EL DIARIO (ADAPTACION) // RAINBOW.XANDER
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Re: EL DIARIO (ADAPTACION) // RAINBOW.XANDER
Hola chicas, les dejo un nuevo capítulo que espero disfruten
Saludos!!
Capítulo 27: Corriente Eléctrica
—¡Yulia! —Nastya llegó dando saltos en mi dirección, bueno, en la dirección de su casillero, pero decía mi nombre y eso me molestaba. Todo me molestaba.
—¡No!
—¡Vamos, Yulia! Hoy es la cena y comeremos algo delicioso no lo dudo, además conocerás a Leo.
"Gracias, ya conocí al mastodonte, rubio y ¡hermoso!", pensé, porque lo es y eso me molestaba infinitamente. Leo es… una versión más madura y atractiva de THOR. No tiene esa cara angelical de niño, pero es alto, fornido como él. Su cabello largo le quedaba muy bien, igual que su look ligero, despreocupado, con una barba que… Dios, si no fuera porque lo vi besando a Lena habría pensado que era el tipo perfecto… físicamente hablando, por supuesto. ¿Qué tal si su voz sonaba a ardilla? Todo se iba al diablo.
—¿Por qué estás tan enojada? ¿Viste a Aleksey? Eso me enojaría mucho. Por suerte no viene hoy noche a la casa de Lena.
—No, vi algo que… me molestó y no sé ni por qué.
—¿Qué viste? Tal vez te pueda ayudar a descubrir el porqué.
—No puedes, Nastya.
—Pero dime qué viste, así lo sabremos.
—¡Ajjj, que no hay nada que puedas hacer! —le contesté—. No sé ni por qué me molestó tanto. No es como si me importara… nadie.
—Bueno, pero si estás así de enojada es por algo, si sabes qué es tal vez te relajes y solo vas a hacerlo hablando. Ahora, cuéntame —insistió, suspiré con cansancio. Era una batalla que no iba a ganar.
—Vi a un chico besarse con una chica. Ya, ¿contenta?
—Viste a Aleksey, lo sabía.
—¡Que no es Alyósha!
—¿Segura? —me preguntó y casi la incinero con la mirada—. Okey, ¿y te gusta ese chico?
—No, ni lo conozco.
—¿Y… te gusta esa chica?
—¡¿Qué?! ¡Por supuesto que no! A mí no me gustan las chicas, Nastya.
—¿Cómo sabes? Lena dijo que tampoco sabía que le gustaban las chicas hasta que conoció a su amiga Marina. Tal vez a ti te guste…
—¡No soy lesbiana!
—Puedes ser bisexual o pandasexual.
"Dios, cuando a Nastya se empeña en algo se empeña".
—Es pansexual, no pandasexual. Y no lo soy tampoco.
—Okey y ¿por qué te molestó que ella se bese con el desconocido?
—No lo sé. Ella no me gusta.
—Lena es linda, te podría gustar.
—¡¿Qué?! ¡¿Quién habló de Lena?! —le pregunté, porque mi amiga no era psíquica, no que yo supiera, y su inferencia era demasiado acertada.
—No has dejado de verla desde que llegó y fue a su casillero. Ni siquiera me has visto a mí y estamos conversando hace vaaarios minutos.
Volteé hacia mi amiga. No llevaba puesto su típico vestido, o su saco de hilo de color rosa. Hace tiempo que no la veía con unos jeans negros, con una remera amarilla brillante y unos zapatos de lona del mismo color. Su cabello resaltaba más con esa vestimenta
—¿Te gusta? —me preguntó.
—¡¿Lena?!
—No, boba, mi atuendo de hoy. Irina lo escogió. Acordamos que ella elegiría mi ropa hasta el día que me vaya.
—¿Por qué haría eso? Tú sabes vestirte sola.
—Sí, pero Irina quiere que sea más arriesgada, que experimente.
—No creo que sea una buena idea.
No es que Nastya no luciera bien con lo que traía puesto, es que Irina está un poco loca y puede ser tan cruel como yo, hasta con sus amigos.
—Prometió no elegir cadenas o mandarme solo con ropa interior.
—Bien —le dije, volteando a mi derecha una vez más. ¡Fue inconsciente lo juro! Maldito cerebro traicionero.
—Hola, ¿emocionadas por la cena de hoy? —Nos saludó Lena. Yo buscaba en su cuello algún rastro de actividad sexual, digo un chupón o algo… o… algo.
"Tiene un lindo cuello, largo, lindo".
—Yulia, estás bien? —me preguntó, pasándose la mano por el lugar donde yo había fijado la mirada.
—Sí, bien… Tienes una pelusa en el hombro —me justifiqué— y me acerqué a «quitársela».
—Gracias. —Me sonrió. Nastya soltó una risita nada discreta y la jalé hasta la clase.
Durante el resto del día pasé divagando entre ver a Lena y ver a Nastya, mientras pensaba ¿por qué me molestaría el beso? Ese beso. Entre esas dos personas.
"Si todavía me gustara Aleksey y lo encontrara besándose con alguien, ¿me molestaría? Sí, lo haría, lo ha hecho antes, cuando todavía me importaba como novio, y sí, eso me pondría de este genio. Pero a mí no me gusta Lena… Acordamos que no nos gusta Lena, pero tal vez a una parte de nosotros… ¡Basta con el plural!… Pero es una posibilidad… ¡Que no!… Ya, ya, a ti no, Yulia de piedra… ¡Cállate subconsciente!".
—El yin y yang. —Escuché a la maestra decir a lo lejos—. Representa una dualidad; cómo fuerzas contrarias son en realidad complementos y tienen una interconexión en el mundo natural—. Yulia, ¿puedes darnos un ejemplo?
No estaba concentrada en la materia. Lo que acababa de preguntarme no se había registrado con lógica en mi mente. Mis pensamientos estaban ocupados discutiendo.
—Lena y yo —contesté, llamando la atención de todos los presentes.
La clase entera se calló, expectante a una explicación. Su mirada clavada en mí, esperando por varios segundos. Mis ojos gravitaron hacia la chica en cuestión, tenía un gesto indescifrable en el rostro, sus cejas fruncidas hacia abajo, sus labios apretados y su quijada levantada, sacando un puchero casi imperceptible. No parecía enojada, pero si curiosa por mi respuesta.
Mi mente estaba en blanco. Había hablado del estómago, lo primero que pasó por mi boca, nada que haya analizado, nada que tuviera sentido. Tenía nuestros nombres atorados en la garganta, necesitaban ser escupidos al aire, ser libres por ahí, fuera de mí.
—Creo que lo que Yulia quiere decir es que ellas son dos fuerzas opuestas que se ayudan y encuentran equilibro juntas —respondió Nastya por mí. Las miradas de nuestros compañeros y maestra cambiaron a ella, junto con la mía—. Lena es el yang, la luz; Yulia el yin, la oscuridad. Pero son buenos complementos, por ejemplo cuando cantan. ¿Las han oído cantar? Son perfectas como dúo.
La clase seguía esperando una explicación más lógica o más filosófica, el silencio continuaba. La maestra no tenía idea de como seguir con su clase o contestar lo que acababa de escuchar.
—Yulia es la tranquilidad y Lena es la tormenta… —Nastya volvió a hablar.
—¿Yulia?, ¿la tranquilidad? —preguntó Vladimir, interrumpiéndola con unas risitas que fueron seguidas por algunos de nuestros compañeros.
—Yulia es una persona muy calculadora, Vova —le contestó—, y eso no es malo, Yulia —dijo dirigiéndose a mí por un segundo, regresando luego su mirada a la clase—. Ella puede idear el plan más detallado que una persona pueda imaginar y para eso se necesita pensar en frío, hasta para insultar con estilo, como es su costumbre. Y esto tampoco es malo, Yulia —volvió a dirigirse a mí. Lena la veía aún más extrañada—. Y Lena, pues ella es más explosiva, ella no piensa mucho de principio, es más activa. Y eso no es malo, Lena —dijo virando en su dirección—. Pero ¿las han visto juntas? Porque yo lo he hecho y son un buen equipo. Lena suelta las ideas, Yulia las analiza, Lena suelta más ideas, Yulia construye una mega idea, Lena realiza la idea, Yulia se lleva el crédito… y así.
Con eso último me hizo sonreír y a la maestra despertar finalmente de su trance.
—Nastya tiene razón en muchas de sus aseveraciones, chicos. Cada uno tiene al yin y yang adentro, actuando, desarrollando nuestros pensamientos. Un claro ejemplo de eso es nuestra conciencia. ¿Alguna vez se han preguntado de dónde sale la idea de la «buena» conciencia que se sienta en nuestro hombro derecho y de la «mala» conciencia que se sienta al izquierdo?
—¿Como en las caricaturas?
—Precisamente, Nastya. Son el yin y yang jugando en nuestro pensamiento, ayudándonos a tomar decisiones. Cuando nuestra parte arriesgada quiere hacer algo, nuestra parte calmada busca posibles escenarios de peligro y nos advierte de lo que estamos por hacer. Por el contrario, cuando estamos demasiado tranquilos, nuestra parte activa nos despierta, nos pone de pie —explicaba la maestra con ímpetu, lo que Nastya había dicho, la emocionó—. Lo que su compañera destaca es una de las partes más importantes en las relaciones humanas, tanto en la amistad como en el amor. No es una casualidad la existencia del dicho: «los opuestos se atraen».
Y otra vez volvíamos al: «Lena y yo». ¿Eso éramos, fuerzas opuestas que se atraen? ¿El yin y el yang?… Nada más.
Cuando el timbre sonó y terminó el día de clases, corrí a la bodega más rápido que humano en apocalipsis zombi, ya que estamos en esa época del mes. Necesitaba el diario. Estaba más que confundida de por sí, para además tener dudas de quién mismo era Leo; su novio, su amante, su amigo con derechos, el premio de la lotería, ¡¿qué?! Porque hasta donde yo sabía, Lena nunca me dijo que era su novio, pero… Tenía que saberlo. No iría a casa de mi amiga que «no me gusta» a enfrentarme con una realidad que desconocía. Aún tenía cuatro horas para empaparme de información.
"Bien, ¿dónde me quedé?", pensé al hojear el ya conocido cuaderno. Me salté todo lo que tenía que ver con su estadía en no sé donde y varias después que no hablaban nada de lo que sucedió con Aleksey. Salté hasta la entrada del 22 de agosto, un día después del cumpleaños de Vladimir.
Entrada número cuarenta y dos del diario.
22 de agosto, 2015
Castigada eternamente según mis padres, por estar en «cosas» que no debo.
¡Ajj, me lleva el demonio! Lo único que hice fue pedirle que sea sincero. Él decidió no serlo, él escogió la alternativa. Es un idiota. Nunca más volveré a confiar en él.
¿Qué diablos hizo? ¿Me siguió? ¿Qué más sabe?, ¿lo de mi madre?, ¿lo de Svetlana?
"¿Svetlana? ¡¿Otra chica más?!", pensé indignada.
—Eres menor de edad y en esta casa se hace lo que yo digo —dijo papá con la boca llena de hipocresía, ellos saben que no es así. No tengo diecisiete años, no soy la niñita virginal que ellos quieren tener de trofeo.
"Lena cree que no tiene diecisiete años, check. No tengo idea por qué lo dice, pero este no es el momento de leer las entradas pasadas, lo descubriré después. Si no morí durante dos semanas por no saberlo, no voy a hacerlo ahora".
—¿Quién es? —insistió mamá. ¿Quién es? ¿Quién es? ¿Quién es?
Como si se los fuese a contar, para que me prohíban verlo o lo demanden por abuso de «menores». Jamás conocerán a Leo, nunca.
—¡Dame tu teléfono! —demandó papá. Me negué— ¡Dámelo!
—¡No tienen derecho! —grité, sintiéndome acorralada, violentada por su actitud, por sus mentiras y exigencias absurdas—. ¡Es mi vida!
—¡Eres nuestra hija y yo no voy a permitir que un hombre adulto abuse así de mi bebé!
Yo no soy su bebé, no soy ni siquiera su hija, no soy nada para ellos. ¿Qué diablos quieren de mí? ¿Por qué estoy aquí, en esta casa, en esta familia?
—De hoy en adelante no saldrás de esta casa, apenas dejarás tu habitación para comer…
—¡Tengo un trabajo y no voy a renunciar por esta locura!
—¡No tienes opción! —gritó papá al tope de sus pulmones, obligándome a retroceder unos pasos—. ¡Tendrás un trabajo cuando te gradúes de la universidad, mientras tanto te quedarás en casa, cuando entres a la escuela saldrás allá, vigilada, y regresarás de la misma forma a seguir encerrada!
—¡Yo no soy un animal de circo, y mi habitación no es una jaula!
—No, pero eres mi hija y yo no voy a dejar que un depravado te toque un pelo.
—¡No es un depravado!
—¿Es tu novio? —se atrevieron a preguntarme y qué iba a decirles: ¿No, no lo es? Me callé—. ¿Dónde lo conociste? ¿Qué hace de su vida? ¿Qué diablos has hecho con él?
—Ese es «mi» problema —les aclaré.
—Estás muy equivocada. Ese es problema nuestro y de este tipo.
—¡Jamás sabrán quién es, así yo no lo vuelva a ver! ¡Jamás!
—¡Perfecto, no lo verás porque no saldrás de esta casa en los días que te queden de vida! —concluyó papá, enviándome a mi pieza de inmediato. Mamá se quedó callada casi todo el tiempo, manteniéndose firme junto a mi padre.
Al menos no me quitaron mi celular, pero tendré que llevarlo conmigo hasta a la ducha porque no dudo de que quieran confiscármelo, o mi computador.
"Denso, sin duda. Lo que Aleksey le hizo estuvo tan mal. La engañó, la siguió, la extorsionó, tan solo porque ella le demandó que haga lo correcto conmigo. Y luego la hundió, como el maldito Titanic, imbécil", pensé y pasé a la siguiente entrada.
Entrada número cuarenta y tres.
23 de agosto, 2015
Tuve que enviar un email solicitando una semana de permiso por enfermedad en el trabajo. Esperando con todas mis ganas que en unos días mis padres se calmen y me dejen volver a ver la luz afuera de mi ventana.
Hablé con Leo también. Le dije que estaba en problemas pero no mortales, que le contaría los detalles cuando nos volvamos a ver. Se preocupó, me dijo que iría a buscarme donde sea, me preguntó sobre lo que sucedió, insistió en que se lo cuente, le respondí que si lo hacía podía meterlo en problemas a él y conmigo bastaba. Fue dulce, dijo que poco le importaban los líos que tuviese que enfrentar, que estaba a mi lado, sea como sea.
Pero yo no puedo hacerle eso. Legalmente mi acta de nacimiento dice que tengo diecisiete años, que mi nombre es el que mis padres me pusieron. Discutir mi identidad verdadera y la legalidad de mi consentimiento, serían dos cosas muy complejas de lograr si es que mis padres lo demandaban por violación de menores.
No los entiendo, de verdad que no. Ellos, así no me lo digan, saben que yo ya soy mayor de edad, lo soy desde antes de conocer a Leo. Lo que he hecho con él es mi decisión. ¿Por qué pelean con ellos mismos en esto? Quizá Svetlana tenía razón y yo debería hablarles, explicarles lo que sé, cómo lo supe, exigirles una explicación, dejar esta estupidez de mi castigo a un lado.
En unos minutos estará listo el almuerzo y sé que ellos me esperan con mil preguntas, con miradas de desaprobación, con inferencias de mi relación con Leo y cómo inició todo.
Maldito seas… ex amigo, esto no te lo voy a perdonar.
Entrada número cuarenta y cuatro.
24 de agosto, 2015
Mamá entró a mi habitación ayer en la noche. Me trajo un mousse de chocolate, mi postre favorito. Se sentó y tranquilamente me preguntó algunas cosas.
—¿Dónde lo conociste?
—En una fiesta —le dije, no le especifiqué de qué tipo, ni en dónde.
—¿Qué sientes por él?
—Me agrada, es divertido y generoso. Le quiero, mucho.
—¿Lo amas?
—Le quiero, dejémoslo ahí.
—¿Entonces no son novios?
"Buena pregunta Inessa, buena pregunta. ¡Vamos, Lena, dilo ya!", pensé. Comenzaba a desesperarme.
—No. —Fue lo único que le contesté.
—¿Están usando protección?
La conversación se ponía más incómoda con cada pregunta. Mamá y yo no hemos tenido «esta» charla en particular… en la vida y, la verdad, no esperaba hacerlo bajo estas circunstancias. Le dije que visité a una ginecóloga hace unos meses y estoy con tratamiento anticonceptivo. Ella insistió en preguntar si estábamos usando condones y le dije que sí. Claro que no le conté sobre el susto que tuve hace unos días.
"¡¿Qué?! ¿Susto? ¿Lena pensó que estaba embarazada? Bueno, no importa… mucho. ¡Diablos! Debería leer esto en orden. Pero no tengo mucho tiempo. Mañana, listo, mañana leo lo que me salté".
—¿Te está presionando de alguna manera? —Inquirió, muy seria y era evidente que le costaba mucho esperar por mi respuesta.
—No, mamá. No me presiona, no me ha hecho daño. Él… no sabe que yo… Él cree que tengo diecinueve años.
—Así que le mentiste, él no tiene idea de en qué está metido.
—Mamá…
—¡Quieres que te tratemos como una chica madura y te comportas como una niña! Él tiene derecho a saber que está violando la ley porque la inconsciente de su «amiga» —puntualizó despectivamente—, lo engañó.
No le dije nada. La dejé criticarme, reprimirme, decirme que ninguna hija suya fue criada para engañar de esa manera, para poner en peligro la seguridad e integridad de otra persona, que lo que había hecho estaba mal por todo lado que lo vea, que debía terminar la relación cualquiera que fuere, aclararle la situación y permitirle ser libre del lío. Tenía razón en que mentí, en todas esas cosas menos en una. Yo soy mayor de edad, biológicamente lo soy. Legalmente pueden protestar, pero sin justificación, porque ellos conocen la verdad. El detalle es que creen que yo no lo sé y eso cambia todo.
Si quiero proteger a Leo, debo hablar con mis padres sobre lo que descubrí. Debo hacerlo.
«Yulia, necesito pedirte un favor» - Nastya me envió un mensaje de texto, justo cuando terminaba de leer la entrada.
«¿Qué pasó?»
«¿Podrías pasar por mi casa antes de ir a lo de Lena? La moto de Irina se descompuso».
¿No podía tomar un taxi? Estaba en medio de algo muy importante que me ayudaría a decidir cómo diablos sentirme.
«Estoy ahí en no más de cuarenta y cinco minutos» - le contesté y fui a alistarme para salir. Lo único que había descubierto es que, hasta ese punto, no habían establecido una relación. La única manera de confirmar qué estatus tenían era verlos interactuar.
Y así fue que llegamos hasta aquí. El momento preciso en que caigo en cuenta de que Nastya tenía razón.
Estuve molesta todo el día porque Lena me gusta y mucho, me gusta del tipo: definitivamente, ¿heterosexual?, no soy. Lo supe cuando abrió la puerta de su casa y abrazó a Nastya, a mí solo me sonrió y deseé con todas mis ganas que no fuese así, quería un abrazo también, quería percibir su perfume, estar cerca de su cuerpo, sentir su calor. Lo supe cuando me presentó al mastodonte, lo tomó de la mano, entrelazando sus dedos y dijo:
—Él es Leo, mi amigo, el chico de que te hablé —lo confirmó, era su amigo nada más y sentí un alivio enorme. Celos también, aceptémoslo, porque a pesar de que era tan solo un chico, era «el» chico y, aparte de lo hermoso, tiene algo que yo no, la tiene a ella.
Me gusta Lena. ¡Maldición, cuánto me gusta! Y este es un sentimiento nuevo: Celos por alguien que no es nada tuyo.
Check, va a la lista de experiencias que necesito para poder triunfar en la vida… y también a la de cosas que duelen porque fuiste estúpida. Ahí hay muchas, como dejarse engañar por Aleksey y salir a escondidas la noche del Orina Fácil con THOR.
Dios, mis ojos no dejan de mirarlos y es que son tan… Ajjj, no quiero verlos, pero mis ojos, ¡tienen vida propia, voluntad y un gusto por esos dos que no me explico!
La había visto con novios antes, pero esto es distinto. Comprendo perfectamente a su papá por no querer estar aquí, presenciando esto. Si yo pudiera irme lo haría. Ahora mismo estaría con mis no-suegros y mi no-cuñada en San Petersburgo, disfrutando del sol, de ir de compras y ver Katia en cincuenta cambios diferentes de ropa, de lo lindo que es caminar por las calles empinadas llenas de bolsas de zapatos.
Lena se vuelve a separar del grupo para ir a la cocina a ver cómo va Leo con la comida. Le pregunta si puede ayudarlo en algo y lo abraza por la espalda, llevando sus manos lentamente hasta su abdomen que debajo de esa camiseta es una piedra de lavar. Yo misma lo vi ese día en la playa y eso que estaba lejos, pero los vi, así de marcado tiene el cuerpo. A Lena le deben encantar esos músculos. Yo jamás podría tener el vientre tan definido. Tendría que hacerme físico culturista y parecería… Hulk, no gracias. Leo es un mastodonte y a ella le gusta.
Se para en puntas, intentando llegar con su quijada al hombro del chico… ¡hombre!, hombre, él no es un chico. En fin, lo intenta pero no hace más que rozarlo en el hombro, él sonríe y se hace un poco para atrás, ayudándola a alcanzarlo. Ella ríe también, haciendo equilibrio, apretando el agarre de sus manos sobre la tela blanca, presionando su piel. Lena hace un esfuerzo más por subir y le da un beso corto en el cuello desnudo por detrás. Le susurra algo gracioso y lo suelta con la misma sutileza, regresando a la sala con nosotros.
Mis ojos intentan no delatarme y cortan el contacto. De reojo veo como se acomoda junto a Nastya, está feliz. Él la hace feliz, nosotros la hacemos feliz, pero él más.
—Yulia, quieres un poco más de soda? —me pregunta Ruslán, parándose en medio de ella y mis ojos. ¡Mis ojos que regresaron a verla segundos después que se sentó! ¡Traición!
—Sí, gracias.
Lo veo irse hasta la mesa para servir las bebidas y llego a entenderlo. El lugar que ahora ocupo fue suyo por mucho tiempo, viéndonos a Aleksey y a mí como pareja. Sé que no es culpa de Lena y Leo, como no era nuestra tampoco. Nadie le pidió al Número Tres colarse con sus sentimientos donde no tienen cabida. ¿Por qué reprimirían ellos su cariño? Aleksey y yo nunca lo hicimos. Por supuesto que yo no sabía que indisponía de esta forma a un amigo.
Veo a Nastya unirse a Ruslán con dos vasos, el suyo y el de la chica que ahora se me acerca en el sofá. Quiere decirme algo pero no lo consigue, la tengo presente en el rabo de mi ojo, pero en lugar de verla, obligo a mis ojos a mantenerse donde están, en el infinito y más allá.
Larga una pesada exhalación y habla:
—Tú… también crees que no deberíamos estar juntos, ¿no?
Ahora sí la veo. Intenta sonreírme, lucir tranquila mientras espera mi respuesta, pero está incómoda. Asumo que es por mí.
—Se ven bien juntos, de hecho. Te vez más madura con él. —Le soy sincera, quizá el único gesto que puedo brindarle.
Sonríe muy ligero, aún hay algo que la molesta.
—No tienes que fingir por mí —me dice y siento mi frente arrugarse con esa declaración.
—¿Crees que te estoy mintiendo para alagarte o algo?
—Creo que estás indispuesta. No has dejado de darnos las mismas miradas que he visto de Aleksey.
—No-me-compares-con-él, ¿quieres? —le respondo de muy mala manera, pero es que tocó un nervio sensible—. No soy nada como Alyósha.
—Está bien, lo siento. Solo creí que te caería mejor… Como sea. —Intenta irse, yo la detengo sosteniéndola de la muñeca y vuelve a sentarse, un poco más distanciada esta vez. Se rehusa a verme a los ojos, se concentra en un punto en el medio de la pared que tiene en frente.
¡Me gusta, maldición, me gusta y odio verla así! Me molesta demasiado porque es por mí. Es feliz con él y yo… lo estoy arruinando.
—Se me hace extraño verte de esa forma con alguien —le confieso—, me gusta… la sonrisa que tienes cuando estás con Leo.
—¿Y entonces por qué estás así? Hace rato me preguntó si te cayó mal y… ¿qué le digo? ¿Ella es así no te ofendas?, ¿Yulia me detesta, acostúmbrate a que me haga malas bromas y no te enojes con ella, por favor? ¿Qué? Porque Leo no es un niño como nuestros compañeros. Él aguanta muchas cosas cuando son con él, pero cuando alguien se mete conmigo, pone un límite y no quisiera tener que dividirme entre los dos porque…
—No le digas nada y ya.
Suelta un bufido, frustrada y mueve su muñeca, dejándome saber que todavía la tengo atrapada con mi mano. La suelto. Ella se acomoda mejor de espaldas al respaldar del sillón y se cruza de brazos. Ya no tiene ese aspecto alegre de hace unos minutos.
Fui demasiado evidente. Si esto fuese un ejercicio calificado de algún curso de actuación, sacaba una F, un cero redondo.
¿Qué estoy haciendo? Porque seamos realistas, bien, bien realistas; tomemos una foto de este momento. Lena y yo nos estamos haciéndonos amigas hace muy poco. Ella tiene una vida y relaciones que son muy suyas, es su derecho tenerlas, hacer lo que quiera con quien quiera y yo no soy parte de esa ecuación.
Nastya, por ejemplo, ella es su mejor amiga, conversa con Leo y Ruslán por igual, le sonríe, le hace bromas. Leo le corresponde y los tres disfrutan juntos. Yo por otro lado estoy sentada como un ogro en el sofá de alguien a quien le importamos tanto, que incluyó a un hombre adulto en nuestra reunión con el riesgo de que él piense que somos tontos o infantiles. Y viéndolo compartir de lo más relajado con mis amigos me doy cuenta que Leo para nada nos considera de esa forma. No es un esfuerzo para él estar aquí porque quiere a Lena, la quiere de verdad, ella lo hace feliz. Y en esa ecuación yo-no-quepo.
—Te envidio —le miento, a quien envidio es a él—. Tienes algo con Leo que yo quisiera tener, ¿sabes? —Ya no miento—. Me gusta verte así, feliz.
Su atención cae sobre mí y espera sin saber que contestarme. Unas carcajadas fuertes de Nastya seguidas de las de Leo y Ruslán nos hacen regresar a verlos. Lena sonríe… ¡Dios, es tan feliz!
—¿Vamos con ellos? —le pregunto dejando mis asperezas de lado.
No sé como sentirme. Descubrir que me gusta es bastante, querer saltar a tener algo con ella es extremo. Por el momento, amigas es suficiente. Manejaré las cosas como vayan llegando.
Pero si tengo algo claro es que: me gusta ella, me gusta verla feliz, me gusta como me sonríe a mí ahora mismo, me gusta como toma mi mano para llevarme hasta donde están todos.
—Chicos —nos dice el brasileño con un acento encantador. Lo admito, el mastodonte es hermoso, sexy, buena gente y malditamente suertudo—. ¿Qué tal si después de la cena vamos al club?
—¿Al club, club? —le pregunta Lena un poco nerviosa.
—Sí, Anatoli hará una fiesta privada, así que no necesitan identificación.
—¡Yo tengo identificación! —dice Nastya, emocionada.
—¿Qué les parece?
—Me apunto —dice Ruslán, Nastya lo secunda.
—¿Por qué no? —respondo yo. Quiero saber qué es lo que me oculta en ese lugar.
Me gusta el misterio que Lena trae, me intriga. Pero hay algo que me oculta. Así que no le doy más vueltas al asunto y decidí seguir sumida en la amena conversación que estábamos teniendo aquella noche.
Me encanta, me fascina su cara, sus ojos, su quijada tensa. Lindísima la forma con la que masacra la comida que su amarre nos preparó. Divina.
—Leo —lo menciono nuevamente, llamándole la atención y hago una pausa para comer otro bocado de esa exquisita ensalada con tajadas de almendras—, ¿te han dicho alguna vez que, no sé, tienes ese aire de Thor?
La lengua de Lena peligra con las mordidas tan fuertes que le da a su comida, mirándome como si pudiera fusilarme.
—¡Lena me dice Jesús! —exclama y ríe, lo hace con sinceridad. La terminación de la palabra le sale tan bonita. Vaya, amo los acentos. «Llesush», di-vi-no.
—¿Jesús? —recalco la respuesta, sor-pren-di-da. Ah, que sí sé separar las palabras, pasé el primero de primaria sin problemas—. Hmm, no creo que Jesús haya sido tan alto, fuerte y… rubio, muy aparte de las pinturas religiosas.
—Tal vez es por su personalidad. Leo es tranquilo… —menciona Nastya, como si lo conociera de años, creo que se han visto dos veces. Yo lo conozco más de leer el diario y de «tranquilo» no tiene mucho, por lo menos no debajo de las faldas de Lena.
—Yo también creo que Thor te va más —le dice Ruslán.
—Si quieres disfrazarte en Halloween, de Thor o Jesús, yo puedo ayudarte con el maquillaje —le ofrece Nastya. Él le toma la palabra, lo pensará y le avisará.
Leo le pregunta algo a Ruslán. Lena le había contado de su habilidad con la guitarra. Él se retrae y ella lo toma del brazo ligeramente, negando, dejándole saber que no fue muy prudente. Hace tiempo que no vemos al chico hacer uso de su magnífico instrumento de madera y es un tema delicado.
—Lluliya —Ese es mi nombre—, Lena me cuenta que eres fantashtica produzindo canciones —menciona el portugués, cambiando de tema. Ella me mira, ya no tan enojada como cuando yo no paraba de interrogar a su amarre como si fuese su suegro. Me suplica ayuda con sus ojos.
—Es verdad —respondo y me río, jugando a la poca modestia—. Este año produciré una, ya estoy pensando en el nombre. Debo superar mi tan genial: «Si yo fuera tú» del año pasado.
—Si todavía estoy aquí, adoraría escucharla.
—Estás cordialmente invitado —le digo, obviando el incómodo comentario.
Esa información debería alegrarme, ¿no? Leo no va a quedarse mucho tiempo. Debe ser la razón por la que no son novios y es que quién quiere una relación a distancia. ¿De verdad funcionan?
Me conmuevo y regreso a verla para asegurarme que dicho comentario no la haya puesto de bajo humor. Ella solo me regala medio segundo de una sonrisa sincera y… miente, cambiando de cara a una alegre, vuelve a hacer bromas, ríe con los chicos; con su chico. Me deja fácil la tarea de leerla, le dolerá su partida. De verdad lo quiere.
—Leo —repito su nombre una vez más—. Explícame esto del fútbol en tu país.
—Claro, ¿qué precisas saber?
—Brasil es rival de Argentina, ¿no?
—Yulia…
—Históricamente, sí —me responde, ambos ignoramos la voz de Lena diciendo mi nombre.
—¿Y ustedes ven partidos juntos? —los señalo para que quede clarísimo que me refiero a Lena y a él.
—Vimos algunos de la Copa das Mulheres en verano, ninguno de futebol masculino —Ahora él la mira extrañado.
—Ah, ya, entiendo. Entonces, así funciona. Gracias por aclarar mis dudas.
—Yulia…
—¿Qué quieres decir?
—¡Yulia, no!
—Ah, pues a que el fútbol es importante para un brasileño y cuando juega su equipo debe ser como «pecado» —puntualizo—, eso de estar en el mismo cuarto que un fan del equipo rival.
—¡Es hincha y…!
—¡¿Eres hincha de Arshentina?! —le pregunta él, sor-pren-di-do.
—¿Alguien quiere postre? —pregunta ella, levantándose de la mesa.
¡Dios, como me encanta jugar con Lena! He visto esa camiseta en su closet, tenía que hacerlo, no lo siento.
—La comida estuvo riquísima, Leo —le agradezco.
—Todo por esta linda menina —responde alzando su jugo hacia Nastya—. Lena, meu amor, vamos a hacer un brindis —la llama.
La pequeña frase me golpea. "Mi amor, auch".
Regresa y agarra su vaso, abrazándolo por detrás de la silla, el toma su mano con delicadeza y juega con sus dedos, esperando a que el resto de nosotros esté en la misma posición. No toma más de dos segundos.
—Espero que tengas un bom viaje y que seas muito feliz con tú familia. —Le hace una venia—, gracias por cuidar a minha Lena todo este tiempo, eres una bom amiga.
El acto de entrelazar los dedos debería estar extremadamente prohibido para algunas personas. Se ven tan malditamente lindos.
¿Es justo? No, ¿es normal que te guste la pareja que hace la chica que «te gusta», cabe recalcar, con un hombre que podría ser un Dios nórdico?
¿Por qué Jesús tenía que ser tan Thor?… ¡Digo, Leo!
—En breve vamos al club, mas quería saber si podía falar contigo por un momento —me dice Leo, los chicos ayudan a Lena a limpiar la mesa, yo estaba por hacerlo también—. ¿Cigarro?
Salimos al jardín, él cierra la puerta y, con calma, se sienta en la jardinera, enciende su tabaco pasándome después el encendedor.
—¿No es ilegal ofrecerle cigarrillos a menores de edad? —le pregunto con el mío entre los labios, absorbiendo el aire para prenderlo al terminar de hablar, y le devuelvo la fosforera.
—¿Es por eso que has pasado la noite importunándola? No piensas que lo nuestro esté bem —me contesta, si está molesto no lo deja ver.
—Siempre la molesto, es como mi pasatiempo. No te lo tomes muy a pecho.
—Me pareció que era más que un hábito.
—No lo es. Lamento si te molestó.
—Si a ella no le incomoda, a mí tampoco. De verdade me caíste muito bem. Lena fala muito bem de ti.
Ellos han compartido conversaciones con mí nombre en medio. Debe saber del lugar donde vivo al menos, él la acompañó esa noche.
—Yo quería pedir un grande favor —me dice. Se ve preocupado, ahí, con una mano ocupada con su cigarrillo y la otra metida en el bolsillo del pantalón.
—Voy a viajar a Brasil en diciembre, no queda muito tiempo, tal vez unas semanas antes. No voy a volver. La visitaré en un tiempo.
Confirmado, se va.
—Agora que Nastya se muda y Lena se peleó con sus outros amigos… Yo preciso saber si la vas a cuidar.
—Lena es mi amiga, estaré ahí si me necesita.
—Eso lo sé, por eso quería falar. —Su tono sigue siendo demasiado serio—. Lena parece muito dura, muito segura. No vendrá a pedirte ayuda cuando sea necessário. Debe cuidar dela. Aproximarse así parezca que te lanzará da varanda.
Habla gracioso, es lindo, más si se preocupa tanto por ella… y repito ¿es normal esto de shipear a la chica que te gusta con alguien más?
—Lo haré —le aseguro.
—Ella es alguien que… Es fácil enamorarse de Lena. Míranos —dice y me mira cálidamente.
Me pierdo en la inmensidad de lo que acaba de implicar.
—Yulia —escucho mi nombre en la puerta. Lena se me acerca, pidiéndole unos segundos a Leo antes de salir para el bar. Él entra en la casa después de apagar su cigarrillo y ella me quita el mío de las manos para terminárselo.
—¿Por qué no quieres que vaya? —le pregunto directamente.
—No es que no quiero que lo hagas, pero…
—Pe pe pe pe pero… ¿Qué? Dímelo ¿es tan malo? ¿Tienes miedo a que me encuentre con otro Leo por ahí? Nastya me contó de Marina, ella cree que eres pandasexual. —Manipulo un poco la verdad. No es «exactamente» lo que me dijo.
—No tengo miedo de que conozcas a nadie.
—¿Entonces? Prometo no joderte con lo que descubra de ti esta noche.
Su semblante se mantiene curioso, pensativo, para ser exactos. Sigue ocultándome algo.
—Mejor vámonos —dice, decidiendo callar.
—¿No me vas a decir?
—No, todo a su tiempo.
Saludos!!
Capítulo 27: Corriente Eléctrica
—¡Yulia! —Nastya llegó dando saltos en mi dirección, bueno, en la dirección de su casillero, pero decía mi nombre y eso me molestaba. Todo me molestaba.
—¡No!
—¡Vamos, Yulia! Hoy es la cena y comeremos algo delicioso no lo dudo, además conocerás a Leo.
"Gracias, ya conocí al mastodonte, rubio y ¡hermoso!", pensé, porque lo es y eso me molestaba infinitamente. Leo es… una versión más madura y atractiva de THOR. No tiene esa cara angelical de niño, pero es alto, fornido como él. Su cabello largo le quedaba muy bien, igual que su look ligero, despreocupado, con una barba que… Dios, si no fuera porque lo vi besando a Lena habría pensado que era el tipo perfecto… físicamente hablando, por supuesto. ¿Qué tal si su voz sonaba a ardilla? Todo se iba al diablo.
—¿Por qué estás tan enojada? ¿Viste a Aleksey? Eso me enojaría mucho. Por suerte no viene hoy noche a la casa de Lena.
—No, vi algo que… me molestó y no sé ni por qué.
—¿Qué viste? Tal vez te pueda ayudar a descubrir el porqué.
—No puedes, Nastya.
—Pero dime qué viste, así lo sabremos.
—¡Ajjj, que no hay nada que puedas hacer! —le contesté—. No sé ni por qué me molestó tanto. No es como si me importara… nadie.
—Bueno, pero si estás así de enojada es por algo, si sabes qué es tal vez te relajes y solo vas a hacerlo hablando. Ahora, cuéntame —insistió, suspiré con cansancio. Era una batalla que no iba a ganar.
—Vi a un chico besarse con una chica. Ya, ¿contenta?
—Viste a Aleksey, lo sabía.
—¡Que no es Alyósha!
—¿Segura? —me preguntó y casi la incinero con la mirada—. Okey, ¿y te gusta ese chico?
—No, ni lo conozco.
—¿Y… te gusta esa chica?
—¡¿Qué?! ¡Por supuesto que no! A mí no me gustan las chicas, Nastya.
—¿Cómo sabes? Lena dijo que tampoco sabía que le gustaban las chicas hasta que conoció a su amiga Marina. Tal vez a ti te guste…
—¡No soy lesbiana!
—Puedes ser bisexual o pandasexual.
"Dios, cuando a Nastya se empeña en algo se empeña".
—Es pansexual, no pandasexual. Y no lo soy tampoco.
—Okey y ¿por qué te molestó que ella se bese con el desconocido?
—No lo sé. Ella no me gusta.
—Lena es linda, te podría gustar.
—¡¿Qué?! ¡¿Quién habló de Lena?! —le pregunté, porque mi amiga no era psíquica, no que yo supiera, y su inferencia era demasiado acertada.
—No has dejado de verla desde que llegó y fue a su casillero. Ni siquiera me has visto a mí y estamos conversando hace vaaarios minutos.
Volteé hacia mi amiga. No llevaba puesto su típico vestido, o su saco de hilo de color rosa. Hace tiempo que no la veía con unos jeans negros, con una remera amarilla brillante y unos zapatos de lona del mismo color. Su cabello resaltaba más con esa vestimenta
—¿Te gusta? —me preguntó.
—¡¿Lena?!
—No, boba, mi atuendo de hoy. Irina lo escogió. Acordamos que ella elegiría mi ropa hasta el día que me vaya.
—¿Por qué haría eso? Tú sabes vestirte sola.
—Sí, pero Irina quiere que sea más arriesgada, que experimente.
—No creo que sea una buena idea.
No es que Nastya no luciera bien con lo que traía puesto, es que Irina está un poco loca y puede ser tan cruel como yo, hasta con sus amigos.
—Prometió no elegir cadenas o mandarme solo con ropa interior.
—Bien —le dije, volteando a mi derecha una vez más. ¡Fue inconsciente lo juro! Maldito cerebro traicionero.
—Hola, ¿emocionadas por la cena de hoy? —Nos saludó Lena. Yo buscaba en su cuello algún rastro de actividad sexual, digo un chupón o algo… o… algo.
"Tiene un lindo cuello, largo, lindo".
—Yulia, estás bien? —me preguntó, pasándose la mano por el lugar donde yo había fijado la mirada.
—Sí, bien… Tienes una pelusa en el hombro —me justifiqué— y me acerqué a «quitársela».
—Gracias. —Me sonrió. Nastya soltó una risita nada discreta y la jalé hasta la clase.
Durante el resto del día pasé divagando entre ver a Lena y ver a Nastya, mientras pensaba ¿por qué me molestaría el beso? Ese beso. Entre esas dos personas.
"Si todavía me gustara Aleksey y lo encontrara besándose con alguien, ¿me molestaría? Sí, lo haría, lo ha hecho antes, cuando todavía me importaba como novio, y sí, eso me pondría de este genio. Pero a mí no me gusta Lena… Acordamos que no nos gusta Lena, pero tal vez a una parte de nosotros… ¡Basta con el plural!… Pero es una posibilidad… ¡Que no!… Ya, ya, a ti no, Yulia de piedra… ¡Cállate subconsciente!".
—El yin y yang. —Escuché a la maestra decir a lo lejos—. Representa una dualidad; cómo fuerzas contrarias son en realidad complementos y tienen una interconexión en el mundo natural—. Yulia, ¿puedes darnos un ejemplo?
No estaba concentrada en la materia. Lo que acababa de preguntarme no se había registrado con lógica en mi mente. Mis pensamientos estaban ocupados discutiendo.
—Lena y yo —contesté, llamando la atención de todos los presentes.
La clase entera se calló, expectante a una explicación. Su mirada clavada en mí, esperando por varios segundos. Mis ojos gravitaron hacia la chica en cuestión, tenía un gesto indescifrable en el rostro, sus cejas fruncidas hacia abajo, sus labios apretados y su quijada levantada, sacando un puchero casi imperceptible. No parecía enojada, pero si curiosa por mi respuesta.
Mi mente estaba en blanco. Había hablado del estómago, lo primero que pasó por mi boca, nada que haya analizado, nada que tuviera sentido. Tenía nuestros nombres atorados en la garganta, necesitaban ser escupidos al aire, ser libres por ahí, fuera de mí.
—Creo que lo que Yulia quiere decir es que ellas son dos fuerzas opuestas que se ayudan y encuentran equilibro juntas —respondió Nastya por mí. Las miradas de nuestros compañeros y maestra cambiaron a ella, junto con la mía—. Lena es el yang, la luz; Yulia el yin, la oscuridad. Pero son buenos complementos, por ejemplo cuando cantan. ¿Las han oído cantar? Son perfectas como dúo.
La clase seguía esperando una explicación más lógica o más filosófica, el silencio continuaba. La maestra no tenía idea de como seguir con su clase o contestar lo que acababa de escuchar.
—Yulia es la tranquilidad y Lena es la tormenta… —Nastya volvió a hablar.
—¿Yulia?, ¿la tranquilidad? —preguntó Vladimir, interrumpiéndola con unas risitas que fueron seguidas por algunos de nuestros compañeros.
—Yulia es una persona muy calculadora, Vova —le contestó—, y eso no es malo, Yulia —dijo dirigiéndose a mí por un segundo, regresando luego su mirada a la clase—. Ella puede idear el plan más detallado que una persona pueda imaginar y para eso se necesita pensar en frío, hasta para insultar con estilo, como es su costumbre. Y esto tampoco es malo, Yulia —volvió a dirigirse a mí. Lena la veía aún más extrañada—. Y Lena, pues ella es más explosiva, ella no piensa mucho de principio, es más activa. Y eso no es malo, Lena —dijo virando en su dirección—. Pero ¿las han visto juntas? Porque yo lo he hecho y son un buen equipo. Lena suelta las ideas, Yulia las analiza, Lena suelta más ideas, Yulia construye una mega idea, Lena realiza la idea, Yulia se lleva el crédito… y así.
Con eso último me hizo sonreír y a la maestra despertar finalmente de su trance.
—Nastya tiene razón en muchas de sus aseveraciones, chicos. Cada uno tiene al yin y yang adentro, actuando, desarrollando nuestros pensamientos. Un claro ejemplo de eso es nuestra conciencia. ¿Alguna vez se han preguntado de dónde sale la idea de la «buena» conciencia que se sienta en nuestro hombro derecho y de la «mala» conciencia que se sienta al izquierdo?
—¿Como en las caricaturas?
—Precisamente, Nastya. Son el yin y yang jugando en nuestro pensamiento, ayudándonos a tomar decisiones. Cuando nuestra parte arriesgada quiere hacer algo, nuestra parte calmada busca posibles escenarios de peligro y nos advierte de lo que estamos por hacer. Por el contrario, cuando estamos demasiado tranquilos, nuestra parte activa nos despierta, nos pone de pie —explicaba la maestra con ímpetu, lo que Nastya había dicho, la emocionó—. Lo que su compañera destaca es una de las partes más importantes en las relaciones humanas, tanto en la amistad como en el amor. No es una casualidad la existencia del dicho: «los opuestos se atraen».
Y otra vez volvíamos al: «Lena y yo». ¿Eso éramos, fuerzas opuestas que se atraen? ¿El yin y el yang?… Nada más.
Cuando el timbre sonó y terminó el día de clases, corrí a la bodega más rápido que humano en apocalipsis zombi, ya que estamos en esa época del mes. Necesitaba el diario. Estaba más que confundida de por sí, para además tener dudas de quién mismo era Leo; su novio, su amante, su amigo con derechos, el premio de la lotería, ¡¿qué?! Porque hasta donde yo sabía, Lena nunca me dijo que era su novio, pero… Tenía que saberlo. No iría a casa de mi amiga que «no me gusta» a enfrentarme con una realidad que desconocía. Aún tenía cuatro horas para empaparme de información.
"Bien, ¿dónde me quedé?", pensé al hojear el ya conocido cuaderno. Me salté todo lo que tenía que ver con su estadía en no sé donde y varias después que no hablaban nada de lo que sucedió con Aleksey. Salté hasta la entrada del 22 de agosto, un día después del cumpleaños de Vladimir.
Entrada número cuarenta y dos del diario.
22 de agosto, 2015
Castigada eternamente según mis padres, por estar en «cosas» que no debo.
¡Ajj, me lleva el demonio! Lo único que hice fue pedirle que sea sincero. Él decidió no serlo, él escogió la alternativa. Es un idiota. Nunca más volveré a confiar en él.
¿Qué diablos hizo? ¿Me siguió? ¿Qué más sabe?, ¿lo de mi madre?, ¿lo de Svetlana?
"¿Svetlana? ¡¿Otra chica más?!", pensé indignada.
—Eres menor de edad y en esta casa se hace lo que yo digo —dijo papá con la boca llena de hipocresía, ellos saben que no es así. No tengo diecisiete años, no soy la niñita virginal que ellos quieren tener de trofeo.
"Lena cree que no tiene diecisiete años, check. No tengo idea por qué lo dice, pero este no es el momento de leer las entradas pasadas, lo descubriré después. Si no morí durante dos semanas por no saberlo, no voy a hacerlo ahora".
—¿Quién es? —insistió mamá. ¿Quién es? ¿Quién es? ¿Quién es?
Como si se los fuese a contar, para que me prohíban verlo o lo demanden por abuso de «menores». Jamás conocerán a Leo, nunca.
—¡Dame tu teléfono! —demandó papá. Me negué— ¡Dámelo!
—¡No tienen derecho! —grité, sintiéndome acorralada, violentada por su actitud, por sus mentiras y exigencias absurdas—. ¡Es mi vida!
—¡Eres nuestra hija y yo no voy a permitir que un hombre adulto abuse así de mi bebé!
Yo no soy su bebé, no soy ni siquiera su hija, no soy nada para ellos. ¿Qué diablos quieren de mí? ¿Por qué estoy aquí, en esta casa, en esta familia?
—De hoy en adelante no saldrás de esta casa, apenas dejarás tu habitación para comer…
—¡Tengo un trabajo y no voy a renunciar por esta locura!
—¡No tienes opción! —gritó papá al tope de sus pulmones, obligándome a retroceder unos pasos—. ¡Tendrás un trabajo cuando te gradúes de la universidad, mientras tanto te quedarás en casa, cuando entres a la escuela saldrás allá, vigilada, y regresarás de la misma forma a seguir encerrada!
—¡Yo no soy un animal de circo, y mi habitación no es una jaula!
—No, pero eres mi hija y yo no voy a dejar que un depravado te toque un pelo.
—¡No es un depravado!
—¿Es tu novio? —se atrevieron a preguntarme y qué iba a decirles: ¿No, no lo es? Me callé—. ¿Dónde lo conociste? ¿Qué hace de su vida? ¿Qué diablos has hecho con él?
—Ese es «mi» problema —les aclaré.
—Estás muy equivocada. Ese es problema nuestro y de este tipo.
—¡Jamás sabrán quién es, así yo no lo vuelva a ver! ¡Jamás!
—¡Perfecto, no lo verás porque no saldrás de esta casa en los días que te queden de vida! —concluyó papá, enviándome a mi pieza de inmediato. Mamá se quedó callada casi todo el tiempo, manteniéndose firme junto a mi padre.
Al menos no me quitaron mi celular, pero tendré que llevarlo conmigo hasta a la ducha porque no dudo de que quieran confiscármelo, o mi computador.
"Denso, sin duda. Lo que Aleksey le hizo estuvo tan mal. La engañó, la siguió, la extorsionó, tan solo porque ella le demandó que haga lo correcto conmigo. Y luego la hundió, como el maldito Titanic, imbécil", pensé y pasé a la siguiente entrada.
Entrada número cuarenta y tres.
23 de agosto, 2015
Tuve que enviar un email solicitando una semana de permiso por enfermedad en el trabajo. Esperando con todas mis ganas que en unos días mis padres se calmen y me dejen volver a ver la luz afuera de mi ventana.
Hablé con Leo también. Le dije que estaba en problemas pero no mortales, que le contaría los detalles cuando nos volvamos a ver. Se preocupó, me dijo que iría a buscarme donde sea, me preguntó sobre lo que sucedió, insistió en que se lo cuente, le respondí que si lo hacía podía meterlo en problemas a él y conmigo bastaba. Fue dulce, dijo que poco le importaban los líos que tuviese que enfrentar, que estaba a mi lado, sea como sea.
Pero yo no puedo hacerle eso. Legalmente mi acta de nacimiento dice que tengo diecisiete años, que mi nombre es el que mis padres me pusieron. Discutir mi identidad verdadera y la legalidad de mi consentimiento, serían dos cosas muy complejas de lograr si es que mis padres lo demandaban por violación de menores.
No los entiendo, de verdad que no. Ellos, así no me lo digan, saben que yo ya soy mayor de edad, lo soy desde antes de conocer a Leo. Lo que he hecho con él es mi decisión. ¿Por qué pelean con ellos mismos en esto? Quizá Svetlana tenía razón y yo debería hablarles, explicarles lo que sé, cómo lo supe, exigirles una explicación, dejar esta estupidez de mi castigo a un lado.
En unos minutos estará listo el almuerzo y sé que ellos me esperan con mil preguntas, con miradas de desaprobación, con inferencias de mi relación con Leo y cómo inició todo.
Maldito seas… ex amigo, esto no te lo voy a perdonar.
Entrada número cuarenta y cuatro.
24 de agosto, 2015
Mamá entró a mi habitación ayer en la noche. Me trajo un mousse de chocolate, mi postre favorito. Se sentó y tranquilamente me preguntó algunas cosas.
—¿Dónde lo conociste?
—En una fiesta —le dije, no le especifiqué de qué tipo, ni en dónde.
—¿Qué sientes por él?
—Me agrada, es divertido y generoso. Le quiero, mucho.
—¿Lo amas?
—Le quiero, dejémoslo ahí.
—¿Entonces no son novios?
"Buena pregunta Inessa, buena pregunta. ¡Vamos, Lena, dilo ya!", pensé. Comenzaba a desesperarme.
—No. —Fue lo único que le contesté.
—¿Están usando protección?
La conversación se ponía más incómoda con cada pregunta. Mamá y yo no hemos tenido «esta» charla en particular… en la vida y, la verdad, no esperaba hacerlo bajo estas circunstancias. Le dije que visité a una ginecóloga hace unos meses y estoy con tratamiento anticonceptivo. Ella insistió en preguntar si estábamos usando condones y le dije que sí. Claro que no le conté sobre el susto que tuve hace unos días.
"¡¿Qué?! ¿Susto? ¿Lena pensó que estaba embarazada? Bueno, no importa… mucho. ¡Diablos! Debería leer esto en orden. Pero no tengo mucho tiempo. Mañana, listo, mañana leo lo que me salté".
—¿Te está presionando de alguna manera? —Inquirió, muy seria y era evidente que le costaba mucho esperar por mi respuesta.
—No, mamá. No me presiona, no me ha hecho daño. Él… no sabe que yo… Él cree que tengo diecinueve años.
—Así que le mentiste, él no tiene idea de en qué está metido.
—Mamá…
—¡Quieres que te tratemos como una chica madura y te comportas como una niña! Él tiene derecho a saber que está violando la ley porque la inconsciente de su «amiga» —puntualizó despectivamente—, lo engañó.
No le dije nada. La dejé criticarme, reprimirme, decirme que ninguna hija suya fue criada para engañar de esa manera, para poner en peligro la seguridad e integridad de otra persona, que lo que había hecho estaba mal por todo lado que lo vea, que debía terminar la relación cualquiera que fuere, aclararle la situación y permitirle ser libre del lío. Tenía razón en que mentí, en todas esas cosas menos en una. Yo soy mayor de edad, biológicamente lo soy. Legalmente pueden protestar, pero sin justificación, porque ellos conocen la verdad. El detalle es que creen que yo no lo sé y eso cambia todo.
Si quiero proteger a Leo, debo hablar con mis padres sobre lo que descubrí. Debo hacerlo.
«Yulia, necesito pedirte un favor» - Nastya me envió un mensaje de texto, justo cuando terminaba de leer la entrada.
«¿Qué pasó?»
«¿Podrías pasar por mi casa antes de ir a lo de Lena? La moto de Irina se descompuso».
¿No podía tomar un taxi? Estaba en medio de algo muy importante que me ayudaría a decidir cómo diablos sentirme.
«Estoy ahí en no más de cuarenta y cinco minutos» - le contesté y fui a alistarme para salir. Lo único que había descubierto es que, hasta ese punto, no habían establecido una relación. La única manera de confirmar qué estatus tenían era verlos interactuar.
Y así fue que llegamos hasta aquí. El momento preciso en que caigo en cuenta de que Nastya tenía razón.
Estuve molesta todo el día porque Lena me gusta y mucho, me gusta del tipo: definitivamente, ¿heterosexual?, no soy. Lo supe cuando abrió la puerta de su casa y abrazó a Nastya, a mí solo me sonrió y deseé con todas mis ganas que no fuese así, quería un abrazo también, quería percibir su perfume, estar cerca de su cuerpo, sentir su calor. Lo supe cuando me presentó al mastodonte, lo tomó de la mano, entrelazando sus dedos y dijo:
—Él es Leo, mi amigo, el chico de que te hablé —lo confirmó, era su amigo nada más y sentí un alivio enorme. Celos también, aceptémoslo, porque a pesar de que era tan solo un chico, era «el» chico y, aparte de lo hermoso, tiene algo que yo no, la tiene a ella.
Me gusta Lena. ¡Maldición, cuánto me gusta! Y este es un sentimiento nuevo: Celos por alguien que no es nada tuyo.
Check, va a la lista de experiencias que necesito para poder triunfar en la vida… y también a la de cosas que duelen porque fuiste estúpida. Ahí hay muchas, como dejarse engañar por Aleksey y salir a escondidas la noche del Orina Fácil con THOR.
Dios, mis ojos no dejan de mirarlos y es que son tan… Ajjj, no quiero verlos, pero mis ojos, ¡tienen vida propia, voluntad y un gusto por esos dos que no me explico!
La había visto con novios antes, pero esto es distinto. Comprendo perfectamente a su papá por no querer estar aquí, presenciando esto. Si yo pudiera irme lo haría. Ahora mismo estaría con mis no-suegros y mi no-cuñada en San Petersburgo, disfrutando del sol, de ir de compras y ver Katia en cincuenta cambios diferentes de ropa, de lo lindo que es caminar por las calles empinadas llenas de bolsas de zapatos.
Lena se vuelve a separar del grupo para ir a la cocina a ver cómo va Leo con la comida. Le pregunta si puede ayudarlo en algo y lo abraza por la espalda, llevando sus manos lentamente hasta su abdomen que debajo de esa camiseta es una piedra de lavar. Yo misma lo vi ese día en la playa y eso que estaba lejos, pero los vi, así de marcado tiene el cuerpo. A Lena le deben encantar esos músculos. Yo jamás podría tener el vientre tan definido. Tendría que hacerme físico culturista y parecería… Hulk, no gracias. Leo es un mastodonte y a ella le gusta.
Se para en puntas, intentando llegar con su quijada al hombro del chico… ¡hombre!, hombre, él no es un chico. En fin, lo intenta pero no hace más que rozarlo en el hombro, él sonríe y se hace un poco para atrás, ayudándola a alcanzarlo. Ella ríe también, haciendo equilibrio, apretando el agarre de sus manos sobre la tela blanca, presionando su piel. Lena hace un esfuerzo más por subir y le da un beso corto en el cuello desnudo por detrás. Le susurra algo gracioso y lo suelta con la misma sutileza, regresando a la sala con nosotros.
Mis ojos intentan no delatarme y cortan el contacto. De reojo veo como se acomoda junto a Nastya, está feliz. Él la hace feliz, nosotros la hacemos feliz, pero él más.
—Yulia, quieres un poco más de soda? —me pregunta Ruslán, parándose en medio de ella y mis ojos. ¡Mis ojos que regresaron a verla segundos después que se sentó! ¡Traición!
—Sí, gracias.
Lo veo irse hasta la mesa para servir las bebidas y llego a entenderlo. El lugar que ahora ocupo fue suyo por mucho tiempo, viéndonos a Aleksey y a mí como pareja. Sé que no es culpa de Lena y Leo, como no era nuestra tampoco. Nadie le pidió al Número Tres colarse con sus sentimientos donde no tienen cabida. ¿Por qué reprimirían ellos su cariño? Aleksey y yo nunca lo hicimos. Por supuesto que yo no sabía que indisponía de esta forma a un amigo.
Veo a Nastya unirse a Ruslán con dos vasos, el suyo y el de la chica que ahora se me acerca en el sofá. Quiere decirme algo pero no lo consigue, la tengo presente en el rabo de mi ojo, pero en lugar de verla, obligo a mis ojos a mantenerse donde están, en el infinito y más allá.
Larga una pesada exhalación y habla:
—Tú… también crees que no deberíamos estar juntos, ¿no?
Ahora sí la veo. Intenta sonreírme, lucir tranquila mientras espera mi respuesta, pero está incómoda. Asumo que es por mí.
—Se ven bien juntos, de hecho. Te vez más madura con él. —Le soy sincera, quizá el único gesto que puedo brindarle.
Sonríe muy ligero, aún hay algo que la molesta.
—No tienes que fingir por mí —me dice y siento mi frente arrugarse con esa declaración.
—¿Crees que te estoy mintiendo para alagarte o algo?
—Creo que estás indispuesta. No has dejado de darnos las mismas miradas que he visto de Aleksey.
—No-me-compares-con-él, ¿quieres? —le respondo de muy mala manera, pero es que tocó un nervio sensible—. No soy nada como Alyósha.
—Está bien, lo siento. Solo creí que te caería mejor… Como sea. —Intenta irse, yo la detengo sosteniéndola de la muñeca y vuelve a sentarse, un poco más distanciada esta vez. Se rehusa a verme a los ojos, se concentra en un punto en el medio de la pared que tiene en frente.
¡Me gusta, maldición, me gusta y odio verla así! Me molesta demasiado porque es por mí. Es feliz con él y yo… lo estoy arruinando.
—Se me hace extraño verte de esa forma con alguien —le confieso—, me gusta… la sonrisa que tienes cuando estás con Leo.
—¿Y entonces por qué estás así? Hace rato me preguntó si te cayó mal y… ¿qué le digo? ¿Ella es así no te ofendas?, ¿Yulia me detesta, acostúmbrate a que me haga malas bromas y no te enojes con ella, por favor? ¿Qué? Porque Leo no es un niño como nuestros compañeros. Él aguanta muchas cosas cuando son con él, pero cuando alguien se mete conmigo, pone un límite y no quisiera tener que dividirme entre los dos porque…
—No le digas nada y ya.
Suelta un bufido, frustrada y mueve su muñeca, dejándome saber que todavía la tengo atrapada con mi mano. La suelto. Ella se acomoda mejor de espaldas al respaldar del sillón y se cruza de brazos. Ya no tiene ese aspecto alegre de hace unos minutos.
Fui demasiado evidente. Si esto fuese un ejercicio calificado de algún curso de actuación, sacaba una F, un cero redondo.
¿Qué estoy haciendo? Porque seamos realistas, bien, bien realistas; tomemos una foto de este momento. Lena y yo nos estamos haciéndonos amigas hace muy poco. Ella tiene una vida y relaciones que son muy suyas, es su derecho tenerlas, hacer lo que quiera con quien quiera y yo no soy parte de esa ecuación.
Nastya, por ejemplo, ella es su mejor amiga, conversa con Leo y Ruslán por igual, le sonríe, le hace bromas. Leo le corresponde y los tres disfrutan juntos. Yo por otro lado estoy sentada como un ogro en el sofá de alguien a quien le importamos tanto, que incluyó a un hombre adulto en nuestra reunión con el riesgo de que él piense que somos tontos o infantiles. Y viéndolo compartir de lo más relajado con mis amigos me doy cuenta que Leo para nada nos considera de esa forma. No es un esfuerzo para él estar aquí porque quiere a Lena, la quiere de verdad, ella lo hace feliz. Y en esa ecuación yo-no-quepo.
—Te envidio —le miento, a quien envidio es a él—. Tienes algo con Leo que yo quisiera tener, ¿sabes? —Ya no miento—. Me gusta verte así, feliz.
Su atención cae sobre mí y espera sin saber que contestarme. Unas carcajadas fuertes de Nastya seguidas de las de Leo y Ruslán nos hacen regresar a verlos. Lena sonríe… ¡Dios, es tan feliz!
—¿Vamos con ellos? —le pregunto dejando mis asperezas de lado.
No sé como sentirme. Descubrir que me gusta es bastante, querer saltar a tener algo con ella es extremo. Por el momento, amigas es suficiente. Manejaré las cosas como vayan llegando.
Pero si tengo algo claro es que: me gusta ella, me gusta verla feliz, me gusta como me sonríe a mí ahora mismo, me gusta como toma mi mano para llevarme hasta donde están todos.
—Chicos —nos dice el brasileño con un acento encantador. Lo admito, el mastodonte es hermoso, sexy, buena gente y malditamente suertudo—. ¿Qué tal si después de la cena vamos al club?
—¿Al club, club? —le pregunta Lena un poco nerviosa.
—Sí, Anatoli hará una fiesta privada, así que no necesitan identificación.
—¡Yo tengo identificación! —dice Nastya, emocionada.
—¿Qué les parece?
—Me apunto —dice Ruslán, Nastya lo secunda.
—¿Por qué no? —respondo yo. Quiero saber qué es lo que me oculta en ese lugar.
Me gusta el misterio que Lena trae, me intriga. Pero hay algo que me oculta. Así que no le doy más vueltas al asunto y decidí seguir sumida en la amena conversación que estábamos teniendo aquella noche.
Me encanta, me fascina su cara, sus ojos, su quijada tensa. Lindísima la forma con la que masacra la comida que su amarre nos preparó. Divina.
—Leo —lo menciono nuevamente, llamándole la atención y hago una pausa para comer otro bocado de esa exquisita ensalada con tajadas de almendras—, ¿te han dicho alguna vez que, no sé, tienes ese aire de Thor?
La lengua de Lena peligra con las mordidas tan fuertes que le da a su comida, mirándome como si pudiera fusilarme.
—¡Lena me dice Jesús! —exclama y ríe, lo hace con sinceridad. La terminación de la palabra le sale tan bonita. Vaya, amo los acentos. «Llesush», di-vi-no.
—¿Jesús? —recalco la respuesta, sor-pren-di-da. Ah, que sí sé separar las palabras, pasé el primero de primaria sin problemas—. Hmm, no creo que Jesús haya sido tan alto, fuerte y… rubio, muy aparte de las pinturas religiosas.
—Tal vez es por su personalidad. Leo es tranquilo… —menciona Nastya, como si lo conociera de años, creo que se han visto dos veces. Yo lo conozco más de leer el diario y de «tranquilo» no tiene mucho, por lo menos no debajo de las faldas de Lena.
—Yo también creo que Thor te va más —le dice Ruslán.
—Si quieres disfrazarte en Halloween, de Thor o Jesús, yo puedo ayudarte con el maquillaje —le ofrece Nastya. Él le toma la palabra, lo pensará y le avisará.
Leo le pregunta algo a Ruslán. Lena le había contado de su habilidad con la guitarra. Él se retrae y ella lo toma del brazo ligeramente, negando, dejándole saber que no fue muy prudente. Hace tiempo que no vemos al chico hacer uso de su magnífico instrumento de madera y es un tema delicado.
—Lluliya —Ese es mi nombre—, Lena me cuenta que eres fantashtica produzindo canciones —menciona el portugués, cambiando de tema. Ella me mira, ya no tan enojada como cuando yo no paraba de interrogar a su amarre como si fuese su suegro. Me suplica ayuda con sus ojos.
—Es verdad —respondo y me río, jugando a la poca modestia—. Este año produciré una, ya estoy pensando en el nombre. Debo superar mi tan genial: «Si yo fuera tú» del año pasado.
—Si todavía estoy aquí, adoraría escucharla.
—Estás cordialmente invitado —le digo, obviando el incómodo comentario.
Esa información debería alegrarme, ¿no? Leo no va a quedarse mucho tiempo. Debe ser la razón por la que no son novios y es que quién quiere una relación a distancia. ¿De verdad funcionan?
Me conmuevo y regreso a verla para asegurarme que dicho comentario no la haya puesto de bajo humor. Ella solo me regala medio segundo de una sonrisa sincera y… miente, cambiando de cara a una alegre, vuelve a hacer bromas, ríe con los chicos; con su chico. Me deja fácil la tarea de leerla, le dolerá su partida. De verdad lo quiere.
—Leo —repito su nombre una vez más—. Explícame esto del fútbol en tu país.
—Claro, ¿qué precisas saber?
—Brasil es rival de Argentina, ¿no?
—Yulia…
—Históricamente, sí —me responde, ambos ignoramos la voz de Lena diciendo mi nombre.
—¿Y ustedes ven partidos juntos? —los señalo para que quede clarísimo que me refiero a Lena y a él.
—Vimos algunos de la Copa das Mulheres en verano, ninguno de futebol masculino —Ahora él la mira extrañado.
—Ah, ya, entiendo. Entonces, así funciona. Gracias por aclarar mis dudas.
—Yulia…
—¿Qué quieres decir?
—¡Yulia, no!
—Ah, pues a que el fútbol es importante para un brasileño y cuando juega su equipo debe ser como «pecado» —puntualizo—, eso de estar en el mismo cuarto que un fan del equipo rival.
—¡Es hincha y…!
—¡¿Eres hincha de Arshentina?! —le pregunta él, sor-pren-di-do.
—¿Alguien quiere postre? —pregunta ella, levantándose de la mesa.
¡Dios, como me encanta jugar con Lena! He visto esa camiseta en su closet, tenía que hacerlo, no lo siento.
—La comida estuvo riquísima, Leo —le agradezco.
—Todo por esta linda menina —responde alzando su jugo hacia Nastya—. Lena, meu amor, vamos a hacer un brindis —la llama.
La pequeña frase me golpea. "Mi amor, auch".
Regresa y agarra su vaso, abrazándolo por detrás de la silla, el toma su mano con delicadeza y juega con sus dedos, esperando a que el resto de nosotros esté en la misma posición. No toma más de dos segundos.
—Espero que tengas un bom viaje y que seas muito feliz con tú familia. —Le hace una venia—, gracias por cuidar a minha Lena todo este tiempo, eres una bom amiga.
El acto de entrelazar los dedos debería estar extremadamente prohibido para algunas personas. Se ven tan malditamente lindos.
¿Es justo? No, ¿es normal que te guste la pareja que hace la chica que «te gusta», cabe recalcar, con un hombre que podría ser un Dios nórdico?
¿Por qué Jesús tenía que ser tan Thor?… ¡Digo, Leo!
—En breve vamos al club, mas quería saber si podía falar contigo por un momento —me dice Leo, los chicos ayudan a Lena a limpiar la mesa, yo estaba por hacerlo también—. ¿Cigarro?
Salimos al jardín, él cierra la puerta y, con calma, se sienta en la jardinera, enciende su tabaco pasándome después el encendedor.
—¿No es ilegal ofrecerle cigarrillos a menores de edad? —le pregunto con el mío entre los labios, absorbiendo el aire para prenderlo al terminar de hablar, y le devuelvo la fosforera.
—¿Es por eso que has pasado la noite importunándola? No piensas que lo nuestro esté bem —me contesta, si está molesto no lo deja ver.
—Siempre la molesto, es como mi pasatiempo. No te lo tomes muy a pecho.
