos, no solo a ella. Pronto terminó, apenas cinco segundos antes de que el dueño del trailer se estacionara en el garaje. Ambas corrimos sin que nos vea hasta la maleza que separa su casa de la esquina y esperamos.
—¡¿Qué demonios?! —gritó estupefacto.
Su cara al bajar del auto no tenía precio. Saqué mi celular y comencé a grabarlo en video, ella disfrutó del espectáculo en directo.
Se acercó a la primera botella, la levantó sin darse cuenta de que el movimiento hizo que el condón entrara por completo en la botella, poniendo a los Mentos en contacto con la soda. El líquido salió en un chorro enorme y fuerte que lo bañó por completo, para cuando comprendió qué pasaba, el calor había derretido la Nutella de las otras botellas que saltaron de igual forma sobre él, empapando todo el lugar; la desgracia llegó hasta las flores más queridas de su mamá.
Yo no podía aguantar más la risa, Lena tampoco y salimos corriendo al auto, subimos en él y arranqué de un solo golpe. Nos detuvimos unas cuadras más abajo para tranquilizarnos. Fue genial, estupendo, la mejor venganza.
—Ese truco fue épico, Lena —le dije, todavía entre risas.
—Cosas que aprendes al jugar con tu papá cuando tu mamá no está —mencionó con nostalgia. Sus papás siguen siendo un tema delicado, pero habla de ellos con cariño.
—Gracias, por esto… por todo.
—Yulia, yo… tengo que contarte algo más…
—No hace falta, ya lo sé. —La interrumpí. Las risas se tornaron preguntas que no verbalizó, su rostro las hizo en su nombre.
—Digamos que una amiga me lo dijo sin querer —mencioné sin darle nombres, sin delatarme—. Es mejor así.
—Yo los vi —me confesó—. Iba a contártelo… Siento no haberlo hecho a su tiempo.
—No importa. No podemos cambiar el pasado.
—Yulia, creo que… por tu tranquilidad… deberías ir al doctor —sugirió con dificultad, preocupada.
—Lo hice en la mañana, de madrugada casi. Fui al hospital antes de ir a la escuela.
—Bien. —Se tranquilizó—. Estarás bien, lo sé, lo presiento —me aseguró. La miré, me sonrió con cariño, arrepentida.
Aún no sé por qué no cumplió su promesa, pero ya no importa. Ella y yo estábamos bien.
Sin esperarlo comenzó a reír otra vez. Sus carcajadas me contagiaron. No pude evitar reproducir el video, compartiéndolo con ella. Reímos así por unos veinte minutos más, hasta que nuestros cachetes y estómagos dolieron.
—Te llevaré a casa —Le ofrecí. Ella me lo agradeció, pero me dijo que había hecho planes con una amiga. Así que la llevé hasta la esquina de la cafetería y nos despedimos.
Mientras esperaba a que el semáforo cambiara de color, regresé a verla. Saludó una rubia de anteojos y se dieron un corto abrazo antes de entrar al local.
"Marina", pensé. De verdad es muy, muy linda, pero Lena lo es más.
Yo saliera con Yulia y jamás llevara cuernos!!
A leer...
Capítulo 21: Equipo
Desde que la conocí supe que le gustaban las ciencias, pero no fue hasta que vi su maldad en acción, que entendí cuán útil sería tener una amiga con esa afición. Y esa sonrisa.
Desperté preocupada. No era lógico, es decir, estudio en una escuela donde practicamente me temen por mi pedante personalidad, no debía sentirme tan nerviosa de verla.
En vano me bañé en agua fría, esperando que se me quite la sensación. No sucedió. Mi temor de hacer el ridículo ante ella, de no poder hablarle, de ser incapaz de quitarle la vista de encima, se intensificó. No tenía otra salida más que enfrentarme a ese primer encuentro y superarlo, o fallar estrepitosamente y exponerme.
No recuerdo de qué hablábamos con Nastya cuando la vi entrar. Mis ojos gravitaron en su dirección siguiéndola. Me porté indiscreta. No me importó. Lena lucía diferente, segura, tenía un algo que la hacía ver madura, no supe distinguir qué. No eran sus botas de cuero que ya había visto el día que nos encontramos en el centro comercial, tampoco que su camiseta carecía de adornos o colores extravagantes, o que llevara su cabello desordenado y su maquillaje fuera más natural.
Me sonrió al captar mi mirada y nos saludó a todos al juntamos en el filo de la escalera.
—Hola, chicos. —Fue amable y carismática, como siempre—… Alyósha —añadió al final, separándolo con claridad del resto y volvió a darme una breve mirada. Fue curioso, ella no conocía de nuestra ruptura, aún así su tono con él fue seco, distante. Todavía le molestaba lo que me hizo.
Para la hora del almuerzo la noticia de nuestra separación ya era vieja. Publicaron una nota con carácter urgente en la página del periódico escolar, junto con una cita del más afectado, mi ex.
Los estudiantes más jóvenes hablaban entre susurros cada vez que pasaba a su lado, me sentí el chisme del momento. Los de segundo año fueron más discretos, sostenían su mirada en mi dirección y se limitaban a comentarlo de lejos. Los de mi nivel prefirieron no decir nada. Asumo que fueron los más pequeños quienes llenaron mi correo electrónico con docenas de mensajes fantasma llenos de frases de odio por haberle roto el corazón al galán de la escuela.
Alyósha sabía que no era prudente acercarse a mí y arriesgarse a que lo exponga frente a sus amigos. Almorzó sentado en el capó de su auto, solo. Vladimir llegó con Ruslán, tenía esa cara de: «lo siento, no tanto, él es más amigo mío que tú, pero lo siento». Mi otro amigo en cambio, estaba avergonzado. Creo que se responsabilizaba por confesarme lo que sucedió; le sonreí asegurándole que no era así. Nastya se comportó normal, hablando de cualquier cosa, alegrando a Ruslán que, después de días, reía sincero.
Lena, por otro lado, llegó con su bandeja y se sentó frente a mí a acuchillar su comida; soberbia, molesta y sin ganas de hablar. De vez en cuando regresaba a ver en dirección al estacionamiento, hacía contacto con mi ex novio y volvía a apuñalar su comida. Su actitud no me extrañaba, ella sabía lo que en realidad había pasado entre nosotros, no los cuentos que Aleksey se había encargado de contar.
Escuché la alarma de la última hora y nos levantamos, todos menos Lena. Me despedí de Nastya, tenía la hora libre y cosas que hacer, como vigilar qué tanto hacía esa pelirroja esperando a que el resto de estudiantes desapareciera del lugar. La vi levantarse entonces, caminó en dirección al auto que todavía tenía a «la víctima» sentada en él. Me apuré a seguirla, ocultándome tras una columna para evitar ser vista.
—¿Me explicas qué significa esto? —demandó, tirándole la edición impresa del periódico.
—Déjame tranquilo, ¿quieres?
—¡Eres un idiota! —le gritó furiosa.
—¡Ya, terminé con ella! ¿No era eso lo querías? —Él se molestó también.
—¡Quería que dijeras la verdad!
—¿La verdad? La verdad es que ya no podía más con esa relación y fue por su culpa. ¡Esa es la verdad! —ratificó, poniéndose de pie en frente de ella—. Terminamos, ya está. Lo demás no importa.
—¡Claro que importa! Todos creen que Yulia es la villana y tú quedaste como un cachorro lastimado. ¡Pero no eres más que un maldito perro! Es más, pobres los perros que acabo de comparar contigo.
—Haces que Yulia suene perfecta e inocente. ¡No lo es! Yo también he pasado mal, ya ni me reconozco a mí mismo. Vivo malhumorado, cansado, tenso.
—¡Tú no eres la víctima en esto!
—¡Lo soy, aunque no lo creas…!
—¡No! Eres un fraude, un pobre chico más que quiere simpatía. Detesto a ese tipo de gente —expresó, su desprecio era evidente—. No quiero volver a saber de ti. Ya no somos amigos.
—No lo somos desde hace meses —rebatió él, burlándose con una sonrisa que la enfureció más—. ¿Crees que me importa lo que pienses? Dime, ¿qué amigo extorsiona a otro, metiéndose donde no la llaman?
—¡¿Y qué tipo de amigo te dice que te ama y va a acostarse con otra?! —Le sacó en cara.
—¡Eso no te incumbe! ¡Acéptalo de una buena vez, este no es problema tuyo! —le gritó—. Ve a buscarte una vida, un pasatiempo. Vete con el anciano que tienes de novio, ocúpate de tus propios problemas, Lena. ¡Lárgate!
Quise matarlo por hablarle así. Ella no quiso seguir discutiendo y dio media vuelta, regresando al instituto. Yo caminé a mi auto después de ver como él se esfumaba por detrás del gimnasio y fui directo al supermercado.
Cargué en el carrito de compras tres cajas de huevos, un empaque de cuatro rollos de papel higiénico y las salsas de tomate. Estaba por ir a la caja cuando escuché a alguien discutir consigo misma en la fila de al lado.
—Aleksey, maldito. ¿Crees que te saldrás con la tuya? ¡Pues no! ¿No te importa lo que yo piense? Perfecto, entonces tampoco te importará lo que haga…
Di la vuelta despacio y la observé, intentaba cargar cuatro litros de soda dietética en sus brazos, no lo estaba logrando.
—No te imaginas lo que te espera. Quedarás empapado en… —Me vio y frenó sus palabras.
—Katina —le dije, mirándola divertida.
—Yulia… —Pensó por un momento en qué decir, abrió y cerró su boca un par de veces y, sin hablar, intentó nuevamente llevarse las sodas en brazos.
—Ponlas aquí —le dije, no me entendió—, que las pongas aquí. Creo que tenemos una idea parecida —le expliqué, señalando las cajas de huevos y el papel higiénico.
Imagino que Lena esperaba varias preguntas de mi parte y estaba pensado en como responderlas porque no se movía. Yo no hice ni una sola. Me acerqué a ella y tomé las botellas de sus manos, colocándolas con el resto de las cosas, ella tomó dos más y caminamos juntas por el pasillo.
—¿Cuál es tu plan con las salsas de tomate? —me preguntó.
—Bloquear las uniones de las ventanas y las puertas. Que sea asqueroso abrirlas.
—Mejor compremos unos litros de lecha barata —me sugirió, tenía algo más en mente. La miré esperando una explicación—. Donde vive él tiene ventilador superior, ¿no? —me preguntó, asentí confirmándolo—. La leche dará mejores resultados.
Pasamos por la sección de los lácteos, buscamos las dos bolsas plásticas de leche más barata que encontramos y volamos a la caja. Antes de pagar recordó que olvidaba algo importante —la sorpresa de verme la había despistado por un minuto—, regresó a la fila de los dulces y compró un frasco de Nutella más dos paquetes de Mentos. Por último tomó de la estantería un paquete de condones y los colocó con lo demás.
—¿Planeas una cita sexy después de esto? —La molesté.
—Esta es la parte más importante de mi plan —contestó, poniendo una mueca traviesa.
—Bien, no preguntaré más.
Salimos con apuro, la última clase en la escuela estaba por terminar y Aleksey llegaría pronto a su casa, no quedaba tan lejos. Teníamos no más de treinta minutos para llevar a acabo ambos planes.
Aparqué a la vuelta, escondiendo el auto de forma que nadie nos reconociera. Sus padres no estaban en casa y los vecinos no tenían vista directa a esa parte del jardín, estábamos seguras.
Lena preparó los huevos y el papel. Yo subí al techo del trailer usando la escalera que tiene por detrás. Ya arriba, ella me alcanzó los dos litros de leche y con mi navaja de bolsillo les hice unos pequeños orificios para que el líquido comenzara a salir. Las dejé sobre el vidrio con suavidad para que continuaran regándose. Lo mejor fue que la ventana no estaba bien cerrada y la leche se filtró de inmediato, el olor sería repugnante en unas horas. Al terminar, regresé a verla y me sonrió, ya estaba lista para lanzar los huevos.
Bajé, me coloqué en posición y tomé uno. Al conteo de tres los lanzamos directo a la puerta, su segundo dio en la ventana, el mío en una de las llantas y así fuimos rodeando el vehículo hasta cubrirlo por sus cuatro lados. Enseguida voló el papel, pegándose rápidamente a la asquerosidad que acabábamos de crear, envolviendo el tráiler como si fuera una momia. Mi plan era un éxito completo, le tocaba a ella comenzar el suyo.
Juro no haberla visto nunca tan concentrada y feliz. Era como observar a un niño reventar burbujas de jabón. Abrió el paquete de condones, sacando con mucho tino tres de sus empaques individuales —sin usar su boca—, toda una profesional. Llenó las puntas con Nutella, colocando una buena cantidad antes de meter cinco Mentos en cada uno y dejarlos a un lado para abrir las botellas de soda.
Entendía el concepto básico, la soda con Mentos causa una reacción física y química, obligando al líquido a salir volando, pero ¿para qué el condón y la Nutella?
—Ya verás, es simple en realidad —respondió y continuó con lo suyo.
Quitó un poco del refresco de cada una de las botellas, las colocó en frente de la puerta y a un lado del auto, cortó los condones en la punta y con muchísimo cuidado los bajó por la apertura de la botella, sin que lleguen a tocar la soda.
—Lena, ese es el auto de Aleksey —le dije tratando de apurarla. Escuché ese motor viejo a lo lejos y lo vi curvar la esquina dos cuadras más abajo, no tardaría nada en llegar—. ¡Lena!
—Cálmate solo me falta uno. Escóndete tras el matorral —dijo conservando la calma.
Yo me hice para atrás con lentitud, si nos pescaban, sería a las dos, no solo a ella. Pronto terminó, apenas cinco segundos antes de que el dueño del trailer se estacionara en el garaje. Ambas corrimos sin que nos vea hasta la maleza que separa su casa de la esquina y esperamos.
—¡¿Qué demonios?! —gritó estupefacto.
Su cara al bajar del auto no tenía precio. Saqué mi celular y comencé a grabarlo en video, ella disfrutó del espectáculo en directo.
Se acercó a la primera botella, la levantó sin darse cuenta de que el movimiento hizo que el condón entrara por completo en la botella, poniendo a los Mentos en contacto con la soda. El líquido salió en un chorro enorme y fuerte que lo bañó por completo, para cuando comprendió qué pasaba, el calor había derretido la Nutella de las otras botellas que saltaron de igual forma sobre él, empapando todo el lugar; la desgracia llegó hasta las flores más queridas de su mamá.
Yo no podía aguantar más la risa, Lena tampoco y salimos corriendo al auto, subimos en él y arranqué de un solo golpe. Nos detuvimos unas cuadras más abajo para tranquilizarnos. Fue genial, estupendo, la mejor venganza.
—Ese truco fue épico, Lena —le dije, todavía entre risas.
—Cosas que aprendes al jugar con tu papá cuando tu mamá no está —mencionó con nostalgia. Sus papás siguen siendo un tema delicado, pero habla de ellos con cariño.
—Gracias, por esto… por todo.
—Yulia, yo… tengo que contarte algo más…
—No hace falta, ya lo sé. —La interrumpí. Las risas se tornaron preguntas que no verbalizó, su rostro las hizo en su nombre.
—Digamos que una amiga me lo dijo sin querer —mencioné sin darle nombres, sin delatarme—. Es mejor así.
—Yo los vi —me confesó—. Iba a contártelo… Siento no haberlo hecho a su tiempo.
—No importa. No podemos cambiar el pasado.
—Yulia, creo que… por tu tranquilidad… deberías ir al doctor —sugirió con dificultad, preocupada.
—Lo hice en la mañana, de madrugada casi. Fui al hospital antes de ir a la escuela.
—Bien. —Se tranquilizó—. Estarás bien, lo sé, lo presiento —me aseguró. La miré, me sonrió con cariño, arrepentida.
Aún no sé por qué no cumplió su promesa, pero ya no importa. Ella y yo estábamos bien.
Sin esperarlo comenzó a reír otra vez. Sus carcajadas me contagiaron. No pude evitar reproducir el video, compartiéndolo con ella. Reímos así por unos veinte minutos más, hasta que nuestros cachetes y estómagos dolieron.
—Te llevaré a casa —Le ofrecí. Ella me lo agradeció, pero me dijo que había hecho planes con una amiga. Así que la llevé hasta la esquina de la cafetería y nos despedimos.
Mientras esperaba a que el semáforo cambiara de color, regresé a verla. Saludó una rubia de anteojos y se dieron un corto abrazo antes de entrar al local.
"Marina", pensé. De verdad es muy, muy linda, pero Lena lo es más.
RAINBOW.XANDER- Mensajes : 1950
Fecha de inscripción : 19/09/2016
Edad : 22
Localización : Buenos Aires
Re: EL DIARIO (ADAPTACION) // RAINBOW.XANDER
Hola
excelente capitulo
floreciendo amor en Yulia
y proteccion en Lena
espero puedas subir pronto
por lo ocupada que has estado
animo
excelente capitulo
floreciendo amor en Yulia
y proteccion en Lena
espero puedas subir pronto
por lo ocupada que has estado
animo
andyvolkatin- Mensajes : 576
Fecha de inscripción : 27/05/2015
Re: EL DIARIO (ADAPTACION) // RAINBOW.XANDER
Hola! Espero que te esté yendo bien en las clases!
La verdad es que la historia está cada vez mejor. Me gustan mucho las personalidades de los personajes! espero el próximo capítulo con ansias! Saludos.
La verdad es que la historia está cada vez mejor. Me gustan mucho las personalidades de los personajes! espero el próximo capítulo con ansias! Saludos.
denarg_94- Mensajes : 17
Fecha de inscripción : 11/05/2016
Edad : 30
Re: EL DIARIO (ADAPTACION) // RAINBOW.XANDER
Hola chicas, una vez más agradecida por sus comentarios y a todos los que siguen la historia...
Mañana es el capitulo final de POCO A POCO CORAZON, el cual me encuentro editando en este momento para poder subirlo y esperar sus comentarios...
Viene la segunda parte y debo decirles que es muy intensa... Ahora, les dejo otro capítulo y saben que pueden dejar sus comentarios acá
A leer....
Capítulo 22: Todo es igual
Entrada número catorce del diario.
22 de Junio, 2015
Jesús regresó, ¡aleluya! Con su cabello diez centímetros más corto, bronceado y con esa sonrisa suya que me derrite por completo.
Me trajo el dichoso trago brasileño que, según él, haría que pierda mis cinco sentidos. Estuvo rico, pero nada le gana a un tequila o un coctel azul como el de la otra noche.
Marina… Hmm…
Pero volvamos a mi lindo Jesús. Me enseñó sus fotos, viajó por todas las playas de la costa brasileña, linda gente en bikini, hermosas mujeres en micro bikinis. Un día debo viajar a Brasil.
No fui la única que fue por él al aeropuerto. Antoine, mi bartender favorito, fue con su novia, también nos acompañó su amigo Jan y Lauren, su María Magdalena, amiga, ex, confidente, etc.
Regresamos a su departamento, bebimos un poco de cachaza y jugamos Risk*. Hay veces que, aunque me siento madura, me doy cuenta que ellos pertenecen a otra generación. ¿Risk? ¿Podemos mejor comprar un LCD y jugar un videojuego como Mortal Kombat? ¿Qué diablos le ven al Risk?
Conversando de varios temas salió a la luz mi encuentro con las tres chicas del sábado anterior. Antoine les dio una descripción tan gráfica de lo que sucedió, que creo que ni yo lo recordaba de manera tan vívida. Reímos, no parecía nada muy apartado de lo que pasa cualquier noche agitada en el bar y todos ellos trabajan allí, están acostumbrados. Pero una vez que los chicos se fueron, Jesús me dejó saber cuán celoso se sintió de escuchar que me fui a «perder el tiempo» con una rubia de ensueño.
Agradezco que Jesús tiene mucho de su tocayo —el original—, de lo contrario habría terminado en una sala de emergencias. No fue rudo, no me gritó, no me empujó, no me golpeó, no agredió de ninguna forma. Eso sí, hicimos «lo que solemos hacer» de todas las formas posibles y en todas las habitaciones de su suite. Estaba realmente celoso.
—¿La volverás a ver? —me preguntó desde la cama mientras yo me vestía.
—Seguramente —le confirmé.
—Compraré tres cajas de condones —dijo sonriendo. Negué de la misma manera, acercándome para darle un corto beso y salí, mi taxi me esperaba para traerme a casa.
Me alegra que esté aquí, me siento segura con él.
Leer esta entrada, a mí, no me deja tranquila. Lena dice que no la agredió y le creo, pero me pone nerviosa. No me gustaría que un día sus celos se conviertan en golpes, es algo que sucede muy a menudo y no quiero que salga herida.
Entrada número quince.
23 de Junio, 2015
Quise hablar con el ogro. Iniciar una conversación ligera, ver qué tan firme era el terreno donde pretendía pisar. Fui a su casa, casual, llevándole unas películas de miedo que estaba segura me obligaría a ver con ella, unas bolsas de palomitas, un bote de helado. Con eso creí cubrir las posibilidades de que algo saliera mal. No esperaba que un cartel de venta, de color azul con letras blancas, me informara que se había mudado sin decir a dónde.
Llamé a mi otra amiga, la alternativa era su novio y con él prefería no volver a discutir. Sonó extraña, como si la hubiese descubierto en una travesura, no me dijo nada. Mi siguiente paso fue teclear el número del letrero en mi celular y hacer una llamada.
—Inmobiliaria del Pacífico, en qué podemos ayudarle.
—Llamo por información sobre la casa en venta de la calle Salzburgo y Oeste número 15.
—Por supuesto, es una casa que acabamos de liberar de hipoteca. Está en remate a muy buen precio. ¿Le gustaría conocerla?
Le colgué, no necesitaba más información que esa. Una casa liberada de hipoteca es una propiedad que no se pudo pagar y se perdió. La rematan para recuperar la pérdida. No les interesa hacer un gran negocio, no son una empresa dedicada a las bienes raíces, solo un banco cubriendo una deuda.
El ogro perdió su casa. A eso debía referirse su novio cuando dijo que yo no sabía por lo que ella estaba pasando y que él sufría por no poder ayudarla. Aún así, no es excusa para engañarla.
"Oh, no… ¡No!… No, no, no".
Entrada número dieciséis.
24 de Junio, 2015
Ideé un plan. Jesús me ayudó, fue idea suya de hecho. El cumpleaños del ogro es en dos días. Yo no he podido sacarle información a mi amiga sobre su nueva dirección, así que la obligaré a venir a mí y la seguiré. El plan es darle una tarjeta de regalo de la tienda de discos. Ya sé, es súper informal y da la impresión de que no me preocupé por pensar demasiado, pero así irá al centro comercial y cuando se marche yo la sigo, la seguiré todo el día si es necesario, algún rato debe ir a casa , ¿no?
Tengo todo listo y sí, pensé en un regalo. Hace unas semanas pedí un disco que sé que no ha podido conseguir, es una edición limitada de un álbum de The Who que salió a la venta únicamente en Inglaterra. Su edición es muy especial, dos vinilos de colores dentro de una caja de cartón duro con una impresión alucinante. La escuché trescientas mil veces decir que era su sueño tener ese disco, esa edición, así que cuando empecé a trabajar en la tienda, contacté al distribuidor en Londres y pedí por él. Llegó hace unos días y lo tengo reservado para ella.
No dejaré que me vea, me esconderé en el baño o la bodega. Vasili tiene instrucciones para que cuando vaya a reclamar su tarjeta de regalo, él le «sugiera» el disco y me avise inmediatamente. Dudo que se resista a llevarse el disco. El valor de la tarjeta es exactamente el mismo.
"¡Oh por, Dios! ¡¿Mi disco de The Who fue un regalo intencional de Lena?!"
Solo queda esperar. No quisiera hacerlo así, pero su novio no me dirá jamás qué pasó, mi amiga me evade cada que le pregunto del ogro y no tengo otra alternativa, no la tengo.
-Di que no lograste seguirme, Lena. Por Dios, dime que no me seguiste, que no sabes que vivo aquí, dime que no. Por favor, dime que no.
Entrada número diecisiete.
26 de Junio, 2015
Acabo de regresar de la fiesta del ogro, aunque debería decir una salida que consistió en comer hamburguesas y no mencionar que era su cumpleaños. No le gusta cumplirlos. La entiendo, quién quiere volverse vieja y encontrarle el gusto a jugar Risk.
En fin, la vi muy decaída de ánimo, usualmente en su día suele estar de buen humor, le gustan las cosas gratis, le gusta que la mimen. Aunque parezca muy ogro es una chica al fin de cuentas y quién no disfruta de un regalo.
Le di el mío esperando un grito, un desprecio, recibí un: «gracias, tal vez es el mejor que he recibido este año». Estábamos solas en la mesa, los chicos habían ido por la comida y yo me quedé para tener dos segundos con ella.
Quise decirle que estaba ahí si me necesitaba, si quería hablar, si no se sentía bien y quería ver una película, pero no lo hice. Me tomó por sorpresa verla así. No sé qué le ocurre, parece grave. Está tan rara últimamente, menos ogro, más humana. ¡Odio eso! Ella es sarcástica, alegre a su manera, cariñosa con el idiota; ni siquiera eso fue hoy. Quiero que me grite, que me insulte, que se sienta ella, que despierte, que regrese.
-Dime que no, Lena. Por favor, dime que no lo hiciste, dímelo.
Entrada número dieciocho.
27 de Junio, 2015
El plan entró en marcha en la tarde. El ogro fue a la tienda a retirar su regalo. Yo ya no estaba en mi turno, pero Vasili me llamó apenas la vio en el corredor. Se llevó el álbum que le compré, sabía que lo haría. Me alegra, de lo contrario habría tenido que guardarlo hasta navidad y encontrar la forma de dárselo sin levantar sospecha.
Fue sola en su auto, lo que a mi me dificultó las cosas, tuve que pedirle al taxi que me llevó desde casa, que esperara hasta que salió y que la siguiera como en las películas. El viaje no fue tan largo, el ogro se bajó en un edificio de bodegaje donde alquilan espacios privados. Demoró, tuve que pedirle al taxi que se fuera y llamar a Jesús para que me acompañara a esperar en su moto.
Tres horas después, ya en la noche, salió del lugar. La seguimos por la carretera por un tramo largo. El tráfico fue horrible, nos tomó casi hora y media llegar hasta esa parte de la ciudad.
Era un barrio de migrantes y gente de bajos recursos,. Lo reconocí de inmediato porque papá y yo fuimos a repartir juguetes la navidad pasada. Parte de los proyectos de ayuda social de su comandancia.
Aparcamos en una esquina, la vimos entrar a un estacionamiento público y…
—No, no, no, no… ¡Maldición, yo no quería esto, no lo quería! ¡No es justo! —Tiro el cuaderno contra la pared de mi bodega y lo dejo ahí, caído en el piso con las hojas dobladas. No puedo evitarlo, lloro de la ira, de la frustración. Lloro y me lamento; lloro, y lloro un poco más.
Lena me siguió, Lena lo sabe. ¡No quiero que lo sepa! ¡No quiero que nadie lo sepa!
Pienso si desde entonces ella me trató con pena en alguna ocasión. No puedo recordar una sola. Tampoco que haya sido más amable de lo normal.
¿Por qué no me lo dijo? ¡¿Por qué se guarda todo?! ¡¿Por qué no puede ser mi amiga y ya… como Nastya?! ¿Por qué no la dejo? ¿Por qué la desprecio? Quizá no me contó lo de Aleksey por lástima… No, no puedo pensar así de ella, cuando me ha demostrado lo contrario con acciones, con su sinceridad en esas páginas.
Recojo el cuaderno y arreglo sus hojas. Lo estropeé bastante con ese golpe. Me siento y respiro por varios minutos. Mis lágrimas siguen cayendo y sé que esto será difícil de leer, pero debo hacerlo.
...Aparcamos en una esquina, la vimos entrar a un estacionamiento público y me bajé a seguirla. Jesús no quería que fuera sola, se ofreció acompañarme, no lo dejé. No creí necesario llamar tanto la atención y preferí que se quedara con su moto. No me pasaría nada y él no estaba tan lejos.
Pasamos algunos puestos de comida. Ella iba abrazada del regalo como si necesitara cubrir su pecho del frío, pero esta noche hacía calor. Entró al parque de la comuna obrera; yo unos metros detrás de ella. Pasamos no menos de diez vehículos antes de llegar a su calle, me oculté tras unos arbustos y ella entró en un sencillo edificio, un poco viejo. Había una ventana pequeña a un lado, vivía en la planta baja del mismo, así que me acerqué un poco más y la vi saludar con su mamá.
—Solo lo traje para enseñártelo, mañana lo llevo a la bodega.
—¡Es el álbum que querías! —señaló su madre emocionada—. Es de tu amiga, la pecosita, ¿no? ¿La pelirroja?
—Sí mamá.
—No le has contado sobre… —calló, bajando la cabeza aquejada.
—No necesita saberlo… Ella en especial no.
—Sé que es una vergüenza vivir aquí, hija…
—Es lo que tenemos que hacer, mamá. No es gran cosa. —La interrumpió, guardando el disco.
—No creo que sea el tipo de chica que te menosprecie por esto.
—No es por eso —le contestó, haciendo una pausa—, ella tiene la vida perfecta… Odiaría ver su lástima, no quiero eso… no de ella.
«La vida perfecta», no la tengo. Si el ogro se enterara por lo que estoy pasando la que sentiría pena es ella. Yo jamás la juzgaría por su situación. El problema con ella es que no sabe nada de mí, solo tiene la imagen que se hizo a los cinco minutos de conocerme.
Retrocedí mis pasos y me fui. Ella no quiere que sepa su realidad, que sea parte de su vida y está bien, es su privacidad y la respetaré. Pero estoy aquí, si un día viene a mí, seguiré aquí, por ella, para ella, para lo que necesite de mí. Me tiene, así no lo quiera.
*Risk: Clásico juego de estrategia militar cuyo objetivo principal es comandar un gran ejército creando múltiples estrategias para conquistar al mundo y convertirse en ganador.
Mañana es el capitulo final de POCO A POCO CORAZON, el cual me encuentro editando en este momento para poder subirlo y esperar sus comentarios...
Viene la segunda parte y debo decirles que es muy intensa... Ahora, les dejo otro capítulo y saben que pueden dejar sus comentarios acá
A leer....
Capítulo 22: Todo es igual
Entrada número catorce del diario.
22 de Junio, 2015
Jesús regresó, ¡aleluya! Con su cabello diez centímetros más corto, bronceado y con esa sonrisa suya que me derrite por completo.
Me trajo el dichoso trago brasileño que, según él, haría que pierda mis cinco sentidos. Estuvo rico, pero nada le gana a un tequila o un coctel azul como el de la otra noche.
Marina… Hmm…
Pero volvamos a mi lindo Jesús. Me enseñó sus fotos, viajó por todas las playas de la costa brasileña, linda gente en bikini, hermosas mujeres en micro bikinis. Un día debo viajar a Brasil.
No fui la única que fue por él al aeropuerto. Antoine, mi bartender favorito, fue con su novia, también nos acompañó su amigo Jan y Lauren, su María Magdalena, amiga, ex, confidente, etc.
Regresamos a su departamento, bebimos un poco de cachaza y jugamos Risk*. Hay veces que, aunque me siento madura, me doy cuenta que ellos pertenecen a otra generación. ¿Risk? ¿Podemos mejor comprar un LCD y jugar un videojuego como Mortal Kombat? ¿Qué diablos le ven al Risk?
Conversando de varios temas salió a la luz mi encuentro con las tres chicas del sábado anterior. Antoine les dio una descripción tan gráfica de lo que sucedió, que creo que ni yo lo recordaba de manera tan vívida. Reímos, no parecía nada muy apartado de lo que pasa cualquier noche agitada en el bar y todos ellos trabajan allí, están acostumbrados. Pero una vez que los chicos se fueron, Jesús me dejó saber cuán celoso se sintió de escuchar que me fui a «perder el tiempo» con una rubia de ensueño.
Agradezco que Jesús tiene mucho de su tocayo —el original—, de lo contrario habría terminado en una sala de emergencias. No fue rudo, no me gritó, no me empujó, no me golpeó, no agredió de ninguna forma. Eso sí, hicimos «lo que solemos hacer» de todas las formas posibles y en todas las habitaciones de su suite. Estaba realmente celoso.
—¿La volverás a ver? —me preguntó desde la cama mientras yo me vestía.
—Seguramente —le confirmé.