—Me pareció que era más que un hábito.
—No lo es. Lamento si te molestó.
—Si a ella no le incomoda, a mí tampoco. De verdade me caíste muito bem. Lena fala muito bem de ti.
Ellos han compartido conversaciones con mí nombre en medio. Debe saber del lugar donde vivo al menos, él la acompañó esa noche.
—Yo quería pedir un grande favor —me dice. Se ve preocupado, ahí, con una mano ocupada con su cigarrillo y la otra metida en el bolsillo del pantalón.
—Voy a viajar a Brasil en diciembre, no queda muito tiempo, tal vez unas semanas antes. No voy a volver. La visitaré en un tiempo.
Confirmado, se va.
—Agora que Nastya se muda y Lena se peleó con sus outros amigos… Yo preciso saber si la vas a cuidar.
—Lena es mi amiga, estaré ahí si me necesita.
—Eso lo sé, por eso quería falar. —Su tono sigue siendo demasiado serio—. Lena parece muito dura, muito segura. No vendrá a pedirte ayuda cuando sea necessário. Debe cuidar dela. Aproximarse así parezca que te lanzará da varanda.
Habla gracioso, es lindo, más si se preocupa tanto por ella… y repito ¿es normal esto de shipear a la chica que te gusta con alguien más?
—Lo haré —le aseguro.
—Ella es alguien que… Es fácil enamorarse de Lena. Míranos —dice y me mira cálidamente.
Me pierdo en la inmensidad de lo que acaba de implicar.
—Yulia —escucho mi nombre en la puerta. Lena se me acerca, pidiéndole unos segundos a Leo antes de salir para el bar. Él entra en la casa después de apagar su cigarrillo y ella me quita el mío de las manos para terminárselo.
—¿Por qué no quieres que vaya? —le pregunto directamente.
—No es que no quiero que lo hagas, pero…
—Pe pe pe pe pero… ¿Qué? Dímelo ¿es tan malo? ¿Tienes miedo a que me encuentre con otro Leo por ahí? Nastya me contó de Marina, ella cree que eres pandasexual. —Manipulo un poco la verdad. No es «exactamente» lo que me dijo.
—No tengo miedo de que conozcas a nadie.
—¿Entonces? Prometo no joderte con lo que descubra de ti esta noche.
Su semblante se mantiene curioso, pensativo, para ser exactos. Sigue ocultándome algo.
—Mejor vámonos —dice, decidiendo callar.
—¿No me vas a decir?
—No, todo a su tiempo.
RAINBOW.XANDER- Mensajes : 1950
Fecha de inscripción : 19/09/2016
Edad : 22
Localización : Buenos Aires
Re: EL DIARIO (ADAPTACION) // RAINBOW.XANDER
Hola
buen capitulo
dejandome con ganas de seguir leyendo
que hay antes de las entradas que leyo Yulia
y ya me dio flojera Lena y sus secretos
quiero ver que esconde
espero la sigas pronto
buen capitulo
dejandome con ganas de seguir leyendo
que hay antes de las entradas que leyo Yulia
y ya me dio flojera Lena y sus secretos
quiero ver que esconde
espero la sigas pronto
andyvolkatin- Mensajes : 576
Fecha de inscripción : 27/05/2015
Re: EL DIARIO (ADAPTACION) // RAINBOW.XANDER
Me encanta el desarrollo! Quisiera saber las cosas que Lena no quiere que Yulia descubra! Por qué no quiere que vaya al boliche? Dios, que intriga!!
Espero que sigas pronto! Saludos.
Espero que sigas pronto! Saludos.
denarg_94- Mensajes : 17
Fecha de inscripción : 11/05/2016
Edad : 30
Re: EL DIARIO (ADAPTACION) // RAINBOW.XANDER
Hola chicas...
Si a ustedes les encanta el fics, a mi me fascina y ya lo he leído dos veces y cada vez que lo edito me muero más de la risa con las locuras de Yulia y su pensamientos con Lena. Es que la adaptación con nuestras chicas es muchísimo mejor que los personajes reales.
Un besote y a leer!!!
Capítulo 28: Pérdida de tiempo?
Cuando tenía doce años, vivía en frente de un chico llamado Bruno Browinski. Horrible nombre, lo sé, pero era el sueño de todas las niñas de mi barrio, nos moríamos por él. Bruno me llevaba cinco años y tenía una novia de su misma edad. Se veían tan enamorados y cualquier cosa que hacían juntos se convertía en una constante pregunta para mí.
¿Qué se sentirá que Bruno te tome de la mano y entrelace sus dedos con los tuyos? ¿Será tibio su toque cuando pasa sus manos por sus piernas desnudas? ¿A qué olerá su cuello? Su novia vivía con la cara escondida ahí. ¿Cómo sonará su risa en el oído? ¿Serán tan divertidas sus cosquillas? ¿A qué sabrán sus besos? Esa pregunta en particular era una de las que más curiosidad me daba, esa y ¿cómo se sentirá un beso francés suyo? Vivían haciendo músculos en sus lenguas.
Licor, tequila de hecho, solo tequila. Suavidad, delicadeza, humedad, carnosidad en sus labios; ansiedad por sus tiernas mordidas, desesperación por continuar. Besar a Lena se siente como alguna vez me imaginé que sería besar a Bruno. Perfecto.
Estábamos tan ebrias, lo justificaré de esa manera. Bebimos mucho en el club.
Cuando llegamos nos dejaron entrar sin problemas. Nastya y Ruslán fueron directo a bailar y así pasaron el resto de la noche. Lena se perdió por un momento con Leo y yo me quedé saludando al chico de la fiesta, Anatoli.
—No tenía idea de que eras compañera de Lena en ¿el instituto? —me preguntó queriendo sacarme información que no sabía si tenía permiso de impartir. Leo podía saber de Lena, pero ¿Anatoli y el resto de sus amigos?
—Hemos sido conocidas por años, compañeras de escuela desde la secundaria —le dije, estirando la verdad lo que más pude.
—Te esperaba en la playa el otro día.
—No pude regresar, lo siento.
—Todo bien, por suerte tenemos una amiga en común, así nos seguiremos viendo.
Simpático, realmente muy simpático. Tiene un algo que me llama a querer hablar con él, lo que suele ser extraño, pero este análisis ya lo hice ese día. Debe ser porque no tiene miedo de hablarme.
Vi a Lena a lo lejos y puso esa cara de: «¡Oh, no!» y se dio media vuelta yendo directo a la barra. Un par de minutos después Anatoli recibió un mensaje de texto y dijo que debía atender algo del club, su club, y que regresaría, perdiéndose entre la gente.
—Tequila puro —dijo Lena, alzando la voz. Llegaba por mis espaldas con dos shots en sus manos. Estiró uno hacia mí y, apenas lo cogí, ella bebió el suyo de un solo trago.
Su cuerpo se movía ligeramente por la música. Nastya y Ruslán estaban justo en frente muy animados. Yo hice lo mismo que Lena y me terminé el trago de un solo golpe.
—¿No vas a bailar? —le pregunté de la misma manera, buscando a Leo rápidamente con la mirada, no lo encontré. Ella señaló en dirección al fondo del salón, estaba en la mesa de las consolas, detrás de unos inmensos parlantes junto con Anatoli.
—Nunca bailo con él. —Me quitó el vaso y colocó a ambos en una bandeja que pasaba a nuestro lado. Se adelantó unos pasos y me estiró su mano.
"¿Me está invitando a bailar?", me pregunté sin tomarla.
—¿Tienes miedo de que te vean conmigo? —me preguntó divertida, acercándose hasta mi oído para que la escuche con claridad, sin gritos.
Un ligero roce de nuestras mejillas, me hizo sentir un cosquilleo en el rostro entero y sentí la necesidad de carraspear antes de contestarle que «no». La tomé finalmente de la mano, jalándola a la pista y caminé hasta el centro a unos pasos de nuestros amigos.
Con el pasar de los minutos el lugar fue llenándose más y más. El ritmo era perfecto, rápido, sin perdón, no había descansos, no había nada que nos detuviera, nada que no viniera de forma líquida en un vaso pequeño.
Seis tragos me tomé con Lena, mano a mano. Ya ni sabía si el ritmo que llevábamos iba con la música que sonaba a nuestro alrededor. Mi atención completa estaba en ella. Seis, seis shots de tequila. Juro que en ese punto su piel brillaba en mis ojos, pudo ser el sudor, pero brillaba. Sus hombros se balanceaban casi en cámara lenta, tan sexy. Subía sus brazos por su cuello, levantándose el cabello para aliviar el calor que mataba; los mantenía en esa posición por unos minutos mientras yo disfrutaba de verla, mientras imaginaba que se sentiría tocarla, tomarla por la cintura, acariciar sus lados paseándome por sus costillas, seguir por sus brazos y recorrerlos hasta llegar a sus manos, unirlas en el aire y bajarlas hasta que rodeen mi cuello. Me moría por besarla y esa pregunta volvía a plagar mi mente. ¿A qué sabrán sus besos? ¿Cómo se sentirá un beso francés suyo?
—¿Quieres otro tequila? —me preguntó pasando su mano alrededor de mi cuerpo, pegando sus labios a mi lóbulo con torpeza. Lo que quería es que esos labios bajaran por mi cuello—. Necesito un respiro, ¿vienes conmigo?
Salimos por entre la gente hasta liberarnos de la masa y nos tambaleamos, muertas de risa, hasta la barra.
—¡Pete, tequila! —le dijo al chico que atendía.
—¡Agua, Lena! —le respondió él, llenando dos vasos con hielos y vertiendo el líquido desde esa llave a presión que tienen los barman.
—¡Tequila! —gritamos al mismo tiempo y continuamos riendo. Estábamos abrazadas, quizá para no caer, tal vez porque no tenía ningún interés de dejarla ir.
—¡Un shot más y en una hora les llamo un taxi!
Nos maldijo. Tomamos ese último trago y veinte minutos más tarde, Nastya y Ruslán nos dejaban en la puerta de la casa de Lena, ellos continuaron el recorrido en el mismo auto.
—Tú si sabes divertirte, Lenoska.
—¿Lenoska?
—Lenosinha…
—¿Ahora hablas, portugués?
—Si a Leo le funciona, ¿por qué no a mí?
—Estás un poco loca.
Lo que estaba era borracha y ella también, ¿qué importaba lo que dijera? Podría culparlo a esa bebida transparente y a mi falta de memoria.
Me prestó una camiseta, ella también sacó una y se metió en el baño para cambiarse y lavarse la boca. Yo me cambié frente a su espejo quitándome todo menos mi ropa interior… la inferior, mis niñas tenían que estar libres. Cuando salió, igual que yo, solo puesta la camiseta y sus bragas de algodón, entré yo y me lavé a gárgaras la boca con enjuague bucal. Debería traer un cepillo de dientes y dejarlo aquí. Después de todo tengo la llave de esta casa, podría necesitarlo.
Abrí la puerta y todo estaba a oscuras, pero se veía un bulto a un lado de la cama. Yo me metí bajo las cobijas del otro. La cama estaba fría y se sentía tan bien.
Pensaba que estaba dormida. Podía haberlo jurarlo. Descubrí que no cuando dio la vuelta y me enfrentó, pasando torpemente su dedo índice sobre mi nariz y mis labios.
—¿Sabes, Yulia? —me dijo sin ganas de cuestionarme—. Siempre, desde que nos conocimos, me he preguntado algo. ¿Cómo se sentiría besarte?
Completamente, ebria. Me miraba, me sonreía y continuaba haciendo dibujos en mi rostro.
—Mi primer día de escuela pensé que Aleksey era un chico encantador y muy afortunado por tener una novia tan guapa como tú. ¡No linda! —aclara—, estabas muy buena… ¡pfff! —Soltó una carcajada que me hizo sonreír—. Perdón, eso sonó a camionero. Guapa, esa palabra está bien. Eres muy guapa… y bien proporcionada.
Sonreí aún más porque saber de repente que Lena había pensado en mí de esa manera era más que halagador. Si hubiese estado un poquito sobria habría entrado en pánico… Gracias alcohol destilado.
—Algo me dice que tus labios… deben sentirse tan bien al besar. Son tan carnosos —dijo pellizcándolos apenas—. Tu lengua luce tan tersa, no venenosa como he escuchado a varios idiotas en la escuela —me confiesa—. Tu lengua debe ser dulce, tibia… me encantaría tanto besarte —susurró esto último.
¿En serio alguien en este mundo creería que yo sería tan noble, peor en ese estado, como para no aprovechar el momento y besarla?
Tequila, calidez, delicadeza, humedad. Lena sabe delicioso y se siente aún mejor.
—No dije que lo haría —dijo estúpidamente después de como el quinto beso que nos dimos.
—Es una pena, Lenoska. Te me antojaste y fue tú culpa —le respondí arremetiendo suavemente en sus labios otra vez, mi mano rodeándola por la cintura, la suya jugando con mi cabello.
Ahora la pregunta que me persigue es, ¿qué diablos pasará en la mañana? Porque en cualquier momento nos quedamos dormidas y…
Estupidez total. Mega estupidez, la madre de todas las estupideces más estúpidas del mundo. Eso es lo que pasó en casa de Lena en la mañana.
Despertamos en lados opuestos de la cama, de espaldas la una de la otra. La noche de ayer nos mató y nos quedamos dormidas… ¡mientras nos besábamos!
Épico, comienzas a sentirte vulnerable por alguien, reniegas de esos sentimientos, finalmente los aceptas, porque es ridículo seguir engañándote. Más tarde entras en trance total al verla bailar —porque, qué bien baila esa mujer— y, cuando piensas que fue una excelente noche, que la gozaste, bailaste lo que pudiste, reíste, bebiste y finalmente vas a dormir feliz —con ella—, ¿la muy desgraciada te confiesa que le encantaría poder besarte? No, no, que le encantaría «tanto» besarte, porque no solo le encantaría, le encantaría un tanto más. Tú lo haces, la besas y es increíble y… ¿se quedan dormidas las dos en plena sesión de reconocimiento lingual? ¡Épico, dije!
En fin, era tarde, unos minutos antes del medio día, cuando sonó el celular de su lado de la habitación. Yo estaba cubierta con una delgada sábana, Lena entrelazada con el resto de cobijas. Hizo un esfuerzo extenuado buscando el aparato en la mesa de noche, moviendo la cama entera, despertándome por completo.
—Leo —murmuró, dormida.
—Meu amor, ¿todavía durmiendo? —se escuchó claramente, Lena había activado el altavoz. Se quejaba como si estuviese adolorida, por lo que asumí que tenía una jaqueca y no quería un sonido directo en su oído.
—Mhmm —confirmó.
—Princesa —dijo él, riendo con cariño.
¿Princesa? ¡Ajjj, quería matarme, lo juro! El día anterior se me hicieron adorables como pareja, los shipeaba. Se miraban, se sonreían, se acariciaban, se tomaban de las manos; todo bien. No era como si Lena fuese algo mío, o yo tuviera ilusiones de iniciar una relación; estaba en «plan amigas», ese era tooodo mi plan. ¡Hasta que a la «princesa» se le ocurrió decirme que le encantaría «tanto» besarme!
—Imaginé que estabas cansada, pero ya es más de meio-dia.
—Hmm, no sé cómo llegué aquí.
—Salieron todos juntos, Pete les llamó un taxi…
—¡Oh, Dios! —exclamó de repente—. Leo, hablamos luego —susurró—. Yulia está aquí conmigo, dormida, no quiero despertarla.
—¿Apenas te das cuenta de que pasó la noite contigo?
¡Eso, eso mismo!
Escuché el bip del teléfono quitando el altavoz. Ella continuaba hablando en voz muy baja.
—No tengo idea de nada. Te devuelvo la llamada más tarde, ¿sí?
—Bueno, meu amor. Falamos en la noite. Te quero. —Lo escuché muy a lo lejos.
—Te quiero también, bye.
Me sentí… la persona más miserable del mundo. No miento. Estaba increíblemente decepcionada de mí misma.
No son novios, ¿por qué le daría Lena explicaciones? No necesitaba fingir con él y decirle que no recordaba nada de lo que sucedió ayer. Bastaba con que le mencione que estaba cansada y ya. No tenía nada que ocultar.
Sí, sí, ellos dicen que son amigos y es obvio que se quieren; se llaman con palabras bonitas —como meu amor, o princesa—, se toman de las manos, se acarician en público, entrelazan sus dedos, rozan sus narices en partes del cuerpo que no les corresponden a los simples amigos, tienen fuertes sesiones de sexo, tiran y tiran como si los conejos del mundo estuvieran en extinción. ¡Vamos, son una maldita pareja con relación abierta! Y yo me convertí en la quinta rueda del coche…
No, no, no, aclaremos esto bien.
Marina es la llanta de emergencia, yo no era ni el gato hidráulico, ni el limpiaparabrisas, ni siquiera llegaba a ser la caja de Kleenex de la guantera. Yo era la mosca que se estrella en el vidrio, esa inconveniencia que después de limpiarla te olvidas de ella y, aquí, no pasó nada.
¿Cómo?
Ah, sí, estaba borracha, Lena es linda, me gusta y ella quería besarme «tanto», seamos sinceros, yo también lo quería.
¿Así se sentía mamá cuando papá recibía una llamada de su esposa o de sus hijos en medio de sus encuentros? ¿Tendría él, por lo menos, la mínima consideración de levantarse e irse a hablar en otra habitación?, ¿o les contestaba en frente de «la otra»? Porque eso era mamá, la otra y, en este caso, lo que yo soy.
—Yulia, ¿estás despierta? —me preguntó con en voz baja.
"Soy la otra… o la ninguna, en realidad. Solo nos besamos, eso no me califica como la otra".
—Sí, pero ya es tarde y debo irme —le respondí, sentándome en la cama, dándole la espalda.
Pensé que querría hablar, aclararme que no significó nada para ella y que lo mejor era continuar como estábamos, siendo amigas y nada más, pero no.
—Prepararé el desayuno —dijo, animada.
Mosca fuera del parabrisas, caso olvidado.
—Yo no desayuno. Tomaré un café cuando llegue a casa.
—Tomarás uno aquí, junto con unos panqueques que prepararé. —Se apuró poniéndose de pie y caminó hasta el marco de la puerta, donde se detuvo por dos segundos para decirme con su usual buen humor—: Prepárate, soy muy buena haciendo panqueques.
"También haciéndote la estúpida", pensé.
—¿A qué hora llegamos? Dios, no recuerdo nada —me preguntó al verme bajar por las escaleras unos minutos después. Ella preparaba la mesa, seguía tan semidesnuda como cuando estaba en la cama; con su camiseta vieja para dormir y sus bragas de algodón; sus piernas desnudas y sus pies descalzos.
—Imposible que no recuerdes nada de lo que pasó ayer.
—De verdad no tengo memoria. Lo último fue ir contigo a la barra a pedir un tequila.
Comenzaba a irritarme. No tenía «gran problema» con que quiera ocultarle a su cualquier cosa que se divirtió conmigo al llegar a casa; no necesitaba fingir conmigo.
—Rarísimo, porque actuabas con mucha coherencia.
Sobretodo cuando acariciaba mi labio superior con su lengua, llenándome de cosquillas el vientre.
—Suelo aguantar mucho más de seis tragos.
—Siete —la corregí—, nos tomamos ese último tequila.
—Ese es el que me mató.
—¡Vamos, Lena!
—¡¿Qué?!
—Sé que recuerdas bien lo que pasó.
—¡No recuerdo nada! —se quejó y cambió a una postura preocupada—. ¿Qué hice?
—¿Me estás cargando?
—¡Dime que no me encontré con una rubia e hice el ridículo, por favor!… ¡Oh no, oh no, oh no!
"Perfecto, si quiere jugar a hacerse la estúpida. Juguemos".
—No hiciste nada de lo que debas avergonzarte, pero sí me prometiste contarme, de una buena vez, por qué no querías que vaya al club —le mentí. Lena ya se había negado a hablar conmigo al respecto y, antes de verse obligada a responderme, negaría que hizo dicho ofrecimiento.
—¿Eso hice?
—Sí, cuando fuimos a dormir. Dijiste que preferías hacerlo sobria. Así que… habla.
—Bien, si eso dije…
Accedió sin protestar, su rostro amable, a pesar de sus notables nervios, y eso quería decir que de verdad no recordaba nada.
Lena separó una de las sillas invitándome a sentarme y dio la vuelta a la mesa, acomodándose enfrente. Me sirvió una taza de café hirviendo y me acercó el plato entero de panqueques para que me sirviera.
—Okey. No recuerdo bien cuando, pero no hace mucho, unas tres semanas tal vez, acompañé a Leo al club. Era un sábado a medio día, nos encontraríamos con Anatoli, Lauren, la ex de Leo y su mejor amiga —me aclaró—, y Pete. Saldríamos a almorzar en grupo y… bueno, eso no importa.
—Sí, al punto. ¿Qué tiene que ver todo esto conmigo?
—Eso, okey. Bien…
Más que nerviosa.
—Anatoli llegó con su papá. —Se detuvo.
—Ajaaá…
—Yulia…
—Lena, lo juro, si no hablas claro, ¡voy a regarte el café caliente en tus piernas desnudas!
—¡Ajjj, siempre amenazándome por nada! ¡Ya, lo cuento! Su papá no me reconoció, pero yo a él sí. Me lo habían presentado antes… tú me lo presentaste antes.
—¿Qué?
—Yulia, el papá de Anatoli, es… Oleg… ¿Oleg Volkov? Tu papá.
Si a ustedes les encanta el fics, a mi me fascina y ya lo he leído dos veces y cada vez que lo edito me muero más de la risa con las locuras de Yulia y su pensamientos con Lena. Es que la adaptación con nuestras chicas es muchísimo mejor que los personajes reales.
Un besote y a leer!!!
Capítulo 28: Pérdida de tiempo?
Cuando tenía doce años, vivía en frente de un chico llamado Bruno Browinski. Horrible nombre, lo sé, pero era el sueño de todas las niñas de mi barrio, nos moríamos por él. Bruno me llevaba cinco años y tenía una novia de su misma edad. Se veían tan enamorados y cualquier cosa que hacían juntos se convertía en una constante pregunta para mí.
¿Qué se sentirá que Bruno te tome de la mano y entrelace sus dedos con los tuyos? ¿Será tibio su toque cuando pasa sus manos por sus piernas desnudas? ¿A qué olerá su cuello? Su novia vivía con la cara escondida ahí. ¿Cómo sonará su risa en el oído? ¿Serán tan divertidas sus cosquillas? ¿A qué sabrán sus besos? Esa pregunta en particular era una de las que más curiosidad me daba, esa y ¿cómo se sentirá un beso francés suyo? Vivían haciendo músculos en sus lenguas.
Licor, tequila de hecho, solo tequila. Suavidad, delicadeza, humedad, carnosidad en sus labios; ansiedad por sus tiernas mordidas, desesperación por continuar. Besar a Lena se siente como alguna vez me imaginé que sería besar a Bruno. Perfecto.
Estábamos tan ebrias, lo justificaré de esa manera. Bebimos mucho en el club.
Cuando llegamos nos dejaron entrar sin problemas. Nastya y Ruslán fueron directo a bailar y así pasaron el resto de la noche. Lena se perdió por un momento con Leo y yo me quedé saludando al chico de la fiesta, Anatoli.
—No tenía idea de que eras compañera de Lena en ¿el instituto? —me preguntó queriendo sacarme información que no sabía si tenía permiso de impartir. Leo podía saber de Lena, pero ¿Anatoli y el resto de sus amigos?
—Hemos sido conocidas por años, compañeras de escuela desde la secundaria —le dije, estirando la verdad lo que más pude.
—Te esperaba en la playa el otro día.
—No pude regresar, lo siento.
—Todo bien, por suerte tenemos una amiga en común, así nos seguiremos viendo.
Simpático, realmente muy simpático. Tiene un algo que me llama a querer hablar con él, lo que suele ser extraño, pero este análisis ya lo hice ese día. Debe ser porque no tiene miedo de hablarme.
Vi a Lena a lo lejos y puso esa cara de: «¡Oh, no!» y se dio media vuelta yendo directo a la barra. Un par de minutos después Anatoli recibió un mensaje de texto y dijo que debía atender algo del club, su club, y que regresaría, perdiéndose entre la gente.
—Tequila puro —dijo Lena, alzando la voz. Llegaba por mis espaldas con dos shots en sus manos. Estiró uno hacia mí y, apenas lo cogí, ella bebió el suyo de un solo trago.
Su cuerpo se movía ligeramente por la música. Nastya y Ruslán estaban justo en frente muy animados. Yo hice lo mismo que Lena y me terminé el trago de un solo golpe.
—¿No vas a bailar? —le pregunté de la misma manera, buscando a Leo rápidamente con la mirada, no lo encontré. Ella señaló en dirección al fondo del salón, estaba en la mesa de las consolas, detrás de unos inmensos parlantes junto con Anatoli.
—Nunca bailo con él. —Me quitó el vaso y colocó a ambos en una bandeja que pasaba a nuestro lado. Se adelantó unos pasos y me estiró su mano.
"¿Me está invitando a bailar?", me pregunté sin tomarla.
—¿Tienes miedo de que te vean conmigo? —me preguntó divertida, acercándose hasta mi oído para que la escuche con claridad, sin gritos.
Un ligero roce de nuestras mejillas, me hizo sentir un cosquilleo en el rostro entero y sentí la necesidad de carraspear antes de contestarle que «no». La tomé finalmente de la mano, jalándola a la pista y caminé hasta el centro a unos pasos de nuestros amigos.
Con el pasar de los minutos el lugar fue llenándose más y más. El ritmo era perfecto, rápido, sin perdón, no había descansos, no había nada que nos detuviera, nada que no viniera de forma líquida en un vaso pequeño.
Seis tragos me tomé con Lena, mano a mano. Ya ni sabía si el ritmo que llevábamos iba con la música que sonaba a nuestro alrededor. Mi atención completa estaba en ella. Seis, seis shots de tequila. Juro que en ese punto su piel brillaba en mis ojos, pudo ser el sudor, pero brillaba. Sus hombros se balanceaban casi en cámara lenta, tan sexy. Subía sus brazos por su cuello, levantándose el cabello para aliviar el calor que mataba; los mantenía en esa posición por unos minutos mientras yo disfrutaba de verla, mientras imaginaba que se sentiría tocarla, tomarla por la cintura, acariciar sus lados paseándome por sus costillas, seguir por sus brazos y recorrerlos hasta llegar a sus manos, unirlas en el aire y bajarlas hasta que rodeen mi cuello. Me moría por besarla y esa pregunta volvía a plagar mi mente. ¿A qué sabrán sus besos? ¿Cómo se sentirá un beso francés suyo?
—¿Quieres otro tequila? —me preguntó pasando su mano alrededor de mi cuerpo, pegando sus labios a mi lóbulo con torpeza. Lo que quería es que esos labios bajaran por mi cuello—. Necesito un respiro, ¿vienes conmigo?
Salimos por entre la gente hasta liberarnos de la masa y nos tambaleamos, muertas de risa, hasta la barra.
—¡Pete, tequila! —le dijo al chico que atendía.
—¡Agua, Lena! —le respondió él, llenando dos vasos con hielos y vertiendo el líquido desde esa llave a presión que tienen los barman.
—¡Tequila! —gritamos al mismo tiempo y continuamos riendo. Estábamos abrazadas, quizá para no caer, tal vez porque no tenía ningún interés de dejarla ir.
—¡Un shot más y en una hora les llamo un taxi!
Nos maldijo. Tomamos ese último trago y veinte minutos más tarde, Nastya y Ruslán nos dejaban en la puerta de la casa de Lena, ellos continuaron el recorrido en el mismo auto.
—Tú si sabes divertirte, Lenoska.
—¿Lenoska?
—Lenosinha…
—¿Ahora hablas, portugués?
—Si a Leo le funciona, ¿por qué no a mí?
—Estás un poco loca.
Lo que estaba era borracha y ella también, ¿qué importaba lo que dijera? Podría culparlo a esa bebida transparente y a mi falta de memoria.
Me prestó una camiseta, ella también sacó una y se metió en el baño para cambiarse y lavarse la boca. Yo me cambié frente a su espejo quitándome todo menos mi ropa interior… la inferior, mis niñas tenían que estar libres. Cuando salió, igual que yo, solo puesta la camiseta y sus bragas de algodón, entré yo y me lavé a gárgaras la boca con enjuague bucal. Debería traer un cepillo de dientes y dejarlo aquí. Después de todo tengo la llave de esta casa, podría necesitarlo.
Abrí la puerta y todo estaba a oscuras, pero se veía un bulto a un lado de la cama. Yo me metí bajo las cobijas del otro. La cama estaba fría y se sentía tan bien.
Pensaba que estaba dormida. Podía haberlo jurarlo. Descubrí que no cuando dio la vuelta y me enfrentó, pasando torpemente su dedo índice sobre mi nariz y mis labios.
—¿Sabes, Yulia? —me dijo sin ganas de cuestionarme—. Siempre, desde que nos conocimos, me he preguntado algo. ¿Cómo se sentiría besarte?
Completamente, ebria. Me miraba, me sonreía y continuaba haciendo dibujos en mi rostro.
—Mi primer día de escuela pensé que Aleksey era un chico encantador y muy afortunado por tener una novia tan guapa como tú. ¡No linda! —aclara—, estabas muy buena… ¡pfff! —Soltó una carcajada que me hizo sonreír—. Perdón, eso sonó a camionero. Guapa, esa palabra está bien. Eres muy guapa… y bien proporcionada.
Sonreí aún más porque saber de repente que Lena había pensado en mí de esa manera era más que halagador. Si hubiese estado un poquito sobria habría entrado en pánico… Gracias alcohol destilado.
—Algo me dice que tus labios… deben sentirse tan bien al besar. Son tan carnosos —dijo pellizcándolos apenas—. Tu lengua luce tan tersa, no venenosa como he escuchado a varios idiotas en la escuela —me confiesa—. Tu lengua debe ser dulce, tibia… me encantaría tanto besarte —susurró esto último.
¿En serio alguien en este mundo creería que yo sería tan noble, peor en ese estado, como para no aprovechar el momento y besarla?
Tequila, calidez, delicadeza, humedad. Lena sabe delicioso y se siente aún mejor.
—No dije que lo haría —dijo estúpidamente después de como el quinto beso que nos dimos.
—Es una pena, Lenoska. Te me antojaste y fue tú culpa —le respondí arremetiendo suavemente en sus labios otra vez, mi mano rodeándola por la cintura, la suya jugando con mi cabello.
Ahora la pregunta que me persigue es, ¿qué diablos pasará en la mañana? Porque en cualquier momento nos quedamos dormidas y…
Estupidez total. Mega estupidez, la madre de todas las estupideces más estúpidas del mundo. Eso es lo que pasó en casa de Lena en la mañana.
Despertamos en lados opuestos de la cama, de espaldas la una de la otra. La noche de ayer nos mató y nos quedamos dormidas… ¡mientras nos besábamos!
Épico, comienzas a sentirte vulnerable por alguien, reniegas de esos sentimientos, finalmente los aceptas, porque es ridículo seguir engañándote. Más tarde entras en trance total al verla bailar —porque, qué bien baila esa mujer— y, cuando piensas que fue una excelente noche, que la gozaste, bailaste lo que pudiste, reíste, bebiste y finalmente vas a dormir feliz —con ella—, ¿la muy desgraciada te confiesa que le encantaría poder besarte? No, no, que le encantaría «tanto» besarte, porque no solo le encantaría, le encantaría un tanto más. Tú lo haces, la besas y es increíble y… ¿se quedan dormidas las dos en plena sesión de reconocimiento lingual? ¡Épico, dije!
En fin, era tarde, unos minutos antes del medio día, cuando sonó el celular de su lado de la habitación. Yo estaba cubierta con una delgada sábana, Lena entrelazada con el resto de cobijas. Hizo un esfuerzo extenuado buscando el aparato en la mesa de noche, moviendo la cama entera, despertándome por completo.
—Leo —murmuró, dormida.
—Meu amor, ¿todavía durmiendo? —se escuchó claramente, Lena había activado el altavoz. Se quejaba como si estuviese adolorida, por lo que asumí que tenía una jaqueca y no quería un sonido directo en su oído.
—Mhmm —confirmó.
—Princesa —dijo él, riendo con cariño.
¿Princesa? ¡Ajjj, quería matarme, lo juro! El día anterior se me hicieron adorables como pareja, los shipeaba. Se miraban, se sonreían, se acariciaban, se tomaban de las manos; todo bien. No era como si Lena fuese algo mío, o yo tuviera ilusiones de iniciar una relación; estaba en «plan amigas», ese era tooodo mi plan. ¡Hasta que a la «princesa» se le ocurrió decirme que le encantaría «tanto» besarme!
—Imaginé que estabas cansada, pero ya es más de meio-dia.
—Hmm, no sé cómo llegué aquí.
—Salieron todos juntos, Pete les llamó un taxi…
—¡Oh, Dios! —exclamó de repente—. Leo, hablamos luego —susurró—. Yulia está aquí conmigo, dormida, no quiero despertarla.
—¿Apenas te das cuenta de que pasó la noite contigo?
¡Eso, eso mismo!
Escuché el bip del teléfono quitando el altavoz. Ella continuaba hablando en voz muy baja.
—No tengo idea de nada. Te devuelvo la llamada más tarde, ¿sí?
—Bueno, meu amor. Falamos en la noite. Te quero. —Lo escuché muy a lo lejos.
—Te quiero también, bye.
Me sentí… la persona más miserable del mundo. No miento. Estaba increíblemente decepcionada de mí misma.
No son novios, ¿por qué le daría Lena explicaciones? No necesitaba fingir con él y decirle que no recordaba nada de lo que sucedió ayer. Bastaba con que le mencione que estaba cansada y ya. No tenía nada que ocultar.
Sí, sí, ellos dicen que son amigos y es obvio que se quieren; se llaman con palabras bonitas —como meu amor, o princesa—, se toman de las manos, se acarician en público, entrelazan sus dedos, rozan sus narices en partes del cuerpo que no les corresponden a los simples amigos, tienen fuertes sesiones de sexo, tiran y tiran como si los conejos del mundo estuvieran en extinción. ¡Vamos, son una maldita pareja con relación abierta! Y yo me convertí en la quinta rueda del coche…
No, no, no, aclaremos esto bien.
Marina es la llanta de emergencia, yo no era ni el gato hidráulico, ni el limpiaparabrisas, ni siquiera llegaba a ser la caja de Kleenex de la guantera. Yo era la mosca que se estrella en el vidrio, esa inconveniencia que después de limpiarla te olvidas de ella y, aquí, no pasó nada.
¿Cómo?
Ah, sí, estaba borracha, Lena es linda, me gusta y ella quería besarme «tanto», seamos sinceros, yo también lo quería.
¿Así se sentía mamá cuando papá recibía una llamada de su esposa o de sus hijos en medio de sus encuentros? ¿Tendría él, por lo menos, la mínima consideración de levantarse e irse a hablar en otra habitación?, ¿o les contestaba en frente de «la otra»? Porque eso era mamá, la otra y, en este caso, lo que yo soy.
—Yulia, ¿estás despierta? —me preguntó con en voz baja.
"Soy la otra… o la ninguna, en realidad. Solo nos besamos, eso no me califica como la otra".
—Sí, pero ya es tarde y debo irme —le respondí, sentándome en la cama, dándole la espalda.
Pensé que querría hablar, aclararme que no significó nada para ella y que lo mejor era continuar como estábamos, siendo amigas y nada más, pero no.
—Prepararé el desayuno —dijo, animada.
Mosca fuera del parabrisas, caso olvidado.
—Yo no desayuno. Tomaré un café cuando llegue a casa.
—Tomarás uno aquí, junto con unos panqueques que prepararé. —Se apuró poniéndose de pie y caminó hasta el marco de la puerta, donde se detuvo por dos segundos para decirme con su usual buen humor—: Prepárate, soy muy buena haciendo panqueques.
"También haciéndote la estúpida", pensé.
—¿A qué hora llegamos? Dios, no recuerdo nada —me preguntó al verme bajar por las escaleras unos minutos después. Ella preparaba la mesa, seguía tan semidesnuda como cuando estaba en la cama; con su camiseta vieja para dormir y sus bragas de algodón; sus piernas desnudas y sus pies descalzos.
—Imposible que no recuerdes nada de lo que pasó ayer.
—De verdad no tengo memoria. Lo último fue ir contigo a la barra a pedir un tequila.
Comenzaba a irritarme. No tenía «gran problema» con que quiera ocultarle a su cualquier cosa que se divirtió conmigo al llegar a casa; no necesitaba fingir conmigo.
—Rarísimo, porque actuabas con mucha coherencia.
Sobretodo cuando acariciaba mi labio superior con su lengua, llenándome de cosquillas el vientre.
—Suelo aguantar mucho más de seis tragos.
—Siete —la corregí—, nos tomamos ese último tequila.
—Ese es el que me mató.
—¡Vamos, Lena!
—¡¿Qué?!
—Sé que recuerdas bien lo que pasó.
—¡No recuerdo nada! —se quejó y cambió a una postura preocupada—. ¿Qué hice?
—¿Me estás cargando?
—¡Dime que no me encontré con una rubia e hice el ridículo, por favor!… ¡Oh no, oh no, oh no!
"Perfecto, si quiere jugar a hacerse la estúpida. Juguemos".
—No hiciste nada de lo que debas avergonzarte, pero sí me prometiste contarme, de una buena vez, por qué no querías que vaya al club —le mentí. Lena ya se había negado a hablar conmigo al respecto y, antes de verse obligada a responderme, negaría que hizo dicho ofrecimiento.
—¿Eso hice?
—Sí, cuando fuimos a dormir. Dijiste que preferías hacerlo sobria. Así que… habla.
—Bien, si eso dije…
Accedió sin protestar, su rostro amable, a pesar de sus notables nervios, y eso quería decir que de verdad no recordaba nada.
Lena separó una de las sillas invitándome a sentarme y dio la vuelta a la mesa, acomodándose enfrente. Me sirvió una taza de café hirviendo y me acercó el plato entero de panqueques para que me sirviera.
—Okey. No recuerdo bien cuando, pero no hace mucho, unas tres semanas tal vez, acompañé a Leo al club. Era un sábado a medio día, nos encontraríamos con Anatoli, Lauren, la ex de Leo y su mejor amiga —me aclaró—, y Pete. Saldríamos a almorzar en grupo y… bueno, eso no importa.
—Sí, al punto. ¿Qué tiene que ver todo esto conmigo?
—Eso, okey. Bien…
Más que nerviosa.
—Anatoli llegó con su papá. —Se detuvo.
—Ajaaá…
—Yulia…
—Lena, lo juro, si no hablas claro, ¡voy a regarte el café caliente en tus piernas desnudas!
—¡Ajjj, siempre amenazándome por nada! ¡Ya, lo cuento! Su papá no me reconoció, pero yo a él sí. Me lo habían presentado antes… tú me lo presentaste antes.
—¿Qué?
—Yulia, el papá de Anatoli, es… Oleg… ¿Oleg Volkov? Tu papá.
RAINBOW.XANDER- Mensajes : 1950
Fecha de inscripción : 19/09/2016
Edad : 22
Localización : Buenos Aires
Re: EL DIARIO (ADAPTACION) // RAINBOW.XANDER
Hola
buen capitulo
pobre Yulia
siguela pronto
buen capitulo
pobre Yulia
siguela pronto
andyvolkatin- Mensajes : 576
Fecha de inscripción : 27/05/2015
Re: EL DIARIO (ADAPTACION) // RAINBOW.XANDER
Lo sientooooooo!!!! Hola chicas... aparecí!!
A leer!!
Capítulo 29: Te necesito ahora, niña
—No sé de qué hablas, Lena. Soy hija única —le dije, metiéndome un pedazo de panqueque en la boca para no poder decir una palabra más. Ella me miró con cara fastidiada—. ¿Qué? —le pregunté con la boca llena.
—Yulia, ¿vamos a hacernos las estúpidas?
Finalmente una pregunta que nos quedaba perfecta a las dos. Ella lo hacía con lo que pasó anoche y yo con lo de mi papá.
—Sumé uno más dos, escuché muchas cosas en ese almuerzo, sé lo que… sucede con ustedes.
—¿Ah, sí?
—¡Sí! —ratificó, aún más molesta.
—Instrúyeme, entonces. Porque yo no tengo idea.
—¿En serio?
—¡Vamos, ilumíname con tu conocimiento, Master Jedi!
—¡Bien, si lo quieres así! —Su irritación la hacía ver graciosa, linda. Pero que tanto podía saber, no es como si papá lo vaya a declarar en la sobremesa—. Fui al almuerzo y conocí al resto de tu familia. No sabía si envidiarla o compadecerla, deben ser todos insoportables, quizá hasta Anatoli lo es.
—Felicitaciones, conociste una familia diferente a la tuya. ¿Los envidiaste porque ellos no tienen a Katia?
—La molesté.
—Su casa es linda, ¿sabes? Queda en las colinas del barrio donde se codean los más ricos. La ciudad se ve increíble desde la enorme piscina del jardín —destacó, empezaba a ser cruel y lo notó en mi expresión. El panqueque ya me había caído pesado y me di cuenta de que en un punto me crucé de brazos arrimándome al respaldar de la silla. —Su… su esposa me agradó. La mujer es…
—Déjalo así, no quiero saber más.
—Yulia…
—¿Qué, Katina? ¿Quieres restregarme que son la familia perfecta y que viven de las mil maravillas mientras yo como macarrones con queso en el sillón/cama del hueco donde vivo?
—No…
—¡Entonces, cállate! No me importa qué diablos haga Anatoli, no me importa la esposa de mi papá. ¡No me importa nada!
Me levanté empujando la silla detrás mío, agarré mis cosas del sillón y salí azotando la puerta en camino a mi auto. No culpo a Lena por intentar contarme lo que yo misma le exigí de mala manera. Es solo que, cuando pienso en papá, prefiero imaginar que las excusas que tiene para mantenerse lejos de mí son horribles, son justificaciones, no felicidad o cosas buenas. Soy la bastarda, lo sé. El acuerdo es que yo no me entrometa en su vida y por diecisiete años me he mantenido al margen. No lo he buscado, no he intentado saber quién es. Le contesto el teléfono cuando me llama y me dibujo una realidad alterna con la que puedo vivir tranquila. Eso es lo que me permite no odiarlo, no mandar todo al diablo y lo que trae su ayuda al banco cada mes. Esas son las reglas. No quiero o necesito que alguien más las rompa por mí.
Lena parecía saber mucho más de lo que hubiese querido, así mismo yo tenía que leer de ella, enterarme de los detalles de su realidad. Calmar mi indignación por lo que me contó.
Entrada número veintisiete del diario
06 de agosto, 2015
¿Qué haces cuando te enteras de algo tan complicado como tu verdadera procedencia? ¿Regresas a casa a gritar, patalear y exigir la verdad?
Imposible. Por más razones que pudiera tener para pedir explicaciones, esa no era la mejor forma de hacerlo. Mis abuelos —en particular mi abuela— armarían un escándalo tamaño mundo. Debía ser cautelosa, más inteligente. Necesitaba hablar con Iván. Le pedí que después del almuerzo se sentara conmigo en el árbol, habían cosas que quería preguntarle, especialmente qué sabía de su madre. La respuesta fue un simple, «nada». Me contó que durante años no se interesó por preguntar. Todo tema que la involucrara era prohibido en esta casa, lo único que sabía era su nombre, ni siquiera su apellido.
—Alenka —me confirmó—, de procedencia polaca.
Sé que mi hermano es sincero, si me dice que no sabe nada más es la verdad, pero ¿cómo iba a imaginarme que no se ha cuestionado más cosas?, ¿que nunca haya tenido una conversación seria con papá al respecto?
—Si hubieras crecido con los abuelos, lo entenderías —se justificó—, y papá nunca fue de mucha ayuda. Decía que si mamá me abandonó no valía la pena hablar de ella o buscarla, que no se lo merecía.
No sonaba para nada a mi papá. Él no es el tipo de persona que no da segundas oportunidades, hasta daría una quinta, una décima. Así que, si eso fue lo que le dijo, era para protegerlo y no tener que romperle el corazón informándole que su madre había sido asesinada y nunca volvería por él. O quizá… buscaba cuidarse las espaldas después de robarse a dos niñas —a sus hermanas—, y evitar llamar la atención. Nina no me dijo en qué trabajaba Alenka o cuántos meses vivió como su vecina, pero me extrañaba por completo su presencia. Era una mujer joven, debe haber tenido más o menos veinticinco años, porque Iván fue el error de adolescencia de mi padre y me imagino que ella era adolescente también, cuando ella falleció él tenía siete años. En fin, supongamos que Alenka tenía veinticinco cuando fue asesinada, ¿cómo diablos viajó con dos niñas desde una ciudad hasta otra y compró una casa cómoda en un barrio residencial muy prestigioso a esa edad? ¿Qué hacía para vivir que le fue tan fácil abandonar todo allá y continuarlo aquí?
Alenka bien podía tener dinero familiar, lo que quería decir que sus padres eran ricos y, si era así, ¿por qué no se armó una búsqueda enorme cuando desaparecimos mi hermana y yo? ¿Cómo fue que terminamos viviendo en Sochi con el papá de nuestro hermano mayor?
Entrada número veintiocho del diario
07 de agosto, 2015
Hoy es mi último día aquí. Me refiero a uno en el que puedo hacer averiguaciones sobre quién era Alenka y qué hacía en esta ciudad, Korsakovo. Me levanté temprano y le pedí a mi hermano que me dejara en la biblioteca de la ciudad. En esos tiempos ya había internet, pero la búsqueda que hice ayer en la noche no tuvo gran éxito. La identidad real de Alenka y de sus hijas se había mantenido oculta a la prensa para asegurar una mejor investigación del caso. Aparte de que, a principios de los años 2000, los periódicos de esta ciudad no tenían intensiones de llevar sus artículos de manera virtual. Mi única esperanza era buscar en los archivos de prensa en la sección de noticias y rogar que pudiera encontrar algo útil. La señora que atendía el lugar fue muy amable. Me guió hacia las máquinas «prehistóricas» del archivo. Unos monitores gigantes que permitían pasar placas en negativo de cada una de las páginas de los diarios publicados en la historia de la ciudad. Por suerte Gloria me ayudó a ubicarme en el tiempo.
—¿Qué buscas en particular?
—Todo lo que se refiera al asesinato de una mujer y la desaparición de sus dos hijas.
—Ah, el caso de "el Purgador". Fue un caso muy famoso. ¿Piensas hacer un trabajo para la escuela? —me preguntó extrañada. Estábamos en verano, ¿qué trabajo podía hacer?
—No, es… una publicación para mi blog. Me interesan mucho los casos sin resolver —le contesté.
—Bien, esto sucedió en el año 2001 en el mes de junio. Lo recuerdo porque ese verano llegó mucha gente curiosa de todas partes del país. Querían visitar la casa del asesinato. La gente es muy morbosa si me lo preguntas.
"Definitivamente", pensé.
Sacamos las placas de ese mes completo y comencé a pasar una por una, anotando la información en un papel. Era imposible leer todos los recortes, por lo que saqué varias copias de los más destacados, nombres clave, detalles que otra gente pasó por alto. Sobretodo los que buscaban esclarecer nuestra desaparición.
«La última vez que se las vio, estaban bajo encargo policial en el departamento de menores. Se las llevaron en una patrulla al orfanato, mas, las niñas, nunca llegaron». No había duda, nos «extraviamos» en custodia oficial.
No se nombra a papá en ningún reporte, no se lo ve en ninguna foto y hay muchas de la casa y de los policías que estuvieron presentes en la escena del crimen. Cuando estaba por apagar la máquina decidí regresar unas hojas y volver a revisar una de las primeras publicaciones de un diario independiente. Fue el mejor artículo que pude encontrar. El relato del reportero no decía nada nuevo, pero la foto, eso era lo importante. Se veía la casa al fondo, las patrullas en la calle y a un grupo de oficiales haciendo apuntes en sus libretas, hablando entre ellos y, en medio de todo, estamos mi hermana y yo, paradas a su lado. No se distinguen nuestros rostros, mayormente porque estábamos de espaldas, pero somos nosotras, lo sé. Ese era mi vestido, mis zapatos rojos. Esa niña era yo, tengo fotos con papá vestida con ese mismo atuendo. No me hacía falta confirmar nada. Lo que Nina me había dicho era verdad. Mi nombre era Alenka, mis hermanos Ekaterina e Iván. Nuestra madre había sido asesinada a sangre fría y había sido yo quien llamó a la policía. ¿Era eso lo que tanto odiaba mi abuela de mí? ¿Era la última hija de la mujer que le «arruinó» la vida a su hijo? ¿Me parezco demasiado a mi mamá?
Como diablos puedo quejarme de mi familia cuando leo tanta desgracia en la suya.
Perfecto, ahora me siento una idiota por responderle así a Lena, por no dejarla hablar. Debí ser más justa, debí recordar que su vida es mucho más complicada que un chico mayor que no es su novio, o ser la amiga de mi desconocido hermano, más que tener un tatuaje y llegar borracha a besarse con su amiga.
Eso, soy una idiota.
Cierro el diario y busco mi celular, comenzó a sonar, pero no sé donde lo dejé. Levanto el cojín, busco entre mi ropa sucia, nada. Se calla. Es lo que más odio, no recordar donde dejo las cosas. Los teléfonos deberían venir como la alarma del auto, con un control que haga beep hasta encontrarlo. Vuelve a sonar y sigo el sonido hasta el baño. Ahí está, detrás de la llave del lavabo. Espectacular lugar para extraviarlo, junto a una fuente de agua.
—Aló.
—Yulia…
—¿Lena? —le pregunto, suena a ella, pero está muy molesta, llorando—. ¿Estás bien?
—No… yo, no quería molestarte, pero… Maldición, olvídalo.
—No, espera, Lena… ¿Lena? —pregunto y de inmediato escucho que me colgó.
Marco su número, no me contesta, genial. Tomo las llaves del auto, guardo mis cosas bajo llave junto al diario y vuelvo a marcarle antes de salir del apartamento. No me llamaría a menos que sea una emergencia o algo muy grave.
—Vamos, Lena. ¡Contesta! Maldición!!
A ver, ¿para qué tienes teléfono celular, si cuando alguien te llama ¡no le vas a contestar!?
Quince llamadas en los últimos veinte minutos que he estado en la carretera, ¡quince!, y nada. Algo grave pasó y pensó en mí, en pedirme ayuda «a mí» y se arrepintió tanto que prefiere ignorarme. Pero… bueno, eso no es su culpa, es mía por irme de su casa azotando la puerta…
No ya, en serio, ¿y si yo tuve la culpa? Cerré la puerta, pero no con seguro. ¡Un ladrón pudo meterse en su casa y…! No, Lena y su familia viven con la puerta abierta todo el tiempo, nunca pasa nada. ¿Y si esta vez sí? No, no, no, debo calmarme o no voy a llegar viva.
Lo que sí sé es que, es algo grave, muy, muy, muy grave, porque estaba llorando y Lena no llora…mucho.
Espera, ¿cuándo he visto a Lena llorar?
Apenada, lamentándose, portándose como una niña mimada, varias veces. Pero llorar del verbo: «todas sus lágrimas rodaron por sus mejillas en un acto desconsolado y cruel», nunca. No que yo recuerde y me acordaría, lo tendría grabado con hora y fecha en la frente.
¡Diablos, es grave! Vuelvo a llamar.
—¡Vamos, Lena! ¡Maldición, atiende! ¡Juro que si no me contestas en los siguientes dos segundos…!
«Hola, habla Lena Katina. En este momento no puedo contestarte. Déjame un mensaje y te devolveré la llamada»… Beep…
—Lena, estás asustándome, ¿sí? Por favor, responde la llamada, voy camino a tu casa. Estaré ahí en menos de diez minutos.
Dios, Lena…
«No hay nadie ahí, estoy en el Hospital General del Condado. Por favor, no vengas», me contesta en un mensaje de texto.
¡¿En el hospital?! ¡Demonios se voló una mano! ¡Quiso aumentarle banana a sus panqueques y se voló la mano!
El hospital queda a menos de dos minutos. Está loca si cree que no voy a ir, ¡demente!
Giro a la izquierda, paso el cruce de la calle principal y entro directamente al área de emergencias. Parqueo donde sea y salgo corriendo a la recepción.
—Buenas —saludo a la recepcionista con el aire entrecortado por el apuro—, ¿puede decirme dónde encuentro a la paciente Lena Katina?
Busca en su libreta por el dato y niega.
—La señorita Katina no ha sido ingresada… —contesta pasando la última hoja.
—¡Maldición! ¿Dónde está?
—Pero creo saber quién es. Ven conmigo —me dice y le pide a su compañero que la cubra por unos minutos. Comienza a caminar por el pasillo a paso rápido yo la sigo lo más cerca que puedo hasta que se detiene en una estación de enfermería—. Miska, la chica pelirroja que llegó hace una media hora, ¿dónde está?
—Hace unos minutos me preguntó por la capilla, el doctor salió con malas noticias.
¡Oh, por Dios, no es ella! ¿Qué pasó? ¿Quién está mal? ¿Sus papás? ¿Katia?
—Gracias —le dice la mujer y sigue caminando, damos vuelta en la esquina y me apunta al final de otro corredor—. Su novio llegó en muy mal estado junto con otros dos chicos. Tuvieron un accidente en la playa. ¿Me imagino que tú eres su amiga?
—Lo soy.
—Me alegra que no esté sola, de verdad es un caso muy delicado y parece que este chico no tiene familia en el país.
Asiento y ella me toca el hombro, reconfortándome y se marcha. Yo no tengo de qué decirle. Camino lentamente, hasta llegar a la puerta y la empujo, la pequeña sala está vacía.
—¿Lena? —susurro, nadie me contesta—. ¿Lena?
—Te dije que no vinieras —escucho a mi derecha. Está sentada en el piso, llorando entre suspiros.
—Me llamaste y aquí estoy —le digo, apoyándome a la pared para deslizarme hasta el piso. Me acomodo a su lado. Regreso a verla, ella no a mí.
—También te colgué.
—Y no me volviste a contestar.
No responde a esto, vuelve al silencio que llena este lugar. Está destrozada, tiene la mirada perdida en una de las velas que flamea en la mesa de enfrente. El reloj de la pared marca los segundos con claridad. Esta es una capilla, pero no tiene imágenes. No hay una cruz o una estrella de David. Es un cuarto de oración… imparcial.
—Pensé que ya no practicabas la religión.
—Yo no…, pero Leo, sí. Es católico —dice y se limpia sus lágrimas con la muñeca.
Díganme maniática, pero siempre llevo un pañuelo desechable en el bolsillo, nunca se sabe cuando lo vas a necesitar. Lo saco y se lo paso. Finalmente me mira y lo toma, lo usa para sonarse la nariz y regresa la vista al frente.
—Leo y unos amigos fueron a surfear en la playa. Me llamó mientras salían del estacionamiento y… todo estaba normal. Me preguntó si quería unirme a ellos para almorzar en el malecón y… fue cuando escuché el freno de un auto, no paraba, duró segundos, los más largos de mi vida. Luego… escuché el choque.
Cierra los ojos, frunciendo sus labios mientras llora. Estiro mi mano a sus piernas y la tomo de la mano, apretándola un poco para que sepa que estoy aquí, que no está sola.
Logro calmarla un poco y vuelve a hablar.
—La llamada no se cortó, seguí escuchando el crujir del metal por varios segundos más y después el claxon del auto que no paraba de sonar.
—¿Él conducía? —el conducía, le pregunté con sutileza.
—No, no. Iba en el asiento de atrás. La tabla no cabe en el Mini Cooper o en la moto; siempre van en la camioneta de su amigo —me confirma, por lo menos eso es bueno—. Yo… no tenía idea de qué hacer y te llamé.
—¿Por qué me colgaste?
—Porque ¿qué podías hacer tú?, estabas mucho más lejos que yo y ni siquiera te simpatiza Leo.
—No digas eso. Me agrada y mucho —digo sinceramente, aunque ella no me crea, es así. Lo de esta mañana fue un pleito interno absurdo.
—Colgué contigo y entró la llamada del paramédico de la ambulancia. Me dijo que estaban en camino a este hospital y que me acerqué lo más pronto posible —pausa para limpiarse nuevamente la nariz, doblando en dos el papel y lo aprieta en su mano libre—. El día que se compró su nuevo teléfono le dije que debía configurar su número de emergencia. Me dijo que pusiera el mío y lo hice, bromeando. Le aclaré que tenía que cambiarlo a un verdadero contacto, pero no lo hizo.
—Bueno, eres importante para él.
—Pero no puedo hacer nada, Yulia. Legalmente tengo diecisiete años, no puedo decidir.
Por supuesto, eso es un problema.
—Llamé a Anatoli, él es su amigo… Quizá le permitan hacer algo a él.
—¿Qué te dijeron los doctores?
—No mucho, no soy familia y soy menor, así que se limitaron a informarme que tiene derrames internos y que está en peligro, que permanece inconsciente.
Sus lágrimas salen de sus ojos sin que ella parpadee. Corren por sus mejillas… corren de una manera… desconsolada y cruel.
—Perdón por salir de tu casa así en la mañana. Tú no tienes la culpa de lo que hace mi padre.
—Anatoli tampoco, ¿sabes?
No es agradable que te señalen lo evidente, lo que no has querido considerar por voluntad propia. Sé que no son responsables. Es nuestro padre el que nos ha puesto en esta posición, el que nos dividió en equipos rivales. Vaya, estoy segura de que ellos ni siquiera saben que están jugando contra mí.
—Papá puso condiciones para reconocerme y pasar mi manutención —le cuento—. No inmiscuirme en su vida, es una de ellas. He preferido no investigar nada sobre él, su esposa, su familia. No conozco sus nombres ni cuántos son…
—Tres. —Me interrumpe. No entendió que no quiero saber—. Andrew, Varvara y Anatoli. Él es el menor.
Bueno, ya lo sé. Gracias Lena por spoilearme: «La vida de la familia Volkov, los legítimos», pronto en DVD y Blu-ray.
—Sabes que, pensando bien las cosas, que supieras que Anatoli era mi hermano no te justificaba para no quererme en el club. Yo nunca te conté que lo conocía, te enteraste anoche —le planteo mi duda. Ella sonríe.
—Fuimos un domingo a la playa y yo me senté junto a él cuando salí del agua —comienza el relato—. Tenía una cara de idiota, la sonrisa estirada de oreja a oreja. ¿Sabes qué me dijo?
"Sí, lo imagino, que me conoció".
—Que había conocido a una chica hermosa, preciosa, lo más lindo que ha visto en la vida; morena y con unos ojos azules que mataban.
—Pfff, vamos Lena, es la descripción de miles de rusas, cientos de miles.
—¿Sí? ¿Miles de chicas que aparecen por la playa vestidas totalmente de negro y que se llaman Yulia?
No, esa solo soy yo. Debí parecer una maldita turista yendo así a la playa a medio día.
—Ya, está bien. Sí, es como dices. Era yo.
—No quería que fueras porque sabía que él estaría ahí. Después de todo es el dueño del bar.
—Aceptaré algo —le digo buscando hacerla sonreír, ayudarla a escapar de este mal rato por un instante—. Cuando lo conocí esa mañana, me pareció encantador.
—¡¿Ves?!
—No puedes culparme, Anatoli es bastante aceptable, debe ser porque compartimos genes.
—¡Ew, Yulia! —Pone una cara de asco que también funciona. Me mira por unos segundos y sonríe. Bien, objetivo cumplido. Se tranquiliza poco a poco y lanza un suspiro.
—Gracias por estar pendiente de mí con… esa situación —le digo.
—Gracias a ti por venir. No sabes cuánto odio este lugar.
—Leo va a estar bien, ya verás. No por nada ha pasado metido en el gimnasio la vida entera, todos esos músculos tienen que servirle de algo.
Ríe otra vez, terminando con una sonrisa dulce, está pensando en él. Da una fuerte respiración y voltea en mi dirección, mirándome fijamente.
Estoy por decirle que no se preocupe, que yo estaré con ella el tiempo que sea necesario, cuando escuchamos la puerta abrirse con rapidez.
—¿Lena?
Es Anatoli… mi hermano Anatoli.
Tenía una mirada un poco extraña. Sus ojos viajaban de Lena hacia mí con rapidez y cuando nos dimos cuenta, ya había salido de la capilla.
Lena se limpió las lágrimas que le quedaban y salimos hacia la sala de espera. Anatoli no se veía ya por el camino que comunicaba ese lugar con el próximo…La espera, desespera. Es la frase favorita de mamá.
Ella nunca fue muy paciente que digamos, no había navidad que no abriéramos los regalos en la víspera o un Halloween que llegara demasiado anticipado en forma de galletas horneadas, pasteles de calabazas y decoraciones de telarañas en la puerta de mi habitación.
Pero es un hecho, existe algo desesperante en permanecer en un mismo lugar viendo las puertas de un ascensor abrirse y cerrarse con doctores, enfermeras y gente yendo y viniendo; esperando que uno solo de ellos traiga noticias, ya sean buenas o malas.
Cuatro horas pasamos en esa sala de espera, compartiendo la mínima cantidad de palabras posibles: «café», «sí», «gracias», «otro», «te acompaño». El tiempo se hace eterno. No hay mucho que hacer en el hospital, nada más que esperar y, con redundancia, esperar que todo salga bien.
Suena mórbido y algo insensible, pero no puedo evitar pensar que, a pesar de lo horrible que es estar en esa posición, es lo más cerca que me he sentido de alguien en muchísimo tiempo. Lena estaba nerviosa, cansada de analizar cada escenario, que pasaría si Leo moría, qué si se reponía. Espiritual y físicamente se veía aturdida, incómoda. Sin embargo parecía encontrar algo de tranquilidad en mi hombro. Después de una hora de jugar con los pellejos inexistentes de los filos de sus uñas y de morderse los labios por la tensión, se ciñó de mi brazo y apoyó su cabeza, soltando de vez en cuando suspiros grandes. Mi única forma de decirle que era bienvenida —o la única que encontré—, fue posar mi cabeza sobre la suya y hacer lo mismo. Manteniendo el silencio del lugar.
—La hemorragia interna logró controlarse. —Escuchamos decir al doctor cuando finalmente apareció—. Leonardo se recupera en cuidados intensivos, estará bien en un par de días.
Anatoli logró manejar la situación. Fue directo a la oficina de pagos y autorizó la operación de su amigo. Eso era todo lo que el hospital buscaba, una persona que abra la billetera y se hiciera cargo de los gastos. La intervención era delicada y requeriría varios especialistas.
Se le informó que una barra metálica se había soltado en el impacto, atravesándole parte del abdomen. Tenía suerte de que la perforación en su intestino había sido relativamente pequeña y que, gracias a sus músculos abdominales, no había avanzado al estómago o el pulmón, de lo contrario, habría fallecido en la ambulancia.
—No hay nada más que puedan hacer aquí. Leo está en buenas manos —nos dijo Anatoli, intentando no sonar molesto—. Será mejor que vayan a descansar.
Creo que tenía razones muy elocuentes para estar enfadado, con Lena, no conmigo. Casi pierde la cabeza al enterarse de su verdadera edad. Discutieron a susurros antes de salir de la capilla, acordando que lo mejor era no mencionar palabra de su relación y aclarar que no son novios si otra enfermera se acercaba con un comentario de ese tipo.
—Quisiera quedarme —le dijo ella.
—Y yo quisiera asegurarle a mi amigo que no será arrestado por violación a menores. Todos queremos algo, Lena, no siempre se puede. —le respondió entre dientes, acercándose lo más que pudo a su rostro para ser entendido. Que no le quede duda a nadie, hablaba en serio—. ¡Vete! —exigió con dureza, sin apartar su dura mirada más de un segundo para verme a mí y añadir—: Las dos, váyanse —Nos dio la espalda y se fue caminando por el pasillo, sacó su celular de su chaqueta y llamó a no supimos quién para avisarle lo que había dicho el cirujano. Se perdió de vista al curvar a la derecha.
No hay duda alguna, es mi hermano.
—¿Estás segura de que no quieres que me quede contigo hasta que lleguen tus papás? —le pregunté al llegar a su casa. Lena desabrochó su cinturón de seguridad y se quedó inmóvil en el asiento de copiloto
—. Puedo hacer unas papas fritas con queso para lamerse los dedos —insistí—. Ni siquiera almorzaste, debes estar con hambre.
—No, está bien. Yo… preferiría dormir.
—¿Segura?
—Sí, Yulia, tranquila. Estoy bien, gracias por acompañarme.
No se escuchaba bien, ni regular, se veía aún peor, pero yo no podía obligarla a aguantar mi presencia, si quería estar sola estaba en su derecho. Nos despedimos y volví a casa.
Entrada número veintinueve del diario
08 de agosto, 2015
El día —y como consecuencia mi vida— se puso interesante después del desayuno.
Mi abuela se las da de inteligente, pero puede llegar a ser muy estúpida,. Se lo atribuyo a lo pedante que es, a su falta de serenidad, a su desesperación por controlar todo lo que pasa a su alrededor. La verdad es que no puedo entender de dónde sacó mi padre su semblante, su paciencia y su cariñosa actitud, porque mi abuelo no se queda atrás de su esposa.
Bueno, el punto es que en esta ciudad llena de chismosos, donde mis abuelos son bastante conocidos, alguien le comentó lo que había estado haciendo el día anterior, me sorprendió que no le dieran un detalle al minuto de lo que estaba haciendo en la biblioteca.
—No sabes quedarte quieta —me reclamó mientras se servía un vaso de jugo—. Estás aquí nada más unos días, ¿no puedes pasarlos dentro de esta casa?
—No, no puedo.
—Por supuesto que no, haces lo que quieres como un perro abandonado.
—Es una linda vida. —Solté más al aire que a ella, pero… ya que estaba ahí, se lo agarró.
—Eso mismo pensaba tu madre, merodeaba por el mundo cual perro callejero y mírala ahora… —Detuvo sus palabras, moviendo la cabeza en negación—. Eres igual a ella, una copia de tu madre.
—¿Ah, sí? ¿A cuál? ¿A Inessa… o a Alenka?
Su semblante no decayó, no se irritó por demostrarle que conocía mi pasado, no tuvo miedo de que lo supiera. Era como si hubiese estado esperando a que este día llegara.
—Tienes mucho de las dos. Serías una digna hija de la idiota de Inessa, si no fuera por lo mucho que te pareces a la perra de Alenka.
—Recuerda que no solo hablas de mi madre, también la de tu nieto/hijo favorito. —Le recordé.
—No te compares con Iván, el tiene buena sangre. La nuestra.
—¿Y mi hermana? ¿Cuál es tu excusa para no odiarla como a mí?
—Su padre, sea quien sea, no es el tuyo. Esa es la diferencia.
—Así que el verdadero problema no es lo perra que mi madre era. El lío que tú tienes es con mi padre. Debes haberlo conocido muy bien.
—¿Crees que me sacarás información que no pudiste encontrar en tus vacaciones?
Hasta ahí le llegó lo estúpida.
—Yo no me preocuparía tanto por encontrarlo y saber quién es —me dijo con una repentina calma y regocijo—. Él te encontrará. No es el tipo de hombre que deja «asuntos pendientes».
Si lo que implicaba mi abuela era verdad yo… Mi vida acaba de cambiar, drásticamente. Creo que lo más prudente que debo hacer llegando a Sochi es protegerme y que mejor protección que la información.
Necesito un detective privado.
Qué diablos quiso decir su abuela con eso. ¿Asuntos pendientes? ¿Se refiere a que está buscándola desde que desapareció? ¿Que vengará el secuestro de su hija?
La espera, desespera, es un hecho. Necesito seguir leyendo.
Entrada número treinta.
09 de agosto, 2015
Volví a tener ese sueño, ese hombre y esa mujer sentados en la sala de una casa, yo mirándolos tras una ventana que daba al jardín. Las imágenes aún son borrosas, inciertas, pero el recuerdo está ahí, como una palabra atorada en la punta de la lengua.
Conocer esa casa desató otros recuerdos que tenía escondidos. El buzón, las manos de mi madre, su voz.
Lo que quería decir que había una gran probabilidad de que si regresaba a ese lugar podría aclarar las figuras que veo en ese sueño, acordarme qué juego de mesa tenían sobre la mesa, saber quiénes eran, encontrar algo que me quitara esa sensación de impotencia.
La casa de Alenka, debía volver ahí.
Aproveché que papá estaba hablando con sus papás en el taller de carpintería y que mis hermanos dormían, para llamar un taxi que me recogiera en la esquina. El camino no era largo, esa casa está a cinco minutos bajando por la misma calle de la de mis abuelos.
Hacía calor, el sol estaba bastante fuerte a pesar que era temprano en la mañana. Di la vuelta a la casa mirando por las ventanas; no había nadie. Pensé que el dueño habría tomado un paseo o saldría al supermercado; descubrí que no cuando me asustó hablándome a mis espaldas.
—Hola otra vez, ¿te asusté?
Por supuesto que lo hizo, casi me mata. Él rió y me preguntó en qué podía ayudarme. Le inventé una historia, había ido a despedirme de Nina, su vecina, pero no la había encontrado.
—Suele salir temprano a la iglesia. Los sábados tiene un grupo de adultos mayores. —me respondió—. ¿Quieres dejarle una nota? Puedo prestarte un papel y un bolígrafo —me ofreció, ladeando la cabeza hacia la puerta. Me estaba invitando a pasar y cómo iba a desperdiciar la oportunidad, todo iba mejor de lo que había planeado.
Pensé que me sentiría extraña al entrar, que escalofríos correrían por mi cuerpo al cruzar el portal; no sucedió. Era un lindo lugar, amplio, luminoso por las grandes ventanas que cubrían las paredes, sobre todo en la sala. Las escaleras que iban al segundo piso y al subsuelo quedaban directo enfrente de la entrada, al final del pasillo.
El hombre me guió hasta la sala y me pidió que lo espere, iría por lo ofrecido y un vaso de limonada, de verdad hacía mucho calor.
—Siéntete como en casa —me dijo antes de perderse por las escaleras. Lo hice.
Mis ojos no dejaban de bailar de arriba a abajo, intentando tener ese momento en que todo encaja y puedes escupir la palabra que tenías atorada, ese instante de claridad.
Los muebles no eran tan modernos, pero era lógico, el hombre había vivido ahí por más de diez años.
Había un pequeño piano en la esquina, no de cola, de esos que van pegados a la pared. Plantas por todos lados y un espejo grande con un marco muy elaborado tallado en madera, colgado en frente del sillón principal donde yo estaba sentada. La alfombra era llana de color abano y la mesa de centro cuadrada con el tope de vidrio.
—Tiene una linda casa —le dije cuando regresó—. Nina me contó que ha sido su vecina por muchos años.
—Sí, compré esta casa en el 2001. Fue una verdadera ganga.
—¿En este barrio?
—Eso mismo pensé en ese tiempo. ¿Te contó Nina lo que sucedió aquí?
—Mencionó algo —le respondí a breves rasgos.
—A muchas personas les parece macabro, no a mí. No soy religioso. ¿Tú?
—Lo era hasta hace unos meses.
—¿Debe haber sucedido algo que te marcó?
—Algo así —contesté. No iba a darle la historia de mi vida o el porqué cada vez que pensaba en la religión me sentía disgustada con un ser que me había designado una vida llena de engaño y mentiras.
—Perdón, no quería incomodarte. Yo no creo en espíritus o fantasmas. Lo que le sucedió a esta mujer me dio la oportunidad de tener algo propio, de estabilizarme y la tomé.
—Habría sido absurdo no aceptar.
—Mucha gente lo dejó pasar. Aquí son muy religiosos, creían que la casa estaba maldita. Pero mírame, catorce años después y estoy mejor que nunca.
Pensar que si la casa estaba a nombre de mi mamá, mi hermana y yo pudimos regresar a reclamarla como herencia me hizo preguntarme algo más. Si era casa de mi madre ¿quién la puso en venta y con qué autoridad?
—Supongo que el banco querría recuperar la deuda de la antigua dueña y por eso la dejó a ese precio —sugerí, buscando una respuesta.
—No se la compré al banco. El esposo de la dueña fue quien me la vendió. No conseguiría más de lo que le ofrecí, menos de un tercio del valor real, tampoco tenía muchos interesados. Parecía un hombre en apuros y aceptó.
Su esposo podía ser mi padre, el de mi hermana, o quién sabe, un hombre cualquiera porque mamá sí que hizo un collage de familia; tres hijos con tres hombres diferentes.
No sabía como preguntarle qué características físicas tenía este hombre. Tampoco tenía idea de cómo sacar mi teléfono y tomar fotos del lugar. Podría darles un vistazo luego e intentar recordar más cosas que simplemente no salieron durante la visita. Entonces apareció la oportunidad.
—¿Quieres más limonada? —me preguntó tomando el vaso de la mesa.
Acepté de inmediato el ofrecimiento y comencé a fotografiar lo que más pude. La sala entera, las escaleras, las columnas que separaban a la sala del comedor y fue cuando noté unas marcas muy particulares en una de ellas, la pintura de la pared tenía otro color.
Me levanté para verlas mejor y antes de que el dueño volviera le tomé una foto.
—¡Oh, las marcas de tamaño, peso y edad! Lindas, ¿no?
—¿Usted tiene hijos?
—¡Oh, no, no! Esas son las marcas de las pequeñas que vivían en esta casa —me dijo acercándose y poniéndose encuclillas—. Lenka y Ekaterina, ¿ves?
Eran nuestras marcas. El dueño se había sentido tocado por ese detalle. Me contó además que la mayoría de los muebles, el sillón en el que yo estaba sentada, el piano de la esquina, el espejo y algunas cosas por el resto de la casa le pertenecían a Alenka, a mi mamá.
Me dejó ver otras áreas, guiándome por su casa. La cocina, un taller de jardinería que había adecuado en uno de los cuartos de la planta baja y me llevó al patio posterior. Ahí fue donde más incómoda me sentí. El césped era tan verde y ese ventanal, esa área en particular se sentía tan familiar.
—¿Por qué el vidrio tiene ese efecto de borroso? —le pregunté al acercarme a la esquina.
—Es un vidrio esmerilado. Así es su diseño, se usa para tener privacidad sin sacrificar la luz del sol.
Mi corazón se sentía agitado en ese lugar, tenía una angustia horrible que se acumulaba en mi pecho y quería salir de allí, pero no sin antes llevarme esa imagen conmigo.
—¿Podría tomar una foto de esta jardinera? El cuadro se ve precioso —le pedí, con una emoción fingida. Necesitaba su permiso—. Me encantaría subirla a mis redes sociales, presumirles a mis amigos.
—Pero por supuesto, siéntete libre de tomar las fotos que desees. Yo seguiré cuidando el jardín —me respondió y aproveché al máximo los siguientes minutos, despidiéndome al final con un abrazo y volví a la casa de mis abuelos.
Miro la fotografía ahora y ese lugar, ese sitio en particular. Ese ventanal, ese jardín, ese vidrio que lo hace todo borroso. Creo que es ahí donde me escondía en ese sueño. Pero debe haber algo más, otra parte del recuerdo que se mezcla con ese instante, porque detrás de ese vidrio no se puede ver nada más que sombras. ¿Cómo sabía yo que estaba sentado un hombre con una mujer en la sala, jugando algo sobre la mesa? Mi cerebro puede estar mezclando recuerdos u obligándose a unir las partes.
Aún tengo esa palabra atorada en la punta de la lengua y una pregunta más, algo que no cuadra, las marcas de la pared.
Hay cinco líneas en el extremo que dice Katia y cuatro en el que dice Alenka, cuatro. La primera inicia en el año 1998 y dice 72 cm, la última en el 2001 y dice 103 cm, pero yo tenía tres años entonces, nací en el año 98 y es imposible que haya sido una recién nacida de 72 cm que pesaba 21 libras. Alenka habría muerto mucho antes de darme a luz.
Eso quiere decir que yo no tengo diecisiete años, que mis padres alteraron mi certificado de nacimiento, que mi desaparición… No, no puedo seguir preguntándome cosas que no puedo resolver con certeza. Necesito un profesional.
Es una maldita ironía que fui allí para buscar respuestas y regresé con más dudas, o que mientras más descubro de la verdad de mi pasado más quiero aferrarme a las mentiras que he construido en mi presente.
Extraño a Leo, ahora más que nunca.
A leer!!
Capítulo 29: Te necesito ahora, niña
—No sé de qué hablas, Lena. Soy hija única —le dije, metiéndome un pedazo de panqueque en la boca para no poder decir una palabra más. Ella me miró con cara fastidiada—. ¿Qué? —le pregunté con la boca llena.
—Yulia, ¿vamos a hacernos las estúpidas?
Finalmente una pregunta que nos quedaba perfecta a las dos. Ella lo hacía con lo que pasó anoche y yo con lo de mi papá.
—Sumé uno más dos, escuché muchas cosas en ese almuerzo, sé lo que… sucede con ustedes.
—¿Ah, sí?
—¡Sí! —ratificó, aún más molesta.
—Instrúyeme, entonces. Porque yo no tengo idea.
—¿En serio?
—¡Vamos, ilumíname con tu conocimiento, Master Jedi!
—¡Bien, si lo quieres así! —Su irritación la hacía ver graciosa, linda. Pero que tanto podía saber, no es como si papá lo vaya a declarar en la sobremesa—. Fui al almuerzo y conocí al resto de tu familia. No sabía si envidiarla o compadecerla, deben ser todos insoportables, quizá hasta Anatoli lo es.
—Felicitaciones, conociste una familia diferente a la tuya. ¿Los envidiaste porque ellos no tienen a Katia?
—La molesté.
—Su casa es linda, ¿sabes? Queda en las colinas del barrio donde se codean los más ricos. La ciudad se ve increíble desde la enorme piscina del jardín —destacó, empezaba a ser cruel y lo notó en mi expresión. El panqueque ya me había caído pesado y me di cuenta de que en un punto me crucé de brazos arrimándome al respaldar de la silla. —Su… su esposa me agradó. La mujer es…
—Déjalo así, no quiero saber más.
—Yulia…
—¿Qué, Katina? ¿Quieres restregarme que son la familia perfecta y que viven de las mil maravillas mientras yo como macarrones con queso en el sillón/cama del hueco donde vivo?
—No…
—¡Entonces, cállate! No me importa qué diablos haga Anatoli, no me importa la esposa de mi papá. ¡No me importa nada!
Me levanté empujando la silla detrás mío, agarré mis cosas del sillón y salí azotando la puerta en camino a mi auto. No culpo a Lena por intentar contarme lo que yo misma le exigí de mala manera. Es solo que, cuando pienso en papá, prefiero imaginar que las excusas que tiene para mantenerse lejos de mí son horribles, son justificaciones, no felicidad o cosas buenas. Soy la bastarda, lo sé. El acuerdo es que yo no me entrometa en su vida y por diecisiete años me he mantenido al margen. No lo he buscado, no he intentado saber quién es. Le contesto el teléfono cuando me llama y me dibujo una realidad alterna con la que puedo vivir tranquila. Eso es lo que me permite no odiarlo, no mandar todo al diablo y lo que trae su ayuda al banco cada mes. Esas son las reglas. No quiero o necesito que alguien más las rompa por mí.
Lena parecía saber mucho más de lo que hubiese querido, así mismo yo tenía que leer de ella, enterarme de los detalles de su realidad. Calmar mi indignación por lo que me contó.
Entrada número veintisiete del diario
06 de agosto, 2015
¿Qué haces cuando te enteras de algo tan complicado como tu verdadera procedencia? ¿Regresas a casa a gritar, patalear y exigir la verdad?
Imposible. Por más razones que pudiera tener para pedir explicaciones, esa no era la mejor forma de hacerlo. Mis abuelos —en particular mi abuela— armarían un escándalo tamaño mundo. Debía ser cautelosa, más inteligente. Necesitaba hablar con Iván. Le pedí que después del almuerzo se sentara conmigo en el árbol, habían cosas que quería preguntarle, especialmente qué sabía de su madre. La respuesta fue un simple, «nada». Me contó que durante años no se interesó por preguntar. Todo tema que la involucrara era prohibido en esta casa, lo único que sabía era su nombre, ni siquiera su apellido.
—Alenka —me confirmó—, de procedencia polaca.
Sé que mi hermano es sincero, si me dice que no sabe nada más es la verdad, pero ¿cómo iba a imaginarme que no se ha cuestionado más cosas?, ¿que nunca haya tenido una conversación seria con papá al respecto?
—Si hubieras crecido con los abuelos, lo entenderías —se justificó—, y papá nunca fue de mucha ayuda. Decía que si mamá me abandonó no valía la pena hablar de ella o buscarla, que no se lo merecía.
No sonaba para nada a mi papá. Él no es el tipo de persona que no da segundas oportunidades, hasta daría una quinta, una décima. Así que, si eso fue lo que le dijo, era para protegerlo y no tener que romperle el corazón informándole que su madre había sido asesinada y nunca volvería por él. O quizá… buscaba cuidarse las espaldas después de robarse a dos niñas —a sus hermanas—, y evitar llamar la atención. Nina no me dijo en qué trabajaba Alenka o cuántos meses vivió como su vecina, pero me extrañaba por completo su presencia. Era una mujer joven, debe haber tenido más o menos veinticinco años, porque Iván fue el error de adolescencia de mi padre y me imagino que ella era adolescente también, cuando ella falleció él tenía siete años. En fin, supongamos que Alenka tenía veinticinco cuando fue asesinada, ¿cómo diablos viajó con dos niñas desde una ciudad hasta otra y compró una casa cómoda en un barrio residencial muy prestigioso a esa edad? ¿Qué hacía para vivir que le fue tan fácil abandonar todo allá y continuarlo aquí?
Alenka bien podía tener dinero familiar, lo que quería decir que sus padres eran ricos y, si era así, ¿por qué no se armó una búsqueda enorme cuando desaparecimos mi hermana y yo? ¿Cómo fue que terminamos viviendo en Sochi con el papá de nuestro hermano mayor?
Entrada número veintiocho del diario
07 de agosto, 2015
Hoy es mi último día aquí. Me refiero a uno en el que puedo hacer averiguaciones sobre quién era Alenka y qué hacía en esta ciudad, Korsakovo. Me levanté temprano y le pedí a mi hermano que me dejara en la biblioteca de la ciudad. En esos tiempos ya había internet, pero la búsqueda que hice ayer en la noche no tuvo gran éxito. La identidad real de Alenka y de sus hijas se había mantenido oculta a la prensa para asegurar una mejor investigación del caso. Aparte de que, a principios de los años 2000, los periódicos de esta ciudad no tenían intensiones de llevar sus artículos de manera virtual. Mi única esperanza era buscar en los archivos de prensa en la sección de noticias y rogar que pudiera encontrar algo útil. La señora que atendía el lugar fue muy amable. Me guió hacia las máquinas «prehistóricas» del archivo. Unos monitores gigantes que permitían pasar placas en negativo de cada una de las páginas de los diarios publicados en la historia de la ciudad. Por suerte Gloria me ayudó a ubicarme en el tiempo.
—¿Qué buscas en particular?
—Todo lo que se refiera al asesinato de una mujer y la desaparición de sus dos hijas.
—Ah, el caso de "el Purgador". Fue un caso muy famoso. ¿Piensas hacer un trabajo para la escuela? —me preguntó extrañada. Estábamos en verano, ¿qué trabajo podía hacer?
—No, es… una publicación para mi blog. Me interesan mucho los casos sin resolver —le contesté.
—Bien, esto sucedió en el año 2001 en el mes de junio. Lo recuerdo porque ese verano llegó mucha gente curiosa de todas partes del país. Querían visitar la casa del asesinato. La gente es muy morbosa si me lo preguntas.
"Definitivamente", pensé.
Sacamos las placas de ese mes completo y comencé a pasar una por una, anotando la información en un papel. Era imposible leer todos los recortes, por lo que saqué varias copias de los más destacados, nombres clave, detalles que otra gente pasó por alto. Sobretodo los que buscaban esclarecer nuestra desaparición.
«La última vez que se las vio, estaban bajo encargo policial en el departamento de menores. Se las llevaron en una patrulla al orfanato, mas, las niñas, nunca llegaron». No había duda, nos «extraviamos» en custodia oficial.
No se nombra a papá en ningún reporte, no se lo ve en ninguna foto y hay muchas de la casa y de los policías que estuvieron presentes en la escena del crimen. Cuando estaba por apagar la máquina decidí regresar unas hojas y volver a revisar una de las primeras publicaciones de un diario independiente. Fue el mejor artículo que pude encontrar. El relato del reportero no decía nada nuevo, pero la foto, eso era lo importante. Se veía la casa al fondo, las patrullas en la calle y a un grupo de oficiales haciendo apuntes en sus libretas, hablando entre ellos y, en medio de todo, estamos mi hermana y yo, paradas a su lado. No se distinguen nuestros rostros, mayormente porque estábamos de espaldas, pero somos nosotras, lo sé. Ese era mi vestido, mis zapatos rojos. Esa niña era yo, tengo fotos con papá vestida con ese mismo atuendo. No me hacía falta confirmar nada. Lo que Nina me había dicho era verdad. Mi nombre era Alenka, mis hermanos Ekaterina e Iván. Nuestra madre había sido asesinada a sangre fría y había sido yo quien llamó a la policía. ¿Era eso lo que tanto odiaba mi abuela de mí? ¿Era la última hija de la mujer que le «arruinó» la vida a su hijo? ¿Me parezco demasiado a mi mamá?
Como diablos puedo quejarme de mi familia cuando leo tanta desgracia en la suya.
Perfecto, ahora me siento una idiota por responderle así a Lena, por no dejarla hablar. Debí ser más justa, debí recordar que su vida es mucho más complicada que un chico mayor que no es su novio, o ser la amiga de mi desconocido hermano, más que tener un tatuaje y llegar borracha a besarse con su amiga.
Eso, soy una idiota.
Cierro el diario y busco mi celular, comenzó a sonar, pero no sé donde lo dejé. Levanto el cojín, busco entre mi ropa sucia, nada. Se calla. Es lo que más odio, no recordar donde dejo las cosas. Los teléfonos deberían venir como la alarma del auto, con un control que haga beep hasta encontrarlo. Vuelve a sonar y sigo el sonido hasta el baño. Ahí está, detrás de la llave del lavabo. Espectacular lugar para extraviarlo, junto a una fuente de agua.
—Aló.
—Yulia…
—¿Lena? —le pregunto, suena a ella, pero está muy molesta, llorando—. ¿Estás bien?
—No… yo, no quería molestarte, pero… Maldición, olvídalo.
—No, espera, Lena… ¿Lena? —pregunto y de inmediato escucho que me colgó.
Marco su número, no me contesta, genial. Tomo las llaves del auto, guardo mis cosas bajo llave junto al diario y vuelvo a marcarle antes de salir del apartamento. No me llamaría a menos que sea una emergencia o algo muy grave.
—Vamos, Lena. ¡Contesta! Maldición!!
A ver, ¿para qué tienes teléfono celular, si cuando alguien te llama ¡no le vas a contestar!?
Quince llamadas en los últimos veinte minutos que he estado en la carretera, ¡quince!, y nada. Algo grave pasó y pensó en mí, en pedirme ayuda «a mí» y se arrepintió tanto que prefiere ignorarme. Pero… bueno, eso no es su culpa, es mía por irme de su casa azotando la puerta…
No ya, en serio, ¿y si yo tuve la culpa? Cerré la puerta, pero no con seguro. ¡Un ladrón pudo meterse en su casa y…! No, Lena y su familia viven con la puerta abierta todo el tiempo, nunca pasa nada. ¿Y si esta vez sí? No, no, no, debo calmarme o no voy a llegar viva.
Lo que sí sé es que, es algo grave, muy, muy, muy grave, porque estaba llorando y Lena no llora…mucho.
Espera, ¿cuándo he visto a Lena llorar?
Apenada, lamentándose, portándose como una niña mimada, varias veces. Pero llorar del verbo: «todas sus lágrimas rodaron por sus mejillas en un acto desconsolado y cruel», nunca. No que yo recuerde y me acordaría, lo tendría grabado con hora y fecha en la frente.
¡Diablos, es grave! Vuelvo a llamar.
—¡Vamos, Lena! ¡Maldición, atiende! ¡Juro que si no me contestas en los siguientes dos segundos…!
«Hola, habla Lena Katina. En este momento no puedo contestarte. Déjame un mensaje y te devolveré la llamada»… Beep…
—Lena, estás asustándome, ¿sí? Por favor, responde la llamada, voy camino a tu casa. Estaré ahí en menos de diez minutos.
Dios, Lena…
«No hay nadie ahí, estoy en el Hospital General del Condado. Por favor, no vengas», me contesta en un mensaje de texto.
¡¿En el hospital?! ¡Demonios se voló una mano! ¡Quiso aumentarle banana a sus panqueques y se voló la mano!
El hospital queda a menos de dos minutos. Está loca si cree que no voy a ir, ¡demente!
Giro a la izquierda, paso el cruce de la calle principal y entro directamente al área de emergencias. Parqueo donde sea y salgo corriendo a la recepción.
—Buenas —saludo a la recepcionista con el aire entrecortado por el apuro—, ¿puede decirme dónde encuentro a la paciente Lena Katina?
Busca en su libreta por el dato y niega.
—La señorita Katina no ha sido ingresada… —contesta pasando la última hoja.
—¡Maldición! ¿Dónde está?
—Pero creo saber quién es. Ven conmigo —me dice y le pide a su compañero que la cubra por unos minutos. Comienza a caminar por el pasillo a paso rápido yo la sigo lo más cerca que puedo hasta que se detiene en una estación de enfermería—. Miska, la chica pelirroja que llegó hace una media hora, ¿dónde está?
—Hace unos minutos me preguntó por la capilla, el doctor salió con malas noticias.
¡Oh, por Dios, no es ella! ¿Qué pasó? ¿Quién está mal? ¿Sus papás? ¿Katia?
—Gracias —le dice la mujer y sigue caminando, damos vuelta en la esquina y me apunta al final de otro corredor—. Su novio llegó en muy mal estado junto con otros dos chicos. Tuvieron un accidente en la playa. ¿Me imagino que tú eres su amiga?
—Lo soy.
—Me alegra que no esté sola, de verdad es un caso muy delicado y parece que este chico no tiene familia en el país.
Asiento y ella me toca el hombro, reconfortándome y se marcha. Yo no tengo de qué decirle. Camino lentamente, hasta llegar a la puerta y la empujo, la pequeña sala está vacía.
—¿Lena? —susurro, nadie me contesta—. ¿Lena?
—Te dije que no vinieras —escucho a mi derecha. Está sentada en el piso, llorando entre suspiros.
—Me llamaste y aquí estoy —le digo, apoyándome a la pared para deslizarme hasta el piso. Me acomodo a su lado. Regreso a verla, ella no a mí.
—También te colgué.
—Y no me volviste a contestar.
No responde a esto, vuelve al silencio que llena este lugar. Está destrozada, tiene la mirada perdida en una de las velas que flamea en la mesa de enfrente. El reloj de la pared marca los segundos con claridad. Esta es una capilla, pero no tiene imágenes. No hay una cruz o una estrella de David. Es un cuarto de oración… imparcial.
—Pensé que ya no practicabas la religión.
—Yo no…, pero Leo, sí. Es católico —dice y se limpia sus lágrimas con la muñeca.
Díganme maniática, pero siempre llevo un pañuelo desechable en el bolsillo, nunca se sabe cuando lo vas a necesitar. Lo saco y se lo paso. Finalmente me mira y lo toma, lo usa para sonarse la nariz y regresa la vista al frente.
—Leo y unos amigos fueron a surfear en la playa. Me llamó mientras salían del estacionamiento y… todo estaba normal. Me preguntó si quería unirme a ellos para almorzar en el malecón y… fue cuando escuché el freno de un auto, no paraba, duró segundos, los más largos de mi vida. Luego… escuché el choque.
Cierra los ojos, frunciendo sus labios mientras llora. Estiro mi mano a sus piernas y la tomo de la mano, apretándola un poco para que sepa que estoy aquí, que no está sola.
Logro calmarla un poco y vuelve a hablar.
—La llamada no se cortó, seguí escuchando el crujir del metal por varios segundos más y después el claxon del auto que no paraba de sonar.
—¿Él conducía? —el conducía, le pregunté con sutileza.
—No, no. Iba en el asiento de atrás. La tabla no cabe en el Mini Cooper o en la moto; siempre van en la camioneta de su amigo —me confirma, por lo menos eso es bueno—. Yo… no tenía idea de qué hacer y te llamé.
—¿Por qué me colgaste?
—Porque ¿qué podías hacer tú?, estabas mucho más lejos que yo y ni siquiera te simpatiza Leo.
—No digas eso. Me agrada y mucho —digo sinceramente, aunque ella no me crea, es así. Lo de esta mañana fue un pleito interno absurdo.
—Colgué contigo y entró la llamada del paramédico de la ambulancia. Me dijo que estaban en camino a este hospital y que me acerqué lo más pronto posible —pausa para limpiarse nuevamente la nariz, doblando en dos el papel y lo aprieta en su mano libre—. El día que se compró su nuevo teléfono le dije que debía configurar su número de emergencia. Me dijo que pusiera el mío y lo hice, bromeando. Le aclaré que tenía que cambiarlo a un verdadero contacto, pero no lo hizo.
—Bueno, eres importante para él.
—Pero no puedo hacer nada, Yulia. Legalmente tengo diecisiete años, no puedo decidir.
Por supuesto, eso es un problema.
—Llamé a Anatoli, él es su amigo… Quizá le permitan hacer algo a él.
—¿Qué te dijeron los doctores?
—No mucho, no soy familia y soy menor, así que se limitaron a informarme que tiene derrames internos y que está en peligro, que permanece inconsciente.
Sus lágrimas salen de sus ojos sin que ella parpadee. Corren por sus mejillas… corren de una manera… desconsolada y cruel.
—Perdón por salir de tu casa así en la mañana. Tú no tienes la culpa de lo que hace mi padre.
—Anatoli tampoco, ¿sabes?
No es agradable que te señalen lo evidente, lo que no has querido considerar por voluntad propia. Sé que no son responsables. Es nuestro padre el que nos ha puesto en esta posición, el que nos dividió en equipos rivales. Vaya, estoy segura de que ellos ni siquiera saben que están jugando contra mí.
—Papá puso condiciones para reconocerme y pasar mi manutención —le cuento—. No inmiscuirme en su vida, es una de ellas. He preferido no investigar nada sobre él, su esposa, su familia. No conozco sus nombres ni cuántos son…
—Tres. —Me interrumpe. No entendió que no quiero saber—. Andrew, Varvara y Anatoli. Él es el menor.
Bueno, ya lo sé. Gracias Lena por spoilearme: «La vida de la familia Volkov, los legítimos», pronto en DVD y Blu-ray.
—Sabes que, pensando bien las cosas, que supieras que Anatoli era mi hermano no te justificaba para no quererme en el club. Yo nunca te conté que lo conocía, te enteraste anoche —le planteo mi duda. Ella sonríe.
—Fuimos un domingo a la playa y yo me senté junto a él cuando salí del agua —comienza el relato—. Tenía una cara de idiota, la sonrisa estirada de oreja a oreja. ¿Sabes qué me dijo?
"Sí, lo imagino, que me conoció".
—Que había conocido a una chica hermosa, preciosa, lo más lindo que ha visto en la vida; morena y con unos ojos azules que mataban.
—Pfff, vamos Lena, es la descripción de miles de rusas, cientos de miles.
—¿Sí? ¿Miles de chicas que aparecen por la playa vestidas totalmente de negro y que se llaman Yulia?
No, esa solo soy yo. Debí parecer una maldita turista yendo así a la playa a medio día.
—Ya, está bien. Sí, es como dices. Era yo.
—No quería que fueras porque sabía que él estaría ahí. Después de todo es el dueño del bar.
—Aceptaré algo —le digo buscando hacerla sonreír, ayudarla a escapar de este mal rato por un instante—. Cuando lo conocí esa mañana, me pareció encantador.
—¡¿Ves?!
—No puedes culparme, Anatoli es bastante aceptable, debe ser porque compartimos genes.
—¡Ew, Yulia! —Pone una cara de asco que también funciona. Me mira por unos segundos y sonríe. Bien, objetivo cumplido. Se tranquiliza poco a poco y lanza un suspiro.
—Gracias por estar pendiente de mí con… esa situación —le digo.
—Gracias a ti por venir. No sabes cuánto odio este lugar.
—Leo va a estar bien, ya verás. No por nada ha pasado metido en el gimnasio la vida entera, todos esos músculos tienen que servirle de algo.
Ríe otra vez, terminando con una sonrisa dulce, está pensando en él. Da una fuerte respiración y voltea en mi dirección, mirándome fijamente.
Estoy por decirle que no se preocupe, que yo estaré con ella el tiempo que sea necesario, cuando escuchamos la puerta abrirse con rapidez.
—¿Lena?
Es Anatoli… mi hermano Anatoli.
Tenía una mirada un poco extraña. Sus ojos viajaban de Lena hacia mí con rapidez y cuando nos dimos cuenta, ya había salido de la capilla.
Lena se limpió las lágrimas que le quedaban y salimos hacia la sala de espera. Anatoli no se veía ya por el camino que comunicaba ese lugar con el próximo…La espera, desespera. Es la frase favorita de mamá.
Ella nunca fue muy paciente que digamos, no había navidad que no abriéramos los regalos en la víspera o un Halloween que llegara demasiado anticipado en forma de galletas horneadas, pasteles de calabazas y decoraciones de telarañas en la puerta de mi habitación.
Pero es un hecho, existe algo desesperante en permanecer en un mismo lugar viendo las puertas de un ascensor abrirse y cerrarse con doctores, enfermeras y gente yendo y viniendo; esperando que uno solo de ellos traiga noticias, ya sean buenas o malas.
Cuatro horas pasamos en esa sala de espera, compartiendo la mínima cantidad de palabras posibles: «café», «sí», «gracias», «otro», «te acompaño». El tiempo se hace eterno. No hay mucho que hacer en el hospital, nada más que esperar y, con redundancia, esperar que todo salga bien.
Suena mórbido y algo insensible, pero no puedo evitar pensar que, a pesar de lo horrible que es estar en esa posición, es lo más cerca que me he sentido de alguien en muchísimo tiempo. Lena estaba nerviosa, cansada de analizar cada escenario, que pasaría si Leo moría, qué si se reponía. Espiritual y físicamente se veía aturdida, incómoda. Sin embargo parecía encontrar algo de tranquilidad en mi hombro. Después de una hora de jugar con los pellejos inexistentes de los filos de sus uñas y de morderse los labios por la tensión, se ciñó de mi brazo y apoyó su cabeza, soltando de vez en cuando suspiros grandes. Mi única forma de decirle que era bienvenida —o la única que encontré—, fue posar mi cabeza sobre la suya y hacer lo mismo. Manteniendo el silencio del lugar.
—La hemorragia interna logró controlarse. —Escuchamos decir al doctor cuando finalmente apareció—. Leonardo se recupera en cuidados intensivos, estará bien en un par de días.
Anatoli logró manejar la situación. Fue directo a la oficina de pagos y autorizó la operación de su amigo. Eso era todo lo que el hospital buscaba, una persona que abra la billetera y se hiciera cargo de los gastos. La intervención era delicada y requeriría varios especialistas.
Se le informó que una barra metálica se había soltado en el impacto, atravesándole parte del abdomen. Tenía suerte de que la perforación en su intestino había sido relativamente pequeña y que, gracias a sus músculos abdominales, no había avanzado al estómago o el pulmón, de lo contrario, habría fallecido en la ambulancia.
—No hay nada más que puedan hacer aquí. Leo está en buenas manos —nos dijo Anatoli, intentando no sonar molesto—. Será mejor que vayan a descansar.
Creo que tenía razones muy elocuentes para estar enfadado, con Lena, no conmigo. Casi pierde la cabeza al enterarse de su verdadera edad. Discutieron a susurros antes de salir de la capilla, acordando que lo mejor era no mencionar palabra de su relación y aclarar que no son novios si otra enfermera se acercaba con un comentario de ese tipo.
—Quisiera quedarme —le dijo ella.
—Y yo quisiera asegurarle a mi amigo que no será arrestado por violación a menores. Todos queremos algo, Lena, no siempre se puede. —le respondió entre dientes, acercándose lo más que pudo a su rostro para ser entendido. Que no le quede duda a nadie, hablaba en serio—. ¡Vete! —exigió con dureza, sin apartar su dura mirada más de un segundo para verme a mí y añadir—: Las dos, váyanse —Nos dio la espalda y se fue caminando por el pasillo, sacó su celular de su chaqueta y llamó a no supimos quién para avisarle lo que había dicho el cirujano. Se perdió de vista al curvar a la derecha.
No hay duda alguna, es mi hermano.
—¿Estás segura de que no quieres que me quede contigo hasta que lleguen tus papás? —le pregunté al llegar a su casa. Lena desabrochó su cinturón de seguridad y se quedó inmóvil en el asiento de copiloto
—. Puedo hacer unas papas fritas con queso para lamerse los dedos —insistí—. Ni siquiera almorzaste, debes estar con hambre.
—No, está bien. Yo… preferiría dormir.
—¿Segura?
—Sí, Yulia, tranquila. Estoy bien, gracias por acompañarme.
No se escuchaba bien, ni regular, se veía aún peor, pero yo no podía obligarla a aguantar mi presencia, si quería estar sola estaba en su derecho. Nos despedimos y volví a casa.
Entrada número veintinueve del diario
08 de agosto, 2015
El día —y como consecuencia mi vida— se puso interesante después del desayuno.
Mi abuela se las da de inteligente, pero puede llegar a ser muy estúpida,. Se lo atribuyo a lo pedante que es, a su falta de serenidad, a su desesperación por controlar todo lo que pasa a su alrededor. La verdad es que no puedo entender de dónde sacó mi padre su semblante, su paciencia y su cariñosa actitud, porque mi abuelo no se queda atrás de su esposa.
Bueno, el punto es que en esta ciudad llena de chismosos, donde mis abuelos son bastante conocidos, alguien le comentó lo que había estado haciendo el día anterior, me sorprendió que no le dieran un detalle al minuto de lo que estaba haciendo en la biblioteca.
—No sabes quedarte quieta —me reclamó mientras se servía un vaso de jugo—. Estás aquí nada más unos días, ¿no puedes pasarlos dentro de esta casa?
—No, no puedo.
—Por supuesto que no, haces lo que quieres como un perro abandonado.
—Es una linda vida. —Solté más al aire que a ella, pero… ya que estaba ahí, se lo agarró.
—Eso mismo pensaba tu madre, merodeaba por el mundo cual perro callejero y mírala ahora… —Detuvo sus palabras, moviendo la cabeza en negación—. Eres igual a ella, una copia de tu madre.
—¿Ah, sí? ¿A cuál? ¿A Inessa… o a Alenka?
Su semblante no decayó, no se irritó por demostrarle que conocía mi pasado, no tuvo miedo de que lo supiera. Era como si hubiese estado esperando a que este día llegara.
—Tienes mucho de las dos. Serías una digna hija de la idiota de Inessa, si no fuera por lo mucho que te pareces a la perra de Alenka.
—Recuerda que no solo hablas de mi madre, también la de tu nieto/hijo favorito. —Le recordé.
—No te compares con Iván, el tiene buena sangre. La nuestra.
—¿Y mi hermana? ¿Cuál es tu excusa para no odiarla como a mí?
—Su padre, sea quien sea, no es el tuyo. Esa es la diferencia.
—Así que el verdadero problema no es lo perra que mi madre era. El lío que tú tienes es con mi padre. Debes haberlo conocido muy bien.
—¿Crees que me sacarás información que no pudiste encontrar en tus vacaciones?
Hasta ahí le llegó lo estúpida.
—Yo no me preocuparía tanto por encontrarlo y saber quién es —me dijo con una repentina calma y regocijo—. Él te encontrará. No es el tipo de hombre que deja «asuntos pendientes».
Si lo que implicaba mi abuela era verdad yo… Mi vida acaba de cambiar, drásticamente. Creo que lo más prudente que debo hacer llegando a Sochi es protegerme y que mejor protección que la información.
Necesito un detective privado.
Qué diablos quiso decir su abuela con eso. ¿Asuntos pendientes? ¿Se refiere a que está buscándola desde que desapareció? ¿Que vengará el secuestro de su hija?
La espera, desespera, es un hecho. Necesito seguir leyendo.
Entrada número treinta.
09 de agosto, 2015
Volví a tener ese sueño, ese hombre y esa mujer sentados en la sala de una casa, yo mirándolos tras una ventana que daba al jardín. Las imágenes aún son borrosas, inciertas, pero el recuerdo está ahí, como una palabra atorada en la punta de la lengua.
Conocer esa casa desató otros recuerdos que tenía escondidos. El buzón, las manos de mi madre, su voz.
Lo que quería decir que había una gran probabilidad de que si regresaba a ese lugar podría aclarar las figuras que veo en ese sueño, acordarme qué juego de mesa tenían sobre la mesa, saber quiénes eran, encontrar algo que me quitara esa sensación de impotencia.
La casa de Alenka, debía volver ahí.
Aproveché que papá estaba hablando con sus papás en el taller de carpintería y que mis hermanos dormían, para llamar un taxi que me recogiera en la esquina. El camino no era largo, esa casa está a cinco minutos bajando por la misma calle de la de mis abuelos.
Hacía calor, el sol estaba bastante fuerte a pesar que era temprano en la mañana. Di la vuelta a la casa mirando por las ventanas; no había nadie. Pensé que el dueño habría tomado un paseo o saldría al supermercado; descubrí que no cuando me asustó hablándome a mis espaldas.
—Hola otra vez, ¿te asusté?
Por supuesto que lo hizo, casi me mata. Él rió y me preguntó en qué podía ayudarme. Le inventé una historia, había ido a despedirme de Nina, su vecina, pero no la había encontrado.
—Suele salir temprano a la iglesia. Los sábados tiene un grupo de adultos mayores. —me respondió—. ¿Quieres dejarle una nota? Puedo prestarte un papel y un bolígrafo —me ofreció, ladeando la cabeza hacia la puerta. Me estaba invitando a pasar y cómo iba a desperdiciar la oportunidad, todo iba mejor de lo que había planeado.
Pensé que me sentiría extraña al entrar, que escalofríos correrían por mi cuerpo al cruzar el portal; no sucedió. Era un lindo lugar, amplio, luminoso por las grandes ventanas que cubrían las paredes, sobre todo en la sala. Las escaleras que iban al segundo piso y al subsuelo quedaban directo enfrente de la entrada, al final del pasillo.
El hombre me guió hasta la sala y me pidió que lo espere, iría por lo ofrecido y un vaso de limonada, de verdad hacía mucho calor.
—Siéntete como en casa —me dijo antes de perderse por las escaleras. Lo hice.
Mis ojos no dejaban de bailar de arriba a abajo, intentando tener ese momento en que todo encaja y puedes escupir la palabra que tenías atorada, ese instante de claridad.
Los muebles no eran tan modernos, pero era lógico, el hombre había vivido ahí por más de diez años.
Había un pequeño piano en la esquina, no de cola, de esos que van pegados a la pared. Plantas por todos lados y un espejo grande con un marco muy elaborado tallado en madera, colgado en frente del sillón principal donde yo estaba sentada. La alfombra era llana de color abano y la mesa de centro cuadrada con el tope de vidrio.
—Tiene una linda casa —le dije cuando regresó—. Nina me contó que ha sido su vecina por muchos años.
—Sí, compré esta casa en el 2001. Fue una verdadera ganga.
—¿En este barrio?
—Eso mismo pensé en ese tiempo. ¿Te contó Nina lo que sucedió aquí?
—Mencionó algo —le respondí a breves rasgos.
—A muchas personas les parece macabro, no a mí. No soy religioso. ¿Tú?
—Lo era hasta hace unos meses.
—¿Debe haber sucedido algo que te marcó?
—Algo así —contesté. No iba a darle la historia de mi vida o el porqué cada vez que pensaba en la religión me sentía disgustada con un ser que me había designado una vida llena de engaño y mentiras.
—Perdón, no quería incomodarte. Yo no creo en espíritus o fantasmas. Lo que le sucedió a esta mujer me dio la oportunidad de tener algo propio, de estabilizarme y la tomé.
—Habría sido absurdo no aceptar.
—Mucha gente lo dejó pasar. Aquí son muy religiosos, creían que la casa estaba maldita. Pero mírame, catorce años después y estoy mejor que nunca.
Pensar que si la casa estaba a nombre de mi mamá, mi hermana y yo pudimos regresar a reclamarla como herencia me hizo preguntarme algo más. Si era casa de mi madre ¿quién la puso en venta y con qué autoridad?
—Supongo que el banco querría recuperar la deuda de la antigua dueña y por eso la dejó a ese precio —sugerí, buscando una respuesta.
—No se la compré al banco. El esposo de la dueña fue quien me la vendió. No conseguiría más de lo que le ofrecí, menos de un tercio del valor real, tampoco tenía muchos interesados. Parecía un hombre en apuros y aceptó.
Su esposo podía ser mi padre, el de mi hermana, o quién sabe, un hombre cualquiera porque mamá sí que hizo un collage de familia; tres hijos con tres hombres diferentes.
No sabía como preguntarle qué características físicas tenía este hombre. Tampoco tenía idea de cómo sacar mi teléfono y tomar fotos del lugar. Podría darles un vistazo luego e intentar recordar más cosas que simplemente no salieron durante la visita. Entonces apareció la oportunidad.
—¿Quieres más limonada? —me preguntó tomando el vaso de la mesa.
Acepté de inmediato el ofrecimiento y comencé a fotografiar lo que más pude. La sala entera, las escaleras, las columnas que separaban a la sala del comedor y fue cuando noté unas marcas muy particulares en una de ellas, la pintura de la pared tenía otro color.
Me levanté para verlas mejor y antes de que el dueño volviera le tomé una foto.
—¡Oh, las marcas de tamaño, peso y edad! Lindas, ¿no?
—¿Usted tiene hijos?
—¡Oh, no, no! Esas son las marcas de las pequeñas que vivían en esta casa —me dijo acercándose y poniéndose encuclillas—. Lenka y Ekaterina, ¿ves?
Eran nuestras marcas. El dueño se había sentido tocado por ese detalle. Me contó además que la mayoría de los muebles, el sillón en el que yo estaba sentada, el piano de la esquina, el espejo y algunas cosas por el resto de la casa le pertenecían a Alenka, a mi mamá.
Me dejó ver otras áreas, guiándome por su casa. La cocina, un taller de jardinería que había adecuado en uno de los cuartos de la planta baja y me llevó al patio posterior. Ahí fue donde más incómoda me sentí. El césped era tan verde y ese ventanal, esa área en particular se sentía tan familiar.
—¿Por qué el vidrio tiene ese efecto de borroso? —le pregunté al acercarme a la esquina.
—Es un vidrio esmerilado. Así es su diseño, se usa para tener privacidad sin sacrificar la luz del sol.
Mi corazón se sentía agitado en ese lugar, tenía una angustia horrible que se acumulaba en mi pecho y quería salir de allí, pero no sin antes llevarme esa imagen conmigo.
—¿Podría tomar una foto de esta jardinera? El cuadro se ve precioso —le pedí, con una emoción fingida. Necesitaba su permiso—. Me encantaría subirla a mis redes sociales, presumirles a mis amigos.
—Pero por supuesto, siéntete libre de tomar las fotos que desees. Yo seguiré cuidando el jardín —me respondió y aproveché al máximo los siguientes minutos, despidiéndome al final con un abrazo y volví a la casa de mis abuelos.
Miro la fotografía ahora y ese lugar, ese sitio en particular. Ese ventanal, ese jardín, ese vidrio que lo hace todo borroso. Creo que es ahí donde me escondía en ese sueño. Pero debe haber algo más, otra parte del recuerdo que se mezcla con ese instante, porque detrás de ese vidrio no se puede ver nada más que sombras. ¿Cómo sabía yo que estaba sentado un hombre con una mujer en la sala, jugando algo sobre la mesa? Mi cerebro puede estar mezclando recuerdos u obligándose a unir las partes.
Aún tengo esa palabra atorada en la punta de la lengua y una pregunta más, algo que no cuadra, las marcas de la pared.
Hay cinco líneas en el extremo que dice Katia y cuatro en el que dice Alenka, cuatro. La primera inicia en el año 1998 y dice 72 cm, la última en el 2001 y dice 103 cm, pero yo tenía tres años entonces, nací en el año 98 y es imposible que haya sido una recién nacida de 72 cm que pesaba 21 libras. Alenka habría muerto mucho antes de darme a luz.
Eso quiere decir que yo no tengo diecisiete años, que mis padres alteraron mi certificado de nacimiento, que mi desaparición… No, no puedo seguir preguntándome cosas que no puedo resolver con certeza. Necesito un profesional.
Es una maldita ironía que fui allí para buscar respuestas y regresé con más dudas, o que mientras más descubro de la verdad de mi pasado más quiero aferrarme a las mentiras que he construido en mi presente.
Extraño a Leo, ahora más que nunca.
RAINBOW.XANDER- Mensajes : 1950
Fecha de inscripción : 19/09/2016
Edad : 22
Localización : Buenos Aires
Re: EL DIARIO (ADAPTACION) // RAINBOW.XANDER
Hola
excelente capitulo
espero la sigas pronto
cada vez al descubierto mas cosas
animo!!!!!!!!!!!!!
excelente capitulo
espero la sigas pronto
cada vez al descubierto mas cosas
animo!!!!!!!!!!!!!
andyvolkatin- Mensajes : 576
Fecha de inscripción : 27/05/2015
Re: EL DIARIO (ADAPTACION) // RAINBOW.XANDER
Buen comienzo de semana para todos y espero que estén bien.
Acá les dejo otro capítulo esperando y lo disfruten como los anteriores
A leer!!!
Capítulo 30: Tiempo de fingir
Conocer a una persona por varios frentes es algo complicado. Me refiero a que ella se presenta a nosotros de una forma tan… no sé, dulce, amigable y clara, que no te imaginas que tiene tanto bagaje por detrás.
Y no hablo de su trasero, que es súper lindo y todo —le queda muy bien junto con sus caderas—, pero seamos realistas, yo tengo más bagaje que Lena en esa área y en la frontal mucho más.
No puedo sacarme el beso del viernes de la mente, se siente tan lejano y solo han pasado tres días. Lo mismo me sucede con lo que he descubierto leyendo su diario, es un mes desde que lo encontré, pero parece como si fueran seis.
Lena ya no solo me intriga, me gusta mirarla, escuchar su risa, disfruto de su contacto, de prestarle mi hombro, de compartir nuestro tiempo, de hablar. El misterio que la envuelve me fascina y no es por lo que leo, es por lo poco que me ha confiado; me da pistas de quién es como un pescador cuando suelta el anzuelo y yo me acerco a él con cada movimiento del agua. Ella también se arriesga, cada vez se permite ser más vulnerable conmigo. Pero ¿qué significa?, ¿por qué ahora? Me pone a pensar que podría haber algo más.
Escucho a Nastya y sigo la conversación ligeramente, me llama más la atención esa pelirroja que en realidad es Polaca —Alienka, vamos, no se necesita un genio—, va haciendo fila veinte minutos en el cafetín y no compra nada, no se ha acercado a nuestra mesa y sigue evadiéndome desde la primera clase.
No entiendo qué fue lo que la molestó, ¿que no le gritara?, ¿que le dijera que su idea me parecía buena?, ¿o que le preguntara tan abiertamente por la salud de Leo? Porque si fue eso, no lo vuelvo a mencionar y ya, no es como si me hiciera falta saber de su romance o escuchar sus «princesa» y «meu amor».
—Voy a ver si Lena necesita ayuda decidiendo qué comprar de almuerzo —me dice Nastya, levantándose de su asiento.
—¡Cómprale un chupete, eso seguro le gusta! —añado. Lena me escucha y me voltea la cara. Eso, otra de las cosas que no le gustan, que la incomode con insinuaciones sexuales. Mal por ella, es una de las que más disfruto.
Bueno, pueden almorzar solas. Yo necesito hacer una parada en el baño antes de que suene el timbre y se llene de mocosas. Le doy la última mordida a mi emparedado—estuvo rico— y me dirijo al tocador del primer piso.
Suerte la mía. Me detengo ante la adorable visión de Aleksey y su palo de novia, besándose arrimados a su casillero. Es tan delgada. Dios, ¿cómo no se rompe?… No, no quiero pensar en eso o en qué posiciones lo hacen, no me interesa. Esquivo la columna de la entrada y subo al del segundo piso.
Pero ya, hablando en serio, ¿cómo puede gustarle alguien que no tiene atributos de donde agarrarse? Hmm, yo misma puedo responderme eso, Aleksey no tenía ninguno, ni atrás, ni adelante; no uno que de gusto agarrar, pero su delgado cabello era suave. Digamos que intercambié placeres.
¿Por qué sigo recordando el sexo con Alyósha? Tampoco era taaan bueno. No que tuviera algo con qué compararlo. ¡Ya está! Aleksey y Tanya son el uno para el otro. Ahora, a pensar en alguien que importe.
Me pregunto si tener de que agarrarse es de las cosas que más disfruta Lena de estar con el mastodonte. Él tiene mucho de donde agarrar y ella no se queda atrás. Tiene un lindo cuerpo y en bikini se ve tan bien…
Desnuda debe ser el triple de linda. ¡Dios, Lena desnuda!… ¿Cómo serán sus lolas, el color de sus pezones, el tamaño de sus aureolas…? Deben ser… muy lindas.
—Me estoy yendo a la mierda —pienso en voz alta, apoyando mis manos en el lavamanos de este solitario baño.
"Quisiera verla desnuda", mi mente vuelve a divagar. "No, desnudarla yo misma. Besarla como esa noche y quitarle la ropa".
¡Que nadie me culpe, soy adolescente y le tengo ganas, le tengo muchas ganas en estos días!
Escucho a alguien afuera de la puerta, pero no distingo… Espera, son ellas.
—No entiendo, Lena. Si el problema es Yulia, habla con ella.
¿Yo? ¿Qué problema tiene conmigo?
—¡No puedo hablar con Yulia!
—Si me dijeras qué es lo que pasó podría ayudarte, yo la conozco mejor que nadie.
—¡Aj, está bien! Pero no puedes contarle a nadie, ven —le dice y oigo la puerta abrirse.
Entro a la cabina que tiene colgado el letrero de mantenimiento y la cierro con seguro, bajo la tapa y me siento subiendo los pies a la pared para no ser vista. Es hora de saber qué le pasa y ya escuché que tiene que ver conmigo.
—Okey. —Lena abre las puertas de los cubículos contiguos, asegurándose de que estén solas y respira ampliamente—. Es porque me llamó Lenoska en la clase de actuación.
—¿Lenoska?
¡¿Lenoska?! ¿Es por eso?
—¿No crees que exageras? Es un bonito apodo.
—Sí, lo es, y me gusta que me llame así, no me mal interpretes…
—¿Entonces, qué sucede?
—Sucede que… —Suspira—. Mierda…
—Lena…, amm, si te sucede «mierda» estamos en un buen lugar para eso, pero preferiría no estar aquí.
No puedo, Nastya, maldición, no me provoques reír.
—¡No me sucede mierda, Nastya!
—¿Pipí?
¡Me delato, me delato! Me cubro la boca con la mano, no puedo. Te amo, Nastya. Debería estar aquí oficialmente para poder molestarla a futuro con esta conversación.
—¡Nastya!
—¡Ay, bueno! ¿Qué sucede?
—Sucede que…
—¿Seguro que no es mierda? Porque puedo volver en un rato… —le insiste y puedo imaginar la cara que Lena le está poniendo—. Ya, ya, me callo.
—¿Ya, seguro?
—Sí, habla.
Escucho otro suspiro y estoy por soltar una risa, pero me la aguanto.
—¿Recuerdas que te mencioné que suelo tener sueños recurrentes?
—Sip, ¿qué con eso?
—Bueno, emm… Okey, uno de ellos es… pues…
¡Habla, Lena!
—Es que me beso con Yulia.
¡¿Qué?!
—¿Te besas con Yulia en sueños? —le pregunta Nastya, divertida—, lo sabía, no solo es Yulia.
¡Nastya!
—¿No solo es Yulia qué?
—¿Qué, qué tiene que ver que te llame Lenoska con tus sueños? —pregunta volviendo al tema importante. Bien darling, no quería matarte y decorar con tu sangre las paredes de la casa embrujada de Halloween.
—Ah, sí… eso. Pues, el viernes, después del club, Yulia durmió en mi casa.
—Ajá.
—Y bueno yo tuve ese sueño en el que nos besamos.
—Ajá… Sigo sin entender.
¡Oh, por Dios! ¡¿Creía que era un sueño?!
—Que en este sueño en particular ella me llamó Lenoska y yo le hice una broma y luego le dije que me moría por besarla y…
—Se besaron.
—¡Sí!
—Y ahora crees que de verdad se besaron, no solo en sueños.
—¡Sí! ¿Entiendes? Besé a Yulia. ¡Estaba borracha y besé a Yulia!
—¿Y estás segura, segurísima de que eso pasó?
—Hmm… No, no lo estoy. Pero esa noche, en ese sueño, fue la primera vez que Yulia me llamaba Lenoska, usualmente me dice Katina y esta vez fue Lenoska y nadie en la vida me dice Lenoska… Estoy muerta.
—No creo que a Yulia le haya molestado —le asegura y solo espero que no le vaya a decir nada más—, digo, sobre el beso, tal vez ni se acuerda.
Claro que me acuerdo.
—¿Tú crees? Estábamos borrachas y nos besamos. No tiene por qué ser la gran cosa, ¿o sí?
¡Fue la gran cosa!
—No, no. No quiero que piense que me estoy haciendo la loca con esto —Lena se retracta y qué bueno, porque fue importante, increíble e importante.
—¿Por qué te molesta tanto lo que Yulia piense? ¿Te incomoda a ti?
—Sí, digo, no… ¡Aj!, me refiero a que nos estamos haciendo amigas y no quiero que ella crea que la usé estando borracha o que no me gustó, porque me gustó y mucho, de verdad, el mejor beso que he tenido y he tenido algunos muy buenos.
—¿Con Leo?
—Más con Marina, pero ¿me entiendes, no?
Así que Marina. Le gusta más la rubia. No recuerdo haberme fijado si estaba agarrable o no cuando la vi.
—Habla con ella.
—¡No! No, no, no, no, no. Nop, negado.
—¿Por qué no?
Sí, Katina, ¿por qué no?
—Porque… como se lo digo: «Ah, mira Yulia, la otra noche fue genial, espectacular, pero la verdad es que mi vida es complicada y bueno, fue un delicioso beso, varios, pero… ¿amigas?» —dice con una voz fingida más cantada de la que yo uso para molestarla—. No puedo decirle eso, Nastya. Me matará.
—Entonces no le digas nada.
—¡Pero va a creer que no me gustó o que estoy haciéndome la estúpida! Yo creería eso si me beso de esa forma con alguien y no se vuelve a hablar del tema.
—¿Y por qué quieres que sepa que te gustó? —le pregunta algo que yo también quiero saber. Gracias, Nastya—. ¿Piensas volver a besarla?
—Amm… este…
¡Duda, Lena duda! ¡Quiere volver a besarme!
—Me da la idea de que sí. Ya sabes, porque fue un buen beso y es lindo repetir las cosas buenas de la vida —dice Nastya.
—No, no quiero volver a besarla.
¡Aj, con la indecisión!
—¿Segurísima?
Suspira otra vez y piensa, este tema le pesa. Tan linda. Quiere besarme pero no quiere aceptarlo. Está igual que yo.
—Quiero ser su amiga, nada más. No estoy lista para una relación, ni ahora, ni pronto. Quiero su amistad.
—Así como Marina y Leo.
—Algo así. Menos íntimo… creo. No, sí, estoy segura. Su amistad, eso es todo.
Maldición…
—Bueno, ya lo sabes y lo tienes en cuenta. Si vuelves a estar en esa posición con ella, ya sabes qué decirle.
Genial y tan bien que habíamos empezado esta charla.
—Trata de tranquilizarte, Lena. Si el beso hubiese sido importante para Yulia, ya te lo habría dicho.
—Tienes razón. Yulia no se queda con nada adentro.
—No, ¿ves? Todo está bien.
—Okey, gracias Nastya. De verdad, gracias.
Escucho un abrazo y unas risitas de mi amiga, unos segundos después suena la puerta cerrándose y sus voces se alejan.
Bien, quedó clarísimo. Mientras yo me muero por quitarle la ropa, verla desnuda y repetir esa increíble sesión de besos —en la que fui excelente, por cierto—, ella no quiere volver a tocar mis labios.
Por lo menos sé que no lo olvidó.
¡¿Por qué tenía que gustarme Lena?! ¿Por qué? ¿Por qué dejé que pasara?
Me lamento todo esto. Ahora tendré que hacer muchísimo esfuerzo para sacármela de la cabeza. Mucho, porque de verdad que me gusta y me muero por ser más que su simple amiga sin derechos.
Entrada número treinta y uno.
10 de agosto, 2015
Levantarse en tu propia cama después de la semana del infierno es literalmente glorioso. No más gritos de mi abuela, no más miradas de desaprobación de mi abuelo, no más misterios por resolver… Bueno, eso me persiguió hasta Sochi, pero ya contraté a una detective privada, o en este caso, encontré alguien que decidió hacerse cargo de la investigación a un costo muy conveniente.
Por la profesión de papá sé que muchos de ellos no son serios, solo buscan sacarte dinero; otros, no son de confiar y lo que sea que encuentren irá al mejor postor; y, para mi mala suerte, los que son una especie rara y muy difíciles de encontrar —buenos y de confianza—, son los que cuestan un ojo de la cara.
Sven Morgansen es uno de los mejores amigos de papá, siempre muy correcto y profesional. Sabía que no podría contratar sus servicios por su relación con mi familia —era a ellos a quién debía investigar—, pero su hija Svetlana podría ayudarme a conseguir el nombre de uno de sus colegas, alguien no tan costoso que respete mi privacidad y a quien no le asuste meterse con la ley.
—No voy a recomendarte a nadie. Tomaré el caso por mil rublos —me propuso—, eso cubrirá mi viaje a Korsakovo y algunos gastos especiales. —Se refería a sobornos—. No te aseguro que sea la totalidad del trabajo, pero espero que no sea más.
Mil rublos. Claro, porque yo tenía ese dinero escondido bajo el colchón. Acordamos en que le pagaría en tres cuotas iniciando en dos semanas. Estaba segura que podía sacar unos cuatrocientos vendiendo cosas que ya no uso; mis juegos de video, algunos discos, ropa y juguetes de la infancia. Los extrañaría, pero no era como si me fuese a sentar a usarlos una tarde de estas. Le pediría al dueño de la tienda de discos trabajar a tiempo completo por el último mes de vacaciones y, sin duda, Anatoli que me contratará en el club unas noches ayudando en el bar, si se lo pido.
Me pidió que le contara todo desde el día que iniciaron mis sospechas, lo que escuché, lo que descubrí y todas las pruebas, los resultados del ADN, los reportajes, las fotos de mi infancia con el mismo vestido, los nombres que me dieron, así como las fotos de la vieja casa de Alenka en Korsakovo. También le conté sobre Nina, su hija y el tipo que me llamó por ese nombre en la feria de la ciudad. No quise dejar un solo detalle, sé lo mucho que importan en una investigación. Escuchar a papá hablar de su trabajo es más informativo que hacer una maratón de CSI.
Llegué a casa pasadas las tres de la tarde, después de nuestro encuentro en su oficina, y me encontré con una nota sobre mi cama.
«Marina llamó, dijo que estaría en el centro a las siete de la noche para ver la nueva película de Los Cuatro Fantásticos. Creo que tenía ganas de verte. Te dejo cincuenta rublos. Disfruta la velada. Te ama, tu mamá».
La leo y la leo, y… ¿Mamá me está shipeando con Marina? ¿Desde cuando son tan amigas que hablan por teléfono cuando yo no estoy en casa?, y, si Marina quería invitarme ¿por qué no me llamó a mi celular?
Todo muy sospechoso, pero conociendo a mamá, me reclamará si no voy y me muero por ver a Kate Mara en pantalla grande, además de ver a Marina. Claro que si me veo con ella en el cine, lo más seguro es que no vea a Kate Mara. Bueno, ¿qué más da?
A veces quisiera volver el tiempo para ir a esos lugares y encontrarme con ella y él o la de turno.
¿Por qué no querrá nada conmigo?
Porque, es como le dijo Nastya, Leo y Marina son sus amigos y todo bien con ellos, conmigo no. Aunque, siendo honestos, yo no quiero esa informalidad. He tenido una pareja por más de dos años, Aleksey fue mi novio desde los catorce. Yo no sé jugar a la informalidad, a no ser la pareja de alguien. No sé si podría manejar que antes de verme estuvo con alguien más, o si me dejará en medio de la tarde porque tiene otra cita. Es lo que me revolvió el estómago cuando me enteré de Tanya y Aleksey.
Pero ellos la tienen, Leo y Marina. Comparten salidas, hablan, van a la playa…, la tienen. Mi contacto con Lena está basado en tareas de la escuela y amigos en común, Nastya para ser más específicos, Ruslán, Aleksey. Nunca algo nuestro, nunca salir juntas como amigas, las dos.
Somos conocidas, eso, no amigas. Ella misma lo dijo, estamos «empezando» a serlo. Me confía cosas, yo también, todo muy superficial. Eso no es ser un amigo.
Pero ¿cómo diablos subes de nivel?
Nastya… es Nastya, siempre ha estado ahí. Yo qué sé, solo pasó. Con los chicos es distinto, Vladimir era el mejor amigo de mi novio, Ruslán otro más del grupo, a él ni siquiera le confiaría mi segundo apellido. Si lo pienso, él podría ser menos amigo mío que Lena; me importa, pero no compartimos nada tampoco.
Soy una pésima amiga, esa es la respuesta. Nastya me aguanta, ella sí es mi amiga, ¿qué tan amiga soy yo?
Llego por fin a clases, después de una lectura mañanera y un pesado análisis de lo poco que conozco el concepto de la amistad.
Perfecto, ahí va alguien a quien puedo interrogar.
—Ruslán —lo llamo en medio del pasillo—. Hey, ¿cómo estás?
Buen inicio, no es que me importe, pero eso hace Nastya, preguntarme de mi día y esas cosas. Eso debe ser lo que hacen los amigos.
—Hola, Yulia. Todo perfecto, un día más de clases.
¿Y qué se supone que le pregunto ahora? Esto del interés no se me da. Intento sonreírle, él me queda viendo como si tuviera una avispa en la cara. Incómodo.
—¿Necesitabas algo? —me pregunta por fin.
—Sí. Dime, ¿crees que… somos amigos?
—Amm… pues… no lo sé.
Lo miro sin entenderlo. Si no lo sabe ¿es un no?
—Digo sí, lo éramos, pero después de lo de Aleksey. No sé…, creo que tú decides.
¿Uno decide la amistad? ¿Yo decido si lo quiero o no como amigo? Okey. ¿Por qué querría al raro de amigo? Es… solidario, a veces gracioso, más cuando molesta a Lena, ¿es leal? ¿Eso me importa en un amigo?
—Yulia, ¿estás bien?
No lo sé. ¿Lo pregunta porque se preocupa por mí como Nastya?, ¿o porque esta situación es ridícula y yo me veo muy tonta cuestionándolo?
La segunda, yo creo que la segunda.
—Mira, yo te considero una buena amiga y me gustaría ser tu amigo, pero si crees que no debemos serlo, lo entenderé.
—Tú me consideras una buena amiga. ¿Por qué?
—Emm… pues, cuando Nastya necesitaba tu ayuda estuviste ahí y moviste cielo y tierra para que vaya a vivir con su abuela. Eso solo hace un buen amigo.
—Sí, pero eso me hace buena amiga de Nastya. ¿Qué me hace «tú» amiga?
—Amm…
Está en blanco, es que no tiene una respuesta, porque no lo somos. Eso. Aparte de Nastya y tal vez Irina, yo no soy amiga de nadie.
¡Genial!
—Olvídalo, Ruslán. Tengo que ir a clases.
Sigo mi camino hasta el aula.
Entro y me siento en la esquina de atrás. Nastya y Lena están juntas en el mismo pupitre unas filas adelante. Conversan amenamente, quién sabe de qué. Leo debe estar mejor, Lena se ve más tranquila.
Aleksey se sienta con Ruslán y…
—Yulia, ¿te molesta si me siento a tú lado? —me pregunta Vladimir.
—No.
¿Debí responder un: «Claro que no, sigue»? ¿Ser amigable te hace un buen amigo? Hmm.
—Hace tiempo que no hablamos, ¿cómo has estado?
Sonríe y espera por mi respuesta. Se nota interesado. ¿Lo está de verdad o es porque siente culpa de ponerse de parte de mi ex novio ahora que se sabe que me engañó?
—Bien…, ya sabes, «todo perfecto, un día más de clases» —repito la respuesta de Ruslán. No sé qué más decirle.
—Ni que lo digas. Ya necesito que llegue el fin de semana —dice completamente relajado y abre su cuaderno, repasando algunas líneas de lo que parece ser algo importante.
—Vova, ¿crees que somos amigos?
Deja pendiente lo que estaba haciendo y ladea su cabeza para verme.
—Por supuesto.
Lo dijo con seguridad, extrañado por mi pregunta, pero convencido.
—¿Tú no?
¿Dónde está mi seguridad? Lo único que pienso es que no tanto. Lo que nos unía era Alyósha y ahora ya no es más la mantequilla de nuestro sartén… Eso no tiene lógica. La mermelada del sándwich, eso.
—¿Lo preguntas por Aleksey? —me cuestiona antes de que yo logre responderle. Asiento.
—Él… ya no importa entre tú y yo. Aleksey y yo somos amigos, nada cambiará eso. Como tampoco lo hará el que nosotros lo seamos. Como otras ocasiones en que ustedes han terminado.
—Pero esto ya no es como antes.
—No, parece que esta es definitiva.
—Lo es.
—Bueno, considérame su hijo.
¿Qué?
Logra sacarme una sonrisa.
—Les toca compartir custodia, porque a mí, nadie me deja abandonado tras el divorcio.
Ambos reímos y él vuelve a sus apuntes.
Necesito hablar más con Vladimir. Él podría ayudarme a entender qué es lo que me falta para acercarme a Lena.
—¿Yulia Volkova? —pregunta el vicerrector desde la puerta. La clase entera voltea a verlo—. Te buscan en la dirección.
La misma clase que dirigió las miradas a la puerta, ahora las dirigían sobre mí. Es que acaso tengo tanta fama de meterme en todos los problemas habidos en el mundo??? … Recogí mis cosas y me fui hacia a oficina del director, con un ritmo un poco acelerado ya que no sabía de que se trataba.
Cuando era una niña, papá solía romper con frecuencia las reglas cuando se trataba de mí. Mamá se hacía de la vista gorda, creía que escaparnos por ahí un día de escuela no me haría mal y nos ayudaría a llevarnos mejor. Su cara de alegría al verme llegar a casa con una sonrisa, un peluche de la feria o un helado a medio tomar, era suficiente aprobación. Pasaba el resto de la tarde contándole nuestras aventuras.
Sucedía seguido, él iba a buscarme al rectorado, decía que había una «emergencia familiar» y me hacía llamar a la clase. Yo me sentía importante; en esas ocasiones lo era. Mis compañeros pensaban que mi familia estaba llena de drama y tragedia, al igual que una historia de horror, me divertía la idea, me hacía ver más enigmática.
Podía ser un lunes, así como un miércoles o un jueves, nunca me avisaba cuando pasaría por mí; parte de la gracia era la sorpresa. Hasta que un día paró. No hubo una explicación o una excusa. Las puertas no volvieron a abrirse pidiéndome que recoja mis cosas y vaya a la oficina del director.
Con el tiempo dejé de esperar que sucediera, meses… después, años. Me torturaba pensando que había sido mi culpa. Deseaba tanto haber sabido que la última vez que lo hizo, sería de hecho la última; le habría pedido una bola más de helado, habría reído más de sus bromas, lo habría abrazado más fuerte, le habría dicho un: te quiero —porque entonces lo hacía—, le habría pedido que no deje de venir por mí, que no me abandone. Han pasado seis años de ese día.
Por un segundo se sentí igual que cuando era niña, se me erizó la piel al escuchar al vicerrector llamar mi nombre.
Doy un fuerte respiro. Soy una boba por ilusionarme, papá no vendría por mí, esos juegos se acabaron. Salgo del aula con mis cosas y camino apresurada, puede ser mamá o Mikhaíl, algo grave. Empujo la puerta sin golpear y lo veo sentado en esta oficina junto con la directora, esperándome.
—Yulia, hija.
—¿Pasó algo? ¿Mamá?
—Ella está bien, no te preocupes —me dice con el propósito de calmarme.
—Tu papá me cuenta que hay un evento familiar al que debes asistir —dice la directora—. Te he dado el día libre para que vayas con él.
—Papá tengo examen a la siguiente hora.
—No hay problema. Te enviarán un trabajo para reponerlo —me informa la dueña del circo. Pero yo no quiero un trabajo extra, ¿por qué haría ese sacrificio? Las cosas entre nosotros cambiaron hace mucho.
—¿Nos vamos?
Ya dijo. Lo dejo salir guiando el camino al estacionamiento. Va a un paso enfrente. No puedo dejar de preguntarme: ¿qué quiere?
—¿Un evento familiar? No te he visto en más de tres meses, no tenía idea de que existiera un acontecimiento tan importante —le digo dando prisa a mi andar, sus pasos son mucho más largos que los míos.
Paramos frente a un Audi R8 V10 gris oscuro. Desde que recuerdo le gustan los autos, los caros, los que lo ayuden a presumir su estatus. No se da cuenta de que ya no soy la niña a la que le maravillaban sus juguetes. Ahora únicamente acentúan la diferencia de las vidas que llevamos.
—¿Quieres manejar?
¿Habla en serio? ¡Es un Audi, su Audi!