—Compraré tres cajas de condones —dijo sonriendo. Negué de la misma manera, acercándome para darle un corto beso y salí, mi taxi me esperaba para traerme a casa.
Me alegra que esté aquí, me siento segura con él.
Leer esta entrada, a mí, no me deja tranquila. Lena dice que no la agredió y le creo, pero me pone nerviosa. No me gustaría que un día sus celos se conviertan en golpes, es algo que sucede muy a menudo y no quiero que salga herida.
Entrada número quince.
23 de Junio, 2015
Quise hablar con el ogro. Iniciar una conversación ligera, ver qué tan firme era el terreno donde pretendía pisar. Fui a su casa, casual, llevándole unas películas de miedo que estaba segura me obligaría a ver con ella, unas bolsas de palomitas, un bote de helado. Con eso creí cubrir las posibilidades de que algo saliera mal. No esperaba que un cartel de venta, de color azul con letras blancas, me informara que se había mudado sin decir a dónde.
Llamé a mi otra amiga, la alternativa era su novio y con él prefería no volver a discutir. Sonó extraña, como si la hubiese descubierto en una travesura, no me dijo nada. Mi siguiente paso fue teclear el número del letrero en mi celular y hacer una llamada.
—Inmobiliaria del Pacífico, en qué podemos ayudarle.
—Llamo por información sobre la casa en venta de la calle Salzburgo y Oeste número 15.
—Por supuesto, es una casa que acabamos de liberar de hipoteca. Está en remate a muy buen precio. ¿Le gustaría conocerla?
Le colgué, no necesitaba más información que esa. Una casa liberada de hipoteca es una propiedad que no se pudo pagar y se perdió. La rematan para recuperar la pérdida. No les interesa hacer un gran negocio, no son una empresa dedicada a las bienes raíces, solo un banco cubriendo una deuda.
El ogro perdió su casa. A eso debía referirse su novio cuando dijo que yo no sabía por lo que ella estaba pasando y que él sufría por no poder ayudarla. Aún así, no es excusa para engañarla.
"Oh, no… ¡No!… No, no, no".
Entrada número dieciséis.
24 de Junio, 2015
Ideé un plan. Jesús me ayudó, fue idea suya de hecho. El cumpleaños del ogro es en dos días. Yo no he podido sacarle información a mi amiga sobre su nueva dirección, así que la obligaré a venir a mí y la seguiré. El plan es darle una tarjeta de regalo de la tienda de discos. Ya sé, es súper informal y da la impresión de que no me preocupé por pensar demasiado, pero así irá al centro comercial y cuando se marche yo la sigo, la seguiré todo el día si es necesario, algún rato debe ir a casa , ¿no?
Tengo todo listo y sí, pensé en un regalo. Hace unas semanas pedí un disco que sé que no ha podido conseguir, es una edición limitada de un álbum de The Who que salió a la venta únicamente en Inglaterra. Su edición es muy especial, dos vinilos de colores dentro de una caja de cartón duro con una impresión alucinante. La escuché trescientas mil veces decir que era su sueño tener ese disco, esa edición, así que cuando empecé a trabajar en la tienda, contacté al distribuidor en Londres y pedí por él. Llegó hace unos días y lo tengo reservado para ella.
No dejaré que me vea, me esconderé en el baño o la bodega. Vasili tiene instrucciones para que cuando vaya a reclamar su tarjeta de regalo, él le «sugiera» el disco y me avise inmediatamente. Dudo que se resista a llevarse el disco. El valor de la tarjeta es exactamente el mismo.
"¡Oh por, Dios! ¡¿Mi disco de The Who fue un regalo intencional de Lena?!"
Solo queda esperar. No quisiera hacerlo así, pero su novio no me dirá jamás qué pasó, mi amiga me evade cada que le pregunto del ogro y no tengo otra alternativa, no la tengo.
-Di que no lograste seguirme, Lena. Por Dios, dime que no me seguiste, que no sabes que vivo aquí, dime que no. Por favor, dime que no.
Entrada número diecisiete.
26 de Junio, 2015
Acabo de regresar de la fiesta del ogro, aunque debería decir una salida que consistió en comer hamburguesas y no mencionar que era su cumpleaños. No le gusta cumplirlos. La entiendo, quién quiere volverse vieja y encontrarle el gusto a jugar Risk.
En fin, la vi muy decaída de ánimo, usualmente en su día suele estar de buen humor, le gustan las cosas gratis, le gusta que la mimen. Aunque parezca muy ogro es una chica al fin de cuentas y quién no disfruta de un regalo.
Le di el mío esperando un grito, un desprecio, recibí un: «gracias, tal vez es el mejor que he recibido este año». Estábamos solas en la mesa, los chicos habían ido por la comida y yo me quedé para tener dos segundos con ella.
Quise decirle que estaba ahí si me necesitaba, si quería hablar, si no se sentía bien y quería ver una película, pero no lo hice. Me tomó por sorpresa verla así. No sé qué le ocurre, parece grave. Está tan rara últimamente, menos ogro, más humana. ¡Odio eso! Ella es sarcástica, alegre a su manera, cariñosa con el idiota; ni siquiera eso fue hoy. Quiero que me grite, que me insulte, que se sienta ella, que despierte, que regrese.
-Dime que no, Lena. Por favor, dime que no lo hiciste, dímelo.
Entrada número dieciocho.
27 de Junio, 2015
El plan entró en marcha en la tarde. El ogro fue a la tienda a retirar su regalo. Yo ya no estaba en mi turno, pero Vasili me llamó apenas la vio en el corredor. Se llevó el álbum que le compré, sabía que lo haría. Me alegra, de lo contrario habría tenido que guardarlo hasta navidad y encontrar la forma de dárselo sin levantar sospecha.
Fue sola en su auto, lo que a mi me dificultó las cosas, tuve que pedirle al taxi que me llevó desde casa, que esperara hasta que salió y que la siguiera como en las películas. El viaje no fue tan largo, el ogro se bajó en un edificio de bodegaje donde alquilan espacios privados. Demoró, tuve que pedirle al taxi que se fuera y llamar a Jesús para que me acompañara a esperar en su moto.
Tres horas después, ya en la noche, salió del lugar. La seguimos por la carretera por un tramo largo. El tráfico fue horrible, nos tomó casi hora y media llegar hasta esa parte de la ciudad.
Era un barrio de migrantes y gente de bajos recursos,. Lo reconocí de inmediato porque papá y yo fuimos a repartir juguetes la navidad pasada. Parte de los proyectos de ayuda social de su comandancia.
Aparcamos en una esquina, la vimos entrar a un estacionamiento público y…
—No, no, no, no… ¡Maldición, yo no quería esto, no lo quería! ¡No es justo! —Tiro el cuaderno contra la pared de mi bodega y lo dejo ahí, caído en el piso con las hojas dobladas. No puedo evitarlo, lloro de la ira, de la frustración. Lloro y me lamento; lloro, y lloro un poco más.
Lena me siguió, Lena lo sabe. ¡No quiero que lo sepa! ¡No quiero que nadie lo sepa!
Pienso si desde entonces ella me trató con pena en alguna ocasión. No puedo recordar una sola. Tampoco que haya sido más amable de lo normal.
¿Por qué no me lo dijo? ¡¿Por qué se guarda todo?! ¡¿Por qué no puede ser mi amiga y ya… como Nastya?! ¿Por qué no la dejo? ¿Por qué la desprecio? Quizá no me contó lo de Aleksey por lástima… No, no puedo pensar así de ella, cuando me ha demostrado lo contrario con acciones, con su sinceridad en esas páginas.
Recojo el cuaderno y arreglo sus hojas. Lo estropeé bastante con ese golpe. Me siento y respiro por varios minutos. Mis lágrimas siguen cayendo y sé que esto será difícil de leer, pero debo hacerlo.
...Aparcamos en una esquina, la vimos entrar a un estacionamiento público y me bajé a seguirla. Jesús no quería que fuera sola, se ofreció acompañarme, no lo dejé. No creí necesario llamar tanto la atención y preferí que se quedara con su moto. No me pasaría nada y él no estaba tan lejos.
Pasamos algunos puestos de comida. Ella iba abrazada del regalo como si necesitara cubrir su pecho del frío, pero esta noche hacía calor. Entró al parque de la comuna obrera; yo unos metros detrás de ella. Pasamos no menos de diez vehículos antes de llegar a su calle, me oculté tras unos arbustos y ella entró en un sencillo edificio, un poco viejo. Había una ventana pequeña a un lado, vivía en la planta baja del mismo, así que me acerqué un poco más y la vi saludar con su mamá.
—Solo lo traje para enseñártelo, mañana lo llevo a la bodega.
—¡Es el álbum que querías! —señaló su madre emocionada—. Es de tu amiga, la pecosita, ¿no? ¿La pelirroja?
—Sí mamá.
—No le has contado sobre… —calló, bajando la cabeza aquejada.
—No necesita saberlo… Ella en especial no.
—Sé que es una vergüenza vivir aquí, hija…
—Es lo que tenemos que hacer, mamá. No es gran cosa. —La interrumpió, guardando el disco.
—No creo que sea el tipo de chica que te menosprecie por esto.
—No es por eso —le contestó, haciendo una pausa—, ella tiene la vida perfecta… Odiaría ver su lástima, no quiero eso… no de ella.
«La vida perfecta», no la tengo. Si el ogro se enterara por lo que estoy pasando la que sentiría pena es ella. Yo jamás la juzgaría por su situación. El problema con ella es que no sabe nada de mí, solo tiene la imagen que se hizo a los cinco minutos de conocerme.
Retrocedí mis pasos y me fui. Ella no quiere que sepa su realidad, que sea parte de su vida y está bien, es su privacidad y la respetaré. Pero estoy aquí, si un día viene a mí, seguiré aquí, por ella, para ella, para lo que necesite de mí. Me tiene, así no lo quiera.
*Risk: Clásico juego de estrategia militar cuyo objetivo principal es comandar un gran ejército creando múltiples estrategias para conquistar al mundo y convertirse en ganador.
RAINBOW.XANDER- Mensajes : 1950
Fecha de inscripción : 19/09/2016
Edad : 22
Localización : Buenos Aires
Re: EL DIARIO (ADAPTACION) // RAINBOW.XANDER
Hola
muy buen capitulo
siguela pronto
muy buen capitulo
siguela pronto
andyvolkatin- Mensajes : 576
Fecha de inscripción : 27/05/2015
Re: EL DIARIO (ADAPTACION) // RAINBOW.XANDER
A leer!!!
Capítulo 23: Cristalizado
—¿No tenías examen a la primera hora? —me preguntó mamá al levantarse, viéndome todavía acostada y tapada con la cobija hasta los ojos. A esa hora yo ya debía estar de pie, bañada y vestida, esperando a que termine de hervir el agua para prepararme mi café.
—Es solo un repaso. No me siento bien.
—Te vi decaída al llegar ayer, ¿te resfriaste? —Posó la palma de su mano sobre mi frente—. No tienes fiebre. —Confirmó y me preguntó—: ¿Estudiaste para la prueba?
—Aww, mamá, es un repaso —le respondí con desgano—. ¿Puedo quedarme? No me siento capaz de salir hoy.
Decía la verdad, solo que mi dolencia no era física, no quería encontrarme con Lena. No sabía cómo actuar frente a ella desde que leí que está al tanto de mi realidad; sabe dónde vivo, sabe que no tengo nada, sabe que soy insignificante.
—¿Pasó algo con Alyósha?
—No es por él —le contesté. No me había dado el tiempo de comentarle que terminamos, tampoco tenía ganas de responder a la innumerable cantidad de preguntas que me haría si se lo confesaba—. Por favor, no quiero ir, me siento mal.
—Está bien. Llamaré a tu consejero estudiantil y le diré que estás enferma — dijo, desde la puerta del baño—, le pediré que te envíe la tarea. Descansa.
Volví a cerrar los ojos y me quedé dormida, el sonido del agua de la ducha asemejaba una llovizna y no lo pude evitar. Cuando desperté ya era medio día, mamá se había ido dejándome una nota.
Decía que me quiere, que intente relajarme y que coma algo. Junto al papel estaba un billete de diez rublos y un caramelo de cereza —en el despacho legal donde trabaja los sirven por docenas en las mesas de espera—, lo abrí y me lo llevé a la boca, saciando el hambre que comenzaba a sentir.
Permanecí acostada un rato más. Afuera se escuchaba a mis vecinos discutir por algo irrelevante. El sol se colaba por la ventanilla de enfrente y la típica bulla de la ciudad hacía de fondo.
No se cuánto tiempo pasé mirando el techo esmaltado del apartamento. Tratando de decidir entre levantarme, seguir durmiendo, pedir algo de comer, poner una película en el cuarto de mamá o salir a fumar un pucho. Mi pensamiento más frecuente era qué hacer al día siguiente. Mamá no me permitiría quedarme dos días en casa, no sin un certificado médico.
No podía dejar de pensar en Lena y lo injusta que he sido. Ella se enteró de mi situación desde hace dos meses y ha hecho lo posible por respetarme; yo he sabido que el diario le pertenecía hace más de una semana y continué leyéndolo. Cero respeto de mi parte.
¿Qué debía hacer? Contarle que encontré su diario o tirarlo en la basura, guardarlo sin volver a leerlo o terminarlo de una vez. Mi curiosidad por supuesto se negaba a deshacerse de él, pero mi consciencia me recriminaba continuarlo.
«¿Estás bien? Llámame, por favor. Estoy preocupada», leía el mensaje de Nastya, uno de tantos que había recibido durante la mañana.
«Aleksey vino a quejarse por algo que dice que le hiciste a su remolque», decía el siguiente.
«Vova también está muy enojado y Lena con ellos dos. ¿Qué hiciste? Nadie me quiere contar».
«Aleksey dice que le costó muy caro lo que sea que hiciste y que necesita hablar contigo».
Me di cuenta de que la estaban confundiendo, además de utilizarla de paloma mensajera. Pero Aleksey tenía mi número, podía llamarme si quería, venir a verme. Si tanto le estorbaba tomarse esa molestia, era su problema. No sería yo la quien le facilite las cosas.
«Todo está bien, Nastya. No sé de lo que habla, pero si quiere preguntarme algo, él sabe donde encontrarme. No te preocupes», le escribí, aún con dos mensajes pendientes por leer.
«Aleksey llegó furioso. Dijo que sus padres perdieron la cabeza al ver el regalito que le dejamos y lo obligaron a pagar por la limpieza profesional. Vino con una factura por quinientos y más Rublos», escribió Lena, asustándome al leer su nombre en la bandeja de entrada. Hasta eso me ponía nerviosa. No habría podido enfrentarla en la mañana. Con lo que respecta a Aleksey, no me importaba si le costó miles. ¿Cuánto cree que gasté en exámenes médicos por su culpa?
«Hablé con él en privado, le dije que si no quiere que toda la escuela se entere de lo que había hecho, mejor se guardaba su estúpida factura. Vladimir no quiere ni hablarme por ponerme de tu lado», Lena me comentó. Imaginé que no les dijo que estuvo conmigo. Terminaba de leer ese mensaje cuando entró otro, también de ella.
«Masha, tu consejera escolar me pidió que te llevara la tarea a tu casa. Dijo que estabas enferma y, ya que compartíamos todas las clases de hoy, pensó que sería lo mejor. Si prefieres puedo enviártelas por correo electrónico».
Fue considerada. Ella no debería conocer donde vivo y de esa manera no necesita preguntarme qué pasó. Me dejó la respuesta lista. Contestarle un «envíamelas» sería más fácil que explicarle cosas que ya sabe.
«Pasaré por tu casa en la tarde», le respondí.
Pensando por un segundo que debía forzarme a ese encuentro. Necesitaba sentirme normal con ella, ser más abierta, sincera, honesta. Nastya está por marcharse. Su mamá vino la semana pasada a pedir los papeles de la transferencia en la escuela, se mudará a fines de este mes. Eso me deja a una sola persona en la que puedo confiar, ella, Lena, y el respeto no puede ser solo de su lado, tiene que partir de mí también.
«Perfecto, llego a las tres y media. Te espero», respondió.
En ese segundo era la una y un cuarto. Me levanté para bañarme, prepararme y salir a comer algo. Aproveché para caminar un poco y fui al restaurante de la calle de arriba para probar las famosas arepas. Descubrí que son colombianas y deliciosas. La chica que me atendió fue muy amable y tenía unos ojos divinos, pero fue su hermana quien me llamó la atención. Pasó todo el tiempo pendiente de lo que necesitara y me llevó a la mesa un postre de cortesía. Juro que me coqueteó sonriéndome un par de veces. Debo decir que las colombianas se me hacen muy lindas. Me pregunto si a Lena le llamarían la atención. No tienen la piel casi bronceada y llena de pecas como su amiga Marina, pero las trigueñas tienen lo suyo.
A eso de las dos y cuarenta salí a la carretera, no quería estancarme en el tráfico. Mi idea era conducir despacio y decidir qué le diría al verla, llevé el diario por si me animaba a confesarle que lo tenía y ella me lo pedía de vuelta, cosa que en realidad no quería hacer.
Al mismo tiempo que yo aparcaba en la vereda de enfrente de su casa, ella llegaba caminando. La vi e instantáneamente me sentí más tranquila.
¿Cómo es posible pasar el día entero nerviosa con la idea de verla, creer que será un encuentro doloroso y difícil, preocuparme por lo que ella piensa de mí y, al estar a segundos de hablarle, sentir como la tensión se esfumaba de mi cuerpo? ¿Cómo? No me explico como Lena puede hacerme sentir tan insegura y a la vez tan calmada. No lo sé.
Bajé del auto y caminé a la entrada de su casa, ella me esperó en la puerta, saludándome con una sonrisa y me hizo pasar.
—Pudiste pedirme que pasara por ti a la escuela —le dije al ver lo acalorada que llegó.
—Pensé que no querrías asomarte por ahí, por algo no fuiste todo el día, ¿no? No te veo muy enferma.
—No. Solo me sentía mal en la mañana, ya estoy mejor.
—Dime que no te arrepientes de lo que hicimos ayer.
—No. —Le confirmo—. No me sentía bien, es todo.
—¿Ya comiste?
—Sí, en un restaurante cerca de mi casa —le digo y ella sigue igual, no se asombra de que yo coma en un comedor de barrio cuando antes solía almorzar en un restaurante.
—Yo no tengo mucha hambre, comeré en la noche —dijo e hizo una seña para subir las escaleras—. Vamos a mi habitación para pasar las tareas a una hoja.
La seguí por el pasillo. Había estado en su casa hace poco, en su habitación, pero no había caído en cuenta del notable cambio de su cuarto y cómo se apega a su actual personalidad. Las ventanas ya no visten esas cortinas celestes un tanto infantiles adornadas con flores colgadas; ahora tiene unas persianas de color habano claro muy modernas. Pintó la pared sobre sus repisas de color negro.
Cambió de estilo de cama y mesas de luz. La alfombra del piso es de un rojo fuerte y muy afelpada. El contraste evocaba madurez, seriedad. Quizá no lo noté entonces porque todavía no conocía su lado oculto, aún la veía como la Lena de hace un año.
Volteó su mochila sobre la cama dejando caer algunos cuadernos, su cartuchera, un par de libros y algo que me llamó la atención, un cuaderno exactamente igual al que yo tenía en mi bolsa.
—Matemática es muy simple, terminarás en diez minutos —habló sacando sus apuntes, yo seguía mirando ese particular artículo sobre su cama—. En literatura tienes que hacer una ficha del libro que te tocó en el sorteo, pero es para la siguiente semana… ¿Yulia?… ¿Yulia?
—Perdón, me distraje —dije, sacudiendo mi fijación.
Ella me miró, yo la miré y sin pensarlo volví mi vista al cuaderno negro. Ella se percató y sus ojos se dirigieron también a él.
—¿Nunca has visto un diario? —me preguntó tomándolo en sus manos, pasándomelo sin restricciones.
—¿Es… cribes un diario?
—Sí, desde hace años. Este es nuevo. Lo comencé hace dos semanas.
—¿Por qué?
—¿Por qué, qué? ¿Por qué lo comencé hace poco o porqué lo escribo?
—Ambas.
—Me gusta tener un registro de mi vida. Es divertido leerlos después de un tiempo.
—¿Y no te asusta que lo lean Katia o tus papás?, ¿Qué se enteren de lo que haces?
—No, por qué habría de hacerlo. No tengo nada que ocultar.
No estaría tan segura de eso. No he leído su diario por completo, pero no creo que sus papás se lo tomarían tan a la ligera.
—¿Y no te molesta que yo lo lea?
—Te lo pasé, ¿no?
—Por eso pregunto.
—Hazlo si quieres, no tengo problema —respondió y comenzó a escribir las tareas para entregármelas en una hoja suelta. Yo revisé el cuaderno pasando sus páginas, sin detenerme a leer. Tenía pocas entradas, el mismo formato que usa en el que yo tengo, la fecha al tope, sus pensamientos inmediatamente después. En una de ellas pude reconocer el nombre de Aleksey, también el de Nastya. Lo que quería decir que, en el nuevo diario, se dirige a nosotros por nombre y no con apodos o evitando mencionarnos.
Volví a dejarlo sobre la cama, sin leerlo, y giré en su dirección. Ella terminó de escribir las tareas y dobló la hoja en dos para entregármela. Cuando viró me encontró parada detrás suyo, esperándola; el cuaderno abandonado sobre el cobertor de color negro.
—Pensé que te entretendrías más con los desafortunados eventos de mi vida —rió con ligereza.
—No quiero violar tu intimidad.
—Ya te dije que no lo haces.
¿Pero eso aplicaba solo para este diario o también para el que yo tenía en mi posesión?
—¿De verdad no te molesta que alguien lea tus pensamientos?
—No.
—No te creo —refuté.
—¿Por qué? Es un diario no una ficha criminal.
—¿No escribes nada personal allí? —cuestioné—. Algo como, no sé, tu primera vez o si fumas, qué fumas, si te escapas de casa, si te tatuaste —menciono varios temas que podrían ser considerados tabú por nuestros padres y que sé que ella ha hecho.
—¿A qué viene tanta pregunta? —cuestionó, aún divertida, pero con una clara interrogante por mi reacción.
—Es que se me hace muy extraño algo tan personal esté a disposición de todo el mundo y que no te importe.
Pensó su respuesta esta vez.
—Mi diario anterior tenía muchas cosas privadas en él. Un día decidí que no quería volver a leerlo, que lo mejor sería olvidar lo que escribí y lo tiré a la basura.
—No querías que nadie lo leyera.
—Más que eso fue que, al escribirlo, me planteé muchas preguntas sobre mi vida, sobre quién soy. Llegué a responderme lo más importante, lo demás ya no importa.
—No te entiendo —objeté, ella me miró con curiosidad—. Me dijiste que te gusta recordar lo que viviste, ¿por qué no esa parte que suena tan importante?
Se sentó en la cama, se recostó de lado con suavidad, apoyó su brazo sobre el colchón, sosteniendo su cabeza, y dio unas palmadas para que me sentara con ella.
—¿Alguna vez has hecho algo de lo que te arrepientes? —me preguntó.
—Sí, ¿quién no?
—No me arrepiento de escribirlo, me arrepiento de buscar respuestas a preguntas que jamás debí hacerme —contestó con tranquilidad—. Hay muchas vivencias lindas en ese diario, pero la mayoría son cosas que prefiero olvidar. Sé quien soy ahora. Lo bueno lo pasé a otro cuaderno y al viejo lo dejé ir.
—La basura no es un lugar muy seguro, ¿sabes? Si querías que desapareciera debiste quemarlo.
—¿Crees que alguien lo tiene y lo está leyendo? —me preguntó, sin preocuparse. Su calma con el tema comenzaba a angustiarme.
—¿Y si es así?
—Dudo que pueda conectarlo conmigo, y si así fuera, no hay nada que yo pueda o quiera hacer al respecto —contestó, enderezándose para alcanzar su nuevo cuaderno con la mano y lo guardó en el cajón del velador—. Si alguien lo tiene, que lo disfrute.
Esa última acción me hizo dudar de cuán cómoda estaba con la idea de que alguien pudiera leerla. Deliberadamente lo estaba apartando de mí y colocándolo en un lugar al que yo no tenía acceso sin su permiso.
Sin embargo me dio luz verde con el anterior. Leerlo estaba bajo mi criterio, ella no lo evitaría. No rechazó la idea de que alguien lo tuviera en su poder o hasta que pudiera descubrir su identidad.
No veo como descabellada la idea de continuarlo. Tampoco creo que Lena lo acepte de buena manera si llega a enterarse, pero no tiene por qué hacerlo.
Ese diario tiene mucho de mí en lo poco que he leído y quiero saber cuánto más.
Capítulo 23: Cristalizado
—¿No tenías examen a la primera hora? —me preguntó mamá al levantarse, viéndome todavía acostada y tapada con la cobija hasta los ojos. A esa hora yo ya debía estar de pie, bañada y vestida, esperando a que termine de hervir el agua para prepararme mi café.
—Es solo un repaso. No me siento bien.
—Te vi decaída al llegar ayer, ¿te resfriaste? —Posó la palma de su mano sobre mi frente—. No tienes fiebre. —Confirmó y me preguntó—: ¿Estudiaste para la prueba?
—Aww, mamá, es un repaso —le respondí con desgano—. ¿Puedo quedarme? No me siento capaz de salir hoy.
Decía la verdad, solo que mi dolencia no era física, no quería encontrarme con Lena. No sabía cómo actuar frente a ella desde que leí que está al tanto de mi realidad; sabe dónde vivo, sabe que no tengo nada, sabe que soy insignificante.
—¿Pasó algo con Alyósha?
—No es por él —le contesté. No me había dado el tiempo de comentarle que terminamos, tampoco tenía ganas de responder a la innumerable cantidad de preguntas que me haría si se lo confesaba—. Por favor, no quiero ir, me siento mal.
—Está bien. Llamaré a tu consejero estudiantil y le diré que estás enferma — dijo, desde la puerta del baño—, le pediré que te envíe la tarea. Descansa.
Volví a cerrar los ojos y me quedé dormida, el sonido del agua de la ducha asemejaba una llovizna y no lo pude evitar. Cuando desperté ya era medio día, mamá se había ido dejándome una nota.
Decía que me quiere, que intente relajarme y que coma algo. Junto al papel estaba un billete de diez rublos y un caramelo de cereza —en el despacho legal donde trabaja los sirven por docenas en las mesas de espera—, lo abrí y me lo llevé a la boca, saciando el hambre que comenzaba a sentir.
Permanecí acostada un rato más. Afuera se escuchaba a mis vecinos discutir por algo irrelevante. El sol se colaba por la ventanilla de enfrente y la típica bulla de la ciudad hacía de fondo.
No se cuánto tiempo pasé mirando el techo esmaltado del apartamento. Tratando de decidir entre levantarme, seguir durmiendo, pedir algo de comer, poner una película en el cuarto de mamá o salir a fumar un pucho. Mi pensamiento más frecuente era qué hacer al día siguiente. Mamá no me permitiría quedarme dos días en casa, no sin un certificado médico.
No podía dejar de pensar en Lena y lo injusta que he sido. Ella se enteró de mi situación desde hace dos meses y ha hecho lo posible por respetarme; yo he sabido que el diario le pertenecía hace más de una semana y continué leyéndolo. Cero respeto de mi parte.
¿Qué debía hacer? Contarle que encontré su diario o tirarlo en la basura, guardarlo sin volver a leerlo o terminarlo de una vez. Mi curiosidad por supuesto se negaba a deshacerse de él, pero mi consciencia me recriminaba continuarlo.
«¿Estás bien? Llámame, por favor. Estoy preocupada», leía el mensaje de Nastya, uno de tantos que había recibido durante la mañana.
«Aleksey vino a quejarse por algo que dice que le hiciste a su remolque», decía el siguiente.
«Vova también está muy enojado y Lena con ellos dos. ¿Qué hiciste? Nadie me quiere contar».
«Aleksey dice que le costó muy caro lo que sea que hiciste y que necesita hablar contigo».
Me di cuenta de que la estaban confundiendo, además de utilizarla de paloma mensajera. Pero Aleksey tenía mi número, podía llamarme si quería, venir a verme. Si tanto le estorbaba tomarse esa molestia, era su problema. No sería yo la quien le facilite las cosas.
«Todo está bien, Nastya. No sé de lo que habla, pero si quiere preguntarme algo, él sabe donde encontrarme. No te preocupes», le escribí, aún con dos mensajes pendientes por leer.
«Aleksey llegó furioso. Dijo que sus padres perdieron la cabeza al ver el regalito que le dejamos y lo obligaron a pagar por la limpieza profesional. Vino con una factura por quinientos y más Rublos», escribió Lena, asustándome al leer su nombre en la bandeja de entrada. Hasta eso me ponía nerviosa. No habría podido enfrentarla en la mañana. Con lo que respecta a Aleksey, no me importaba si le costó miles. ¿Cuánto cree que gasté en exámenes médicos por su culpa?
«Hablé con él en privado, le dije que si no quiere que toda la escuela se entere de lo que había hecho, mejor se guardaba su estúpida factura. Vladimir no quiere ni hablarme por ponerme de tu lado», Lena me comentó. Imaginé que no les dijo que estuvo conmigo. Terminaba de leer ese mensaje cuando entró otro, también de ella.
«Masha, tu consejera escolar me pidió que te llevara la tarea a tu casa. Dijo que estabas enferma y, ya que compartíamos todas las clases de hoy, pensó que sería lo mejor. Si prefieres puedo enviártelas por correo electrónico».
Fue considerada. Ella no debería conocer donde vivo y de esa manera no necesita preguntarme qué pasó. Me dejó la respuesta lista. Contestarle un «envíamelas» sería más fácil que explicarle cosas que ya sabe.
«Pasaré por tu casa en la tarde», le respondí.
Pensando por un segundo que debía forzarme a ese encuentro. Necesitaba sentirme normal con ella, ser más abierta, sincera, honesta. Nastya está por marcharse. Su mamá vino la semana pasada a pedir los papeles de la transferencia en la escuela, se mudará a fines de este mes. Eso me deja a una sola persona en la que puedo confiar, ella, Lena, y el respeto no puede ser solo de su lado, tiene que partir de mí también.
«Perfecto, llego a las tres y media. Te espero», respondió.
En ese segundo era la una y un cuarto. Me levanté para bañarme, prepararme y salir a comer algo. Aproveché para caminar un poco y fui al restaurante de la calle de arriba para probar las famosas arepas. Descubrí que son colombianas y deliciosas. La chica que me atendió fue muy amable y tenía unos ojos divinos, pero fue su hermana quien me llamó la atención. Pasó todo el tiempo pendiente de lo que necesitara y me llevó a la mesa un postre de cortesía. Juro que me coqueteó sonriéndome un par de veces. Debo decir que las colombianas se me hacen muy lindas. Me pregunto si a Lena le llamarían la atención. No tienen la piel casi bronceada y llena de pecas como su amiga Marina, pero las trigueñas tienen lo suyo.
A eso de las dos y cuarenta salí a la carretera, no quería estancarme en el tráfico. Mi idea era conducir despacio y decidir qué le diría al verla, llevé el diario por si me animaba a confesarle que lo tenía y ella me lo pedía de vuelta, cosa que en realidad no quería hacer.
Al mismo tiempo que yo aparcaba en la vereda de enfrente de su casa, ella llegaba caminando. La vi e instantáneamente me sentí más tranquila.
¿Cómo es posible pasar el día entero nerviosa con la idea de verla, creer que será un encuentro doloroso y difícil, preocuparme por lo que ella piensa de mí y, al estar a segundos de hablarle, sentir como la tensión se esfumaba de mi cuerpo? ¿Cómo? No me explico como Lena puede hacerme sentir tan insegura y a la vez tan calmada. No lo sé.
Bajé del auto y caminé a la entrada de su casa, ella me esperó en la puerta, saludándome con una sonrisa y me hizo pasar.
—Pudiste pedirme que pasara por ti a la escuela —le dije al ver lo acalorada que llegó.
—Pensé que no querrías asomarte por ahí, por algo no fuiste todo el día, ¿no? No te veo muy enferma.
—No. Solo me sentía mal en la mañana, ya estoy mejor.
—Dime que no te arrepientes de lo que hicimos ayer.
—No. —Le confirmo—. No me sentía bien, es todo.
—¿Ya comiste?
—Sí, en un restaurante cerca de mi casa —le digo y ella sigue igual, no se asombra de que yo coma en un comedor de barrio cuando antes solía almorzar en un restaurante.
—Yo no tengo mucha hambre, comeré en la noche —dijo e hizo una seña para subir las escaleras—. Vamos a mi habitación para pasar las tareas a una hoja.
La seguí por el pasillo. Había estado en su casa hace poco, en su habitación, pero no había caído en cuenta del notable cambio de su cuarto y cómo se apega a su actual personalidad. Las ventanas ya no visten esas cortinas celestes un tanto infantiles adornadas con flores colgadas; ahora tiene unas persianas de color habano claro muy modernas. Pintó la pared sobre sus repisas de color negro.
Cambió de estilo de cama y mesas de luz. La alfombra del piso es de un rojo fuerte y muy afelpada. El contraste evocaba madurez, seriedad. Quizá no lo noté entonces porque todavía no conocía su lado oculto, aún la veía como la Lena de hace un año.
Volteó su mochila sobre la cama dejando caer algunos cuadernos, su cartuchera, un par de libros y algo que me llamó la atención, un cuaderno exactamente igual al que yo tenía en mi bolsa.
—Matemática es muy simple, terminarás en diez minutos —habló sacando sus apuntes, yo seguía mirando ese particular artículo sobre su cama—. En literatura tienes que hacer una ficha del libro que te tocó en el sorteo, pero es para la siguiente semana… ¿Yulia?… ¿Yulia?
—Perdón, me distraje —dije, sacudiendo mi fijación.
Ella me miró, yo la miré y sin pensarlo volví mi vista al cuaderno negro. Ella se percató y sus ojos se dirigieron también a él.
—¿Nunca has visto un diario? —me preguntó tomándolo en sus manos, pasándomelo sin restricciones.
—¿Es… cribes un diario?
—Sí, desde hace años. Este es nuevo. Lo comencé hace dos semanas.
—¿Por qué?
—¿Por qué, qué? ¿Por qué lo comencé hace poco o porqué lo escribo?
—Ambas.
—Me gusta tener un registro de mi vida. Es divertido leerlos después de un tiempo.
—¿Y no te asusta que lo lean Katia o tus papás?, ¿Qué se enteren de lo que haces?
—No, por qué habría de hacerlo. No tengo nada que ocultar.
No estaría tan segura de eso. No he leído su diario por completo, pero no creo que sus papás se lo tomarían tan a la ligera.
—¿Y no te molesta que yo lo lea?
—Te lo pasé, ¿no?
—Por eso pregunto.
—Hazlo si quieres, no tengo problema —respondió y comenzó a escribir las tareas para entregármelas en una hoja suelta. Yo revisé el cuaderno pasando sus páginas, sin detenerme a leer. Tenía pocas entradas, el mismo formato que usa en el que yo tengo, la fecha al tope, sus pensamientos inmediatamente después. En una de ellas pude reconocer el nombre de Aleksey, también el de Nastya. Lo que quería decir que, en el nuevo diario, se dirige a nosotros por nombre y no con apodos o evitando mencionarnos.
Volví a dejarlo sobre la cama, sin leerlo, y giré en su dirección. Ella terminó de escribir las tareas y dobló la hoja en dos para entregármela. Cuando viró me encontró parada detrás suyo, esperándola; el cuaderno abandonado sobre el cobertor de color negro.
—Pensé que te entretendrías más con los desafortunados eventos de mi vida —rió con ligereza.
—No quiero violar tu intimidad.
—Ya te dije que no lo haces.
¿Pero eso aplicaba solo para este diario o también para el que yo tenía en mi posesión?
—¿De verdad no te molesta que alguien lea tus pensamientos?
—No.
—No te creo —refuté.
—¿Por qué? Es un diario no una ficha criminal.
—¿No escribes nada personal allí? —cuestioné—. Algo como, no sé, tu primera vez o si fumas, qué fumas, si te escapas de casa, si te tatuaste —menciono varios temas que podrían ser considerados tabú por nuestros padres y que sé que ella ha hecho.
—¿A qué viene tanta pregunta? —cuestionó, aún divertida, pero con una clara interrogante por mi reacción.
—Es que se me hace muy extraño algo tan personal esté a disposición de todo el mundo y que no te importe.
Pensó su respuesta esta vez.
—Mi diario anterior tenía muchas cosas privadas en él. Un día decidí que no quería volver a leerlo, que lo mejor sería olvidar lo que escribí y lo tiré a la basura.
—No querías que nadie lo leyera.
—Más que eso fue que, al escribirlo, me planteé muchas preguntas sobre mi vida, sobre quién soy. Llegué a responderme lo más importante, lo demás ya no importa.
—No te entiendo —objeté, ella me miró con curiosidad—. Me dijiste que te gusta recordar lo que viviste, ¿por qué no esa parte que suena tan importante?
Se sentó en la cama, se recostó de lado con suavidad, apoyó su brazo sobre el colchón, sosteniendo su cabeza, y dio unas palmadas para que me sentara con ella.
—¿Alguna vez has hecho algo de lo que te arrepientes? —me preguntó.
—Sí, ¿quién no?
—No me arrepiento de escribirlo, me arrepiento de buscar respuestas a preguntas que jamás debí hacerme —contestó con tranquilidad—. Hay muchas vivencias lindas en ese diario, pero la mayoría son cosas que prefiero olvidar. Sé quien soy ahora. Lo bueno lo pasé a otro cuaderno y al viejo lo dejé ir.
—La basura no es un lugar muy seguro, ¿sabes? Si querías que desapareciera debiste quemarlo.
—¿Crees que alguien lo tiene y lo está leyendo? —me preguntó, sin preocuparse. Su calma con el tema comenzaba a angustiarme.
—¿Y si es así?
—Dudo que pueda conectarlo conmigo, y si así fuera, no hay nada que yo pueda o quiera hacer al respecto —contestó, enderezándose para alcanzar su nuevo cuaderno con la mano y lo guardó en el cajón del velador—. Si alguien lo tiene, que lo disfrute.
Esa última acción me hizo dudar de cuán cómoda estaba con la idea de que alguien pudiera leerla. Deliberadamente lo estaba apartando de mí y colocándolo en un lugar al que yo no tenía acceso sin su permiso.
Sin embargo me dio luz verde con el anterior. Leerlo estaba bajo mi criterio, ella no lo evitaría. No rechazó la idea de que alguien lo tuviera en su poder o hasta que pudiera descubrir su identidad.
No veo como descabellada la idea de continuarlo. Tampoco creo que Lena lo acepte de buena manera si llega a enterarse, pero no tiene por qué hacerlo.
Ese diario tiene mucho de mí en lo poco que he leído y quiero saber cuánto más.
RAINBOW.XANDER- Mensajes : 1950
Fecha de inscripción : 19/09/2016
Edad : 22
Localización : Buenos Aires
Re: EL DIARIO (ADAPTACION) // RAINBOW.XANDER
Hola
buen capitulo
espero subas pronto el sgte
buen capitulo
espero subas pronto el sgte
andyvolkatin- Mensajes : 576
Fecha de inscripción : 27/05/2015
Re: EL DIARIO (ADAPTACION) // RAINBOW.XANDER
Al fin....
Un capítulo largo, así que agradezco mucho el tiempo que toman en leerlos por más cortos que sean
Saludos Andyvolkatin, un fuerte abrazo y un besito!
Capítulo 24: Mentiras y recuerdos...
Son las ocho de la noche y acabo de regresar de la casa de Lena. No estoy segura de lo que pasa, de nada en realidad. Estaba por irme cuando llegó su mamá y me invitó a cenar. Pero eso no fue lo raro. Su papá llegó minutos después y entró con su propia llave. Se quitó la chaqueta y la colocó en el perchero de la entrada, saludó con su hija y a su… ¿esposa?, ¿ex esposa?…, lo que sea, con un beso en los labios y se excusó para subir a su habitación a ponerse más cómodo. Bajó unos minutos después y se nos unió a la mesa.
Para ser una pareja divorciada, su comportamiento se asemejaba a la de una pareja de esposos. Me sentí incómoda por lo usual de la charla, un recuento del día de trabajo de ambos, anécdotas de Lena —dejando a un lado lo sucedido con Aleksey—, risas, preguntas para mí: «¿cómo va la escuela?», «¿has pensado en qué estudiar al graduarte?», «¿qué tal está tu novio?». Una cena muy al estilo de la familia Katin... feliz.
Traté de encontrar algo que delatara a mi compañera y me confirmara lo que leí en su diario, que sus padres están divorciados y la tenían abandonada, pero ella estuvo tan perdida en el momento familiar como ellos.
De repente tengo la cabeza llena de dudas. ¿Acaso mintió en el diario? Por qué no puedo explicarme lo que vi. ¿Qué es real y qué no?
Jesús es real, Aleksey es testigo. Se lo gritó en la cara el día que pelearon después del almuerzo y a mí me dijo que la vio besarse con un tipo mayor más de una vez. Marina es real, yo la vi con mis propios ojos al dejarla en la cafetería esa misma tarde. Lo del engaño de Aleksey es real, ¿no? Él no lo negó cuando Lena lo enfrentó.
Lo de su familia es lo único que no cuadra, el divorcio, la existencia de su hermano… pero ella, ella es real. ¡La foto de la niña es real, el artículo del periódico es real! ¿Qué diablos está pasando? ¿Son cosas mías y ellos regresaron? ¿Por eso Lena se respondió las preguntas que la perturbaban y quería olvidar lo demás? O está mintiendo en el diario, agrandando la realidad.
Entrada número diecinueve.
28 de junio, 2015
Regresé de verme con mi amigo. Me llamó citándome en el centro comercial para hablar sobre mi ultimátum. Se veía afligido, deprimido en extremo. La charla con su novia no había ido como él esperaba. Ella le pidió tiempo para pensar, no podía perdonarlo así nada más; yo concordé con su decisión. Él esperaba que en unos días la situación bajara de tono y pudieran hablar de nuevo. Me pidió que no le mencionara nada a ella directamente, no le había dicho que yo los vi o que lo amenacé, solo se lo confesó.
Tiene razón en pedirme que no me meta, ella no me quiere mucho que digamos, si se entera que yo lo presioné se molestará aún más y no se lo perdonará. Él se veía arrepentido. Prometió no repetirlo y yo acordé no entrometerme.
Él nunca habló conmigo. ¿Es esto verdad? Aleksey pudo mentirle a ella, Lena no tiene por qué mentir en este caso. Y debe ser por esta charla que no se me acercó, pensaba que ya lo habíamos solucionado.
Entrada número veinte del diario.
30 de junio, 2015
¡Adivinen quién vino a verme en el trabajo hoy! ¡Marina!
Es tan linda, lo juro y no he podido dejar de pensar en ella desde la noche del club, once días en total. ¿Si, ven? los cuento.
Apareció de la nada y se me acercó fingiendo no conocerme, me preguntó por un disco de M83 —nada mal en su gusto musical, amo esa banda—, lo encontré en la estantería y, sin verlo siquiera, me dijo que se lo llevaría. Pretendió mirar unos llaveros que tenemos en exhibición en la caja, mientras yo hacía el trámite de la compra, regresando su vista a mí de vez en cuando. No me di cuenta de cuando tomó un papel de nota y escribió el siguiente mensaje que me pasó con los billetes al pagar:
«Te ves más linda ahora que no tengo cinco tragos encima. Me encanta tu sonrisa, ¿me la prestas por unas horas? Ven conmigo al cine hoy, hay una buena comedia en cartelera. 7pm en el teatro chino. Te espero ahí».
Para cuando terminé de leerla, ella salía del local con una risa coqueta y desapareció por el pasillo.
—No sabía que te gustaban las chicas —mencionó Mac que fue testigo del encuentro.
—Yo tampoco lo sabía hasta hace poco, pero es linda, ¿no crees?
Asintió aceptándolo, riéndose sin burlarse, pícaro, entretenido con la idea.
—¿Y qué dice tu novio al respecto?
—Leo no es mi novio.
—¿Él sabe eso?
Sí, actuamos mucho como novios. Salimos, nos tomamos de las manos, conversamos, nos llamamos constantemente, él viene a verme al trabajo, yo voy al suyo. Pero somos amigos con beneficios, eso quedó clarísimo la primera vez que pasó algo entre nosotros. Claro, muy claro… al menos esto creo.
Esto es real. Lena pegó la nota con cinta adhesiva en medio de la entrada del diario y esa letra no se parece a ninguna de las que Lena tiene. Es muy redonda y vertical, sus trazos suaves; imposible de replicar fácilmente por las curvas particulares de las letras A. Bien, vamos a la siguiente.
Entrada número veintiuno del diario.
01 de julio, 2015
No podía esperar hasta mañana y arriesgar olvidarme de algunos detalles. Son las 12:43 am y acabo de llegar de mi cita con Marina.
Fuimos a ver Trainwreck con Amy Schumer, claro que a fin de cuentas no vimos nada. Marina besa demasiado bien como para concentrarme en la película.
Nos sentamos en la última fila de la columna derecha, en los dos asientos que daban a la pared. Vimos los cortos y hablamos de las películas que nos gustaría ver, también de otras que se parecían pésimas. Bebimos al mismo tiempo el té helado que compramos para compartir —súper cursi, lo sé, pero fue lindo—, ella con su popote, yo con el mío, mirándonos porque era imposible no hacerlo y, cuando apagaron las luces y empezó la función, nos enderezamos en nuestro asiento.
Marina comenzó buscando mi mano, acarició mis dedos y los entrelazó con los suyos, soltándolos y volviéndolos a atrapar de manera muy tierna. Mi otra mano cubría mis labios, escondiendo una sonrisa porque sentir su toque tan delicado estaba haciendo nudos mi estómago. Unos minutos después, sentí que me abandonaba y la miré de soslayo. La vi cambiar el vaso de posición al otro extremo de su asiento y levantó el apoya brazos que nos separaba. Su mano volvió a la mía y continuó jugando. Se sentía tan íntimo, tan dulce, hasta que intercambió el agarre de mi mano por mi muslo, acariciándolo a lo largo.
Para ese entonces ya no tenía idea de lo que pasaba en la película. La gente reía, la mayoría sentados en la columna del medio, unos pocos en las primeras filas de la nuestra. Estábamos prácticamente solas allí atrás y qué más daba, me sentía hervir, desde los muslos hasta el rostro. De un momento a otro, su mano se coló por mi entrepierna y apretó su agarre, haciéndome largar un gemido suave. Me moría por besarla, por calmar mis ganas y, al sentirla subir en dirección a mi centro, lo hice.
Sus labios son tan suaves, húmedos, dulces y carnosos, se sentía tan bien morderlos ligeramente, soltarlos y atraparlos con los míos; su aliento era tibio, agradable, dulce como el té que habíamos compartido; su respiración acelerada por nuestra excitación; su lengua tan tersa y delicada, deliciosa al tacto con la mía, juguetona.
Estoy más que segura que tuvimos algunos ojos sobre nosotras. Escuché un susurro no tan bajo de un chico que le contaba a su acompañante:
—Ahí atrás hay un par de lesbianas que no pueden dejar de besarse.
¿Lesbianas?, ¿eso soy ahora? ¿Lesbiana porque me beso con una chica? A la gente le encanta llegar a conclusiones por las meras apariencias. No sé si podría decir que soy lesbiana, en este punto, tampoco heterosexual. Me gusta Marina, tal vez en un futuro me guste otra chica, pero los chicos me la mueven, Jesús es un excelente ejemplo.
Quizá soy bisexual, ¿por qué no? Solo sé que Marina es demasiado linda para ignorar y Jesús es demasiado apuesto como para resistirme. En demasía, no sé qué etiqueta me calza, quizá ninguna.
Espera… ¿Trainwreck y un chico que mencionaba a lesbianas besarse?, ¡¿en el teatro chino?!
El chico era Alyósha, su acompañante era yo y… ¿Lena y Marina? ¡Oh, por Dios, esto sí es real, es real, yo estuve ahí!
Estaba oscuro y no me fijé en su rostro, pero pasaron pegadas toda la película, quién sabe qué más hicieron, solo que Aleksey y yo pasábamos dando vuelta para verlas porque se nos hacía muy cómico que no vieran nada de la película por besarse. De verdad lo estaban disfrutando.
Y sí, fue en esa ocasión. Yo invité a Alyósha al cine porque lo notaba decaído y quería que se alegrara un poco, eso fue a finales de junio. Papá deposita el dinero de mis gastos el último día de cada mes y fuimos a esa película en particular porque era una comedia.
Yo vi a Lena con Marina. No está mintiendo sobre lo que escribe. Entonces ¿qué pasó con sus padres? ¿Qué?
Suspiré y cerré los ojos por un rato. Estaba tomandome todo aquello tan personal, como si de alguna manera me afectara. Debía llegar al final de aquel Diario... todo era tan confuso y misterioso a la vez que no me estaba dando tregua alguna siquiera pestañear. Abrí los ojos de nuevo y tomé el diario entre mis manos para continuar con la lectura.
Entrada número veintidós del diario.
02 de julio, 2015
Este es el peor mes del año y no porque sea el cumpleaños de mi hermano, bueno, en realidad sí. Es domingo, mi primer día en Korsakovo y aquí estaré una semana completa, «festejando».
Amo a Iván, él y yo nos llevamos muy bien, ha sido así desde que recuerdo. Me gusta verlo, conversar horas a solas; él fue quién me enseñó a fumar y sí papá se entera de ese diminuto detalle, alguien va a morir. No es por Iván que no me gusta venir, son mis abuelos los que arruinan mi viaje. Nunca he tenido una buena relación con ellos. Mi hermano es como su hijo, mi hermana es su nieta y yo soy la niña que nunca les agradó. Mientras más crecía, peor se tornaba nuestra relación.
—¿Fumando a escondidas? —me preguntó Iván sentándose junto a mí, detrás de ese gran árbol al final de la propiedad. Nadie va allí—. Mm mm mm. —Negó con su dedo—. Yo te enseñé mejor.
—Tenía que aprovechar que papá estaba entretenido conversando con su hijo perdido. —Reí.
—Golpe bajo, bebé —me reclamó robándome un cigarrillo, encendiéndolo con la fosforera que compré en un mercado de pulgas —. Es linda —exclamó admirándola—, y algo conocida. ¿No me la robaste?
—¡No, dámela!
—Está bien, muy linda en serio. Por lo menos aprendiste que, si vas a tener un vicio, hay que hacerlo con estilo —mencionó, inhalando profundo, quemando una buena parte del papel—. Tu padre me estaba comentando que te ha notado muy… apagada últimamente. ¿Todo bien?
—Nuestro padre… —dije inconscientemente cuando me azotó la realidad... él no es mi padre.
—Bebé, si es un chico… déjalo. Nadie es más importante que tú y cómo te sientes.
—Iván, ¿puedo preguntarte algo?
Sí, lo prometí, no averiguaría nada en un mes. Pero nunca veo a Iván, quizá un par de días en fiestas de navidad, nada más. Podía ser mi única oportunidad en mucho tiempo.
—Cualquier cosa, bebé.
—¿Recuerdas cuando nuestra hermana y yo nacimos?
—Hmm… Yo… tenía tres años y vivía aquí con los abuelos —respondió, haciendo memoria—. No, no lo recuerdo
—¿No recuerdas, las navidades, los cumpleaños cuando éramos bebés?
—Aún eres un bebé para mí.
—¡Iván! —le reclamé para que volviera a la pregunta.
—Mi primer recuerdo de ustedes es…, jugar aquí. Tú tendrías unos… ¿tres años, yo siete?
—Ya eras grande para que no recuerdes nada antes de eso, ¿no crees? —señalé, sorprendiéndolo por mi reclamo.
—¿Estás bien? —Me miró preocupado. ¿Pasó algo?
—No… es solo que… —No sabía si confesarle lo que había descubierto, la charla que escuché de papá y mamá, lo de las pruebas de ADN. No lo hice—. Busqué fotografías de cuando éramos niñas y no hay nada hasta que cumplí tres años, un poco más grande quizá.
—Eso tiene una razón y la conoces…
—Sí, la «inundación» —puntualicé, interrumpiéndolo. Conocía muy bien la historia—. Se arruinaron todos los archivos y solo tenemos fotos y videos desde que nos mudamos de casa.
—¿Entonces?
—¿No te parece extraño?
—¿Qué, bebé? Explícate, porque no te entiendo.
—Nada —suspiré—, solo quisiera tener algo de cuando era bebé. Algo que me haga sentir que…
—¿Que perteneces?
De cierta forma me entendía. Yo asentí aunque nuestro origen no sea el mismo, él sabe a qué me refiero.
—Los abuelos fueron muy buenos conmigo, lo siguen siendo. Papá ha tratado de estar pendiente de mí, pero siempre me hizo falta algo, algo que me hiciera sentir… algo de mamá.
—Te duele no conocerla.
—Me duele que nunca haya querido conocerme, eso es lo que me duele. Que le fue tan fácil deshacerse de su hijo —confesó apagando el cigarrillo en la suela de su bota—. Por lo menos tú tienes a tu mamá, a papá, a la «insoportable» de nuestra hermana —sonrió—. Perteneces, bebé. Nos perteneces a todos nosotros.
Tal vez en el corazón, pero no en la sangre. Iván por lo menos es hijo de papá, es pariente verdadero de los abuelos. Su mamá lo abandonó, pero no con unos extraños, lo dejó con su familia. Yo no sé ni de dónde vengo. Yo no le pertenezco a nadie.
¿Es por esto que Lena hace lo que hace y se refugia en gente como Jesús y Marina? No creo que sea una rebeldía de adolescente nada más. Es como si estuviese buscando ese algo que le falta, eso que la haga sentirse parte dé.
Aún se me complica entender bien el lío con su hermano. Según lo que he leído, Iván es hijo de su padre y una mujer que al dar a luz lo abandonó con él. Sus abuelos lo acogieron como hijo, Sergey se casó con Inessa y ellos «formaron su familia» con Katia y Lena. Ahora, Lena no es hija de ninguno de ellos, pero cree que debe ser allegada de Iván, lo que solo dejaría como posibilidad que él y ella sean hermanos de parte de madre, la madre que él nunca conoció. Pero por qué Sergey cuidaría a la hija de una mujer que hace tiempo desapareció de la vida de su hijo? Una posibilidad podría ser que ella abandonó a Lena en las puertas de la casa de los Katin y volvió a desaparecer. Otra es que Lena sea adoptada y no sea ni siquiera hermana de Iván. Y hay algo más, Katia es media hermana de Lena, y ella no sabe todavía que relación tiene su hermana con los Katin. Ese es el verdadero enredo, el «a dónde pertenece».
Entrada número veintitrés del diario.
03 de julio, 2015
Este cielo tan azul y despejado me hipnotiza, me encanta. Lo siento tan familiar, tan revitalizante, como cuando era una niña, aunque yo nunca viví aquí.
Mis recuerdos de infancia son pocos, algunos muy recurrentes de mi hermana y yo jugando en un jardín gigante —bajo un cielo tan azul como este—, el césped muy verde, alto, nuestras risas al correr descalzas, mis zapatos de charol blancos. Recuerdo el parque, los columpios donde mamá me empujaba muy alto, sus manos tocando mi espalda al bajar… Recuerdo también ese sueño, ver a ese hombre sentado en la sala, a una mujer descansando en el sofá de enfrente, yo escondiéndome tras una ventana.
Lo siguiente que recuerdo tan claro es ir a la escuela, sentarme en una esquina en el salón o las noches que lloraba bajo la cama. Esas las recuerdo tan bien. Papá llegaba y me sacaba de allí, me tomaba en sus brazos y me cantaba una canción, yo volvía a dormir y amanecía con él acurrucado a un lado de la cama.
—¿Descansando? —preguntó papá al verme acostada sobre el césped en el jardín.
—Algo así.
—Sé que te aburre estar aquí —dijo. Se equivocaba, me gusta, me tranquiliza—. ¿Por qué no sales con tu hermano y dan una vuelta por la ciudad?
Le prometí pensarlo, no me sentaría mal dar un paseo, tomar aire fresco, ver qué hay en las tiendas. Aunque prefiero hacerlo sola, me dará tiempo de pensar y… lo necesito.
Entrada número veinticuatro del diario.
04 de julio, 2015
Tuve que cambiar mi salida de ayer a hoy. Mi abuela se puso como loca diciendo que debería pasar tiempo con Iván en lugar de irme por ahí y mil cosas más, criticándome, como siempre.
Mi hermano me siguió hasta el cuarto, evitando que la puerta de un fuerte golpe cuando la lancé. Hablamos y se ofreció a salir conmigo hoy en la mañana, pero de verdad quería estar sola unas horas.
—Nos encontramos aquí mismo a las once, ¿de acuerdo? —me dijo, dejándome en la esquina de la plaza central—. Llámame si necesitas que pase por ti antes.
Iván es comprensivo y no el acaparador que mi abuela quiso criar. Como sea, tenía el tiempo que necesitaba, él iría a visitar a su novia y yo daría unas vueltas. Recorrí varias tiendas de ropa, unas de artesanías y visité al hombre que construye guitarras a mano en un taller de la calle principal, me gustaba ir allá con mamá cuando era niña. Miré el reloj y todavía era temprano, me compré un granizado de colores —que no sabía a nada— y me puse a caminar.
A diez minutos del centro hay un lindo parque, hace mucho que no voy por allí. Lo veo siempre que pasamos en el auto a la casa de los abuelos. Está rodeado de un conjunto de casas blancas de techo inclinado. Me encanta ese tipo de viviendas, simples, grandes jardines —como el que recuerdo de mi infancia—, arboles gruesos por los cuales trepar y la tranquilidad.
Seguí mi camino unas cuadras más, disfrutando del sol; sin darme cuenta ya había llegado y estaba parada en frente de los columpios. Me senté y comencé a balancearme. Había tanta paz en ese lugar.
Cuando era pequeña, este, era el paseo familiar obligatorio de todos los años. Venir acá era tan tedioso. Viajar horas por la carretera, llegar a la casa de los abuelos y unos días después volver a la carretera. A ellos no les gustaba la idea de que saliéramos a pasear. Nunca nos llevaban al parque, a algún restaurante, o al cine. Jamás.
—Hay suficiente comida en la nevera y espacio en el jardín —argumentaba mi abuela—. No hace falta que estén por allí.
Por eso adoraba cuando mamá venía con nosotros, ella odiaba quedarse en casa y salíamos a caminar. Me tomaba de la mano y…
Como quisiera que estuviese aquí, ahora.
—¿Alenka? —me llamó una señora mayor. Debía tener unos setenta años o más.
—No, disculpe. Creo que me confunde con alguien —le dije. Ella se me acercó de todas formas y me acarició el rostro.
—Alenka, querida, ¡estás aquí!
—Perdona a mi mamá… —se disculpó una señora más joven—. Por Dios… —exclamó en un susurro al verme con más detenimiento—. Eres idéntica.
No entendí a qué se referían, pero comenzaron a perturbarme. Era evidente que me confundían con alguien muy parecida a mí.
—¿Cómo te llamas? —me preguntó la más joven, se lo dije, no quitó su cara de asombro—. ¿Vives aquí?
—No, vine a visitar a mis abuelos, ¿la familia Katin? Viven al final de la calle principal.
—Oh, sí. Los conozco. Era compañera de escuela de Sergey, quiero decir, de tu papá.
—Oh, vaya… Bueno, se lo comentaré.
—Espera, ¿puedo pedirte algo?
Al principio dudé, pero accedí, necesitaba ayuda llevando a su mamá a su casa a una cuadra de donde estábamos. Le ofrecí mi brazo y comenzamos a caminar.
—Alenka, tu casa sigue igual de hermosa que siempre. Las personas que la compraron la cuidan mucho —me contaba la mayor, aún confundiéndome—. Es una lástima ya no tenerte de vecina. Me gustaba mucho jugar con tus hijas. ¿Cómo están?
Su hija volvió a disculparse, me comentó la que mujer sufre de Alzheimer y confunde a la gente con frecuencia. No me tranquilizó demasiado, ella también parecía ver un fantasma en mi cara.
—¿Me esperan aquí un momento?, iré por un vaso de agua para todas —mencionó la mujer dejándonos, a su mamá y a mí, en gran conversa.
—¿Sabes, Alenka? No me gusta ese novio que tienes, el papá de las pequeñas. Ha venido a preguntar mucho por ti estos años, por ellas.
—Ya no somos novios —le dije siguiéndole la corriente, intentando tranquilizarla.
—Lo sé, ¿puede un muerto tener novio? —rió, helándome por completo con su comentario.
En ese momento llegó su hija, me brindó un vaso de agua, que tomé de un solo golpe, y me despedí. Quedaban veinte minutos para las once, Iván iría por mí al centro y debía apurarme.
—Ven cuando quieras, Alenka —se despidió la mayor mientras entraban a su casa—. Ha sido lindo verte.
Le sonreí por cortesía, más ese incidente me dejó nerviosa. Continué caminando por la acera, respiré hondo y exhalé varias veces, deteniéndome de golpe cuando encontré algo en mi camino, era un buzón de correo.
Una visión llegó a mí como un flash al verlo, un recuerdo borroso, un eco de mi voz gritando por mamá: «¡El correo llegó!». Mi mano diminuta trataba de alcanzar la manija de color rojo, estaba tan alta. «Quédate ahí», recordé a una mujer decir y mis dedos se pusieron a jugar con unas flores amarillas que tenía dibujadas a un lado, no pude distinguir más detalles. Recodé sentir su mano sobre la mía alcanzando la compuerta del buzón y sacando unos sobres de color blanco. Su mano tomando la mía nuevamente, conduciéndome adentro de la casa, yo iba saltando.
Regresé a ver al portal. Era el mismo que acababa de recordar, una puerta de madera en forma de arco, unas flores a la derecha y un enorme ventanal.
En ese instante sonó mi celular con una llamada de mi hermano, sacándome del recuerdo.
—¿Dónde estás?
—Frente al parque de camino a casa.
—Voy por ti, no te muevas, bebé —me respondió Iván y cortamos la llamada.
—Hola, ¿buscabas a alguien? —me preguntó un hombre que regaba las plantas, no me había fijado en su presencia.
—No, en realidad no. El buzón me llamó la atención —le contesté, tratando de calmarme.
—Es muy colorido, ¿no crees?
—Sí, parece que lo hubiese pintado un niño —le dije, aún muy alterada por lo que acababa de recordar.
Nosotros nunca vivimos aquí, mamá, papá… Nunca vivimos en Korsakovo. ¿Por qué recordaría esa casa? No tenía sentido.
—Así fue, lo pintó la hija de la anterior dueña de casa, Alenka. Es una obra de arte. Míralo bien de todos los lados.
Me acerqué a él. Esperando que mis recuerdos estuviesen equivocados. No sabía porqué, pero no quería que esas flores amarillas estuvieran ahí dibujadas. Me puse en cuclillas dándome vuelta lentamente y las vi. Cinco flores amarillas con un centro de color rojo, el resto del buzón pintado de color azul cielo y un nombre que seguía repitiéndose, escrito con letra imprenta, Alenka.
Miro el reloj y entiendo por qué me siento tan cansada, son las dos de la mañana, no dormí nada por leer y releer a Lena, y sigo igual de confundida. Me siento inhabilitada, golpeada por una verdad que no entiendo y, si para mí es un embrollo, no puedo imaginar lo duro que debió ser para Lena en ese tiempo.
Esta mujer es su madre, posiblemente la mamá de su hermano y claro, la de Katia también. Alenka tuvo tres hijos con tres hombres distintos y… ¿por qué entonces la vieja se refirió a su novio como el papá de las niñas, de las dos? Lena y Katia son solo medias hermanas.
Saco el artículo de periódico. La nota habla de la mujer que fue asesinada a sangre fría. No se refieren a ella por nombre para proteger la identidad de las niñas, según el periódico, de sus hijas.
No tiene sentido, nada lo tiene, es un lío. Quiero ponerme en los pies de Lena, quiero entenderla y me cuesta, porque yo habría ido con mi papá para exigirle que me diga la verdad. Lena espera, investiga, se pregunta mil cosas, trata de encontrar respuestas, ¿pero actúa?, no.
Me desespera su pasividad. Sé que debe ser delicado, difícil confrontarlo con las únicas personas que podría llamar familia, pero ya sabe demasiadas cosas como para seguir esperando a que algo suceda solo o a que se sienta cómoda para entrar en modo Inspector Gadget de una buena vez.
¿Qué hago ahora? ¿Sigo leyendo? Porque esto no se va a terminar hoy y ya son las dos y siete de la mañana. Sigo, necesito saber más, entenderla… Sigo.
Entrada número veinticinco del diario.