Bien, si esto va a ser lo único que disfrute este día…
Doy vuelta hasta el asiento del conductor y tomo de su mano el llavero con emoción. Presiono el botón y abro la puerta. La belleza del auto traspasa hasta en ese detalle, el peso al abrirla, la suavidad al cerrarla. Sus asientos son tan cómodos, la cabina completamente eléctrica. La pantalla de control se abre al pasar mi mano por la consola.
—Buenos días, Oleg —habla la asistente virtual—. Siento descompensación de peso en el asiento, ¿estás seguro de estar sentado correctamente?
—Hoy manejará mi hija Yulia. Toma sus medidas.
—Entiendo, me disculpo por la confusión. Hola, Yulia —se dirige a mí—, por favor siéntate recta y con las manos sobre el volante.
—¡Oh, vamos! —exclamo sumamente impresionada.
¡¿Estas cosas existen?! Él asiente sonriendo de verme tan emocionada. Hago lo que me pide hasta que un beep me indica que el cinturón de seguridad se colocará automáticamente y bajo mis manos para dejarlo pasar. El asiento se ajusta y la voz electrónica vuelve a hablarme.
—Medidas tomadas. ¿A dónde nos dirigimos?
No tengo idea. ¡Dios, a dónde sea!
—Iremos al malecón, en Soloniki.
Ya veo, viejas costumbres, viejos lugares. Si me conociera un poco sabría que soy muy amiga del sol. Pero bueno, vamos.
—Manejas bien.
—¿Te sorprende? Si pensabas que era mala no me habrías ofrecido el privilegio —le digo, recordando las veces que me comentó que únicamente él maneja sus autos.
—No me sorprende —me dice calmado—. Te he visto manejar antes.
Claro que nunca un Audi. Es tan suave, los pedales, la palanca que ni necesito usar porque es automático. ¡El sistema de audio!
—Luces muy bien tras el volante.
—Por supuesto —le contesto, él sonríe aún más. Va sosegado en el asiento de copiloto, mi lugar hace muchos años—. ¿Vas a decirme a qué vamos al muelle? No esperarás que nos subamos a la montaña rusa, ¿o sí?
—No. Quería tener una plática contigo, con calma, donde haya aire fresco y estemos tranquilos.
—Seguro, quieres decir.
Freno con mucho tino en un semáforo en rojo. Nadie sospecharía, por la precisión de mis acciones, de la molestia que acabo de sentir o el resentimiento que cargo hace días, después de conocer a mi hermano y escuchar a Lena de los beneficios que él y los otros dos tienen por haber nacido en el oficialismo. Ha sido frustrante ver a mi alrededor en ese diminuto apartamento y preguntarme qué culpa tengo yo de haber terminado en el óvulo de mi madre en lugar del de su esposa. Sé que está mal pensar así, pero es que no hay más diferencia que esa. Mamá es igualmente digna por haber traído un hijo suyo al mundo; yo la amo, es una buena mujer. Entonces ¿por qué? Nuestro padre es el mismo, que corona tienen ellos que duermen en una mansión mientras yo en el sofá de una maldita casa que parece un agujero.
—¿Por eso crees que íbamos al malecón cuando eras chica? ¿Para escondernos?
—¿Para qué más?
—Qué tal porque era el único lugar a donde… solo iba contigo.
¿Deberían afectarme sus palabras? ¿Qué exactamente quiere decir? ¿Que mientras él me llevaba a mí al malecón, sus otros hijos iban a Disney? Porque no hace falta mentir, ellos fueron a Orlando, a EuroDisney y quién sabe a donde más, pero viajaron y mucho. Su ausencia en el verano era lo único con lo que podía contar.
Odio esto, de verdad lo odio, y no sé si resentir a Lena por contármelo y evitar el sentirme así, o si hubiese preferido besar a mi hermano y no tener todas estas preguntas en la cabeza.
—El malecón era mi lugar favorito cuando era niño, el de tu abuelo también. Ibamos ahí todos los domingos y terminábamos en la heladería, como nosotros.
Un abuelo que nunca conocí, porque era herejía tener un hijo fuera del matrimonio. Luego el murió. ¿Quién sabe qué pensaría él de mí? Aunque se siente bien saber que es un lugar que papá considera especial. Al menos tengo eso.
—También era el mío —le recuerdo—. Fui hace unas semanas con Mikhaíl.
—¿Cómo está tu hermano?
¿Cuál de todos, Anatoli, Misha o los otros dos?
—Bien, supongo. Vive con su papá. No nos vemos mucho.
—Me enteré.
—Hablaste con ella?
Perfecto, por eso vino. Mamá le dijo que he estado deprimida los últimos días. Seguro le armó un drama de lo mucho que odio la vida y que estoy a punto de suicidarme con galletas de animalitos. Ya sabía que su repentina aparición no era de gratis.
—Hace unos días nos fuimos a tomar un café.
—¿Es «eso» lo que necesita el aire puro de la ciudad? ¿Qué más te dijo?
—Estamos por llegar. ¿Puedes esperar unos minutos?
No termina de hablar cuando la asistente virtual me dirige al estacionamiento y me ayuda a parquear. Hermoso auto.
Salimos y devuelvo las llaves a su dueño. Fue lindo mientras duró. Las ventajas que mis consanguíneos tienen todos los días. Cada uno debe tener un Ferrari o un Porsche. En fin.
Lo escucho dar una respiración amplia y giro para verlo exhalar con la misma emoción, iniciando la caminata. No decimos nada por unos metros, no hasta estar sobre el muelle.
—Entiendo que este tiempo ha sido duro emocionalmente. —Inicia, su tono cambia a su tan conocido «hombre de negocios»—. Lamento no haber estado más pendiente. He tenido varios impedimentos y… se me ha hecho imposible.
—Es lógico. Eres un tipo ocupado.
—No es una excusa válida.
No le contesto, porque concuerdo con él, es mi padre, debería preocuparse por donde vive su hija.
—Hay algo que… —Se interrumpe. Es extraño, su carácter es siempre claro, no hay ocasión que no sepa exactamente qué decir—. Tu mamá me dijo que decidiste quedarte con ella para apoyarla y no dejarla sola.
No va a encontrar respuestas en mí al respecto. Es mamá, no la puedo abandonar. Fue mi decisión y aunque no me guste la situación, es así.
—Pienso que… debes buscar tu independencia.
Paro mis pasos.
¿Está hablando en serio? ¿Sabe lo que eso significaría? Siento una carcajada salir por mis fosas nasales con un bufido. ¿A qué diablos me trajo?
—Vamos, ven. —Ladea hacia el camino—. No es lo que te imaginas.
Él sigue sus pasos varios metros sin regresar a verme. Tal como hacía cuando yo era chica y me enojaba por algo. Él se iba y finalmente yo volvía a alcanzarlo, cruzada de brazos, con una mueca en la cara, pero haciendo lo que él quería.
—Tu mamá hablará contigo esta tarde. Me pidió que no mencionara una palabra. Esta charla no está sucediendo.
—¡Aj, papá! ¿Puedes dejarte de misterios?
—Una chica sin tapujos y que no le gustan las vueltas. Digna hija mía.
Pongo mis ojos en blanco, estoy a un paso de explotar. Si fuera tan digna, no tendríamos esta conversación en un día de escuela en el que nos fugamos para evitar que el resto de su familia nos vea por ahí. Sería una que tendríamos durante una barbacoa, un sábado a medio día, sentados alrededor de la piscina, entre risas con mis hermanos y cosas así.
—Solo habla, ¿quieres?
—Eres inteligente, no te arriesgarías a poner tu seguridad en riesgo. Si te emancipas, el contrato que firmamos con tu mamá se rompería.
No se equivoca.
—Tendrías que encontrar un trabajo para vivir e imagino que te preguntas: ¿cómo afectará esto en tus estudios, en tu carrera? Por eso es que sigues aguantando a Román y a la situación.
—Estoy con mamá, por mamá.
Es cierto, aunque he pensado en todo lo que menciona, ella es mi razón principal para bancarme todo.
—No le contaré que me lo dijiste. ¿De qué hablaron? —le pregunto frontalmente.
—Tu mamá aplicó para una firma de abogados en Moscú. El socio mayoritario es amigo mío y me comentó que fue aceptada para el empleo. Va muy bien recomendada.
—¿Qué?
—Planea dejar a Román, empezar de cero en una ciudad nueva. Yo la estoy ayudando a sacar una orden de alejamiento, para ti y para ella.
—No es posible. ¡Yo no puedo mudarme a Moscú!
—Eso lo sé —me dice, arrimándose del barandal, con la vista perdida en un punto sobre el mar—. Me pidió dinero para pagar la garantía que firmó en nombre de Román, así la dejarán viajar sin problemas. Yo acordé hacerlo, mas le pedí que depositara las mensualidades de la deuda en una cuenta que estará a tu nombre. Ella no lo sabe —me explica—. Además de eso, acabo de pagar la colegiatura completa del año en tú escuela. Así estarás segura de que nadie podrá sacarte de allí, y seguiré aportando con tu mesada, además de una porción extra para tu manutención.
—No… entiendo. —Niego ligeramente, buscando una respuesta directa en sus gestos.
—Tu mamá quiere que viajes a Moscú. Yo no.
—Papá…
—Sé que quieres a tu madre, Yulia, pero tu vida está aquí. La escuela, tus amigos, tu novio…
—Ya no tengo novio.
—¡Tu futuro, Yulia! ¡Está aquí! —dice con severidad, convencido, regresándome la mirada—. Yo sé lo duro que es vivir solo a tu edad. Sé el sacrificio que conlleva, el esfuerzo. El juez te pedirá que busques un trabajo, que demuestres que puedes mantenerte sola, pero eso no será difícil para ti.
—¿Quieres que pida la emancipación? ¿Que me separe de mamá y que la deje ir a Moscú sola?
—Ella es una mujer adulta que sabe cuidarse, no necesita a una chica de diecisiete años que la vele.
—¿Qué ganas tú?
Rudas palabras, pero vamos al grano, papá. No te he visto en tanto tiempo y ahora todas estas atenciones, ¿qué quieres de mí?
—Gano no perderte.
—Creo que estás tarde para eso. Unos seis años muy tarde.
—Tal vez. Pero aquí estamos. Tarde, pero estamos. No quiero que te alejes más. Tu mamá estará bien en Moscú, se recuperará pronto. Tu tienes tu escuela, tienes tu talento, puedes buscar un empleo. Yo puedo ayudarte en eso, conozco a mucha gente en el medio, clientes del lobby…
—¡No quiero tu ayuda, papá! —le grito.
—¡Volkova! —me responde en el mismo volumen.
—¡¿Qué?!
—¡Volkova, tenías que ser! ¡Testaruda hasta el final, hasta que el mundo se te caiga encima! ¡Igual a papá, igual a mí! —Hace un gesto de dolor, aprieta su mandíbula y cierra sus ojos, volteándome la cara para no verlo. Pasan unos segundos y se tranquiliza—. Piensa en lo que vas a perder si te vas.
No tengo nada que perder. No a Lena, Nastya está por irse al igual que Irina, perdí a Aleksey, no sé que es Ruslán para mí, Vova está bien con ellos, Misha tiene una buena familia ¿y yo? ¡¿Qué hago aquí sin mamá?!
—Los preparativos del viaje tomarán un poco más de un mes. Lo que no es mucho tiempo. Si quieres quedarte, tienes mi apoyo. Si quieres irte… —Se le dificulta hablar—. Todo lo que ofrecí sigue en pie. Le pediré a la directora de la escuela que le dé tu colegiatura a un estudiante, en forma de beca, y pagaré tus estudios en la nueva ciudad.
—¿Así de fácil?
¿Cómo no va a serlo? No es noticia que tiene dinero. Quizá ni yo misma puedo pensar en la cabalidad de esa aserción.
—Perderte no es fácil, pero es tu decisión. Ya eres lo suficientemente mayor como para saber qué es lo que quieres, lo que más te conviene.
—¿Me pides que abandone a mamá, que es prácticamente todo lo que tengo, para que tú puedas disfrutar de mí a escondidas? —respondo entre dientes, con furia, porque pensarlo me enoja, me lastima—. ¡Yo no necesito tu dinero, papá! —grito muy fuerte.
Siento como las lágrimas producto del coraje se acumulan en mis párpados e intento no mirarlo para no dejar ver mi debilidad, porque no puedo evitar que salgan de mis ojos.
—¡Si no puedo pagar la escuela, estudiaré en una pública! ¡Si no tengo donde vivir o qué comer, trabajaré de lo que sea y encontraré la forma, pero no te necesito a ti o a tu dinero!… Román tenía razón.
¡Para idiota, estás enojada, hablas del estómago, para!
—¡Tú no eres un verdadero padre, eres un donador de esperma. Nada más!
¡Estúpida, eso soy!
¿Por qué me auto saboteo? Hace minutos me preguntaba por qué no puedo gozar de los privilegios de compartir su nombre, su sangre y ahora lo tiro todo por la borda porque estoy molesta, indignada que me pida algo tan groso, porque tengo un resentimiento que no puedo tirarle en la cara. Y es que mi corazón y boca saben lo que mi cerebro se niega a reconocer. Yo nunca quise su dinero, lo quería a él y él no estuvo. Me puso condiciones desde que nací y se perdió hace años. Nos conocemos tan poco, no somos padre e hija, ¡no somos nada!
—Yo no fui un padre para ti —coincide—, pero eso puede cambiar y va a hacerlo si te quedas. Tienes mi promesa.
Limpio mis mejillas y salgo caminando de este lugar, sin contestarle, sin verlo, sin nada.
Lo esperaré en el auto para sacar mis cosas e irme a casa. No sé qué quiero, lo que me propone es muy fuerte. Lo que sí sé es que necesito estar lejos de él, de todo. Tranquilizarme y hablar con mamá.
Moscú. Tal vez no sea mala idea después de todo.
Acá les dejo otro capítulo esperando y lo disfruten como los anteriores
A leer!!!
Capítulo 30: Tiempo de fingir
Conocer a una persona por varios frentes es algo complicado. Me refiero a que ella se presenta a nosotros de una forma tan… no sé, dulce, amigable y clara, que no te imaginas que tiene tanto bagaje por detrás.
Y no hablo de su trasero, que es súper lindo y todo —le queda muy bien junto con sus caderas—, pero seamos realistas, yo tengo más bagaje que Lena en esa área y en la frontal mucho más.
No puedo sacarme el beso del viernes de la mente, se siente tan lejano y solo han pasado tres días. Lo mismo me sucede con lo que he descubierto leyendo su diario, es un mes desde que lo encontré, pero parece como si fueran seis.
Lena ya no solo me intriga, me gusta mirarla, escuchar su risa, disfruto de su contacto, de prestarle mi hombro, de compartir nuestro tiempo, de hablar. El misterio que la envuelve me fascina y no es por lo que leo, es por lo poco que me ha confiado; me da pistas de quién es como un pescador cuando suelta el anzuelo y yo me acerco a él con cada movimiento del agua. Ella también se arriesga, cada vez se permite ser más vulnerable conmigo. Pero ¿qué significa?, ¿por qué ahora? Me pone a pensar que podría haber algo más.
Escucho a Nastya y sigo la conversación ligeramente, me llama más la atención esa pelirroja que en realidad es Polaca —Alienka, vamos, no se necesita un genio—, va haciendo fila veinte minutos en el cafetín y no compra nada, no se ha acercado a nuestra mesa y sigue evadiéndome desde la primera clase.
No entiendo qué fue lo que la molestó, ¿que no le gritara?, ¿que le dijera que su idea me parecía buena?, ¿o que le preguntara tan abiertamente por la salud de Leo? Porque si fue eso, no lo vuelvo a mencionar y ya, no es como si me hiciera falta saber de su romance o escuchar sus «princesa» y «meu amor».
—Voy a ver si Lena necesita ayuda decidiendo qué comprar de almuerzo —me dice Nastya, levantándose de su asiento.
—¡Cómprale un chupete, eso seguro le gusta! —añado. Lena me escucha y me voltea la cara. Eso, otra de las cosas que no le gustan, que la incomode con insinuaciones sexuales. Mal por ella, es una de las que más disfruto.
Bueno, pueden almorzar solas. Yo necesito hacer una parada en el baño antes de que suene el timbre y se llene de mocosas. Le doy la última mordida a mi emparedado—estuvo rico— y me dirijo al tocador del primer piso.
Suerte la mía. Me detengo ante la adorable visión de Aleksey y su palo de novia, besándose arrimados a su casillero. Es tan delgada. Dios, ¿cómo no se rompe?… No, no quiero pensar en eso o en qué posiciones lo hacen, no me interesa. Esquivo la columna de la entrada y subo al del segundo piso.
Pero ya, hablando en serio, ¿cómo puede gustarle alguien que no tiene atributos de donde agarrarse? Hmm, yo misma puedo responderme eso, Aleksey no tenía ninguno, ni atrás, ni adelante; no uno que de gusto agarrar, pero su delgado cabello era suave. Digamos que intercambié placeres.
¿Por qué sigo recordando el sexo con Alyósha? Tampoco era taaan bueno. No que tuviera algo con qué compararlo. ¡Ya está! Aleksey y Tanya son el uno para el otro. Ahora, a pensar en alguien que importe.
Me pregunto si tener de que agarrarse es de las cosas que más disfruta Lena de estar con el mastodonte. Él tiene mucho de donde agarrar y ella no se queda atrás. Tiene un lindo cuerpo y en bikini se ve tan bien…
Desnuda debe ser el triple de linda. ¡Dios, Lena desnuda!… ¿Cómo serán sus lolas, el color de sus pezones, el tamaño de sus aureolas…? Deben ser… muy lindas.
—Me estoy yendo a la mierda —pienso en voz alta, apoyando mis manos en el lavamanos de este solitario baño.
"Quisiera verla desnuda", mi mente vuelve a divagar. "No, desnudarla yo misma. Besarla como esa noche y quitarle la ropa".
¡Que nadie me culpe, soy adolescente y le tengo ganas, le tengo muchas ganas en estos días!
Escucho a alguien afuera de la puerta, pero no distingo… Espera, son ellas.
—No entiendo, Lena. Si el problema es Yulia, habla con ella.
¿Yo? ¿Qué problema tiene conmigo?
—¡No puedo hablar con Yulia!
—Si me dijeras qué es lo que pasó podría ayudarte, yo la conozco mejor que nadie.
—¡Aj, está bien! Pero no puedes contarle a nadie, ven —le dice y oigo la puerta abrirse.
Entro a la cabina que tiene colgado el letrero de mantenimiento y la cierro con seguro, bajo la tapa y me siento subiendo los pies a la pared para no ser vista. Es hora de saber qué le pasa y ya escuché que tiene que ver conmigo.
—Okey. —Lena abre las puertas de los cubículos contiguos, asegurándose de que estén solas y respira ampliamente—. Es porque me llamó Lenoska en la clase de actuación.
—¿Lenoska?
¡¿Lenoska?! ¿Es por eso?
—¿No crees que exageras? Es un bonito apodo.
—Sí, lo es, y me gusta que me llame así, no me mal interpretes…
—¿Entonces, qué sucede?
—Sucede que… —Suspira—. Mierda…
—Lena…, amm, si te sucede «mierda» estamos en un buen lugar para eso, pero preferiría no estar aquí.
No puedo, Nastya, maldición, no me provoques reír.
—¡No me sucede mierda, Nastya!
—¿Pipí?
¡Me delato, me delato! Me cubro la boca con la mano, no puedo. Te amo, Nastya. Debería estar aquí oficialmente para poder molestarla a futuro con esta conversación.
—¡Nastya!
—¡Ay, bueno! ¿Qué sucede?
—Sucede que…
—¿Seguro que no es mierda? Porque puedo volver en un rato… —le insiste y puedo imaginar la cara que Lena le está poniendo—. Ya, ya, me callo.
—¿Ya, seguro?
—Sí, habla.
Escucho otro suspiro y estoy por soltar una risa, pero me la aguanto.
—¿Recuerdas que te mencioné que suelo tener sueños recurrentes?
—Sip, ¿qué con eso?
—Bueno, emm… Okey, uno de ellos es… pues…
¡Habla, Lena!
—Es que me beso con Yulia.
¡¿Qué?!
—¿Te besas con Yulia en sueños? —le pregunta Nastya, divertida—, lo sabía, no solo es Yulia.
¡Nastya!
—¿No solo es Yulia qué?
—¿Qué, qué tiene que ver que te llame Lenoska con tus sueños? —pregunta volviendo al tema importante. Bien darling, no quería matarte y decorar con tu sangre las paredes de la casa embrujada de Halloween.
—Ah, sí… eso. Pues, el viernes, después del club, Yulia durmió en mi casa.
—Ajá.
—Y bueno yo tuve ese sueño en el que nos besamos.
—Ajá… Sigo sin entender.
¡Oh, por Dios! ¡¿Creía que era un sueño?!
—Que en este sueño en particular ella me llamó Lenoska y yo le hice una broma y luego le dije que me moría por besarla y…
—Se besaron.
—¡Sí!
—Y ahora crees que de verdad se besaron, no solo en sueños.
—¡Sí! ¿Entiendes? Besé a Yulia. ¡Estaba borracha y besé a Yulia!
—¿Y estás segura, segurísima de que eso pasó?
—Hmm… No, no lo estoy. Pero esa noche, en ese sueño, fue la primera vez que Yulia me llamaba Lenoska, usualmente me dice Katina y esta vez fue Lenoska y nadie en la vida me dice Lenoska… Estoy muerta.
—No creo que a Yulia le haya molestado —le asegura y solo espero que no le vaya a decir nada más—, digo, sobre el beso, tal vez ni se acuerda.
Claro que me acuerdo.
—¿Tú crees? Estábamos borrachas y nos besamos. No tiene por qué ser la gran cosa, ¿o sí?
¡Fue la gran cosa!
—No, no. No quiero que piense que me estoy haciendo la loca con esto —Lena se retracta y qué bueno, porque fue importante, increíble e importante.
—¿Por qué te molesta tanto lo que Yulia piense? ¿Te incomoda a ti?
—Sí, digo, no… ¡Aj!, me refiero a que nos estamos haciendo amigas y no quiero que ella crea que la usé estando borracha o que no me gustó, porque me gustó y mucho, de verdad, el mejor beso que he tenido y he tenido algunos muy buenos.
—¿Con Leo?
—Más con Marina, pero ¿me entiendes, no?
Así que Marina. Le gusta más la rubia. No recuerdo haberme fijado si estaba agarrable o no cuando la vi.
—Habla con ella.
—¡No! No, no, no, no, no. Nop, negado.
—¿Por qué no?
Sí, Katina, ¿por qué no?
—Porque… como se lo digo: «Ah, mira Yulia, la otra noche fue genial, espectacular, pero la verdad es que mi vida es complicada y bueno, fue un delicioso beso, varios, pero… ¿amigas?» —dice con una voz fingida más cantada de la que yo uso para molestarla—. No puedo decirle eso, Nastya. Me matará.
—Entonces no le digas nada.
—¡Pero va a creer que no me gustó o que estoy haciéndome la estúpida! Yo creería eso si me beso de esa forma con alguien y no se vuelve a hablar del tema.
—¿Y por qué quieres que sepa que te gustó? —le pregunta algo que yo también quiero saber. Gracias, Nastya—. ¿Piensas volver a besarla?
—Amm… este…
¡Duda, Lena duda! ¡Quiere volver a besarme!
—Me da la idea de que sí. Ya sabes, porque fue un buen beso y es lindo repetir las cosas buenas de la vida —dice Nastya.
—No, no quiero volver a besarla.
¡Aj, con la indecisión!
—¿Segurísima?
Suspira otra vez y piensa, este tema le pesa. Tan linda. Quiere besarme pero no quiere aceptarlo. Está igual que yo.
—Quiero ser su amiga, nada más. No estoy lista para una relación, ni ahora, ni pronto. Quiero su amistad.
—Así como Marina y Leo.
—Algo así. Menos íntimo… creo. No, sí, estoy segura. Su amistad, eso es todo.
Maldición…
—Bueno, ya lo sabes y lo tienes en cuenta. Si vuelves a estar en esa posición con ella, ya sabes qué decirle.
Genial y tan bien que habíamos empezado esta charla.
—Trata de tranquilizarte, Lena. Si el beso hubiese sido importante para Yulia, ya te lo habría dicho.
—Tienes razón. Yulia no se queda con nada adentro.
—No, ¿ves? Todo está bien.
—Okey, gracias Nastya. De verdad, gracias.
Escucho un abrazo y unas risitas de mi amiga, unos segundos después suena la puerta cerrándose y sus voces se alejan.
Bien, quedó clarísimo. Mientras yo me muero por quitarle la ropa, verla desnuda y repetir esa increíble sesión de besos —en la que fui excelente, por cierto—, ella no quiere volver a tocar mis labios.
Por lo menos sé que no lo olvidó.
¡¿Por qué tenía que gustarme Lena?! ¿Por qué? ¿Por qué dejé que pasara?
Me lamento todo esto. Ahora tendré que hacer muchísimo esfuerzo para sacármela de la cabeza. Mucho, porque de verdad que me gusta y me muero por ser más que su simple amiga sin derechos.
Entrada número treinta y uno.
10 de agosto, 2015
Levantarse en tu propia cama después de la semana del infierno es literalmente glorioso. No más gritos de mi abuela, no más miradas de desaprobación de mi abuelo, no más misterios por resolver… Bueno, eso me persiguió hasta Sochi, pero ya contraté a una detective privada, o en este caso, encontré alguien que decidió hacerse cargo de la investigación a un costo muy conveniente.
Por la profesión de papá sé que muchos de ellos no son serios, solo buscan sacarte dinero; otros, no son de confiar y lo que sea que encuentren irá al mejor postor; y, para mi mala suerte, los que son una especie rara y muy difíciles de encontrar —buenos y de confianza—, son los que cuestan un ojo de la cara.
Sven Morgansen es uno de los mejores amigos de papá, siempre muy correcto y profesional. Sabía que no podría contratar sus servicios por su relación con mi familia —era a ellos a quién debía investigar—, pero su hija Svetlana podría ayudarme a conseguir el nombre de uno de sus colegas, alguien no tan costoso que respete mi privacidad y a quien no le asuste meterse con la ley.
—No voy a recomendarte a nadie. Tomaré el caso por mil rublos —me propuso—, eso cubrirá mi viaje a Korsakovo y algunos gastos especiales. —Se refería a sobornos—. No te aseguro que sea la totalidad del trabajo, pero espero que no sea más.
Mil rublos. Claro, porque yo tenía ese dinero escondido bajo el colchón. Acordamos en que le pagaría en tres cuotas iniciando en dos semanas. Estaba segura que podía sacar unos cuatrocientos vendiendo cosas que ya no uso; mis juegos de video, algunos discos, ropa y juguetes de la infancia. Los extrañaría, pero no era como si me fuese a sentar a usarlos una tarde de estas. Le pediría al dueño de la tienda de discos trabajar a tiempo completo por el último mes de vacaciones y, sin duda, Anatoli que me contratará en el club unas noches ayudando en el bar, si se lo pido.
Me pidió que le contara todo desde el día que iniciaron mis sospechas, lo que escuché, lo que descubrí y todas las pruebas, los resultados del ADN, los reportajes, las fotos de mi infancia con el mismo vestido, los nombres que me dieron, así como las fotos de la vieja casa de Alenka en Korsakovo. También le conté sobre Nina, su hija y el tipo que me llamó por ese nombre en la feria de la ciudad. No quise dejar un solo detalle, sé lo mucho que importan en una investigación. Escuchar a papá hablar de su trabajo es más informativo que hacer una maratón de CSI.
Llegué a casa pasadas las tres de la tarde, después de nuestro encuentro en su oficina, y me encontré con una nota sobre mi cama.
«Marina llamó, dijo que estaría en el centro a las siete de la noche para ver la nueva película de Los Cuatro Fantásticos. Creo que tenía ganas de verte. Te dejo cincuenta rublos. Disfruta la velada. Te ama, tu mamá».
La leo y la leo, y… ¿Mamá me está shipeando con Marina? ¿Desde cuando son tan amigas que hablan por teléfono cuando yo no estoy en casa?, y, si Marina quería invitarme ¿por qué no me llamó a mi celular?
Todo muy sospechoso, pero conociendo a mamá, me reclamará si no voy y me muero por ver a Kate Mara en pantalla grande, además de ver a Marina. Claro que si me veo con ella en el cine, lo más seguro es que no vea a Kate Mara. Bueno, ¿qué más da?
A veces quisiera volver el tiempo para ir a esos lugares y encontrarme con ella y él o la de turno.
¿Por qué no querrá nada conmigo?
Porque, es como le dijo Nastya, Leo y Marina son sus amigos y todo bien con ellos, conmigo no. Aunque, siendo honestos, yo no quiero esa informalidad. He tenido una pareja por más de dos años, Aleksey fue mi novio desde los catorce. Yo no sé jugar a la informalidad, a no ser la pareja de alguien. No sé si podría manejar que antes de verme estuvo con alguien más, o si me dejará en medio de la tarde porque tiene otra cita. Es lo que me revolvió el estómago cuando me enteré de Tanya y Aleksey.
Pero ellos la tienen, Leo y Marina. Comparten salidas, hablan, van a la playa…, la tienen. Mi contacto con Lena está basado en tareas de la escuela y amigos en común, Nastya para ser más específicos, Ruslán, Aleksey. Nunca algo nuestro, nunca salir juntas como amigas, las dos.
Somos conocidas, eso, no amigas. Ella misma lo dijo, estamos «empezando» a serlo. Me confía cosas, yo también, todo muy superficial. Eso no es ser un amigo.
Pero ¿cómo diablos subes de nivel?
Nastya… es Nastya, siempre ha estado ahí. Yo qué sé, solo pasó. Con los chicos es distinto, Vladimir era el mejor amigo de mi novio, Ruslán otro más del grupo, a él ni siquiera le confiaría mi segundo apellido. Si lo pienso, él podría ser menos amigo mío que Lena; me importa, pero no compartimos nada tampoco.
Soy una pésima amiga, esa es la respuesta. Nastya me aguanta, ella sí es mi amiga, ¿qué tan amiga soy yo?
Llego por fin a clases, después de una lectura mañanera y un pesado análisis de lo poco que conozco el concepto de la amistad.
Perfecto, ahí va alguien a quien puedo interrogar.
—Ruslán —lo llamo en medio del pasillo—. Hey, ¿cómo estás?
Buen inicio, no es que me importe, pero eso hace Nastya, preguntarme de mi día y esas cosas. Eso debe ser lo que hacen los amigos.
—Hola, Yulia. Todo perfecto, un día más de clases.
¿Y qué se supone que le pregunto ahora? Esto del interés no se me da. Intento sonreírle, él me queda viendo como si tuviera una avispa en la cara. Incómodo.
—¿Necesitabas algo? —me pregunta por fin.
—Sí. Dime, ¿crees que… somos amigos?
—Amm… pues… no lo sé.
Lo miro sin entenderlo. Si no lo sabe ¿es un no?
—Digo sí, lo éramos, pero después de lo de Aleksey. No sé…, creo que tú decides.
¿Uno decide la amistad? ¿Yo decido si lo quiero o no como amigo? Okey. ¿Por qué querría al raro de amigo? Es… solidario, a veces gracioso, más cuando molesta a Lena, ¿es leal? ¿Eso me importa en un amigo?
—Yulia, ¿estás bien?
No lo sé. ¿Lo pregunta porque se preocupa por mí como Nastya?, ¿o porque esta situación es ridícula y yo me veo muy tonta cuestionándolo?
La segunda, yo creo que la segunda.
—Mira, yo te considero una buena amiga y me gustaría ser tu amigo, pero si crees que no debemos serlo, lo entenderé.
—Tú me consideras una buena amiga. ¿Por qué?
—Emm… pues, cuando Nastya necesitaba tu ayuda estuviste ahí y moviste cielo y tierra para que vaya a vivir con su abuela. Eso solo hace un buen amigo.
—Sí, pero eso me hace buena amiga de Nastya. ¿Qué me hace «tú» amiga?
—Amm…
Está en blanco, es que no tiene una respuesta, porque no lo somos. Eso. Aparte de Nastya y tal vez Irina, yo no soy amiga de nadie.
¡Genial!
—Olvídalo, Ruslán. Tengo que ir a clases.
Sigo mi camino hasta el aula.
Entro y me siento en la esquina de atrás. Nastya y Lena están juntas en el mismo pupitre unas filas adelante. Conversan amenamente, quién sabe de qué. Leo debe estar mejor, Lena se ve más tranquila.
Aleksey se sienta con Ruslán y…
—Yulia, ¿te molesta si me siento a tú lado? —me pregunta Vladimir.
—No.
¿Debí responder un: «Claro que no, sigue»? ¿Ser amigable te hace un buen amigo? Hmm.
—Hace tiempo que no hablamos, ¿cómo has estado?
Sonríe y espera por mi respuesta. Se nota interesado. ¿Lo está de verdad o es porque siente culpa de ponerse de parte de mi ex novio ahora que se sabe que me engañó?
—Bien…, ya sabes, «todo perfecto, un día más de clases» —repito la respuesta de Ruslán. No sé qué más decirle.
—Ni que lo digas. Ya necesito que llegue el fin de semana —dice completamente relajado y abre su cuaderno, repasando algunas líneas de lo que parece ser algo importante.
—Vova, ¿crees que somos amigos?
Deja pendiente lo que estaba haciendo y ladea su cabeza para verme.
—Por supuesto.
Lo dijo con seguridad, extrañado por mi pregunta, pero convencido.
—¿Tú no?
¿Dónde está mi seguridad? Lo único que pienso es que no tanto. Lo que nos unía era Alyósha y ahora ya no es más la mantequilla de nuestro sartén… Eso no tiene lógica. La mermelada del sándwich, eso.
—¿Lo preguntas por Aleksey? —me cuestiona antes de que yo logre responderle. Asiento.
—Él… ya no importa entre tú y yo. Aleksey y yo somos amigos, nada cambiará eso. Como tampoco lo hará el que nosotros lo seamos. Como otras ocasiones en que ustedes han terminado.
—Pero esto ya no es como antes.
—No, parece que esta es definitiva.
—Lo es.
—Bueno, considérame su hijo.
¿Qué?
Logra sacarme una sonrisa.
—Les toca compartir custodia, porque a mí, nadie me deja abandonado tras el divorcio.
Ambos reímos y él vuelve a sus apuntes.
Necesito hablar más con Vladimir. Él podría ayudarme a entender qué es lo que me falta para acercarme a Lena.
—¿Yulia Volkova? —pregunta el vicerrector desde la puerta. La clase entera voltea a verlo—. Te buscan en la dirección.
La misma clase que dirigió las miradas a la puerta, ahora las dirigían sobre mí. Es que acaso tengo tanta fama de meterme en todos los problemas habidos en el mundo??? … Recogí mis cosas y me fui hacia a oficina del director, con un ritmo un poco acelerado ya que no sabía de que se trataba.
Cuando era una niña, papá solía romper con frecuencia las reglas cuando se trataba de mí. Mamá se hacía de la vista gorda, creía que escaparnos por ahí un día de escuela no me haría mal y nos ayudaría a llevarnos mejor. Su cara de alegría al verme llegar a casa con una sonrisa, un peluche de la feria o un helado a medio tomar, era suficiente aprobación. Pasaba el resto de la tarde contándole nuestras aventuras.
Sucedía seguido, él iba a buscarme al rectorado, decía que había una «emergencia familiar» y me hacía llamar a la clase. Yo me sentía importante; en esas ocasiones lo era. Mis compañeros pensaban que mi familia estaba llena de drama y tragedia, al igual que una historia de horror, me divertía la idea, me hacía ver más enigmática.
Podía ser un lunes, así como un miércoles o un jueves, nunca me avisaba cuando pasaría por mí; parte de la gracia era la sorpresa. Hasta que un día paró. No hubo una explicación o una excusa. Las puertas no volvieron a abrirse pidiéndome que recoja mis cosas y vaya a la oficina del director.
Con el tiempo dejé de esperar que sucediera, meses… después, años. Me torturaba pensando que había sido mi culpa. Deseaba tanto haber sabido que la última vez que lo hizo, sería de hecho la última; le habría pedido una bola más de helado, habría reído más de sus bromas, lo habría abrazado más fuerte, le habría dicho un: te quiero —porque entonces lo hacía—, le habría pedido que no deje de venir por mí, que no me abandone. Han pasado seis años de ese día.
Por un segundo se sentí igual que cuando era niña, se me erizó la piel al escuchar al vicerrector llamar mi nombre.
Doy un fuerte respiro. Soy una boba por ilusionarme, papá no vendría por mí, esos juegos se acabaron. Salgo del aula con mis cosas y camino apresurada, puede ser mamá o Mikhaíl, algo grave. Empujo la puerta sin golpear y lo veo sentado en esta oficina junto con la directora, esperándome.
—Yulia, hija.
—¿Pasó algo? ¿Mamá?
—Ella está bien, no te preocupes —me dice con el propósito de calmarme.
—Tu papá me cuenta que hay un evento familiar al que debes asistir —dice la directora—. Te he dado el día libre para que vayas con él.
—Papá tengo examen a la siguiente hora.
—No hay problema. Te enviarán un trabajo para reponerlo —me informa la dueña del circo. Pero yo no quiero un trabajo extra, ¿por qué haría ese sacrificio? Las cosas entre nosotros cambiaron hace mucho.
—¿Nos vamos?
Ya dijo. Lo dejo salir guiando el camino al estacionamiento. Va a un paso enfrente. No puedo dejar de preguntarme: ¿qué quiere?
—¿Un evento familiar? No te he visto en más de tres meses, no tenía idea de que existiera un acontecimiento tan importante —le digo dando prisa a mi andar, sus pasos son mucho más largos que los míos.
Paramos frente a un Audi R8 V10 gris oscuro. Desde que recuerdo le gustan los autos, los caros, los que lo ayuden a presumir su estatus. No se da cuenta de que ya no soy la niña a la que le maravillaban sus juguetes. Ahora únicamente acentúan la diferencia de las vidas que llevamos.
—¿Quieres manejar?
¿Habla en serio? ¡Es un Audi, su Audi!
Bien, si esto va a ser lo único que disfrute este día…
Doy vuelta hasta el asiento del conductor y tomo de su mano el llavero con emoción. Presiono el botón y abro la puerta. La belleza del auto traspasa hasta en ese detalle, el peso al abrirla, la suavidad al cerrarla. Sus asientos son tan cómodos, la cabina completamente eléctrica. La pantalla de control se abre al pasar mi mano por la consola.
—Buenos días, Oleg —habla la asistente virtual—. Siento descompensación de peso en el asiento, ¿estás seguro de estar sentado correctamente?
—Hoy manejará mi hija Yulia. Toma sus medidas.
—Entiendo, me disculpo por la confusión. Hola, Yulia —se dirige a mí—, por favor siéntate recta y con las manos sobre el volante.
—¡Oh, vamos! —exclamo sumamente impresionada.
¡¿Estas cosas existen?! Él asiente sonriendo de verme tan emocionada. Hago lo que me pide hasta que un beep me indica que el cinturón de seguridad se colocará automáticamente y bajo mis manos para dejarlo pasar. El asiento se ajusta y la voz electrónica vuelve a hablarme.
—Medidas tomadas. ¿A dónde nos dirigimos?
No tengo idea. ¡Dios, a dónde sea!
—Iremos al malecón, en Soloniki.
Ya veo, viejas costumbres, viejos lugares. Si me conociera un poco sabría que soy muy amiga del sol. Pero bueno, vamos.
—Manejas bien.
—¿Te sorprende? Si pensabas que era mala no me habrías ofrecido el privilegio —le digo, recordando las veces que me comentó que únicamente él maneja sus autos.
—No me sorprende —me dice calmado—. Te he visto manejar antes.
Claro que nunca un Audi. Es tan suave, los pedales, la palanca que ni necesito usar porque es automático. ¡El sistema de audio!
—Luces muy bien tras el volante.
—Por supuesto —le contesto, él sonríe aún más. Va sosegado en el asiento de copiloto, mi lugar hace muchos años—. ¿Vas a decirme a qué vamos al muelle? No esperarás que nos subamos a la montaña rusa, ¿o sí?
—No. Quería tener una plática contigo, con calma, donde haya aire fresco y estemos tranquilos.
—Seguro, quieres decir.
Freno con mucho tino en un semáforo en rojo. Nadie sospecharía, por la precisión de mis acciones, de la molestia que acabo de sentir o el resentimiento que cargo hace días, después de conocer a mi hermano y escuchar a Lena de los beneficios que él y los otros dos tienen por haber nacido en el oficialismo. Ha sido frustrante ver a mi alrededor en ese diminuto apartamento y preguntarme qué culpa tengo yo de haber terminado en el óvulo de mi madre en lugar del de su esposa. Sé que está mal pensar así, pero es que no hay más diferencia que esa. Mamá es igualmente digna por haber traído un hijo suyo al mundo; yo la amo, es una buena mujer. Entonces ¿por qué? Nuestro padre es el mismo, que corona tienen ellos que duermen en una mansión mientras yo en el sofá de una maldita casa que parece un agujero.
—¿Por eso crees que íbamos al malecón cuando eras chica? ¿Para escondernos?
—¿Para qué más?
—Qué tal porque era el único lugar a donde… solo iba contigo.
¿Deberían afectarme sus palabras? ¿Qué exactamente quiere decir? ¿Que mientras él me llevaba a mí al malecón, sus otros hijos iban a Disney? Porque no hace falta mentir, ellos fueron a Orlando, a EuroDisney y quién sabe a donde más, pero viajaron y mucho. Su ausencia en el verano era lo único con lo que podía contar.
Odio esto, de verdad lo odio, y no sé si resentir a Lena por contármelo y evitar el sentirme así, o si hubiese preferido besar a mi hermano y no tener todas estas preguntas en la cabeza.
—El malecón era mi lugar favorito cuando era niño, el de tu abuelo también. Ibamos ahí todos los domingos y terminábamos en la heladería, como nosotros.
Un abuelo que nunca conocí, porque era herejía tener un hijo fuera del matrimonio. Luego el murió. ¿Quién sabe qué pensaría él de mí? Aunque se siente bien saber que es un lugar que papá considera especial. Al menos tengo eso.
—También era el mío —le recuerdo—. Fui hace unas semanas con Mikhaíl.
—¿Cómo está tu hermano?
¿Cuál de todos, Anatoli, Misha o los otros dos?
—Bien, supongo. Vive con su papá. No nos vemos mucho.
—Me enteré.
—Hablaste con ella?
Perfecto, por eso vino. Mamá le dijo que he estado deprimida los últimos días. Seguro le armó un drama de lo mucho que odio la vida y que estoy a punto de suicidarme con galletas de animalitos. Ya sabía que su repentina aparición no era de gratis.
—Hace unos días nos fuimos a tomar un café.
—¿Es «eso» lo que necesita el aire puro de la ciudad? ¿Qué más te dijo?
—Estamos por llegar. ¿Puedes esperar unos minutos?
No termina de hablar cuando la asistente virtual me dirige al estacionamiento y me ayuda a parquear. Hermoso auto.
Salimos y devuelvo las llaves a su dueño. Fue lindo mientras duró. Las ventajas que mis consanguíneos tienen todos los días. Cada uno debe tener un Ferrari o un Porsche. En fin.
Lo escucho dar una respiración amplia y giro para verlo exhalar con la misma emoción, iniciando la caminata. No decimos nada por unos metros, no hasta estar sobre el muelle.
—Entiendo que este tiempo ha sido duro emocionalmente. —Inicia, su tono cambia a su tan conocido «hombre de negocios»—. Lamento no haber estado más pendiente. He tenido varios impedimentos y… se me ha hecho imposible.
—Es lógico. Eres un tipo ocupado.
—No es una excusa válida.
No le contesto, porque concuerdo con él, es mi padre, debería preocuparse por donde vive su hija.
—Hay algo que… —Se interrumpe. Es extraño, su carácter es siempre claro, no hay ocasión que no sepa exactamente qué decir—. Tu mamá me dijo que decidiste quedarte con ella para apoyarla y no dejarla sola.
No va a encontrar respuestas en mí al respecto. Es mamá, no la puedo abandonar. Fue mi decisión y aunque no me guste la situación, es así.
—Pienso que… debes buscar tu independencia.
Paro mis pasos.
¿Está hablando en serio? ¿Sabe lo que eso significaría? Siento una carcajada salir por mis fosas nasales con un bufido. ¿A qué diablos me trajo?
—Vamos, ven. —Ladea hacia el camino—. No es lo que te imaginas.
Él sigue sus pasos varios metros sin regresar a verme. Tal como hacía cuando yo era chica y me enojaba por algo. Él se iba y finalmente yo volvía a alcanzarlo, cruzada de brazos, con una mueca en la cara, pero haciendo lo que él quería.
—Tu mamá hablará contigo esta tarde. Me pidió que no mencionara una palabra. Esta charla no está sucediendo.
—¡Aj, papá! ¿Puedes dejarte de misterios?
—Una chica sin tapujos y que no le gustan las vueltas. Digna hija mía.
Pongo mis ojos en blanco, estoy a un paso de explotar. Si fuera tan digna, no tendríamos esta conversación en un día de escuela en el que nos fugamos para evitar que el resto de su familia nos vea por ahí. Sería una que tendríamos durante una barbacoa, un sábado a medio día, sentados alrededor de la piscina, entre risas con mis hermanos y cosas así.
—Solo habla, ¿quieres?
—Eres inteligente, no te arriesgarías a poner tu seguridad en riesgo. Si te emancipas, el contrato que firmamos con tu mamá se rompería.
No se equivoca.
—Tendrías que encontrar un trabajo para vivir e imagino que te preguntas: ¿cómo afectará esto en tus estudios, en tu carrera? Por eso es que sigues aguantando a Román y a la situación.
—Estoy con mamá, por mamá.
Es cierto, aunque he pensado en todo lo que menciona, ella es mi razón principal para bancarme todo.
—No le contaré que me lo dijiste. ¿De qué hablaron? —le pregunto frontalmente.
—Tu mamá aplicó para una firma de abogados en Moscú. El socio mayoritario es amigo mío y me comentó que fue aceptada para el empleo. Va muy bien recomendada.
—¿Qué?
—Planea dejar a Román, empezar de cero en una ciudad nueva. Yo la estoy ayudando a sacar una orden de alejamiento, para ti y para ella.
—No es posible. ¡Yo no puedo mudarme a Moscú!
—Eso lo sé —me dice, arrimándose del barandal, con la vista perdida en un punto sobre el mar—. Me pidió dinero para pagar la garantía que firmó en nombre de Román, así la dejarán viajar sin problemas. Yo acordé hacerlo, mas le pedí que depositara las mensualidades de la deuda en una cuenta que estará a tu nombre. Ella no lo sabe —me explica—. Además de eso, acabo de pagar la colegiatura completa del año en tú escuela. Así estarás segura de que nadie podrá sacarte de allí, y seguiré aportando con tu mesada, además de una porción extra para tu manutención.
—No… entiendo. —Niego ligeramente, buscando una respuesta directa en sus gestos.
—Tu mamá quiere que viajes a Moscú. Yo no.
—Papá…
—Sé que quieres a tu madre, Yulia, pero tu vida está aquí. La escuela, tus amigos, tu novio…
—Ya no tengo novio.
—¡Tu futuro, Yulia! ¡Está aquí! —dice con severidad, convencido, regresándome la mirada—. Yo sé lo duro que es vivir solo a tu edad. Sé el sacrificio que conlleva, el esfuerzo. El juez te pedirá que busques un trabajo, que demuestres que puedes mantenerte sola, pero eso no será difícil para ti.
—¿Quieres que pida la emancipación? ¿Que me separe de mamá y que la deje ir a Moscú sola?
—Ella es una mujer adulta que sabe cuidarse, no necesita a una chica de diecisiete años que la vele.
—¿Qué ganas tú?
Rudas palabras, pero vamos al grano, papá. No te he visto en tanto tiempo y ahora todas estas atenciones, ¿qué quieres de mí?
—Gano no perderte.
—Creo que estás tarde para eso. Unos seis años muy tarde.
—Tal vez. Pero aquí estamos. Tarde, pero estamos. No quiero que te alejes más. Tu mamá estará bien en Moscú, se recuperará pronto. Tu tienes tu escuela, tienes tu talento, puedes buscar un empleo. Yo puedo ayudarte en eso, conozco a mucha gente en el medio, clientes del lobby…
—¡No quiero tu ayuda, papá! —le grito.
—¡Volkova! —me responde en el mismo volumen.
—¡¿Qué?!
—¡Volkova, tenías que ser! ¡Testaruda hasta el final, hasta que el mundo se te caiga encima! ¡Igual a papá, igual a mí! —Hace un gesto de dolor, aprieta su mandíbula y cierra sus ojos, volteándome la cara para no verlo. Pasan unos segundos y se tranquiliza—. Piensa en lo que vas a perder si te vas.
No tengo nada que perder. No a Lena, Nastya está por irse al igual que Irina, perdí a Aleksey, no sé que es Ruslán para mí, Vova está bien con ellos, Misha tiene una buena familia ¿y yo? ¡¿Qué hago aquí sin mamá?!
—Los preparativos del viaje tomarán un poco más de un mes. Lo que no es mucho tiempo. Si quieres quedarte, tienes mi apoyo. Si quieres irte… —Se le dificulta hablar—. Todo lo que ofrecí sigue en pie. Le pediré a la directora de la escuela que le dé tu colegiatura a un estudiante, en forma de beca, y pagaré tus estudios en la nueva ciudad.
—¿Así de fácil?
¿Cómo no va a serlo? No es noticia que tiene dinero. Quizá ni yo misma puedo pensar en la cabalidad de esa aserción.
—Perderte no es fácil, pero es tu decisión. Ya eres lo suficientemente mayor como para saber qué es lo que quieres, lo que más te conviene.
—¿Me pides que abandone a mamá, que es prácticamente todo lo que tengo, para que tú puedas disfrutar de mí a escondidas? —respondo entre dientes, con furia, porque pensarlo me enoja, me lastima—. ¡Yo no necesito tu dinero, papá! —grito muy fuerte.
Siento como las lágrimas producto del coraje se acumulan en mis párpados e intento no mirarlo para no dejar ver mi debilidad, porque no puedo evitar que salgan de mis ojos.
—¡Si no puedo pagar la escuela, estudiaré en una pública! ¡Si no tengo donde vivir o qué comer, trabajaré de lo que sea y encontraré la forma, pero no te necesito a ti o a tu dinero!… Román tenía razón.
¡Para idiota, estás enojada, hablas del estómago, para!
—¡Tú no eres un verdadero padre, eres un donador de esperma. Nada más!
¡Estúpida, eso soy!
¿Por qué me auto saboteo? Hace minutos me preguntaba por qué no puedo gozar de los privilegios de compartir su nombre, su sangre y ahora lo tiro todo por la borda porque estoy molesta, indignada que me pida algo tan groso, porque tengo un resentimiento que no puedo tirarle en la cara. Y es que mi corazón y boca saben lo que mi cerebro se niega a reconocer. Yo nunca quise su dinero, lo quería a él y él no estuvo. Me puso condiciones desde que nací y se perdió hace años. Nos conocemos tan poco, no somos padre e hija, ¡no somos nada!
—Yo no fui un padre para ti —coincide—, pero eso puede cambiar y va a hacerlo si te quedas. Tienes mi promesa.
Limpio mis mejillas y salgo caminando de este lugar, sin contestarle, sin verlo, sin nada.
Lo esperaré en el auto para sacar mis cosas e irme a casa. No sé qué quiero, lo que me propone es muy fuerte. Lo que sí sé es que necesito estar lejos de él, de todo. Tranquilizarme y hablar con mamá.
Moscú. Tal vez no sea mala idea después de todo.
Última edición por RAINBOW.XANDER el 5/10/2017, 6:23 pm, editado 1 vez
RAINBOW.XANDER- Mensajes : 1950
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Re: EL DIARIO (ADAPTACION) // RAINBOW.XANDER
Hola
excelente capitulo
quiero saber que desicion
tomara Yulia
espero la sigas pronto
excelente capitulo
quiero saber que desicion
tomara Yulia
espero la sigas pronto
andyvolkatin- Mensajes : 576
Fecha de inscripción : 27/05/2015
Re: EL DIARIO (ADAPTACION) // RAINBOW.XANDER
Hola!!!! Como estoy de buenas esta semana, les dejo otro capítulo por acá para que disfruten.
A leeerr!!!
Capítulo 31: Elena
Detesto sentarme a esperar. Tener tiempo para analizar las cosas. Lo odio.
«Piensa en lo que vas a perder si te vas», me dijo papá.
Hago una lista mental y no puedo encontrar razones para aceptar la propuesta que me hizo. Básicamente porque todo a mi alrededor dice, lárgate a Moscú.
El clima será más agradable allá, no hará tanto calor— al menos no el año entero—, en diciembre nieva más de lo que en esta ciudad cae. El departamento tendrá una pequeña chimenea y un ventanal donde ponerme a leer con una taza de café mientras los copos de nieve caen y pintan el paisaje de color blanco, triste.
Me pondré una gorra negra en la cabeza y saldré a la calle con un abrigo grueso y una bufanda, ignoraré al mundo caminando con las manos metidas en los bolsillos, escuchando música melancólica, respirando aire helado.
Conocería gente interesante en la escuela. Allá hay buenos institutos de arte y música. El siguiente verano podría audicionar para entrar en la orquesta sinfónica de Rusia. No se aleja demasiado de mis intereses.
Estaría lejos de mi hermano, eso es un punto menos, pero tendría cerca a mamá.
Veo a la mesa. El diario está posado ahí, inmóvil esperando a que lo abra. Mi pulgar es presionado por mis dientes, resistiendo las ganas, quiero leerlo.
Nastya se irá y la pregunta es en dónde queda Lena, donde quedo yo. Si decido viajar a Moscú, seremos tres los que huimos de su vida. Nastya, Leo y yo. Su relación con Aleksey es inexistente, no será simple con Vladimir, y Ruslán… ¿pueden los dos ser mejores amigos este año? Él no tiene problema con nadie —ni con Aleksey a pesar de lo que siente—; ella sí.
La estoy dejando, prácticamente, sola. ¿Pero a ella le importa?
Alguien llama a la puerta, es un golpe suave, tres toques. No espero a nadie, mamá no llegará hasta la noche. Me enderezo y guardo el diario en el mueble bajo llave, solo en caso de que sea Boris y se le ocurra tener uno de sus ataques de rabia. Me acerco a la entrada quitando el seguro y doy un paso, abriéndola despacio.
—¿Café a domicilio?
—¿Qué haces aquí?
—Amm, café-a-domicilio, ¿no ves? —Su no tan irritable sonrisa espera por un: «adelante». No es lo primero que llega a mi mente—. Yulia, si es un mal momento, dímelo y me iré. Entiendo que no vine con invitación…
—No esperaba verte en la puerta de este basurero.
—Vamos, está bien limpio, no exageres. Yo he vivido en un basurero. Literal.
—¿Ah, sí? ¿Tuviste que compartir cuarto con tu hermana Katia? —Sonrío sarcásticamente, ella alza sus cejas esperando una disculpa, no la tendrá.
—Después de lo que tuve que pasar, mi hermana es de las personas más limpias que conozco.
—No me has dicho aún qué haces aquí.
—Café-a…
Me acerco y le quito uno de las manos.
—Gracias, ¿cuánto te debo?
—Graciosa… Aunque espera, una conversación, eso me debes.
—Si eso es lo que cuesta, no gracias —le digo, estirándole el vaso para que se lo lleve por donde vino.
—No es reembolsable, lo siento.
Es cruel, sabe muy bien que a este olor en particular no puedo resistirme. Es de mi cafetería favorita. Ésta era su intención desde el principio. Hacerme soltar la lengua.
—Bien, habla.
—No me invitarás a pasar.
—Nop —respondo y llevo a la boca esa bebida hipnotizante que no ha pasado por mis labios en semanas. Dios, es delicioso, es el cielo. Esto definitivamente entra en la lista de las cosas por las que me quedaría en esta ciudad.
—Okey… —Se cruza de piernas y se sienta en el asfalto en frente de mí.
—¿Qué estás haciendo? —le pregunto, mirando a mi alrededor para ver la cara de mis amables vecinos que en cualquier momento salen a pegarse de la ventana para enterarse del chisme.
—Vamos a tener una conversación. Tú no quieres invitarme a entrar, así que…
—Ya… entra, qué más da —le digo quejándome y me hago a un lado, dándole el espacio suficiente para que pase.
—¿No me ayudas a levantarme?
—No, para qué te sientas donde no debes.
—Hmm, tu amabilidad, es exquisita… —me dice dejando el café en el piso, mientras se para y luego se agacha para recogerlo. El patán, gordo y seboso de mi vecino ya le quedó viendo la cola. Perfecto.
Sube la la grada que separa la puerta del apartamento, dándome una mirada vencedora al entrar. Presumida. Cierro la puerta tras ella clavándole un puñal a ese idiota que ahora ríe pícaro imaginando cosas que definitivamente me gustaría hacer, pero que no sucederán entre nosotras en los días que le quedan al planeta tierra.
—Es muy distinto al de… ya sabes.
—Sí, este es más una casa que un cuarto. Tiene hasta baño, en el de Aleksey tenías que entrar por la puerta trasera de la casa para usar el de visitas.
—¿Puedo verlo? —pregunta con una emoción que no entiendo. Asiento y le apunto el metro cuadrado que tenemos para todas las actividades de limpieza en este lugar—. ¡Wow!
No suena a burla y su cara expresa verídica sorpresa, no me está jodiendo, le gusta este lugar.
—Siempre he pensado que, sin importar qué sitio sea, si lleva tu toque personal se verá increíble —me dice, dándole un ojo a la habitación de mamá y regresa a la sala, mejor conocida como: mi alcoba.
—¿Y este es el famoso sofá?
—Mhmm. Este es.
—Tienes una ventana.
—No se ve mucho desde ahí, en la noche puedes ver un poco de cielo.
—No me mates por decirlo, pero si no vivieras con tu mamá, este lugar sería romántico.
¿Está loca? ¿Qué tiene esto de lindo? Ni siquiera se puede tener privacidad sin que los vecinos se enteren de cada movimiento.
—Me alegra que la pocilga te guste, ahora, ¿a qué viniste?
—Uy, si que te hace falta un poco de modales no crees.
—Pensé que extrañabas a la vieja Yulia.
—Extraño tu sarcasmo, no tu grosería —especifica y se sienta, cómoda por lo que veo. Quizá este lugar a ella le calza como anillo al dedo—. En fin, a lo que vine.
—Te escucho.
—Al salir vi tu auto estacionado. Pensé que habías regresado y te esperé ahí.
—No debiste.
—Dímelo a mí, pasé una hora como idiota, sentada en el capó de tu auto y pues… se hundió la tapa, pero nada que no se pueda arreglar.
—¡Katina! —le reclamo.
¿Cómo se le ocurren estas brillantes ideas? ¡¿Dónde dice en el capó: «sala de espera»?! Ella ríe, seguramente por el humo que sale de mis oídos.
—Eres tan predecible. Tu auto está bien, no me creas tan tonta. No me sentaría en auto ajeno.
—Te mato, Katina, te mato.
Sigue riendo.
—Bueno, ¿qué es lo que quieres? —le pregunto exasperada, ya tuvo su gusto haciéndome perder el tiempo.
—Salí de la clase unos minutos después que tú y te vi irte con tu papá.
—Sí, quería hablar. ¿A ti que te importa?
No le gustó mi respuesta. Fui muy dura en mi tono. Pone una cara de «Oookey», bebe su café, y bebe su café y sigue bebiendo su café y… se lo terminó.
—Debo irme… —me dice poniéndose de pie—. Gracias por… eso. Nos vemos. —Ella misma abre la puerta y la cierra por fuera.
Me pasé. ¿Voy por ella? Antes de hacerlo, ¿quiero hablar de lo de mi padre con Lena?
Vino a verme, no puedo ser tan estúpida como para no darme cuanta de que estaba preocupada y hasta quiso sobornarme con mi café favorito para averiguar lo que me pasaba. Por cierto ¿cómo sabía que ese café en particular es el que más me gusta?
Y entonces, ¿voy por ella?
Aún no quiero hablar de la posible mudanza, nada es seguro hasta que mamá lo confirme.
¿Qué hago? ¿Voy? Ya debe estar muy lejos y se fue molesta. La dejo en paz. Hablo con ella mañana y me disculpo… Sí…, eso haré… mañana… en la escuela.
Diablos debí ir por ella.
Entrada número treinta y dos.
11 de agosto, 2015
La película fue un asco, la vimos y…una porquería completa, ni Kate Mara pudo salvarla, dejémoslo ahí.
Marina estaba nerviosa, se veía linda de esa forma, me tomó de la mano y todo, de verdad fue una velada muy linda. Parecíamos novias.
Nunca me he puesto a pensar en cómo me vería con una chica de novia. La gente regresaría a vernos porque, vamos, seríamos de esas parejas de homosexuales que pintan una bonita imagen. La tomaría de la cintura al caminar, sería muy melosa e intensamente cursi. A Marina le gustan esas cosas y a mí más. Le daría un beso en la mejilla casi rozando sus labios y ella buscaría los míos para darme un pico, adorable. Me vería muy bien con novia.
Este viernes iremos a una fiesta en una casa de fraternidad de su facultad. Yo seré su invitada especial. Aunque si las cosas siguen como hasta hoy, pronto podría tener una novia, una linda y deseable novia a la que presumir.
Aja, lindísima pareja la pelirroja y la rubia, hermosa, ¡ce-les-tial!
¡Puaj, me dan asco! ¡¿No que no quería nada con nadie?!
No, solo conmigo no tiene interés, ni para una amistad que bordee en lo «íntimo» como le dijo a Nastya. Su tipo de mujer debe ser insoportable, muy distinta a mí… ¡Odio pensar, ya lo dije, lo odio!
Entrada número treinta y tres.
12 de agosto, 2015
Desperté llorando hace unos minutos, mi mano tiembla y no puedo ni escribir…
Esto tiene que ser una pesadilla, la peor de todas. No puede ser real.
Mis lágrimas están dañando el papel y la tinta se está corriendo en lo que escribo y debo hacerlo para no olvidar.
Es parte del mismo sueño, solo que ahora estoy dentro de la casa. Bajo las escaleras y lo veo con claridad. Es un hombre de cabello claro y largo. Le apuntaba a una mujer con un arma en la cabeza, ella le rogaba que no lo hiciera:
—¡Las niñas están dormidas, por favor, no! —gritaba desesperada. Yo me encogía del susto y me tomaba fuerte del barandal.
Él no la escuchó, dio dos tiros directo en su cabeza y ella se desplomó sobre el sofá.
Tengo escalofríos de recordarlo.
¿Era Alenka? ¿Era mi mamá? Por Dios…
Mamá… Inessa…, fue a hacerme un té de algo que ya no recuerdo para que me calme. Me desperté exaltada, dando de gritos, despertándola y asustándola con mi llanto.
Maldición… lo recuerdo, yo lo presencié. Mataron a mi madre frente a mis ojos. Yo fui quién llamo a la policía, lo hice desde el patio con un teléfono inalámbrico que tomé de la mesa del pasillo y me escondí tras ese vidrio esmerilado, con la pesadez en mi corazón, descalza sobre ese césped verde.
¿Por qué no grité? ¿Por qué no corrí hacia ella?
Recuerdo su voz, la de ese hombre.
—No debiste irte, ¡ella es mía!
Se refería a mí. ¿Es el tipo que la Sra. Nina dijo que había ido a preguntar por nosotras? ¿Es mi papá o el de Katia?
Siento nauseas de pensar en la sangre, en cómo suena un cráneo romperse en mil pedazos.
Voy a vomitar.
Fue tan real, es real.
No es como en las películas… no… Había tanta sangre, las paredes estaban llenas de sangre, tanta sangre.
Ella terminó ahí, en ese sofá. Recostada como si durmiera, pero ya estaba muerta.
¿Qué diablos hacía él sobre la mesa? No era un juego de mesa.
Debo ir al baño o arruinaré el diario…
¡Oh, por Dios!
¡¿Lena lo vio?! No solo encontró a su madre muerta, lo vio, fue testigo.
Eso… Esa es la razón por la que vive con los Katin. Sergey es policía, las está protegiendo. Nadie las secuestró.
¡Oh, por Dios, Lena!
De pronto, mis problemas parecen estupideces, cosas sin importancia alguna. Si me mudo a Moscú o no, jamás podrá compararse con esto. Yo estaría literalmente hundida en la profundidad de esos recuerdos, incapaz de moverme, de reaccionar, de vivir. Internada en la habitación de un sanatorio con una de esas chaquetas de fuerza.
¡¿Cómo logra funcionar?!
Cierro el diario y salgo en dirección a su casa. Acabo de sentir una urgencia por verla, de saber que está bien, que no está fingiendo cuando sonríe, que no llora en las esquinas como yo lo haría en su lugar. Necesito sentirla cerca, abrazarla… Lo sé, ¿qué me pasa? Simplemente lo necesito.
Me detengo a unos cinco metros del portón del parque.
Amigas, estamos empezando a serlo. Las amigas no hacen las idioteces que yo he hecho, los amigos en general no dudan el uno del otro o se abandonan en las malas. Eso es lo que Lena hacía aquí hace unas horas, lo que hizo Vova al sentarse conmigo esta mañana. Ruslán no supo contestarme porque todavía se siente culpable por lo de Alyósha, no dejó de mencionarlo cuando hablamos. Perdí a Aleksey, pero los demás están ahí, no me han dejado, les importo, son mis amigos. He sido tan ciega.
¡Basta, ya!
Yo también extraño a la vieja Yulia. No tengo por qué ser este fantasma en el que me estoy convirtiendo.
Mi vaso está casi lleno no medio vacío. Mi vida no es tan mala como yo creo. Esto de vagabundear con la cabeza baja se acabó. A mí la mala suerte no me gana, ¡soy yo quien la agarra a patadas!
Busco en mi bolsillo, todavía tengo algo del dinero que mamá me dio el otro día. Retomo el rumbo. Pasaré por esa pizzería que le gusta. Es lo mínimo que puedo hacer para disculparme.
Aparco frente a su casa con ese sentimiento estúpido de que ya no sé quién soy. Es horrible mirarte al espejo y no reconocerte.
Apago el auto, pero antes de bajar quiero entender qué me pasa con Lena. ¿Qué siento por ella?, ¿qué quiero?, y ¿qué voy a hacer al respecto?
Hace cuatro meses que nuestra interacción era la misma que hemos tenido desde que nos conocimos. Yo aborreciéndola por casi todo, molestándola cuando podía y con lo que fuera; no me agradaba, y no, no es una frase que oculta lo que ahora siento, de verdad, no me agradaba.
Siempre con esa sonrisita, siempre con los abrazos innecesarios, siempre con su tan alabado talento. La nueva estrellita de la clase. La nueva mejor amiga de «mi» mejor amiga, de todos de hecho. La razón por la que mi novio volteaba a la puerta al terminar la hora de clases, para verla salir moviendo su trasero. La inocente y pura Elena Katina. Era detestable.
Ajá… Ahí es donde cambió todo. Cuando comencé a leerla. Aún cuando no sabía que era ella quien escribía. De repente me topé con una Lena que fumaba a escondidas, que tenía un tatuaje, una nueva vibra y me intrigaba. Con el diario retrocedí en el tiempo y sigo descubriendo su verdadero yo; entendiendo cuales de sus cualidades son reales y cuales creé yo en mi odio.
Inocente y pura, un invento mío, una percepción incorrecta. Es talentosa, aunque siento que no es lo más importante en ella, antes estaba convencida de que lo era; yo misma la puse en ese estandarte del cual quería bajarla a tomatazos. Es buena amiga y, como todos, fácilmente puede hartarse de la gente, eso la hace una más de nosotros. No es Santa Katina, la amiga de los pobres. Es Lena.
La verdad es que, ahora, esa sonrisa que se sentía tan pretenciosa es de las cosas que más disfruto ver. Deseo sus abrazos, los extraño; ella se ha limitado notablemente a dármelos. La he visto en su faceta de «novia» y me gusta, es cariñosa, amable, generosa. La leo y envidio su pasión, porque normalmente yo no sería tan afectuosa… tan caliente, ¡por Dios! Pero por encima de todo, me siento atraída por la claridad que parece tener en ese sentido. Sabe lo que quiere y no le pide disculpas a nadie. Nastya y Leo tienen suerte.
Me siento tan estúpida, ¿cómo pude llegar a creer que no somos amigas? Después de leer lo que hizo por mí con Aleksey, de ver que cuando se enteró de donde vivía no se comportó displicente o pedante. Tengo la llave de su casa por su generosidad y solo me tomó ser sincera con ella. Y claro, eso la llevó a la pocilga esta tarde y por eso estaba nerviosa sobre reconocer que recuerda nuestro beso de esa noche, porque ahora yo no soy la de hace cuatro meses, porque confío en ella, porque le he compartido cosas de mi vida que no se las diría a cualquiera. Yo abrí esa puerta y yo misma se la cierro en la cara, Soy estúpida.
Ella me dijo que me extrañaba, pero tiene razón no es mi grosería, es mi ímpetu, mi fortaleza y es que hasta yo misma me siento tan débil, quebradiza, todo me afecta y me deprime más y esa no soy yo, pero no tengo que volver a ser la idiota que se pasaba películas de ciencia ficción sobre quién era Lena Katina y la trataba a la patada. Lo que ella extraña es mi seguridad, mi carácter, no mi idiotez. Yo puedo ser su amiga, y quiero serlo, voy a serlo.