05 de julio, 2015
La hora del desayuno fue un momento familiar agradable, si yo misma puedo decirlo. La abuela me recibió con una calurosa sonrisa en la mesa, me sirvió huevos revueltos, jugo de naranja y galletas de chocolate para acompañar con mi leche tibia. Luego se acercó a mí, me dio un fuerte abrazo, me dijo que me ama y me pidió que la acompañara a hacer las compras para el almuerzo. Ya saben, un típico día en la familia Katin.
Tuve suerte de que no me haya lanzado los huevos en la cara.
—Me contó Alina que te vio en el parque —dijo con su típico tono intransigente de mierda—, ¿qué hacías ahí? ¿Hablaste con alguien más?
No le contesté, a lo cual ella respondió con un sartenazo sobre la hornilla.
—¡¿Con quién hablaste?! ¿Qué hacías sola en la cuidad?
Iván entró y le pidió a su cuasi madre que se calmara, que él estaba conmigo y queríamos disfrutar del sol en un lugar tranquilo, que Alina debió verme cuando él fue por un par de helados, ¿cuál era el problema?
Salió enfadada, mirándome como si me hubiese escapado de la cárcel e ido directo a robar un banco, refunfuñó cosas que no entendí hasta su habitación y yo me quedé con mis dos hermanos que prefirieron no hacer alboroto de lo que acababa de suceder.
¿Qué se supone que soy en esta casa?, ¿una maldita prisionera?
Cuando venía de niña no recuerdo que las cosas fuesen tan malas. Debe ser porque mamá viajaba con nosotros. Dejó de hacerlo hace más de tres años. Se hartó de tener que lidiar con mi abuela y su insoportable trato hacia mí. Me doy cuenta ahora que mamá me defendía, me protegía, velaba por mí. Desde el día de su discusión con papá —cuando me enteré que no era su hija—, me he puesto en su contra, me he convencido de que no me ama, no me entiende, de que me abandona. ¿Pero de donde saco eso? No es verdad, no del todo.
Ayer me llamó, hablamos por una hora por lo menos. Me contó que le va bien con su nuevo cliente. La oí contenta, hizo bromas, me dijo que me extrañaba y que lavó toda mi ropa, hasta la que no he usado en meses. Me dijo que Marina me llamó a la casa y que le agradó.
—Se escuchaba muy amable, hija. Deberías traerla a cenar, me gustaría conocerla —me dijo, entreteniendo no sé qué idea.
Mamá no sabe que me gusta, nunca le hablé de ella. Ni siquiera le había dado a Marina el teléfono de la casa, lo averiguó de alguna forma. Debió creer que morí en un accidente o me secuestraron los extraterrestres, al no saber de mí. No le mencioné que viajaría y tampoco he estado pendiente de mi celular; la batería murió, yo no traje cargador, mi hermana no me presta el suyo y… no quiero otra discusión por una estupidez.
¡Pasiva! ¡Lena es una pasiva!
Extraño a mamá y sus reclamos por mi supuesta vagancia, su preocupación por hacer algo de mi vida, sus mimos cuando hace cosas como lavar mi ropa. Por favor, tengo diecisiete años, no es edad para que a una le laven los calzones sucios.
En fin, pasé la mañana encerrada en la alcoba, leyendo un libro que encontré en el cuarto de mi hermano. Él salió a hacer unos trámites en la universidad y, aunque hubiese querido acompañarlo, me quedé para evitar más gritos.
Por la tarde mi abuela tenía que salir a su club de las viejas locas. Tejerían un nuevo saco navideño… en verano, lo sé. Seguro pasan contándose chismes en lugar de tejer.
Iván aprovechó para invitarme a salir, quería presentarme a su novia. Me dijo que los abuelos no saben de ella, mi hermana tampoco. Con lo bocona que es, se habría enterado medio universo el primer día. La salida sería solo conmigo. Así que me vestí con unos jeans cómodos, una blusa floja en los hombros, unos zapatos bajos de lona y fuimos a comer algo.
Su nombre es Cosette. No me encanta, suena demasiado duro, pero ella es agradable. Es francesa como casi todos en esta ciudad y estudia ciencias matemáticas, así que la considero inteligente. La pasamos bien, fuimos por una pizza y luego a dar una vuelta por la feria de la ciudad.
Todo iba bien. La tarde se iba tornando en una noche estrellada y es linda esta ciudad por la noche, pero es mi vida, vamos, ¿podía faltar algo que me la amargue?
—¿Alenka? —me preguntó un hombre rubio, desaliñado, con el cabello ondulado hasta los hombros. Lo vi por unos segundos antes de pasar a su lado. No volteé. No es mi nombre—. ¡Alenka! —repitió—. ¿Lenka?
Escuchar ese sobrenombre me dio un repentino escalofrío, intenté no demostrarlo y seguí caminando, tomando el brazo de mi hermano para sentirme protegida.
¿Por qué diablos me confunden tanto con esta mujer? ¿Tan parecidas somos?
¡Por Dios, Lena! ¡Pregunta, haz algo! Si la tuviera el frente mío le daría una patada para que se caiga de la silla y despierte. ¡Esto no puede seguir así!
Entrada número veintiséis.
06 de julio, 2015
La abuela se levanta temprano, especialmente los jueves. Toda la vida ha sido así. Va al mercado a primera hora para, según ella, tener a su disposición los productos más frescos. Demora horas, llega a medio día directo a cocinar, lo que me daba libertad de ir y venir en la mañana. Papá y el abuelo han pasado días metidos en el taller de carpintería, construyendo algún objeto inservible u otro juego de sillas para el comedor. Mi hermana dormía como foca e Iván había salido temprano al gimnasio.
Me escabullí por la puerta trasera y salté la cerca. Iría a la casa del buzón, le tomaría unas fotos y trataría de conversar nuevamente con la viejita que disfruta ver gente muerta. Quería que me explique justo eso.
Nina es su nombre. Me la encontré al llegar. Estaba sentada en una silla en su jardín. Se emocionó al verme y me pidió que la acompañara. Su hija no estaba en casa, la acompañaba una enfermera joven, unos años mayor que yo.
—¿Qué le pasó a Alenka? —le pregunté cuando me sentí cómoda.
—Te contaré algo —me dijo tomándome de la mano—. Estás con suerte. Hoy es un día lúcido. Recuerdo muchas cosas, estoy consciente de la realidad. Dame unas horas, unos minutos y lo olvidaré todo, así que hagamos esto.
El cambio de su hablar, de su postura era de 180 grados. Me sonrió y me dijo:
—Tú no eres Alenka, ella murió. Tenía dos hijas, ambas muy lindas. Una se llamaba Ekaterina, la otra llevaba su nombre, pero todos le decíamos Lenka.
Era como el hombre me había llamado.
—Un día hace catorce años, llegué de mi grupo de lectura y vi a la policía rodear el vecindario completo. Fue una tragedia. La dulce Alenka había muerto de un disparo a quemarropa, nunca se supo quién fue. Sospechaban del padre de las niñas, un hombre que no era de por aquí, la había estado buscando desde que ella se mudó, si mal no recuerdo. Lo dejaron libre porque tenía una coartada y la evidencia encontrada apuntaba a un robo más que a un asesinato premeditado.
—¿La mataron en su casa?
—Con las niñas adentro —respondió, apretándome la mano—. Lo siento, no es mi intensión… —Sacó un pañuelo de tela de su bolsillo y se limpió los ojos que empezaban a lagrimar.
—Lo lamento, no debí preguntar.
—Lenka, tú y tu hermana se perdieron en manos de la policía. No se volvió a oír de ustedes. Se dijeron tantas cosas… terribles cosas sobre lo que les sucedió. —Seguía confundiéndome, ahora con la hija de esa mujer—. Solo dime una cosa… Qué has sido feliz, qué no te han tratado mal.
¿Y si yo era esa niña? No puedo negar que lo presentí desde que la mencionó. El parecido que evidentemente compartimos, mis recuerdos con esa casa. No me estaba confundiendo, me estaba reconociendo. El momento en que la enfermedad la afecte de nuevo, no recordará que tuvimos esta charla, si se lo cuenta a alguien no le creerán o pensarán que se refiere al otro día.
—Nina, ¿conoce usted el apellido de Alenka?, ¿el nombre de ese hombre?
—Alenka Kowaslki, así se llamaba tu mamá —Me sonrió—. Él, no lo sé. Ella lo dejó y vino con las niñas a rehacer su vida.
—¿Le dijo por qué vino aquí?, ¿especialmente aquí?
—Sí, fue muy clara en eso desde que llegó. Quería hacer un hogar tranquilo, demostrar que podía ser una buena madre y recuperar a su hijo mayor. Lo había dejado cuando dio a luz, ella era muy chica entonces, se asustó, no tenía apoyo de su familia y lo dejó con el papá. Volvió para verlo, vivir cerca de él —me contó y antes de que diga lo siguiente yo ya sabía de quién hablaba—. Iván, su hijo se llamaba Iván.
Un capítulo largo, así que agradezco mucho el tiempo que toman en leerlos por más cortos que sean
Saludos Andyvolkatin, un fuerte abrazo y un besito!
Capítulo 24: Mentiras y recuerdos...
Son las ocho de la noche y acabo de regresar de la casa de Lena. No estoy segura de lo que pasa, de nada en realidad. Estaba por irme cuando llegó su mamá y me invitó a cenar. Pero eso no fue lo raro. Su papá llegó minutos después y entró con su propia llave. Se quitó la chaqueta y la colocó en el perchero de la entrada, saludó con su hija y a su… ¿esposa?, ¿ex esposa?…, lo que sea, con un beso en los labios y se excusó para subir a su habitación a ponerse más cómodo. Bajó unos minutos después y se nos unió a la mesa.
Para ser una pareja divorciada, su comportamiento se asemejaba a la de una pareja de esposos. Me sentí incómoda por lo usual de la charla, un recuento del día de trabajo de ambos, anécdotas de Lena —dejando a un lado lo sucedido con Aleksey—, risas, preguntas para mí: «¿cómo va la escuela?», «¿has pensado en qué estudiar al graduarte?», «¿qué tal está tu novio?». Una cena muy al estilo de la familia Katin... feliz.
Traté de encontrar algo que delatara a mi compañera y me confirmara lo que leí en su diario, que sus padres están divorciados y la tenían abandonada, pero ella estuvo tan perdida en el momento familiar como ellos.
De repente tengo la cabeza llena de dudas. ¿Acaso mintió en el diario? Por qué no puedo explicarme lo que vi. ¿Qué es real y qué no?
Jesús es real, Aleksey es testigo. Se lo gritó en la cara el día que pelearon después del almuerzo y a mí me dijo que la vio besarse con un tipo mayor más de una vez. Marina es real, yo la vi con mis propios ojos al dejarla en la cafetería esa misma tarde. Lo del engaño de Aleksey es real, ¿no? Él no lo negó cuando Lena lo enfrentó.
Lo de su familia es lo único que no cuadra, el divorcio, la existencia de su hermano… pero ella, ella es real. ¡La foto de la niña es real, el artículo del periódico es real! ¿Qué diablos está pasando? ¿Son cosas mías y ellos regresaron? ¿Por eso Lena se respondió las preguntas que la perturbaban y quería olvidar lo demás? O está mintiendo en el diario, agrandando la realidad.
Entrada número diecinueve.
28 de junio, 2015
Regresé de verme con mi amigo. Me llamó citándome en el centro comercial para hablar sobre mi ultimátum. Se veía afligido, deprimido en extremo. La charla con su novia no había ido como él esperaba. Ella le pidió tiempo para pensar, no podía perdonarlo así nada más; yo concordé con su decisión. Él esperaba que en unos días la situación bajara de tono y pudieran hablar de nuevo. Me pidió que no le mencionara nada a ella directamente, no le había dicho que yo los vi o que lo amenacé, solo se lo confesó.
Tiene razón en pedirme que no me meta, ella no me quiere mucho que digamos, si se entera que yo lo presioné se molestará aún más y no se lo perdonará. Él se veía arrepentido. Prometió no repetirlo y yo acordé no entrometerme.
Él nunca habló conmigo. ¿Es esto verdad? Aleksey pudo mentirle a ella, Lena no tiene por qué mentir en este caso. Y debe ser por esta charla que no se me acercó, pensaba que ya lo habíamos solucionado.
Entrada número veinte del diario.
30 de junio, 2015
¡Adivinen quién vino a verme en el trabajo hoy! ¡Marina!
Es tan linda, lo juro y no he podido dejar de pensar en ella desde la noche del club, once días en total. ¿Si, ven? los cuento.
Apareció de la nada y se me acercó fingiendo no conocerme, me preguntó por un disco de M83 —nada mal en su gusto musical, amo esa banda—, lo encontré en la estantería y, sin verlo siquiera, me dijo que se lo llevaría. Pretendió mirar unos llaveros que tenemos en exhibición en la caja, mientras yo hacía el trámite de la compra, regresando su vista a mí de vez en cuando. No me di cuenta de cuando tomó un papel de nota y escribió el siguiente mensaje que me pasó con los billetes al pagar:
«Te ves más linda ahora que no tengo cinco tragos encima. Me encanta tu sonrisa, ¿me la prestas por unas horas? Ven conmigo al cine hoy, hay una buena comedia en cartelera. 7pm en el teatro chino. Te espero ahí».
Para cuando terminé de leerla, ella salía del local con una risa coqueta y desapareció por el pasillo.
—No sabía que te gustaban las chicas —mencionó Mac que fue testigo del encuentro.
—Yo tampoco lo sabía hasta hace poco, pero es linda, ¿no crees?
Asintió aceptándolo, riéndose sin burlarse, pícaro, entretenido con la idea.
—¿Y qué dice tu novio al respecto?
—Leo no es mi novio.
—¿Él sabe eso?
Sí, actuamos mucho como novios. Salimos, nos tomamos de las manos, conversamos, nos llamamos constantemente, él viene a verme al trabajo, yo voy al suyo. Pero somos amigos con beneficios, eso quedó clarísimo la primera vez que pasó algo entre nosotros. Claro, muy claro… al menos esto creo.
Esto es real. Lena pegó la nota con cinta adhesiva en medio de la entrada del diario y esa letra no se parece a ninguna de las que Lena tiene. Es muy redonda y vertical, sus trazos suaves; imposible de replicar fácilmente por las curvas particulares de las letras A. Bien, vamos a la siguiente.
Entrada número veintiuno del diario.
01 de julio, 2015
No podía esperar hasta mañana y arriesgar olvidarme de algunos detalles. Son las 12:43 am y acabo de llegar de mi cita con Marina.
Fuimos a ver Trainwreck con Amy Schumer, claro que a fin de cuentas no vimos nada. Marina besa demasiado bien como para concentrarme en la película.
Nos sentamos en la última fila de la columna derecha, en los dos asientos que daban a la pared. Vimos los cortos y hablamos de las películas que nos gustaría ver, también de otras que se parecían pésimas. Bebimos al mismo tiempo el té helado que compramos para compartir —súper cursi, lo sé, pero fue lindo—, ella con su popote, yo con el mío, mirándonos porque era imposible no hacerlo y, cuando apagaron las luces y empezó la función, nos enderezamos en nuestro asiento.
Marina comenzó buscando mi mano, acarició mis dedos y los entrelazó con los suyos, soltándolos y volviéndolos a atrapar de manera muy tierna. Mi otra mano cubría mis labios, escondiendo una sonrisa porque sentir su toque tan delicado estaba haciendo nudos mi estómago. Unos minutos después, sentí que me abandonaba y la miré de soslayo. La vi cambiar el vaso de posición al otro extremo de su asiento y levantó el apoya brazos que nos separaba. Su mano volvió a la mía y continuó jugando. Se sentía tan íntimo, tan dulce, hasta que intercambió el agarre de mi mano por mi muslo, acariciándolo a lo largo.
Para ese entonces ya no tenía idea de lo que pasaba en la película. La gente reía, la mayoría sentados en la columna del medio, unos pocos en las primeras filas de la nuestra. Estábamos prácticamente solas allí atrás y qué más daba, me sentía hervir, desde los muslos hasta el rostro. De un momento a otro, su mano se coló por mi entrepierna y apretó su agarre, haciéndome largar un gemido suave. Me moría por besarla, por calmar mis ganas y, al sentirla subir en dirección a mi centro, lo hice.
Sus labios son tan suaves, húmedos, dulces y carnosos, se sentía tan bien morderlos ligeramente, soltarlos y atraparlos con los míos; su aliento era tibio, agradable, dulce como el té que habíamos compartido; su respiración acelerada por nuestra excitación; su lengua tan tersa y delicada, deliciosa al tacto con la mía, juguetona.
Estoy más que segura que tuvimos algunos ojos sobre nosotras. Escuché un susurro no tan bajo de un chico que le contaba a su acompañante:
—Ahí atrás hay un par de lesbianas que no pueden dejar de besarse.
¿Lesbianas?, ¿eso soy ahora? ¿Lesbiana porque me beso con una chica? A la gente le encanta llegar a conclusiones por las meras apariencias. No sé si podría decir que soy lesbiana, en este punto, tampoco heterosexual. Me gusta Marina, tal vez en un futuro me guste otra chica, pero los chicos me la mueven, Jesús es un excelente ejemplo.
Quizá soy bisexual, ¿por qué no? Solo sé que Marina es demasiado linda para ignorar y Jesús es demasiado apuesto como para resistirme. En demasía, no sé qué etiqueta me calza, quizá ninguna.
Espera… ¿Trainwreck y un chico que mencionaba a lesbianas besarse?, ¡¿en el teatro chino?!
El chico era Alyósha, su acompañante era yo y… ¿Lena y Marina? ¡Oh, por Dios, esto sí es real, es real, yo estuve ahí!
Estaba oscuro y no me fijé en su rostro, pero pasaron pegadas toda la película, quién sabe qué más hicieron, solo que Aleksey y yo pasábamos dando vuelta para verlas porque se nos hacía muy cómico que no vieran nada de la película por besarse. De verdad lo estaban disfrutando.
Y sí, fue en esa ocasión. Yo invité a Alyósha al cine porque lo notaba decaído y quería que se alegrara un poco, eso fue a finales de junio. Papá deposita el dinero de mis gastos el último día de cada mes y fuimos a esa película en particular porque era una comedia.
Yo vi a Lena con Marina. No está mintiendo sobre lo que escribe. Entonces ¿qué pasó con sus padres? ¿Qué?
Suspiré y cerré los ojos por un rato. Estaba tomandome todo aquello tan personal, como si de alguna manera me afectara. Debía llegar al final de aquel Diario... todo era tan confuso y misterioso a la vez que no me estaba dando tregua alguna siquiera pestañear. Abrí los ojos de nuevo y tomé el diario entre mis manos para continuar con la lectura.
Entrada número veintidós del diario.
02 de julio, 2015
Este es el peor mes del año y no porque sea el cumpleaños de mi hermano, bueno, en realidad sí. Es domingo, mi primer día en Korsakovo y aquí estaré una semana completa, «festejando».
Amo a Iván, él y yo nos llevamos muy bien, ha sido así desde que recuerdo. Me gusta verlo, conversar horas a solas; él fue quién me enseñó a fumar y sí papá se entera de ese diminuto detalle, alguien va a morir. No es por Iván que no me gusta venir, son mis abuelos los que arruinan mi viaje. Nunca he tenido una buena relación con ellos. Mi hermano es como su hijo, mi hermana es su nieta y yo soy la niña que nunca les agradó. Mientras más crecía, peor se tornaba nuestra relación.
—¿Fumando a escondidas? —me preguntó Iván sentándose junto a mí, detrás de ese gran árbol al final de la propiedad. Nadie va allí—. Mm mm mm. —Negó con su dedo—. Yo te enseñé mejor.
—Tenía que aprovechar que papá estaba entretenido conversando con su hijo perdido. —Reí.
—Golpe bajo, bebé —me reclamó robándome un cigarrillo, encendiéndolo con la fosforera que compré en un mercado de pulgas —. Es linda —exclamó admirándola—, y algo conocida. ¿No me la robaste?
—¡No, dámela!
—Está bien, muy linda en serio. Por lo menos aprendiste que, si vas a tener un vicio, hay que hacerlo con estilo —mencionó, inhalando profundo, quemando una buena parte del papel—. Tu padre me estaba comentando que te ha notado muy… apagada últimamente. ¿Todo bien?
—Nuestro padre… —dije inconscientemente cuando me azotó la realidad... él no es mi padre.
—Bebé, si es un chico… déjalo. Nadie es más importante que tú y cómo te sientes.
—Iván, ¿puedo preguntarte algo?
Sí, lo prometí, no averiguaría nada en un mes. Pero nunca veo a Iván, quizá un par de días en fiestas de navidad, nada más. Podía ser mi única oportunidad en mucho tiempo.
—Cualquier cosa, bebé.
—¿Recuerdas cuando nuestra hermana y yo nacimos?
—Hmm… Yo… tenía tres años y vivía aquí con los abuelos —respondió, haciendo memoria—. No, no lo recuerdo
—¿No recuerdas, las navidades, los cumpleaños cuando éramos bebés?
—Aún eres un bebé para mí.
—¡Iván! —le reclamé para que volviera a la pregunta.
—Mi primer recuerdo de ustedes es…, jugar aquí. Tú tendrías unos… ¿tres años, yo siete?
—Ya eras grande para que no recuerdes nada antes de eso, ¿no crees? —señalé, sorprendiéndolo por mi reclamo.
—¿Estás bien? —Me miró preocupado. ¿Pasó algo?
—No… es solo que… —No sabía si confesarle lo que había descubierto, la charla que escuché de papá y mamá, lo de las pruebas de ADN. No lo hice—. Busqué fotografías de cuando éramos niñas y no hay nada hasta que cumplí tres años, un poco más grande quizá.
—Eso tiene una razón y la conoces…
—Sí, la «inundación» —puntualicé, interrumpiéndolo. Conocía muy bien la historia—. Se arruinaron todos los archivos y solo tenemos fotos y videos desde que nos mudamos de casa.
—¿Entonces?
—¿No te parece extraño?
—¿Qué, bebé? Explícate, porque no te entiendo.
—Nada —suspiré—, solo quisiera tener algo de cuando era bebé. Algo que me haga sentir que…
—¿Que perteneces?
De cierta forma me entendía. Yo asentí aunque nuestro origen no sea el mismo, él sabe a qué me refiero.
—Los abuelos fueron muy buenos conmigo, lo siguen siendo. Papá ha tratado de estar pendiente de mí, pero siempre me hizo falta algo, algo que me hiciera sentir… algo de mamá.
—Te duele no conocerla.
—Me duele que nunca haya querido conocerme, eso es lo que me duele. Que le fue tan fácil deshacerse de su hijo —confesó apagando el cigarrillo en la suela de su bota—. Por lo menos tú tienes a tu mamá, a papá, a la «insoportable» de nuestra hermana —sonrió—. Perteneces, bebé. Nos perteneces a todos nosotros.
Tal vez en el corazón, pero no en la sangre. Iván por lo menos es hijo de papá, es pariente verdadero de los abuelos. Su mamá lo abandonó, pero no con unos extraños, lo dejó con su familia. Yo no sé ni de dónde vengo. Yo no le pertenezco a nadie.
¿Es por esto que Lena hace lo que hace y se refugia en gente como Jesús y Marina? No creo que sea una rebeldía de adolescente nada más. Es como si estuviese buscando ese algo que le falta, eso que la haga sentirse parte dé.
Aún se me complica entender bien el lío con su hermano. Según lo que he leído, Iván es hijo de su padre y una mujer que al dar a luz lo abandonó con él. Sus abuelos lo acogieron como hijo, Sergey se casó con Inessa y ellos «formaron su familia» con Katia y Lena. Ahora, Lena no es hija de ninguno de ellos, pero cree que debe ser allegada de Iván, lo que solo dejaría como posibilidad que él y ella sean hermanos de parte de madre, la madre que él nunca conoció. Pero por qué Sergey cuidaría a la hija de una mujer que hace tiempo desapareció de la vida de su hijo? Una posibilidad podría ser que ella abandonó a Lena en las puertas de la casa de los Katin y volvió a desaparecer. Otra es que Lena sea adoptada y no sea ni siquiera hermana de Iván. Y hay algo más, Katia es media hermana de Lena, y ella no sabe todavía que relación tiene su hermana con los Katin. Ese es el verdadero enredo, el «a dónde pertenece».
Entrada número veintitrés del diario.
03 de julio, 2015
Este cielo tan azul y despejado me hipnotiza, me encanta. Lo siento tan familiar, tan revitalizante, como cuando era una niña, aunque yo nunca viví aquí.
Mis recuerdos de infancia son pocos, algunos muy recurrentes de mi hermana y yo jugando en un jardín gigante —bajo un cielo tan azul como este—, el césped muy verde, alto, nuestras risas al correr descalzas, mis zapatos de charol blancos. Recuerdo el parque, los columpios donde mamá me empujaba muy alto, sus manos tocando mi espalda al bajar… Recuerdo también ese sueño, ver a ese hombre sentado en la sala, a una mujer descansando en el sofá de enfrente, yo escondiéndome tras una ventana.
Lo siguiente que recuerdo tan claro es ir a la escuela, sentarme en una esquina en el salón o las noches que lloraba bajo la cama. Esas las recuerdo tan bien. Papá llegaba y me sacaba de allí, me tomaba en sus brazos y me cantaba una canción, yo volvía a dormir y amanecía con él acurrucado a un lado de la cama.
—¿Descansando? —preguntó papá al verme acostada sobre el césped en el jardín.
—Algo así.
—Sé que te aburre estar aquí —dijo. Se equivocaba, me gusta, me tranquiliza—. ¿Por qué no sales con tu hermano y dan una vuelta por la ciudad?
Le prometí pensarlo, no me sentaría mal dar un paseo, tomar aire fresco, ver qué hay en las tiendas. Aunque prefiero hacerlo sola, me dará tiempo de pensar y… lo necesito.
Entrada número veinticuatro del diario.
04 de julio, 2015
Tuve que cambiar mi salida de ayer a hoy. Mi abuela se puso como loca diciendo que debería pasar tiempo con Iván en lugar de irme por ahí y mil cosas más, criticándome, como siempre.
Mi hermano me siguió hasta el cuarto, evitando que la puerta de un fuerte golpe cuando la lancé. Hablamos y se ofreció a salir conmigo hoy en la mañana, pero de verdad quería estar sola unas horas.
—Nos encontramos aquí mismo a las once, ¿de acuerdo? —me dijo, dejándome en la esquina de la plaza central—. Llámame si necesitas que pase por ti antes.
Iván es comprensivo y no el acaparador que mi abuela quiso criar. Como sea, tenía el tiempo que necesitaba, él iría a visitar a su novia y yo daría unas vueltas. Recorrí varias tiendas de ropa, unas de artesanías y visité al hombre que construye guitarras a mano en un taller de la calle principal, me gustaba ir allá con mamá cuando era niña. Miré el reloj y todavía era temprano, me compré un granizado de colores —que no sabía a nada— y me puse a caminar.
A diez minutos del centro hay un lindo parque, hace mucho que no voy por allí. Lo veo siempre que pasamos en el auto a la casa de los abuelos. Está rodeado de un conjunto de casas blancas de techo inclinado. Me encanta ese tipo de viviendas, simples, grandes jardines —como el que recuerdo de mi infancia—, arboles gruesos por los cuales trepar y la tranquilidad.
Seguí mi camino unas cuadras más, disfrutando del sol; sin darme cuenta ya había llegado y estaba parada en frente de los columpios. Me senté y comencé a balancearme. Había tanta paz en ese lugar.
Cuando era pequeña, este, era el paseo familiar obligatorio de todos los años. Venir acá era tan tedioso. Viajar horas por la carretera, llegar a la casa de los abuelos y unos días después volver a la carretera. A ellos no les gustaba la idea de que saliéramos a pasear. Nunca nos llevaban al parque, a algún restaurante, o al cine. Jamás.
—Hay suficiente comida en la nevera y espacio en el jardín —argumentaba mi abuela—. No hace falta que estén por allí.
Por eso adoraba cuando mamá venía con nosotros, ella odiaba quedarse en casa y salíamos a caminar. Me tomaba de la mano y…
Como quisiera que estuviese aquí, ahora.
—¿Alenka? —me llamó una señora mayor. Debía tener unos setenta años o más.
—No, disculpe. Creo que me confunde con alguien —le dije. Ella se me acercó de todas formas y me acarició el rostro.
—Alenka, querida, ¡estás aquí!
—Perdona a mi mamá… —se disculpó una señora más joven—. Por Dios… —exclamó en un susurro al verme con más detenimiento—. Eres idéntica.
No entendí a qué se referían, pero comenzaron a perturbarme. Era evidente que me confundían con alguien muy parecida a mí.
—¿Cómo te llamas? —me preguntó la más joven, se lo dije, no quitó su cara de asombro—. ¿Vives aquí?
—No, vine a visitar a mis abuelos, ¿la familia Katin? Viven al final de la calle principal.
—Oh, sí. Los conozco. Era compañera de escuela de Sergey, quiero decir, de tu papá.
—Oh, vaya… Bueno, se lo comentaré.
—Espera, ¿puedo pedirte algo?
Al principio dudé, pero accedí, necesitaba ayuda llevando a su mamá a su casa a una cuadra de donde estábamos. Le ofrecí mi brazo y comenzamos a caminar.
—Alenka, tu casa sigue igual de hermosa que siempre. Las personas que la compraron la cuidan mucho —me contaba la mayor, aún confundiéndome—. Es una lástima ya no tenerte de vecina. Me gustaba mucho jugar con tus hijas. ¿Cómo están?
Su hija volvió a disculparse, me comentó la que mujer sufre de Alzheimer y confunde a la gente con frecuencia. No me tranquilizó demasiado, ella también parecía ver un fantasma en mi cara.
—¿Me esperan aquí un momento?, iré por un vaso de agua para todas —mencionó la mujer dejándonos, a su mamá y a mí, en gran conversa.
—¿Sabes, Alenka? No me gusta ese novio que tienes, el papá de las pequeñas. Ha venido a preguntar mucho por ti estos años, por ellas.
—Ya no somos novios —le dije siguiéndole la corriente, intentando tranquilizarla.
—Lo sé, ¿puede un muerto tener novio? —rió, helándome por completo con su comentario.
En ese momento llegó su hija, me brindó un vaso de agua, que tomé de un solo golpe, y me despedí. Quedaban veinte minutos para las once, Iván iría por mí al centro y debía apurarme.
—Ven cuando quieras, Alenka —se despidió la mayor mientras entraban a su casa—. Ha sido lindo verte.
Le sonreí por cortesía, más ese incidente me dejó nerviosa. Continué caminando por la acera, respiré hondo y exhalé varias veces, deteniéndome de golpe cuando encontré algo en mi camino, era un buzón de correo.
Una visión llegó a mí como un flash al verlo, un recuerdo borroso, un eco de mi voz gritando por mamá: «¡El correo llegó!». Mi mano diminuta trataba de alcanzar la manija de color rojo, estaba tan alta. «Quédate ahí», recordé a una mujer decir y mis dedos se pusieron a jugar con unas flores amarillas que tenía dibujadas a un lado, no pude distinguir más detalles. Recodé sentir su mano sobre la mía alcanzando la compuerta del buzón y sacando unos sobres de color blanco. Su mano tomando la mía nuevamente, conduciéndome adentro de la casa, yo iba saltando.
Regresé a ver al portal. Era el mismo que acababa de recordar, una puerta de madera en forma de arco, unas flores a la derecha y un enorme ventanal.
En ese instante sonó mi celular con una llamada de mi hermano, sacándome del recuerdo.
—¿Dónde estás?
—Frente al parque de camino a casa.
—Voy por ti, no te muevas, bebé —me respondió Iván y cortamos la llamada.
—Hola, ¿buscabas a alguien? —me preguntó un hombre que regaba las plantas, no me había fijado en su presencia.
—No, en realidad no. El buzón me llamó la atención —le contesté, tratando de calmarme.
—Es muy colorido, ¿no crees?
—Sí, parece que lo hubiese pintado un niño —le dije, aún muy alterada por lo que acababa de recordar.
Nosotros nunca vivimos aquí, mamá, papá… Nunca vivimos en Korsakovo. ¿Por qué recordaría esa casa? No tenía sentido.
—Así fue, lo pintó la hija de la anterior dueña de casa, Alenka. Es una obra de arte. Míralo bien de todos los lados.