"¿Y qué vamos a hacer con lo que siente nuestro corazón?"
¡Oh, no, basta! No más pensar en plural.
"Pero esa pregunta es importante y necesitamos responderla. Ya somos su amiga, ¿queremos ser su novia?"
Ella no quiere tener novia.
"Pero lo ha pensado, acabamos de leer el cuadro que se pintó con Marina. Quiere novia".
Pero eso ya cambió o algo, se lo dijo a Nastya. Esa entrada del diario tiene más de dos meses, muchas cosas pudieron pasar.
"Pero ¿qué queremos nosotras?"
¡No lo sé!
"Lo sabemos, te gustó besarla, la imaginas desnuda, te mueres por volver a estar con ella. Acéptalo, la quieres de novia, nosotras también".
Claro que quiero besarla otra vez.
"¡Ya, hay que hacerlo!"
¡No!
"Deja de negarlo. Si lo quieres ve por ella. ¿No que te gusta la claridad de sus acciones? Ella si lo quiere va por ello, por algo nos besó esa noche. Lo quería y lo hizo".
¡Eso, eso es lo que quiero!
"¿Qué?"
¡Son parte de mi mente! Saben a lo que me refiero. Quiero descubrirla, conocerla, acercarme…
"Conquistarla… Bien, nos gusta ese plan".
No se apresuren. Quiero muchas cosas con ella, pero antes de pensar en noviazgo, quiero correspondencia.
"¿Que ella quiera ser nuestra novia? Interesante, eso tomará tiempo".
¿Y qué querían, que la obligue?
"No, pero debes seducirla, guiarla a nuestro objetivo de hacerla nuestra novia".
Son insufribles y detesto hablar conmigo misma como si tuviese a cinco personas en la cabeza. ¡Basta con el plural!
Me bajo del auto con la mente más clara y las manos vacías. A ver cómo le explico el problema que tuve con la bendita pizza.
Llego a la puerta y timbro aunque tengo la llave de su casa en el bolsillo. Ya está enojada, para qué empeorar las cosas.
—¿Es un ladrón? —pregunta, seguramente desde el sofá. Un día de estos va a venir uno y no le va a responder que sí.
—¡Soy yo!
—¡No hay nadie!
—¿En serio?
—Deje su mensaje después del beep… beeeeep.
Graciosa.
—¡No voy a marcharme, Lena, será mejor que me invites a pasar!
—¡Puedes sentarte en el asfalto hasta que llegue… alguien, lo que será en diez años! ¡La familia está de vacaciones!
Suficiente. Abro la puerta y la veo ahí con sus anteojos gruesos, acostada frente al televisor.
—Necesito que vengas conmigo.
—¿Disculpa?
—Te compraré algo de comer, vámonos.
—¿Estás loca? ¿Después de lo bien que me trataste en tu casa y esta «sentida» invitación?
—La pocilga no es mi casa…
—¡Cómo sea, no voy a ir contigo a ningún lugar! —Su enojo se siente en cada palabra. Se acomoda mejor y vuelve la vista a la pantalla.
—Lena, por favor. Ven conmigo.
—¡Qué no!
—¡Lena!
Toma el control del televisor y estirando el brazo, lo apaga. Se levanta y se acerca unos metros hasta donde yo estoy, dejando una distancia prudente entre nosotras.
—¡Fui a buscarte porque estaba preocupada de ver a tu papá ir por ti a la escuela, algo que no sucede nunca…!
—No le dije nada sobre Anatoli si eso es lo que te preocupa. No te delaté.
—¡Aj, eres insoportable, Yulia! Poco me importa que menciones mi nombre. La que me preocupaba eras tú —me aclara.
—Yo estoy bien.
—¡Qué bueno, ahora puedes irte! —dice y pasa de mí abriendo nuevamente la puerta, haciendo un gesto para que salga.
—Iremos a comer, ponte zapatos y una chaqueta.
—¡Yo no quiero comer! No sé qué planeas, pero pierdes tu tiempo.
—No planeo nada, quiero que comamos algo y conversemos, como tu querías en la tarde.
—Ahora solo quiero ver mi serie de televisión y dormir… ¡en paz!
—Vamos, Lena, por favor, ven conmigo. —Le pido de la mejor manera posible.
—¿Quién te entiende? Tuve un gesto contigo, estoy intentando ser tu amiga. Trato lo juro, pero eres tan difícil.
—Si he sido una idiota. Ahora vamos a comer, ¿sí?
—¡No!
—¡Está bien! —le grito de vuelta—. Si no quieres salir conmigo estás en tu derecho, pero quería disculparme. Iba traer una pizza y decir: «pizza a domicilio» cuando abrieras la puerta, pero luego pensé en que tal vez te gustaría más si trajera sushi. El problema con eso es que no tengo la más mínima idea que tipo de sushi te gusta, entonces me dije: voy por la pizza. Lo malo es que al llegar habían tantas variedades para escoger y tampoco sé qué ingredientes te gustan. Si debía comprar la hawaiana o la de aceitunas negras, o si comes pimientos verdes o rojos, o si te gusta la carne o prefieres la de jamón con queso como yo. Y me di cuenta que no sé nada de ti, no como conozco a Nastya, por ejemplo. A ella puedo llevarle unas gomitas de empaque verde y todo bien… Pero a ti, ¿qué diablos te gusta? Bueno, sé de algunas cosas, pero no podía traerte a un hombre grande y fuerte, que debe saber exactamente que pizza te gusta y seguro hace el mejor sushi del mundo, y decir «macho a domicilio» junto con un lo siento y… —Inhalo con cansancio—. Lo arruiné lo sé, soy una idiota, pero te debía una disculpa y una explicación. —Termino cansada, ella nada más me mira—. Ya no importa, me iré, te dejaré para que veas tu serie, te la estás perdiendo. —Camino lento, mi cabeza baja. Prefiero no mirarla mientras salgo. Está tan enojada que no quiero correr el riesgo de que me prenda fuego.
—Jamón, queso, tocino y piña —me dice antes de cruzar el portal. Me detengo y la miro—. Y me gustan los rollos de langostinos tempurizados con salsa de anguila.
—Odio la salsa de anguila.
—Mejor, así me queda más a mí.
—Lena… De verdad lo siento.
—Hay una pizza congelada en el refrigerador y soda de naranja —ofrece, sus facciones todavía tienen su molestia, pero su voz es la dulce y amable de siempre—. ¿Te quedas para el maratón de Faking It?
—Está bien, pero no quiero spoilers, Lena. No he visto los últimos 5 capítulos.
—Está bien, no te contaré que Karma…
Tomo el almohadón del sofá y se lo lanzo. Soy muy seria con los spoilers.
—¡Hey!
—Dije no spoilers.
—Ya, ya. ¿Tocino extra en tu pizza?
—Mejor con doble jamón.
A leeerr!!!
Capítulo 31: Elena
Detesto sentarme a esperar. Tener tiempo para analizar las cosas. Lo odio.
«Piensa en lo que vas a perder si te vas», me dijo papá.
Hago una lista mental y no puedo encontrar razones para aceptar la propuesta que me hizo. Básicamente porque todo a mi alrededor dice, lárgate a Moscú.
El clima será más agradable allá, no hará tanto calor— al menos no el año entero—, en diciembre nieva más de lo que en esta ciudad cae. El departamento tendrá una pequeña chimenea y un ventanal donde ponerme a leer con una taza de café mientras los copos de nieve caen y pintan el paisaje de color blanco, triste.
Me pondré una gorra negra en la cabeza y saldré a la calle con un abrigo grueso y una bufanda, ignoraré al mundo caminando con las manos metidas en los bolsillos, escuchando música melancólica, respirando aire helado.
Conocería gente interesante en la escuela. Allá hay buenos institutos de arte y música. El siguiente verano podría audicionar para entrar en la orquesta sinfónica de Rusia. No se aleja demasiado de mis intereses.
Estaría lejos de mi hermano, eso es un punto menos, pero tendría cerca a mamá.
Veo a la mesa. El diario está posado ahí, inmóvil esperando a que lo abra. Mi pulgar es presionado por mis dientes, resistiendo las ganas, quiero leerlo.
Nastya se irá y la pregunta es en dónde queda Lena, donde quedo yo. Si decido viajar a Moscú, seremos tres los que huimos de su vida. Nastya, Leo y yo. Su relación con Aleksey es inexistente, no será simple con Vladimir, y Ruslán… ¿pueden los dos ser mejores amigos este año? Él no tiene problema con nadie —ni con Aleksey a pesar de lo que siente—; ella sí.
La estoy dejando, prácticamente, sola. ¿Pero a ella le importa?
Alguien llama a la puerta, es un golpe suave, tres toques. No espero a nadie, mamá no llegará hasta la noche. Me enderezo y guardo el diario en el mueble bajo llave, solo en caso de que sea Boris y se le ocurra tener uno de sus ataques de rabia. Me acerco a la entrada quitando el seguro y doy un paso, abriéndola despacio.
—¿Café a domicilio?
—¿Qué haces aquí?
—Amm, café-a-domicilio, ¿no ves? —Su no tan irritable sonrisa espera por un: «adelante». No es lo primero que llega a mi mente—. Yulia, si es un mal momento, dímelo y me iré. Entiendo que no vine con invitación…
—No esperaba verte en la puerta de este basurero.
—Vamos, está bien limpio, no exageres. Yo he vivido en un basurero. Literal.
—¿Ah, sí? ¿Tuviste que compartir cuarto con tu hermana Katia? —Sonrío sarcásticamente, ella alza sus cejas esperando una disculpa, no la tendrá.
—Después de lo que tuve que pasar, mi hermana es de las personas más limpias que conozco.
—No me has dicho aún qué haces aquí.
—Café-a…
Me acerco y le quito uno de las manos.
—Gracias, ¿cuánto te debo?
—Graciosa… Aunque espera, una conversación, eso me debes.
—Si eso es lo que cuesta, no gracias —le digo, estirándole el vaso para que se lo lleve por donde vino.
—No es reembolsable, lo siento.
Es cruel, sabe muy bien que a este olor en particular no puedo resistirme. Es de mi cafetería favorita. Ésta era su intención desde el principio. Hacerme soltar la lengua.
—Bien, habla.
—No me invitarás a pasar.
—Nop —respondo y llevo a la boca esa bebida hipnotizante que no ha pasado por mis labios en semanas. Dios, es delicioso, es el cielo. Esto definitivamente entra en la lista de las cosas por las que me quedaría en esta ciudad.
—Okey… —Se cruza de piernas y se sienta en el asfalto en frente de mí.
—¿Qué estás haciendo? —le pregunto, mirando a mi alrededor para ver la cara de mis amables vecinos que en cualquier momento salen a pegarse de la ventana para enterarse del chisme.
—Vamos a tener una conversación. Tú no quieres invitarme a entrar, así que…
—Ya… entra, qué más da —le digo quejándome y me hago a un lado, dándole el espacio suficiente para que pase.
—¿No me ayudas a levantarme?
—No, para qué te sientas donde no debes.
—Hmm, tu amabilidad, es exquisita… —me dice dejando el café en el piso, mientras se para y luego se agacha para recogerlo. El patán, gordo y seboso de mi vecino ya le quedó viendo la cola. Perfecto.
Sube la la grada que separa la puerta del apartamento, dándome una mirada vencedora al entrar. Presumida. Cierro la puerta tras ella clavándole un puñal a ese idiota que ahora ríe pícaro imaginando cosas que definitivamente me gustaría hacer, pero que no sucederán entre nosotras en los días que le quedan al planeta tierra.
—Es muy distinto al de… ya sabes.
—Sí, este es más una casa que un cuarto. Tiene hasta baño, en el de Aleksey tenías que entrar por la puerta trasera de la casa para usar el de visitas.
—¿Puedo verlo? —pregunta con una emoción que no entiendo. Asiento y le apunto el metro cuadrado que tenemos para todas las actividades de limpieza en este lugar—. ¡Wow!
No suena a burla y su cara expresa verídica sorpresa, no me está jodiendo, le gusta este lugar.
—Siempre he pensado que, sin importar qué sitio sea, si lleva tu toque personal se verá increíble —me dice, dándole un ojo a la habitación de mamá y regresa a la sala, mejor conocida como: mi alcoba.
—¿Y este es el famoso sofá?
—Mhmm. Este es.
—Tienes una ventana.
—No se ve mucho desde ahí, en la noche puedes ver un poco de cielo.
—No me mates por decirlo, pero si no vivieras con tu mamá, este lugar sería romántico.
¿Está loca? ¿Qué tiene esto de lindo? Ni siquiera se puede tener privacidad sin que los vecinos se enteren de cada movimiento.
—Me alegra que la pocilga te guste, ahora, ¿a qué viniste?
—Uy, si que te hace falta un poco de modales no crees.
—Pensé que extrañabas a la vieja Yulia.
—Extraño tu sarcasmo, no tu grosería —especifica y se sienta, cómoda por lo que veo. Quizá este lugar a ella le calza como anillo al dedo—. En fin, a lo que vine.
—Te escucho.
—Al salir vi tu auto estacionado. Pensé que habías regresado y te esperé ahí.
—No debiste.
—Dímelo a mí, pasé una hora como idiota, sentada en el capó de tu auto y pues… se hundió la tapa, pero nada que no se pueda arreglar.
—¡Katina! —le reclamo.
¿Cómo se le ocurren estas brillantes ideas? ¡¿Dónde dice en el capó: «sala de espera»?! Ella ríe, seguramente por el humo que sale de mis oídos.
—Eres tan predecible. Tu auto está bien, no me creas tan tonta. No me sentaría en auto ajeno.
—Te mato, Katina, te mato.
Sigue riendo.
—Bueno, ¿qué es lo que quieres? —le pregunto exasperada, ya tuvo su gusto haciéndome perder el tiempo.
—Salí de la clase unos minutos después que tú y te vi irte con tu papá.
—Sí, quería hablar. ¿A ti que te importa?
No le gustó mi respuesta. Fui muy dura en mi tono. Pone una cara de «Oookey», bebe su café, y bebe su café y sigue bebiendo su café y… se lo terminó.
—Debo irme… —me dice poniéndose de pie—. Gracias por… eso. Nos vemos. —Ella misma abre la puerta y la cierra por fuera.
Me pasé. ¿Voy por ella? Antes de hacerlo, ¿quiero hablar de lo de mi padre con Lena?
Vino a verme, no puedo ser tan estúpida como para no darme cuanta de que estaba preocupada y hasta quiso sobornarme con mi café favorito para averiguar lo que me pasaba. Por cierto ¿cómo sabía que ese café en particular es el que más me gusta?
Y entonces, ¿voy por ella?
Aún no quiero hablar de la posible mudanza, nada es seguro hasta que mamá lo confirme.
¿Qué hago? ¿Voy? Ya debe estar muy lejos y se fue molesta. La dejo en paz. Hablo con ella mañana y me disculpo… Sí…, eso haré… mañana… en la escuela.
Diablos debí ir por ella.
Entrada número treinta y dos.
11 de agosto, 2015
La película fue un asco, la vimos y…una porquería completa, ni Kate Mara pudo salvarla, dejémoslo ahí.
Marina estaba nerviosa, se veía linda de esa forma, me tomó de la mano y todo, de verdad fue una velada muy linda. Parecíamos novias.
Nunca me he puesto a pensar en cómo me vería con una chica de novia. La gente regresaría a vernos porque, vamos, seríamos de esas parejas de homosexuales que pintan una bonita imagen. La tomaría de la cintura al caminar, sería muy melosa e intensamente cursi. A Marina le gustan esas cosas y a mí más. Le daría un beso en la mejilla casi rozando sus labios y ella buscaría los míos para darme un pico, adorable. Me vería muy bien con novia.
Este viernes iremos a una fiesta en una casa de fraternidad de su facultad. Yo seré su invitada especial. Aunque si las cosas siguen como hasta hoy, pronto podría tener una novia, una linda y deseable novia a la que presumir.
Aja, lindísima pareja la pelirroja y la rubia, hermosa, ¡ce-les-tial!
¡Puaj, me dan asco! ¡¿No que no quería nada con nadie?!
No, solo conmigo no tiene interés, ni para una amistad que bordee en lo «íntimo» como le dijo a Nastya. Su tipo de mujer debe ser insoportable, muy distinta a mí… ¡Odio pensar, ya lo dije, lo odio!
Entrada número treinta y tres.
12 de agosto, 2015
Desperté llorando hace unos minutos, mi mano tiembla y no puedo ni escribir…
Esto tiene que ser una pesadilla, la peor de todas. No puede ser real.
Mis lágrimas están dañando el papel y la tinta se está corriendo en lo que escribo y debo hacerlo para no olvidar.
Es parte del mismo sueño, solo que ahora estoy dentro de la casa. Bajo las escaleras y lo veo con claridad. Es un hombre de cabello claro y largo. Le apuntaba a una mujer con un arma en la cabeza, ella le rogaba que no lo hiciera:
—¡Las niñas están dormidas, por favor, no! —gritaba desesperada. Yo me encogía del susto y me tomaba fuerte del barandal.
Él no la escuchó, dio dos tiros directo en su cabeza y ella se desplomó sobre el sofá.
Tengo escalofríos de recordarlo.
¿Era Alenka? ¿Era mi mamá? Por Dios…
Mamá… Inessa…, fue a hacerme un té de algo que ya no recuerdo para que me calme. Me desperté exaltada, dando de gritos, despertándola y asustándola con mi llanto.
Maldición… lo recuerdo, yo lo presencié. Mataron a mi madre frente a mis ojos. Yo fui quién llamo a la policía, lo hice desde el patio con un teléfono inalámbrico que tomé de la mesa del pasillo y me escondí tras ese vidrio esmerilado, con la pesadez en mi corazón, descalza sobre ese césped verde.
¿Por qué no grité? ¿Por qué no corrí hacia ella?
Recuerdo su voz, la de ese hombre.
—No debiste irte, ¡ella es mía!
Se refería a mí. ¿Es el tipo que la Sra. Nina dijo que había ido a preguntar por nosotras? ¿Es mi papá o el de Katia?
Siento nauseas de pensar en la sangre, en cómo suena un cráneo romperse en mil pedazos.
Voy a vomitar.
Fue tan real, es real.
No es como en las películas… no… Había tanta sangre, las paredes estaban llenas de sangre, tanta sangre.
Ella terminó ahí, en ese sofá. Recostada como si durmiera, pero ya estaba muerta.
¿Qué diablos hacía él sobre la mesa? No era un juego de mesa.
Debo ir al baño o arruinaré el diario…
¡Oh, por Dios!
¡¿Lena lo vio?! No solo encontró a su madre muerta, lo vio, fue testigo.
Eso… Esa es la razón por la que vive con los Katin. Sergey es policía, las está protegiendo. Nadie las secuestró.
¡Oh, por Dios, Lena!
De pronto, mis problemas parecen estupideces, cosas sin importancia alguna. Si me mudo a Moscú o no, jamás podrá compararse con esto. Yo estaría literalmente hundida en la profundidad de esos recuerdos, incapaz de moverme, de reaccionar, de vivir. Internada en la habitación de un sanatorio con una de esas chaquetas de fuerza.
¡¿Cómo logra funcionar?!
Cierro el diario y salgo en dirección a su casa. Acabo de sentir una urgencia por verla, de saber que está bien, que no está fingiendo cuando sonríe, que no llora en las esquinas como yo lo haría en su lugar. Necesito sentirla cerca, abrazarla… Lo sé, ¿qué me pasa? Simplemente lo necesito.
Me detengo a unos cinco metros del portón del parque.
Amigas, estamos empezando a serlo. Las amigas no hacen las idioteces que yo he hecho, los amigos en general no dudan el uno del otro o se abandonan en las malas. Eso es lo que Lena hacía aquí hace unas horas, lo que hizo Vova al sentarse conmigo esta mañana. Ruslán no supo contestarme porque todavía se siente culpable por lo de Alyósha, no dejó de mencionarlo cuando hablamos. Perdí a Aleksey, pero los demás están ahí, no me han dejado, les importo, son mis amigos. He sido tan ciega.
¡Basta, ya!
Yo también extraño a la vieja Yulia. No tengo por qué ser este fantasma en el que me estoy convirtiendo.
Mi vaso está casi lleno no medio vacío. Mi vida no es tan mala como yo creo. Esto de vagabundear con la cabeza baja se acabó. A mí la mala suerte no me gana, ¡soy yo quien la agarra a patadas!
Busco en mi bolsillo, todavía tengo algo del dinero que mamá me dio el otro día. Retomo el rumbo. Pasaré por esa pizzería que le gusta. Es lo mínimo que puedo hacer para disculparme.
Aparco frente a su casa con ese sentimiento estúpido de que ya no sé quién soy. Es horrible mirarte al espejo y no reconocerte.
Apago el auto, pero antes de bajar quiero entender qué me pasa con Lena. ¿Qué siento por ella?, ¿qué quiero?, y ¿qué voy a hacer al respecto?
Hace cuatro meses que nuestra interacción era la misma que hemos tenido desde que nos conocimos. Yo aborreciéndola por casi todo, molestándola cuando podía y con lo que fuera; no me agradaba, y no, no es una frase que oculta lo que ahora siento, de verdad, no me agradaba.
Siempre con esa sonrisita, siempre con los abrazos innecesarios, siempre con su tan alabado talento. La nueva estrellita de la clase. La nueva mejor amiga de «mi» mejor amiga, de todos de hecho. La razón por la que mi novio volteaba a la puerta al terminar la hora de clases, para verla salir moviendo su trasero. La inocente y pura Elena Katina. Era detestable.
Ajá… Ahí es donde cambió todo. Cuando comencé a leerla. Aún cuando no sabía que era ella quien escribía. De repente me topé con una Lena que fumaba a escondidas, que tenía un tatuaje, una nueva vibra y me intrigaba. Con el diario retrocedí en el tiempo y sigo descubriendo su verdadero yo; entendiendo cuales de sus cualidades son reales y cuales creé yo en mi odio.
Inocente y pura, un invento mío, una percepción incorrecta. Es talentosa, aunque siento que no es lo más importante en ella, antes estaba convencida de que lo era; yo misma la puse en ese estandarte del cual quería bajarla a tomatazos. Es buena amiga y, como todos, fácilmente puede hartarse de la gente, eso la hace una más de nosotros. No es Santa Katina, la amiga de los pobres. Es Lena.
La verdad es que, ahora, esa sonrisa que se sentía tan pretenciosa es de las cosas que más disfruto ver. Deseo sus abrazos, los extraño; ella se ha limitado notablemente a dármelos. La he visto en su faceta de «novia» y me gusta, es cariñosa, amable, generosa. La leo y envidio su pasión, porque normalmente yo no sería tan afectuosa… tan caliente, ¡por Dios! Pero por encima de todo, me siento atraída por la claridad que parece tener en ese sentido. Sabe lo que quiere y no le pide disculpas a nadie. Nastya y Leo tienen suerte.
Me siento tan estúpida, ¿cómo pude llegar a creer que no somos amigas? Después de leer lo que hizo por mí con Aleksey, de ver que cuando se enteró de donde vivía no se comportó displicente o pedante. Tengo la llave de su casa por su generosidad y solo me tomó ser sincera con ella. Y claro, eso la llevó a la pocilga esta tarde y por eso estaba nerviosa sobre reconocer que recuerda nuestro beso de esa noche, porque ahora yo no soy la de hace cuatro meses, porque confío en ella, porque le he compartido cosas de mi vida que no se las diría a cualquiera. Yo abrí esa puerta y yo misma se la cierro en la cara, Soy estúpida.
Ella me dijo que me extrañaba, pero tiene razón no es mi grosería, es mi ímpetu, mi fortaleza y es que hasta yo misma me siento tan débil, quebradiza, todo me afecta y me deprime más y esa no soy yo, pero no tengo que volver a ser la idiota que se pasaba películas de ciencia ficción sobre quién era Lena Katina y la trataba a la patada. Lo que ella extraña es mi seguridad, mi carácter, no mi idiotez. Yo puedo ser su amiga, y quiero serlo, voy a serlo.
"¿Y qué vamos a hacer con lo que siente nuestro corazón?"
¡Oh, no, basta! No más pensar en plural.
"Pero esa pregunta es importante y necesitamos responderla. Ya somos su amiga, ¿queremos ser su novia?"
Ella no quiere tener novia.
"Pero lo ha pensado, acabamos de leer el cuadro que se pintó con Marina. Quiere novia".
Pero eso ya cambió o algo, se lo dijo a Nastya. Esa entrada del diario tiene más de dos meses, muchas cosas pudieron pasar.
"Pero ¿qué queremos nosotras?"
¡No lo sé!
"Lo sabemos, te gustó besarla, la imaginas desnuda, te mueres por volver a estar con ella. Acéptalo, la quieres de novia, nosotras también".
Claro que quiero besarla otra vez.
"¡Ya, hay que hacerlo!"
¡No!
"Deja de negarlo. Si lo quieres ve por ella. ¿No que te gusta la claridad de sus acciones? Ella si lo quiere va por ello, por algo nos besó esa noche. Lo quería y lo hizo".
¡Eso, eso es lo que quiero!
"¿Qué?"
¡Son parte de mi mente! Saben a lo que me refiero. Quiero descubrirla, conocerla, acercarme…
"Conquistarla… Bien, nos gusta ese plan".
No se apresuren. Quiero muchas cosas con ella, pero antes de pensar en noviazgo, quiero correspondencia.
"¿Que ella quiera ser nuestra novia? Interesante, eso tomará tiempo".
¿Y qué querían, que la obligue?
"No, pero debes seducirla, guiarla a nuestro objetivo de hacerla nuestra novia".
Son insufribles y detesto hablar conmigo misma como si tuviese a cinco personas en la cabeza. ¡Basta con el plural!
Me bajo del auto con la mente más clara y las manos vacías. A ver cómo le explico el problema que tuve con la bendita pizza.
Llego a la puerta y timbro aunque tengo la llave de su casa en el bolsillo. Ya está enojada, para qué empeorar las cosas.
—¿Es un ladrón? —pregunta, seguramente desde el sofá. Un día de estos va a venir uno y no le va a responder que sí.
—¡Soy yo!
—¡No hay nadie!
—¿En serio?
—Deje su mensaje después del beep… beeeeep.
Graciosa.
—¡No voy a marcharme, Lena, será mejor que me invites a pasar!
—¡Puedes sentarte en el asfalto hasta que llegue… alguien, lo que será en diez años! ¡La familia está de vacaciones!
Suficiente. Abro la puerta y la veo ahí con sus anteojos gruesos, acostada frente al televisor.
—Necesito que vengas conmigo.
—¿Disculpa?
—Te compraré algo de comer, vámonos.
—¿Estás loca? ¿Después de lo bien que me trataste en tu casa y esta «sentida» invitación?
—La pocilga no es mi casa…
—¡Cómo sea, no voy a ir contigo a ningún lugar! —Su enojo se siente en cada palabra. Se acomoda mejor y vuelve la vista a la pantalla.
—Lena, por favor. Ven conmigo.
—¡Qué no!
—¡Lena!
Toma el control del televisor y estirando el brazo, lo apaga. Se levanta y se acerca unos metros hasta donde yo estoy, dejando una distancia prudente entre nosotras.
—¡Fui a buscarte porque estaba preocupada de ver a tu papá ir por ti a la escuela, algo que no sucede nunca…!
—No le dije nada sobre Anatoli si eso es lo que te preocupa. No te delaté.
—¡Aj, eres insoportable, Yulia! Poco me importa que menciones mi nombre. La que me preocupaba eras tú —me aclara.
—Yo estoy bien.
—¡Qué bueno, ahora puedes irte! —dice y pasa de mí abriendo nuevamente la puerta, haciendo un gesto para que salga.
—Iremos a comer, ponte zapatos y una chaqueta.
—¡Yo no quiero comer! No sé qué planeas, pero pierdes tu tiempo.
—No planeo nada, quiero que comamos algo y conversemos, como tu querías en la tarde.
—Ahora solo quiero ver mi serie de televisión y dormir… ¡en paz!
—Vamos, Lena, por favor, ven conmigo. —Le pido de la mejor manera posible.
—¿Quién te entiende? Tuve un gesto contigo, estoy intentando ser tu amiga. Trato lo juro, pero eres tan difícil.
—Si he sido una idiota. Ahora vamos a comer, ¿sí?
—¡No!
—¡Está bien! —le grito de vuelta—. Si no quieres salir conmigo estás en tu derecho, pero quería disculparme. Iba traer una pizza y decir: «pizza a domicilio» cuando abrieras la puerta, pero luego pensé en que tal vez te gustaría más si trajera sushi. El problema con eso es que no tengo la más mínima idea que tipo de sushi te gusta, entonces me dije: voy por la pizza. Lo malo es que al llegar habían tantas variedades para escoger y tampoco sé qué ingredientes te gustan. Si debía comprar la hawaiana o la de aceitunas negras, o si comes pimientos verdes o rojos, o si te gusta la carne o prefieres la de jamón con queso como yo. Y me di cuenta que no sé nada de ti, no como conozco a Nastya, por ejemplo. A ella puedo llevarle unas gomitas de empaque verde y todo bien… Pero a ti, ¿qué diablos te gusta? Bueno, sé de algunas cosas, pero no podía traerte a un hombre grande y fuerte, que debe saber exactamente que pizza te gusta y seguro hace el mejor sushi del mundo, y decir «macho a domicilio» junto con un lo siento y… —Inhalo con cansancio—. Lo arruiné lo sé, soy una idiota, pero te debía una disculpa y una explicación. —Termino cansada, ella nada más me mira—. Ya no importa, me iré, te dejaré para que veas tu serie, te la estás perdiendo. —Camino lento, mi cabeza baja. Prefiero no mirarla mientras salgo. Está tan enojada que no quiero correr el riesgo de que me prenda fuego.
—Jamón, queso, tocino y piña —me dice antes de cruzar el portal. Me detengo y la miro—. Y me gustan los rollos de langostinos tempurizados con salsa de anguila.
—Odio la salsa de anguila.
—Mejor, así me queda más a mí.
—Lena… De verdad lo siento.
—Hay una pizza congelada en el refrigerador y soda de naranja —ofrece, sus facciones todavía tienen su molestia, pero su voz es la dulce y amable de siempre—. ¿Te quedas para el maratón de Faking It?
—Está bien, pero no quiero spoilers, Lena. No he visto los últimos 5 capítulos.
—Está bien, no te contaré que Karma…
Tomo el almohadón del sofá y se lo lanzo. Soy muy seria con los spoilers.
—¡Hey!
—Dije no spoilers.
—Ya, ya. ¿Tocino extra en tu pizza?
—Mejor con doble jamón.
RAINBOW.XANDER- Mensajes : 1950
Fecha de inscripción : 19/09/2016
Edad : 22
Localización : Buenos Aires
Re: EL DIARIO (ADAPTACION) // RAINBOW.XANDER
Hola
que buen capitulo
creo que van mejorando
y luego retroceden
espero Yulia le cuente lo que le dijo su papá a Lena
siguela pronto y animo
que buen capitulo
creo que van mejorando
y luego retroceden
espero Yulia le cuente lo que le dijo su papá a Lena
siguela pronto y animo
andyvolkatin- Mensajes : 576
Fecha de inscripción : 27/05/2015
Re: EL DIARIO (ADAPTACION) // RAINBOW.XANDER
Hola chicas, hola andyvolkatin gracias por tus comentarios llenos de ánimos para con el fics
Acá les dejo otro capítulo, esperando y lo disfruten...
A leer!!
Capítulo 32: Te encontré
—No lo sé —le respondo. Este juego no me agrada.
—Esa no es una respuesta válida.
—Sí lo es.
—Es neutra. Si no puedes decidirte, da varias respuestas —me dice coqueta y vanidosa… e insoportable ¿Por qué me pregunta esto? ¿Es porque soy muy evidente en lo que siento por ella?—. Vamos, Yulia, ¿qué te gusta de mí?
Ahora la respuesta se puso más difícil que antes, cuando apenas tenía que elegir entre su sonrisa, o sus cejas juguetonas, o sus labios, o sus caderas, o…
—Tus pómulos.
—¡¿Hmm?!
—Ya respondí.
—¿Mis pómulos? —responde con cierta indignación. ¿Acaso quería que diga sus lolas o su cola?—. ¿Es en serio?
—Me encantan, el otro día estuve haciendo un Photoshop de tu cara para que lucieras como el Guasón y voilà, i-gua-li-ta cuando sonríes. ¿Has pensado que disfraz vas a usar en Halloween?, porque te quedaría… —Termino alzando mis pulgares en aprobación.
—Ja, ja… No digas más, tu turno.
Bien, salvé la estúpida pregunta. Ahora yo.
—¿Por qué no eres novia de Leo?
—Paso —responde cortante.
—Ja, no. A mi no me dejaste pasar la pregunta anterior. Dime por qué.
—No busco una relación.
—Esa, sí que no es una respuesta.
¡Tramposa, tramposa mujer!
—Es muy clara, no-quiero-una-relación, no me interesa. ¿Ves?, clarísima, no como tu: «no sé».
—Pero no es el «por qué». Algo te pasó para que digas eso. Yo me acuerdo de Lenin y de lo bien que pasabas con él… de novia.
—Era una niña boba entonces. Ahora tengo diecisiete años, me gusta mi libertad, mi vida sin compromisos.
—Y con harto condón… —agrego un fino detalle—. Dime ¿usas esos plásticos estúpidos que llaman condones para mujeres, digo, para las lesbianas?
—¿Lo dices por Marina?
—Sí, Nastya me contó que andabas con una rubia.
—¿Y por qué asumes que me acosté con ella?
¡Oh, mierda! No puedo caer en cosas que leí en su diario… Emm…
—Yo le conté a Nastya que nos besamos y salimos en algunas citas. Nada más.
¡Mierda, mierda! Inventa algo, idiota.
—Pues… es obvio —digo, usando mi tono burlón—. No quieres una relación, te gusta la libertad de acostarte con quien te venga en gana. ¿Por qué no lo harías con la rubia?
Espera para responder, mirándome, esperando a que le de más información. Tú calmada, Yulia. Nos vamos a zafar de esta.
—Solo tuvimos sexo una vez.
¡Oh, wow! Salvada, pero… ¡oh, wow! ¿Va a contarme de Marina? Ya me va gustando el jueguito. Gracias Nastya.
—¿No te gustó o necesitabas… ya sabes, algo más? —le pregunto cómo si no supiera que fue «el mejor de su vida», ¡puaj!
—Fue espectacular…
¡Gracias por la confirmación, Katina!
—¿Y?
—Y… es una historia muy larga. ¿Podemos ir a dormir?, mañana tenemos que estar en la escuela a las ocho en punto.
—¡No, no, no! Nastya dijo: «quiero que se conozcan y se hagan amigas, jueguen a las preguntas», y tú aceptaste.
—Y las preguntas tenían que ser simples, no para contar la historia de nuestras vidas en una respuesta.
Se está poniendo muy personal para ella. Ya, ya, la dejo. Ya sé las respuestas de todas formas, algunas al menos. Solo quería escucharlas de su boca.
—Si quieres cambio de pregunta.
—No, es mi turno.
Bueno, vamos a ver con qué me apuñalará esta vez.
—¿Qué pasó con tu papá hoy?
Auch… Debí terminar el juego en la pregunta anterior. Mi cara de molestia no me sorprende ni a mi misma. No estoy lista para pensar en esto otra vez. No quiero, la estaba pasando bien.
—Si es privado, no lo respondas, fue injusto preguntarlo en el juego.
—No, le prometimos a Nastya hacer un esfuerzo y decir la verdad. Es una pregunta, te la respondo y listo.
Veo un corto remordimiento en los filos de sus labios por no ser sincera conmigo en la pregunta anterior, pero no me importa, yo sé la razón por la que no quería contarme. Habría tenido que empezar por lo que sucedió con sus padres hace seis meses y terminar con lo que todavía no leo en el diario. Demasiado.
—Papá… me dijo que mi mamá piensa mudarnos a Moscú.
Lena se endereza ligeramente, está sorprendida y… preocupada o… siente pena, sus ojos se apagaron. Dios, vi el brillo de sus ojos irse en un instante. Nunca había visto algo así.
—¿Te vas al otro lado del país?
—Aún no lo sé, mamá no me ha dicho nada oficialmente, pero él lo sabe porque el trabajo para el que aplicó es en la firma de uno de sus amigos. Mamá tiene el empleo.
—¿Y qué más te dijo?
Son muchas preguntas, pero viéndola así de tocada por el tema, no pienso seguir jugando. Solo le contaré lo que pasó y ya.
—Quiere que me quede. Pagó el año completo de escuela y me sugirió que me emancipara, seguro él mismo me ayudará con uno de sus amigos jueces. Además me dijo que pagaría más por mi manutención para no preocuparme por mis gastos.
Y ahí está, una chispa diminuta en su pupila.
—¿O sea que te puedes quedar?
Me cuesta responderle, de verdad me cuesta y no entiendo su reacción, pero me alarma lo que veo en sus ojos, me impacta de una manera que no esperaba. Lena siente algo por mí, o no se pondría así, es una reacción física que no puede controlar. Algo… algo le pasa conmigo.
—¿Yulia?
—Quisiera decirte que sí, que me quedo, pero… —No puedo terminar, la veo decaer otra vez.
—Es tu mamá… Te irás… —dice y su mirada cae pesada en sus piernas dobladas sobre el colchón. Exhala con fuerza algunas veces, no quiero interrumpirla porque veo lo que le cuesta hablar. Está triste. Dios.
—Te voy a decir lo mismo que le dije a Nastya cuando me pidió consejo con lo de su mudanza.
No sabía que habían hablado, yo me enteré cuando ya lo había decidido.
—La familia es algo que no se puede reemplazar. La familia te llama… —No me mira, solo lo dice, no me deja ver sus ojos que hace unos minutos me delataron su sentir—. Debes… hacer exactamente lo que tu corazón te grite. No pienses, siente. Si es en Moscú donde estará tu corazón, ve… sé feliz. Porque la vida es solo una y… No pierdas el tiempo dándole gusto a nadie, ni a tu papá, ni a tu mamá, ni a tus amigos, siente lo que tu quieres y hazlo. Si debes marcharte… hazlo, si necesitas quedarte… hazlo…
Respira con fuerza y escucho a su nariz un poco floja. Le duele, esto le duele.
—Voy a la cocina por un poco de agua. ¿Te traigo algo? —me pregunta, levantándose a la puerta sin hacer contacto ni un microsegundo. Asiento y la dejo marcharse. Le doy su espacio.
¿Le hice daño al contarle?
Nuevamente me la pone difícil, porque ahora tengo muchas más respuestas para una misma pregunta. ¿Qué voy a hacer?
Mi mano se siente cansada de esperar, con el teléfono en el oído, a que Nastya le explique a Irina como preparar la masa de cupcakes. Es la tercera vez que lo hace.
—Ya, listo, ojalá no vuelva a poner sal en lugar de azúcar.
¿Quién, en sus cinco sentidos, podría confundir ambos? Irina, ¿quién más?
—¿Entonces, se divirtieron?
—Algo, después de ver el absurdo final de Faking It, jugamos ese estúpido juego de preguntas y respuestas que le sugeriste.
—Es un lindo juego y una oportunidad de conocer mejor a la gente.
—Si no te mienten, claro.
—¿Le mentiste a Lena? —me pregunta con una notable decepción.
—No, Nastya, ni ella a mí, antes de que te pases veinte películas de Disney por la cabeza. —Le aseguro—. pero creo que nos hace falta hacer algo más que preguntas para conocernos.
—¿Por qué no la invitas a salir?
—Eso hice hoy al llegar a su casa.
—No lo hiciste, le exigiste que vayan por algo de comer porque tu no sabías qué comprar, eso no cuenta como una verdadera invitación.
—Cuenta, yo iba a pagar.
—Eres tan delicada como el peor novio de la historia.
—Porque yo no quiero ser su novia.
"Mentira, la mentira más grande del mundo. Te mueres por ser su novia y nosotros lo sabemos, porque somos tú".
No vamos a empezar con esto de nuevo. ¡Se callan todos ahí adentro!
—Quieres.
"Ves ella lo sabe".
—Nastya, basta.
—¿Por qué no lo intentas? No tienes «nada» que perder —puntualiza esa palabra. Linda forma de informarme que sabe algo que no puede decirme.
—¿Cómo lo sabes? ¿Te lo contó ella misma? —le pregunto, tratando de esclarecer su insinuación.
Conozco a Nastya y sé que no me va a mencionar una palabra si Lena le pidió privacidad, aunque no me hace falta después de cómo reaccionó a las noticias de mi posible partida, esta noche.
—Ella piensa en ti, mucho, y de una linda forma —dice, otra vez sin decir nada. Se refiere a la conversación que tuvieron en el baño acerca de nuestro beso, pero yo quiero algo más concreto, una confirmación real, un: «le gustas, Yulia», o un: «te quiere».
—No es suficiente.
—Invítala a salir y ya.
—Ella dirá que no y… ¿Nastya? —Dejo los juegos de «me gusta no me gusta» a un lado. Hay algo importante que quiero preguntarle—. ¿Lena se puso mal cuando le dijiste que te irías?
—Se puso triste, pero es normal, ¿no?
—Muy triste o…
—En realidad se puso seria. Le conté sobre Leonid y ella me aconsejó que hablara con mis papás y les dijera cómo me sentía. Me ayudó mucho con mis dudas. Cuando le confirmé que me iría, me abrazó muy fuerte. Me dijo que estaba orgullosa de mí y que me extrañaría demasiado, lloramos, pero para entonces ya no estaba tan triste y me prometió que siempre seríamos amigas sin importar la distancia.
Algo que no hizo conmigo, después de demorarse más de quince minutos en subir dos vasos de agua y verla con sus ojos ligeramente rojos, supe que había llorado en mi ausencia. Evitó volver a tocar el tema, yo también. Le agradecí la pizza y la charla, y me vine para mi casa.
—¿Está Lena triste porque estoy a días de irme?
—No, no, para nada —le contesto —. Bueno, estoy segura de que sí está triste, yo también, pero no lo pregunto por tu viaje.
—Me estás asustando, Yulia.
—Nastya —la menciono con cariño, esperando que no le caiga pesada la noticia—, hay una posibilidad muy grande de que tenga que mudarme a Moscú con mamá en unas semanas.
—¿Hablas en serio? —responde apagada, preocupada, aunque no por mí—. Si vas a irte…, no la invites a salir.
Mi amiga acaba de ser totalmente franca conmigo y eso me angustia. Nastya es clara. No quiere que Lena sufra si me voy, no debo iniciar nada en este momento, la lastimaré.
—¿Cuándo te irías?
—No es seguro, debo hablar con mamá, pero llegará tarde hoy.
—Bien, no le menciones nada más a Lena, déjamelo a mí. Hablaré con ella y le preguntaré cómo está.
Me siento en las gradillas de la casa, desanimada. Irme me alejaría de todo esto, tendría una vida como la de antes, normal, una casa más cómoda, comida siempre en la mesa, me olvidaría de todo lo que me ha consumido por meses. Es lo que yo quería, ¿no? ¿Por qué me pesa tanto dejar a Lena atrás? No es como si estuviésemos perdidamente enamoradas y yo me fuera a otro país, e incluso si el sentimiento es mutuo, no escogería a Lena en lugar de mamá. Es un hecho, me mudaré a Moscú, ella lo supo el instante que se lo mencioné.
—Nastya, Lena me importa… mucho.
—Por eso creo que lo mejor será que no la invites. Espero que quiera hablar mañana, te avisaré apenas sepa algo. La invitaré a casa para estar más tranquilas, Irina hizo muchos cupcakes.
—Tira los de sal. Mejor tíralos a todos que si Irina se entera que Lena irá a su casa, la envenena.
—Irina no es así… —me responde. Qué inocente es—. ¿Por qué me miras como cuando los niños han hecho una travesura? —le pregunta a la rubia, ya me imagino la cara que tiene, su sonrisa de lado malévola como ella sola—. Tienes un buen punto, mejor invito a Lena a un café… afuera de esta casa.
Me despido de mi amiga y cuelgo la llamada. Son las once de la noche, hay una brisa ligeramente tibia y el cielo está despejado. Debería ser una linda noche, pero no para mí, en general, ha sido un horrible día.
Doy una última pitada a mi cigarrillo, apagándolo en el cemento del piso y estoy por entrar a dormir cuando siento un jalón que me tira bruscamente al piso.
—¡¿Dónde está tu mamá?!
El dolor que me quema en la muñeca es insoportable. Cada movimiento que hago, por más pequeño que sea, dispara una aguda punzada por mis nervios recorriéndome el cuerpo entero. Está rota, por más esfuerzo que hago, me pesa moverla. Quisiera poder levantarme y correr por ayuda, pero su bota me tiene sujeta al piso, la presiona duramente sobre mi abdomen. Me muevo intentando apartarlo, solo logro traer más dolor a mi muñeca. Aprieto mi otra mano alrededor buscando alivio, no puedo más.
—¡Maldito seas, Román! —grito desesperada. ¡Dios, no aguanto!
—¡¿Creen que se librarán tan fácil de mí?! ¡Es un estúpido papel!
—¡Ahhh! ¡Déjameee!
—¡¿Tu mamá es mía, entiendes?! ¡¿Dónde está?!
Me sorprende que no haya un tumulto de gente a nuestro alrededor, con lo metiches que son en esta zona rural.
—¡Ayúdenmeee!
¡¿Por qué diablos nadie se molesta en salir de sus estúpidos apartamentos?!
—¿Fuiste tú la de la idea?
—No sé de qué hablas… ¡estás loco!
—¡De la orden de alejamiento que se expidió con la firma de tu papá como abogado de ustedes dos! —me informa, pisando con ganas sobre mi estómago. ¿Desde cuando está tirándose a tu mamá, eh? ¡¿Habla?!
¿Román cree que mis papás están juntos? Genial, por eso se está desquitando con su retoñito. Diablos…, sigue presionando. No puedo ni levantar las piernas para patearlo de alguna forma… y escapar…
—¡Déjame, me estás matando!
—¡Quiero saber dónde está la cualquiera de tu madre!
—¡¿Y yo que voy a saber, imbécil?! No soy su dueñ…
No me deja terminar de hablar, me da una patada muy fuerte en las costillas, volviendo a pisarme con más fuerza.
¡No soporto más el dolor! Su pie sobre mi abdomen empuja todo adentro, ya no quiero ni gritar porque hasta eso me duele.
—Alguien llame a la policía…, por favor…
—¡Cállate si no quieres que te cierre la boca a golpes! —Asienta con más fuerza su pie y escupe muy cerca de mi cara. Hago mi cabeza a un lado con mucha dificultad, se me hace imposible respirar—. ¡Qué ves gordo repugnante, lárgate!
Intento ver a quién se dirige, pero se me hace imposible. Imagino que es mi vecino de enfrente, el que siempre me vigila por la ventanilla y que, esta tarde, nos miró obscenamente a Lena y a mí.
—Deje a la señorita en paz —le dice muy educado, demasiado. Comienzo a perder el sentido, me siento mareada, el aire me falta. Román sigue apretando y mi muñeca me mata.
—¡Ve a atragantarte con una bolsa de papas fritas y déjanos en paz!
—Le dije que suelte a la señorita —repite de la misma forma, logro escuchar un clic bastante singular.
—Baja esa arma, estúpido gordo…
—Le sugiero que levante su pie de la señorita y se vaya, o me veré obligado a usarla. —Su tono de voz no cambia, pero la actitud del idiota sí. Siento ceder el peso que tenía sobre mi cuerpo y mis pulmones vuelven a inflarse. Duele con intensidad, como si el aire estuviese hecho de agujas. Me toma unos minutos recuperarme.
—¡Volveré por ti…!
—No lo hará. Yo estaré muy pendiente de su presencia y, si vuelvo a verlo cerca, no esperaré a que la señorita grite para apuntarle.
—¡Esto no se quedará así! —escucho a Román refunfuñar mientras se aleja.
Toso y todo mi cuerpo me lo reclama. No me levantaré en un buen rato. Me apoyo de lado de mi mano sana y espero a sentirme menos golpeada.
—Ten, bebe un poco de agua —me dice, es un chico de unos veinte años, mi vecino, el que yo suelo llamar gordo seboso, el único que salió en mi ayuda.
—No puedo moverme —digo sin aire, no sé si me entiende.
—Ya llamé a la ambulancia.
—Gracias…
—Trata de no hablar. Creo, por cómo te golpeó, que te rompió una costilla. —Vuelve a intentar que beba acercándome el pico de la botella. Escasamente mojo mi boca con el líquido y siento un ligero alivio, es refrescante, pero no trago mucho, bebí muy poco, tampoco creo que pueda más hasta que mis órganos vuelvan a su lugar—. Preferiría que no te muevas hasta que lleguen los paramédicos.
Asiento, estoy de acuerdo, no quiero hacerme más daño. Él me mira preocupado, se sentó en el piso a mi lado, haciéndome compañía.
—¿Igor, qué pasó? —le pregunta un hombre desde otro remolque. Ahora si salen, idiotas—. ¿Está bien esa chica?
—No se preocupe, Gregori —le dice levantando una mano. Él hombre balbucea algo y se escucha que cierra su puerta con fuerza—. Para reclamar los primeros en aparecer, para ayudar los últimos.
—Gracias por… no dejarme… sola.
—No hables —me pide—, no hay nada que agradecer. No salí antes porque no encontraba mi pistola de juguete.
—¿Era de juguete?
—Sí, pero parece real, es una pistola de agua. —Ríe, intento hacer lo mismo, pero lo único que logro es toser aún más.
—¿Puedes ayudarme… llamando a alguien?
—Claro —me contesta y busca por el piso mi teléfono que salió volando cuando caí. Se levanta a recogerlo y me da las malas noticias, tiene la pantalla rota.
—¿Se puede llamar?
—Sirve, sí… ¿Clave?
—5-6-7-4
—Listo, ¿a quién le marco?
—Oleg Volkov.
Papá le contesta de inmediato, Igor habla con él y le explica lo que yo no puedo, le da la dirección y promete volver a marcarle una vez que llegue la ambulancia para informarle si me llevan o no al hospital. No termina de hablar con él cuando llegan los paramédicos y me revisan. Adiós decencia, Igor acaba de conocerme íntimamente junto con los tres uniformados. Mi camiseta favorita cortada a la mitad. Mamá tendrá que reponérmela, para que se consigue un novio tan… ¡Ahhhh… Maldito dolor!
—Efectivamente tienes una costilla rota y la muñeca, te inmovilizaremos para llevarte al hospital.
—Igor… —lo llamo a mi lado cuando me suben a la camilla—. ¿Puedes ayudarme sacando algunas cosas de casa?
No duda en seguir mis cortas instrucciones, mi maleta, mi billetera, mis llaves y el diario. Si regresa este idiota no quiero que se lleve lo poco que tengo en este lugar. Cierra la puerta al salir y se las entrega a uno de los paramédicos mientras me llevan afuera.
El analgésico que me inyectaron va haciendo efecto. Mis párpados se cierran solos, aunque me rehuso a dormirme.
—¡Oh, por Dios, ¿qué pasó?! —Escucho a mamá y abro por completo los ojos, estirando mi mano para llamarla—. ¡Soy su madre, voy con ustedes!
La veo subir a la ambulancia y se sienta a mi lado sosteniendo mi mano buena, disculpándose por lo sucedido, sé que se imagina qué pasó y le remuerde la consciencia.
Presiento que una pequeña tormenta se acerca. Mamá tendrá que confesarme sus planes, quiera o no, esta misma noche, porque a papá no le va a hacer mucha gracia verme así a causa de su cualquier cosa.
Acá les dejo otro capítulo, esperando y lo disfruten...
A leer!!
Capítulo 32: Te encontré
—No lo sé —le respondo. Este juego no me agrada.
—Esa no es una respuesta válida.
—Sí lo es.
—Es neutra. Si no puedes decidirte, da varias respuestas —me dice coqueta y vanidosa… e insoportable ¿Por qué me pregunta esto? ¿Es porque soy muy evidente en lo que siento por ella?—. Vamos, Yulia, ¿qué te gusta de mí?
Ahora la respuesta se puso más difícil que antes, cuando apenas tenía que elegir entre su sonrisa, o sus cejas juguetonas, o sus labios, o sus caderas, o…
—Tus pómulos.
—¡¿Hmm?!
—Ya respondí.
—¿Mis pómulos? —responde con cierta indignación. ¿Acaso quería que diga sus lolas o su cola?—. ¿Es en serio?
—Me encantan, el otro día estuve haciendo un Photoshop de tu cara para que lucieras como el Guasón y voilà, i-gua-li-ta cuando sonríes. ¿Has pensado que disfraz vas a usar en Halloween?, porque te quedaría… —Termino alzando mis pulgares en aprobación.
—Ja, ja… No digas más, tu turno.
Bien, salvé la estúpida pregunta. Ahora yo.
—¿Por qué no eres novia de Leo?
—Paso —responde cortante.
—Ja, no. A mi no me dejaste pasar la pregunta anterior. Dime por qué.
—No busco una relación.
—Esa, sí que no es una respuesta.
¡Tramposa, tramposa mujer!
—Es muy clara, no-quiero-una-relación, no me interesa. ¿Ves?, clarísima, no como tu: «no sé».
—Pero no es el «por qué». Algo te pasó para que digas eso. Yo me acuerdo de Lenin y de lo bien que pasabas con él… de novia.
—Era una niña boba entonces. Ahora tengo diecisiete años, me gusta mi libertad, mi vida sin compromisos.
—Y con harto condón… —agrego un fino detalle—. Dime ¿usas esos plásticos estúpidos que llaman condones para mujeres, digo, para las lesbianas?
—¿Lo dices por Marina?
—Sí, Nastya me contó que andabas con una rubia.
—¿Y por qué asumes que me acosté con ella?
¡Oh, mierda! No puedo caer en cosas que leí en su diario… Emm…
—Yo le conté a Nastya que nos besamos y salimos en algunas citas. Nada más.
¡Mierda, mierda! Inventa algo, idiota.
—Pues… es obvio —digo, usando mi tono burlón—. No quieres una relación, te gusta la libertad de acostarte con quien te venga en gana. ¿Por qué no lo harías con la rubia?
Espera para responder, mirándome, esperando a que le de más información. Tú calmada, Yulia. Nos vamos a zafar de esta.
—Solo tuvimos sexo una vez.
¡Oh, wow! Salvada, pero… ¡oh, wow! ¿Va a contarme de Marina? Ya me va gustando el jueguito. Gracias Nastya.
—¿No te gustó o necesitabas… ya sabes, algo más? —le pregunto cómo si no supiera que fue «el mejor de su vida», ¡puaj!
—Fue espectacular…
¡Gracias por la confirmación, Katina!
—¿Y?
—Y… es una historia muy larga. ¿Podemos ir a dormir?, mañana tenemos que estar en la escuela a las ocho en punto.
—¡No, no, no! Nastya dijo: «quiero que se conozcan y se hagan amigas, jueguen a las preguntas», y tú aceptaste.
—Y las preguntas tenían que ser simples, no para contar la historia de nuestras vidas en una respuesta.
Se está poniendo muy personal para ella. Ya, ya, la dejo. Ya sé las respuestas de todas formas, algunas al menos. Solo quería escucharlas de su boca.
—Si quieres cambio de pregunta.
—No, es mi turno.
Bueno, vamos a ver con qué me apuñalará esta vez.
—¿Qué pasó con tu papá hoy?
Auch… Debí terminar el juego en la pregunta anterior. Mi cara de molestia no me sorprende ni a mi misma. No estoy lista para pensar en esto otra vez. No quiero, la estaba pasando bien.
—Si es privado, no lo respondas, fue injusto preguntarlo en el juego.
—No, le prometimos a Nastya hacer un esfuerzo y decir la verdad. Es una pregunta, te la respondo y listo.
Veo un corto remordimiento en los filos de sus labios por no ser sincera conmigo en la pregunta anterior, pero no me importa, yo sé la razón por la que no quería contarme. Habría tenido que empezar por lo que sucedió con sus padres hace seis meses y terminar con lo que todavía no leo en el diario. Demasiado.
—Papá… me dijo que mi mamá piensa mudarnos a Moscú.
Lena se endereza ligeramente, está sorprendida y… preocupada o… siente pena, sus ojos se apagaron. Dios, vi el brillo de sus ojos irse en un instante. Nunca había visto algo así.
—¿Te vas al otro lado del país?
—Aún no lo sé, mamá no me ha dicho nada oficialmente, pero él lo sabe porque el trabajo para el que aplicó es en la firma de uno de sus amigos. Mamá tiene el empleo.
—¿Y qué más te dijo?
Son muchas preguntas, pero viéndola así de tocada por el tema, no pienso seguir jugando. Solo le contaré lo que pasó y ya.
—Quiere que me quede. Pagó el año completo de escuela y me sugirió que me emancipara, seguro él mismo me ayudará con uno de sus amigos jueces. Además me dijo que pagaría más por mi manutención para no preocuparme por mis gastos.
Y ahí está, una chispa diminuta en su pupila.
—¿O sea que te puedes quedar?
Me cuesta responderle, de verdad me cuesta y no entiendo su reacción, pero me alarma lo que veo en sus ojos, me impacta de una manera que no esperaba. Lena siente algo por mí, o no se pondría así, es una reacción física que no puede controlar. Algo… algo le pasa conmigo.
—¿Yulia?
—Quisiera decirte que sí, que me quedo, pero… —No puedo terminar, la veo decaer otra vez.
—Es tu mamá… Te irás… —dice y su mirada cae pesada en sus piernas dobladas sobre el colchón. Exhala con fuerza algunas veces, no quiero interrumpirla porque veo lo que le cuesta hablar. Está triste. Dios.
—Te voy a decir lo mismo que le dije a Nastya cuando me pidió consejo con lo de su mudanza.
No sabía que habían hablado, yo me enteré cuando ya lo había decidido.
—La familia es algo que no se puede reemplazar. La familia te llama… —No me mira, solo lo dice, no me deja ver sus ojos que hace unos minutos me delataron su sentir—. Debes… hacer exactamente lo que tu corazón te grite. No pienses, siente. Si es en Moscú donde estará tu corazón, ve… sé feliz. Porque la vida es solo una y… No pierdas el tiempo dándole gusto a nadie, ni a tu papá, ni a tu mamá, ni a tus amigos, siente lo que tu quieres y hazlo. Si debes marcharte… hazlo, si necesitas quedarte… hazlo…
Respira con fuerza y escucho a su nariz un poco floja. Le duele, esto le duele.
—Voy a la cocina por un poco de agua. ¿Te traigo algo? —me pregunta, levantándose a la puerta sin hacer contacto ni un microsegundo. Asiento y la dejo marcharse. Le doy su espacio.
¿Le hice daño al contarle?
Nuevamente me la pone difícil, porque ahora tengo muchas más respuestas para una misma pregunta. ¿Qué voy a hacer?
Mi mano se siente cansada de esperar, con el teléfono en el oído, a que Nastya le explique a Irina como preparar la masa de cupcakes. Es la tercera vez que lo hace.
—Ya, listo, ojalá no vuelva a poner sal en lugar de azúcar.
¿Quién, en sus cinco sentidos, podría confundir ambos? Irina, ¿quién más?
—¿Entonces, se divirtieron?
—Algo, después de ver el absurdo final de Faking It, jugamos ese estúpido juego de preguntas y respuestas que le sugeriste.
—Es un lindo juego y una oportunidad de conocer mejor a la gente.
—Si no te mienten, claro.
—¿Le mentiste a Lena? —me pregunta con una notable decepción.
—No, Nastya, ni ella a mí, antes de que te pases veinte películas de Disney por la cabeza. —Le aseguro—. pero creo que nos hace falta hacer algo más que preguntas para conocernos.
—¿Por qué no la invitas a salir?
—Eso hice hoy al llegar a su casa.
—No lo hiciste, le exigiste que vayan por algo de comer porque tu no sabías qué comprar, eso no cuenta como una verdadera invitación.
—Cuenta, yo iba a pagar.
—Eres tan delicada como el peor novio de la historia.
—Porque yo no quiero ser su novia.
"Mentira, la mentira más grande del mundo. Te mueres por ser su novia y nosotros lo sabemos, porque somos tú".
No vamos a empezar con esto de nuevo. ¡Se callan todos ahí adentro!
—Quieres.
"Ves ella lo sabe".
—Nastya, basta.
—¿Por qué no lo intentas? No tienes «nada» que perder —puntualiza esa palabra. Linda forma de informarme que sabe algo que no puede decirme.
—¿Cómo lo sabes? ¿Te lo contó ella misma? —le pregunto, tratando de esclarecer su insinuación.
Conozco a Nastya y sé que no me va a mencionar una palabra si Lena le pidió privacidad, aunque no me hace falta después de cómo reaccionó a las noticias de mi posible partida, esta noche.
—Ella piensa en ti, mucho, y de una linda forma —dice, otra vez sin decir nada. Se refiere a la conversación que tuvieron en el baño acerca de nuestro beso, pero yo quiero algo más concreto, una confirmación real, un: «le gustas, Yulia», o un: «te quiere».
—No es suficiente.
—Invítala a salir y ya.
—Ella dirá que no y… ¿Nastya? —Dejo los juegos de «me gusta no me gusta» a un lado. Hay algo importante que quiero preguntarle—. ¿Lena se puso mal cuando le dijiste que te irías?
—Se puso triste, pero es normal, ¿no?
—Muy triste o…
—En realidad se puso seria. Le conté sobre Leonid y ella me aconsejó que hablara con mis papás y les dijera cómo me sentía. Me ayudó mucho con mis dudas. Cuando le confirmé que me iría, me abrazó muy fuerte. Me dijo que estaba orgullosa de mí y que me extrañaría demasiado, lloramos, pero para entonces ya no estaba tan triste y me prometió que siempre seríamos amigas sin importar la distancia.
Algo que no hizo conmigo, después de demorarse más de quince minutos en subir dos vasos de agua y verla con sus ojos ligeramente rojos, supe que había llorado en mi ausencia. Evitó volver a tocar el tema, yo también. Le agradecí la pizza y la charla, y me vine para mi casa.
—¿Está Lena triste porque estoy a días de irme?
—No, no, para nada —le contesto —. Bueno, estoy segura de que sí está triste, yo también, pero no lo pregunto por tu viaje.
—Me estás asustando, Yulia.
—Nastya —la menciono con cariño, esperando que no le caiga pesada la noticia—, hay una posibilidad muy grande de que tenga que mudarme a Moscú con mamá en unas semanas.
—¿Hablas en serio? —responde apagada, preocupada, aunque no por mí—. Si vas a irte…, no la invites a salir.
Mi amiga acaba de ser totalmente franca conmigo y eso me angustia. Nastya es clara. No quiere que Lena sufra si me voy, no debo iniciar nada en este momento, la lastimaré.
—¿Cuándo te irías?
—No es seguro, debo hablar con mamá, pero llegará tarde hoy.
—Bien, no le menciones nada más a Lena, déjamelo a mí. Hablaré con ella y le preguntaré cómo está.
Me siento en las gradillas de la casa, desanimada. Irme me alejaría de todo esto, tendría una vida como la de antes, normal, una casa más cómoda, comida siempre en la mesa, me olvidaría de todo lo que me ha consumido por meses. Es lo que yo quería, ¿no? ¿Por qué me pesa tanto dejar a Lena atrás? No es como si estuviésemos perdidamente enamoradas y yo me fuera a otro país, e incluso si el sentimiento es mutuo, no escogería a Lena en lugar de mamá. Es un hecho, me mudaré a Moscú, ella lo supo el instante que se lo mencioné.
—Nastya, Lena me importa… mucho.
—Por eso creo que lo mejor será que no la invites. Espero que quiera hablar mañana, te avisaré apenas sepa algo. La invitaré a casa para estar más tranquilas, Irina hizo muchos cupcakes.
—Tira los de sal. Mejor tíralos a todos que si Irina se entera que Lena irá a su casa, la envenena.
—Irina no es así… —me responde. Qué inocente es—. ¿Por qué me miras como cuando los niños han hecho una travesura? —le pregunta a la rubia, ya me imagino la cara que tiene, su sonrisa de lado malévola como ella sola—. Tienes un buen punto, mejor invito a Lena a un café… afuera de esta casa.
Me despido de mi amiga y cuelgo la llamada. Son las once de la noche, hay una brisa ligeramente tibia y el cielo está despejado. Debería ser una linda noche, pero no para mí, en general, ha sido un horrible día.
Doy una última pitada a mi cigarrillo, apagándolo en el cemento del piso y estoy por entrar a dormir cuando siento un jalón que me tira bruscamente al piso.
—¡¿Dónde está tu mamá?!
El dolor que me quema en la muñeca es insoportable. Cada movimiento que hago, por más pequeño que sea, dispara una aguda punzada por mis nervios recorriéndome el cuerpo entero. Está rota, por más esfuerzo que hago, me pesa moverla. Quisiera poder levantarme y correr por ayuda, pero su bota me tiene sujeta al piso, la presiona duramente sobre mi abdomen. Me muevo intentando apartarlo, solo logro traer más dolor a mi muñeca. Aprieto mi otra mano alrededor buscando alivio, no puedo más.
—¡Maldito seas, Román! —grito desesperada. ¡Dios, no aguanto!
—¡¿Creen que se librarán tan fácil de mí?! ¡Es un estúpido papel!
—¡Ahhh! ¡Déjameee!
—¡¿Tu mamá es mía, entiendes?! ¡¿Dónde está?!
Me sorprende que no haya un tumulto de gente a nuestro alrededor, con lo metiches que son en esta zona rural.
—¡Ayúdenmeee!
¡¿Por qué diablos nadie se molesta en salir de sus estúpidos apartamentos?!
—¿Fuiste tú la de la idea?
—No sé de qué hablas… ¡estás loco!
—¡De la orden de alejamiento que se expidió con la firma de tu papá como abogado de ustedes dos! —me informa, pisando con ganas sobre mi estómago. ¿Desde cuando está tirándose a tu mamá, eh? ¡¿Habla?!
¿Román cree que mis papás están juntos? Genial, por eso se está desquitando con su retoñito. Diablos…, sigue presionando. No puedo ni levantar las piernas para patearlo de alguna forma… y escapar…
—¡Déjame, me estás matando!
—¡Quiero saber dónde está la cualquiera de tu madre!
—¡¿Y yo que voy a saber, imbécil?! No soy su dueñ…
No me deja terminar de hablar, me da una patada muy fuerte en las costillas, volviendo a pisarme con más fuerza.
¡No soporto más el dolor! Su pie sobre mi abdomen empuja todo adentro, ya no quiero ni gritar porque hasta eso me duele.
—Alguien llame a la policía…, por favor…
—¡Cállate si no quieres que te cierre la boca a golpes! —Asienta con más fuerza su pie y escupe muy cerca de mi cara. Hago mi cabeza a un lado con mucha dificultad, se me hace imposible respirar—. ¡Qué ves gordo repugnante, lárgate!
Intento ver a quién se dirige, pero se me hace imposible. Imagino que es mi vecino de enfrente, el que siempre me vigila por la ventanilla y que, esta tarde, nos miró obscenamente a Lena y a mí.
—Deje a la señorita en paz —le dice muy educado, demasiado. Comienzo a perder el sentido, me siento mareada, el aire me falta. Román sigue apretando y mi muñeca me mata.
—¡Ve a atragantarte con una bolsa de papas fritas y déjanos en paz!
—Le dije que suelte a la señorita —repite de la misma forma, logro escuchar un clic bastante singular.
—Baja esa arma, estúpido gordo…
—Le sugiero que levante su pie de la señorita y se vaya, o me veré obligado a usarla. —Su tono de voz no cambia, pero la actitud del idiota sí. Siento ceder el peso que tenía sobre mi cuerpo y mis pulmones vuelven a inflarse. Duele con intensidad, como si el aire estuviese hecho de agujas. Me toma unos minutos recuperarme.
—¡Volveré por ti…!
—No lo hará. Yo estaré muy pendiente de su presencia y, si vuelvo a verlo cerca, no esperaré a que la señorita grite para apuntarle.
—¡Esto no se quedará así! —escucho a Román refunfuñar mientras se aleja.
Toso y todo mi cuerpo me lo reclama. No me levantaré en un buen rato. Me apoyo de lado de mi mano sana y espero a sentirme menos golpeada.
—Ten, bebe un poco de agua —me dice, es un chico de unos veinte años, mi vecino, el que yo suelo llamar gordo seboso, el único que salió en mi ayuda.
—No puedo moverme —digo sin aire, no sé si me entiende.
—Ya llamé a la ambulancia.
—Gracias…
—Trata de no hablar. Creo, por cómo te golpeó, que te rompió una costilla. —Vuelve a intentar que beba acercándome el pico de la botella. Escasamente mojo mi boca con el líquido y siento un ligero alivio, es refrescante, pero no trago mucho, bebí muy poco, tampoco creo que pueda más hasta que mis órganos vuelvan a su lugar—. Preferiría que no te muevas hasta que lleguen los paramédicos.
Asiento, estoy de acuerdo, no quiero hacerme más daño. Él me mira preocupado, se sentó en el piso a mi lado, haciéndome compañía.
—¿Igor, qué pasó? —le pregunta un hombre desde otro remolque. Ahora si salen, idiotas—. ¿Está bien esa chica?
—No se preocupe, Gregori —le dice levantando una mano. Él hombre balbucea algo y se escucha que cierra su puerta con fuerza—. Para reclamar los primeros en aparecer, para ayudar los últimos.
—Gracias por… no dejarme… sola.
—No hables —me pide—, no hay nada que agradecer. No salí antes porque no encontraba mi pistola de juguete.
—¿Era de juguete?
—Sí, pero parece real, es una pistola de agua. —Ríe, intento hacer lo mismo, pero lo único que logro es toser aún más.
—¿Puedes ayudarme… llamando a alguien?
—Claro —me contesta y busca por el piso mi teléfono que salió volando cuando caí. Se levanta a recogerlo y me da las malas noticias, tiene la pantalla rota.
—¿Se puede llamar?
—Sirve, sí… ¿Clave?
—5-6-7-4
—Listo, ¿a quién le marco?
—Oleg Volkov.
Papá le contesta de inmediato, Igor habla con él y le explica lo que yo no puedo, le da la dirección y promete volver a marcarle una vez que llegue la ambulancia para informarle si me llevan o no al hospital. No termina de hablar con él cuando llegan los paramédicos y me revisan. Adiós decencia, Igor acaba de conocerme íntimamente junto con los tres uniformados. Mi camiseta favorita cortada a la mitad. Mamá tendrá que reponérmela, para que se consigue un novio tan… ¡Ahhhh… Maldito dolor!
—Efectivamente tienes una costilla rota y la muñeca, te inmovilizaremos para llevarte al hospital.
—Igor… —lo llamo a mi lado cuando me suben a la camilla—. ¿Puedes ayudarme sacando algunas cosas de casa?
No duda en seguir mis cortas instrucciones, mi maleta, mi billetera, mis llaves y el diario. Si regresa este idiota no quiero que se lleve lo poco que tengo en este lugar. Cierra la puerta al salir y se las entrega a uno de los paramédicos mientras me llevan afuera.
El analgésico que me inyectaron va haciendo efecto. Mis párpados se cierran solos, aunque me rehuso a dormirme.
—¡Oh, por Dios, ¿qué pasó?! —Escucho a mamá y abro por completo los ojos, estirando mi mano para llamarla—. ¡Soy su madre, voy con ustedes!
La veo subir a la ambulancia y se sienta a mi lado sosteniendo mi mano buena, disculpándose por lo sucedido, sé que se imagina qué pasó y le remuerde la consciencia.
Presiento que una pequeña tormenta se acerca. Mamá tendrá que confesarme sus planes, quiera o no, esta misma noche, porque a papá no le va a hacer mucha gracia verme así a causa de su cualquier cosa.
RAINBOW.XANDER- Mensajes : 1950
Fecha de inscripción : 19/09/2016
Edad : 22
Localización : Buenos Aires
Re: EL DIARIO (ADAPTACION) // RAINBOW.XANDER
Hola
muy buen capitulo
que emocion Yulia y Lena
tan bonita y melancolica su escena
ahora esta en el Hopital Yulia
ahora con lo que paso con Roman
que decisiones se tomaran
espero la sigas pronto
muy buen capitulo
que emocion Yulia y Lena
tan bonita y melancolica su escena
ahora esta en el Hopital Yulia
ahora con lo que paso con Roman
que decisiones se tomaran
espero la sigas pronto
andyvolkatin- Mensajes : 576
Fecha de inscripción : 27/05/2015
Re: EL DIARIO (ADAPTACION) // RAINBOW.XANDER
Cada vez me gusta mas solo no demorea tanto porfa, a y ya quiero ver a las chicas juntas, digo si no es mucho pedir
Nieves- Invitado
Re: EL DIARIO (ADAPTACION) // RAINBOW.XANDER
Hola chicas, siento mucho retrasarme al subir los capítulos pero ando ocupada últimamente y por ello se me dificulta un poco,
Acá les dejo otro capítulo esperando y lo disfruten
A leer!!!
Capítulo 32: Una familia?
—Yulia es mi hija más allá de mis obligaciones de cada mes —ratifica papá. Ambos discuten en voces bajas afuera de mi habitación—. Se queda en el hospital durante todo el tiempo que tenga que guardar reposo.
—«Nuestra hija», dormirá en la cama, en su cuarto, en su casa.
—Ese basurero no es el mejor ambiente para su recuperación, y por favor no llames a ese lugar su casa.
Punto para papá, prefiero mil veces quedarme aquí.
—Quiero a Yulia descansada, tranquila. Que tenga la comodidad de tener alguien que la atienda a media noche o medio día.
—Entonces llévala a tu casa y ponla en una habitación al lado de las de tus otros hijos. ¿Siguen viviendo ahí, no? Será una buena oportunidad para que se conozcan.
Auch, mamá, golpe súper bajo. No le otorgo punto. No fue justo.
—No olvidemos que está aquí gracias a «tu» ex novio. No voy a darle perdón hasta que esté tras las rejas.
Otro punto para papá. Lo siento madre, pero en esta ocasión, él tiene toda la razón.
Es gracioso cómo puedo llegar a sentirme parte de una familia normal oyéndolos discutir como si estuvieran casados. No gracias, esa no es mi vida. Me coloco los audífonos y me pongo a leer. Gracias Igor, sin ti, ni estaría aquí, ni tendría al diario conmigo.
Entrada número treinta y cuatro.
El sueño.
Mis pies tocan la madera tibia de los escalones, veo cada paso que tomo, bajo lento y temerosa. Sus gritos van haciéndose más claros, mi miedo crece, pero no me detengo, doy otro paso, mis pies son diminutos. Llego hasta el descanso y veo sus sombras, me escondo tras la pared y sigo, deteniéndome en la última grada. El grito de una mujer me deja fría.
—¡Las niñas están dormidas, por favor, no!
Muevo mi cabeza lo mínimo que puedo hasta verlo. El hombre me es familiar, pero no logro distinguir por qué, no entiendo el miedo que le tengo y a la vez ese sentimiento de… intimidad, debo conocerlo. Es alto —ella es más pequeña con una cabeza—, la apunta hacia abajo con su brazo totalmente estirado, su pelo es largo, claro, rubio; está vestido con unos jeans viejos, unas botas negras y su camiseta… no lo sé. Escucho esos dos tiros que impactan en su cabeza, son rápidos y no muy ruidosos; los percibo agudos, camuflados. De inmediato se hace presente el sonido de su cráneo estallar, es lo que más me altera, me asusta, me aterra; pero no lloro.
La mujer cae al sofá, su cuerpo se acomoda solo en una posición estúpidamente pacífica y él la mira unos segundos. Veo esa camiseta salpicada de sangre, todo está repleto de ella. Él guarda el arma y se sienta al frente, encendiendo un cigarrillo sin darle importancia. Se arrima al respaldar cruzándose de piernas y estira el brazo libre sobre el cojín.
—No debiste irte, ¡ella es mía! —le grita a su cuerpo inerte.
Siento ganas de correr hacia la mujer. Tengo una tristeza inmensa, quiero llorar, pero recuerdo sus palabras, se repiten en mi cabeza con su tierna voz: «Escóndete y busca ayuda, llama a la policía. No dejes que él te encuentre, mi amor». Veo un teléfono inalámbrico sobre la mesa del pasillo, me acerco sin hacer ruido, lo tomo —haciendo mi mayor esfuerzo porque no me note— y salgo al jardín. Marco al 911, una operadora me atiende.
—Le disparó a mamá, hay mucha sangre, ayuden a mi mamá. —Recuerdo susurrarle.
El día es caluroso, el sol quema al igual que el cemento de la vereda que rodea la casa. Mis pies arden y camino rápido hasta la hierba buscando alivio, el césped está tibio. La mujer me urge a que no cuelgue, me pregunta cosas, lo más importante, que no se me ocurra colgar.
—¿Quién disparó?
—Él.
—¿Quién es él?
No le respondo, un ruido me asusta y veo su figura difuminada moverse por la ventana del jardín. Suelto el teléfono como reflejo y me escondo tras la columna. Escucho música, el hombre prendió la radio y volvió a sentarse. Ahora se acerca a la mesa, está concentrado en ella. A lo lejos escucho las sirenas de la patrulla y despierto.
Es un relato sin fecha, lleno de detalles que Lena quería guardar sobre ese día. Es evidente que lo escribió a consciencia, forzándose a recordar. No imagino lo duro que debe haber sido repetir esa secuencia en cada párrafo… No dudo que lo haga cada segundo de su día.
Entrada número treinta y cinco.
14 de agosto, 2015
La pesadilla me ha perseguido las últimas tres noches, recurrentemente. Despierto sudando; respirar se me dificulta y mi corazón late apresuradamente. Me enderezo para beber un poco de agua y enciendo la luz de la mesa de cama en un intento fallido de matar mis demonios. Respiro con amplitud varias veces para calmarme, esto me toma varios minutos hasta que finalmente pongo la cabeza en la almohada, deseando soñar algo distinto, pero no lo hago. Es una secuencia que no tiene fin.
La primera noche que tuve esta pesadilla, mamá me dijo que no me había despertado tan alterada desde que era una niña, algo que yo no recuerdo. Me dio una infusión de una mezcla de hierbas y se metió a la cama conmigo, estirando sus brazos para acurrucarme en su pecho. Inessa puede no ser mi madre, pero qué bien se sintió el calor de su cuerpo junto al mío; añoraba, sin saberlo, sus caricias en mi frente, su suave voz, sus besos.
—Tuviste una pesadilla, solo fue un mal sueño, hija, estarás bien.
Debe ser lo que me decían de chica y eventualmente fue así, estuve bien, hasta ahora.
Me pregunto: ¿qué tan frecuentes eran esos sueños, qué edad tenía y cuando terminaron? ¿Mencionaba mucho a Alenka de niña?, ¿lo hacía mi hermana? ¿Cuándo la olvidamos?, ¿cuándo fue que Inessa y Sergey Katin se convirtieron en mamá y papá?
Hoy fui a nuestro café padre-hija con él, estaba nervioso por mí, mamá le mencionó sobre mi pesadilla, aunque de forma muy superficial, yo nunca le conté de qué trataba. Su comportamiento era fuera de lo común, sus dedos no dejaban de dar golpes suaves sobre la mesa, sus ojos trataban, a como de lugar, de evadir el contacto con los míos.
—¿Papá, de niña… presencié algo… un evento violento? —le pregunté. Él negó con simpleza, evitando hablar mientras bebía su café.
—¿Estás seguro?
—¿Qué soñaste, hija? ¿Quieres contarme?
Fue mi turno de negar mi respuesta.
—¿Qué tan frecuentes son estas pesadillas? —Trató de profundizar en el lío.
—Han ido aumentando en las últimas semanas y… también los detalles.
—¿Viste algo en especial? Algo que te esté molestando particularmente.
Volví mi vista a la ventana de enfrente, la gente caminaba tranquila por la acera, era una linda tarde y me pregunté si valía la pena desenterrar ese ataúd lleno de recuerdos, si cambiaría algo en absoluto.
—Escucho unos disparos, veo mucha sangre, sombras; tengo mucho miedo —Le doy pocos detalles.
—Cuando eras pequeña hubo una época en la que solo tenías pesadillas. Despertabas gritando, llorabas sin parar. Mamá dormía contigo para calmarte, lo hizo por más de un año…
—¿Un año?
—Más… de un año.
"¿Por qué no lo recuerdo?", pensé y entonces papá respondió a esa pregunta con un simple dato:
—Te llevamos a terapia, un psicoanalista infantil te ayudó a dejar esos sueños atrás. Tomó tiempo, pero eventualmente lo hiciste.
"Hipnosis", me imaginé como la respuesta más obvia. Lo que quería decir que tan solo escondí mis recuerdos y ahora que despertaron con mi visita a Korsakovo es lo único en mi mente.
—Creo que sería una buena idea si buscamos ese tipo de ayuda otra vez —sugirió.
El único problema es que, en esta ocasión, no olvidaré todo lo que sé. Ya no tengo tres o cuatro años, he procesado la información de mi identidad por un largo tiempo. Le será muy difícil a alguien —por más profesional que sea—, lograr que haga a un lado mi realidad y siga campante por la vida.
Debo desenterrar lo que queda por saber, es la única forma en la que podré descansar.
Comparar una tragedia humana con otra es absurdo. Todos tenemos derecho a vivir y sentir profundamente nuestro propio dolor aunque no sea tan trascendente como el de otros. Pero la leo y me miro, lo que estoy atravesando no es fácil de digerir, aún así no es nada con lo que Lena vivió durante el verano, cuando fue niña, y en su carácter… ella es tan sutil, tan calmada, es lo que nos deja ver. Yo por el contrario soy una bomba, algo diminuto me cae encima y exploto.
Los doctores pusieron una compresa helada alrededor de mi abdomen. La ruptura de mi costilla no fue total, llamémosla una fisura que no necesita más tratamiento que el descanso y aplicación de frío en la zona por unas semanas. Mi muñeca sí se partió en dos, yeso por no menos de un mes. Bañarme será una tarea heroica… Me quejo por estupideces.
Ambas nos recuperamos de distintas formas. Ella escribiéndolo todo, yo acostada leyéndola. Se me hace tan irónico y… cruel, su pena llega a veces a sentirse como mi consuelo. «Es» realmente cruel.
Son las dos de la mañana y papá sigue afuera con mamá discutiendo los pormenores de mis siguientes días. Yo me limito a ver sus sombras tras la ventana. Que se digan lo que quieran, dormiré unas horas. Por lo menos hasta mañana ningún doctor me dará el alta.
El techo de la habitación del hospital es extremadamente blanco, las paredes también. Se mantienen pulcras y, lo entiendo, es un centro de salud, la imagen de limpieza es importante, pero cómo lo mantienen tan impecable?. El techo del apartamento está lleno de grietas y tenues manchas. No me hace falta más que acostarme y puedo perderme descubriendo formas; los tristes rezagos de mi infancia, pasando el tiempo inventando historias con las nubes. Nastya era buena en eso.
—Estás despierta —me dice mamá entrando con una taza de café en una mano y una botella de agua que me acerca, en la otra.
—No me digas que estoy a dieta?
—El doctor fue claro, nada de bebidas fuertes por un par de semanas.
—No voy a tomar un ron anejado cien años, es un simple café.
—Agua y lo que sea que te den de comer aquí.
Ruedo mis ojos y acepto la bebida, muero de sed. Me acomodo mejor con el control de la cama —al menos no tengo que moverme demasiado para dejar la posición horizontal—, e intento abrirla, me es imposible, mi lado izquierdo es inservible. Se la paso y con mucha facilidad gira la rosca.
—Hablé con la directora de la escuela. Te enviará la tarea, debes estar pendiente de tu correo electrónico.
—Estupendo. —Me quejo. Excelente momento para recordarme que el incidente de anoche me retrasará en las clases… aunque, tal vez ni esté aquí para rendir los exámenes de diciembre—. ¿Te dijo el doctor cuando me darán el alta?
—Ah, de eso quería hablarte. —Su tono desborda una falsa alegría, presiento una ola mojadora de sarcasmo—. Tu abnegado papá decidió que, él y el doctor, decidirán eso por ti. Bienvenida a la vida que querías. Serás prisionera de este lugar hasta que les de la gana.
—Lindo genio.
—No te pases de lista conmigo, Yulia. ¿Tenías que llamar a tu papá anoche?
—¿Y qué esperabas? Necesitaba atención médica y, entré tú y papá, el que tiene dinero es él —le explico lo obvio—. No quiero más deudas. Es mi papá después de todo, ¿qué tiene de malo?
—Mi seguro pudo cubrir los gastos, no hacía falta que Oleg venga a imponer su voluntad.
—Tu seguro está suspendido por falta de pago. Vi las notificaciones sobre la mesa.
—¡Lo habría arreglado!
—¿Cómo? ¿Pidiéndole ayuda a Román?
Me mira con reproche. Tiene todo el ánimo de pelear, está enfadada y, como siempre, la que paga los platos rotos soy yo.
—Dime, mamá, ¿Cuándo ibas a contarme sobre la mudanza?
Le sorprende mi conocimiento sobre el tema. Inmediatamente sonríe con amargura y niega.
—Oleg… Bien, tenía que ser. ¡No puede guardar la privacidad ajena!
—Está preocupado.
—¿Tu papá? ¿Preocupado por ti? La última vez que se vieron fue hace más de seis meses. Ni siquiera te llamó por tu cumpleaños.
—Nos vimos ayer, fuimos al malecón, hablamos.
—¡Oh!, ¿y con qué te sobornó ahora? Porque ya no te gustan los peluches que te conseguía a los doce años.
—Esos no eran sobornos, eran regalos que ganábamos juntos. Tienes que ser tan malditamente cínica.
—¡Cuida tu tono conmigo, todavía soy tu mamá!
Y esa es la señal de: «quédate callada Yulia o tu boca se buscará una merecida cachetada». Me pregunto si todas las madres tienen una frase o una mirada con la que controlan completamente a sus hijos o es solo la mía la que, con una corta frase, consigue lo que nadie en este mundo puede obtener de mí. Silencio obligado.
—Me confirmaron el puesto hace una semana…
—¿Una semana completa? ¿Por qué no me lo dijiste? ¿Estabas esperando al día anterior al viaje?
El silencio otorga. Lo que me hace pensar en que esto no se trata del viaje…
—No ibas a decírmelo… No estabas segura de si querías ir a Moscú… Dime que no… No.
—Yulia, hija, no es tan simple.
—No, no… ¡No!
Evitó mencionarlo porque estaba pensando en volver con ese idiota, o quizá nunca terminar con él. Papá fue el que puso la demanda de protección, no mamá. Ella se arrepintió de viajar… ¡Esto es, malditamente… genial!
—Tú no entiendes…
—Puedes verme o me volví invisible.
—¿Qué? —pregunta con una cara de desconcierto.
—Soy transparente, ¿no? Me volví un fantasma y no me puedes ver.
—Creo que es hora de tu medicina…
—Exacto, la medicina, dámela. Debo tomarla porque de lo contrario la costilla que el hijo de… que tu novio me rompió, empezará a doler de tal forma que no me dejará respirar. ¡Oh y espera!, me pasas por favor ese papel, quiero apuntar algo… ¡con mi mano rota!
Su boca se abre y vuelve a cerrarse, conteniendo adentro las estúpidas excusas que ya inventó. De seguro no era su intención hacerme daño, fue un error, es culpa de mi padre, no hace falta que ella se marche o que yo lo haga, mencionará a mis amigos, aunque ya en este punto poco sabe de ellos.
—Espero que papá logre hacer que lo detengan y le den un buen tiempo por asaltar a una menor.
—Por favor, no digas eso.
—¡Estás enferma mamá!
—Román no es una mala persona, solo… solo ha perdido mucho.
—¿Y nosotros no? —le contesto lastimándome por el esfuerzo, una punzada me recorre el pecho y termina en mi quijada, haciéndome temblar—. Ya no quiero pelear, me duele hacerlo, aunque quisiera decirte un par de cosas más.
—¿Qué te dijo tu papá?
—¿Te importa de verdad o quieres saberlo para ver cómo lo contradices?
—Hija, dímelo, por favor.
Su inseguridad es palpable y cómo me gustaría seguir dándole vueltas, pero ya me cansé de este juego.
—Quiere que me quede en Sochi, que pida la emancipación y te deje.
—¿Qué… le dijiste? —Duda.
—¿Qué crees? —le contesto, pero aún veo cuestionamiento en su rostro—. Hmm, creía que me conocías mejor —le reprocho—. Le dije que me iría contigo y que no me interesa su dinero.
Un movimiento ligero en sus labios me indica que se alegra por lo que acabo de comentarle, no debería.
—Pero me equivoqué. Dime, ¿qué hago apoyándote, una vez más? ¿Que Román me deje una marca de por vida?, ¿que un día me golpee tan fuerte y que, para mi mala suerte, no haya un vecino que saque un arma para amenazarlo y obligarlo a que me deje vivir? Esa es la vida que tú elegiste. Si quieres ser su costal de boxeo… —La miro con pena, ya no tiene ese destello de tranquilidad de hace un momento—. Ese es tu problema, yo no tengo por qué sufrir las consecuencias… de tu estupidez.
Y lo dije, por un segundo me cubre el miedo de que su enfado explote en mi mejilla, pero no lo hace. Su mirada cambia a una de vergüenza y, sin pensarlo mucho, toma sus cosas del sillón, dando pasos apresurados a la puerta. Dice que volverá en la noche para ver como sigo. No regresa a verme, me da la espalda y se marcha.
La costumbre.
¿Por qué no puede mamá encontrarle el gusto a las paredes blancas?
No, tienen que encantarle las agrietadas.
Como sea, leeré algo, a ver si con eso me distraigo lo suficiente hasta que llegue mi desayuno, gelatina y quién sabe que masa pegajosa que me hará vomitar.
Entrada número treinta y seis.
15 agosto, 2015
No estaba de ánimo para salir. Mi cansancio y mi preocupación me tenían hiper sensible. Llegué a casa después de ver a papá y pasé una hora llorando en el piso del baño después de verme fijamente al espejo e imaginar que mi madre portaba el mismo rostro. Me sonreí y una serie de pensamientos me mató, ¿era esa la sonrisa que ella me daba?, ¿su voz se parecía a la mía?, porque la recuerdo y era dulce, ¿tengo la voz dulce?
Escuché una canción familiar desde la habitación, era Marina llamándome, pero de verdad no quería contestarle. Me levanté, me lavé la cara, para eso el teléfono timbraba por una séptima vez y me di por vencida.
—Paso a recogerte en dos horas. Nos divertiremos esta noche —me dijo sumamente alegre. No sabía que tenía planeado, igual nada importaba.
No tenía ganas de darme un baño, de alindarme, o de ponerme perfume, pero lo hice. Unos tragos me pondrían de humor. Lucía linda, mi pantalón destrozado, mis botas nuevas, una camiseta que ese mismo día corté en el cuello y las mangas, su color favorito de labial y listo, solo tenía que llegar y llevarme a beber mis penas, No quería nada más.
Ella timbró a eso de las once de la noche. Mamá ya estaba en casa y me animó a pasar una buena noche. Le abrió la puerta y la saludó con un abrazo, nos shipea, es una pena. Me puse la chaqueta al hombro y salimos, pero antes de llegar al borde de la acera, sacó de la solapa de la suya una pequeña flor blanca con violeta.
—Me recordó a ti —me dijo con un beso y me tomó de la mano. Fue dulce. Se lo agradecí y la olí, no tenía un perfume muy particular, aunque la suavidad de sus pétalos me bastó para sacarme una sonrisa.
Cuando llegamos a la casa de la fraternidad, la fiesta ya estaba en marcha. Habían borrachos por todos lados, barriles de cerveza y esas mangueras que uno ve en las películas. Marina me llevó directo al bar y me dio de beber algún tipo de anisado, sabía asqueroso, detesto el dulce que te queda en la boca después de tragarlo.
—¿Bailamos?
No había tomado lo suficiente para eso, así que me excusé buscando un baño. No hay mejor disculpa que una necesidad natural, nadie te dice que no.
Pasé por uno de los estudios de la casa, habían varios chicos que se veían conocidos, una de ellas me reconoció.
—Hey, la amiga de Leo, ¿no?
—No recuerdo su nombre, la he visto a lo mucho dos veces.
—¿Buscabas algo en especial?
Le dije que no. Fue cuando caí en cuenta de que estaban agrupados en una mesa, separados del resto de gente.
—¿Estás segura? —me preguntó coqueta y me llevó de la mano hasta donde estaban sus amigos.
Tenían pastillas en varias bolsas diferentes. Eran, en su mayoría, medicamentos recetados, no me sorprendió. Lo que sí lo hizo, fue que directamente me acercara el billete de un dólar hecho tubo señalándome unas líneas de polvo blanco. Negué, no había probado cocaína en mi vida y para ser franca me asustaba la idea. No me atrae hacerme esclava de otro vicio, suficiente tengo con los cigarrillos.
—¿No lo has hecho nunca?
Volví a negar.
—¿Tienes miedo?
Vi a un par de chicos jalar las líneas sobre la mesa de vidrio, se me hizo irreal, tenía miedo.
—Eres linda —mencionó, sujetó mi mano derecha y separó mi dedo índice doblando el resto, lo introdujo lentamente en su boca y le dio una lamida. A mí me dio un poco de asco. Después asentó la yema sobre el polvo y lo regresó hasta mis labios—. Esta cantidad no hará nada, solo pruébalo, no tienes por qué temer.
No quise abrir la boca, así que ella volvió a tomar iniciativa y con su otra mano pellizcó mi quijada, apartando mis labios. Frotó mi dedo en mis encías varias veces y terminó empujándolo hacia la punta de mi lengua para luego rozarlo en mi labio inferior.
Mi boca comenzó a amortiguarse, mi lengua se sentía estúpida. Tragué y el sabor era amargo, volví a tragar y sentí un nudo formarse en mi garganta, carraspeé.
—Dale unos minutos y, si te gusta, ya sabes donde estamos.
Salí a la sala principal y vi a Marina a lo lejos. Lo que fuera que sentía, quería que esa sensación dejara mi boca. Fue un error vagabundear por la casa de una fraternidad, sola. ¿En qué estaba pensando?
Fui al bar y tomé otro aguardiente, supo peor que el anterior, pedí agua helada y la bebí. Por fin tuve algo de calma.
Pedí dos cervezas y me dirigí a mi rubia, un par de canciones y le pediría que termináramos la noche en su habitación. No tenía interés en esa rápida vida universitaria, solo en ella.
Cuando la alcancé, solo con verla ya me sentí mejor, animada, un poco. La música estaba buena y sus amigos un poco locos, reímos bastante hasta que llegó uno en particular.
—Hey, ella es la amiga que te conté.
—¿Tú?—me dijo su acompañante al verme, reconociéndome de inmediato.
—¡¿Tú?! —le respondí yo.
Sí, esa fue la conversación, nada más que en lugar de los «tú» nuestros nombres.
A Marina se le fue la diversión al darse cuenta de que el chico con cabeza de resorte, la parejita de su mejor amigo gay, era amigo mío —que acabo de enterarme que también es gay— y quien además admitió abiertamente que está aún en la escuela y es mi compañero de curso. Yep. Gracias, muchas, muchas gracias.
—¡¿Por qué no me contaste que tenías diecisiete años?!
—Marina, qué importa.
—¡Importa, yo tengo diecinueve! ¡Eres menor de edad!
—Cumplo los dieciocho el año entrante, no falta nada.
No puedo admitirle al todo el mundo que soy una farsa total y en realidad ya los tengo.
—Por Dios… —se lamentó—, iba a pedirte que fueras mi novia hoy.
—Marin…
—Esto no está bien —su desesperación se notaba en las docenas de vueltas que le dio al metro cuadrado donde hablábamos alejadas del ruido de la fiesta.
—Marina, está bien. De verdad, no pasa nada.
—¡Estás loca, podría terminar en la cárcel y con un récord de asalto sexual, de violadora!
—¿Por ser mi novia?
—¡Por tener sexo contigo!
—Si quieres no tendremos sexo hasta mis dieciocho —bromeé, no le hizo gracia—. Le agradas a mi mamá. No pasará nada lo prometo.
—Pasará, le sucedió a un amigo por meterse con alguien que no llegaba a la edad legal en mi ciudad y eso que en ahí la ley es más flexible y la edad mínima es dieciséis.
—Tu amigo se tiró a una niña de quince, ¡yo no tengo quince años!
—¡ESTO NO FUNCIONARÁ ASÍ! Lo siento, pero me pides mucho.
—Vamos, lo del sexo va en serio.
—Creo que mejor… seamos amigas hasta entonces y… si tú y yo nos sentimos igual…
Lo decía en serio y lo peor es que para ese entonces el pequeño vuelo que tuve con la cocaína en mis encías empezaba a bajar. Me dio muchísima tristeza y a eso sumémosle mi ya tan alterada sensibilidad.
—Okey… como quieras. No te quiero perder.
—No lo harás —me aseguró sin un abrazo o una sonrisa como la que me dio en la acera. Todo cambió.
Nada dura para siempre, la vida es efímera, la realidad incierta, nada ni nadie está asegurado en el mundo y yo tengo la peor suerte de todas. Estoy sola.
Wow…
Lena… Dios.
No sé como sentirme. Tengo la culpa atorada en la garganta. Ha pasado tiempo desde que escribió esta entrada y cada vez es más gente la que se va. Katia, su hermana a estudiar, Nastya a vivir con su familia, Leo a Brasil, yo quizá a Moscú. No dudaría que sea por esto por lo que se resiste a tener una relación o… puede ser que está esperando a Marina.
De repente toda la inseguridad que sentía por Leo se la roba una rubia que no conozco.
—¿Yulia? —me asusta un voz conocida y volteo hacia la puerta, cerrando de inmediato el diario.
—¡Anatoli! ¿Qué haces aquí?
—Vine a visitar a Leo. ¿Qué te pasó? —me dice dejándose entrar, sin mi permiso.
—Tuve un roce con una bota.
—Oh… bueno, no quisiera ver a la bota, seguro ahora es una sandalia ahora o… —bromea y sonríe. No es mi sonrisa o la de papá. Debe ser la de su madre, como sus ojos, son café, su piel algo morena. Me da curiosidad de cómo es esa mujer.
—Yulia, hija —dice una voz aún más familiar que entra por esa misma puerta, también sin preguntar—. Tuve unos minutos y quise pasar a verte…
—¡¿Papá?!
¡Oh, rayos!
Las situaciones incómodas pueden ser bastante graciosas si tienes el humor suficiente como para reírte de tu propia desgracia. En eso, Anatoli es muy diferente a papá y a mí.
—¡Hablé contigo, sobre esto, hace años! —repite mi medio hermano por tercera vez.
Yo me mantengo al margen y me quedo con la boca cerrada. Papá debe manejar este lío, es absurdo que yo salga en defensa suya cuando siento que toda esta situación es indefendible.
—Lo sé, Anatoli —le responde papá.
Puedo ver la rigidez de su cuerpo a unos pasos de la puerta, no se ha movido desde que lo reconoció. Está afligido y contempla a su hijo con algo de temor. Anatoli se lleva ambas manos de la cara y sigue dando vueltas por la habitación. Sus pasos se escuchan pesados, pero debe ser mi propio barullo, porque escucho de él una corta risa. Suena a incredulidad. Se da la vuelta y me mira extendiendo su mano, tratando de decir algo.
¿Y bien?
Nada, rápidamente la retira y vuelve a darnos la espalda, pasando sus manos entre su cabello hasta llegar a su nuca y entrelaza sus dedos ahí, exhalando fuerte por la nariz; no logra encontrar las palabras que necesita decir y yo comienzo a desesperarme. ¡Si va a mandarnos al diablo que lo haga ya!
Papá respira profundo, tiene mi atención. Se limpia la garganta, adelanta un paso, listo para intervenir, cuando Anatoli gira en mi dirección y hace un nuevo intento. Abre la boca, pero… nada sale. Si pudiera levantarme ya lo habría cacheteado para que reaccione.
Ahora cambia su vista a nuestro padre. Lo va a golpear, lo va a hacer, ajap, tiene cara de que lo podría tumbar de un golpe. Luego me tirará de la camilla, directo al piso, a terminar con lo que Román inicio ayer.
¿Dónde diablos está mi navaja?
Se acerca, ahí va, se aproxima y con diligencia… ¿lo abraza? ¿Qué diablos acaba de suceder?
Le da un par de golpes suaves en la espalda y le dice que lo ama, lo que, para ser honestos, es extremadamente anticlímax.
¡Es papá, dale un sacudón aunque sea! Se lo merece.
—Yulia… Emm, quería decirte que te ves mejor con el pelo oscuro que con el rubio, pero de alguna forma se siente increíblemente mal viniendo de tu… hermano —me comenta finalmente.
—Te entiendo.
Pero cuando me conoció ya tenía este color de pelo. No llevo el rubio más de dos años.
—Yo… una mañana me fugué de la escuela con mis amigos, estaba en el ultimo año, tenía… —Sube sus pupilas hacia arriba, haciendo memoria—, diecisiete. Nos encantaba ir al muelle. Yo sabía que papá nunca me pillaría allí, él siempre se negaba a llevarnos a mis hermanos y a mí, a cualquier precio, no tocábamos ese lugar.
Lo miro observando a su hijo, sus facciones se aligeran escuchándolo y recuerdo lo que me dijo, ese era nuestro lugar, como había sido el suyo con mi abuelo.
—Pero ese día lo vi allí desde lejos. Llevaba su traje de oficina, sin chaqueta ni corbata, se me hacia tan raro. —Sonríe. El raro es él—. Enseguida te noté. La estaba pasando bien contigo, era tan cariñoso y yo me quedé in-mu-ta-do… No, perturbado es una mejor palabra. Tú me comprendes, un hombre mayor, una nena que no llegaba ni a la pubertad…
—¡Anatoli! —Papá se quejó, yo me reí.
—Debes haber tenido unos… ¿once años? —Seguía explicando con sus manos por todo el lugar. Anatoli es bastante expresivo, algo que tampoco sacó de papá—. Me acerqué y me escondí detrás de un carrito de palomitas. Oí una rabieta tuya, querías una jirafa púrpura, me acuerdo tan bien de ella…
Yo también, volví por el peluche durante tres sábados seguidos, hasta que la gané. Y luego Nastya fue a mi casa y puso el mismo berrinche para que se la regalara.
—Al final, papá se dio la vuelta y comenzó a caminar, así como es él con su actitud de: «no aguanto nada, me voy»…
La cara de nuestro padre cambió, empezaba a molestarse. No le gusta que le saquen esas cosas en cara
—Te tranquilizaste y lo seguiste, alcanzándolo a un par de metros y le dijiste: «Lo siento, papá, perdóname».
Lo recuerdo.
—Me quedé mudo. No lo esperaba… —Suspira y su alegre cuento cambia a uno triste—. Dejé a mis amigos y fui a casa. Vi a mamá, estaba tan decaída y pensé que había descubierto lo mismo que yo. Esperé por ti —dijo dirigiéndose a papá—, ni siquiera pude hablar contigo porque mamá nos sentó a todos en la sala y nos contó sobre su cáncer esa misma tarde.
Oh…
—Te pregunté esa noche sobre la niña de cabello rubio y me dijiste que era una hija de un amigo —le reclama. Papá solo atina a cerrar los ojos con vergüenza—. Yo estaba tan tocado por lo de mamá que lo acepté y ya, pero siempre dudé. —Intercala su atención entre él y yo, y nos señala con su dedo índice—. Tienes sus ojos. Ninguno de nosotros los heredó, tenemos los de nuestra mamá.
Tengo algo de papá que es solo mío, algo que la mayoría de la gente me ha dicho que me hace tan… yo. Es gracioso.
—Esa fue la última vez que salimos. Pensé que había sido por esa estúpida jirafa, tal vez lo fue —les digo.
—No —me confirma nuestro progenitor—, lo dejé todo para ayudar a…
—A mi mamá. —Completa Anatoli por él—. Ella estuvo en muy mal estado durante más de dos años. Ahora está mejor.
—Yo… lo siento, por no volver por ti, Yulia.
—Esta bien, no pasa nada.
No tiene por qué pasar, ya no hay nada que hacer al respecto y tan mala no es su excusa. Ella es la mamá de sus hijos. No puedo decir que no ha puesto el hombro cuando mamá lo ha necesitado, como en estos momentos con lo del préstamo y el nuevo trabajo.
—¿Sabes? Tú y yo somos más parecidos de lo que alguien podría creer —me dice Anatoli, recuperando esa alegría de antes.
—¿A qué te refieres? —le preguntó papá.
—Sí, es bastante gracioso —Sonrío porque papá no está disfrutando esto, pero yo sí que lo hago. Anatoli no tiene ni media hora de saber que estamos relacionados y está por entregarme varias armas de destrucción masiva para la próxima pelea que tenga con papá. Esa es la definición de hermano mayor, ¿verdad?—. Mis papás solo querían dos hijos, dos. Andrew y Varvara son parte del plan, yo fui un error, el producto de una noche de reconciliación en la playa, ¿no, papá?
—¡Anatoli!
—Por eso no me llevo bien con los otros dos —susurra hacia mi lado, papá tiene una cara de querer matarlo ahí mismo—. Bueno algo, algo con Varvara. Ella siempre quiso una hermana, claro que te habría tenido de Barbie humana y créeme, no es divertido.
Anatoli es un buen tipo y se lo tomó bien, pero como habla de su familia no creo que sea igual con los mayores.
—Hijo, puedo preguntarte ¿qué diablos haces aquí?
—¡Oh, rayos, lo olvidé! Vine a saludar a Leo, vamos a soplarle las velas con el resto del grupo. Hoy es su cumpleaños —nos explicó. Metió la mano en el bolsillo trasero del pantalón y sacó su celular, haciendo una mueca cuando notó que tenía varias llamadas perdidas—. Voy a ver cómo está todo. Ya regreso —dijo y salió disparado.
Después de unos segundos de silencio papá se acerca a mí y me mira arrepentido.
—No tenía idea de que él estaría aquí. ¿Cómo lo conoces? Me refiero a ¿sabías que era…?
—¿Tu hijo? Sí —le ratifico—, Lena nos presentó.
—¿La… pelirroja novia de Leonardo?
—No es su novia.
—¿Estás segura? Los dos se la pasan pegados como ventosas…
—¡No los son!… Como sea, Lena, ¿no la recuerdas? Lena, mi compañera de curso, ¿Lena Katina? La que me ayudó con la obra aquella vez que fuiste al teatro.
—¿Es la misma chica?
—Sí, papá no te impresiones. Sus papás conocen a Leo. Todo bien, respira.
—Sí, claro… bien. —Le altera la idea de que una chica de la misma edad que su hija esté con el mastodonte. Te entiendo, papá, créeme—. Ella es amiga de Anatoli… y tú amiga —Piensa por un momento, asintiéndose a sí mismo—. Me reconoció hace unas semanas en la barbacoa y te lo contó.
—No te preocupes no le mencionó nada a Anatoli y no planea publicarlo en los diarios.
—Yulia, yo… te prometí que las cosas serían diferentes. Ya no voy a ocultarte con nadie.
—Lo dices ahora, porque Anatoli reaccionó considerablemente bien. Pero algo me dice que el resto de tu familia no se lo tomará tan ligero.
No trato de convencerlo a él. Mi salud mental está más en juego que la complejidad de decir la verdad después de diecisiete años. Yo no quiero una vida llena de complicaciones justo ahora que, las que ya tengo, me trajeron hasta esta camilla. Es suficiente estrés por varios años.
—Nada tiene que cambiar papá. El contrato que tienes con mamá sirve y no hace falta una enmienda por Anatoli. Imagino que él comprenderá si le pides que guarde silencio.
—¿Y obligarlo que le mienta a su madre?
—Lo ha hecho por seis años. —No rebate, porque tengo razón.
Puntualmente me preocupa qué hacer con mamá. Si piensa volver con Román y quedarse, yo debo alejarme. Si decide viajar a Moscú y cambiar de prioridades, las posibilidades aumentan; aunque en este punto no sé qué es mejor. No necesito más problemas o enfrentar a sus otros hijos y a su esposa. Es un peso que prefiero no ponerme sobre los hombros.
—No te obligaré a nada. Pero quiero que tengas muy presente que yo…ya no estoy dispuesto a callar o a esconderte —me dice lleno de seguridad.
Se endereza dejando la pena a un lado y me mira orgulloso. Me parezco tanto a él en eso y en muchos otros detalles. ¿Qué es lo que hace a Anatoli más su hijo que yo, siendo tan distinto?
—Vi algo en tu mirada cuando te hablaba. Te preguntabas algo importante, como ahora, justo ahora. ¿Qué es?
No quiero contestarle porque lo que acabo de declarar dejaría de tener valor y, absolutamente todo, es verdad. No quiero más penas.
Él espera por mí y se lo debo. Esta es una charla que tiene que concluir y yo requiero decirle lo que siento.
—Yo nunca te habría pedido dinero, no uno que no necesitara como en esta ocasión —me refiero a la cama de este hospital que él está pagando—, pero algo que siempre añoré y quise era tu tiempo. Tú… con seguridad pensabas que ellos lo merecían más que yo y puede que sea así —Levanto mi mano para detener sus palabras, quiero y necesito que me escuche—. Ya no soy una niña papá, no necesito hermanos para jugar, no quiero conocerlos.
Su semblante decae. Pero ese no es el punto.
—Anatoli, es genial, no me malentiendas. Los otros dos deben ser buenos hijos… lo que sea. Yo no necesito una familia ahora.
Papá asiente comprendiendo, a pesar de que no quiera aceptarlo. Quizá el tiene una idealización de lo que sería nuestra relación si sus tres hijos me conocieran y los cuatro nos lleváramos bien. La verdad es que yo habría dado mi reino entero por esa oportunidad cuando era pequeña, pero la vida cambia, yo lo hice.
—No quiero que te molestes planeando un encuentro. No me molesta conocer a Anatoli, solo te pido que no me impongas ahora algo que siempre me negaste.
Mis palabras le duelen, lamento que sea así. Es lo que necesito.
—Es tu voluntad y la respetaré, de ahora en adelante, la pelota está en tu cancha, la que decide eres tú.
De hecho, es así...
Acá les dejo otro capítulo esperando y lo disfruten
A leer!!!
Capítulo 32: Una familia?
—Yulia es mi hija más allá de mis obligaciones de cada mes —ratifica papá. Ambos discuten en voces bajas afuera de mi habitación—. Se queda en el hospital durante todo el tiempo que tenga que guardar reposo.
—«Nuestra hija», dormirá en la cama, en su cuarto, en su casa.
—Ese basurero no es el mejor ambiente para su recuperación, y por favor no llames a ese lugar su casa.
Punto para papá, prefiero mil veces quedarme aquí.
—Quiero a Yulia descansada, tranquila. Que tenga la comodidad de tener alguien que la atienda a media noche o medio día.
—Entonces llévala a tu casa y ponla en una habitación al lado de las de tus otros hijos. ¿Siguen viviendo ahí, no? Será una buena oportunidad para que se conozcan.
Auch, mamá, golpe súper bajo. No le otorgo punto. No fue justo.
—No olvidemos que está aquí gracias a «tu» ex novio. No voy a darle perdón hasta que esté tras las rejas.
Otro punto para papá. Lo siento madre, pero en esta ocasión, él tiene toda la razón.
Es gracioso cómo puedo llegar a sentirme parte de una familia normal oyéndolos discutir como si estuvieran casados. No gracias, esa no es mi vida. Me coloco los audífonos y me pongo a leer. Gracias Igor, sin ti, ni estaría aquí, ni tendría al diario conmigo.
Entrada número treinta y cuatro.
El sueño.
Mis pies tocan la madera tibia de los escalones, veo cada paso que tomo, bajo lento y temerosa. Sus gritos van haciéndose más claros, mi miedo crece, pero no me detengo, doy otro paso, mis pies son diminutos. Llego hasta el descanso y veo sus sombras, me escondo tras la pared y sigo, deteniéndome en la última grada. El grito de una mujer me deja fría.
—¡Las niñas están dormidas, por favor, no!
Muevo mi cabeza lo mínimo que puedo hasta verlo. El hombre me es familiar, pero no logro distinguir por qué, no entiendo el miedo que le tengo y a la vez ese sentimiento de… intimidad, debo conocerlo. Es alto —ella es más pequeña con una cabeza—, la apunta hacia abajo con su brazo totalmente estirado, su pelo es largo, claro, rubio; está vestido con unos jeans viejos, unas botas negras y su camiseta… no lo sé. Escucho esos dos tiros que impactan en su cabeza, son rápidos y no muy ruidosos; los percibo agudos, camuflados. De inmediato se hace presente el sonido de su cráneo estallar, es lo que más me altera, me asusta, me aterra; pero no lloro.
La mujer cae al sofá, su cuerpo se acomoda solo en una posición estúpidamente pacífica y él la mira unos segundos. Veo esa camiseta salpicada de sangre, todo está repleto de ella. Él guarda el arma y se sienta al frente, encendiendo un cigarrillo sin darle importancia. Se arrima al respaldar cruzándose de piernas y estira el brazo libre sobre el cojín.
—No debiste irte, ¡ella es mía! —le grita a su cuerpo inerte.
Siento ganas de correr hacia la mujer. Tengo una tristeza inmensa, quiero llorar, pero recuerdo sus palabras, se repiten en mi cabeza con su tierna voz: «Escóndete y busca ayuda, llama a la policía. No dejes que él te encuentre, mi amor». Veo un teléfono inalámbrico sobre la mesa del pasillo, me acerco sin hacer ruido, lo tomo —haciendo mi mayor esfuerzo porque no me note— y salgo al jardín. Marco al 911, una operadora me atiende.
—Le disparó a mamá, hay mucha sangre, ayuden a mi mamá. —Recuerdo susurrarle.
El día es caluroso, el sol quema al igual que el cemento de la vereda que rodea la casa. Mis pies arden y camino rápido hasta la hierba buscando alivio, el césped está tibio. La mujer me urge a que no cuelgue, me pregunta cosas, lo más importante, que no se me ocurra colgar.
—¿Quién disparó?
—Él.
—¿Quién es él?
No le respondo, un ruido me asusta y veo su figura difuminada moverse por la ventana del jardín. Suelto el teléfono como reflejo y me escondo tras la columna. Escucho música, el hombre prendió la radio y volvió a sentarse. Ahora se acerca a la mesa, está concentrado en ella. A lo lejos escucho las sirenas de la patrulla y despierto.
Es un relato sin fecha, lleno de detalles que Lena quería guardar sobre ese día. Es evidente que lo escribió a consciencia, forzándose a recordar. No imagino lo duro que debe haber sido repetir esa secuencia en cada párrafo… No dudo que lo haga cada segundo de su día.
Entrada número treinta y cinco.
14 de agosto, 2015
La pesadilla me ha perseguido las últimas tres noches, recurrentemente. Despierto sudando; respirar se me dificulta y mi corazón late apresuradamente. Me enderezo para beber un poco de agua y enciendo la luz de la mesa de cama en un intento fallido de matar mis demonios. Respiro con amplitud varias veces para calmarme, esto me toma varios minutos hasta que finalmente pongo la cabeza en la almohada, deseando soñar algo distinto, pero no lo hago. Es una secuencia que no tiene fin.
La primera noche que tuve esta pesadilla, mamá me dijo que no me había despertado tan alterada desde que era una niña, algo que yo no recuerdo. Me dio una infusión de una mezcla de hierbas y se metió a la cama conmigo, estirando sus brazos para acurrucarme en su pecho. Inessa puede no ser mi madre, pero qué bien se sintió el calor de su cuerpo junto al mío; añoraba, sin saberlo, sus caricias en mi frente, su suave voz, sus besos.
—Tuviste una pesadilla, solo fue un mal sueño, hija, estarás bien.
Debe ser lo que me decían de chica y eventualmente fue así, estuve bien, hasta ahora.
Me pregunto: ¿qué tan frecuentes eran esos sueños, qué edad tenía y cuando terminaron? ¿Mencionaba mucho a Alenka de niña?, ¿lo hacía mi hermana? ¿Cuándo la olvidamos?, ¿cuándo fue que Inessa y Sergey Katin se convirtieron en mamá y papá?
Hoy fui a nuestro café padre-hija con él, estaba nervioso por mí, mamá le mencionó sobre mi pesadilla, aunque de forma muy superficial, yo nunca le conté de qué trataba. Su comportamiento era fuera de lo común, sus dedos no dejaban de dar golpes suaves sobre la mesa, sus ojos trataban, a como de lugar, de evadir el contacto con los míos.
—¿Papá, de niña… presencié algo… un evento violento? —le pregunté. Él negó con simpleza, evitando hablar mientras bebía su café.
—¿Estás seguro?
—¿Qué soñaste, hija? ¿Quieres contarme?
Fue mi turno de negar mi respuesta.
—¿Qué tan frecuentes son estas pesadillas? —Trató de profundizar en el lío.
—Han ido aumentando en las últimas semanas y… también los detalles.
—¿Viste algo en especial? Algo que te esté molestando particularmente.
Volví mi vista a la ventana de enfrente, la gente caminaba tranquila por la acera, era una linda tarde y me pregunté si valía la pena desenterrar ese ataúd lleno de recuerdos, si cambiaría algo en absoluto.
—Escucho unos disparos, veo mucha sangre, sombras; tengo mucho miedo —Le doy pocos detalles.
—Cuando eras pequeña hubo una época en la que solo tenías pesadillas. Despertabas gritando, llorabas sin parar. Mamá dormía contigo para calmarte, lo hizo por más de un año…
—¿Un año?
—Más… de un año.
"¿Por qué no lo recuerdo?", pensé y entonces papá respondió a esa pregunta con un simple dato:
—Te llevamos a terapia, un psicoanalista infantil te ayudó a dejar esos sueños atrás. Tomó tiempo, pero eventualmente lo hiciste.
"Hipnosis", me imaginé como la respuesta más obvia. Lo que quería decir que tan solo escondí mis recuerdos y ahora que despertaron con mi visita a Korsakovo es lo único en mi mente.
—Creo que sería una buena idea si buscamos ese tipo de ayuda otra vez —sugirió.
El único problema es que, en esta ocasión, no olvidaré todo lo que sé. Ya no tengo tres o cuatro años, he procesado la información de mi identidad por un largo tiempo. Le será muy difícil a alguien —por más profesional que sea—, lograr que haga a un lado mi realidad y siga campante por la vida.
Debo desenterrar lo que queda por saber, es la única forma en la que podré descansar.
Comparar una tragedia humana con otra es absurdo. Todos tenemos derecho a vivir y sentir profundamente nuestro propio dolor aunque no sea tan trascendente como el de otros. Pero la leo y me miro, lo que estoy atravesando no es fácil de digerir, aún así no es nada con lo que Lena vivió durante el verano, cuando fue niña, y en su carácter… ella es tan sutil, tan calmada, es lo que nos deja ver. Yo por el contrario soy una bomba, algo diminuto me cae encima y exploto.
Los doctores pusieron una compresa helada alrededor de mi abdomen. La ruptura de mi costilla no fue total, llamémosla una fisura que no necesita más tratamiento que el descanso y aplicación de frío en la zona por unas semanas. Mi muñeca sí se partió en dos, yeso por no menos de un mes. Bañarme será una tarea heroica… Me quejo por estupideces.
Ambas nos recuperamos de distintas formas. Ella escribiéndolo todo, yo acostada leyéndola. Se me hace tan irónico y… cruel, su pena llega a veces a sentirse como mi consuelo. «Es» realmente cruel.
Son las dos de la mañana y papá sigue afuera con mamá discutiendo los pormenores de mis siguientes días. Yo me limito a ver sus sombras tras la ventana. Que se digan lo que quieran, dormiré unas horas. Por lo menos hasta mañana ningún doctor me dará el alta.
El techo de la habitación del hospital es extremadamente blanco, las paredes también. Se mantienen pulcras y, lo entiendo, es un centro de salud, la imagen de limpieza es importante, pero cómo lo mantienen tan impecable?. El techo del apartamento está lleno de grietas y tenues manchas. No me hace falta más que acostarme y puedo perderme descubriendo formas; los tristes rezagos de mi infancia, pasando el tiempo inventando historias con las nubes. Nastya era buena en eso.
—Estás despierta —me dice mamá entrando con una taza de café en una mano y una botella de agua que me acerca, en la otra.
—No me digas que estoy a dieta?
—El doctor fue claro, nada de bebidas fuertes por un par de semanas.
—No voy a tomar un ron anejado cien años, es un simple café.
—Agua y lo que sea que te den de comer aquí.
Ruedo mis ojos y acepto la bebida, muero de sed. Me acomodo mejor con el control de la cama —al menos no tengo que moverme demasiado para dejar la posición horizontal—, e intento abrirla, me es imposible, mi lado izquierdo es inservible. Se la paso y con mucha facilidad gira la rosca.
—Hablé con la directora de la escuela. Te enviará la tarea, debes estar pendiente de tu correo electrónico.
—Estupendo. —Me quejo. Excelente momento para recordarme que el incidente de anoche me retrasará en las clases… aunque, tal vez ni esté aquí para rendir los exámenes de diciembre—. ¿Te dijo el doctor cuando me darán el alta?
—Ah, de eso quería hablarte. —Su tono desborda una falsa alegría, presiento una ola mojadora de sarcasmo—. Tu abnegado papá decidió que, él y el doctor, decidirán eso por ti. Bienvenida a la vida que querías. Serás prisionera de este lugar hasta que les de la gana.
—Lindo genio.
—No te pases de lista conmigo, Yulia. ¿Tenías que llamar a tu papá anoche?
—¿Y qué esperabas? Necesitaba atención médica y, entré tú y papá, el que tiene dinero es él —le explico lo obvio—. No quiero más deudas. Es mi papá después de todo, ¿qué tiene de malo?
—Mi seguro pudo cubrir los gastos, no hacía falta que Oleg venga a imponer su voluntad.
—Tu seguro está suspendido por falta de pago. Vi las notificaciones sobre la mesa.
—¡Lo habría arreglado!
—¿Cómo? ¿Pidiéndole ayuda a Román?
Me mira con reproche. Tiene todo el ánimo de pelear, está enfadada y, como siempre, la que paga los platos rotos soy yo.
—Dime, mamá, ¿Cuándo ibas a contarme sobre la mudanza?
Le sorprende mi conocimiento sobre el tema. Inmediatamente sonríe con amargura y niega.
—Oleg… Bien, tenía que ser. ¡No puede guardar la privacidad ajena!
—Está preocupado.
—¿Tu papá? ¿Preocupado por ti? La última vez que se vieron fue hace más de seis meses. Ni siquiera te llamó por tu cumpleaños.
—Nos vimos ayer, fuimos al malecón, hablamos.
—¡Oh!, ¿y con qué te sobornó ahora? Porque ya no te gustan los peluches que te conseguía a los doce años.
—Esos no eran sobornos, eran regalos que ganábamos juntos. Tienes que ser tan malditamente cínica.
—¡Cuida tu tono conmigo, todavía soy tu mamá!
Y esa es la señal de: «quédate callada Yulia o tu boca se buscará una merecida cachetada». Me pregunto si todas las madres tienen una frase o una mirada con la que controlan completamente a sus hijos o es solo la mía la que, con una corta frase, consigue lo que nadie en este mundo puede obtener de mí. Silencio obligado.
—Me confirmaron el puesto hace una semana…
—¿Una semana completa? ¿Por qué no me lo dijiste? ¿Estabas esperando al día anterior al viaje?
El silencio otorga. Lo que me hace pensar en que esto no se trata del viaje…
—No ibas a decírmelo… No estabas segura de si querías ir a Moscú… Dime que no… No.
—Yulia, hija, no es tan simple.
—No, no… ¡No!
Evitó mencionarlo porque estaba pensando en volver con ese idiota, o quizá nunca terminar con él. Papá fue el que puso la demanda de protección, no mamá. Ella se arrepintió de viajar… ¡Esto es, malditamente… genial!
—Tú no entiendes…
—Puedes verme o me volví invisible.
—¿Qué? —pregunta con una cara de desconcierto.
—Soy transparente, ¿no? Me volví un fantasma y no me puedes ver.
—Creo que es hora de tu medicina…
—Exacto, la medicina, dámela. Debo tomarla porque de lo contrario la costilla que el hijo de… que tu novio me rompió, empezará a doler de tal forma que no me dejará respirar. ¡Oh y espera!, me pasas por favor ese papel, quiero apuntar algo… ¡con mi mano rota!
Su boca se abre y vuelve a cerrarse, conteniendo adentro las estúpidas excusas que ya inventó. De seguro no era su intención hacerme daño, fue un error, es culpa de mi padre, no hace falta que ella se marche o que yo lo haga, mencionará a mis amigos, aunque ya en este punto poco sabe de ellos.
—Espero que papá logre hacer que lo detengan y le den un buen tiempo por asaltar a una menor.
—Por favor, no digas eso.
—¡Estás enferma mamá!
—Román no es una mala persona, solo… solo ha perdido mucho.
—¿Y nosotros no? —le contesto lastimándome por el esfuerzo, una punzada me recorre el pecho y termina en mi quijada, haciéndome temblar—. Ya no quiero pelear, me duele hacerlo, aunque quisiera decirte un par de cosas más.
—¿Qué te dijo tu papá?
—¿Te importa de verdad o quieres saberlo para ver cómo lo contradices?
—Hija, dímelo, por favor.
Su inseguridad es palpable y cómo me gustaría seguir dándole vueltas, pero ya me cansé de este juego.
—Quiere que me quede en Sochi, que pida la emancipación y te deje.
—¿Qué… le dijiste? —Duda.
—¿Qué crees? —le contesto, pero aún veo cuestionamiento en su rostro—. Hmm, creía que me conocías mejor —le reprocho—. Le dije que me iría contigo y que no me interesa su dinero.
Un movimiento ligero en sus labios me indica que se alegra por lo que acabo de comentarle, no debería.
—Pero me equivoqué. Dime, ¿qué hago apoyándote, una vez más? ¿Que Román me deje una marca de por vida?, ¿que un día me golpee tan fuerte y que, para mi mala suerte, no haya un vecino que saque un arma para amenazarlo y obligarlo a que me deje vivir? Esa es la vida que tú elegiste. Si quieres ser su costal de boxeo… —La miro con pena, ya no tiene ese destello de tranquilidad de hace un momento—. Ese es tu problema, yo no tengo por qué sufrir las consecuencias… de tu estupidez.
Y lo dije, por un segundo me cubre el miedo de que su enfado explote en mi mejilla, pero no lo hace. Su mirada cambia a una de vergüenza y, sin pensarlo mucho, toma sus cosas del sillón, dando pasos apresurados a la puerta. Dice que volverá en la noche para ver como sigo. No regresa a verme, me da la espalda y se marcha.
La costumbre.
¿Por qué no puede mamá encontrarle el gusto a las paredes blancas?
No, tienen que encantarle las agrietadas.
Como sea, leeré algo, a ver si con eso me distraigo lo suficiente hasta que llegue mi desayuno, gelatina y quién sabe que masa pegajosa que me hará vomitar.
Entrada número treinta y seis.
15 agosto, 2015
No estaba de ánimo para salir. Mi cansancio y mi preocupación me tenían hiper sensible. Llegué a casa después de ver a papá y pasé una hora llorando en el piso del baño después de verme fijamente al espejo e imaginar que mi madre portaba el mismo rostro. Me sonreí y una serie de pensamientos me mató, ¿era esa la sonrisa que ella me daba?, ¿su voz se parecía a la mía?, porque la recuerdo y era dulce, ¿tengo la voz dulce?
Escuché una canción familiar desde la habitación, era Marina llamándome, pero de verdad no quería contestarle. Me levanté, me lavé la cara, para eso el teléfono timbraba por una séptima vez y me di por vencida.
—Paso a recogerte en dos horas. Nos divertiremos esta noche —me dijo sumamente alegre. No sabía que tenía planeado, igual nada importaba.
No tenía ganas de darme un baño, de alindarme, o de ponerme perfume, pero lo hice. Unos tragos me pondrían de humor. Lucía linda, mi pantalón destrozado, mis botas nuevas, una camiseta que ese mismo día corté en el cuello y las mangas, su color favorito de labial y listo, solo tenía que llegar y llevarme a beber mis penas, No quería nada más.
Ella timbró a eso de las once de la noche. Mamá ya estaba en casa y me animó a pasar una buena noche. Le abrió la puerta y la saludó con un abrazo, nos shipea, es una pena. Me puse la chaqueta al hombro y salimos, pero antes de llegar al borde de la acera, sacó de la solapa de la suya una pequeña flor blanca con violeta.
—Me recordó a ti —me dijo con un beso y me tomó de la mano. Fue dulce. Se lo agradecí y la olí, no tenía un perfume muy particular, aunque la suavidad de sus pétalos me bastó para sacarme una sonrisa.
Cuando llegamos a la casa de la fraternidad, la fiesta ya estaba en marcha. Habían borrachos por todos lados, barriles de cerveza y esas mangueras que uno ve en las películas. Marina me llevó directo al bar y me dio de beber algún tipo de anisado, sabía asqueroso, detesto el dulce que te queda en la boca después de tragarlo.
—¿Bailamos?
No había tomado lo suficiente para eso, así que me excusé buscando un baño. No hay mejor disculpa que una necesidad natural, nadie te dice que no.
Pasé por uno de los estudios de la casa, habían varios chicos que se veían conocidos, una de ellas me reconoció.
—Hey, la amiga de Leo, ¿no?
—No recuerdo su nombre, la he visto a lo mucho dos veces.
—¿Buscabas algo en especial?
Le dije que no. Fue cuando caí en cuenta de que estaban agrupados en una mesa, separados del resto de gente.
—¿Estás segura? —me preguntó coqueta y me llevó de la mano hasta donde estaban sus amigos.
Tenían pastillas en varias bolsas diferentes. Eran, en su mayoría, medicamentos recetados, no me sorprendió. Lo que sí lo hizo, fue que directamente me acercara el billete de un dólar hecho tubo señalándome unas líneas de polvo blanco. Negué, no había probado cocaína en mi vida y para ser franca me asustaba la idea. No me atrae hacerme esclava de otro vicio, suficiente tengo con los cigarrillos.
—¿No lo has hecho nunca?
Volví a negar.
—¿Tienes miedo?
Vi a un par de chicos jalar las líneas sobre la mesa de vidrio, se me hizo irreal, tenía miedo.
—Eres linda —mencionó, sujetó mi mano derecha y separó mi dedo índice doblando el resto, lo introdujo lentamente en su boca y le dio una lamida. A mí me dio un poco de asco. Después asentó la yema sobre el polvo y lo regresó hasta mis labios—. Esta cantidad no hará nada, solo pruébalo, no tienes por qué temer.
No quise abrir la boca, así que ella volvió a tomar iniciativa y con su otra mano pellizcó mi quijada, apartando mis labios. Frotó mi dedo en mis encías varias veces y terminó empujándolo hacia la punta de mi lengua para luego rozarlo en mi labio inferior.
Mi boca comenzó a amortiguarse, mi lengua se sentía estúpida. Tragué y el sabor era amargo, volví a tragar y sentí un nudo formarse en mi garganta, carraspeé.
—Dale unos minutos y, si te gusta, ya sabes donde estamos.
Salí a la sala principal y vi a Marina a lo lejos. Lo que fuera que sentía, quería que esa sensación dejara mi boca. Fue un error vagabundear por la casa de una fraternidad, sola. ¿En qué estaba pensando?
Fui al bar y tomé otro aguardiente, supo peor que el anterior, pedí agua helada y la bebí. Por fin tuve algo de calma.
Pedí dos cervezas y me dirigí a mi rubia, un par de canciones y le pediría que termináramos la noche en su habitación. No tenía interés en esa rápida vida universitaria, solo en ella.
Cuando la alcancé, solo con verla ya me sentí mejor, animada, un poco. La música estaba buena y sus amigos un poco locos, reímos bastante hasta que llegó uno en particular.
—Hey, ella es la amiga que te conté.
—¿Tú?—me dijo su acompañante al verme, reconociéndome de inmediato.
—¡¿Tú?! —le respondí yo.
Sí, esa fue la conversación, nada más que en lugar de los «tú» nuestros nombres.
A Marina se le fue la diversión al darse cuenta de que el chico con cabeza de resorte, la parejita de su mejor amigo gay, era amigo mío —que acabo de enterarme que también es gay— y quien además admitió abiertamente que está aún en la escuela y es mi compañero de curso. Yep. Gracias, muchas, muchas gracias.
—¡¿Por qué no me contaste que tenías diecisiete años?!
—Marina, qué importa.
—¡Importa, yo tengo diecinueve! ¡Eres menor de edad!
—Cumplo los dieciocho el año entrante, no falta nada.
No puedo admitirle al todo el mundo que soy una farsa total y en realidad ya los tengo.
—Por Dios… —se lamentó—, iba a pedirte que fueras mi novia hoy.
—Marin…
—Esto no está bien —su desesperación se notaba en las docenas de vueltas que le dio al metro cuadrado donde hablábamos alejadas del ruido de la fiesta.
—Marina, está bien. De verdad, no pasa nada.
—¡Estás loca, podría terminar en la cárcel y con un récord de asalto sexual, de violadora!
—¿Por ser mi novia?
—¡Por tener sexo contigo!
—Si quieres no tendremos sexo hasta mis dieciocho —bromeé, no le hizo gracia—. Le agradas a mi mamá. No pasará nada lo prometo.
—Pasará, le sucedió a un amigo por meterse con alguien que no llegaba a la edad legal en mi ciudad y eso que en ahí la ley es más flexible y la edad mínima es dieciséis.
—Tu amigo se tiró a una niña de quince, ¡yo no tengo quince años!
—¡ESTO NO FUNCIONARÁ ASÍ! Lo siento, pero me pides mucho.
—Vamos, lo del sexo va en serio.
—Creo que mejor… seamos amigas hasta entonces y… si tú y yo nos sentimos igual…
Lo decía en serio y lo peor es que para ese entonces el pequeño vuelo que tuve con la cocaína en mis encías empezaba a bajar. Me dio muchísima tristeza y a eso sumémosle mi ya tan alterada sensibilidad.
—Okey… como quieras. No te quiero perder.
—No lo harás —me aseguró sin un abrazo o una sonrisa como la que me dio en la acera. Todo cambió.
Nada dura para siempre, la vida es efímera, la realidad incierta, nada ni nadie está asegurado en el mundo y yo tengo la peor suerte de todas. Estoy sola.
Wow…
Lena… Dios.
No sé como sentirme. Tengo la culpa atorada en la garganta. Ha pasado tiempo desde que escribió esta entrada y cada vez es más gente la que se va. Katia, su hermana a estudiar, Nastya a vivir con su familia, Leo a Brasil, yo quizá a Moscú. No dudaría que sea por esto por lo que se resiste a tener una relación o… puede ser que está esperando a Marina.
De repente toda la inseguridad que sentía por Leo se la roba una rubia que no conozco.
—¿Yulia? —me asusta un voz conocida y volteo hacia la puerta, cerrando de inmediato el diario.
—¡Anatoli! ¿Qué haces aquí?
—Vine a visitar a Leo. ¿Qué te pasó? —me dice dejándose entrar, sin mi permiso.
—Tuve un roce con una bota.
—Oh… bueno, no quisiera ver a la bota, seguro ahora es una sandalia ahora o… —bromea y sonríe. No es mi sonrisa o la de papá. Debe ser la de su madre, como sus ojos, son café, su piel algo morena. Me da curiosidad de cómo es esa mujer.
—Yulia, hija —dice una voz aún más familiar que entra por esa misma puerta, también sin preguntar—. Tuve unos minutos y quise pasar a verte…
—¡¿Papá?!
¡Oh, rayos!
Las situaciones incómodas pueden ser bastante graciosas si tienes el humor suficiente como para reírte de tu propia desgracia. En eso, Anatoli es muy diferente a papá y a mí.
—¡Hablé contigo, sobre esto, hace años! —repite mi medio hermano por tercera vez.
Yo me mantengo al margen y me quedo con la boca cerrada. Papá debe manejar este lío, es absurdo que yo salga en defensa suya cuando siento que toda esta situación es indefendible.
—Lo sé, Anatoli —le responde papá.
Puedo ver la rigidez de su cuerpo a unos pasos de la puerta, no se ha movido desde que lo reconoció. Está afligido y contempla a su hijo con algo de temor. Anatoli se lleva ambas manos de la cara y sigue dando vueltas por la habitación. Sus pasos se escuchan pesados, pero debe ser mi propio barullo, porque escucho de él una corta risa. Suena a incredulidad. Se da la vuelta y me mira extendiendo su mano, tratando de decir algo.
¿Y bien?
Nada, rápidamente la retira y vuelve a darnos la espalda, pasando sus manos entre su cabello hasta llegar a su nuca y entrelaza sus dedos ahí, exhalando fuerte por la nariz; no logra encontrar las palabras que necesita decir y yo comienzo a desesperarme. ¡Si va a mandarnos al diablo que lo haga ya!
Papá respira profundo, tiene mi atención. Se limpia la garganta, adelanta un paso, listo para intervenir, cuando Anatoli gira en mi dirección y hace un nuevo intento. Abre la boca, pero… nada sale. Si pudiera levantarme ya lo habría cacheteado para que reaccione.
Ahora cambia su vista a nuestro padre. Lo va a golpear, lo va a hacer, ajap, tiene cara de que lo podría tumbar de un golpe. Luego me tirará de la camilla, directo al piso, a terminar con lo que Román inicio ayer.
¿Dónde diablos está mi navaja?
Se acerca, ahí va, se aproxima y con diligencia… ¿lo abraza? ¿Qué diablos acaba de suceder?
Le da un par de golpes suaves en la espalda y le dice que lo ama, lo que, para ser honestos, es extremadamente anticlímax.
¡Es papá, dale un sacudón aunque sea! Se lo merece.
—Yulia… Emm, quería decirte que te ves mejor con el pelo oscuro que con el rubio, pero de alguna forma se siente increíblemente mal viniendo de tu… hermano —me comenta finalmente.
—Te entiendo.
Pero cuando me conoció ya tenía este color de pelo. No llevo el rubio más de dos años.