Me acerqué a él. Esperando que mis recuerdos estuviesen equivocados. No sabía porqué, pero no quería que esas flores amarillas estuvieran ahí dibujadas. Me puse en cuclillas dándome vuelta lentamente y las vi. Cinco flores amarillas con un centro de color rojo, el resto del buzón pintado de color azul cielo y un nombre que seguía repitiéndose, escrito con letra imprenta, Alenka.
Miro el reloj y entiendo por qué me siento tan cansada, son las dos de la mañana, no dormí nada por leer y releer a Lena, y sigo igual de confundida. Me siento inhabilitada, golpeada por una verdad que no entiendo y, si para mí es un embrollo, no puedo imaginar lo duro que debió ser para Lena en ese tiempo.
Esta mujer es su madre, posiblemente la mamá de su hermano y claro, la de Katia también. Alenka tuvo tres hijos con tres hombres distintos y… ¿por qué entonces la vieja se refirió a su novio como el papá de las niñas, de las dos? Lena y Katia son solo medias hermanas.
Saco el artículo de periódico. La nota habla de la mujer que fue asesinada a sangre fría. No se refieren a ella por nombre para proteger la identidad de las niñas, según el periódico, de sus hijas.
No tiene sentido, nada lo tiene, es un lío. Quiero ponerme en los pies de Lena, quiero entenderla y me cuesta, porque yo habría ido con mi papá para exigirle que me diga la verdad. Lena espera, investiga, se pregunta mil cosas, trata de encontrar respuestas, ¿pero actúa?, no.
Me desespera su pasividad. Sé que debe ser delicado, difícil confrontarlo con las únicas personas que podría llamar familia, pero ya sabe demasiadas cosas como para seguir esperando a que algo suceda solo o a que se sienta cómoda para entrar en modo Inspector Gadget de una buena vez.
¿Qué hago ahora? ¿Sigo leyendo? Porque esto no se va a terminar hoy y ya son las dos y siete de la mañana. Sigo, necesito saber más, entenderla… Sigo.
Entrada número veinticinco del diario.
05 de julio, 2015
La hora del desayuno fue un momento familiar agradable, si yo misma puedo decirlo. La abuela me recibió con una calurosa sonrisa en la mesa, me sirvió huevos revueltos, jugo de naranja y galletas de chocolate para acompañar con mi leche tibia. Luego se acercó a mí, me dio un fuerte abrazo, me dijo que me ama y me pidió que la acompañara a hacer las compras para el almuerzo. Ya saben, un típico día en la familia Katin.
Tuve suerte de que no me haya lanzado los huevos en la cara.
—Me contó Alina que te vio en el parque —dijo con su típico tono intransigente de mierda—, ¿qué hacías ahí? ¿Hablaste con alguien más?
No le contesté, a lo cual ella respondió con un sartenazo sobre la hornilla.
—¡¿Con quién hablaste?! ¿Qué hacías sola en la cuidad?
Iván entró y le pidió a su cuasi madre que se calmara, que él estaba conmigo y queríamos disfrutar del sol en un lugar tranquilo, que Alina debió verme cuando él fue por un par de helados, ¿cuál era el problema?
Salió enfadada, mirándome como si me hubiese escapado de la cárcel e ido directo a robar un banco, refunfuñó cosas que no entendí hasta su habitación y yo me quedé con mis dos hermanos que prefirieron no hacer alboroto de lo que acababa de suceder.
¿Qué se supone que soy en esta casa?, ¿una maldita prisionera?
Cuando venía de niña no recuerdo que las cosas fuesen tan malas. Debe ser porque mamá viajaba con nosotros. Dejó de hacerlo hace más de tres años. Se hartó de tener que lidiar con mi abuela y su insoportable trato hacia mí. Me doy cuenta ahora que mamá me defendía, me protegía, velaba por mí. Desde el día de su discusión con papá —cuando me enteré que no era su hija—, me he puesto en su contra, me he convencido de que no me ama, no me entiende, de que me abandona. ¿Pero de donde saco eso? No es verdad, no del todo.
Ayer me llamó, hablamos por una hora por lo menos. Me contó que le va bien con su nuevo cliente. La oí contenta, hizo bromas, me dijo que me extrañaba y que lavó toda mi ropa, hasta la que no he usado en meses. Me dijo que Marina me llamó a la casa y que le agradó.
—Se escuchaba muy amable, hija. Deberías traerla a cenar, me gustaría conocerla —me dijo, entreteniendo no sé qué idea.
Mamá no sabe que me gusta, nunca le hablé de ella. Ni siquiera le había dado a Marina el teléfono de la casa, lo averiguó de alguna forma. Debió creer que morí en un accidente o me secuestraron los extraterrestres, al no saber de mí. No le mencioné que viajaría y tampoco he estado pendiente de mi celular; la batería murió, yo no traje cargador, mi hermana no me presta el suyo y… no quiero otra discusión por una estupidez.
¡Pasiva! ¡Lena es una pasiva!
Extraño a mamá y sus reclamos por mi supuesta vagancia, su preocupación por hacer algo de mi vida, sus mimos cuando hace cosas como lavar mi ropa. Por favor, tengo diecisiete años, no es edad para que a una le laven los calzones sucios.
En fin, pasé la mañana encerrada en la alcoba, leyendo un libro que encontré en el cuarto de mi hermano. Él salió a hacer unos trámites en la universidad y, aunque hubiese querido acompañarlo, me quedé para evitar más gritos.
Por la tarde mi abuela tenía que salir a su club de las viejas locas. Tejerían un nuevo saco navideño… en verano, lo sé. Seguro pasan contándose chismes en lugar de tejer.
Iván aprovechó para invitarme a salir, quería presentarme a su novia. Me dijo que los abuelos no saben de ella, mi hermana tampoco. Con lo bocona que es, se habría enterado medio universo el primer día. La salida sería solo conmigo. Así que me vestí con unos jeans cómodos, una blusa floja en los hombros, unos zapatos bajos de lona y fuimos a comer algo.
Su nombre es Cosette. No me encanta, suena demasiado duro, pero ella es agradable. Es francesa como casi todos en esta ciudad y estudia ciencias matemáticas, así que la considero inteligente. La pasamos bien, fuimos por una pizza y luego a dar una vuelta por la feria de la ciudad.
Todo iba bien. La tarde se iba tornando en una noche estrellada y es linda esta ciudad por la noche, pero es mi vida, vamos, ¿podía faltar algo que me la amargue?
—¿Alenka? —me preguntó un hombre rubio, desaliñado, con el cabello ondulado hasta los hombros. Lo vi por unos segundos antes de pasar a su lado. No volteé. No es mi nombre—. ¡Alenka! —repitió—. ¿Lenka?
Escuchar ese sobrenombre me dio un repentino escalofrío, intenté no demostrarlo y seguí caminando, tomando el brazo de mi hermano para sentirme protegida.
¿Por qué diablos me confunden tanto con esta mujer? ¿Tan parecidas somos?
¡Por Dios, Lena! ¡Pregunta, haz algo! Si la tuviera el frente mío le daría una patada para que se caiga de la silla y despierte. ¡Esto no puede seguir así!
Entrada número veintiséis.
06 de julio, 2015
La abuela se levanta temprano, especialmente los jueves. Toda la vida ha sido así. Va al mercado a primera hora para, según ella, tener a su disposición los productos más frescos. Demora horas, llega a medio día directo a cocinar, lo que me daba libertad de ir y venir en la mañana. Papá y el abuelo han pasado días metidos en el taller de carpintería, construyendo algún objeto inservible u otro juego de sillas para el comedor. Mi hermana dormía como foca e Iván había salido temprano al gimnasio.
Me escabullí por la puerta trasera y salté la cerca. Iría a la casa del buzón, le tomaría unas fotos y trataría de conversar nuevamente con la viejita que disfruta ver gente muerta. Quería que me explique justo eso.
Nina es su nombre. Me la encontré al llegar. Estaba sentada en una silla en su jardín. Se emocionó al verme y me pidió que la acompañara. Su hija no estaba en casa, la acompañaba una enfermera joven, unos años mayor que yo.
—¿Qué le pasó a Alenka? —le pregunté cuando me sentí cómoda.
—Te contaré algo —me dijo tomándome de la mano—. Estás con suerte. Hoy es un día lúcido. Recuerdo muchas cosas, estoy consciente de la realidad. Dame unas horas, unos minutos y lo olvidaré todo, así que hagamos esto.
El cambio de su hablar, de su postura era de 180 grados. Me sonrió y me dijo:
—Tú no eres Alenka, ella murió. Tenía dos hijas, ambas muy lindas. Una se llamaba Ekaterina, la otra llevaba su nombre, pero todos le decíamos Lenka.
Era como el hombre me había llamado.
—Un día hace catorce años, llegué de mi grupo de lectura y vi a la policía rodear el vecindario completo. Fue una tragedia. La dulce Alenka había muerto de un disparo a quemarropa, nunca se supo quién fue. Sospechaban del padre de las niñas, un hombre que no era de por aquí, la había estado buscando desde que ella se mudó, si mal no recuerdo. Lo dejaron libre porque tenía una coartada y la evidencia encontrada apuntaba a un robo más que a un asesinato premeditado.
—¿La mataron en su casa?
—Con las niñas adentro —respondió, apretándome la mano—. Lo siento, no es mi intensión… —Sacó un pañuelo de tela de su bolsillo y se limpió los ojos que empezaban a lagrimar.
—Lo lamento, no debí preguntar.
—Lenka, tú y tu hermana se perdieron en manos de la policía. No se volvió a oír de ustedes. Se dijeron tantas cosas… terribles cosas sobre lo que les sucedió. —Seguía confundiéndome, ahora con la hija de esa mujer—. Solo dime una cosa… Qué has sido feliz, qué no te han tratado mal.
¿Y si yo era esa niña? No puedo negar que lo presentí desde que la mencionó. El parecido que evidentemente compartimos, mis recuerdos con esa casa. No me estaba confundiendo, me estaba reconociendo. El momento en que la enfermedad la afecte de nuevo, no recordará que tuvimos esta charla, si se lo cuenta a alguien no le creerán o pensarán que se refiere al otro día.
—Nina, ¿conoce usted el apellido de Alenka?, ¿el nombre de ese hombre?
—Alenka Kowaslki, así se llamaba tu mamá —Me sonrió—. Él, no lo sé. Ella lo dejó y vino con las niñas a rehacer su vida.
—¿Le dijo por qué vino aquí?, ¿especialmente aquí?
—Sí, fue muy clara en eso desde que llegó. Quería hacer un hogar tranquilo, demostrar que podía ser una buena madre y recuperar a su hijo mayor. Lo había dejado cuando dio a luz, ella era muy chica entonces, se asustó, no tenía apoyo de su familia y lo dejó con el papá. Volvió para verlo, vivir cerca de él —me contó y antes de que diga lo siguiente yo ya sabía de quién hablaba—. Iván, su hijo se llamaba Iván.
RAINBOW.XANDER- Mensajes : 1950
Fecha de inscripción : 19/09/2016
Edad : 22
Localización : Buenos Aires
Re: EL DIARIO (ADAPTACION) // RAINBOW.XANDER
Muy buena historia, pero cuando se acercaran las chicas........
Nieves- Invitado
Re: EL DIARIO (ADAPTACION) // RAINBOW.XANDER
Hola
que buen capitulo
cada vez se va sabiendo mas y mas
sobre la historia de Lena y esta interesante
quiero un acercamiento entre Yulia y Lena
siguela pronto
que buen capitulo
cada vez se va sabiendo mas y mas
sobre la historia de Lena y esta interesante
quiero un acercamiento entre Yulia y Lena
siguela pronto
andyvolkatin- Mensajes : 576
Fecha de inscripción : 27/05/2015
Re: EL DIARIO (ADAPTACION) // RAINBOW.XANDER
Hola chicas, feliz Domingo y bueno... Tengan un poco de paciencia porque después dirán que parecen conejos las chicas cuando comiencen a acercarse...
Así que todo a su tiempo andyvolkatin y Nieves, les dejo un fuerte abrazo y gracias por sus comentarios... Al igual que a todos, gracias por leer
Capítulo 25: Solo cuando duermo... Me influencias
He pasado la mañana pensando ¿qué haría en un apocalipsis zombi? Digo, si hoy sucediera y la gente se infectara del virus, ¿qué sería lo primero que vendría a mi mente?
Salvar mi vida. Eso es un hecho.
¿Qué sería lo segundo?
Alzo mi vista del pupitre que acabo de marcar con mis tijeras y miro a Lena sin saber por qué. Creo que antes de salvarla a ella, salvaría a Nastya, al profesor, hasta a Rúslan. Volteo hacia él…
Bueno, no exageremos.
Salvaría a Nastya, o ella me salvaría a mí de hecho, y luego a mi hermano, a mamá… al diario, y luego a Lena. Sí, ¿no? Es un buen orden.
¿Por qué no salvaría a mi hermano primero? Él debería venir primero… Como sea, los salvaría a todos. Me pregunto si Lena me salvaría a mí.
La miro otra vez. Está sentada en su pupitre, al otro lado del salón, dos filas más abajo. Escribe el informe que el maestro nos encomendó hace unos minutos. Pone una cara divertida cuando está concentrada, frunce el ceño —no tanto, lo justo— y muerde la punta del bolígrafo mientras piensa. Le queda bien ese buzo, es bastante ordinario, una capucha gris oscura llana, sin dibujos o letras; por debajo lleva una remera color verde, unos jeans azul oscuro y unos Converse negros. Casual, espontánea, no se la pensó demasiado.
Se ve muy… bien.
Ahora Nastya la distrae, le pregunta algo con su cuaderno. Lena le sonríe y la ayuda. Le tiene paciencia, una que yo carezco. La extrañará, no sé si más que yo, pero por lo menos Nastya es su amiga y lo dice, lo demuestra, hacen cosas juntas, pijamadas, videos, bromas y demás.
¿Tendré que convertirme en «su Nastya» cuando se vaya o ella se convertirá en la mía? Y si es así, ¿me contará de sus cosas?…
Espera, ¿sabe Nastya sobre lo que Lena escribió en el diario?, ¿lo de Jesús, lo de Marina?, ¿lo de sus padres? Debe saber, porque a mí me dijo que me lo contaría cuando me ganara su confianza y la rubia despistada ya la tiene, eso quiere decir que se lo contó.
Hmm…
Por otro lado, si ella se convierte en «mi Nastya» tendré que hablar de mis cosas también, mi situación con papá, lo de mamá…, lo del diario. Emm… Tal vez no quiero que sea «mi Nastya», pero tampoco quiero que siga siendo Lena, mi «no amiga».
Les quito la mirada de encima cuando la alarma suena. Es la hora de salida y voy de camino al casillero para dejar mis libros y despedirme de la verdadera Nastya. Necesito ir a casa y dormir por dieciséis horas seguidas. Pasé el día apoyando mi cabeza sobre mi mano, esperando que mi codo no resbalara por el peso y me diera un golpe de cara en la mesa. Me habría dejado un moretón por días, suerte la mía que sé mantener el equilibrio.
—Yulia —me llama Lena y se acerca a mí caminando con calma. Tiene tooodo el tiempo del mundo, por lo que veo—. Me preguntaba si podemos hablar un momento.
¿Hablar?, ¿de qué quiere hablar?, ¿de lo de ayer?, ¿de su diario? ¿Me descubrió? ¡Oh, no!
—¿En este preciso momento? —le pregunto. Quiero ir a dormir, temo que si no lo hago y me pregunta algo que no debería saber voy a decírselo de todas formas.
—Sí, tienes unos minutos.
Al menos no parece grave y no está enojada.
—Está bien, pero de camino a tu casa. Necesito que alguien me mantenga despierta.
—Okey —responde aceptando el riesgo. La veo alegre, aunque podría estar imaginándolo. Tal vez está preocupada y quiere disimular con esa sonrisa. ¿Qué importa? Nos fuimos a la cama, ¡digo!… a su casa.
—Abróchate el cinturón. —Le indico con mi mano derecha—. No quiero que te mueras si me quedo dormida.
Me mira para asegurarse de que esté bromeando, pero creo que vio mis ojos a media asta, porque abre la puerta y sale para dar la vuelta al vehículo y me exige que me quite del asiento del conductor.
—Yo manejaré a mi casa, córrete.
—No tienes licencia y mi auto lo manejo solo yo.
—Saqué mi documento durante las vacaciones —lo busca en su billetera y me lo enseña. Salió linda en la foto. Suerte la suya, yo parezco presidiaria—. ¡Vamos, muévete!
—Solo yo manejo mi auto, Katina.
—O manejo yo o te vas en taxi —me dice rápidamente sacando las llaves de la ignición y las sacude en mi cara.
Bien, ganó. No tengo dinero para el taxi, lo gasté en gasolina para toda la semana. Voy al asiento del copiloto. Automáticamente busco el cinturón de seguridad a mi izquierda y fallo estrepitosamente. Lena se da cuenta y se ríe de mí.
—¿Estás borracha? —se pregunta retóricamente— Debes ser la persona más divertida cuando estás borracha.
—No hables mucho, ¿quieres?. Tú seguro, cuando tomas, eres de las que clama amor a sus amigos y se va de serenata bajo balcón ajeno.
Ríe otra vez y arranca, bastante bien debo decir, sale del estacionamiento, entra en la vía principal y, de repente, abro los ojos y estamos aquí, en la residencia de los Katin, me dormí.
—Baja, descansarás un rato en mi cama y luego te prepararé un café para que vayas a casa bien despierta.
—¿No íbamos a hablar?
—Yo hablé, tú roncaste. Ven.
Todavía tiene mis llaves, así que me bajo y la sigo. El auto estaba muy bien aparcado, lo que me asombra después de su incidente con la viejita en el cruce de la vía a la escuela.
—Acuéstate y descansa, yo iré a ver televisión.
—¿Estás segura? ¿No quieres hablar ahora? —le pregunto, deseando tanto acostarme en una cama.
—No, duerme. Hablaremos con una taza de café, después.
Sale por el pasillo, dejando la puerta a medio cerrar. Yo me saco las botas y caigo sobre su almohada, es tan suave. No me toma nada acomodarme. Dios, su cama es el cielo, es confortable y huele tan bien.
El cojín tiene su aroma, o mejor dicho, el de su perfume. Es fresco y un poco dulce, pero conozco esta fragancia y de dulce no tiene nada. Es ella, ese toque agradable es su olor natural. Inhalo llenándome de ella, es tranquilizante. Exhalo y siento que necesito volver a olerla. Me llevo la almohada a la cara y la bajo un poco para abrazarla. Con el paso de los segundos voy sintiendo como me pierdo en el sueño y lo primero que pienso es…
¿Lena me salvaría en el apocalipsis zombie?
Yo espero que sí…
Desperté con las luces apagadas. Las del mundo junto con las de la habitación. Todo estaba en silencio, apenas unos animales se escuchaban a lo lejos, el lloriqueo de un perro, algunos grillos y el viento pegando con las hojas de los árboles en la acera. El silencio de la noche es distinto aquí, en esta alcoba que no es mía.
¡¿Cuánto tiempo me dormí?!
Abro bien los ojos. El sobresalto de darme cuenta que había pasado horas en esa cama, me despojó de lo último que me quedaba de sueño. Alcé mi cabeza y miré a todos lados, pero no encontré un reloj que me dijera la hora. Debía ser tarde. Volví a la almohada pensando en dónde dejé mi celular y recordé que mi bolso se quedó en el sillón de la sala. Levantarme podía despertar a Lena y prefería evitarlo.
Se había acostado a mi lado, vestida con ropa más ligera. Nos había cobijado y se había quedado dormida, abrazada de un cojín pequeño. Yo debo haber soltado el agarre de la almohada que tenía en mis brazos, ya no estaba conmigo, yacía bajo su cabeza. ¿Cómo no me desperté? Mi sueño es muy ligero y Lena me la quitó.
Largó un suspiro entre sueños y volví a concentrarme en su dormir. Casi no se la escuchaba respirar. No podía ver mucho de su persona, la luz que entraba por la ventana era poca. Sospeché que podrían ser las dos de la mañana. Debía irme o de alguna forma avisarle a mamá que estaba en lo de Lena.
Di vuelta y vi mi celular en el velador. En realidad buscaba el de Lena, sabía que había dejado el mío en mi bolso en la sala. Lo tomé y leí la alerta de mensaje que había llegado a las nueve de la noche. Presioné el botón para marcar al buzón de voz, bajando el volumen al mínimo para no despertar a mi acompañante; era de Nastya.
—Lena dice que estás en el más allá. No quiere despertarte y tampoco que te asustes o te enojes. Hablé con tu mamá y le dije que pasarías la noche allí. Le expliqué que estabas rendida y te quedaste dormida. Todo está bien. Lena se acostará a tu lado. No la tires de la cama, es «su cama» —puntualizó—. Mañana agradécele, ¿sí? No seas mala con ella y dale un beso de mi parte… —Pausó con miedo—. No, mejor no le des nada, no vayas a sacarle un pedazo de mejilla… Mejor no te doy ideas. Nos vemos en clases. ¡Adiós! —Se despidió nerviosa.
Nastya…
Bueno, al menos le avisaron a mamá dónde estaba. Mañana tendré una montaña de preguntas de su parte, especialmente ¿por qué dónde ella y no dónde Aleksey? Lo veo venir.
Me fijé en la hora, eran las tres, no estaba tan equivocada.
Ya más tranquila, me acomodé nuevamente y me dormí hasta que sonó el despertador con una canción de Metallica, haciéndome pegar un salto al techo.
¡¿Desde cuando a Lena le gusta esa banda?!
—¿Fuel, Katina? ¡¿Fuel de alarma?! —le reclamé mientras me hiperventilaba con la almohada tapándome la cara. Tremendo susto que me pegué. Sentí su fuerza quitándomelo y ahí estaba esa sonrisa insoportable.
—Buenos días —me respondió riendo. No tenían nada de buenos—. Oíste el mensaje de Nastya, me imagino. —Bostezó, desperezándose con ambos brazos estirados.
—Sí, en la madrugada. Iba a irme pero no quise despertar a toda tu familia mientras buscaba las llaves de mi auto.
—Las dejé a lado del teléfono —me dijo y, al voltear a verlas, lo confirmé. No me di cuenta de ese detalle entre tanta oscuridad—. Me imaginé la remota posibilidad de que huyeras al despertar.
—Huir, ¿de qué? —le pregunté. Para esto ya me había sentado en la cama y me colocaba las botas.
—No sé, ¿de encontrarme acostada a tu lado?
¿Acaso creía que le tengo miedo a las lesbianas?, o tal vez asco. Cierto, ella no se considera lesbiana. Bisexual, digámosle bisexual. Igual no me molesta, ¿por qué lo haría? No tengo nada de qué huir.
—Gracias —le dije recordando la petición de mi amiga—, por lo de ayer.
—¿No estás durmiendo tan bien, eh? Por un momento me asusté cuando no despertabas.
No podía decirle: «Es porque ayer me desvelé leyendo tu diario toda la noche y todavía me falta descubrir qué hiciste con la información de Nina. ¡Eres una pasiva de un demonio y me tienes sin poder cerrar un ojo!». Imposible. Negué confirmándolo, nada más.
—¿De qué querías hablar? —le pregunté, aprovechando para estirarme un poco y mover mi cuello en círculos, aunque esta vez no sonó como si rompiera una docena de huevos. Realmente descansé muy cómoda en su cama.
—¡Ah, eso! Bien. ¿Quieres sentarte —Sonaba seria, pensé que podía referirse al diario, no me moví. Ella me viró los ojos y estiró la cobija, acomodando la cama—. No muerdo, ¿sabes?
Y quién me lo asegura después de lo que he leído.
—Habla de una vez.
Si se trataba de su diario, debía ser valiente, mostrarme fuerte y preocupada por su bienestar. Así no me gritaría tanto por no entregárselo apenas supe que le pertenecía, o por decidir leerlo a pesar de ello.
—Anteayer, después de que te fuiste a casa, papá me sentó a conversar con él. —Inició la explicación, su intranquilidad se dejaba ver en el tono de su voz—. Me contó que esa tarde alguien le había dejado una nota anónima en la comandancia, dirigida a especialmente a él.
No fui yo y no era un reproche. Me mantuve en silencio, esperando a que retomara el relato.
—¿Yulia, tienes idea de si algo le está pasando a Rúslan?
—¿Por qué habría de saberlo? —le respondí. Sé bien qué le sucede, le gustan los chicos, en especial mi ex novio, pero sus preferencias sexuales no eran motivo de investigación policial. Además, no es problema mío, yo no puedo ir contándole a todo el mundo que Rúslan es gay.
—Te lo pregunto porque en la nota alegan que Rúslan está siendo víctima de violencia intrafamiliar.
"Aleksey creía algo parecido", pensé. Me lo dijo un día después del beso. Yo vi a Rúslan golpeado esa mañana, había tenido un accidente de bicicleta, pero mi ex confirmó que estaba intacta en el estacionamiento, el único golpeado era nuestro amigo.
—Deberías hablar con Alyósha, no conmigo.
—Lo sé. Papá cree que fue él quien dejó la nota, la encargada de recibir el correo en la comandancia lo describió tal cual, pero no voy a hablar con ese idiota —aseguró—. Pensé que, al ser ustedes novios, él te habría contado algo al respecto.
—¿Por qué tu papá no va directo a la fuente e investiga? ¿No hacen eso los policías?
—Y lo haría, pero quiere llevar la investigación en perfil bajo. El papá de Rúslan es militar y tiene muchas amistades en la comandancia de policía así como en otras agencias del gobierno. Si es él quien le está propiciando golpes a su hijo, le será muy fácil zafarse de los cargos. Eso no es bueno para Rúslan.
—¡Entonces habla con Aleksey! Esto es más importante que una riña, ¿no crees?
—¡Ya lo sé, Yulia, pero antes de tener que bajar mi cabeza y pedirle a Aleksey, de favor, que me explique sus razones, quise intentar contigo! ¿Es tan malo eso? —me contestó, estaba molesta. Su reacción iba más allá de lo que él me hizo, era personal.
—¿Qué pasó entre ustedes? Entre tú y Alyósha —le pregunté. Si quería que le dijera lo que sabía, tendría que responderme esa mínima pregunta.
—Esto no tiene que ver conmigo. ¿Sabes algo de Rúslan o no? —me respondió como ultimátum.
—Sé «algo» de Rúslan. Pero no te lo puedo decir.
—¡Oh, vaya! Gracias, Yulia. Tu ayuda resolvió el caso —me dijo con sarcasmo y se levantó de la cama en dirección al armario. No pude dejar de notar lo cómoda que se veía en esos pantaloncillos cortos y su musculosa blanca, mientras yo me sentía más que incómoda en mi ropa del día anterior.
—Rúslan tiene que ser quien te lo cuente, yo no puedo hacerlo —le aclaré—. Y sobre Aleksey, él pudo ser quien dejó la nota. Sospecha del abuso y no cree que haya existido el accidente de bicicleta, ¿satisfecha? Ahora dime, ¿qué pasó entre tú y él?
—No te lo puedo decir —repitió mis palabras, tratando de imitar mi voz.
—No es lo mismo, Katina. Lo de Rúslan no es mi secreto, él tiene que contártelo. Yo quiero saber ¿por qué estás tan molesta con tu amigo?
—Él ya no es mi amigo y ¿no es suficiente con lo que te hizo a ti?
—No, porque esa no es tú razón para estar así. Dímelo, Lena. Mírame y dímelo.
Ella dio media vuelta, quedando en frente de mí. Su mirada perdida en la nada, pensando.
"No confía en mí. Tengo que ganarme su confianza... genial", entendí al esperarla en el silencio.
Sin recibir una palabra, me levanté de la cama para irme. Se hacía tarde y quería darme un baño y cambiarme de ropa, sentía que apestaba.
—Después de verlo con esa chica —habló finalmente, deteniéndome en el borde de la puerta—, lo amenacé. Tenía que contártelo o yo lo haría. Él… me dijo que ustedes habían arreglado el malentendido y que se darían otra oportunidad. Yo le creí. — Se lamentó.
Hasta ahí, Lena me hacía un recuento de lo que había leído en el diario, lo interesante vino después.
—Semanas después, en el cumpleaños de Vladimir, me di cuenta de que me había engañado. Fuimos al Kika Club, ¿recuerdas? —me preguntó acercándose hasta la cama y tomó asiento. Yo hice lo mismo a su lado—. La castaña con la que lo vi estaba allí. Vladimir, Aleksey y yo escogíamos canciones en una esquina, tú y Nastya estaban en la mesa con Rúslan. Ella se me hacía conocida, pero no fue hasta que noté que él le sonrió y que ella le devolvió el gesto, después de darte una rápida mirada, entendí que se estaban coqueteando y lo separé del resto para enfrentarlo.
Me hablaba de la pelea que los vi tener de lejos. Era por esa tipa, porque él le mintió, porque me seguía engañando.
—Aleksey me dijo que no me metiera en lo que no me importa, si no quería que él hiciera lo mismo. Le respondí que, por respeto a Vladimir y su día, no te confesaría nada esa noche, pero que espere una patada tuya en su trasero el día siguiente. Esta vez no esperaría nada para hablar contigo.
—Nunca hablaste conmigo.
—Cierto, no lo hice. Alyósha se encargó de meterme en suficientes problemas como para entretenerme el resto de las vacaciones tratando de solucionarlos.
—¿Qué pasó?
—Me había estado siguiendo desde que lo amenacé la primera vez, tratando de encontrar algo con que extorsionarme de vuelta, y esa noche, después de que nos despedimos y antes de que yo llegara a casa, llamó a mis padres para contarles lo que no le importaba.
—No tienes que mencionar qué les dijo a tus padres. —Intenté darle una salida, no quería forzarla a confesarse. De todas formas lo leería en el diario.
—No, ya no es un secreto —mencionó y yo esperé unos segundos a que volviera a sentirse cómoda para hablar.
—Esa noche no fui directo a mi casa. Pasé antes por el departamento de un amigo, Leo —dijo y otra vez pausó, no se le hacía fácil tenerme esa «confianza» que no sé cómo me gané—. Llegué pasada la una de la mañana. Mis papás estaban sentados en la sala, esperándome. Me preguntaron si estaba bien, si tenían que ir conmigo a la comandancia a poner una demanda por violación, si Leo me estaba amenazando.
—¿Qué diablos les dijo Aleksey?
—Que estaba preocupado porque me había visto con un tipo mayor que parecía estar abusando de mí.
—¡¿Qué?!
—En su defensa, Leo «es» mayor —aceptó—, pero no tanto como les contó a mis padres. Tiene veinticuatro años.
—Son siete más que tú y siete es un montón, Lena —expresé mis propios problemas con el tema.
—Mmhmm —confirmó, bajando la mirada al cobertor. No por tristeza, no quería entrar en una discusión conmigo. Seguro todos le han dicho ya que no es lo mejor—. Es mayor, pero no me está obligando a nada. Yo tengo derecho a mi consentimiento.
—Tienes diecisiete años, no puedes dar tu consentimiento legal hasta los dieciocho.
—Tú tampoco y tuviste sexo con Aleksey.
—Es distinto, los dos somos menores.
—Lo mío también es distinto. Leo y yo no estamos haciendo nada malo.
—Nadie dice que el sexo sea malo, solo que… —Mejor me callé mi sermón, porque ya no la sentía tan dispuesta a continuar—. ¿Qué te dijeron tus padres?
—Hablamos esa madrugada, y al día siguiente, y al siguiente, y así por varios días. Me exigieron que se los presente, lo que me metió en más líos por razones que no vienen al caso. Fue un dolor de cabeza.
—Me lo imagino.
Si no me equivocaba, Jesús creía que ella tenía diecinueve. ¿Cómo reaccionó cuando supo que tenía dos años menos?, ¿cuando se enteró que estaba cometiendo un delito federal?
—Aleksey me dijo que te ha visto besándote con un hombre mayor en la escuela.
—Sí, un par de veces. —Rió, cambiando la cara afligida de unos minutos atrás—. Usualmente me espera en la esquina para no meternos en problemas.
—Y… ¿tus papás?
—Ya lo conocen y aceptan que yo lo frecuente.
—¿Y no tienen problema con que, ya sabes, estés con él?
—No es algo que les mate del gusto, pero entienden que es mi vida y mi decisión, lo más importante, me apoyan. Así que, eso es lo que pasó con Aleksey.
Me dijo mucho más de lo que esperaba, lo que quiere decir que vamos en buen camino con esto de la amistad.
El lío con Leo debe haber sido brutal y ¿qué hay de Marina? Lena, siempre que responde algo, deja diez preguntas más. Me quedé con las ganas de llegar a casa y ponerme a leer.