—Yo… una mañana me fugué de la escuela con mis amigos, estaba en el ultimo año, tenía… —Sube sus pupilas hacia arriba, haciendo memoria—, diecisiete. Nos encantaba ir al muelle. Yo sabía que papá nunca me pillaría allí, él siempre se negaba a llevarnos a mis hermanos y a mí, a cualquier precio, no tocábamos ese lugar.
Lo miro observando a su hijo, sus facciones se aligeran escuchándolo y recuerdo lo que me dijo, ese era nuestro lugar, como había sido el suyo con mi abuelo.
—Pero ese día lo vi allí desde lejos. Llevaba su traje de oficina, sin chaqueta ni corbata, se me hacia tan raro. —Sonríe. El raro es él—. Enseguida te noté. La estaba pasando bien contigo, era tan cariñoso y yo me quedé in-mu-ta-do… No, perturbado es una mejor palabra. Tú me comprendes, un hombre mayor, una nena que no llegaba ni a la pubertad…
—¡Anatoli! —Papá se quejó, yo me reí.
—Debes haber tenido unos… ¿once años? —Seguía explicando con sus manos por todo el lugar. Anatoli es bastante expresivo, algo que tampoco sacó de papá—. Me acerqué y me escondí detrás de un carrito de palomitas. Oí una rabieta tuya, querías una jirafa púrpura, me acuerdo tan bien de ella…
Yo también, volví por el peluche durante tres sábados seguidos, hasta que la gané. Y luego Nastya fue a mi casa y puso el mismo berrinche para que se la regalara.
—Al final, papá se dio la vuelta y comenzó a caminar, así como es él con su actitud de: «no aguanto nada, me voy»…
La cara de nuestro padre cambió, empezaba a molestarse. No le gusta que le saquen esas cosas en cara
—Te tranquilizaste y lo seguiste, alcanzándolo a un par de metros y le dijiste: «Lo siento, papá, perdóname».
Lo recuerdo.
—Me quedé mudo. No lo esperaba… —Suspira y su alegre cuento cambia a uno triste—. Dejé a mis amigos y fui a casa. Vi a mamá, estaba tan decaída y pensé que había descubierto lo mismo que yo. Esperé por ti —dijo dirigiéndose a papá—, ni siquiera pude hablar contigo porque mamá nos sentó a todos en la sala y nos contó sobre su cáncer esa misma tarde.
Oh…
—Te pregunté esa noche sobre la niña de cabello rubio y me dijiste que era una hija de un amigo —le reclama. Papá solo atina a cerrar los ojos con vergüenza—. Yo estaba tan tocado por lo de mamá que lo acepté y ya, pero siempre dudé. —Intercala su atención entre él y yo, y nos señala con su dedo índice—. Tienes sus ojos. Ninguno de nosotros los heredó, tenemos los de nuestra mamá.
Tengo algo de papá que es solo mío, algo que la mayoría de la gente me ha dicho que me hace tan… yo. Es gracioso.
—Esa fue la última vez que salimos. Pensé que había sido por esa estúpida jirafa, tal vez lo fue —les digo.
—No —me confirma nuestro progenitor—, lo dejé todo para ayudar a…
—A mi mamá. —Completa Anatoli por él—. Ella estuvo en muy mal estado durante más de dos años. Ahora está mejor.
—Yo… lo siento, por no volver por ti, Yulia.
—Esta bien, no pasa nada.
No tiene por qué pasar, ya no hay nada que hacer al respecto y tan mala no es su excusa. Ella es la mamá de sus hijos. No puedo decir que no ha puesto el hombro cuando mamá lo ha necesitado, como en estos momentos con lo del préstamo y el nuevo trabajo.
—¿Sabes? Tú y yo somos más parecidos de lo que alguien podría creer —me dice Anatoli, recuperando esa alegría de antes.
—¿A qué te refieres? —le preguntó papá.
—Sí, es bastante gracioso —Sonrío porque papá no está disfrutando esto, pero yo sí que lo hago. Anatoli no tiene ni media hora de saber que estamos relacionados y está por entregarme varias armas de destrucción masiva para la próxima pelea que tenga con papá. Esa es la definición de hermano mayor, ¿verdad?—. Mis papás solo querían dos hijos, dos. Andrew y Varvara son parte del plan, yo fui un error, el producto de una noche de reconciliación en la playa, ¿no, papá?
—¡Anatoli!
—Por eso no me llevo bien con los otros dos —susurra hacia mi lado, papá tiene una cara de querer matarlo ahí mismo—. Bueno algo, algo con Varvara. Ella siempre quiso una hermana, claro que te habría tenido de Barbie humana y créeme, no es divertido.
Anatoli es un buen tipo y se lo tomó bien, pero como habla de su familia no creo que sea igual con los mayores.
—Hijo, puedo preguntarte ¿qué diablos haces aquí?
—¡Oh, rayos, lo olvidé! Vine a saludar a Leo, vamos a soplarle las velas con el resto del grupo. Hoy es su cumpleaños —nos explicó. Metió la mano en el bolsillo trasero del pantalón y sacó su celular, haciendo una mueca cuando notó que tenía varias llamadas perdidas—. Voy a ver cómo está todo. Ya regreso —dijo y salió disparado.
Después de unos segundos de silencio papá se acerca a mí y me mira arrepentido.
—No tenía idea de que él estaría aquí. ¿Cómo lo conoces? Me refiero a ¿sabías que era…?
—¿Tu hijo? Sí —le ratifico—, Lena nos presentó.
—¿La… pelirroja novia de Leonardo?
—No es su novia.
—¿Estás segura? Los dos se la pasan pegados como ventosas…
—¡No los son!… Como sea, Lena, ¿no la recuerdas? Lena, mi compañera de curso, ¿Lena Katina? La que me ayudó con la obra aquella vez que fuiste al teatro.
—¿Es la misma chica?
—Sí, papá no te impresiones. Sus papás conocen a Leo. Todo bien, respira.
—Sí, claro… bien. —Le altera la idea de que una chica de la misma edad que su hija esté con el mastodonte. Te entiendo, papá, créeme—. Ella es amiga de Anatoli… y tú amiga —Piensa por un momento, asintiéndose a sí mismo—. Me reconoció hace unas semanas en la barbacoa y te lo contó.
—No te preocupes no le mencionó nada a Anatoli y no planea publicarlo en los diarios.
—Yulia, yo… te prometí que las cosas serían diferentes. Ya no voy a ocultarte con nadie.
—Lo dices ahora, porque Anatoli reaccionó considerablemente bien. Pero algo me dice que el resto de tu familia no se lo tomará tan ligero.
No trato de convencerlo a él. Mi salud mental está más en juego que la complejidad de decir la verdad después de diecisiete años. Yo no quiero una vida llena de complicaciones justo ahora que, las que ya tengo, me trajeron hasta esta camilla. Es suficiente estrés por varios años.
—Nada tiene que cambiar papá. El contrato que tienes con mamá sirve y no hace falta una enmienda por Anatoli. Imagino que él comprenderá si le pides que guarde silencio.
—¿Y obligarlo que le mienta a su madre?
—Lo ha hecho por seis años. —No rebate, porque tengo razón.
Puntualmente me preocupa qué hacer con mamá. Si piensa volver con Román y quedarse, yo debo alejarme. Si decide viajar a Moscú y cambiar de prioridades, las posibilidades aumentan; aunque en este punto no sé qué es mejor. No necesito más problemas o enfrentar a sus otros hijos y a su esposa. Es un peso que prefiero no ponerme sobre los hombros.
—No te obligaré a nada. Pero quiero que tengas muy presente que yo…ya no estoy dispuesto a callar o a esconderte —me dice lleno de seguridad.
Se endereza dejando la pena a un lado y me mira orgulloso. Me parezco tanto a él en eso y en muchos otros detalles. ¿Qué es lo que hace a Anatoli más su hijo que yo, siendo tan distinto?
—Vi algo en tu mirada cuando te hablaba. Te preguntabas algo importante, como ahora, justo ahora. ¿Qué es?
No quiero contestarle porque lo que acabo de declarar dejaría de tener valor y, absolutamente todo, es verdad. No quiero más penas.
Él espera por mí y se lo debo. Esta es una charla que tiene que concluir y yo requiero decirle lo que siento.
—Yo nunca te habría pedido dinero, no uno que no necesitara como en esta ocasión —me refiero a la cama de este hospital que él está pagando—, pero algo que siempre añoré y quise era tu tiempo. Tú… con seguridad pensabas que ellos lo merecían más que yo y puede que sea así —Levanto mi mano para detener sus palabras, quiero y necesito que me escuche—. Ya no soy una niña papá, no necesito hermanos para jugar, no quiero conocerlos.
Su semblante decae. Pero ese no es el punto.
—Anatoli, es genial, no me malentiendas. Los otros dos deben ser buenos hijos… lo que sea. Yo no necesito una familia ahora.
Papá asiente comprendiendo, a pesar de que no quiera aceptarlo. Quizá el tiene una idealización de lo que sería nuestra relación si sus tres hijos me conocieran y los cuatro nos lleváramos bien. La verdad es que yo habría dado mi reino entero por esa oportunidad cuando era pequeña, pero la vida cambia, yo lo hice.
—No quiero que te molestes planeando un encuentro. No me molesta conocer a Anatoli, solo te pido que no me impongas ahora algo que siempre me negaste.
Mis palabras le duelen, lamento que sea así. Es lo que necesito.
—Es tu voluntad y la respetaré, de ahora en adelante, la pelota está en tu cancha, la que decide eres tú.
De hecho, es así...
RAINBOW.XANDER- Mensajes : 1950
Fecha de inscripción : 19/09/2016
Edad : 22
Localización : Buenos Aires
Re: EL DIARIO (ADAPTACION) // RAINBOW.XANDER
Hola
que buen capitulo
pobre Yulia todo lo que le paso
y en verdad su mama necesita ayuda
todo lo que le hizo Roman a su hija y quiere
seguir con el y justificarlo lo elije el esto es el colmo
Anatoli tuvo una reaccion positva no me lo esperaba
Lena no se ha enterado de lo que le paso
y que Yul esta en el hospital se va a enterar
cundo ella no sepresente a clases
Todo el misterio se va aclarando
Gracias para sacar un poco de tu tiempo para seguir
esta historia ya que estas muy ocupada y tienes tus
obligaciones pero no la abandones y mucho ANIMO
que buen capitulo
pobre Yulia todo lo que le paso
y en verdad su mama necesita ayuda
todo lo que le hizo Roman a su hija y quiere
seguir con el y justificarlo lo elije el esto es el colmo
Anatoli tuvo una reaccion positva no me lo esperaba
Lena no se ha enterado de lo que le paso
y que Yul esta en el hospital se va a enterar
cundo ella no sepresente a clases
Todo el misterio se va aclarando
Gracias para sacar un poco de tu tiempo para seguir
esta historia ya que estas muy ocupada y tienes tus
obligaciones pero no la abandones y mucho ANIMO
andyvolkatin- Mensajes : 576
Fecha de inscripción : 27/05/2015
Re: EL DIARIO (ADAPTACION) // RAINBOW.XANDER
Hola andyvolkatin , pues si. A veces algunas personas se ciegan y creen que el amor es lo que todo lo puede y dejan a un lado lo que verdaderamente importa, en este caso es que Yulia salió agredida y Larissa solo pensó en ella...
Pero a leer!!!
Capítulo 33: Mientras menos sepa, mejor para?
Entrada número treinta y siete
16 de agosto, 2015
Debe ser el estrés de estos días, tiene qué ser el estrés. No puedo estar embarazada…
No me voy a comportar como una nena, esto lo decidí yo. Sabía perfectamente en qué me metía. Y, sí, siempre usamos condones, pero los accidentes pasan, los condones se rompen, a veces los chicos se los ponen mal… ¡Yo misma pude haberlo puesto mal! Las hormonas pueden fallar, ¿no? Un desfase de unas horas en las pastillas, afecta, —me imagino—, no las tomo con cronómetro.
Diez minutos. El paquete decía esperar siete, pero mejor si espero diez, Así estoy completamente segura, sí…
¿Cuándo pudo pasar?… No he tenido mi período en más de un mes. No soy regular, nunca me preocupo por retrasarme unos días, pero esto ya es demasiado. La última vez fue… unos días antes de que Leo se fuera a Brasil, a principios de julio… y claro, catorce días después él regreso y… lo hicimos como conejos en todo el departamento.
¡Maldición, fue ese día! Mi bebé será hijo de los celos de Leo por Marina. ¡Qué lindo! Será pelirrojo… ufff.
¡¿Cuánto tiempo son diez minutos?!
¿Qué se supone que le voy a decir? Yo no quiero este bebé, pero ¿y sí el lo quiere? Tendré que tenerlo, ¿cómo puedo negarle un hijo a su padre?
Esto lo cambiaría todo.
Ya valió. Lo reviso a los siete minutos, no voy a lograr esperar por los diez. Uno más… paciencia. Tu futuro entero llega en un minuto más.
¿Qué voy a decirles a mis padres?
«¡Hey, de tal palo tal astilla, voy a tener un bebé a los dieciocho, woot, woot!»
No, no quiero un bebé. Tengo tanto por hacer, sola… ¡sola!. Mi vida no se va a terminar con los gritos de un diminuto humano.
¿Por qué tenía que tener sexo, por qué?
Fue bueno, no lo niego, pero ¡¿por qué no pude quedarme virgen hasta los cuarenta?! ¿Qué tiene de malo masturbarse? A ver, ¿qué? Después de todo, el sexo es como auto consolarse…
¿A quién trato de engañar? Me encanta el sexo. Me parece la forma perfecta de dejarte ir, de perderte en otro cuerpo.
El juego de la conquista me fascina; la seducción. Exponerte mental y físicamente. Ponerte al filo y luego dejarte caer.
El acto de desnudar a alguien es tan personal e íntimo. Tocar su piel, rozarlo apenas con las yemas de tus dedos, despojarlo de las telas que lo cubren. Me encanta dejarme hacer lo mismo, sentir la dedicación que la otra persona encuentra por descubrirme, por hacerme retorcer, por causarme esa ansiedad insoportable que solo se puede clamar con gemidos y respiraciones profundas.
Usar los labios es de mis cosas preferidas. No hay nada como sentir el pulso de tu compañero justo ahí, en la superficie tibia de esas dos carnosidades, haciéndote salivar por el aroma que emite su piel, por la suavidad, por el deseo.
Jugar con la lengua es lo mejor que alguien puede hacer conmigo. Amo los rastros de otro ser en mi cuerpo. Adoro las grandes y desesperadas bocanadas que puede tomar sobre mi estómago, las pequeñas mordidas en mis lados, en mis muslos, en mis senos…
El acto en sí es divino. ¿Cómo más te explicas la estúpida y absurda necesidad de posesión? La penetración y la entrega son eso; querer ser uno con tu pareja, desear con todo tu ser satisfacer por completo a quien está desbaratándose por dentro y tú quieres estar ahí precisamente, adentro. Lo supe el instante que estuve con Marina. Todo el proceso, desde bailar en ese bar hasta llegar al filo de su cama, fue un juego de dominación y sometimiento, de dar y recibir, de conquista y seducción; y necesitaba terminar en ese acto, en sentirme una con ella.
La técnica es irrelevante. Nada importa en realidad más que gozar cada segundo, hacerlo durar, no apresurar nada, no doblegar ni un respiro, ni un grito, ni un quejido irracional de tu cuerpo, escuchar lo mismo en tu oído, sentir ese cuerpo morir contigo.
El sexo es magia…
¡Magia que ahora será un niño llorón!
Diez minutos, bien. La hora de la verdad.
…
Y bueno…, tendremos un niño llorón y pelirrojo, con acento brasileño y una mamá que no lo quiere.
Yo no quiero ese bebe.
Y sí, soy la copia de mi madre. Ella tampoco quería a Iván y luego metió la pata dos veces más con mi hermana y conmigo.
Bien, dicen por ahí: «Lo que se hereda, no se hurta».
Me jodí…
Esta pelirroja… me va a matar. ¿Puede expresarse con mayor libertad y holgura sobre lo mucho que le gusta tener intimidad con alguien?, porque ella no habla de un simple acto sexual, esto es otro nivel. Estuve con Alyósha dos años y nunca, repito, nunca hicimos esto.
Puedo fácilmente poner de excusa que tenía que controlar mis gemidos, que no podía gritar a los cuatro vientos, que debíamos ser prudentes en ese aspecto frente a su familia, aunque sería una total mentira. En ocasiones lo hacíamos en mi casa cuando estábamos solos y tampoco sucedió. Nunca sentí la necesidad de dejarme ir, de perder el control. Él hacía lo suyo, yo intentaba hacer lo mío, a veces llegaba, la mayoría no. Era sexo y ya, tampoco era esto de «compenetrarse», de sentirse, de conquistarse. Eso quizá ocurrió nuestra primera vez, después era un: «somos novios, estamos solos, vamos a hacerlo».
Lena me intriga. Tiene tanta facilidad para exteriorizar lo que siente. Yo estoy muy lejos de poder hacerlo.
La otra parte de la entrada me preocupa. Este es el gran susto del que leí cuando me salté varios días del diario. Lena creía estar embarazada, pero ¿fue un susto o fue real? Y si lo fue… ¿tuvo un aborto?
No puedo preguntarle sobre ello y, sinceramente, no sé si quiero saber.
Nunca he estado a favor del movimiento pro vida y siempre he sido de la idea de que la mamá debe hacer lo que es mejor para ella, esa es, en última instancia, lo que es mejor para el bebé. Sin embargo, esto es muy personal. Este era el bebé de Lena. ¡Su bebé!
No lo sé. ¿Cómo dejar a un pequeño o pequeña Lena… irse?
Yo, realmente no quiero saber.
Despierto con el olor de donas frescas, mis favoritas, chocolate con grageas de coco. No es un sueño, ahí está la caja sobre la mesa de noche de mi habitación de hospital, que, aparte de ese detalle, está tal como ayer que me fui a dormir.
Respiro hondo sin recordar que mi costilla hace presión con mi pulmón y me duele. Según el doctor tendré que hacer reposo por cinco días, y después, cinco más caminando con mucha mesura e intentando no pasar sentada mucho tiempo, lo que significa que no iré a la escuela por las siguientes dos semanas.
Trato de no bostezar, pero cómo necesito hacerlo, desperezarme, estirar mis brazos completamente. Mamá tenía algo de razón, ya me cansé de estar aquí encerrada, postrada en la cama y apenas es el segundo día.
—Despertaste —me pregunta una voz conocida. Mi vista cae sobre la puerta y la veo entrar con cuidado—. Tu mamá me dijo que probablemente dormirías hasta medio día.
—¿Por qué no estás en la escuela? Es jueves.
—Le dan el alta a Leo hoy. Mis papás me dieron permiso para faltar y ayudarlo a acomodarse en su casa.
Qué lindo, los suegros ayudando al yerno a sentirse más cómodo con su hija como su mucama personal, es tan… siglo XVI. Excelente forma de iniciar el día.
—¿Y qué haces aquí entonces? Su cuarto queda al final del corredor, ¿no?
—Lo sé, pero quería ver cómo estabas. Me preocupé muchísimo cuando Nastya me contó lo que pasó. Dijo que tu teléfono estaba casi sin batería cuando hablaste con ella esa noche y que no tenías cargador.
—Aún no lo tengo, el aparato murió segundos después de colgar, pero le pedí que les avisara a todos que estoy bien.
—Pues, ámame, te traje algo —me dice, enseñándome el cable.
—¿Ámame? Gracias será lo más que obtendrás de mí, Katina.
—Está bien y de nada. Estaba preocupada, imagino que deberás quedarte aquí unos días más.
—Hasta que pueda caminar y huir.
Busca algo más en su bolsa y saca un sobre junto con varios folletos.
—Tu mamá me pidió, antes de salir a la oficina, que te entregara esto y dijo que esperaba que te gusten las donas con té porque las enfermeras no le permitieron dejar el café que te trajo. —Se acerca para que yo no haga mucho esfuerzo y me los entrega.
Miro de pasada las portadas de los folletos. Uno es el de una escuela en Moscú, el otro uno de departamentos y casas de la ciudad. Ya veo por donde vamos.
Abro el sobre y encuentro un papel doblado, parece una carta y a un lado de la misma dos boletos de avión. Los saco, están fechados para el 15 de noviembre de este año, a diecisiete días de hoy.
Saco la carta e intento leerla, pero mi vista se hace demasiado borrosa.
—¡Estoy ciega!
—¿Puedes verme?
—Sí, Katina —le contesto con desgano. No me entendió—. Tú estás a más de un metro, no veo nada a diez centímetros de distancia.
—¿Quieres que llame al doctor?
—No, ayer me explicó que podría tener este síntoma temporal como reacción a los analgésicos y los sueros —le digo y pienso, necesito saber qué dice—. ¿Podrías… leérmela?
—Emm, creo que esto es algo personal. No lo sé.
Cómo si yo no estuviese leyendo su vida privada como si fuera un bestseller.
—Por favor, no me preocupa que sepas lo que haya escrito mamá, te lo contaría de todas formas.
Le sorprende mi declaración, pero la acepta. Da unos pasos con timidez y abre el papel, regresándome la mirada. Me hago a un lado de la cama, dejando espacio suficiente para que se siente y doy dos palmadas en el colchón, invitándola. Ella acepta y se acomoda, carraspeando un poco antes de iniciar.
Llegué anoche mientras dormías. No quise despertarte, por un momento recordé cuando eras pequeña y te acostabas a mi lado para ver algún programa de televisión o una de esas películas de terror. No había noche que no te quedaras dormida, veinte minutos antes del final, y yo, como ahora, te contemplaba.
Voy a darte la razón sobre la discusión de la mañana. Mis decisiones con respecto a Román han sido increíblemente estúpidas.
Tú eres fuerte, tienes voluntad, un propósito y muchos sueños. Todo eso es importante, es lo que te hace tan especial, Yulia, y mereces mucho más de lo que, erróneamente, yo elegí para las dos.
Necesito ser honesta contigo, finalmente dejarte saber la verdad acerca de tu padre. Creo que es lo mínimo que puedo hacer y la única forma en la que podrás elegir a conciencia.
Oleg quiso ser parte de tu vida desde un inicio. Estaba nervioso, como es normal, pero con el tiempo se alegró mucho con la idea de tenerte. Sin embargo, para mí, todo se reducía a obligarte a tener una vida incompleta, a ser presa de una situación incómoda para darle gusto a tu padre, o que fueras libre de ataduras y que tu felicidad no tuviese que pasar por la conveniencia de otros, de su familia.
La idea del contrato fue mía.
Él nunca dijo nada, la amenaza real de perder a sus hijos llegó pronto. Su esposa se enteró de mí, de ti, y lo amenazó con llevárselos lejos. Oleg no los volvería a ver y no era una advertencia sin fundamento, su padre es un reconocido juez familiar, le sería muy fácil conseguir la custodia completa e impedirle ser parte de sus vidas. Yo en cambio le prometí que nunca te perdería, que nos quedaríamos en Soshi y que podría frecuentarte cuando quisiera; en su desesperación accedió a firmar.
Lo que hice nunca fue justo para ti.
Ahora, con Román, siento que he cometido aún un delito mayor. No sé por qué se me hace tan difícil ver en lo que se convirtió. Aún siento que es el hombre del principio y siento tanta nostalgia por lo que fuimos, no puedo evitar justificarlo, pero tú eres mi bebé, siempre lo vas a ser así me pongas esa cara de asco que debes tener al leer esto. Tú y tu hermano son lo que más importa en mi vida y él… él puede irse al diablo. No volveré con Román.
Aunque me he decidido y viajaré a Moscú, una vez más, te he puesto en una situación imposible. Has sido una víctima de mi voluntad toda tu vida y ahora me doy cuenta de que solo te he hecho daño.
Te amo, quiero lo mejor para ti y entiendo que, en esta ocasión, eres tú la que debe decidir.
Te dejo marcado en los folletos varios departamentos y casas en los que podríamos vivir en Moscú si decides venir conmigo, hay lugares muy bonitos, sitios cerca de teatros, de unas cafeterías bohemias que estoy segura te encantarán. El otro tríptico es de una escuela de artes muy parecida a donde vas, tiene maestros reconocidos internacionalmente y sus alumnos han ganado premios de escritura y canto, sería un ambiente perfecto para ti.
Las donas no son un soborno. Sé que te encantan y, si no puedo darte nada más, por lo menos algo que te haga feliz por unos minutos.
Regresaré en la noche, ahora debo ir a trabajar. Te amo bebe. Por favor no te sientas obligada a quedarte a mi lado otra vez, yo sé que debes empezar a seguir tu propio camino y te apoyaré en lo que decidas.
Lo siento.
Mamá.
Lena dobla la carta nuevamente y se queda en silencio, dejándola a un lado. No me mira. Me pregunto si algo de lo que mamá dijo la tocó personalmente. Ambas hemos sido, víctimas de las circunstancias. Ni ella ni yo tenemos el lujo de otros chicos de nuestra edad, de vivir sin líos, ligeramente, sin un pasado que nos atormente.
—He creído toda mi vida que era papá quien imponía la distancia. Ya no sé que pensar.
—Según la carta lo hizo para no perder a sus otros hijos. Tan equivocada no estabas.
—Supongo que ahora comprendo mejor las partes de nuestra relación.
Como el porqué mamá no se enojaba cuando él me iba a buscar a la escuela, o porqué aparecía de la nada un viernes para llevarme a comer, o me hacia regalos inesperados; porqué le importaba tanto que llevara con altura su nombre y porqué ahora quiere que me quede en la ciudad. Le asusta separarse completamente de mí, que llegue a olvidarlo. Aunque si en seis años de sentida ausencia —en los que lo vi en contadas ocasiones— no pasó, no sucederá al mudarme.
—Anatoli me contó lo que sucedió con ustedes ayer —me comenta—. Se dio cuenta de que ya lo sabía y se enojó por un momento por no mencionárselo.
—¿Qué podías decirle?
—Nada y él lo sabe. No hubiese sido justo contigo.
Eso es precisamente lo que hace que me pregunte: ¿qué es lo que Lena siente por mí?, específicamente.
Está triste por la posibilidad de que me vaya, le gusto físicamente, tiene consideraciones conmigo.
¿Entonces, qué?
Porque ha conocido a Anatoli desde hace un tiempo y —viéndolos juntos— se llevan muy bien, Lena es la «casi novia» de su mejor amigo. Sin embargo, pensó en mí primero. Así que, somos amigas, más amigas de lo que ellos son.
¿Le gusto románticamente hablando? ¿O es sólo eso? Tenemos una amistad y ya.
Dios, me gustaría saber a ciencia cierta, poder descifrarlo mirándola, porque ¿cómo puedo decidir qué hacer si no considero todo lo importante en mi vida? Y ella lo es.
—Tienes una decisión difícil.
—Tú… mencionaste que conociste a la mamá de Anatoli. Dijiste que era una buena mujer, agradable.
—Eso pensé.
—Se puso una máscara. Es una arpía, celosa e insegura.
—Yo no lo veo así —me responde de inmediato.
—No me digas que estás de acuerdo con lo que hizo.
—Para nada. Solo me pongo es sus zapatos.
—Explícate. —Le pido, porque no entiendo cómo puede sentir compasión por ella después de leer la carta.
—Yulia, esta mujer, de lo que vi y escuché en las conversaciones de ese día, es una simple ama de casa. Ha sido toda la vida la esposa de tu papá y la mamá de sus hijos. Yo presiento que tuvo miedo de que la abandonara, de que las cosas cambiaran para ellos y, sin dudas, lo hizo para garantizar su seguridad.
—¡¿A costa mía?!
—¡A costa de quién sea! No me malinterpretes. No condeno lo que hizo, creo que tú no habrías irrumpido en su familia, pero ¿qué es exactamente lo que crees que habría pasado?
Pienso y pienso, pero no lo sé. Las posibilidades son infinitas, desde que pudimos haber tenido la mejor de las suertes y ser una familia unida, a que nos odiáramos.
—No soy de las personas que cree que un hombre tiene una aventura por tenerla —me dice Lena—. Si tu papá tuvo una relación con tu mamá, de seguro estaba pasando por un momento difícil en su matrimonio y creo que eso motivación suficiente para que lo amenazara de esa manera.
—Aún están juntos, ¿qué tan mal estuvieron las cosas? —le respondo.
Es evidente que sobrevivieron lo que sea que pasó y papá le perdonó que lo alejara de mí. Si alguien me hiciera algo parecido, cortaría lazos para siempre, no daría vuelta atrás, así que esa no es una razón real.
—Quizá papá es un Don Juan y ya, un mujeriego. Tal vez tengo diez hermanos más que nadie conoce.
—Habla con él, pregúntale. Solo él te puede aclarar estas cosas.
No me dice nada que no supiera. Sé mi historia, lo que mamá me cuenta, pero papá y yo no hemos hablado sobre esto antes.
Regreso a ver a la caja de donas y su olor me está matando de las ganas.
—¿Quieres comerte una conmigo? —le digo apuntando con mi quijada a la caja.
—Gracias, estoy salivando desde que entré a tu habitación —se apura a servirlas.
—¿Té? —le ofrezco, aunque es ella quien deberá verterlo en el vaso plástico. Me lo alcanza y, en lugar de llenar otro, saca de su bolsa una gaseosa.
—No es justo que tú tomes refresco frente a mí cuando yo tengo que aguantarme esa agua desabrida.
—Te prometo que cuando salgas de aquí te prepararé el mejor café que hayas probado en tu vida.
—¿Tú? ¿Desde cuándo sabes hacer café?
—Desde que salgo con un Chef/DJ proveniente de Sudamérica.
Tenía que recordármelo. Insisto con que ha sido un lindo iniciar de día.
—Cambiando de tema —me dice intentando sonar casual. No le sale—. Supongo que no regresarás al apartamento cuando te den el alta.
—No, debo estar en reposo y allí no puedo recostarme sin esfuerzo, además el lugar es diminuto no cabrá el andador que debo usar hasta que se cure la costilla. ¿Por qué preguntas?
—Quería proponerte algo —dice a medias y da un gran mordisco a la dona. Hago lo mismo, imposible no imitarla, mi desayuno favorito, claro que falta el café.
—Habla —digo a boca llena.
—En casa hay una habitación desocupada y cómoda, podrías pasar allí tu recuperación.
—¿Quieres que duerma en el cuarto de Katia por aproximadamente una semana?
—Puedes quedarte en el mío si quieres, yo iré donde Katia.
—Jamás te obligaría a sacrificarte así.
Mastica con el ceño fruncido, eso quiere decir que está maquinando algo. Se ve linda así.
—¡Eureka! Podemos compartir habitación.
¿Eureka? ¿Qué es ahora, un personaje de un cuento de hadas?… Linda, dije.
—¿Compartir tu cama?
—Prometo no rebasar la mitad, tocarte o roncar.
—Con que no me des un golpe en la costilla, todo bien.
—Entonces… ¿aceptas?
—Déjame hablar con mamá y papá, al final, ellos deciden esto de mi salida del hospital y ya tuvieron una acalorada discusión.
—Hecho.
—Gracias por ofrecerlo. Ya me estoy hartando del sonidito del monitor. Siento que vivo en un capítulo de Grey's Anatomy.
—De nada —me responde, tirando la servilleta en el basurero como si fuese un aro de basquet ball. Anota tres puntos—. Oye, ¿crees que pueda volver después de acomodar a Leo en su departamento? No tengo ganas de pasar la tarde sola en casa.
—Pensé que te quedarías con él.
—No, irá su ex novia y sus amigos, yo solo voy para asegurarme que tenga todo a la mano y pedirle a la señora de la limpieza que tenga ciertas atenciones con él.
—¿Y no puede hacer eso Anatoli?
—Créeme, esos dos no pueden manejar sus vidas solos. Prefiero asegurarme de ser yo quien le especifique los horarios de las pastillas, los de lavado de ropa y de la limpieza de la casa. No quiero que le caiga una infección.
—Pues si te sobra tiempo después de ser su mamá… regresa. —La molesto y no le cae nada bien, se cruza de brazos esperando una disculpa que no tendrá.
—¿Muy enojada, Katina? —Le hago un puchero—. Ya, no te alteres, cómete otra dona.
Mira a la caja y niega, queriendo con todas sus ganas mandarme a volar, pero se acerca y toma otra.
Imposible resistirse y ahora sé que compartimos ese gusto. Se me hace genial comenzar a conocer cosas sobre ella que no sean las que están escritas en un diario o las pocas que me cuenta. Un detalle que tal vez, de todos sus amigos, sólo sé yo.
Entrada número treinta y ocho del diario.
17 de agosto, 2015
Alenka Kaufman Kowalski, nacida el 17 de mayo de 1997, esa soy yo. Hoy cumplo dieciocho años y cinco meses. Mi papá biológico se llama Erich, alemán nacido en Berlin en el 72. Mi mamá, Alenka, nacida en Ekaterimburgo en el 75, hija de migrantes Polacos. Se mudó a San Petersburgo en su pre-adolescencia y unos años después a Korsakovo. Allí conoció a Sergey, mi segundo papá, o el primero en realidad, el único que quiero tener.
Svetlana descubrió otros detalles que me hacen reconsiderar si en realidad quiero seguir por este camino o mejor me olvido de todo y sigo mi vida tal y como era antes de esa estúpida pelea de mis padres.
Con la información que le facilité, no le fue difícil llegar hasta el origen de mi familia. Los documentos de registro son públicos y solo tuvo que hacer un incómodo viaje a la tierra de los alienígenas y ta-da, obtuvo la información necesaria sobre mi pasado.
La identidad de mi padre fue mucho más compleja de obtener. Erich Kaufman no tiene un récord legal, un solo ticket de tránsito, una amonestación por no recoger la porquería de su perro cuando lo saca a pasear, nada que lo haga visible. Según los informes de impuestos, está al día con sus obligaciones y no tiene una dirección fija de vivienda, tampoco una cuenta de banco o un registro de empleo. Es dueño de su propio negocio, si es que elegimos creer eso por un segundo, Svetlana no lo hizo y yo tampoco. Su vida es demasiado perfecta, demasiado invisible, él es demasiado cuidadoso.
Su visibilidad en las redes sociales es nula, al menos bajo ese nombre y que además que coincidan con su procedencia. El listado de personas llamadas «Erich Kaufman» dentro Rusia arrojan una cantidad de 594. Con un programa de selección especializado, Svetlana logró disminuirlos a 87 y de esos los que vivieron en los estados del oeste en los años a partir de mi nacimiento hasta la muerte de mamá son 24.
Los Miroslav son una excelente opción para investigador privado, siendo completamente objetiva. En siete días obtuvieron lo que yo no logré en tantos meses. Creo que mi vocación definitivamente no es ser agente encubierta o inspectora, me va mejor con el canto y la actuación.
Regresando al tema, la señora Nina le dio a mi detective estrella una descripción bastante congruente de un hombre. Cabello largo hasta los hombros, rubio, ojos claros, aproximadamente de 1.85 m. de altura. Según la viejita siempre tiene un look despreocupado, como si fuese un adolescente de los noventas, los jeans rotos, camisas blancas aparentemente sucias, chaquetas de cuero, botas militares. Le dijo que siempre se viste así, no ha pasado un solo día desde que lo conoció a la última vez que fue a preguntarle por Alenka. Suficiente para pedir un bosquejo policial y hacer las preguntas correctas en los círculos indicados.
Un antiguo compañero de fuerza de su papá —quien antes de ser investigador privado fue alguacil—, le consiguió acceso a un nuevo programa de reconocimiento facial donde, introduciendo datos específicos y un boceto, pueden identificar a posibles sospechosos.
Obtuvo tres resultados, un joven de similares características que vive en Ekaterimburgo, un adulto mayor oriundo de Rostov y un hombre de mediana edad que se pasea constantemente por las fronteras del pais. Eso desató sus alarmas.
Supongo que utilizaría sus «recursos investigativos» para preguntar en cada recinto policial de las ciudades y pueblos aledaños. Rumores y cargos que terminaron en anulaciones, salieron a la luz. Mi padre es un hombre prudente y tiene dinero, muchos policías salieron en su defensa, dejando muy claro que los tenía metidos en su bolsillo y que sería mejor olvidar cualquier mención de su nombre, lo que asustó profundamente a Svetlana.
Erich está metido en algo, ella piensa que deben ser drogas o lavado de dinero. Eso justificaría que pueda viajar tanto sin un trabajo que pague lo suficiente para los gastos, además de su desaparición inmediata y sin rastro después del asesinato del cual fue sospechoso.
—No creo que podamos encontrar más sobre él. Tiene contactos por todos lados y no queremos atraerlo hacia ti —me dijo, terminando el café que salimos a tomar.
No sabía si quería saber más sobre Erich de todas formas. Desde que mencionó la descripción completa, se dibujó en mi cabeza. Es el hombre que veo en mis sueños. es mi padre quien mató a mamá, al menos eso es lo que siento, lo que recuerdo.
—Tu papá se ofreció a cambiar de comandancia a Sochi en el 2001, es todo lo que pude averiguar al respecto de su reubicación —me informó lo que pudo encontrar acerca de mi adopción y la de mi hermana—. Te sugiero que hables con tus padres, que les cuentes lo que sabes. Estoy segura de que ellos podrán llenar los huecos en la historia. No hay mucho más que yo pueda hacer.
Es sorprendente lo que consiguió en tan poco tiempo, aún así, decidió hacerme una gran rebaja. La cuenta final: setecientos dólares, a pagar en dos módicas cuotas.
Literalmente comienzo a tener miedo. Uno de los recuerdos más presentes en ese sueño es escucharlo decir: «¡Ella es mía!». Todavía tengo presente su voz y aquella que me llamó «Lenka» en la feria cuando estaba esa noche que salí con mi hermano y su novia. Me ha buscado por años y si fue él quien me vio, ya me encontró.
Después de dos incómodas conversaciones —una con mamá y una con papá—, acordamos que en dos días iré a casa de los Katin a pasar el resto de mi recuperación.
La charla con papá fue más del estilo: no haré lo que a ti te plazca. Lección número uno, si no quieres que viva en el hueco ese, dame otra alternativa a dejarme en un centro carcelario. No soy prisionera de tu conveniencia. Si las cosas van a cambiar, que cambien para bien, no para peor. Lo aceptó. Igual ofreció pagar todos los gastos que los Katin hagan en mi nombre y habló con ellos directamente, no porque yo se lo haya pedido, me enteré horas después en un mensaje de Lena.
La plática con mamá fue más compleja. Ella quería que regrese al apartamento; tu casa es tu casa, así sea un chiquero. Además, el viaje se aproxima y esperaba una decisión definitiva. Le dije con toda claridad que no iba a tomarla a la ligera. A decir verdad, me gustaría estar segura de querer mudarme, pero no es así. Estoy cansada de sacrificarme por el beneficio de otros que ya no vienen al caso. Tengo que pensar en mí.
Me preguntó: ¿por qué con Lena?, y ¿qué pasó con Aleksey?
Recordé entonces que todavía no le comentaba lo de nuestra ruptura y lo hice. No estuvo muy contenta con la pérdida de confianza entre nosotras, algo que no debería sorprenderla, se lo ha ganando a pulso.
—Me agrada la chica, Yulia —me dijo con un «pero» silente sobrando al final—. Se nota que es una buena «amiga».
—Lo es, ¿te molesta?
—Para nada, hija. Tan solo recuerda que te quedarás en su casa. Eres la invitada y debes respetar a la familia.
Mamá parecía querer romperme las bolas que no tengo, sus insinuaciones comenzaban a cambiarme el genio.
"No voy a violarla", fue lo que se precipitó en mi cabeza. Sin embargo, ni siquiera pude bromear al respecto, ella dejó perfectamente claro que no aprueba mi último enamoramiento.
—Quisiera pensar que eres extremadamente consciente del hecho de que es una chica.
"No mamá, Lena tiene pene, tranquila", quise decirle, aunque creo que esa broma habría sido recibida con una respuesta más despectiva aún.
—Tranquilízate, dormiremos en cuartos separados. —Quise aliviar sus preocupaciones. Su opinión con respecto a mis posibles relaciones me tiene sin cuidado. No es como si ella fuera a besarse o tener sexo con mi próxima compañera de habitación.
"Nos fuimos a la mierda con esa asunción".
Ay, no empiecen, ¿quieren? Es un maldito decir.
"Yep, nada que analizar de por qué eso es lo primero que te salta a la mente, besarla y tener sexo con ella. Recuerda que no dormirán separadas como le mentiste a nuestra madre. Lo único que limitará su contacto es tu costilla lastimada".
Bueno, como sea, no son más de diez días que compartiremos colchón y sábanas. Días en los que no podré leer el diario y mejor se callan y aprovecho para leerlo antes de que me den el alta.
Entrada número treinta y nueve del diario.
19 de agosto, 2015
Tres cajas más de exámenes positivos no son un buen augurio, por lo que decidí comprobar científicamente mi embarazo de una vez por todas. Ahí va más dinero, esto de tomar decisiones que pueden alterar el rumbo de tu vida, cuesta. Digamos que estoy viviendo plenamente mi adultez.
—Siéntese ahí, por favor. La llamaremos cuando sea su turno —me dijo la asistente de la mesa frontal.
Miré a mi alrededor y escogí uno de los asientos de la izquierda. Lejos de cualquier otra paciente que esperaba por lo mismo o por una cita para terminar con su error. Se escucha muy mal considerarlo de esa manera, es un bebé que para muchos sería una bendición, no para mí.
Una niña de no más de catorce años estaba sentada en frente, sola. Ya se le notaba el embarazo. Me pregunté para qué estaba ahí, parecía de más de tres meses, que es el tiempo máximo reglamentado por la ley para realizarse un aborto. Era tan pequeña.
Lo siento, pero a esa edad o la mía, tener un bebé es arruinar tu vida. Catorce… Yo, en esos años, jugaba videojuegos todo mi tiempo libre, lo último que me interesaba era tener a un chico entre las piernas.
La niña posicionó sus ojos en mí con una mirada triste, tenía la sonrisa invertida colgada en su rostro. No supe cómo responder. A mi parecer es una situación trágica para ella y ese bebé.
Su madre apareció minutos más tarde, estaba muy enojada y, asimismo, triste. La primera cosa que noté fue una enorme cruz en su collar que pude dejar de mirar.
Yo fui criada dentro de una religión con un ente todopoderoso que elige por ti tus buenaventuras y tus desventuras. Si crees que la situación es dura, él está probando tu fortaleza y debes luchar para salir airoso en su nombre; si por el contrario, te pasa algo positivo, es un premio a tu fe. Dios, todo lo puede y es misericordioso. Pide y te será concedido.
No estoy segura de cuándo, pero esa idea se tornó absurda.
¿Por qué un ser sobrenatural tendría tanto poder? ¿Cómo es que Él y solo él conoce tu futuro y te designa qué vivir? Él elige quién se queda y quién se va, y siempre hay que agradecerle por todo.
Otro detalle que no podía dejar de rechazar era que, de todo el reino animal, solo el ser humano es consciente de su existencia, y como tal, es la única especie que está destinada a ser juzgada, que debe vivir bajo reglas irracionales, que tiene maldad pura por ser de una manera u otra.
Desde que estuve con Marina y descubrí la complejidad de mi sexualidad se me hace aún más incoherente creer que este ser supremo pueda condenar un comportamiento que es completamente natural en otras especies. La homosexualidad no es nada nuevo ni exclusivo del hombre, no es una elección o un capricho vil, ruin, que merece castigo.
Después de mucho análisis y dejando todos los cuentos de hadas a un lado —las frases espirituales, el destino y todas esas cosas que hacen a la religión «mágica»—, yo pienso que el mundo que nos rodea fue creado tras un golpe de suerte en el universo, un evento dio lugar a otro y por eso estamos aquí. Me parece más lógico, a que un ser celestial agitando su dedo a su voluntad y gusto haya creado todo lo que tenemos de cero.
Y, ¿por qué demonios somos «hechos» a su imagen?
Digo, ¿tiene Él un estómago, un riñón, pulmones, un corazón? ¿Hay oxígeno en donde él vive? Porque es completamente estúpido que tenga pulmones si no existe oxígeno allí o que tenga una nariz si no necesita respirar. Tener un sistema circulatorio es más estúpido todavía si no lo hace, porque la sangre es la conductora del oxígeno por el cuerpo y sin él no podríamos vivir. ¿Acaso Dios crea su propio oxígeno a donde sea que vaya y es por eso que sabía que nosotros necesitaríamos todos estos órganos para sobrevivir y así crearnos en su imagen? Porque esta misma discusión puede expandirse al hígado, a las entrañas, a la misma piel, a la grasa, al sistema reproductivo, a todo. ¿Somos puras imágenes de Dios?
Sí, ya lo sé no es una frase que debe ser tomada textualmente y ese es el punto, por qué algunas cosas sí y otras no. La religión escoge pasajes a su conveniencia como mecanismo de manipulación. Ese es mi parecer. Para mí está comprobado que somos una consecuencia evolutiva a través del tiempo, cada parte de nuestro cuerpo puede ser explicada de esta forma. Y su verdadera existencia, tan solo aparece en la historia desde el momento en que el ser humano lo coloca en relatos como parte de su lenguaje cotidiano.
Yo me niego a que se dicten mis opciones y se me obligue a elegir; a que no pueda ser yo quien controle mi propio destino; a hacer «mi» camino o a creer en la condenación de mi alma si hago algo que hace miles de años se designó como incorrecto; a adjudicarle mis logros, aquellos que obtuve con mi sacrificio, con mi esfuerzo.
Jamás le rendiría cuentas a un ser que jugó conmigo como si mi vida fuese una partida de ajedrez y yo nada más un peón «sacrificable» porque él es rey supremo e infalible.
Sí, tengo conflictos con la religión, lo sé, y la discusión que tuve con esa mujer no fue nada agradable.
—Mira a mi hija, ella está haciendo lo correcto, no se convertirá en una asesina como tú.
Me quedé callada, la pobre señora no tenía idea que apenas iba por un examen para confirmar mi estado.
—¡Dios odia a los asesinos, jamás entrarás en su reino! Irás al infierno y sufrirás la vida eterna por tus pecados, ojalá mueras en esa mesa de operaciones.
Por favor, ¿hablaba en serio? Supongamos que creo en Dios y en las amenazas que acababa de escuchar, ¿qué diablos pensaba esta mujer al gritarme toda su mierda?, ¿que Dios la aplaude por desearle la muerte a otra persona y emitir un juicio en su nombre? ¿No sabe que, en su religión, usar el nombre de Dios en vano es pecado?
La gente y su hipocresía. Le contesté algunas cosas muy puntuales y un guardia de seguridad se acercó para sacarla del establecimiento junto con su pobre hija que tenía cara de no saber dónde meterse de la vergüenza. Debería ser un acto criminal usar a los hijos como una pancarta pro vida.
—Espero que no te hayan afectado mucho sus palabras —me dijo la enfermera mientras sacaba una muestra de mi sangre—. Con toda la gente que viene, es muy difícil descubrir quienes tienen agendas ocultas.
—No hay problema —le respondí—. No creo en Dios, no me afecta en lo absoluto.
La mujer me observó con un toque de tristeza y pena. Supongo que, incluso en esta profesión —específicamente en el área de abortos y demás—, aún te está permitido creer en Él. ¿Quién soy yo para criticar por qué la gente lo hace? No tengo más o menos derecho que esa mujer.
En todo caso, pasó, era de esperarse. Me metí en la boca del lobo. Mis respetos a la gente que trabaja en las clínicas de planeación familiar.
En dos días tendré mi resultado, hasta entonces, trataré de no pensar en cual es el siguiente paso. Aunque sé que, madre, no quiero ser.
La complejidad en el pensamiento de Lena es extremo para mí. Entiendo lo que dice, su lógica, su enojo, pero no puedo aceptarlo como verdad.
Yo creo. No necesariamente en un Dios con nombre o una religión en particular, no soy practicante de ninguna. Mis padres son católicos, mas yo nunca recibí una educación bíblica. Sin embargo, creo en algo.
Cuando era pequeña solía rezar a Dios por mi padre, para que viniera a verme, o por mamá para que estuviera a salvo. Me asustaba la idea de quedarme sola.
Solía pedirle cosas en silencio, aún lo hago. La última vez que hubo un terremoto recé, estaba con mi hermano a cargo y entré en pánico. Recé cuando me enteré del tsunami en Japón, también lo hice cuando vi a millones de personas sin hogar en muchas tragedias. Yo no soy tan cruel como yo parezco. Tal vez es porque me aterra encontrarme en esas situaciones y espero, con todas mis fuerzas, que nunca ese tipo de desgracias me toque. Quizá me gusta pensar que hay alguien cuidando de nosotros, de mí.
Realmente no lo sé. No me importa la Biblia, o las Vírgenes y Santos; no me interesan las reglas establecidas. Yo sé qué está bien y qué está mal. No voy a cometer un asesinato, aunque disfrute verlos en las películas; sé diferenciar la realidad de la ficción. Pero supongo que yo, simplemente, no creo en esas grandes coincidencias que Lena menciona. Algo nos debe de haber puesto precisamente aquí y no fue sólo una casualidad del universo.
De las dos, la cínica soy yo, la de pensamientos oscuros, la negativa, pero yo soy la que cree. La gente podría pensar que yo debería ser la que razone como Lena, pero no.
Podemos mirar a una persona y asumir quienes son, mas nunca saber lo que realmente sienten. Supongo que es parte de lo que nos hace humanos, todos somos diferentes.
Me pregunto ¿por qué demonios Lena se hizo el tatuaje de una cruz en sus costillas? Ella ya me dijo que no creía en Dios, pero ¿una cruz? ¿No es que el icono exacto de la cristiandad?
Una pequeña pieza más del rompecabezas que es Lena Katina.
Pero a leer!!!
Capítulo 33: Mientras menos sepa, mejor para?
Entrada número treinta y siete
16 de agosto, 2015
Debe ser el estrés de estos días, tiene qué ser el estrés. No puedo estar embarazada…
No me voy a comportar como una nena, esto lo decidí yo. Sabía perfectamente en qué me metía. Y, sí, siempre usamos condones, pero los accidentes pasan, los condones se rompen, a veces los chicos se los ponen mal… ¡Yo misma pude haberlo puesto mal! Las hormonas pueden fallar, ¿no? Un desfase de unas horas en las pastillas, afecta, —me imagino—, no las tomo con cronómetro.
Diez minutos. El paquete decía esperar siete, pero mejor si espero diez, Así estoy completamente segura, sí…
¿Cuándo pudo pasar?… No he tenido mi período en más de un mes. No soy regular, nunca me preocupo por retrasarme unos días, pero esto ya es demasiado. La última vez fue… unos días antes de que Leo se fuera a Brasil, a principios de julio… y claro, catorce días después él regreso y… lo hicimos como conejos en todo el departamento.
¡Maldición, fue ese día! Mi bebé será hijo de los celos de Leo por Marina. ¡Qué lindo! Será pelirrojo… ufff.
¡¿Cuánto tiempo son diez minutos?!
¿Qué se supone que le voy a decir? Yo no quiero este bebé, pero ¿y sí el lo quiere? Tendré que tenerlo, ¿cómo puedo negarle un hijo a su padre?
Esto lo cambiaría todo.
Ya valió. Lo reviso a los siete minutos, no voy a lograr esperar por los diez. Uno más… paciencia. Tu futuro entero llega en un minuto más.
¿Qué voy a decirles a mis padres?
«¡Hey, de tal palo tal astilla, voy a tener un bebé a los dieciocho, woot, woot!»
No, no quiero un bebé. Tengo tanto por hacer, sola… ¡sola!. Mi vida no se va a terminar con los gritos de un diminuto humano.
¿Por qué tenía que tener sexo, por qué?
Fue bueno, no lo niego, pero ¡¿por qué no pude quedarme virgen hasta los cuarenta?! ¿Qué tiene de malo masturbarse? A ver, ¿qué? Después de todo, el sexo es como auto consolarse…
¿A quién trato de engañar? Me encanta el sexo. Me parece la forma perfecta de dejarte ir, de perderte en otro cuerpo.
El juego de la conquista me fascina; la seducción. Exponerte mental y físicamente. Ponerte al filo y luego dejarte caer.
El acto de desnudar a alguien es tan personal e íntimo. Tocar su piel, rozarlo apenas con las yemas de tus dedos, despojarlo de las telas que lo cubren. Me encanta dejarme hacer lo mismo, sentir la dedicación que la otra persona encuentra por descubrirme, por hacerme retorcer, por causarme esa ansiedad insoportable que solo se puede clamar con gemidos y respiraciones profundas.
Usar los labios es de mis cosas preferidas. No hay nada como sentir el pulso de tu compañero justo ahí, en la superficie tibia de esas dos carnosidades, haciéndote salivar por el aroma que emite su piel, por la suavidad, por el deseo.
Jugar con la lengua es lo mejor que alguien puede hacer conmigo. Amo los rastros de otro ser en mi cuerpo. Adoro las grandes y desesperadas bocanadas que puede tomar sobre mi estómago, las pequeñas mordidas en mis lados, en mis muslos, en mis senos…
El acto en sí es divino. ¿Cómo más te explicas la estúpida y absurda necesidad de posesión? La penetración y la entrega son eso; querer ser uno con tu pareja, desear con todo tu ser satisfacer por completo a quien está desbaratándose por dentro y tú quieres estar ahí precisamente, adentro. Lo supe el instante que estuve con Marina. Todo el proceso, desde bailar en ese bar hasta llegar al filo de su cama, fue un juego de dominación y sometimiento, de dar y recibir, de conquista y seducción; y necesitaba terminar en ese acto, en sentirme una con ella.
La técnica es irrelevante. Nada importa en realidad más que gozar cada segundo, hacerlo durar, no apresurar nada, no doblegar ni un respiro, ni un grito, ni un quejido irracional de tu cuerpo, escuchar lo mismo en tu oído, sentir ese cuerpo morir contigo.
El sexo es magia…
¡Magia que ahora será un niño llorón!
Diez minutos, bien. La hora de la verdad.
…
Y bueno…, tendremos un niño llorón y pelirrojo, con acento brasileño y una mamá que no lo quiere.
Yo no quiero ese bebe.
Y sí, soy la copia de mi madre. Ella tampoco quería a Iván y luego metió la pata dos veces más con mi hermana y conmigo.
Bien, dicen por ahí: «Lo que se hereda, no se hurta».
Me jodí…
Esta pelirroja… me va a matar. ¿Puede expresarse con mayor libertad y holgura sobre lo mucho que le gusta tener intimidad con alguien?, porque ella no habla de un simple acto sexual, esto es otro nivel. Estuve con Alyósha dos años y nunca, repito, nunca hicimos esto.
Puedo fácilmente poner de excusa que tenía que controlar mis gemidos, que no podía gritar a los cuatro vientos, que debíamos ser prudentes en ese aspecto frente a su familia, aunque sería una total mentira. En ocasiones lo hacíamos en mi casa cuando estábamos solos y tampoco sucedió. Nunca sentí la necesidad de dejarme ir, de perder el control. Él hacía lo suyo, yo intentaba hacer lo mío, a veces llegaba, la mayoría no. Era sexo y ya, tampoco era esto de «compenetrarse», de sentirse, de conquistarse. Eso quizá ocurrió nuestra primera vez, después era un: «somos novios, estamos solos, vamos a hacerlo».
Lena me intriga. Tiene tanta facilidad para exteriorizar lo que siente. Yo estoy muy lejos de poder hacerlo.
La otra parte de la entrada me preocupa. Este es el gran susto del que leí cuando me salté varios días del diario. Lena creía estar embarazada, pero ¿fue un susto o fue real? Y si lo fue… ¿tuvo un aborto?
No puedo preguntarle sobre ello y, sinceramente, no sé si quiero saber.
Nunca he estado a favor del movimiento pro vida y siempre he sido de la idea de que la mamá debe hacer lo que es mejor para ella, esa es, en última instancia, lo que es mejor para el bebé. Sin embargo, esto es muy personal. Este era el bebé de Lena. ¡Su bebé!
No lo sé. ¿Cómo dejar a un pequeño o pequeña Lena… irse?
Yo, realmente no quiero saber.
Despierto con el olor de donas frescas, mis favoritas, chocolate con grageas de coco. No es un sueño, ahí está la caja sobre la mesa de noche de mi habitación de hospital, que, aparte de ese detalle, está tal como ayer que me fui a dormir.
Respiro hondo sin recordar que mi costilla hace presión con mi pulmón y me duele. Según el doctor tendré que hacer reposo por cinco días, y después, cinco más caminando con mucha mesura e intentando no pasar sentada mucho tiempo, lo que significa que no iré a la escuela por las siguientes dos semanas.
Trato de no bostezar, pero cómo necesito hacerlo, desperezarme, estirar mis brazos completamente. Mamá tenía algo de razón, ya me cansé de estar aquí encerrada, postrada en la cama y apenas es el segundo día.
—Despertaste —me pregunta una voz conocida. Mi vista cae sobre la puerta y la veo entrar con cuidado—. Tu mamá me dijo que probablemente dormirías hasta medio día.
—¿Por qué no estás en la escuela? Es jueves.
—Le dan el alta a Leo hoy. Mis papás me dieron permiso para faltar y ayudarlo a acomodarse en su casa.
Qué lindo, los suegros ayudando al yerno a sentirse más cómodo con su hija como su mucama personal, es tan… siglo XVI. Excelente forma de iniciar el día.
—¿Y qué haces aquí entonces? Su cuarto queda al final del corredor, ¿no?
—Lo sé, pero quería ver cómo estabas. Me preocupé muchísimo cuando Nastya me contó lo que pasó. Dijo que tu teléfono estaba casi sin batería cuando hablaste con ella esa noche y que no tenías cargador.
—Aún no lo tengo, el aparato murió segundos después de colgar, pero le pedí que les avisara a todos que estoy bien.
—Pues, ámame, te traje algo —me dice, enseñándome el cable.
—¿Ámame? Gracias será lo más que obtendrás de mí, Katina.
—Está bien y de nada. Estaba preocupada, imagino que deberás quedarte aquí unos días más.
—Hasta que pueda caminar y huir.
Busca algo más en su bolsa y saca un sobre junto con varios folletos.
—Tu mamá me pidió, antes de salir a la oficina, que te entregara esto y dijo que esperaba que te gusten las donas con té porque las enfermeras no le permitieron dejar el café que te trajo. —Se acerca para que yo no haga mucho esfuerzo y me los entrega.
Miro de pasada las portadas de los folletos. Uno es el de una escuela en Moscú, el otro uno de departamentos y casas de la ciudad. Ya veo por donde vamos.
Abro el sobre y encuentro un papel doblado, parece una carta y a un lado de la misma dos boletos de avión. Los saco, están fechados para el 15 de noviembre de este año, a diecisiete días de hoy.
Saco la carta e intento leerla, pero mi vista se hace demasiado borrosa.
—¡Estoy ciega!
—¿Puedes verme?
—Sí, Katina —le contesto con desgano. No me entendió—. Tú estás a más de un metro, no veo nada a diez centímetros de distancia.
—¿Quieres que llame al doctor?
—No, ayer me explicó que podría tener este síntoma temporal como reacción a los analgésicos y los sueros —le digo y pienso, necesito saber qué dice—. ¿Podrías… leérmela?
—Emm, creo que esto es algo personal. No lo sé.
Cómo si yo no estuviese leyendo su vida privada como si fuera un bestseller.
—Por favor, no me preocupa que sepas lo que haya escrito mamá, te lo contaría de todas formas.
Le sorprende mi declaración, pero la acepta. Da unos pasos con timidez y abre el papel, regresándome la mirada. Me hago a un lado de la cama, dejando espacio suficiente para que se siente y doy dos palmadas en el colchón, invitándola. Ella acepta y se acomoda, carraspeando un poco antes de iniciar.
Llegué anoche mientras dormías. No quise despertarte, por un momento recordé cuando eras pequeña y te acostabas a mi lado para ver algún programa de televisión o una de esas películas de terror. No había noche que no te quedaras dormida, veinte minutos antes del final, y yo, como ahora, te contemplaba.
Voy a darte la razón sobre la discusión de la mañana. Mis decisiones con respecto a Román han sido increíblemente estúpidas.
Tú eres fuerte, tienes voluntad, un propósito y muchos sueños. Todo eso es importante, es lo que te hace tan especial, Yulia, y mereces mucho más de lo que, erróneamente, yo elegí para las dos.
Necesito ser honesta contigo, finalmente dejarte saber la verdad acerca de tu padre. Creo que es lo mínimo que puedo hacer y la única forma en la que podrás elegir a conciencia.
Oleg quiso ser parte de tu vida desde un inicio. Estaba nervioso, como es normal, pero con el tiempo se alegró mucho con la idea de tenerte. Sin embargo, para mí, todo se reducía a obligarte a tener una vida incompleta, a ser presa de una situación incómoda para darle gusto a tu padre, o que fueras libre de ataduras y que tu felicidad no tuviese que pasar por la conveniencia de otros, de su familia.
La idea del contrato fue mía.
Él nunca dijo nada, la amenaza real de perder a sus hijos llegó pronto. Su esposa se enteró de mí, de ti, y lo amenazó con llevárselos lejos. Oleg no los volvería a ver y no era una advertencia sin fundamento, su padre es un reconocido juez familiar, le sería muy fácil conseguir la custodia completa e impedirle ser parte de sus vidas. Yo en cambio le prometí que nunca te perdería, que nos quedaríamos en Soshi y que podría frecuentarte cuando quisiera; en su desesperación accedió a firmar.
Lo que hice nunca fue justo para ti.
Ahora, con Román, siento que he cometido aún un delito mayor. No sé por qué se me hace tan difícil ver en lo que se convirtió. Aún siento que es el hombre del principio y siento tanta nostalgia por lo que fuimos, no puedo evitar justificarlo, pero tú eres mi bebé, siempre lo vas a ser así me pongas esa cara de asco que debes tener al leer esto. Tú y tu hermano son lo que más importa en mi vida y él… él puede irse al diablo. No volveré con Román.
Aunque me he decidido y viajaré a Moscú, una vez más, te he puesto en una situación imposible. Has sido una víctima de mi voluntad toda tu vida y ahora me doy cuenta de que solo te he hecho daño.
Te amo, quiero lo mejor para ti y entiendo que, en esta ocasión, eres tú la que debe decidir.
Te dejo marcado en los folletos varios departamentos y casas en los que podríamos vivir en Moscú si decides venir conmigo, hay lugares muy bonitos, sitios cerca de teatros, de unas cafeterías bohemias que estoy segura te encantarán. El otro tríptico es de una escuela de artes muy parecida a donde vas, tiene maestros reconocidos internacionalmente y sus alumnos han ganado premios de escritura y canto, sería un ambiente perfecto para ti.
Las donas no son un soborno. Sé que te encantan y, si no puedo darte nada más, por lo menos algo que te haga feliz por unos minutos.
Regresaré en la noche, ahora debo ir a trabajar. Te amo bebe. Por favor no te sientas obligada a quedarte a mi lado otra vez, yo sé que debes empezar a seguir tu propio camino y te apoyaré en lo que decidas.
Lo siento.
Mamá.
Lena dobla la carta nuevamente y se queda en silencio, dejándola a un lado. No me mira. Me pregunto si algo de lo que mamá dijo la tocó personalmente. Ambas hemos sido, víctimas de las circunstancias. Ni ella ni yo tenemos el lujo de otros chicos de nuestra edad, de vivir sin líos, ligeramente, sin un pasado que nos atormente.
—He creído toda mi vida que era papá quien imponía la distancia. Ya no sé que pensar.
—Según la carta lo hizo para no perder a sus otros hijos. Tan equivocada no estabas.
—Supongo que ahora comprendo mejor las partes de nuestra relación.
Como el porqué mamá no se enojaba cuando él me iba a buscar a la escuela, o porqué aparecía de la nada un viernes para llevarme a comer, o me hacia regalos inesperados; porqué le importaba tanto que llevara con altura su nombre y porqué ahora quiere que me quede en la ciudad. Le asusta separarse completamente de mí, que llegue a olvidarlo. Aunque si en seis años de sentida ausencia —en los que lo vi en contadas ocasiones— no pasó, no sucederá al mudarme.
—Anatoli me contó lo que sucedió con ustedes ayer —me comenta—. Se dio cuenta de que ya lo sabía y se enojó por un momento por no mencionárselo.
—¿Qué podías decirle?
—Nada y él lo sabe. No hubiese sido justo contigo.
Eso es precisamente lo que hace que me pregunte: ¿qué es lo que Lena siente por mí?, específicamente.
Está triste por la posibilidad de que me vaya, le gusto físicamente, tiene consideraciones conmigo.
¿Entonces, qué?
Porque ha conocido a Anatoli desde hace un tiempo y —viéndolos juntos— se llevan muy bien, Lena es la «casi novia» de su mejor amigo. Sin embargo, pensó en mí primero. Así que, somos amigas, más amigas de lo que ellos son.
¿Le gusto románticamente hablando? ¿O es sólo eso? Tenemos una amistad y ya.
Dios, me gustaría saber a ciencia cierta, poder descifrarlo mirándola, porque ¿cómo puedo decidir qué hacer si no considero todo lo importante en mi vida? Y ella lo es.
—Tienes una decisión difícil.
—Tú… mencionaste que conociste a la mamá de Anatoli. Dijiste que era una buena mujer, agradable.
—Eso pensé.
—Se puso una máscara. Es una arpía, celosa e insegura.
—Yo no lo veo así —me responde de inmediato.
—No me digas que estás de acuerdo con lo que hizo.
—Para nada. Solo me pongo es sus zapatos.
—Explícate. —Le pido, porque no entiendo cómo puede sentir compasión por ella después de leer la carta.
—Yulia, esta mujer, de lo que vi y escuché en las conversaciones de ese día, es una simple ama de casa. Ha sido toda la vida la esposa de tu papá y la mamá de sus hijos. Yo presiento que tuvo miedo de que la abandonara, de que las cosas cambiaran para ellos y, sin dudas, lo hizo para garantizar su seguridad.
—¡¿A costa mía?!
—¡A costa de quién sea! No me malinterpretes. No condeno lo que hizo, creo que tú no habrías irrumpido en su familia, pero ¿qué es exactamente lo que crees que habría pasado?
Pienso y pienso, pero no lo sé. Las posibilidades son infinitas, desde que pudimos haber tenido la mejor de las suertes y ser una familia unida, a que nos odiáramos.
—No soy de las personas que cree que un hombre tiene una aventura por tenerla —me dice Lena—. Si tu papá tuvo una relación con tu mamá, de seguro estaba pasando por un momento difícil en su matrimonio y creo que eso motivación suficiente para que lo amenazara de esa manera.
—Aún están juntos, ¿qué tan mal estuvieron las cosas? —le respondo.
Es evidente que sobrevivieron lo que sea que pasó y papá le perdonó que lo alejara de mí. Si alguien me hiciera algo parecido, cortaría lazos para siempre, no daría vuelta atrás, así que esa no es una razón real.
—Quizá papá es un Don Juan y ya, un mujeriego. Tal vez tengo diez hermanos más que nadie conoce.
—Habla con él, pregúntale. Solo él te puede aclarar estas cosas.
No me dice nada que no supiera. Sé mi historia, lo que mamá me cuenta, pero papá y yo no hemos hablado sobre esto antes.
Regreso a ver a la caja de donas y su olor me está matando de las ganas.
—¿Quieres comerte una conmigo? —le digo apuntando con mi quijada a la caja.
—Gracias, estoy salivando desde que entré a tu habitación —se apura a servirlas.
—¿Té? —le ofrezco, aunque es ella quien deberá verterlo en el vaso plástico. Me lo alcanza y, en lugar de llenar otro, saca de su bolsa una gaseosa.
—No es justo que tú tomes refresco frente a mí cuando yo tengo que aguantarme esa agua desabrida.
—Te prometo que cuando salgas de aquí te prepararé el mejor café que hayas probado en tu vida.
—¿Tú? ¿Desde cuándo sabes hacer café?
—Desde que salgo con un Chef/DJ proveniente de Sudamérica.
Tenía que recordármelo. Insisto con que ha sido un lindo iniciar de día.
—Cambiando de tema —me dice intentando sonar casual. No le sale—. Supongo que no regresarás al apartamento cuando te den el alta.
—No, debo estar en reposo y allí no puedo recostarme sin esfuerzo, además el lugar es diminuto no cabrá el andador que debo usar hasta que se cure la costilla. ¿Por qué preguntas?
—Quería proponerte algo —dice a medias y da un gran mordisco a la dona. Hago lo mismo, imposible no imitarla, mi desayuno favorito, claro que falta el café.
—Habla —digo a boca llena.
—En casa hay una habitación desocupada y cómoda, podrías pasar allí tu recuperación.
—¿Quieres que duerma en el cuarto de Katia por aproximadamente una semana?
—Puedes quedarte en el mío si quieres, yo iré donde Katia.
—Jamás te obligaría a sacrificarte así.
Mastica con el ceño fruncido, eso quiere decir que está maquinando algo. Se ve linda así.
—¡Eureka! Podemos compartir habitación.
¿Eureka? ¿Qué es ahora, un personaje de un cuento de hadas?… Linda, dije.
—¿Compartir tu cama?
—Prometo no rebasar la mitad, tocarte o roncar.