—¿Quieres desayunar? —Me invitó, haciendo un gesto a la planta baja.
—Debería ir a casa a prepararme para la escuela, pero gracias —le dije, levantándome y tomando mis cosas. Debía apresurarme o no llegaría a tiempo.
—Nos vemos allá. —Se puso de pie, acompañándome a la salida y se despidió desde la entrada, ella también debía alistarse.
Antes de que cierre la puerta me volteé y le dije:
—¡Paso a buscarte en cuarenta minutos!
—¡No llegaremos a la primera hora! —respondió. Sin duda me tardaría más en volver por ella.
—No llegaremos de todas formas. Paso a verte. Trataré de no demorarme… demasiado —le ofrecí.
Ella aceptó y entró a su casa. Yo saqué mi celular y marqué a la única persona que podría ayudarme en el aprieto en el que acababa de meterme.
—¿Nastya? ¿Todavía tienes la mudada de ropa que dejé en tu casa hace unas semanas?… Perfecto, necesito que me prestes la ducha.
Hoy, viernes, 23 de octubre, es temprano en la mañana y me preparo para salir a buscar a Lena.
Me gusta llevarla a la escuela. Despertar temprano y saber que tengo algo importante que hacer. Bañarme, arreglarme y salir a buscarla con unas ganas que no tenía hace mucho tiempo, como cuando me levantaba ansiosa de jugarle alguna broma o molestarla por algo que dijo, o como lo dijo, de tirarla de la silla; buenos tiempos. La espero en la vereda de en frente, un cuarto pasadas las siete, aunque la entrada a clases es a las ocho y su casa queda a cinco minutos del instituto. No me hace esperar demasiado, 7:20 am ya estamos en camino, pero nos lo tomamos ligero, vamos lento, conversamos. Y eso, eso es lo que más me gusta, hablar de todo un poco y de nada a la vez.
No he leído el diario en algún tiempo. ¿Dos semanas, quizá? Desde esa noche que me desvelé y me quedé a dormir en su casa. Sí, dos semanas exactas.
Es extraño, porque el día que desperté en su cama, me moría por regresar al apartamento para leer, leer y leer qué fue lo que pasó con sus padres y qué hizo con la información que le dio la vieja.
Pero después de la segunda noche en su casa, las ganas de conocerla a través de un cuaderno se fueron calmando.
La recogí ese viernes después de la charla, junto con Nastya, catorce días atrás. Las tres llegamos retrasadas a la misma clase. Yo le advertí a Lena que no llegaríamos a tiempo, pero da igual.
—Mis más ávidas alumnas, diez minutos tarde. ¿Acaso durmieron juntas y se les pegaron las sábanas? —preguntó el maestro, divertido, sacando unas risas y silbidos a nuestros compañeros. Los callé con una mirada.
—Yo no, pero ellas dos, sí —les informó Nastya, divertida también, siempre tan imprudente. Aleksey nos quedó mirando extrañado, ¿desde cuando Lena y yo tan amigas como para pasar la noche juntas? Vladimir puso un rostro parecido, pero menos molesto, los demás rieron un poco más, callándose apenas saqué mi dedo del medio cubriendolo con mi espalda.
—Yulia…, comportate —me advirtió el maestro y tomé mi asiento.
La clase siguió, aburrida. Amo el arte y esta asignatura es buena, pero qué tedioso es estudiar a los griegos y su arquitectura, sus esculturas de hombres y mujeres desnudos y todas esas cosas. Mi cerebro se negaba a computar la información. Me distraje recordando lo que hablamos con Lena al despertar; mirando a Rúslan y confirmando que él estaba tan retraído de la clase como yo; analizando la cara de interés que mi ex tenía en el jardín que daba a su ventana, volteaba cada dos minutos como si estuviera esperando a que alguien apareciera; Lena tomaba notas, atenta, y Nastya la veía con curiosidad, así como yo a ella.
El timbre sonó, pero antes de poder huir a la siguiente clase, el profesor nos detuvo dándonos un trabajo especial por atrasarnos. Debíamos ir por la ciudad y tomar fotos de «muestras de arte moderno». ¡Lo más divertido de todo, iríamos juntas! El trabajo era en equipo y no hubo forma de convencerlo que cada una podía buscar por su cuenta. Llegamos tarde las tres y, de la misma manera, haríamos ese trabajo.
Ofrecí pasar a recogerlas muy temprano por sus casas. Durante el almuerzo hablamos de algunos lugares a donde podíamos ir; unos museos, el muro de la playa que está lleno de graffitis, la feria artesanal. Había mucho que ver, mientras más temprano mejor, pero a Nastya se le ocurrió una brillante idea.
—Lena y yo haremos una pijamada hoy en la noche, ¿quieres venir? —me invitó sin preguntarle a la dueña de casa, claro que no hacía falta, ella misma la secundó un segundo después—. Haremos pizza o algo.
—Haremos de comprar la pizza —aclaró Lena—, no hay nada en mi refrigerador aparte de las cremas faciales de mamá.
—¡Compraremos pizza! —Se corrigió Nastya emocionada—. Vamos, Yulia. Pronto me iré, hagamos una pijamada las tres, ¿sí? ¿Una última vez? —me suplicó con sus hoyos apareciendo en sus cachetes.
Lo que uno hace por sus amigos. Fui, pero antes pasé por mi casa y recogí algo de ropa. Esta vez no quería dormirme toda sucia.
No la pasamos mal. Nastya y Lena se pusieron como locas a grabar su programa favorito para repetirlo no se cuantas veces en en transcurso de la semana. Hicimos unas bromas, ellas unos desafíos y, para terminar, nos contamos cuentos de terror sentadas en el piso de la sala, tapadas con unas cobijas hasta la cabeza.
En la madrugada subimos a la habitación. Nastya estaba agotada y se durmió sin mucho esfuerzo, acostándose en medio de ambas. La cama de Lena es grande, pero tres son multitud. Sentía que si me movía un centímetro me caería de tetas al suelo y me iba a doler.
—¿Yulia? —Escuché a Lena susurrar muy bajo—. ¿Despierta?
—Sí —respondí de la misma manera.
—¿Quieres ir a fumar un tabaco? —me preguntó, yo asentí y nos levantamos muy despacio, bajando de la misma manera por la escalera, siguiendo el camino hasta su jardín.
En ese momento me dio curiosidad de leer el diario. Quería descubrir cuándo fue que Lena se volvió tan insurgente, rebelde, altiva.
—No puedo creer que fumes con tus papás en casa.
—¿No lo haces tú?
—Lo hacía, antes —le dije recordando cuando vivía en mi antigua casa y tenía un cuarto con una ventana que daba al techo. Fumaba ahí, sola, sin llenar mi cuarto de humo. También lo hacía en las noches. ¿Ahora dónde? A mi mamá le desagrada la idea, me lo ha mencionado varias veces que ha encontrado cajetillas por ahí entre mi ropa y no es como si mi vecindario fuese lo más tranquilo y desolado del mundo como para salir a dar un paseo.
—¿Mentolado? —me ofreció extendiéndome la cajetilla abierta y se sentó de piernas cruzadas contra la pared. Hice lo mismo.
—Quiero decirte algo, pero no quiero que te lo tomes… a mal —mencionó, dandole un sorbo a su tubo cancerígeno.
—Solo dilo.
—Hmmm —Soltó el humo y respiró, observando su cigarrillo quemarse, tomándose su tiempo. Ahora sé que lo hace cuando tiene algo serio e importante que decir—. Te extraño.
Me quedé muda, tonta, porque no entendía a qué se refería. Los últimos días habíamos compartido más juntas —sin discutir y como amigas— que en el último año entero.
—Extraño tu actitud, la forma en la que solías sonreír, ¿sabes?, así… —Hizo un gesto con su labio derecho subiéndolo más que el izquierdo, cerrando un poco sus ojos y subiendo las cejas—. Como si estuvieras imaginando como torturar a tu siguiente víctima. Extraño cuando me tirabas del asiento —Rió—. También cuando lo único que salía de tus labios era tu sarcasmo… Te extraño demasiado.
Terminó sonriendo muy ligero, no con gusto, sino con nostalgia, con pena, pero no de mí… de perderme. Solté un suspiro al entenderla, yo también me extraño, pero no sabía como ser la que era antes, aún siento que no lo sé.
—Mis papás se divorciaron hace seis meses —me confesó de la nada—. Hace casi un año que mi familia se fue por un caño, un año en diciembre, en víspera de navidad.
—Pero yo los vi la otra noche…
—Volvieron a… ¿estar? No sé como referirme a su relación. No están casados, solo regresaron. Volvieron a vivir juntos.
—¿Hace cuánto?
—Tres semanas… —Soltó una carcajada con ironía—. Se siente tan extraño tener a papá aquí otra vez. Creo que es demasiado pronto, que mamá no está lista y que se terminara más rápido de lo que inició.
—Quizá se aman de verdad…
—¿Ves? —Me interrumpió—. ¿Dónde está el comentario sarcástico, marca Yulia Volkova? ¿Dónde queda el «Katina, tus padres están destinados a fracasar juntos, así como tú»? —se quejó imitando mi voz. Su frustración presente en cada palabra.
Me quedé pensando, tenía razón.
—No lo sé —susurré inhalando profundamente. Nos quedamos en silencio un rato. Hasta que el ladrido del perro del vecino nos asustó.
No sé por qué se me hacía tan difícil confesar algo como ella acababa de hacerlo. Lena lo intentaba, le costaba, pero no se detuvo. Me contaba cosas que, aunque ya las había leído, eran secretos en su mente. Y yo no podía ni confesarle algo que sabía que ella conocía de mí. Se me hacía tan difícil dejarla entrar.
—Mamá… —Comencé. Lo intentaría, por lo menos eso—. Mamá está en una relación muy dañina. Román es un idiota, un ludópata —dije y sentí la necesidad de tragar en seco, de apagar ese cigarrillo en el cemento. Lo hice—. Ella firmó garantías de sus deudas y lo perdió todo… lo perdimos todo.
Lena continuó fumando, no me miraba, me daba la tranquilidad de continuar, escuchándome, mas no interrumpiéndome.
—Vivo en un pequeño apartamento, en un parque de casas del barrio obrero. —Reí, no era gracioso, pero reí. Ella ya lo sabía y reí. Lena me miró extrañada, no rió conmigo, pero sí sonrió, observándome hasta que me tranquilicé—. Odio vivir allí. Duermo en el sofá de la entrada… Ni siquiera tengo una cama.
Y entonces sentí mis ojos llenarse de lágrimas porque… ella ya lo sabía… y no era gracioso.
—No creo que haya algo que pueda decirte que tú misma no hayas pensado antes para… salir de… tu situación —dijo, escogiendo bien sus palabras—. Así que solo te diré esto: No estás sola, aunque lo sientas. Nada de lo que me has contado saldrá de aquí y, si me necesitas, sabes dónde encontrarme.
Lena apagó su cigarrillo y se levantó, pidiéndome que la espere unos minutos. Entró a la casa, dejando la puerta abierta unos centímetros. Aproveché ese tiempo para limpiar mis ojos y respirar un poco de aire fresco. Lo peor había pasado.
—Ten —dijo estirando su mano al salir nuevamente, entregándome un juego de llaves—. Desde hoy son tuyas. Si necesitas venir, siéntete en libertad de hacerlo.
—Lena… Yo no… ¿Qué dirán tus padres?
—Dirán que vengas cuando gustes y necesites hacerlo. Mis padres tienen sus problemas, pero siguen siendo los mismos de siempre y los conoces. —Estiró su mano ofreciéndome ayuda para levantarme—. Ahora, antes de entrar y ver cómo diablos vamos a dormir en esa cama las tres, aclaremos algo: tú y yo vamos a trabajar en recuperar a la vieja Yulia.
—Eres una masoquista, Katina.
—Naaa —dijo, dejando la seriedad a un lado—, ya no me tirarías de la silla tan fácilmente.
—Puedo tirarte de la cama —le aseguré, siguiéndola adentro.
—Ja, ya veremos.
Así que todo a su tiempo andyvolkatin y Nieves, les dejo un fuerte abrazo y gracias por sus comentarios... Al igual que a todos, gracias por leer
Capítulo 25: Solo cuando duermo... Me influencias
He pasado la mañana pensando ¿qué haría en un apocalipsis zombi? Digo, si hoy sucediera y la gente se infectara del virus, ¿qué sería lo primero que vendría a mi mente?
Salvar mi vida. Eso es un hecho.
¿Qué sería lo segundo?
Alzo mi vista del pupitre que acabo de marcar con mis tijeras y miro a Lena sin saber por qué. Creo que antes de salvarla a ella, salvaría a Nastya, al profesor, hasta a Rúslan. Volteo hacia él…
Bueno, no exageremos.
Salvaría a Nastya, o ella me salvaría a mí de hecho, y luego a mi hermano, a mamá… al diario, y luego a Lena. Sí, ¿no? Es un buen orden.
¿Por qué no salvaría a mi hermano primero? Él debería venir primero… Como sea, los salvaría a todos. Me pregunto si Lena me salvaría a mí.
La miro otra vez. Está sentada en su pupitre, al otro lado del salón, dos filas más abajo. Escribe el informe que el maestro nos encomendó hace unos minutos. Pone una cara divertida cuando está concentrada, frunce el ceño —no tanto, lo justo— y muerde la punta del bolígrafo mientras piensa. Le queda bien ese buzo, es bastante ordinario, una capucha gris oscura llana, sin dibujos o letras; por debajo lleva una remera color verde, unos jeans azul oscuro y unos Converse negros. Casual, espontánea, no se la pensó demasiado.
Se ve muy… bien.
Ahora Nastya la distrae, le pregunta algo con su cuaderno. Lena le sonríe y la ayuda. Le tiene paciencia, una que yo carezco. La extrañará, no sé si más que yo, pero por lo menos Nastya es su amiga y lo dice, lo demuestra, hacen cosas juntas, pijamadas, videos, bromas y demás.
¿Tendré que convertirme en «su Nastya» cuando se vaya o ella se convertirá en la mía? Y si es así, ¿me contará de sus cosas?…
Espera, ¿sabe Nastya sobre lo que Lena escribió en el diario?, ¿lo de Jesús, lo de Marina?, ¿lo de sus padres? Debe saber, porque a mí me dijo que me lo contaría cuando me ganara su confianza y la rubia despistada ya la tiene, eso quiere decir que se lo contó.
Hmm…
Por otro lado, si ella se convierte en «mi Nastya» tendré que hablar de mis cosas también, mi situación con papá, lo de mamá…, lo del diario. Emm… Tal vez no quiero que sea «mi Nastya», pero tampoco quiero que siga siendo Lena, mi «no amiga».
Les quito la mirada de encima cuando la alarma suena. Es la hora de salida y voy de camino al casillero para dejar mis libros y despedirme de la verdadera Nastya. Necesito ir a casa y dormir por dieciséis horas seguidas. Pasé el día apoyando mi cabeza sobre mi mano, esperando que mi codo no resbalara por el peso y me diera un golpe de cara en la mesa. Me habría dejado un moretón por días, suerte la mía que sé mantener el equilibrio.
—Yulia —me llama Lena y se acerca a mí caminando con calma. Tiene tooodo el tiempo del mundo, por lo que veo—. Me preguntaba si podemos hablar un momento.
¿Hablar?, ¿de qué quiere hablar?, ¿de lo de ayer?, ¿de su diario? ¿Me descubrió? ¡Oh, no!
—¿En este preciso momento? —le pregunto. Quiero ir a dormir, temo que si no lo hago y me pregunta algo que no debería saber voy a decírselo de todas formas.
—Sí, tienes unos minutos.
Al menos no parece grave y no está enojada.
—Está bien, pero de camino a tu casa. Necesito que alguien me mantenga despierta.
—Okey —responde aceptando el riesgo. La veo alegre, aunque podría estar imaginándolo. Tal vez está preocupada y quiere disimular con esa sonrisa. ¿Qué importa? Nos fuimos a la cama, ¡digo!… a su casa.
—Abróchate el cinturón. —Le indico con mi mano derecha—. No quiero que te mueras si me quedo dormida.
Me mira para asegurarse de que esté bromeando, pero creo que vio mis ojos a media asta, porque abre la puerta y sale para dar la vuelta al vehículo y me exige que me quite del asiento del conductor.
—Yo manejaré a mi casa, córrete.
—No tienes licencia y mi auto lo manejo solo yo.
—Saqué mi documento durante las vacaciones —lo busca en su billetera y me lo enseña. Salió linda en la foto. Suerte la suya, yo parezco presidiaria—. ¡Vamos, muévete!
—Solo yo manejo mi auto, Katina.
—O manejo yo o te vas en taxi —me dice rápidamente sacando las llaves de la ignición y las sacude en mi cara.
Bien, ganó. No tengo dinero para el taxi, lo gasté en gasolina para toda la semana. Voy al asiento del copiloto. Automáticamente busco el cinturón de seguridad a mi izquierda y fallo estrepitosamente. Lena se da cuenta y se ríe de mí.
—¿Estás borracha? —se pregunta retóricamente— Debes ser la persona más divertida cuando estás borracha.
—No hables mucho, ¿quieres?. Tú seguro, cuando tomas, eres de las que clama amor a sus amigos y se va de serenata bajo balcón ajeno.
Ríe otra vez y arranca, bastante bien debo decir, sale del estacionamiento, entra en la vía principal y, de repente, abro los ojos y estamos aquí, en la residencia de los Katin, me dormí.
—Baja, descansarás un rato en mi cama y luego te prepararé un café para que vayas a casa bien despierta.
—¿No íbamos a hablar?
—Yo hablé, tú roncaste. Ven.
Todavía tiene mis llaves, así que me bajo y la sigo. El auto estaba muy bien aparcado, lo que me asombra después de su incidente con la viejita en el cruce de la vía a la escuela.
—Acuéstate y descansa, yo iré a ver televisión.
—¿Estás segura? ¿No quieres hablar ahora? —le pregunto, deseando tanto acostarme en una cama.
—No, duerme. Hablaremos con una taza de café, después.
Sale por el pasillo, dejando la puerta a medio cerrar. Yo me saco las botas y caigo sobre su almohada, es tan suave. No me toma nada acomodarme. Dios, su cama es el cielo, es confortable y huele tan bien.
El cojín tiene su aroma, o mejor dicho, el de su perfume. Es fresco y un poco dulce, pero conozco esta fragancia y de dulce no tiene nada. Es ella, ese toque agradable es su olor natural. Inhalo llenándome de ella, es tranquilizante. Exhalo y siento que necesito volver a olerla. Me llevo la almohada a la cara y la bajo un poco para abrazarla. Con el paso de los segundos voy sintiendo como me pierdo en el sueño y lo primero que pienso es…
¿Lena me salvaría en el apocalipsis zombie?
Yo espero que sí…
Desperté con las luces apagadas. Las del mundo junto con las de la habitación. Todo estaba en silencio, apenas unos animales se escuchaban a lo lejos, el lloriqueo de un perro, algunos grillos y el viento pegando con las hojas de los árboles en la acera. El silencio de la noche es distinto aquí, en esta alcoba que no es mía.
¡¿Cuánto tiempo me dormí?!
Abro bien los ojos. El sobresalto de darme cuenta que había pasado horas en esa cama, me despojó de lo último que me quedaba de sueño. Alcé mi cabeza y miré a todos lados, pero no encontré un reloj que me dijera la hora. Debía ser tarde. Volví a la almohada pensando en dónde dejé mi celular y recordé que mi bolso se quedó en el sillón de la sala. Levantarme podía despertar a Lena y prefería evitarlo.
Se había acostado a mi lado, vestida con ropa más ligera. Nos había cobijado y se había quedado dormida, abrazada de un cojín pequeño. Yo debo haber soltado el agarre de la almohada que tenía en mis brazos, ya no estaba conmigo, yacía bajo su cabeza. ¿Cómo no me desperté? Mi sueño es muy ligero y Lena me la quitó.
Largó un suspiro entre sueños y volví a concentrarme en su dormir. Casi no se la escuchaba respirar. No podía ver mucho de su persona, la luz que entraba por la ventana era poca. Sospeché que podrían ser las dos de la mañana. Debía irme o de alguna forma avisarle a mamá que estaba en lo de Lena.
Di vuelta y vi mi celular en el velador. En realidad buscaba el de Lena, sabía que había dejado el mío en mi bolso en la sala. Lo tomé y leí la alerta de mensaje que había llegado a las nueve de la noche. Presioné el botón para marcar al buzón de voz, bajando el volumen al mínimo para no despertar a mi acompañante; era de Nastya.
—Lena dice que estás en el más allá. No quiere despertarte y tampoco que te asustes o te enojes. Hablé con tu mamá y le dije que pasarías la noche allí. Le expliqué que estabas rendida y te quedaste dormida. Todo está bien. Lena se acostará a tu lado. No la tires de la cama, es «su cama» —puntualizó—. Mañana agradécele, ¿sí? No seas mala con ella y dale un beso de mi parte… —Pausó con miedo—. No, mejor no le des nada, no vayas a sacarle un pedazo de mejilla… Mejor no te doy ideas. Nos vemos en clases. ¡Adiós! —Se despidió nerviosa.
Nastya…
Bueno, al menos le avisaron a mamá dónde estaba. Mañana tendré una montaña de preguntas de su parte, especialmente ¿por qué dónde ella y no dónde Aleksey? Lo veo venir.
Me fijé en la hora, eran las tres, no estaba tan equivocada.
Ya más tranquila, me acomodé nuevamente y me dormí hasta que sonó el despertador con una canción de Metallica, haciéndome pegar un salto al techo.
¡¿Desde cuando a Lena le gusta esa banda?!
—¿Fuel, Katina? ¡¿Fuel de alarma?! —le reclamé mientras me hiperventilaba con la almohada tapándome la cara. Tremendo susto que me pegué. Sentí su fuerza quitándomelo y ahí estaba esa sonrisa insoportable.
—Buenos días —me respondió riendo. No tenían nada de buenos—. Oíste el mensaje de Nastya, me imagino. —Bostezó, desperezándose con ambos brazos estirados.
—Sí, en la madrugada. Iba a irme pero no quise despertar a toda tu familia mientras buscaba las llaves de mi auto.
—Las dejé a lado del teléfono —me dijo y, al voltear a verlas, lo confirmé. No me di cuenta de ese detalle entre tanta oscuridad—. Me imaginé la remota posibilidad de que huyeras al despertar.
—Huir, ¿de qué? —le pregunté. Para esto ya me había sentado en la cama y me colocaba las botas.
—No sé, ¿de encontrarme acostada a tu lado?
¿Acaso creía que le tengo miedo a las lesbianas?, o tal vez asco. Cierto, ella no se considera lesbiana. Bisexual, digámosle bisexual. Igual no me molesta, ¿por qué lo haría? No tengo nada de qué huir.
—Gracias —le dije recordando la petición de mi amiga—, por lo de ayer.
—¿No estás durmiendo tan bien, eh? Por un momento me asusté cuando no despertabas.
No podía decirle: «Es porque ayer me desvelé leyendo tu diario toda la noche y todavía me falta descubrir qué hiciste con la información de Nina. ¡Eres una pasiva de un demonio y me tienes sin poder cerrar un ojo!». Imposible. Negué confirmándolo, nada más.
—¿De qué querías hablar? —le pregunté, aprovechando para estirarme un poco y mover mi cuello en círculos, aunque esta vez no sonó como si rompiera una docena de huevos. Realmente descansé muy cómoda en su cama.
—¡Ah, eso! Bien. ¿Quieres sentarte —Sonaba seria, pensé que podía referirse al diario, no me moví. Ella me viró los ojos y estiró la cobija, acomodando la cama—. No muerdo, ¿sabes?
Y quién me lo asegura después de lo que he leído.
—Habla de una vez.
Si se trataba de su diario, debía ser valiente, mostrarme fuerte y preocupada por su bienestar. Así no me gritaría tanto por no entregárselo apenas supe que le pertenecía, o por decidir leerlo a pesar de ello.
—Anteayer, después de que te fuiste a casa, papá me sentó a conversar con él. —Inició la explicación, su intranquilidad se dejaba ver en el tono de su voz—. Me contó que esa tarde alguien le había dejado una nota anónima en la comandancia, dirigida a especialmente a él.
No fui yo y no era un reproche. Me mantuve en silencio, esperando a que retomara el relato.
—¿Yulia, tienes idea de si algo le está pasando a Rúslan?
—¿Por qué habría de saberlo? —le respondí. Sé bien qué le sucede, le gustan los chicos, en especial mi ex novio, pero sus preferencias sexuales no eran motivo de investigación policial. Además, no es problema mío, yo no puedo ir contándole a todo el mundo que Rúslan es gay.
—Te lo pregunto porque en la nota alegan que Rúslan está siendo víctima de violencia intrafamiliar.
"Aleksey creía algo parecido", pensé. Me lo dijo un día después del beso. Yo vi a Rúslan golpeado esa mañana, había tenido un accidente de bicicleta, pero mi ex confirmó que estaba intacta en el estacionamiento, el único golpeado era nuestro amigo.
—Deberías hablar con Alyósha, no conmigo.
—Lo sé. Papá cree que fue él quien dejó la nota, la encargada de recibir el correo en la comandancia lo describió tal cual, pero no voy a hablar con ese idiota —aseguró—. Pensé que, al ser ustedes novios, él te habría contado algo al respecto.
—¿Por qué tu papá no va directo a la fuente e investiga? ¿No hacen eso los policías?
—Y lo haría, pero quiere llevar la investigación en perfil bajo. El papá de Rúslan es militar y tiene muchas amistades en la comandancia de policía así como en otras agencias del gobierno. Si es él quien le está propiciando golpes a su hijo, le será muy fácil zafarse de los cargos. Eso no es bueno para Rúslan.
—¡Entonces habla con Aleksey! Esto es más importante que una riña, ¿no crees?
—¡Ya lo sé, Yulia, pero antes de tener que bajar mi cabeza y pedirle a Aleksey, de favor, que me explique sus razones, quise intentar contigo! ¿Es tan malo eso? —me contestó, estaba molesta. Su reacción iba más allá de lo que él me hizo, era personal.
—¿Qué pasó entre ustedes? Entre tú y Alyósha —le pregunté. Si quería que le dijera lo que sabía, tendría que responderme esa mínima pregunta.
—Esto no tiene que ver conmigo. ¿Sabes algo de Rúslan o no? —me respondió como ultimátum.
—Sé «algo» de Rúslan. Pero no te lo puedo decir.
—¡Oh, vaya! Gracias, Yulia. Tu ayuda resolvió el caso —me dijo con sarcasmo y se levantó de la cama en dirección al armario. No pude dejar de notar lo cómoda que se veía en esos pantaloncillos cortos y su musculosa blanca, mientras yo me sentía más que incómoda en mi ropa del día anterior.
—Rúslan tiene que ser quien te lo cuente, yo no puedo hacerlo —le aclaré—. Y sobre Aleksey, él pudo ser quien dejó la nota. Sospecha del abuso y no cree que haya existido el accidente de bicicleta, ¿satisfecha? Ahora dime, ¿qué pasó entre tú y él?
—No te lo puedo decir —repitió mis palabras, tratando de imitar mi voz.
—No es lo mismo, Katina. Lo de Rúslan no es mi secreto, él tiene que contártelo. Yo quiero saber ¿por qué estás tan molesta con tu amigo?
—Él ya no es mi amigo y ¿no es suficiente con lo que te hizo a ti?
—No, porque esa no es tú razón para estar así. Dímelo, Lena. Mírame y dímelo.
Ella dio media vuelta, quedando en frente de mí. Su mirada perdida en la nada, pensando.
"No confía en mí. Tengo que ganarme su confianza... genial", entendí al esperarla en el silencio.
Sin recibir una palabra, me levanté de la cama para irme. Se hacía tarde y quería darme un baño y cambiarme de ropa, sentía que apestaba.
—Después de verlo con esa chica —habló finalmente, deteniéndome en el borde de la puerta—, lo amenacé. Tenía que contártelo o yo lo haría. Él… me dijo que ustedes habían arreglado el malentendido y que se darían otra oportunidad. Yo le creí. — Se lamentó.
Hasta ahí, Lena me hacía un recuento de lo que había leído en el diario, lo interesante vino después.
—Semanas después, en el cumpleaños de Vladimir, me di cuenta de que me había engañado. Fuimos al Kika Club, ¿recuerdas? —me preguntó acercándose hasta la cama y tomó asiento. Yo hice lo mismo a su lado—. La castaña con la que lo vi estaba allí. Vladimir, Aleksey y yo escogíamos canciones en una esquina, tú y Nastya estaban en la mesa con Rúslan. Ella se me hacía conocida, pero no fue hasta que noté que él le sonrió y que ella le devolvió el gesto, después de darte una rápida mirada, entendí que se estaban coqueteando y lo separé del resto para enfrentarlo.
Me hablaba de la pelea que los vi tener de lejos. Era por esa tipa, porque él le mintió, porque me seguía engañando.
—Aleksey me dijo que no me metiera en lo que no me importa, si no quería que él hiciera lo mismo. Le respondí que, por respeto a Vladimir y su día, no te confesaría nada esa noche, pero que espere una patada tuya en su trasero el día siguiente. Esta vez no esperaría nada para hablar contigo.
—Nunca hablaste conmigo.
—Cierto, no lo hice. Alyósha se encargó de meterme en suficientes problemas como para entretenerme el resto de las vacaciones tratando de solucionarlos.
—¿Qué pasó?
—Me había estado siguiendo desde que lo amenacé la primera vez, tratando de encontrar algo con que extorsionarme de vuelta, y esa noche, después de que nos despedimos y antes de que yo llegara a casa, llamó a mis padres para contarles lo que no le importaba.
—No tienes que mencionar qué les dijo a tus padres. —Intenté darle una salida, no quería forzarla a confesarse. De todas formas lo leería en el diario.
—No, ya no es un secreto —mencionó y yo esperé unos segundos a que volviera a sentirse cómoda para hablar.
—Esa noche no fui directo a mi casa. Pasé antes por el departamento de un amigo, Leo —dijo y otra vez pausó, no se le hacía fácil tenerme esa «confianza» que no sé cómo me gané—. Llegué pasada la una de la mañana. Mis papás estaban sentados en la sala, esperándome. Me preguntaron si estaba bien, si tenían que ir conmigo a la comandancia a poner una demanda por violación, si Leo me estaba amenazando.
—¿Qué diablos les dijo Aleksey?
—Que estaba preocupado porque me había visto con un tipo mayor que parecía estar abusando de mí.
—¡¿Qué?!
—En su defensa, Leo «es» mayor —aceptó—, pero no tanto como les contó a mis padres. Tiene veinticuatro años.
—Son siete más que tú y siete es un montón, Lena —expresé mis propios problemas con el tema.
—Mmhmm —confirmó, bajando la mirada al cobertor. No por tristeza, no quería entrar en una discusión conmigo. Seguro todos le han dicho ya que no es lo mejor—. Es mayor, pero no me está obligando a nada. Yo tengo derecho a mi consentimiento.
—Tienes diecisiete años, no puedes dar tu consentimiento legal hasta los dieciocho.
—Tú tampoco y tuviste sexo con Aleksey.
—Es distinto, los dos somos menores.
—Lo mío también es distinto. Leo y yo no estamos haciendo nada malo.
—Nadie dice que el sexo sea malo, solo que… —Mejor me callé mi sermón, porque ya no la sentía tan dispuesta a continuar—. ¿Qué te dijeron tus padres?
—Hablamos esa madrugada, y al día siguiente, y al siguiente, y así por varios días. Me exigieron que se los presente, lo que me metió en más líos por razones que no vienen al caso. Fue un dolor de cabeza.
—Me lo imagino.
Si no me equivocaba, Jesús creía que ella tenía diecinueve. ¿Cómo reaccionó cuando supo que tenía dos años menos?, ¿cuando se enteró que estaba cometiendo un delito federal?
—Aleksey me dijo que te ha visto besándote con un hombre mayor en la escuela.
—Sí, un par de veces. —Rió, cambiando la cara afligida de unos minutos atrás—. Usualmente me espera en la esquina para no meternos en problemas.
—Y… ¿tus papás?
—Ya lo conocen y aceptan que yo lo frecuente.
—¿Y no tienen problema con que, ya sabes, estés con él?
—No es algo que les mate del gusto, pero entienden que es mi vida y mi decisión, lo más importante, me apoyan. Así que, eso es lo que pasó con Aleksey.
Me dijo mucho más de lo que esperaba, lo que quiere decir que vamos en buen camino con esto de la amistad.
El lío con Leo debe haber sido brutal y ¿qué hay de Marina? Lena, siempre que responde algo, deja diez preguntas más. Me quedé con las ganas de llegar a casa y ponerme a leer.
—¿Quieres desayunar? —Me invitó, haciendo un gesto a la planta baja.
—Debería ir a casa a prepararme para la escuela, pero gracias —le dije, levantándome y tomando mis cosas. Debía apresurarme o no llegaría a tiempo.
—Nos vemos allá. —Se puso de pie, acompañándome a la salida y se despidió desde la entrada, ella también debía alistarse.
Antes de que cierre la puerta me volteé y le dije:
—¡Paso a buscarte en cuarenta minutos!
—¡No llegaremos a la primera hora! —respondió. Sin duda me tardaría más en volver por ella.
—No llegaremos de todas formas. Paso a verte. Trataré de no demorarme… demasiado —le ofrecí.
Ella aceptó y entró a su casa. Yo saqué mi celular y marqué a la única persona que podría ayudarme en el aprieto en el que acababa de meterme.
—¿Nastya? ¿Todavía tienes la mudada de ropa que dejé en tu casa hace unas semanas?… Perfecto, necesito que me prestes la ducha.
Hoy, viernes, 23 de octubre, es temprano en la mañana y me preparo para salir a buscar a Lena.
Me gusta llevarla a la escuela. Despertar temprano y saber que tengo algo importante que hacer. Bañarme, arreglarme y salir a buscarla con unas ganas que no tenía hace mucho tiempo, como cuando me levantaba ansiosa de jugarle alguna broma o molestarla por algo que dijo, o como lo dijo, de tirarla de la silla; buenos tiempos. La espero en la vereda de en frente, un cuarto pasadas las siete, aunque la entrada a clases es a las ocho y su casa queda a cinco minutos del instituto. No me hace esperar demasiado, 7:20 am ya estamos en camino, pero nos lo tomamos ligero, vamos lento, conversamos. Y eso, eso es lo que más me gusta, hablar de todo un poco y de nada a la vez.
No he leído el diario en algún tiempo. ¿Dos semanas, quizá? Desde esa noche que me desvelé y me quedé a dormir en su casa. Sí, dos semanas exactas.
Es extraño, porque el día que desperté en su cama, me moría por regresar al apartamento para leer, leer y leer qué fue lo que pasó con sus padres y qué hizo con la información que le dio la vieja.
Pero después de la segunda noche en su casa, las ganas de conocerla a través de un cuaderno se fueron calmando.
La recogí ese viernes después de la charla, junto con Nastya, catorce días atrás. Las tres llegamos retrasadas a la misma clase. Yo le advertí a Lena que no llegaríamos a tiempo, pero da igual.
—Mis más ávidas alumnas, diez minutos tarde. ¿Acaso durmieron juntas y se les pegaron las sábanas? —preguntó el maestro, divertido, sacando unas risas y silbidos a nuestros compañeros. Los callé con una mirada.
—Yo no, pero ellas dos, sí —les informó Nastya, divertida también, siempre tan imprudente. Aleksey nos quedó mirando extrañado, ¿desde cuando Lena y yo tan amigas como para pasar la noche juntas? Vladimir puso un rostro parecido, pero menos molesto, los demás rieron un poco más, callándose apenas saqué mi dedo del medio cubriendolo con mi espalda.
—Yulia…, comportate —me advirtió el maestro y tomé mi asiento.
La clase siguió, aburrida. Amo el arte y esta asignatura es buena, pero qué tedioso es estudiar a los griegos y su arquitectura, sus esculturas de hombres y mujeres desnudos y todas esas cosas. Mi cerebro se negaba a computar la información. Me distraje recordando lo que hablamos con Lena al despertar; mirando a Rúslan y confirmando que él estaba tan retraído de la clase como yo; analizando la cara de interés que mi ex tenía en el jardín que daba a su ventana, volteaba cada dos minutos como si estuviera esperando a que alguien apareciera; Lena tomaba notas, atenta, y Nastya la veía con curiosidad, así como yo a ella.
El timbre sonó, pero antes de poder huir a la siguiente clase, el profesor nos detuvo dándonos un trabajo especial por atrasarnos. Debíamos ir por la ciudad y tomar fotos de «muestras de arte moderno». ¡Lo más divertido de todo, iríamos juntas! El trabajo era en equipo y no hubo forma de convencerlo que cada una podía buscar por su cuenta. Llegamos tarde las tres y, de la misma manera, haríamos ese trabajo.
Ofrecí pasar a recogerlas muy temprano por sus casas. Durante el almuerzo hablamos de algunos lugares a donde podíamos ir; unos museos, el muro de la playa que está lleno de graffitis, la feria artesanal. Había mucho que ver, mientras más temprano mejor, pero a Nastya se le ocurrió una brillante idea.
—Lena y yo haremos una pijamada hoy en la noche, ¿quieres venir? —me invitó sin preguntarle a la dueña de casa, claro que no hacía falta, ella misma la secundó un segundo después—. Haremos pizza o algo.
—Haremos de comprar la pizza —aclaró Lena—, no hay nada en mi refrigerador aparte de las cremas faciales de mamá.
—¡Compraremos pizza! —Se corrigió Nastya emocionada—. Vamos, Yulia. Pronto me iré, hagamos una pijamada las tres, ¿sí? ¿Una última vez? —me suplicó con sus hoyos apareciendo en sus cachetes.
Lo que uno hace por sus amigos. Fui, pero antes pasé por mi casa y recogí algo de ropa. Esta vez no quería dormirme toda sucia.
No la pasamos mal. Nastya y Lena se pusieron como locas a grabar su programa favorito para repetirlo no se cuantas veces en en transcurso de la semana. Hicimos unas bromas, ellas unos desafíos y, para terminar, nos contamos cuentos de terror sentadas en el piso de la sala, tapadas con unas cobijas hasta la cabeza.
En la madrugada subimos a la habitación. Nastya estaba agotada y se durmió sin mucho esfuerzo, acostándose en medio de ambas. La cama de Lena es grande, pero tres son multitud. Sentía que si me movía un centímetro me caería de tetas al suelo y me iba a doler.
—¿Yulia? —Escuché a Lena susurrar muy bajo—. ¿Despierta?
—Sí —respondí de la misma manera.
—¿Quieres ir a fumar un tabaco? —me preguntó, yo asentí y nos levantamos muy despacio, bajando de la misma manera por la escalera, siguiendo el camino hasta su jardín.
En ese momento me dio curiosidad de leer el diario. Quería descubrir cuándo fue que Lena se volvió tan insurgente, rebelde, altiva.
—No puedo creer que fumes con tus papás en casa.
—¿No lo haces tú?
—Lo hacía, antes —le dije recordando cuando vivía en mi antigua casa y tenía un cuarto con una ventana que daba al techo. Fumaba ahí, sola, sin llenar mi cuarto de humo. También lo hacía en las noches. ¿Ahora dónde? A mi mamá le desagrada la idea, me lo ha mencionado varias veces que ha encontrado cajetillas por ahí entre mi ropa y no es como si mi vecindario fuese lo más tranquilo y desolado del mundo como para salir a dar un paseo.
—¿Mentolado? —me ofreció extendiéndome la cajetilla abierta y se sentó de piernas cruzadas contra la pared. Hice lo mismo.
—Quiero decirte algo, pero no quiero que te lo tomes… a mal —mencionó, dandole un sorbo a su tubo cancerígeno.
—Solo dilo.
—Hmmm —Soltó el humo y respiró, observando su cigarrillo quemarse, tomándose su tiempo. Ahora sé que lo hace cuando tiene algo serio e importante que decir—. Te extraño.
Me quedé muda, tonta, porque no entendía a qué se refería. Los últimos días habíamos compartido más juntas —sin discutir y como amigas— que en el último año entero.
—Extraño tu actitud, la forma en la que solías sonreír, ¿sabes?, así… —Hizo un gesto con su labio derecho subiéndolo más que el izquierdo, cerrando un poco sus ojos y subiendo las cejas—. Como si estuvieras imaginando como torturar a tu siguiente víctima. Extraño cuando me tirabas del asiento —Rió—. También cuando lo único que salía de tus labios era tu sarcasmo… Te extraño demasiado.
Terminó sonriendo muy ligero, no con gusto, sino con nostalgia, con pena, pero no de mí… de perderme. Solté un suspiro al entenderla, yo también me extraño, pero no sabía como ser la que era antes, aún siento que no lo sé.
—Mis papás se divorciaron hace seis meses —me confesó de la nada—. Hace casi un año que mi familia se fue por un caño, un año en diciembre, en víspera de navidad.
—Pero yo los vi la otra noche…
—Volvieron a… ¿estar? No sé como referirme a su relación. No están casados, solo regresaron. Volvieron a vivir juntos.
—¿Hace cuánto?
—Tres semanas… —Soltó una carcajada con ironía—. Se siente tan extraño tener a papá aquí otra vez. Creo que es demasiado pronto, que mamá no está lista y que se terminara más rápido de lo que inició.
—Quizá se aman de verdad…
—¿Ves? —Me interrumpió—. ¿Dónde está el comentario sarcástico, marca Yulia Volkova? ¿Dónde queda el «Katina, tus padres están destinados a fracasar juntos, así como tú»? —se quejó imitando mi voz. Su frustración presente en cada palabra.
Me quedé pensando, tenía razón.
—No lo sé —susurré inhalando profundamente. Nos quedamos en silencio un rato. Hasta que el ladrido del perro del vecino nos asustó.
No sé por qué se me hacía tan difícil confesar algo como ella acababa de hacerlo. Lena lo intentaba, le costaba, pero no se detuvo. Me contaba cosas que, aunque ya las había leído, eran secretos en su mente. Y yo no podía ni confesarle algo que sabía que ella conocía de mí. Se me hacía tan difícil dejarla entrar.
—Mamá… —Comencé. Lo intentaría, por lo menos eso—. Mamá está en una relación muy dañina. Román es un idiota, un ludópata —dije y sentí la necesidad de tragar en seco, de apagar ese cigarrillo en el cemento. Lo hice—. Ella firmó garantías de sus deudas y lo perdió todo… lo perdimos todo.
Lena continuó fumando, no me miraba, me daba la tranquilidad de continuar, escuchándome, mas no interrumpiéndome.
—Vivo en un pequeño apartamento, en un parque de casas del barrio obrero. —Reí, no era gracioso, pero reí. Ella ya lo sabía y reí. Lena me miró extrañada, no rió conmigo, pero sí sonrió, observándome hasta que me tranquilicé—. Odio vivir allí. Duermo en el sofá de la entrada… Ni siquiera tengo una cama.
Y entonces sentí mis ojos llenarse de lágrimas porque… ella ya lo sabía… y no era gracioso.
—No creo que haya algo que pueda decirte que tú misma no hayas pensado antes para… salir de… tu situación —dijo, escogiendo bien sus palabras—. Así que solo te diré esto: No estás sola, aunque lo sientas. Nada de lo que me has contado saldrá de aquí y, si me necesitas, sabes dónde encontrarme.
Lena apagó su cigarrillo y se levantó, pidiéndome que la espere unos minutos. Entró a la casa, dejando la puerta abierta unos centímetros. Aproveché ese tiempo para limpiar mis ojos y respirar un poco de aire fresco. Lo peor había pasado.
—Ten —dijo estirando su mano al salir nuevamente, entregándome un juego de llaves—. Desde hoy son tuyas. Si necesitas venir, siéntete en libertad de hacerlo.
—Lena… Yo no… ¿Qué dirán tus padres?
—Dirán que vengas cuando gustes y necesites hacerlo. Mis padres tienen sus problemas, pero siguen siendo los mismos de siempre y los conoces. —Estiró su mano ofreciéndome ayuda para levantarme—. Ahora, antes de entrar y ver cómo diablos vamos a dormir en esa cama las tres, aclaremos algo: tú y yo vamos a trabajar en recuperar a la vieja Yulia.
—Eres una masoquista, Katina.
—Naaa —dijo, dejando la seriedad a un lado—, ya no me tirarías de la silla tan fácilmente.
—Puedo tirarte de la cama —le aseguré, siguiéndola adentro.
—Ja, ya veremos.
RAINBOW.XANDER- Mensajes : 1950
Fecha de inscripción : 19/09/2016
Edad : 22
Localización : Buenos Aires
Re: EL DIARIO (ADAPTACION) // RAINBOW.XANDER
Me encanta, van por buen camino, esperare con ansias...
Nieves- Invitado
Re: EL DIARIO (ADAPTACION) // RAINBOW.XANDER
Hola
que buen capitulo
Lena le conto situaciones de su vida igual
que Yilia aunque ella le costo al principio
porque Nastya esta nerviosa en el msj a Yulia
espero la sigas pronto
que buen capitulo
Lena le conto situaciones de su vida igual
que Yilia aunque ella le costo al principio
porque Nastya esta nerviosa en el msj a Yulia
espero la sigas pronto
andyvolkatin- Mensajes : 576
Fecha de inscripción : 27/05/2015
Re: EL DIARIO (ADAPTACION) // RAINBOW.XANDER
Me gusta mucho cómo se llevan entre las dos y me encanta la historia! Es muy tierna Lena al tratar de reconfortar a Yulia!
Espero el próximo capítulo!
Espero el próximo capítulo!
denarg_94- Mensajes : 17
Fecha de inscripción : 11/05/2016
Edad : 30
Re: EL DIARIO (ADAPTACION) // RAINBOW.XANDER
Hola, disculpen la tardanza...
Chicas, cómo están? Me alegro que les esté gustando y que hayan esperado pacientemente... Una vez más, gracias por sus alentadores comentarios...
A todos, gracias por leer
Capítulo 26: Alguien ha tenido una sensación un poco graciosa e histerica??
"Oh, mierda", es lo que pensé esa noche al acostarnos a dormir.
Regresamos a la alcoba y vimos que Nastya se había deslizado hasta el filo izquierdo de la cama, dejándonos un espacio más cómodo para las dos.
—Odio el medio —susurré. No esperaba que me escuchara y se ofreciera a ser la carne del sándwich, pero al parecer lo hizo y se sacrificó. La dejé, mi claustrofobia por el calor es insoportable y no quería llenarme de ansiedad.
Lena se viró de costado, enfrentándome. Colocó su mano bajo su cabeza, acomodándose en la almohada, la otra yacía tranquila sobre el colchón. Sus ojos se cerraron y me deseó buenas noches, masticaba un chicle, ni idea cuando se lo llevó a la boca, pero hubiera sido un buen gesto que me ofreciera uno, yo también acababa de fumar.
Una hila de cabello rojizo caía sobre su cara. Era sutil, suave y parecía no molestarla. No la moví, aunque empezaba a fastidiarle. Me moría de ganas de colocarla detrás de su oreja con mis dedos, hacer que se sintiera cómoda.
Permanecí casi inmóvil mirándola. Ella continuaba masticando, era evidente que no dormía. Su respiración era discreta y pacífica.
"Lena es…"
—¿Estás incómoda? —balbuceó, interrumpiendo mi pensamiento. Imagino que sintió mi rigidez.
—Un poco. Voy a estrellarme contra el piso si me muevo un centímetro.
Sonrió.
—¡Quita esa cara que no me tirarás de la cama! —le reclamé entre susurros.
—¿Si hago algo, me prometes no darme un golpe?
—Si me tiras, recibirás varios golpes.
—Prométeme que no me darás un golpe… o varios —seguía hablando, aún con los ojos cerrados.
—Ya, bueno, qué…
Sin advertírmelo, pasó su mano suavemente por mi cintura, rodeándome hasta la espalda, asegurándome a su cuerpo.
—No te dejaré caer —fueron sus últimas palabras esa noche. No le tomó nada caer rendida en esa posición.
Para mí fue mucho más difícil dormir. Podía sentir su mano protegerme de ese abismo de cincuenta centímetros, sus dedos colados entre mi cuerpo y el colchón. No era incómodo, su mano estaba tibia y fija en mi espalda, su respiración profunda golpeaba en mi pecho, salía de sus labios entreabiertos, su aliento olía a hierbabuena y menta.
Pasó un tiempo hasta que buscó acomodarse en su mismo sitio, inconscientemente me apretó y se pegó aún más a mi cuerpo, descansando su frente en mi quijada.
El aroma de su cabello era dulce, agradable y cerré mis ojos tan solo para disfrutar la fragancia. Fue cuando los abrí de un solo golpe, helándome por completo porque…
"Oh, mierda… No me gusta Lena, no… ¡Qué no!"
Dormir después de eso, imposible. Pasé la noche confundiéndome entre la oscuridad, su olor y lo bien que me sentía con ella; con su proximidad, con su cuerpo tibio manteniéndome a la misma temperatura, con sus labios tan cerca de mi pecho.
Y entonces vino la etapa de auto convencimiento.
"No me gusta Lena. Es porque leí su diario y creo conocerla, pero no me gusta. Eso. No me gusta, podríamos ser buenas amigas y… Es el diario, sin duda. Si no sigo leyéndolo, este sentimiento se irá y punto. Además, eventualmente conoceremos a un chico lindo, divertido y apuesto que nos haga sentir todas esas cosas en el medio y por abajo. Lena no nos hace sentir esas cosas. Digo, es linda, sí, como negarlo, es muy linda… ¡Oh, mierda, ya empecé a dirigirme a mí misma en plural! Nos jodimos".
No tiene caso recordar lo que sucedió el sábado con las chicas. Mi plan de repetirme que no me gustaba Lena estaba funcionando. En la mañana, ya con la claridad del día y la compañía de Nastya, se me hizo más fácil distraerme de esas pequeñas cosas de Lena que me llamaban la atención. Llegué a casa en la noche y me forcé a no abrir ese cuaderno, por más que quería saber como continuaba. Antes necesitaba volver a la normalidad. Era ese diario el que me provocaba tanta empatía hacia ella y tenía que darme unas vacaciones de leerlo.
Dicho y hecho, el domingo, fui a primera hora a la bodega y lo dejé allí. Procuraría no ir durante la semana y así mantener la tentación lejos. Cerré la puerta con doble candado y fui a recoger a mi hermano a su casa, habíamos hecho planes para pasar la mañana en el muelle.
Gasté con él casi toda la mesada de la semana siguiente, pero nos divertimos, para qué voy a mentir. Nos repetimos dos veces la montaña rusa y los juegos de puntería. Perseguimos a un mimo para molestarlo hasta el final del bulevar, donde nos encontramos a un hombre construyendo cometas. Hace años que no jugábamos con una. Efim, el papá de Mikhaíl, es experto y cuando yo era niña me llevaba al parque para volar unas que él mismo construía. Hasta el año pasado conservaba algunas en mi habitación.
La que compramos ese día tenía varios colores y una cola muy larga. Bajamos por la rampa hasta las rocas e intentamos hacerla volar, pero ya dije que pasaron muchos años de la última vez que jugamos con una, no había forma de hacerla tomar altura.
—Lo están haciendo al revés —nos dijo un chico delgado que se nos acercó, riendo sin ánimo de burla. Estiró su mano para que se la entregue, moviendo sus dedos con insistencia cuando me rehusé.
—¡Quiero verla volar! —pidió Mikhaíl y le viré los ojos antes de dársela.
—Para que pueda ser atrapada por el viento deben pararse de espaldas a la corriente y sostenerla en la mano. —Se paró firme y se mojó el dedo con la lengua, apuntándolo al cielo para sentir la dirección de la brisa. Mi hermano hizo lo mismo, imitándolo—. Ahora, ¿ven como el viento mueve el papel? —nos preguntó y Mikhaíl entusiasmado le contestó que sí. Yo me limité a ver la interacción entre ambos—. Es momento de liberar un poco el hilo y que el viento la levante. Van soltando el agarre poco a poco hasta que sube y listo. —El chico le entregó el carrete a mi hermano y lo miró por unos segundos antes de acercarse a mí.
—Anatoli —mencionó guardando sus manos en los bolsillos de su bermuda, conservando la atención en el objeto volador propiamente identificado.
—Yulia —le respondí.
—Venir vestida de negro a la playa, no es la mejor idea, especialmente hoy.
—Vinimos a otras cosas, esto fue una distracción.
—Entiendo, pero debes estar asándote, ¿quieres una soda o agua?
—Debo llevar a mi hermano a su casa en unos minutos.
—¿Y luego qué harás?
—No tengo idea —le respondí, dejando la posibilidad abierta a una invitación. ¿Por qué no? No era como si tuviese un novio o me gustara Lena y ese chico no era un adonis, pero tampoco un tipo desgarbado, se me hizo simpático.
—Bueno, si quieres, puedes volver. Estoy con un grupo de amigos, nos quedaremos hasta la noche y haremos una fogata. Si te interesa estamos por allá. —Viró y me señaló el lugar. Tres chicas y otro chico más estaban sentados en unas sillas de playa, bebiendo cervezas heladas que sacaban de un cooler. Unas tablas de surf estaban clavadas en la arena y se escuchaba buena música salir de un parlante que tenían sobre una pequeña mesa.
—Lo pensaré.
—Bien, Yulia… Nos estamos viendo… quizá —dijo, sonriendo seductivamente, girando sobre su pie y marchándose hacia sus amigos.
—¿Conseguiste una cita? —me preguntó mi hermano, metiéndose en asuntos ajenos.
—Ya vámonos o tu papá va a empezar a preocuparse —le respondí. Guardamos la cometa y empezamos a caminar a la rampa nuevamente.
Regresé la vista en dirección a Anatoli y su grupo de amigos, me dio gusto ver que me observaba, aún con esa sonrisa pícara, sin reaccionar para no delatar mi presencia y abochornarme con sus amigos. Solo a mí se me ocurre ir de negro a la playa.
Mantuve mi vista en él, siguiendo el sendero de la mano de mi hermano y lo vi perder el contacto haciéndose a un lado después de que un hombre fornido y alto saliera del mar con una chica subida en su espalda. Ella parecía no pesar ni un kilo por la facilidad que él tenía al cargarla, y así mismo la soltó sobre la arena delicadamente, separándose con un simple beso en los labios. Una de las chicas le acercó a ella una toalla con la que escurrió su cabello y entonces la reconocí. Era nada más y nada menos que Lena, porque claro, ahora que está metida en mi cabeza con signos de pregunta por todos lados la veo hasta en la sopa.
Luego de dejar a mi hermano en su casa, volví a la mía con toda la parsimonia que traía mi cuerpo para aquel entonces.
Odio este apartamentucho, de verdad lo odio, y tenía una invitación a pasar una agradable tarde en la playa con un perfecto desconocido que se acercó a mí con todo el propósito de abordarme.
Suelo evitar ese tipo de eventos, o al menos dejar claro que prefiero estar sola. Mi buen humor y cara angelical me lo facilitan, sin embargo, ese domingo dejé que alguien se me acercara, le permití hacer su propuesta… y no le dije que no.
Anatoli es un chico simpático, amable, atento en la medida necesaria. No me dio la mano, cosa que detesto; no se acercó a querer plantarme un beso en la mejilla, algo que aborrezco aún más; o se quedó mirándome las lolas como si mis ojos estuviesen allí, en medio de cada una. Bueno, tampoco es que me vio a la cara cuando habló conmigo, prefirió mirar al horizonte y enfocarse en la cometa. De todas formas, agradezco ese detalle. Me parten en dos los chicos que vienen a idolatrarme. «Eres hermosa», «tus ojos son tan profundos como el mar, tan claros como el cielo», «tu piel un poco bronceada me encanta». ¡Aj, Dios, no soporto esas atenciones! Pero él no actuó así, llegó, me reprendió con gracia mi inutilidad con la cometa, se acercó y dijo su nombre sin preguntarme el mío, y luego se burló de mi vestimenta, sin importarle si me molestaría. Sin insistir demasiado me invitó a pasar con él y sus amigos, fue perfecto. Me gustan los chicos así, es una de las razones por las que duré tanto con mi novio… ex novio.
Y tal vez ese era mi problema, aún tenía en la cabeza la idea de que era muy pronto para iniciar cualquier tipo de relación. No había pasado más de diez días desde que Aleksey y yo terminamos
—nueve, para ser exactos— y no quería forzarme a nada tan solo para quitarme a Lena de la cabeza.
Me lo repetí toda la tarde: «No me gusta Lena». Me tranquilizaba estar con ella, pero no estaba buscando encontrar paz «en ella». Sucedió porque me sentí identificada con mucho de lo que leí, con eso de sentirse perdido, de no pertenecer, de tener problemas. Nada más. No me gustaba Lena, punto.
Aún así, no volví a la playa esa tarde. Mi cabeza estaba en demasiados lugares a la vez. No sería buena compañía y uno de los objetos de mi confusión estaba allí con él.
Al día siguiente, durante el almuerzo, evité sentarme con los chicos. Aleksey no estaba, no fue por eso. Mi ex compartía un burrito con su nueva novia en otra mesa. Tanya, castaña, delgada, de ojos rasgados color café; su novia. Lo dejó clarísimo cuando llegaron tomados de la mano y la besó en medio de la cafetería. Ella es… dulce y simpática; es buena persona y muy inteligente. Trabajamos juntas el año pasado en una actividad escolar y, a pesar de que era una novata de primer nivel, cumplió su papel a la perfección, con detalle y cuidado, estudiando su parte.
Él la quiere, se le nota, estaba feliz. Sonreía y tenía ese brillo en la mirada que tanto me gustaba y que ya ni recordaba que un día tuvo conmigo. Las cosas que se pierden con la costumbre. Fue con ella con quien me engañó, la chica que Lena vio, Tanya.
Alyósha siempre fue amable y bien intencionado, nunca doble cara. Era el tipo de amigo que siempre estaba ahí, que te escuchaba a la madrugada, que te daba ánimos, que te brindaba su hombro y trataba de hacerte reír. Quizá aún es ese tipo de chico, solo que no conmigo… o con Lena.
Sé que él me quiso y mucho, tal vez aún me quiere… en el fondo. Al menos quisiera pensar que es así, porque, a pesar de todo lo que me hizo, yo lo quiero a él, lo extraño. Me duele no poder acercarme en las mañanas, jugarle una broma que solo él entendería, verlo sonreírme. ¡Dios, cómo me gustaba su sonrisa! Me pesa no poder llamarlo aunque sea mi amigo.
—Es linda —me dijo Ruslán, sentándose a mi lado en el barandal de cemento de la cafetería. Miraba en la misma dirección que yo.
—No es… taaan linda.
—Yo creo que sí, muy linda —repitió con pena.
No sabía si tener más lástima por su realidad o por la mía. Aleksey era mi novio, lo fue por dos años. Me engañó, pero yo lo tuve. Él no. Nunca me fijé si Ruslán nos miraba como yo lo hacía en ese momento, con nostalgia, con ese peso en el pecho porque no hay nada entre nosotros. Debe haber sido duro, muy duro. No podía imaginarme como se sentía estar obligado a ver a la persona que te gusta con alguien más. Oírlos reír, verlos besarse, abrazarse, presenciar su felicidad, mientras tú te mueres por un poco de su atención y darías lo que fuera por ser esa persona… lo que sea.
Los miré durante largo rato. No separé mi vista por un segundo y me di cuenta que yo era tan responsable como él. Aleksey y yo tenemos diecisiete años, deberíamos tener problemas simples. Las tareas, las calificaciones, si amanecimos de mal genio, si no nos dieron lo que queríamos como desayuno. No si tendremos o no dinero para el almuerzo, o aguantarnos las caras largas porque no pudimos ir al cine, o esperar a que él, en lugar de salir con sus amigos, tuviera que quedarse conmigo, escuchando como odio al novio de mamá, como odio la casa en la que vivo, como odio el sonido de los grillos en la noche, como odio tener que caminar todos los días al estacionamiento más de cinco cuadras, como odio la vida y todo lo que odio, hasta a veces como lo odiaba a él.
La situación por la que estoy pasando no es fácil ni algo que yo busqué, pero mi actitud es mía y solo mía. Me volví apática, amargada, aburrida, entre otras cosas. Acepto no darle nada a cambio, salir con él para huir de mi realidad, buscarlo cuando me era conveniente; fui interesada, manipuladora y cruel. Aleksey se quedó conmigo, quizá esperando que el mal rato pase, que yo vuelva a ser la chica que él quería y no sucedió. Encontró lo que yo me negué a darle en alguien más, se sintió feliz, vivo; se dejó llevar.
¿Es tan malo eso? ¿Es tan malo querer ser feliz?
No lo justifico. Pudo hacer mejor las cosas, ser sincero, terminar conmigo, pero ¿es tan malo volverse a enamorar?
—¿Crees que es pronto? —le pregunté a Ruslán.
—¿Que esté con alguien más?
—Mhmm —contesté asintiendo, mi vista aún fija en la nueva pareja de la escuela.
—No te enojes, pero creo que no. Ustedes hace tiempo que… Lo siento.
—No, tienes razón. Hace tiempo que… no somos ni amigos.
Y entonces volvió a mí la pregunta. Es demasiado pronto iniciar una relación. No necesariamente una seria, hablaba de salir con alguien nuevo, de querer ser feliz, de explorar.
Mis ojos divagaron hacia otro lugar, Lena. Sonreía con Nastya, como siempre lo hace, comiendo unas papas fritas. Alzó la vista encontrándome demasiado seria y fingió tan mal un ceño fruncido que me sacó una suave carcajada. Ladeó su cabeza señalando el asiento vacío a su derecha y extendió, a ese mismo lado, su plato con papas.
—¿Vamos? —me preguntó Ruslán, viendo la invitación.
—Sí…, vamos.
Pero que quede claro, no me gusta Lena. Así que decidí dejarme llevar... por algunas ideas fijas. Pero, ¿qué son?
Esto, esto es lo que son o, mejor dicho, en esto se convierten.
«No me gusta Lena», idea fija y forzada, fácil de entender: no-me-gusta-Lena, no me gusta, no-me-gusta.
¿Fácil, no? Pues, no.
Hoy, 23 de octubre, el día más importante en la historia del…
No seamos dramáticos, es relevante, pero no pongamos al día en un pedestal. Tan solo descubrimos que nos gusta Lena, eso es todo.
Ahora, hagamos un simple recuento de estos días, hagámoslo porque yo y mis voces interiores necesitamos entender qué mierda pasó con la simple idea de: «no me gusta Lena». Tan linda y fenomenal idea.
Todo comenzó con otra idea fija, una con la que desperté el martes 13 de octubre, y vamos a ser exactos aquí, porque necesitamos precisión en las fechas, es súper importante. Martes 13, como él número lo indica, ¡trece!
Desperté, me dolía el cuello y era temprano. Si no hubiese sido por mi maldito pescuezo y la incomodidad de mi sofá (no cama), seguro no se me ocurría la magnífica idea que me trajo hasta aquí.
Entré en la ducha y abrí el agua caliente al tope, dejándola golpear con toda su fuerza sobre mi nuca. Tenía solo cinco minutos para bañarme o me terminaría toda el agua caliente. El vapor llenó de inmediato el diminuto cubículo. Me sentía como estar en medio de una nube caliente, flotando en el cielo, ¡y así no deben tomarse las decisiones!
Voy a excusarme y a decir que, pensar cuando no puedes ver con claridad a tu alrededor, es un error. Es como si estuvieses soñando, no cuenta. Como cuando, en medio de ese sueño, dices: «si salto de azotea en azotea puedo llegar más rápido a la escuela». En ese momento la idea es fantástica, además de ser totalmente factible. Lo haces, saltas y saltas y, en dos patadas, llegaste. Pero esos pensamientos en la vida real no aplican…, así sean factibles.
"Debo pasar a recogerla", pensé.
Estúpida y loca idea. ¿Qué ganaba haciéndolo? Nada, porque Yulia Volkova no es chofer y Lena no me lo había pedido. Ella no necesitaba que pase a recogerla, tenía sus propios medios llamados BMDoble pie.
"Pero debería", concluí. "Bien, la paso a recoger. Si no está en casa, es una señal. Si la encuentro es porque… tenía que ser", me convencí y, después de alistarme muy rápido, emprendí el camino.
—Si se te va a hacer costumbre venir a buscarme, cubriré la mitad de la gasolina —me informó al subir a mi auto, tres días después.
—No hace falta.
—Hace.
—Que no.
—Lo haré o no me encontrarás el lunes.
—¿Por qué estás tan segura de que vendré por ti el lunes? —le pregunté, sin quitar mi vista de la carretera, con toda la intensión de hacerla dudar—. Estos días me dio pena de que caminaras. El clima ha estado… frío.
Ella me miró y sonrió. Después de unos minutos, volvió a hablar:
—Nastya ha pasado feliz toda la semana.
—Lo he notado. Falta poco para su viaje.
—La extrañaré mucho —comentó. Sentí melancolía en su voz y un dolor en mi pecho.
No dije nada. Imposible que ella la extrañe más que yo, o por lo menos de la misma forma. Pero seamos justos, Nastya es su mejor amiga, la extrañará.
—Estaba pensando en que deberíamos planear algo para su despedida —dijo, robándome la idea.
—De acuerdo, aunque será difícil hacer una reunión con todos. Nastya está muy molesta con Alyósha y Vova, no se diga yo… y tú.
—Sí, lo pensé. Aparte Irina me odia, así que descartémosla a ella también.
—Supongo que ellas harán su propia despedida. Irina se irá a Rostov una semana después que Nastya.
—Ah, sí.
—Regresará a la ciudad, va a ponerse un negocio con su ex novio, más novio que cualquier novio.
—Ah, Fyodor.
—¿Lo conoces?
—Nastya me contó de él.
—Sí. —Sonreí—. Nastya perdió un poco la cabeza cuando vino. Estaba tan celosa por… —Me callé por dos razones. Una, Irina también era mi amiga y se iría, se sentía horrible pensarlo. No soy una persona de muchos amigos y perder dos es demasiado, a eso sumemos a Aleksey y a Vladimir. Y la razón número dos, muchas de nuestras conversaciones fueron acerca de Lena y lo poco que le agrada a Irina.
—¿Por? —Insistió que completara mi oración.
—Irina y yo nos hicimos amigas y a Nastya no le hizo mucha gracia.
—Oh, ya veo.
—¿Qué? ¿Qué ves? —le pregunté después de escuchar el fastidio en su interrupción.
—Porque me detesta —explicó—. Es tu amiga, supongo que te encargaste de comentarle lo «despreciable» que soy.
Lo negué, pero ya sabemos que es así.
—¿Entonces? Seríamos tú, Nastya, Ruslán y yo. Podemos hacer una comida u otra pijamada.
—¿Con Ruslán?
—¿Por qué no? —me preguntó y bueno, tenía algo de sentido, Ruslán es una más de las chicas, claro que, cuatro en su cama, no íbamos a caber y hasta donde yo sabía, solo Aleksey y yo estábamos al tanto de sus gustos.
—Una comida podría ser, pero no, ni tú ni yo cocinamos muy bien y no vamos a meter a Nastya en la cocina en su despedida.
—Hmm… Yo puedo arreglar eso, pero me tomará unos días.
—¿Qué vas a hacer?
—Te lo contaré en unos días, sino veremos qué hacer. Dame el fin de semana —me dijo sin darme más detalles.
Lo que literalmente debían ser tres días se convirtieron en seis. El miércoles siguiente, llegó con la fabulosa noticia de que había conseguido chef y lugar de encuentro para la cena de despedida.
—¿Leo cocinará? —le preguntó Nastya, mientras almorzábamos en la cafetería—. ¡Genial!
—¿Conoces a Leo? —pregunté. Me sorprendió escuchar a Nastya decir su nombre con tanta familiaridad—. ¿De dónde?
—¿Recuerdas la noche de mi cumpleaños, cuando te dormiste en la cama de Irina?
—Nast… —Se entrometió Lena, nerviosa.
—Ajá, lo recuerdo.
—Ese día Lena me llevó al club donde Leo trabaja. Nos quedamos unas horas bailando y conversando con él.
—¿Salieron a bailar? ¡¿Sin mí?!
—En nuestra defensa estabas muerta —argumentó Lena.
—Bien muerta…
—Re muerta —repitió mi nueva amiga—. Además, tenía identificación falsa solo para Nastya.
—¿Nastya entró con identificación falsa?
—¿Cómo más iba a entrar? —contestó recordándome lo obvio—. La hizo un amigo. Fue mi regalo de cumpleaños.
Bien, eso sonaba perfecto. Así que mientras yo dormía, ambas se la pasaron de maravilla en el famoso club con Leo.
Leo, Leonardo, ¡Jesús, nuestro salvador! Él sería nuestro chef, y como si eso no fuese poco, tendríamos la casa de Lena a nuestras anchas porque Sergey, su papá, no quería tener que lidiar con Leo manipulando su cocina —o a su hija—, así que decidieron con Inessa, salir de la ciudad. Visitarían a Katia en San Petersburgo y regresarían el lunes por la mañana.
—Deberías hacerle una identificación falsa a Yulia ahora que yo me voy —sugirió Nastya, aunque creo que a Lena no le agradó la idea—, pueden salir a bailar de vez en cuando. Las dos… se divertirían mucho —Terminó de decir con unas risitas que terminaron cuando Ruslán se nos unió en la mesa.
Lena se pintó de colores y cambió de tema abruptamente. Era evidente que no quería que la acompañara al club, o que la vea hacer algo con alguien, ¿pero qué exactamente y con quién?
Lo que nos trae al día de hoy. Me levanté con ánimo como lo he hecho por las últimas dos semanas. Pasaría a recoger a mi copiloto favorita para llevarla a la escuela. Pasaríamos un buen día, yo molestándola y ella sonriendo de los momentos en la que la vieja Yulia aparecía. En la tarde iría por mi ropa al apartamento y en la noche nos veríamos en su casa para la dichosa cena preparada con las manos celestiales de su novio o su cualquier cosa, porque como no he leído el diario en dos semanas ya no tengo idea de cuál es su papel.
En fin. Llegué a su casa hoy en la mañana, quince minutos antes de lo usual. La esperé dentro del auto y lo vi llegar. Leo tiene un Mini Cooper de los antiguos, verde, lindo, demasiado pequeño para un mastodonte como él. Parecía como si alguien hubiera forzado a un troll dentro de una caja de cartón.
Se bajó cerró el auto, con la llave, no con un botón como es lo normal —así de viejo es su auto—, se acercó al timbre y, antes de presionarlo, Lena ya estaba recibiéndolo con un abrazo en la puerta de su casa. Un minuto después me escribía un mensaje para decirme que no hacía falta que pasara por ella. No me explicó el porqué, pero yo acababa de verlo con mis propios ojos.
Aleksey tenía razón. Después de presenciar uno de sus besos, no quiero ni imaginarme qué diablos hacen cuando están a solas.
Debo volver a leer ese diario, lo más pronto posible.
Chicas, cómo están? Me alegro que les esté gustando y que hayan esperado pacientemente... Una vez más, gracias por sus alentadores comentarios...
A todos, gracias por leer
Capítulo 26: Alguien ha tenido una sensación un poco graciosa e histerica??
"Oh, mierda", es lo que pensé esa noche al acostarnos a dormir.
Regresamos a la alcoba y vimos que Nastya se había deslizado hasta el filo izquierdo de la cama, dejándonos un espacio más cómodo para las dos.
—Odio el medio —susurré. No esperaba que me escuchara y se ofreciera a ser la carne del sándwich, pero al parecer lo hizo y se sacrificó. La dejé, mi claustrofobia por el calor es insoportable y no quería llenarme de ansiedad.
Lena se viró de costado, enfrentándome. Colocó su mano bajo su cabeza, acomodándose en la almohada, la otra yacía tranquila sobre el colchón. Sus ojos se cerraron y me deseó buenas noches, masticaba un chicle, ni idea cuando se lo llevó a la boca, pero hubiera sido un buen gesto que me ofreciera uno, yo también acababa de fumar.
Una hila de cabello rojizo caía sobre su cara. Era sutil, suave y parecía no molestarla. No la moví, aunque empezaba a fastidiarle. Me moría de ganas de colocarla detrás de su oreja con mis dedos, hacer que se sintiera cómoda.
Permanecí casi inmóvil mirándola. Ella continuaba masticando, era evidente que no dormía. Su respiración era discreta y pacífica.
"Lena es…"
—¿Estás incómoda? —balbuceó, interrumpiendo mi pensamiento. Imagino que sintió mi rigidez.
—Un poco. Voy a estrellarme contra el piso si me muevo un centímetro.
Sonrió.
—¡Quita esa cara que no me tirarás de la cama! —le reclamé entre susurros.
—¿Si hago algo, me prometes no darme un golpe?
—Si me tiras, recibirás varios golpes.
—Prométeme que no me darás un golpe… o varios —seguía hablando, aún con los ojos cerrados.
—Ya, bueno, qué…
Sin advertírmelo, pasó su mano suavemente por mi cintura, rodeándome hasta la espalda, asegurándome a su cuerpo.
—No te dejaré caer —fueron sus últimas palabras esa noche. No le tomó nada caer rendida en esa posición.
Para mí fue mucho más difícil dormir. Podía sentir su mano protegerme de ese abismo de cincuenta centímetros, sus dedos colados entre mi cuerpo y el colchón. No era incómodo, su mano estaba tibia y fija en mi espalda, su respiración profunda golpeaba en mi pecho, salía de sus labios entreabiertos, su aliento olía a hierbabuena y menta.
Pasó un tiempo hasta que buscó acomodarse en su mismo sitio, inconscientemente me apretó y se pegó aún más a mi cuerpo, descansando su frente en mi quijada.
El aroma de su cabello era dulce, agradable y cerré mis ojos tan solo para disfrutar la fragancia. Fue cuando los abrí de un solo golpe, helándome por completo porque…
"Oh, mierda… No me gusta Lena, no… ¡Qué no!"
Dormir después de eso, imposible. Pasé la noche confundiéndome entre la oscuridad, su olor y lo bien que me sentía con ella; con su proximidad, con su cuerpo tibio manteniéndome a la misma temperatura, con sus labios tan cerca de mi pecho.
Y entonces vino la etapa de auto convencimiento.
"No me gusta Lena. Es porque leí su diario y creo conocerla, pero no me gusta. Eso. No me gusta, podríamos ser buenas amigas y… Es el diario, sin duda. Si no sigo leyéndolo, este sentimiento se irá y punto. Además, eventualmente conoceremos a un chico lindo, divertido y apuesto que nos haga sentir todas esas cosas en el medio y por abajo. Lena no nos hace sentir esas cosas. Digo, es linda, sí, como negarlo, es muy linda… ¡Oh, mierda, ya empecé a dirigirme a mí misma en plural! Nos jodimos".
No tiene caso recordar lo que sucedió el sábado con las chicas. Mi plan de repetirme que no me gustaba Lena estaba funcionando. En la mañana, ya con la claridad del día y la compañía de Nastya, se me hizo más fácil distraerme de esas pequeñas cosas de Lena que me llamaban la atención. Llegué a casa en la noche y me forcé a no abrir ese cuaderno, por más que quería saber como continuaba. Antes necesitaba volver a la normalidad. Era ese diario el que me provocaba tanta empatía hacia ella y tenía que darme unas vacaciones de leerlo.
Dicho y hecho, el domingo, fui a primera hora a la bodega y lo dejé allí. Procuraría no ir durante la semana y así mantener la tentación lejos. Cerré la puerta con doble candado y fui a recoger a mi hermano a su casa, habíamos hecho planes para pasar la mañana en el muelle.
Gasté con él casi toda la mesada de la semana siguiente, pero nos divertimos, para qué voy a mentir. Nos repetimos dos veces la montaña rusa y los juegos de puntería. Perseguimos a un mimo para molestarlo hasta el final del bulevar, donde nos encontramos a un hombre construyendo cometas. Hace años que no jugábamos con una. Efim, el papá de Mikhaíl, es experto y cuando yo era niña me llevaba al parque para volar unas que él mismo construía. Hasta el año pasado conservaba algunas en mi habitación.
La que compramos ese día tenía varios colores y una cola muy larga. Bajamos por la rampa hasta las rocas e intentamos hacerla volar, pero ya dije que pasaron muchos años de la última vez que jugamos con una, no había forma de hacerla tomar altura.
—Lo están haciendo al revés —nos dijo un chico delgado que se nos acercó, riendo sin ánimo de burla. Estiró su mano para que se la entregue, moviendo sus dedos con insistencia cuando me rehusé.
—¡Quiero verla volar! —pidió Mikhaíl y le viré los ojos antes de dársela.
—Para que pueda ser atrapada por el viento deben pararse de espaldas a la corriente y sostenerla en la mano. —Se paró firme y se mojó el dedo con la lengua, apuntándolo al cielo para sentir la dirección de la brisa. Mi hermano hizo lo mismo, imitándolo—. Ahora, ¿ven como el viento mueve el papel? —nos preguntó y Mikhaíl entusiasmado le contestó que sí. Yo me limité a ver la interacción entre ambos—. Es momento de liberar un poco el hilo y que el viento la levante. Van soltando el agarre poco a poco hasta que sube y listo. —El chico le entregó el carrete a mi hermano y lo miró por unos segundos antes de acercarse a mí.
—Anatoli —mencionó guardando sus manos en los bolsillos de su bermuda, conservando la atención en el objeto volador propiamente identificado.
—Yulia —le respondí.
—Venir vestida de negro a la playa, no es la mejor idea, especialmente hoy.
—Vinimos a otras cosas, esto fue una distracción.
—Entiendo, pero debes estar asándote, ¿quieres una soda o agua?
—Debo llevar a mi hermano a su casa en unos minutos.
—¿Y luego qué harás?
—No tengo idea —le respondí, dejando la posibilidad abierta a una invitación. ¿Por qué no? No era como si tuviese un novio o me gustara Lena y ese chico no era un adonis, pero tampoco un tipo desgarbado, se me hizo simpático.
—Bueno, si quieres, puedes volver. Estoy con un grupo de amigos, nos quedaremos hasta la noche y haremos una fogata. Si te interesa estamos por allá. —Viró y me señaló el lugar. Tres chicas y otro chico más estaban sentados en unas sillas de playa, bebiendo cervezas heladas que sacaban de un cooler. Unas tablas de surf estaban clavadas en la arena y se escuchaba buena música salir de un parlante que tenían sobre una pequeña mesa.
—Lo pensaré.
—Bien, Yulia… Nos estamos viendo… quizá —dijo, sonriendo seductivamente, girando sobre su pie y marchándose hacia sus amigos.
—¿Conseguiste una cita? —me preguntó mi hermano, metiéndose en asuntos ajenos.
—Ya vámonos o tu papá va a empezar a preocuparse —le respondí. Guardamos la cometa y empezamos a caminar a la rampa nuevamente.
Regresé la vista en dirección a Anatoli y su grupo de amigos, me dio gusto ver que me observaba, aún con esa sonrisa pícara, sin reaccionar para no delatar mi presencia y abochornarme con sus amigos. Solo a mí se me ocurre ir de negro a la playa.
Mantuve mi vista en él, siguiendo el sendero de la mano de mi hermano y lo vi perder el contacto haciéndose a un lado después de que un hombre fornido y alto saliera del mar con una chica subida en su espalda. Ella parecía no pesar ni un kilo por la facilidad que él tenía al cargarla, y así mismo la soltó sobre la arena delicadamente, separándose con un simple beso en los labios. Una de las chicas le acercó a ella una toalla con la que escurrió su cabello y entonces la reconocí. Era nada más y nada menos que Lena, porque claro, ahora que está metida en mi cabeza con signos de pregunta por todos lados la veo hasta en la sopa.
Luego de dejar a mi hermano en su casa, volví a la mía con toda la parsimonia que traía mi cuerpo para aquel entonces.
Odio este apartamentucho, de verdad lo odio, y tenía una invitación a pasar una agradable tarde en la playa con un perfecto desconocido que se acercó a mí con todo el propósito de abordarme.
Suelo evitar ese tipo de eventos, o al menos dejar claro que prefiero estar sola. Mi buen humor y cara angelical me lo facilitan, sin embargo, ese domingo dejé que alguien se me acercara, le permití hacer su propuesta… y no le dije que no.
Anatoli es un chico simpático, amable, atento en la medida necesaria. No me dio la mano, cosa que detesto; no se acercó a querer plantarme un beso en la mejilla, algo que aborrezco aún más; o se quedó mirándome las lolas como si mis ojos estuviesen allí, en medio de cada una. Bueno, tampoco es que me vio a la cara cuando habló conmigo, prefirió mirar al horizonte y enfocarse en la cometa. De todas formas, agradezco ese detalle. Me parten en dos los chicos que vienen a idolatrarme. «Eres hermosa», «tus ojos son tan profundos como el mar, tan claros como el cielo», «tu piel un poco bronceada me encanta». ¡Aj, Dios, no soporto esas atenciones! Pero él no actuó así, llegó, me reprendió con gracia mi inutilidad con la cometa, se acercó y dijo su nombre sin preguntarme el mío, y luego se burló de mi vestimenta, sin importarle si me molestaría. Sin insistir demasiado me invitó a pasar con él y sus amigos, fue perfecto. Me gustan los chicos así, es una de las razones por las que duré tanto con mi novio… ex novio.
Y tal vez ese era mi problema, aún tenía en la cabeza la idea de que era muy pronto para iniciar cualquier tipo de relación. No había pasado más de diez días desde que Aleksey y yo terminamos
—nueve, para ser exactos— y no quería forzarme a nada tan solo para quitarme a Lena de la cabeza.
Me lo repetí toda la tarde: «No me gusta Lena». Me tranquilizaba estar con ella, pero no estaba buscando encontrar paz «en ella». Sucedió porque me sentí identificada con mucho de lo que leí, con eso de sentirse perdido, de no pertenecer, de tener problemas. Nada más. No me gustaba Lena, punto.
Aún así, no volví a la playa esa tarde. Mi cabeza estaba en demasiados lugares a la vez. No sería buena compañía y uno de los objetos de mi confusión estaba allí con él.
Al día siguiente, durante el almuerzo, evité sentarme con los chicos. Aleksey no estaba, no fue por eso. Mi ex compartía un burrito con su nueva novia en otra mesa. Tanya, castaña, delgada, de ojos rasgados color café; su novia. Lo dejó clarísimo cuando llegaron tomados de la mano y la besó en medio de la cafetería. Ella es… dulce y simpática; es buena persona y muy inteligente. Trabajamos juntas el año pasado en una actividad escolar y, a pesar de que era una novata de primer nivel, cumplió su papel a la perfección, con detalle y cuidado, estudiando su parte.
Él la quiere, se le nota, estaba feliz. Sonreía y tenía ese brillo en la mirada que tanto me gustaba y que ya ni recordaba que un día tuvo conmigo. Las cosas que se pierden con la costumbre. Fue con ella con quien me engañó, la chica que Lena vio, Tanya.
Alyósha siempre fue amable y bien intencionado, nunca doble cara. Era el tipo de amigo que siempre estaba ahí, que te escuchaba a la madrugada, que te daba ánimos, que te brindaba su hombro y trataba de hacerte reír. Quizá aún es ese tipo de chico, solo que no conmigo… o con Lena.
Sé que él me quiso y mucho, tal vez aún me quiere… en el fondo. Al menos quisiera pensar que es así, porque, a pesar de todo lo que me hizo, yo lo quiero a él, lo extraño. Me duele no poder acercarme en las mañanas, jugarle una broma que solo él entendería, verlo sonreírme. ¡Dios, cómo me gustaba su sonrisa! Me pesa no poder llamarlo aunque sea mi amigo.
—Es linda —me dijo Ruslán, sentándose a mi lado en el barandal de cemento de la cafetería. Miraba en la misma dirección que yo.
—No es… taaan linda.
—Yo creo que sí, muy linda —repitió con pena.
No sabía si tener más lástima por su realidad o por la mía. Aleksey era mi novio, lo fue por dos años. Me engañó, pero yo lo tuve. Él no. Nunca me fijé si Ruslán nos miraba como yo lo hacía en ese momento, con nostalgia, con ese peso en el pecho porque no hay nada entre nosotros. Debe haber sido duro, muy duro. No podía imaginarme como se sentía estar obligado a ver a la persona que te gusta con alguien más. Oírlos reír, verlos besarse, abrazarse, presenciar su felicidad, mientras tú te mueres por un poco de su atención y darías lo que fuera por ser esa persona… lo que sea.
Los miré durante largo rato. No separé mi vista por un segundo y me di cuenta que yo era tan responsable como él. Aleksey y yo tenemos diecisiete años, deberíamos tener problemas simples. Las tareas, las calificaciones, si amanecimos de mal genio, si no nos dieron lo que queríamos como desayuno. No si tendremos o no dinero para el almuerzo, o aguantarnos las caras largas porque no pudimos ir al cine, o esperar a que él, en lugar de salir con sus amigos, tuviera que quedarse conmigo, escuchando como odio al novio de mamá, como odio la casa en la que vivo, como odio el sonido de los grillos en la noche, como odio tener que caminar todos los días al estacionamiento más de cinco cuadras, como odio la vida y todo lo que odio, hasta a veces como lo odiaba a él.
La situación por la que estoy pasando no es fácil ni algo que yo busqué, pero mi actitud es mía y solo mía. Me volví apática, amargada, aburrida, entre otras cosas. Acepto no darle nada a cambio, salir con él para huir de mi realidad, buscarlo cuando me era conveniente; fui interesada, manipuladora y cruel. Aleksey se quedó conmigo, quizá esperando que el mal rato pase, que yo vuelva a ser la chica que él quería y no sucedió. Encontró lo que yo me negué a darle en alguien más, se sintió feliz, vivo; se dejó llevar.
¿Es tan malo eso? ¿Es tan malo querer ser feliz?
No lo justifico. Pudo hacer mejor las cosas, ser sincero, terminar conmigo, pero ¿es tan malo volverse a enamorar?
—¿Crees que es pronto? —le pregunté a Ruslán.
—¿Que esté con alguien más?
—Mhmm —contesté asintiendo, mi vista aún fija en la nueva pareja de la escuela.
—No te enojes, pero creo que no. Ustedes hace tiempo que… Lo siento.
—No, tienes razón. Hace tiempo que… no somos ni amigos.
Y entonces volvió a mí la pregunta. Es demasiado pronto iniciar una relación. No necesariamente una seria, hablaba de salir con alguien nuevo, de querer ser feliz, de explorar.
Mis ojos divagaron hacia otro lugar, Lena. Sonreía con Nastya, como siempre lo hace, comiendo unas papas fritas. Alzó la vista encontrándome demasiado seria y fingió tan mal un ceño fruncido que me sacó una suave carcajada. Ladeó su cabeza señalando el asiento vacío a su derecha y extendió, a ese mismo lado, su plato con papas.
—¿Vamos? —me preguntó Ruslán, viendo la invitación.
—Sí…, vamos.
Pero que quede claro, no me gusta Lena. Así que decidí dejarme llevar... por algunas ideas fijas. Pero, ¿qué son?
Esto, esto es lo que son o, mejor dicho, en esto se convierten.
«No me gusta Lena», idea fija y forzada, fácil de entender: no-me-gusta-Lena, no me gusta, no-me-gusta.
¿Fácil, no? Pues, no.
Hoy, 23 de octubre, el día más importante en la historia del…
No seamos dramáticos, es relevante, pero no pongamos al día en un pedestal. Tan solo descubrimos que nos gusta Lena, eso es todo.
Ahora, hagamos un simple recuento de estos días, hagámoslo porque yo y mis voces interiores necesitamos entender qué mierda pasó con la simple idea de: «no me gusta Lena». Tan linda y fenomenal idea.
Todo comenzó con otra idea fija, una con la que desperté el martes 13 de octubre, y vamos a ser exactos aquí, porque necesitamos precisión en las fechas, es súper importante. Martes 13, como él número lo indica, ¡trece!
Desperté, me dolía el cuello y era temprano. Si no hubiese sido por mi maldito pescuezo y la incomodidad de mi sofá (no cama), seguro no se me ocurría la magnífica idea que me trajo hasta aquí.
Entré en la ducha y abrí el agua caliente al tope, dejándola golpear con toda su fuerza sobre mi nuca. Tenía solo cinco minutos para bañarme o me terminaría toda el agua caliente. El vapor llenó de inmediato el diminuto cubículo. Me sentía como estar en medio de una nube caliente, flotando en el cielo, ¡y así no deben tomarse las decisiones!
Voy a excusarme y a decir que, pensar cuando no puedes ver con claridad a tu alrededor, es un error. Es como si estuvieses soñando, no cuenta. Como cuando, en medio de ese sueño, dices: «si salto de azotea en azotea puedo llegar más rápido a la escuela». En ese momento la idea es fantástica, además de ser totalmente factible. Lo haces, saltas y saltas y, en dos patadas, llegaste. Pero esos pensamientos en la vida real no aplican…, así sean factibles.
"Debo pasar a recogerla", pensé.
Estúpida y loca idea. ¿Qué ganaba haciéndolo? Nada, porque Yulia Volkova no es chofer y Lena no me lo había pedido. Ella no necesitaba que pase a recogerla, tenía sus propios medios llamados BMDoble pie.
"Pero debería", concluí. "Bien, la paso a recoger. Si no está en casa, es una señal. Si la encuentro es porque… tenía que ser", me convencí y, después de alistarme muy rápido, emprendí el camino.
—Si se te va a hacer costumbre venir a buscarme, cubriré la mitad de la gasolina —me informó al subir a mi auto, tres días después.
—No hace falta.
—Hace.
—Que no.
—Lo haré o no me encontrarás el lunes.
—¿Por qué estás tan segura de que vendré por ti el lunes? —le pregunté, sin quitar mi vista de la carretera, con toda la intensión de hacerla dudar—. Estos días me dio pena de que caminaras. El clima ha estado… frío.
Ella me miró y sonrió. Después de unos minutos, volvió a hablar:
—Nastya ha pasado feliz toda la semana.
—Lo he notado. Falta poco para su viaje.
—La extrañaré mucho —comentó. Sentí melancolía en su voz y un dolor en mi pecho.
No dije nada. Imposible que ella la extrañe más que yo, o por lo menos de la misma forma. Pero seamos justos, Nastya es su mejor amiga, la extrañará.
—Estaba pensando en que deberíamos planear algo para su despedida —dijo, robándome la idea.
—De acuerdo, aunque será difícil hacer una reunión con todos. Nastya está muy molesta con Alyósha y Vova, no se diga yo… y tú.
—Sí, lo pensé. Aparte Irina me odia, así que descartémosla a ella también.
—Supongo que ellas harán su propia despedida. Irina se irá a Rostov una semana después que Nastya.
—Ah, sí.
—Regresará a la ciudad, va a ponerse un negocio con su ex novio, más novio que cualquier novio.
—Ah, Fyodor.
—¿Lo conoces?
—Nastya me contó de él.
—Sí. —Sonreí—. Nastya perdió un poco la cabeza cuando vino. Estaba tan celosa por… —Me callé por dos razones. Una, Irina también era mi amiga y se iría, se sentía horrible pensarlo. No soy una persona de muchos amigos y perder dos es demasiado, a eso sumemos a Aleksey y a Vladimir. Y la razón número dos, muchas de nuestras conversaciones fueron acerca de Lena y lo poco que le agrada a Irina.
—¿Por? —Insistió que completara mi oración.
—Irina y yo nos hicimos amigas y a Nastya no le hizo mucha gracia.
—Oh, ya veo.
—¿Qué? ¿Qué ves? —le pregunté después de escuchar el fastidio en su interrupción.
—Porque me detesta —explicó—. Es tu amiga, supongo que te encargaste de comentarle lo «despreciable» que soy.
Lo negué, pero ya sabemos que es así.
—¿Entonces? Seríamos tú, Nastya, Ruslán y yo. Podemos hacer una comida u otra pijamada.
—¿Con Ruslán?
—¿Por qué no? —me preguntó y bueno, tenía algo de sentido, Ruslán es una más de las chicas, claro que, cuatro en su cama, no íbamos a caber y hasta donde yo sabía, solo Aleksey y yo estábamos al tanto de sus gustos.
—Una comida podría ser, pero no, ni tú ni yo cocinamos muy bien y no vamos a meter a Nastya en la cocina en su despedida.
—Hmm… Yo puedo arreglar eso, pero me tomará unos días.
—¿Qué vas a hacer?
—Te lo contaré en unos días, sino veremos qué hacer. Dame el fin de semana —me dijo sin darme más detalles.
Lo que literalmente debían ser tres días se convirtieron en seis. El miércoles siguiente, llegó con la fabulosa noticia de que había conseguido chef y lugar de encuentro para la cena de despedida.
—¿Leo cocinará? —le preguntó Nastya, mientras almorzábamos en la cafetería—. ¡Genial!
—¿Conoces a Leo? —pregunté. Me sorprendió escuchar a Nastya decir su nombre con tanta familiaridad—. ¿De dónde?
—¿Recuerdas la noche de mi cumpleaños, cuando te dormiste en la cama de Irina?
—Nast… —Se entrometió Lena, nerviosa.
—Ajá, lo recuerdo.
—Ese día Lena me llevó al club donde Leo trabaja. Nos quedamos unas horas bailando y conversando con él.
—¿Salieron a bailar? ¡¿Sin mí?!
—En nuestra defensa estabas muerta —argumentó Lena.
—Bien muerta…
—Re muerta —repitió mi nueva amiga—. Además, tenía identificación falsa solo para Nastya.
—¿Nastya entró con identificación falsa?
—¿Cómo más iba a entrar? —contestó recordándome lo obvio—. La hizo un amigo. Fue mi regalo de cumpleaños.
Bien, eso sonaba perfecto. Así que mientras yo dormía, ambas se la pasaron de maravilla en el famoso club con Leo.
Leo, Leonardo, ¡Jesús, nuestro salvador! Él sería nuestro chef, y como si eso no fuese poco, tendríamos la casa de Lena a nuestras anchas porque Sergey, su papá, no quería tener que lidiar con Leo manipulando su cocina —o a su hija—, así que decidieron con Inessa, salir de la ciudad. Visitarían a Katia en San Petersburgo y regresarían el lunes por la mañana.
—Deberías hacerle una identificación falsa a Yulia ahora que yo me voy —sugirió Nastya, aunque creo que a Lena no le agradó la idea—, pueden salir a bailar de vez en cuando. Las dos… se divertirían mucho —Terminó de decir con unas risitas que terminaron cuando Ruslán se nos unió en la mesa.
Lena se pintó de colores y cambió de tema abruptamente. Era evidente que no quería que la acompañara al club, o que la vea hacer algo con alguien, ¿pero qué exactamente y con quién?
Lo que nos trae al día de hoy. Me levanté con ánimo como lo he hecho por las últimas dos semanas. Pasaría a recoger a mi copiloto favorita para llevarla a la escuela. Pasaríamos un buen día, yo molestándola y ella sonriendo de los momentos en la que la vieja Yulia aparecía. En la tarde iría por mi ropa al apartamento y en la noche nos veríamos en su casa para la dichosa cena preparada con las manos celestiales de su novio o su cualquier cosa, porque como no he leído el diario en dos semanas ya no tengo idea de cuál es su papel.
En fin. Llegué a su casa hoy en la mañana, quince minutos antes de lo usual. La esperé dentro del auto y lo vi llegar. Leo tiene un Mini Cooper de los antiguos, verde, lindo, demasiado pequeño para un mastodonte como él. Parecía como si alguien hubiera forzado a un troll dentro de una caja de cartón.
Se bajó cerró el auto, con la llave, no con un botón como es lo normal —así de viejo es su auto—, se acercó al timbre y, antes de presionarlo, Lena ya estaba recibiéndolo con un abrazo en la puerta de su casa. Un minuto después me escribía un mensaje para decirme que no hacía falta que pasara por ella. No me explicó el porqué, pero yo acababa de verlo con mis propios ojos.
Aleksey tenía razón. Después de presenciar uno de sus besos, no quiero ni imaginarme qué diablos hacen cuando están a solas.
Debo volver a leer ese diario, lo más pronto posible.
RAINBOW.XANDER- Mensajes : 1950
Fecha de inscripción : 19/09/2016
Edad : 22
Localización : Buenos Aires
Re: EL DIARIO (ADAPTACION) // RAINBOW.XANDER
Hola
que buen capitulo
cada vez un avance
con los sentimientos de Yulia
espero pongas continuacion
pronto
que buen capitulo
cada vez un avance
con los sentimientos de Yulia
espero pongas continuacion
pronto
andyvolkatin- Mensajes : 576
Fecha de inscripción : 27/05/2015
Re: EL DIARIO (ADAPTACION) // RAINBOW.XANDER
En verdad de todas las historias q e leído la personalidad de esta Lena tan sobria es la q mas me gusta y siento q es la q mas se parece a la verdadera.... Me encanta sigue.....
Nieves- Invitado
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