—Con que no me des un golpe en la costilla, todo bien.
—Entonces… ¿aceptas?
—Déjame hablar con mamá y papá, al final, ellos deciden esto de mi salida del hospital y ya tuvieron una acalorada discusión.
—Hecho.
—Gracias por ofrecerlo. Ya me estoy hartando del sonidito del monitor. Siento que vivo en un capítulo de Grey's Anatomy.
—De nada —me responde, tirando la servilleta en el basurero como si fuese un aro de basquet ball. Anota tres puntos—. Oye, ¿crees que pueda volver después de acomodar a Leo en su departamento? No tengo ganas de pasar la tarde sola en casa.
—Pensé que te quedarías con él.
—No, irá su ex novia y sus amigos, yo solo voy para asegurarme que tenga todo a la mano y pedirle a la señora de la limpieza que tenga ciertas atenciones con él.
—¿Y no puede hacer eso Anatoli?
—Créeme, esos dos no pueden manejar sus vidas solos. Prefiero asegurarme de ser yo quien le especifique los horarios de las pastillas, los de lavado de ropa y de la limpieza de la casa. No quiero que le caiga una infección.
—Pues si te sobra tiempo después de ser su mamá… regresa. —La molesto y no le cae nada bien, se cruza de brazos esperando una disculpa que no tendrá.
—¿Muy enojada, Katina? —Le hago un puchero—. Ya, no te alteres, cómete otra dona.
Mira a la caja y niega, queriendo con todas sus ganas mandarme a volar, pero se acerca y toma otra.
Imposible resistirse y ahora sé que compartimos ese gusto. Se me hace genial comenzar a conocer cosas sobre ella que no sean las que están escritas en un diario o las pocas que me cuenta. Un detalle que tal vez, de todos sus amigos, sólo sé yo.
Entrada número treinta y ocho del diario.
17 de agosto, 2015
Alenka Kaufman Kowalski, nacida el 17 de mayo de 1997, esa soy yo. Hoy cumplo dieciocho años y cinco meses. Mi papá biológico se llama Erich, alemán nacido en Berlin en el 72. Mi mamá, Alenka, nacida en Ekaterimburgo en el 75, hija de migrantes Polacos. Se mudó a San Petersburgo en su pre-adolescencia y unos años después a Korsakovo. Allí conoció a Sergey, mi segundo papá, o el primero en realidad, el único que quiero tener.
Svetlana descubrió otros detalles que me hacen reconsiderar si en realidad quiero seguir por este camino o mejor me olvido de todo y sigo mi vida tal y como era antes de esa estúpida pelea de mis padres.
Con la información que le facilité, no le fue difícil llegar hasta el origen de mi familia. Los documentos de registro son públicos y solo tuvo que hacer un incómodo viaje a la tierra de los alienígenas y ta-da, obtuvo la información necesaria sobre mi pasado.
La identidad de mi padre fue mucho más compleja de obtener. Erich Kaufman no tiene un récord legal, un solo ticket de tránsito, una amonestación por no recoger la porquería de su perro cuando lo saca a pasear, nada que lo haga visible. Según los informes de impuestos, está al día con sus obligaciones y no tiene una dirección fija de vivienda, tampoco una cuenta de banco o un registro de empleo. Es dueño de su propio negocio, si es que elegimos creer eso por un segundo, Svetlana no lo hizo y yo tampoco. Su vida es demasiado perfecta, demasiado invisible, él es demasiado cuidadoso.
Su visibilidad en las redes sociales es nula, al menos bajo ese nombre y que además que coincidan con su procedencia. El listado de personas llamadas «Erich Kaufman» dentro Rusia arrojan una cantidad de 594. Con un programa de selección especializado, Svetlana logró disminuirlos a 87 y de esos los que vivieron en los estados del oeste en los años a partir de mi nacimiento hasta la muerte de mamá son 24.
Los Miroslav son una excelente opción para investigador privado, siendo completamente objetiva. En siete días obtuvieron lo que yo no logré en tantos meses. Creo que mi vocación definitivamente no es ser agente encubierta o inspectora, me va mejor con el canto y la actuación.
Regresando al tema, la señora Nina le dio a mi detective estrella una descripción bastante congruente de un hombre. Cabello largo hasta los hombros, rubio, ojos claros, aproximadamente de 1.85 m. de altura. Según la viejita siempre tiene un look despreocupado, como si fuese un adolescente de los noventas, los jeans rotos, camisas blancas aparentemente sucias, chaquetas de cuero, botas militares. Le dijo que siempre se viste así, no ha pasado un solo día desde que lo conoció a la última vez que fue a preguntarle por Alenka. Suficiente para pedir un bosquejo policial y hacer las preguntas correctas en los círculos indicados.
Un antiguo compañero de fuerza de su papá —quien antes de ser investigador privado fue alguacil—, le consiguió acceso a un nuevo programa de reconocimiento facial donde, introduciendo datos específicos y un boceto, pueden identificar a posibles sospechosos.
Obtuvo tres resultados, un joven de similares características que vive en Ekaterimburgo, un adulto mayor oriundo de Rostov y un hombre de mediana edad que se pasea constantemente por las fronteras del pais. Eso desató sus alarmas.
Supongo que utilizaría sus «recursos investigativos» para preguntar en cada recinto policial de las ciudades y pueblos aledaños. Rumores y cargos que terminaron en anulaciones, salieron a la luz. Mi padre es un hombre prudente y tiene dinero, muchos policías salieron en su defensa, dejando muy claro que los tenía metidos en su bolsillo y que sería mejor olvidar cualquier mención de su nombre, lo que asustó profundamente a Svetlana.
Erich está metido en algo, ella piensa que deben ser drogas o lavado de dinero. Eso justificaría que pueda viajar tanto sin un trabajo que pague lo suficiente para los gastos, además de su desaparición inmediata y sin rastro después del asesinato del cual fue sospechoso.
—No creo que podamos encontrar más sobre él. Tiene contactos por todos lados y no queremos atraerlo hacia ti —me dijo, terminando el café que salimos a tomar.
No sabía si quería saber más sobre Erich de todas formas. Desde que mencionó la descripción completa, se dibujó en mi cabeza. Es el hombre que veo en mis sueños. es mi padre quien mató a mamá, al menos eso es lo que siento, lo que recuerdo.
—Tu papá se ofreció a cambiar de comandancia a Sochi en el 2001, es todo lo que pude averiguar al respecto de su reubicación —me informó lo que pudo encontrar acerca de mi adopción y la de mi hermana—. Te sugiero que hables con tus padres, que les cuentes lo que sabes. Estoy segura de que ellos podrán llenar los huecos en la historia. No hay mucho más que yo pueda hacer.
Es sorprendente lo que consiguió en tan poco tiempo, aún así, decidió hacerme una gran rebaja. La cuenta final: setecientos dólares, a pagar en dos módicas cuotas.
Literalmente comienzo a tener miedo. Uno de los recuerdos más presentes en ese sueño es escucharlo decir: «¡Ella es mía!». Todavía tengo presente su voz y aquella que me llamó «Lenka» en la feria cuando estaba esa noche que salí con mi hermano y su novia. Me ha buscado por años y si fue él quien me vio, ya me encontró.
Después de dos incómodas conversaciones —una con mamá y una con papá—, acordamos que en dos días iré a casa de los Katin a pasar el resto de mi recuperación.
La charla con papá fue más del estilo: no haré lo que a ti te plazca. Lección número uno, si no quieres que viva en el hueco ese, dame otra alternativa a dejarme en un centro carcelario. No soy prisionera de tu conveniencia. Si las cosas van a cambiar, que cambien para bien, no para peor. Lo aceptó. Igual ofreció pagar todos los gastos que los Katin hagan en mi nombre y habló con ellos directamente, no porque yo se lo haya pedido, me enteré horas después en un mensaje de Lena.
La plática con mamá fue más compleja. Ella quería que regrese al apartamento; tu casa es tu casa, así sea un chiquero. Además, el viaje se aproxima y esperaba una decisión definitiva. Le dije con toda claridad que no iba a tomarla a la ligera. A decir verdad, me gustaría estar segura de querer mudarme, pero no es así. Estoy cansada de sacrificarme por el beneficio de otros que ya no vienen al caso. Tengo que pensar en mí.
Me preguntó: ¿por qué con Lena?, y ¿qué pasó con Aleksey?
Recordé entonces que todavía no le comentaba lo de nuestra ruptura y lo hice. No estuvo muy contenta con la pérdida de confianza entre nosotras, algo que no debería sorprenderla, se lo ha ganando a pulso.
—Me agrada la chica, Yulia —me dijo con un «pero» silente sobrando al final—. Se nota que es una buena «amiga».
—Lo es, ¿te molesta?
—Para nada, hija. Tan solo recuerda que te quedarás en su casa. Eres la invitada y debes respetar a la familia.
Mamá parecía querer romperme las bolas que no tengo, sus insinuaciones comenzaban a cambiarme el genio.
"No voy a violarla", fue lo que se precipitó en mi cabeza. Sin embargo, ni siquiera pude bromear al respecto, ella dejó perfectamente claro que no aprueba mi último enamoramiento.
—Quisiera pensar que eres extremadamente consciente del hecho de que es una chica.
"No mamá, Lena tiene pene, tranquila", quise decirle, aunque creo que esa broma habría sido recibida con una respuesta más despectiva aún.
—Tranquilízate, dormiremos en cuartos separados. —Quise aliviar sus preocupaciones. Su opinión con respecto a mis posibles relaciones me tiene sin cuidado. No es como si ella fuera a besarse o tener sexo con mi próxima compañera de habitación.
"Nos fuimos a la mierda con esa asunción".
Ay, no empiecen, ¿quieren? Es un maldito decir.
"Yep, nada que analizar de por qué eso es lo primero que te salta a la mente, besarla y tener sexo con ella. Recuerda que no dormirán separadas como le mentiste a nuestra madre. Lo único que limitará su contacto es tu costilla lastimada".
Bueno, como sea, no son más de diez días que compartiremos colchón y sábanas. Días en los que no podré leer el diario y mejor se callan y aprovecho para leerlo antes de que me den el alta.
Entrada número treinta y nueve del diario.
19 de agosto, 2015
Tres cajas más de exámenes positivos no son un buen augurio, por lo que decidí comprobar científicamente mi embarazo de una vez por todas. Ahí va más dinero, esto de tomar decisiones que pueden alterar el rumbo de tu vida, cuesta. Digamos que estoy viviendo plenamente mi adultez.
—Siéntese ahí, por favor. La llamaremos cuando sea su turno —me dijo la asistente de la mesa frontal.
Miré a mi alrededor y escogí uno de los asientos de la izquierda. Lejos de cualquier otra paciente que esperaba por lo mismo o por una cita para terminar con su error. Se escucha muy mal considerarlo de esa manera, es un bebé que para muchos sería una bendición, no para mí.
Una niña de no más de catorce años estaba sentada en frente, sola. Ya se le notaba el embarazo. Me pregunté para qué estaba ahí, parecía de más de tres meses, que es el tiempo máximo reglamentado por la ley para realizarse un aborto. Era tan pequeña.
Lo siento, pero a esa edad o la mía, tener un bebé es arruinar tu vida. Catorce… Yo, en esos años, jugaba videojuegos todo mi tiempo libre, lo último que me interesaba era tener a un chico entre las piernas.
La niña posicionó sus ojos en mí con una mirada triste, tenía la sonrisa invertida colgada en su rostro. No supe cómo responder. A mi parecer es una situación trágica para ella y ese bebé.
Su madre apareció minutos más tarde, estaba muy enojada y, asimismo, triste. La primera cosa que noté fue una enorme cruz en su collar que pude dejar de mirar.
Yo fui criada dentro de una religión con un ente todopoderoso que elige por ti tus buenaventuras y tus desventuras. Si crees que la situación es dura, él está probando tu fortaleza y debes luchar para salir airoso en su nombre; si por el contrario, te pasa algo positivo, es un premio a tu fe. Dios, todo lo puede y es misericordioso. Pide y te será concedido.
No estoy segura de cuándo, pero esa idea se tornó absurda.
¿Por qué un ser sobrenatural tendría tanto poder? ¿Cómo es que Él y solo él conoce tu futuro y te designa qué vivir? Él elige quién se queda y quién se va, y siempre hay que agradecerle por todo.
Otro detalle que no podía dejar de rechazar era que, de todo el reino animal, solo el ser humano es consciente de su existencia, y como tal, es la única especie que está destinada a ser juzgada, que debe vivir bajo reglas irracionales, que tiene maldad pura por ser de una manera u otra.
Desde que estuve con Marina y descubrí la complejidad de mi sexualidad se me hace aún más incoherente creer que este ser supremo pueda condenar un comportamiento que es completamente natural en otras especies. La homosexualidad no es nada nuevo ni exclusivo del hombre, no es una elección o un capricho vil, ruin, que merece castigo.
Después de mucho análisis y dejando todos los cuentos de hadas a un lado —las frases espirituales, el destino y todas esas cosas que hacen a la religión «mágica»—, yo pienso que el mundo que nos rodea fue creado tras un golpe de suerte en el universo, un evento dio lugar a otro y por eso estamos aquí. Me parece más lógico, a que un ser celestial agitando su dedo a su voluntad y gusto haya creado todo lo que tenemos de cero.
Y, ¿por qué demonios somos «hechos» a su imagen?
Digo, ¿tiene Él un estómago, un riñón, pulmones, un corazón? ¿Hay oxígeno en donde él vive? Porque es completamente estúpido que tenga pulmones si no existe oxígeno allí o que tenga una nariz si no necesita respirar. Tener un sistema circulatorio es más estúpido todavía si no lo hace, porque la sangre es la conductora del oxígeno por el cuerpo y sin él no podríamos vivir. ¿Acaso Dios crea su propio oxígeno a donde sea que vaya y es por eso que sabía que nosotros necesitaríamos todos estos órganos para sobrevivir y así crearnos en su imagen? Porque esta misma discusión puede expandirse al hígado, a las entrañas, a la misma piel, a la grasa, al sistema reproductivo, a todo. ¿Somos puras imágenes de Dios?
Sí, ya lo sé no es una frase que debe ser tomada textualmente y ese es el punto, por qué algunas cosas sí y otras no. La religión escoge pasajes a su conveniencia como mecanismo de manipulación. Ese es mi parecer. Para mí está comprobado que somos una consecuencia evolutiva a través del tiempo, cada parte de nuestro cuerpo puede ser explicada de esta forma. Y su verdadera existencia, tan solo aparece en la historia desde el momento en que el ser humano lo coloca en relatos como parte de su lenguaje cotidiano.
Yo me niego a que se dicten mis opciones y se me obligue a elegir; a que no pueda ser yo quien controle mi propio destino; a hacer «mi» camino o a creer en la condenación de mi alma si hago algo que hace miles de años se designó como incorrecto; a adjudicarle mis logros, aquellos que obtuve con mi sacrificio, con mi esfuerzo.
Jamás le rendiría cuentas a un ser que jugó conmigo como si mi vida fuese una partida de ajedrez y yo nada más un peón «sacrificable» porque él es rey supremo e infalible.
Sí, tengo conflictos con la religión, lo sé, y la discusión que tuve con esa mujer no fue nada agradable.
—Mira a mi hija, ella está haciendo lo correcto, no se convertirá en una asesina como tú.
Me quedé callada, la pobre señora no tenía idea que apenas iba por un examen para confirmar mi estado.
—¡Dios odia a los asesinos, jamás entrarás en su reino! Irás al infierno y sufrirás la vida eterna por tus pecados, ojalá mueras en esa mesa de operaciones.
Por favor, ¿hablaba en serio? Supongamos que creo en Dios y en las amenazas que acababa de escuchar, ¿qué diablos pensaba esta mujer al gritarme toda su mierda?, ¿que Dios la aplaude por desearle la muerte a otra persona y emitir un juicio en su nombre? ¿No sabe que, en su religión, usar el nombre de Dios en vano es pecado?
La gente y su hipocresía. Le contesté algunas cosas muy puntuales y un guardia de seguridad se acercó para sacarla del establecimiento junto con su pobre hija que tenía cara de no saber dónde meterse de la vergüenza. Debería ser un acto criminal usar a los hijos como una pancarta pro vida.
—Espero que no te hayan afectado mucho sus palabras —me dijo la enfermera mientras sacaba una muestra de mi sangre—. Con toda la gente que viene, es muy difícil descubrir quienes tienen agendas ocultas.
—No hay problema —le respondí—. No creo en Dios, no me afecta en lo absoluto.
La mujer me observó con un toque de tristeza y pena. Supongo que, incluso en esta profesión —específicamente en el área de abortos y demás—, aún te está permitido creer en Él. ¿Quién soy yo para criticar por qué la gente lo hace? No tengo más o menos derecho que esa mujer.
En todo caso, pasó, era de esperarse. Me metí en la boca del lobo. Mis respetos a la gente que trabaja en las clínicas de planeación familiar.
En dos días tendré mi resultado, hasta entonces, trataré de no pensar en cual es el siguiente paso. Aunque sé que, madre, no quiero ser.
La complejidad en el pensamiento de Lena es extremo para mí. Entiendo lo que dice, su lógica, su enojo, pero no puedo aceptarlo como verdad.
Yo creo. No necesariamente en un Dios con nombre o una religión en particular, no soy practicante de ninguna. Mis padres son católicos, mas yo nunca recibí una educación bíblica. Sin embargo, creo en algo.
Cuando era pequeña solía rezar a Dios por mi padre, para que viniera a verme, o por mamá para que estuviera a salvo. Me asustaba la idea de quedarme sola.
Solía pedirle cosas en silencio, aún lo hago. La última vez que hubo un terremoto recé, estaba con mi hermano a cargo y entré en pánico. Recé cuando me enteré del tsunami en Japón, también lo hice cuando vi a millones de personas sin hogar en muchas tragedias. Yo no soy tan cruel como yo parezco. Tal vez es porque me aterra encontrarme en esas situaciones y espero, con todas mis fuerzas, que nunca ese tipo de desgracias me toque. Quizá me gusta pensar que hay alguien cuidando de nosotros, de mí.
Realmente no lo sé. No me importa la Biblia, o las Vírgenes y Santos; no me interesan las reglas establecidas. Yo sé qué está bien y qué está mal. No voy a cometer un asesinato, aunque disfrute verlos en las películas; sé diferenciar la realidad de la ficción. Pero supongo que yo, simplemente, no creo en esas grandes coincidencias que Lena menciona. Algo nos debe de haber puesto precisamente aquí y no fue sólo una casualidad del universo.
De las dos, la cínica soy yo, la de pensamientos oscuros, la negativa, pero yo soy la que cree. La gente podría pensar que yo debería ser la que razone como Lena, pero no.
Podemos mirar a una persona y asumir quienes son, mas nunca saber lo que realmente sienten. Supongo que es parte de lo que nos hace humanos, todos somos diferentes.
Me pregunto ¿por qué demonios Lena se hizo el tatuaje de una cruz en sus costillas? Ella ya me dijo que no creía en Dios, pero ¿una cruz? ¿No es que el icono exacto de la cristiandad?
Una pequeña pieza más del rompecabezas que es Lena Katina.
RAINBOW.XANDER- Mensajes : 1950
Fecha de inscripción : 19/09/2016
Edad : 22
Localización : Buenos Aires
Re: EL DIARIO (ADAPTACION) // RAINBOW.XANDER
Hola
que buen capitulo
ya creo saber que significa la cruz
quiero saber que sigue las desiciones
que tomaran nuestras protagonistas
me gusta bastante la historia (aunque la interaccion de
las chicas va lenta veamos que pasa cuando convivan juntas)
espero la sigas pronto
que buen capitulo
ya creo saber que significa la cruz
quiero saber que sigue las desiciones
que tomaran nuestras protagonistas
me gusta bastante la historia (aunque la interaccion de
las chicas va lenta veamos que pasa cuando convivan juntas)
espero la sigas pronto
andyvolkatin- Mensajes : 576
Fecha de inscripción : 27/05/2015
Re: EL DIARIO (ADAPTACION) // RAINBOW.XANDER
Buenas tardes. La verdad es que la historia se está poniendo cada vez mejor! Y, si bien me gustaría que la subas con mayor frecuencia, no la dejaría de leer por nada!
P.D.: Espero que te vaya bien con los estudios!!
Saludos y buena suerte!!
P.D.: Espero que te vaya bien con los estudios!!
Saludos y buena suerte!!
denarg_94- Mensajes : 17
Fecha de inscripción : 11/05/2016
Edad : 30
Re: EL DIARIO (ADAPTACION) // RAINBOW.XANDER
Gracias chicas por sus comentarios y una vez más pedir disculpas por no poder actualizar rápido. Aunque ya ven, aquí les va otro capitulo bien entretenido y espero les guste. Un fuerte abrazo
A leer!!
Capítulo 34: Sí eso te hace feliz, me mantendré fuerte
Entrada número cuarenta del diario.
20 de agosto, 2015
Tal vez estoy loca y paranoica con todo lo que me está pasando, pero creo que mamá sospecha algo. Me aseguré de guardar en una bolsa de plástico todas las pruebas de embarazo que tomé y de tirarlas en el bote de basura de la calle, dejando cero evidencia en la casa.
Me siento como una criminal, lo juro.
Ella me miró con curiosidad durante el almuerzo y me preguntó directamente si algo «fuera de lo normal» me estaba pasando. Me comentó que me nota con un brillo muy particular.
¿Es tan evidente, o es mi nueva loción corporal? Sonreí y le dije:
—Gracias, debe ser que estoy feliz.
Sí, como no. Entonces me preguntó por Marina. Tuve que reventarle la burbuja ahí mismo.
—Somos amigas, nada más.
—Yo diría que algo más, con la forma en que te mira…
—La has visto una vez?
—Independientemente de eso, te llama, pregunta por ti, pregunta acerca de mi día… Es atenta, gentil, le importas. Realmente me agrada.
Sí, mamá nos shipea duramente. Mal plan que la mentira de mis padres sea lo que me mantiene alejada de ella.
—En todo caso, no hay nada más que una amistad.
—Espero que la saques del friendzone pronto, hija. —Sonrió y se fue con su taza de café al sofá para ver las noticias y luego salir a la oficina de nuevo.
Mi madre y el léxico moderno, no se llevan bien.
Esta entrada fue graciosa. Es placentero leerla en momentos más ligeros y no siempre angustiada por el gran secreto que cubre su vida.
Nos estamos acercando a los capítulos que ya leí sobre lo que pasó después del cumpleaños de Vladimir y la indiscreción de Aleksey. Tengo muchas ganas de saber ¿qué pasó entre Leo y sus padres y si les dijo que conoce su pasado? Movámonos con esto.
Entrada número cuarenta y uno.
20 de agosto, 2015
Mi castaña amiga ha estado muy desanimada últimamente. Me la encontré en el centro comercial mientras buscaba un regalo para el cumpleañero de mañana, ella hacía lo mismo. Le invité un granizado de fresa y nos sentamos a conversar.
He pasado tan preocupada por mis problemas que no caí en cuenta de la depresión que siente. Sinceramente, supuse que nuestra amiga en común y ella hablaban con regularidad, que la «mujer innombrable»…
Lindo nuevo apodo, Lena.
… cuidaría mejor de su mejor amiga, pero allí estábamos y la pequeña estaba devastada. Yo nunca supe la verdadera razón por la que su familia se mudó y, al escucharla, no me dio tranquilidad alguna enterarme de lo que planeaba. Quería regresar con ellos, hablaba de cuanto los extraña, sobre cómo su vida había cambiado tanto, que no se reconoce a sí misma.
No quiere ser un adulto. Desea tener a su mamá cerca y que ésta le prepare la cena y la abrace mientras ven una boba película. Le hace falta hablar de temas serios con su papá, hacerse bromas, cocinar con ellos como lo hacían antes, postres y demás. Sentí lástima, y no por ella, por mí.
Hemos sido buenas amigas por los últimos tres años. Yo puedo con certeza decir que ella es mi mejor amiga, pero yo me he desentendido completamente de nuestro lazo, yo fui la que falló. Ahora lo lamento, porque sé que se irá. yo misma se lo sugerí. La urgí a que hablara con sus padres, que les propusiera la posibilidad de vivir a una distancia prudente del hospital, que les diga los necesita y que no los deje darle un «no» por respuesta.
Mi mejor amiga se mudará con sus padres, eventualmente se irá y eso me lastima. La quiero demasiado.
¿Qué he hecho? ¿Por qué me volví tan apática con ellos? Bueno, me he decepcionado de uno épicamente, pero ¿de los demás? No hacía falta y lo hice, me alejé. Yo puse mi clara distancia.
He hecho nuevos «amigos», no obstante, los amigos de Leo no son en realidad más que conocidos míos y a algunos prefiero no volverlos a ver, como las chicas de la fiesta con las drogas.
Nastya quiere volver a ser una niña, adolescente, para ser más exactos. Yo, no sé si podría. Mi mente viaja a la realidad cuando quiero escapar de ella. Ya no soy una pequeña, posiblemente mañana confirme que voy a convertirme en madre y aún no decido qué hacer con respecto a mis propios padres.
Envidio a mi amiga. Quisiera tener la facilidad de retroceder el tiempo y vivir sin preocupaciones. Las cosas que daría por borrar todo lo que ha pasado y lo que he escrito en este diario, por tener la posibilidad de no buscar respuestas. Pero lo hecho, hecho está., y al igual que mi amiga, tengo que seguir adelante.
Lena… a esto se refería cuando hablamos y yo le conté de mi posible viaje: «Te voy a decir lo mismo que le dije a Nastya cuando me pidió consejo con lo de su mudanza […] La familia es algo que no se puede reemplazar. La familia te llama».
¿Como olvidarlo? Es lo que me tiene entre la espada y la pared.
La entrada número cuarenta y dos ya la leí, fue la noche en la que Aleksey les cuenta a sus padres sobre Leo y tienen una fuerte discusión, también leí las dos que le siguen. Paso a la siguiente.
Entrada número cuarenta y cinco.
25 de agosto, 2015
—Lo traerás mañana a cenar o te prometo que lo meteré en la cárcel más rápido de lo que canta un gallo.
Fue la amenaza de papá hoy en la tarde. Insistí con que no lo conocerían, que prefiero no volver a verlo antes de que ellos tengan la facultad de privarlo de su libertad.
—Hija, escúchame muy bien —dijo con un tono amenazador que yo desconocía. Ver a papá enfadado a este nivel es algo nuevo para mí. Su carácter normalmente es tan tranquilo y relajado, que me dejó muda—. Invitarás a Leonardo a cenar mañana en la noche. No me interesan sus planes previos, cualquier compromiso que tenga lo cancelará.
La mención de su nombre no me ayudó con los nervios, de pronto papá le hacía honor a su puesto en la policía, detective. Después de esa corta advertencia me alcanzó una foto de Leo en el gimnasio, otra en la playa, otra entrando al club, otra a las puertas de su departamento. El nombre escrito con marcador permanente en la esquina de las pruebas: Leonardo Ferreira. ¿Necesitaba más para convencerme?
—Tu mamá me comentó que él no sabe acerca de tu edad, que lo has engañado durante no sé cuánto tiempo. ¡¿Te das cuenta de lo que le hiciste?!
No contesté. Enfadarlo más no era parte de mi plan, si es que pedirle que me dejara verlo podía llamarse un plan.
—Papá, necesito hablar con él.
—Imposible.
—Leo merece saber la verdad de mí.
—¿Y huir?
—Dudo que lo permitas, si lo tienes más que vigilado.
—¡Precisamente, no lo hará! ¡Si no viene a cenar mañana, los agentes que están siguiéndolo lo llevarán arrestado al precinto y de ahí no saldrá más que para la cárcel!
Mamá intervino, lo calmó recordándole que es él quien tiene el control y que ninguno de esos agentes permitiría que Leo me hiciera daño.
—Por favor, papá —insistí.
Dos horas, eso me dio y puso el cronómetro en marcha.
—Si después de que ustedes hablen, y antes de que tú salgas de su casa, este tipo no me llama confirmando que viene a la cena, los agentes lo arrestarán hoy mismo, ¿entendido?
Asentí y me coloqué mi bolso al cuello, saqué las llaves del auto y manejé directo a la playa.
Hablar con Leo no fue fácil. Admitir que todo empezó como un juego y que no pude encontrar el momento de decirle la verdad o incluso aceptar que no me importaba hacerlo, me costó enormemente.
Él reaccionó como lo esperaba, intranquilo por papá, pero al mismo tiempo seguro de lo que me había dicho hace un par de noches. Se acercó y me acarició con suavidad las mejillas, limpiando las lágrimas que había dejado caer. Me dio un corto beso en la frente y me abrazó consolándome. Iría a la cena y hablaría con mis papás sin dar marcha atrás. Estábamos juntos, seamos novios o no, y él daría la cara.
Le conté a breves rasgos sobre mi situación. Le dije que sabía que era adoptada y tenía pruebas fehacientes de mi verdadera edad, que no se preocupara por las amenazas de mi padre. Me regaló una sonrisa y me pidió que me tranquilizara.
—Las cosas saldrán bien, es cuestión de tener un poco de fe.
Él es de aquellos que cree en eso. Por un instante me relajé en sus brazos, pero cuando se inclinó para besarme en los labios, escuchamos un golpe brusco en la puerta y mi celular comenzó a sonar. Era papá.
—Ponlo al teléfono, no quiero que te vuelva a tocar, por lo menos hasta que hablemos.
Le extendí el aparato y di vueltas por la habitación, con la mirada. La ventana estaba abierta, la cortina corrida a un lado. Papá y sus hombres nos vigilaban. Era el colmo.
Leo se comportó como un caballero, muy educado al responder los gritos que papá daba del otro lado del auricular. Colgó y se acerco a la ventana quitándoles la visión. Me tomó de la mano y me llevó al baño, cerrando la puerta cuando estuvimos adentro y, antes de hablar, abrió la llave del lavabo.
Tenía miedo de que papá haya colocado micrófonos y había visto ese truco en una película, quién sabe si resultaría, pero no perdía nada en intentarlo.
Me besó con cariño y me abrazó por unos minutos más, me aseguró que me quería, me pidió que estuviese tranquila, que descanse.
Mañana será un día importante. decidí que si papá se pone intenso le diré todo lo que sé sobre mi pasado y desviaré la atención de las «fallas» de Leo.
Ahora intentaré dormir. Al menos tengo la tranquilidad de que en la mañana me llamaron de la clínica. El bebé fue nada más que un susto, un pequeño problema del que ya no necesito preocuparme.
Vaya, menudo problema en el que la metió el idiota de Aleksey. No es de extrañar que ella estuviese tan enojada con él y anhelaba vengarse. Se merece todo lo que le hicimos.
Entrada número cuarenta y seis del diario.
26 de agosto, 2015
Hay días en los que se puede sentir la acumulación de tensión hasta que todo explota en tu cara. Es una sorpresa cuando sucede, pero no debería, en algún momento dado tenía que suceder.
Leo llegó tan presentable como pudo. Se puso unos jeans color gris oscuro, llanos y serios, unos zapatos deportivos de gamuza completamente negros y una camiseta del mismo color de mangas largas con rayas grises; su cabello atado en un moño y su barba bien recortada, además de que olía realmente bien.
Mamá abrió la puerta y casi me río cuando lo vio, poco le faltó para derretirse con su sonrisa —¿quién no?—, claro que luego me miró con cara de querer asesinarme. Digo, Leo parece aparentar más edad, por lo menos veintiocho años y es más alto que mi papá con media cabeza, así que, podemos imaginar que no era una bonita imagen la que corría por sus mentes. Un tipo enorme y viejo, con su inocente y diminuta niña. Estaban sorprendidos y no de una buena manera.
Leo trajo flores. A mamá le gustan las magnolias, yo se lo había contado alguna vez, pero no creí que lo recordaría. Las amó, lo sé, a pesar de que todavía estaba muy preocupada y distante, los olió e hizo ese gesto de placidez antes de llevarlas a la cocina para colocarlas en un florero con agua.
A papá le dio un buen estrechón de manos, mostrándole intencionadamente lo fuerte que es, papá estuvo a punto de sacar su arma, —metafóricamente hablando, por supuesto—, pero si hubiera podido hacerlo…
Después de los saludos pasamos todos a la sala. Ellos no permitieron que me sentara a su lado y para ser honestos, yo no quería tampoco. Ambos continuaban mirándonos alternadamente, su preocupación fija en su ceño con una pregunta evidente: ¿cómo ha sobrevivido nuestra hija una relación con este tipo? Es, fácilmente, treinta y cinco centímetros más alto que yo, musculoso y robusto, uno de sus brazos podría contener a dos de los míos y los cuestionamientos al respecto no tardaron en llegar.
—No creo que te has dado cuenta de que eres demasiado grande para mi hija, y no me refiero únicamente en edad —Soltó papá como una bomba. Fue tan humillante. Leo no le contestó—. ¿Cuánto pesas? —Continuó papá, yo puse mis ojos en blanco mientras Leo le respondía que asienta sus 255 libras sobre mi cuerpo cada vez que lo hacemos en esa posisión. Bueno, no, él se limitó a decirle la cifra—. Debes medir unos dos metros, ¿no?
Leo asintió y posó su vista en mí un par de segundos.
—Mi hija mide no más de 1.60 metros y no pesará más de 110 libras. ¡Podrías matarla! —concluyó papá. En realidad mido 1.67, pero digamos que soy su bebé, en sus ojos debo medir cincuenta centímetros.
—¿Es eso lo que los preocupa? —les preguntó, completamente tranquilo.
No sabía dónde enterrar mi cabeza. Preferí comerme mis labios y dejarlos escondidos adentro de mi boca para no emitir sonido alguno. De verdad, ¿era esa la conversación que mis padres querían tener con mi cualquier cosa/amante/pasatiempo/amigo con derechos?
—Mi hija es menor de edad. Estás rompiendo la ley.
—Cuando la conocí pensé que tenía diecinueve años, hasta ayer fue así.
—Y ahora sabes la verdad, por lo que te conviene mantenerte alejado de ella.
—Papá, basta. No voy a dejar de verlo.
—Leonardo, ¿tienes hijos? —le preguntó mamá, interrumpiéndonos.
Al momento me pareció un insulto, una idiotez, ¿cómo va a preguntarle eso?, ¿acaso no me creyeron cuando les dije que tenía veinticuatro años?, ¿qué se les cruzaba por la cabeza?
Algo sucedió ese momento, él me miró fijamente y limpió su garganta antes de responder que sí, tenía un hijo.
¡¿Leo tiene un hijo?! Oh, por Dios, Lena. ¿Qué diablos, meterte con un hombre con hijos a los diecisiete años? ¡Dieciocho, como sea!
Nunca lo mencionó, ni una mísera palabra sobre el tema. Hemos estado juntos, íntimamente, por tres meses, ¡tres!, no un día o una semana, ¡tres meses! Leo no tiene una sola foto colgada en la pared o en un marco en el velador.
Mil preguntas me cruzaron la mente en cuestión de segundos. ¿Cuántos años tiene su hijo? ¿Quién es la madre de su hijo? ¿Cómo diablos es que tiene un hijo?
No tardó en contestar algunas de ellas y seguro varias de mis padres.
—Su nombre es Eduardo, tiene cuatro años y vive en Brasil. Nació dos meses después de que me mudara a Sochi.
¡Cuatro años! No es un bebé, es un niño brasileño, su madre debe ser de allá también.
Mis padres regresaron a verme buscando indicios de sorpresa. Lamentablemente pagan lo suficiente como para que yo pusiera una buena actuación. Oculté mi asombro con el rostro relajado y una pequeña sonrisa que le di a Leo. Él por el contrario no se tragó mi tranquilidad, podía ver mi confusión.
—Es distinto con un hijo varón que con una mujercita, pero respóndeme sinceramente: ¿te gustaría que abusaran de tu hijo? —prosiguió ella.
—Yo no me estoy aprovechando de su hija. Nos queremos, nos gustamos, nos respetamos —le comunicó conservando la calma—. No soy el tipo de hombre que procura herir a una mujer, no sacaría provecho de su decencia.
—¡Lo estás haciendo!
—¡Tú sabes que no es así papá! —reclamé con la misma dureza.
—¡Tú, mantente al margen!
—¡Suficiente! —Mamá nos calló a todos y detuvo a papá de seguir con su agresividad—. Asumo que no estás casado.
—No —respondió de inmediato.
—¿Cómo conociste a mi hija?
—En una fiesta.
—¿En dónde?
—En la casa de un amigo de universidad —les mintió, era mejor que confesar que además me hizo entrar a un bar siendo menor de veintiuno y que bebimos juntos mientras el ponía música y yo bailaba en frente de la cabina.
—¿Estudias?
—Terminé la carrera de gastronomía en junio, al igual que mis pasantías.
—Imagino entonces que tu plan es regresar a tu país a estar con tu familia —concluyó papá.
Leo volvió a mirarme como antes, estaba por contestar algo que no me caería bien.
—Sí, a principios de diciembre regreso a Rio de Janeiro, es parte de las condiciones de la beca, volver a trabajar en mi país por lo menos dos años.
No tenía idea de que eso era parte de su plan. Empecé a sentirme mal. ¿Cuánto no sé de su vida, de él?
Leo comenzó a preocuparse. Mi cara ya no portaba un acto fingido. Él se va, y bueno, dolió, a pesar de que no somos nada más que amigos. Me pesa que nunca me lo haya comentado. ¿Me lo iba a decir siquiera, o iba a dejar que yo fuera a su casa y encontrara el sitio completamente vacío?
—Tres meses más y estás fuera de la vida de mi hija —resaltó papá con burla.
—Somos amigos, buenos amigos. No me apartaré aunque estemos lejos —le respondió Leo siendo sincero y él explotó amenazándolo con llevarlo él mismo a la cárcel si se atrevía a continuar su contacto conmigo, y hacer que se pudra en ese lugar. No volvería a su país en años y no conocería a su hijo hasta que fuese demasiado tarde. Entonces la que explotó fui yo.
—¡No puedes hacer eso, yo decidí salir con él! Esto es vergonzoso, papá.
—¡Tú no puedes decidir nada! —me gritó sin control.
—No le hable a sí a su hija, se lo pido. —Intervino Leo, colocándose como barrera entre papá y yo. Se asustó de verlo así, o quizá de verme a mi temblar como gelatina.
—¡Aléjate de ella!
—No hasta que se calme.
—¡Que te quites te digo!
—Le prometí que la protegería de quién o lo que fuera. No me moveré.
—Vete a Brasil a criar a tu hijo y deja a la mía en paz. No es tu lugar jugar al padre de niños ajenos.
Esa fue la gota que derramó el vaso, su hipocresía me consumió.
—¿Cómo te atreves?
—«Yo» soy tu padre.
—¡No mientas, sé sobre Alenka!
Papá y mamá se quedaron paralizados mirándome sin entender lo que acababa de decir y volví a repetirlo.
—¡La cena se cancela! Llevaré a este patán al calabozo.
—¡Basta papá! Sé quien soy y de donde vengo. Sé la verdad, deja de hacerte el digno queriendo defenderme.
—¡Tú no sabes nada! ¡Vete a tu cuarto! —gritó con miedo en sus ojos, con furia en sus gestos—. ¡Sube ahora! —bramó.
Le respondí de la misma manera que si así lo quería yo no tenía problema. Le dije a Leo que esperara en el auto y fui a recoger algo de ropa en mi maleta. Unos jeans, ropa interior, camisetas, mi billetera y mi celular, nada más cabía en ese bolso.
—¡¿Qué crees que estás haciendo?! —papá gritaba siguiéndome por mi habitación y de nuevo a la planta baja.
—¡Me voy! Ustedes no son mis padres… —Odié sentirme tan desagradecida, pero yo no soy prisionera de nadie—. Yo decidí estar con Leo, es mi derecho y no vas a lastimarlo.
—Estás confundida. Tu eres nuestra hija —me dijo mamá.
—Alenka Kowalski, Erich Kaufman —fue lo único que mencioné y papá cerró su boca, su mirada reflejaba su pánico, al igual que la de mamá.
—Voy a irme con Leo y… ya veré que hago, donde vivo… después. Estoy en libertad de hacerlo, tengo mi certificado original de nacimiento y las pruebas necesarias de ADN como para defendernos frente a un juez. Así que… no harás nada papá. Saldré por esa puerta y…
Papá se sentó vencido en el sofá. Mamá se adelantó unos pasos, me abrazó fuerte y me dijo:
—Te amamos. No queremos verte mal o herida, menos aún que alguien tome ventaja de ti.
—No lo está haciendo, mamá, ya te lo dije el otro día. Yo estoy bien.
—No te atrevas a salir por esa puerta…
—¿O qué, papá?
Mamá nos frenó y le pidió que guardara silencio.
—Tómate unos días, hablaremos con tu papá y resolveremos este lío, ¿de acuerdo?
La tristeza en su voz me rompió el alma. No quería irme, pero los dados estaban lanzados y el tablero me exigía salir del juego.
—Prométeme que volverás en unos días, ¿sí?
Analicé a papá sobre el hombro de mi madre, era un barullo de confusión, pena, dolor, ira y decepción.
—No lo sé, mamá.
—Vamos, hija, hablaremos y resolveremos esto. Ahora ve con él.
La apreté por un segundo más y volteé hacia la puerta. Leo había regresado para asegurarse de que papá no me haya matado, manteniéndose en el margen externo de la entrada. Caminé hacia él y me dejó pasar antes de seguirme. Cuando estaba por cruzar la calle para entrar al auto vi que mamá lo había tomado por el codo y le hablaba, no logré escuchar lo que le decía. Entramos al Mini Austin y partimos, una cuadra más abajo nos detuvo un semáforo y me puse a llorar. Él se orilló y trató de calmarme, brindándome consuelo con un abrazo.
—Estaremos bien, mi amor —me repetía.
—¿Qué te dijo mamá? —le pregunté entre sollozos.
—Que eres su tesoro, lo más preciado que tiene en el mundo y que te cuide. Prometí hacerlo.
Si de algo estoy segura es que Leo cumple sus promesas. Ahora mismo está preparando algo de cenar mientras yo escribo esto desde el sofá de su sala.
¿Así se siente ser adulto?
Ni siquiera he terminado la secundaria y ya estoy viviendo con un hombre mayor, con un mísero trabajo de medio tiempo con el que debo pagar otros gastos ya adquiridos. Todo se siente tan extraño e incómodo. Ni siquiera tuve tiempo de coger una pijama. ¿Que diablos estoy haciendo?
Eso mismo me pregunto yo. Lena, ¿en serio, ir a vivir así nada más con Jesús?
Ya necesito saber qué pasó, porque está viviendo de vuelta en su casa, allí iré yo en dos días y si no fueran las cuatro de la madrugada lo haría, pero ya no doy más y las enfermeras ya me advirtieron que debo descansar. Hasta mañana diario.
Entrada número cuarenta y siete.
27 de agosto, 2015
Después de la cena de ayer quise arreglar la cocina y el desorden que quedó en el lavaplatos —estaba lleno de las ollas y sartenes que usó para cocinar, además de la vajilla y los cubiertos—, pero Leo me dijo que no me preocupara, hoy debe venir la señora de la limpieza. Agradecí poder irme a acostar e intentar dormir, estaba agotada después de la pelea y la cabeza me reventaba por tanto llorar, así que le hice caso, apagué la luz y lo seguí al cuarto.
Leo buscó en su clóset una camiseta vieja para usarla como pijama; me queda inmensa, a él ya no le queda. Fui al tocador para cambiarme, me quité los pantalones, mi blusa, el corpiño y las medias, quedando únicamente en mis bragas de algodón. Se me hizo tan raro contemplarme en el espejo de esa habitación, aunque no era nada nuevo, varias veces lo he hecho y con menos ropa.
Pensé en mis padres, extrañé por un segundo la comodidad de la vida que había dejado, mi alcoba, mis cosas, tener un cepillo de dientes, un par de toallas limpias para mí, artículos íntimos que sin duda tendría que ir a comprar apenas abrieran la farmacia, tomar un baño, ponerme crema en el cuerpo, secarme el cabello y acostarme a ver algo de televisión.
Esa ya no es más mi realidad, no por algún tiempo.
Cuando salí él estaba alistándose para ir al bar, su trabajo iniciaba en menos de una hora y debía apurarse. Me dio un beso, me dijo que estaba en mi casa, que no me sintiera una extraña, que no me preocupe por nada y que descanse. Unos minutos después escuché como partía en la moto. Volví a ver a mi alrededor y lloré otra vez.
Yo nunca planeé hacer esto, huir de casa o colgar a mis padres del techo con una amenaza, pero tampoco podía dejar que le hicieran daño a alguien que no se lo merece. Leo puede haberme ocultado cosas, no es el único que falló, yo también lo hice y, bueno, es algo de lo que tendremos que hablar en algún punto, pero nada de eso les incumbe a mis padres.
Hoy no iré al trabajo, aprovecharé que ya pedí unos días por lo de mi castigo e iré a hacer algunas compras necesarias. Son las siete de la mañana y él duerme como un bebé. Llegó al toque de las tres y veinte, termina su turno a las tres en punto. Debe dormir un par de horas más.
Yo por mi parte iré a tomar un baño y a preparar el desayuno, claro que para lograr completar esa misión tendré antes que despejar el lavaplatos. Debí lavar todo ayer. Odio el desorden, soy tan maniática de la limpieza como mi madre.
Creo que aquellos no fueron buenos días para Lena. Puedo sentir el pesar en sus palabras, su estado de ánimo; transmite tanto en ellas.
Miro la hora y caigo en cuenta de que he estado en esto durante horas. Son las cinco ya, pronto las enfermeras vendrán a darme más analgésicos que, me alegra decir, están funcionando perfectamente. Leeré un par de entradas más mientras tanto.
Entrada número cuarenta y ocho.
30 de agosto, 2015
He vivido aquí tres días, ¡tres!, y estoy a punto de estallar. Deben ser las hormonas, eso, culparé a las malditas hormonas, ¡porque no debería afectarme tanto todo!
Leo es genial, no quiero mentir y decir que no lo es, o que es un horrible ser humano —físicamente hablando—, porque esto no tiene nada que ver con quién es como persona… o quizá sí… Bueno, no importa. El punto es que: ¡¿Cuál rayos es su problema?!
Yo soy una chica de dieciocho años —legalmente diecisiete—, ¡necesito dormir! Tengo derecho a que no venga alguien y me despierte con un: «buenos días, mi amor. Hora de levantarse y ser productivos». ¡No, simplemente, no!
Llega del trabajo no más tarde de las 3:30 am, pero a las 7:45 en punto, ya está dando de botes por la vida.
Suena esa maldita alarma con la esa irritable canción de Metallica que revienta en mis oídos, pegándome el peor susto de la vida…
Espera, ¿Fuel? ¡Katina, es lo que me hiciste a mí cuando dormí en tu casa! ¿Qué carajos?
… se sienta desperezándose como oso, metiendo aún más escándalo que la alarma y se tira al piso a hacer flexiones de pecho. ¡Flexiones de pecho! ¡De pe-cho!…
—Ja, Ja, Ja, Ja, Ja
No puedo parar de reír lo juro. Duele, pero no puedo.
… Ni siquiera me es posible ponerme la almohada sobre la cabeza y dormirme por la asfixia, nooo. Mete tanto alboroto con sus gemidos y respiraciones que…
Hmm… ¿Así nos escuchamos cuando lo hacemos?, porque pobres los vecinos.
Un pequeñísimo silencio nos acompaña mientras se levanta del piso y da la vuelta a la cama para terminar de despertarme con su: «buenos días, mi amor… Ñe, ñe, ñe, ñe, ñe». ¡¿Qué tienen de buenos?! ¡Es domingo, maldita sea! ¡Déjame dormir!
Sí, Leo está muy bueno y es por algo, porque se mata haciendo precisamente esto. Pero a mí no me jodan. ¡¿Yo qué tengo que ver yo con sus malditos músculos?! Yo soy una chica flacuchenta de dieciocho años. ¡Yo-quiero-dormir!
Los chicos de mi edad no tienen esa contextura, ¡y es por algo!…
Pobre Lena. Dios, leer esto es tan divertido.
… Y no quiero iniciar siquiera con la travesía que es ir a bañarse después de él. El cuarto de baño, una laguna, aunque creo que la verdadera laguna es la laguna mental que tiene este hombre que se le olvida —todos los días— que existe algo que se llama: «alfombra de pies». Y que debería secarse, por lo menos, medio cuerpo dentro de la estúpida ducha que al parecer no tiene cortina cuando él se baña. ¡No la tiene, porque hasta el inodoro queda salpicado del agua con jabón!
¡Y eso, el maldito jabón! ¡Siempre está lleno de pelos! Yo imaginaré que son los de su barba porque… que ascooo. Por suerte no necesito usarlo, compré esa mañana un jabón líquido neutro para mí, pero solo de verlo es… No, el baño es la habitación de la casa que debería ser la más limpia después de la cocina.
Otra cosa que me tiene, tal vez, más o igual de loca. Gracias a la vida que Marcelina —la señora de la limpieza—, viene pasando un día o este departamento estaría lleno de cucharachas, no lo dudo.
¡Leo es chef! ¡Chef!, del verbo: «la cocina debería ser lo más pulcro, mi santuario, nadie nunca verá un plato sucio en mi cocina». Ese tipo de verbo, conjugado en todos los tiempos. Pero no, no, no, no. A él le da paja limpiar los platos.
—Para eso están los asistentes de cocina —me dijo ayer, y yo me quedé como: ¡¿y dónde está tu maldito asistente ahora?!
Juro que no sé, quizá él calculaba muy bien los días que iba a traerme aquí, porque yo siempre vi este lugar muy bien puesto.
Las apariencias, eso, las apariencias son lo más. Quizá es por eso que existe el dicho de: «antes de casarte con alguien, vivan juntos».
Soy demasiado joven, me van a salir canas verdes. Si un día dejé una camiseta tirada en el piso de mi cuarto, de la pereza que tenía de botarla en el tacho de la ropa sucia, me arrepiento infinitamente.
Así no es cómo yo quiero vivir mi vida.
Sé que debería dejar de reírme, no es gracioso… No, sí que lo es.
—Hey, veo que ya te sientes mejor.
¡Demonios, ¿cuándo entró?!
Escondo el diario debajo de la cobija y me enderezo unos centímetros para disimular.
—Lena, ¿qué… haces aquí?
—Vine a ver cómo estaba mi nueva compañera de cuarto… y… quería preguntarte algo.
Parece que no se dio cuenta de lo que tenía en las manos. Bien, no quiero que me descubra y me ahorque, no a dos días antes de ir a su casa.
—Te escucho —le digo y se acerca con una paleta de chocolate en forma de calabaza.
—Estuvimos hablando con Nastya y Ruslán, y se nos ocurrió que como no vas a poder ir a la fiesta de Halloween… podemos traer la fiesta a ti —me propone, esperando una respuesta positiva con un tierno vaivén de su cuerpo—. Claro, si crees que no te va a hacer daño el ajetreo y… todo eso.
Linda.
—No, me parece genial. Me encantaría.
—Bien, ten —me dice, acerca una tarjeta con una figura de una bruja que se parece mucho a mí. Reconozco el trazo—. La hizo Nastya, es tu invitación oficial. Así que no se te ocurra irte por ahí con un enfermero buen mozo o un doctor, que aquí no hay de esos guapos como los de Grey's Anatomy… Igual, no te vayas con ellos.
Súper linda, y celosa, más linda aún.
—No lo haré, si salgo de aquí, será contigo.
Amplía su sonrisa al escucharme y trata de disimular girando hacia la televisión.
—Traje tu película favorita —me cuenta de espaldas, sacándola de su mochila—. Es una buena tarde para iniciar con el ambiente Halloweenesco.
Se estira hasta el DVD que está unos centímetros sobre su cabeza y me da un corto espectáculo cuando su camiseta se levanta por sobre su cadera.
Ya quiero estar en su casa. Ya quiero que sea sábado. Ya quiero tenerla muy cerca en su cama y no la voy a despertar, o le llenaré el jabón de pelos, limpiaré bien cuando ensucie algo y…
—¿Qué?, ¿tengo algo en la cara? —me pregunta, pescándome observándola.
Sí, tiene una deseable boca, unos dulces labios, tiene unos ojos de morir y esas pecas.
—No, no tienes nada, ven. Alcanzamos las dos en esta camilla.
Toma el control en sus manos y se sienta a mi lado, presionando el botón de reproducir. Le doy una mirada rápida y regreso al regalo que me dio hace unos minutos.
—¿Chocolate? —Le ofrezco cortando el chupetín. Toma el pedazo y se lo lleva a la boca.
Tengo una abrumadora sensación de conocerla, sólo por haberla leído todo el día, es como magia. Lena es pura magia.
A leer!!
Capítulo 34: Sí eso te hace feliz, me mantendré fuerte
Entrada número cuarenta del diario.
20 de agosto, 2015
Tal vez estoy loca y paranoica con todo lo que me está pasando, pero creo que mamá sospecha algo. Me aseguré de guardar en una bolsa de plástico todas las pruebas de embarazo que tomé y de tirarlas en el bote de basura de la calle, dejando cero evidencia en la casa.
Me siento como una criminal, lo juro.
Ella me miró con curiosidad durante el almuerzo y me preguntó directamente si algo «fuera de lo normal» me estaba pasando. Me comentó que me nota con un brillo muy particular.
¿Es tan evidente, o es mi nueva loción corporal? Sonreí y le dije:
—Gracias, debe ser que estoy feliz.
Sí, como no. Entonces me preguntó por Marina. Tuve que reventarle la burbuja ahí mismo.
—Somos amigas, nada más.
—Yo diría que algo más, con la forma en que te mira…
—La has visto una vez?
—Independientemente de eso, te llama, pregunta por ti, pregunta acerca de mi día… Es atenta, gentil, le importas. Realmente me agrada.
Sí, mamá nos shipea duramente. Mal plan que la mentira de mis padres sea lo que me mantiene alejada de ella.
—En todo caso, no hay nada más que una amistad.
—Espero que la saques del friendzone pronto, hija. —Sonrió y se fue con su taza de café al sofá para ver las noticias y luego salir a la oficina de nuevo.
Mi madre y el léxico moderno, no se llevan bien.
Esta entrada fue graciosa. Es placentero leerla en momentos más ligeros y no siempre angustiada por el gran secreto que cubre su vida.
Nos estamos acercando a los capítulos que ya leí sobre lo que pasó después del cumpleaños de Vladimir y la indiscreción de Aleksey. Tengo muchas ganas de saber ¿qué pasó entre Leo y sus padres y si les dijo que conoce su pasado? Movámonos con esto.
Entrada número cuarenta y uno.
20 de agosto, 2015
Mi castaña amiga ha estado muy desanimada últimamente. Me la encontré en el centro comercial mientras buscaba un regalo para el cumpleañero de mañana, ella hacía lo mismo. Le invité un granizado de fresa y nos sentamos a conversar.
He pasado tan preocupada por mis problemas que no caí en cuenta de la depresión que siente. Sinceramente, supuse que nuestra amiga en común y ella hablaban con regularidad, que la «mujer innombrable»…
Lindo nuevo apodo, Lena.
… cuidaría mejor de su mejor amiga, pero allí estábamos y la pequeña estaba devastada. Yo nunca supe la verdadera razón por la que su familia se mudó y, al escucharla, no me dio tranquilidad alguna enterarme de lo que planeaba. Quería regresar con ellos, hablaba de cuanto los extraña, sobre cómo su vida había cambiado tanto, que no se reconoce a sí misma.
No quiere ser un adulto. Desea tener a su mamá cerca y que ésta le prepare la cena y la abrace mientras ven una boba película. Le hace falta hablar de temas serios con su papá, hacerse bromas, cocinar con ellos como lo hacían antes, postres y demás. Sentí lástima, y no por ella, por mí.
Hemos sido buenas amigas por los últimos tres años. Yo puedo con certeza decir que ella es mi mejor amiga, pero yo me he desentendido completamente de nuestro lazo, yo fui la que falló. Ahora lo lamento, porque sé que se irá. yo misma se lo sugerí. La urgí a que hablara con sus padres, que les propusiera la posibilidad de vivir a una distancia prudente del hospital, que les diga los necesita y que no los deje darle un «no» por respuesta.
Mi mejor amiga se mudará con sus padres, eventualmente se irá y eso me lastima. La quiero demasiado.
¿Qué he hecho? ¿Por qué me volví tan apática con ellos? Bueno, me he decepcionado de uno épicamente, pero ¿de los demás? No hacía falta y lo hice, me alejé. Yo puse mi clara distancia.
He hecho nuevos «amigos», no obstante, los amigos de Leo no son en realidad más que conocidos míos y a algunos prefiero no volverlos a ver, como las chicas de la fiesta con las drogas.
Nastya quiere volver a ser una niña, adolescente, para ser más exactos. Yo, no sé si podría. Mi mente viaja a la realidad cuando quiero escapar de ella. Ya no soy una pequeña, posiblemente mañana confirme que voy a convertirme en madre y aún no decido qué hacer con respecto a mis propios padres.
Envidio a mi amiga. Quisiera tener la facilidad de retroceder el tiempo y vivir sin preocupaciones. Las cosas que daría por borrar todo lo que ha pasado y lo que he escrito en este diario, por tener la posibilidad de no buscar respuestas. Pero lo hecho, hecho está., y al igual que mi amiga, tengo que seguir adelante.
Lena… a esto se refería cuando hablamos y yo le conté de mi posible viaje: «Te voy a decir lo mismo que le dije a Nastya cuando me pidió consejo con lo de su mudanza […] La familia es algo que no se puede reemplazar. La familia te llama».
¿Como olvidarlo? Es lo que me tiene entre la espada y la pared.
La entrada número cuarenta y dos ya la leí, fue la noche en la que Aleksey les cuenta a sus padres sobre Leo y tienen una fuerte discusión, también leí las dos que le siguen. Paso a la siguiente.
Entrada número cuarenta y cinco.
25 de agosto, 2015
—Lo traerás mañana a cenar o te prometo que lo meteré en la cárcel más rápido de lo que canta un gallo.
Fue la amenaza de papá hoy en la tarde. Insistí con que no lo conocerían, que prefiero no volver a verlo antes de que ellos tengan la facultad de privarlo de su libertad.
—Hija, escúchame muy bien —dijo con un tono amenazador que yo desconocía. Ver a papá enfadado a este nivel es algo nuevo para mí. Su carácter normalmente es tan tranquilo y relajado, que me dejó muda—. Invitarás a Leonardo a cenar mañana en la noche. No me interesan sus planes previos, cualquier compromiso que tenga lo cancelará.
La mención de su nombre no me ayudó con los nervios, de pronto papá le hacía honor a su puesto en la policía, detective. Después de esa corta advertencia me alcanzó una foto de Leo en el gimnasio, otra en la playa, otra entrando al club, otra a las puertas de su departamento. El nombre escrito con marcador permanente en la esquina de las pruebas: Leonardo Ferreira. ¿Necesitaba más para convencerme?
—Tu mamá me comentó que él no sabe acerca de tu edad, que lo has engañado durante no sé cuánto tiempo. ¡¿Te das cuenta de lo que le hiciste?!
No contesté. Enfadarlo más no era parte de mi plan, si es que pedirle que me dejara verlo podía llamarse un plan.
—Papá, necesito hablar con él.
—Imposible.
—Leo merece saber la verdad de mí.
—¿Y huir?
—Dudo que lo permitas, si lo tienes más que vigilado.
—¡Precisamente, no lo hará! ¡Si no viene a cenar mañana, los agentes que están siguiéndolo lo llevarán arrestado al precinto y de ahí no saldrá más que para la cárcel!
Mamá intervino, lo calmó recordándole que es él quien tiene el control y que ninguno de esos agentes permitiría que Leo me hiciera daño.
—Por favor, papá —insistí.
Dos horas, eso me dio y puso el cronómetro en marcha.
—Si después de que ustedes hablen, y antes de que tú salgas de su casa, este tipo no me llama confirmando que viene a la cena, los agentes lo arrestarán hoy mismo, ¿entendido?
Asentí y me coloqué mi bolso al cuello, saqué las llaves del auto y manejé directo a la playa.
Hablar con Leo no fue fácil. Admitir que todo empezó como un juego y que no pude encontrar el momento de decirle la verdad o incluso aceptar que no me importaba hacerlo, me costó enormemente.
Él reaccionó como lo esperaba, intranquilo por papá, pero al mismo tiempo seguro de lo que me había dicho hace un par de noches. Se acercó y me acarició con suavidad las mejillas, limpiando las lágrimas que había dejado caer. Me dio un corto beso en la frente y me abrazó consolándome. Iría a la cena y hablaría con mis papás sin dar marcha atrás. Estábamos juntos, seamos novios o no, y él daría la cara.
Le conté a breves rasgos sobre mi situación. Le dije que sabía que era adoptada y tenía pruebas fehacientes de mi verdadera edad, que no se preocupara por las amenazas de mi padre. Me regaló una sonrisa y me pidió que me tranquilizara.
—Las cosas saldrán bien, es cuestión de tener un poco de fe.
Él es de aquellos que cree en eso. Por un instante me relajé en sus brazos, pero cuando se inclinó para besarme en los labios, escuchamos un golpe brusco en la puerta y mi celular comenzó a sonar. Era papá.
—Ponlo al teléfono, no quiero que te vuelva a tocar, por lo menos hasta que hablemos.
Le extendí el aparato y di vueltas por la habitación, con la mirada. La ventana estaba abierta, la cortina corrida a un lado. Papá y sus hombres nos vigilaban. Era el colmo.
Leo se comportó como un caballero, muy educado al responder los gritos que papá daba del otro lado del auricular. Colgó y se acerco a la ventana quitándoles la visión. Me tomó de la mano y me llevó al baño, cerrando la puerta cuando estuvimos adentro y, antes de hablar, abrió la llave del lavabo.
Tenía miedo de que papá haya colocado micrófonos y había visto ese truco en una película, quién sabe si resultaría, pero no perdía nada en intentarlo.
Me besó con cariño y me abrazó por unos minutos más, me aseguró que me quería, me pidió que estuviese tranquila, que descanse.
Mañana será un día importante. decidí que si papá se pone intenso le diré todo lo que sé sobre mi pasado y desviaré la atención de las «fallas» de Leo.
Ahora intentaré dormir. Al menos tengo la tranquilidad de que en la mañana me llamaron de la clínica. El bebé fue nada más que un susto, un pequeño problema del que ya no necesito preocuparme.
Vaya, menudo problema en el que la metió el idiota de Aleksey. No es de extrañar que ella estuviese tan enojada con él y anhelaba vengarse. Se merece todo lo que le hicimos.
Entrada número cuarenta y seis del diario.
26 de agosto, 2015
Hay días en los que se puede sentir la acumulación de tensión hasta que todo explota en tu cara. Es una sorpresa cuando sucede, pero no debería, en algún momento dado tenía que suceder.
Leo llegó tan presentable como pudo. Se puso unos jeans color gris oscuro, llanos y serios, unos zapatos deportivos de gamuza completamente negros y una camiseta del mismo color de mangas largas con rayas grises; su cabello atado en un moño y su barba bien recortada, además de que olía realmente bien.
Mamá abrió la puerta y casi me río cuando lo vio, poco le faltó para derretirse con su sonrisa —¿quién no?—, claro que luego me miró con cara de querer asesinarme. Digo, Leo parece aparentar más edad, por lo menos veintiocho años y es más alto que mi papá con media cabeza, así que, podemos imaginar que no era una bonita imagen la que corría por sus mentes. Un tipo enorme y viejo, con su inocente y diminuta niña. Estaban sorprendidos y no de una buena manera.
Leo trajo flores. A mamá le gustan las magnolias, yo se lo había contado alguna vez, pero no creí que lo recordaría. Las amó, lo sé, a pesar de que todavía estaba muy preocupada y distante, los olió e hizo ese gesto de placidez antes de llevarlas a la cocina para colocarlas en un florero con agua.
A papá le dio un buen estrechón de manos, mostrándole intencionadamente lo fuerte que es, papá estuvo a punto de sacar su arma, —metafóricamente hablando, por supuesto—, pero si hubiera podido hacerlo…
Después de los saludos pasamos todos a la sala. Ellos no permitieron que me sentara a su lado y para ser honestos, yo no quería tampoco. Ambos continuaban mirándonos alternadamente, su preocupación fija en su ceño con una pregunta evidente: ¿cómo ha sobrevivido nuestra hija una relación con este tipo? Es, fácilmente, treinta y cinco centímetros más alto que yo, musculoso y robusto, uno de sus brazos podría contener a dos de los míos y los cuestionamientos al respecto no tardaron en llegar.
—No creo que te has dado cuenta de que eres demasiado grande para mi hija, y no me refiero únicamente en edad —Soltó papá como una bomba. Fue tan humillante. Leo no le contestó—. ¿Cuánto pesas? —Continuó papá, yo puse mis ojos en blanco mientras Leo le respondía que asienta sus 255 libras sobre mi cuerpo cada vez que lo hacemos en esa posisión. Bueno, no, él se limitó a decirle la cifra—. Debes medir unos dos metros, ¿no?
Leo asintió y posó su vista en mí un par de segundos.
—Mi hija mide no más de 1.60 metros y no pesará más de 110 libras. ¡Podrías matarla! —concluyó papá. En realidad mido 1.67, pero digamos que soy su bebé, en sus ojos debo medir cincuenta centímetros.
—¿Es eso lo que los preocupa? —les preguntó, completamente tranquilo.
No sabía dónde enterrar mi cabeza. Preferí comerme mis labios y dejarlos escondidos adentro de mi boca para no emitir sonido alguno. De verdad, ¿era esa la conversación que mis padres querían tener con mi cualquier cosa/amante/pasatiempo/amigo con derechos?
—Mi hija es menor de edad. Estás rompiendo la ley.
—Cuando la conocí pensé que tenía diecinueve años, hasta ayer fue así.
—Y ahora sabes la verdad, por lo que te conviene mantenerte alejado de ella.
—Papá, basta. No voy a dejar de verlo.
—Leonardo, ¿tienes hijos? —le preguntó mamá, interrumpiéndonos.
Al momento me pareció un insulto, una idiotez, ¿cómo va a preguntarle eso?, ¿acaso no me creyeron cuando les dije que tenía veinticuatro años?, ¿qué se les cruzaba por la cabeza?
Algo sucedió ese momento, él me miró fijamente y limpió su garganta antes de responder que sí, tenía un hijo.
¡¿Leo tiene un hijo?! Oh, por Dios, Lena. ¿Qué diablos, meterte con un hombre con hijos a los diecisiete años? ¡Dieciocho, como sea!
Nunca lo mencionó, ni una mísera palabra sobre el tema. Hemos estado juntos, íntimamente, por tres meses, ¡tres!, no un día o una semana, ¡tres meses! Leo no tiene una sola foto colgada en la pared o en un marco en el velador.
Mil preguntas me cruzaron la mente en cuestión de segundos. ¿Cuántos años tiene su hijo? ¿Quién es la madre de su hijo? ¿Cómo diablos es que tiene un hijo?
No tardó en contestar algunas de ellas y seguro varias de mis padres.
—Su nombre es Eduardo, tiene cuatro años y vive en Brasil. Nació dos meses después de que me mudara a Sochi.
¡Cuatro años! No es un bebé, es un niño brasileño, su madre debe ser de allá también.
Mis padres regresaron a verme buscando indicios de sorpresa. Lamentablemente pagan lo suficiente como para que yo pusiera una buena actuación. Oculté mi asombro con el rostro relajado y una pequeña sonrisa que le di a Leo. Él por el contrario no se tragó mi tranquilidad, podía ver mi confusión.
—Es distinto con un hijo varón que con una mujercita, pero respóndeme sinceramente: ¿te gustaría que abusaran de tu hijo? —prosiguió ella.
—Yo no me estoy aprovechando de su hija. Nos queremos, nos gustamos, nos respetamos —le comunicó conservando la calma—. No soy el tipo de hombre que procura herir a una mujer, no sacaría provecho de su decencia.
—¡Lo estás haciendo!
—¡Tú sabes que no es así papá! —reclamé con la misma dureza.
—¡Tú, mantente al margen!
—¡Suficiente! —Mamá nos calló a todos y detuvo a papá de seguir con su agresividad—. Asumo que no estás casado.
—No —respondió de inmediato.
—¿Cómo conociste a mi hija?
—En una fiesta.
—¿En dónde?
—En la casa de un amigo de universidad —les mintió, era mejor que confesar que además me hizo entrar a un bar siendo menor de veintiuno y que bebimos juntos mientras el ponía música y yo bailaba en frente de la cabina.
—¿Estudias?
—Terminé la carrera de gastronomía en junio, al igual que mis pasantías.
—Imagino entonces que tu plan es regresar a tu país a estar con tu familia —concluyó papá.
Leo volvió a mirarme como antes, estaba por contestar algo que no me caería bien.
—Sí, a principios de diciembre regreso a Rio de Janeiro, es parte de las condiciones de la beca, volver a trabajar en mi país por lo menos dos años.
No tenía idea de que eso era parte de su plan. Empecé a sentirme mal. ¿Cuánto no sé de su vida, de él?
Leo comenzó a preocuparse. Mi cara ya no portaba un acto fingido. Él se va, y bueno, dolió, a pesar de que no somos nada más que amigos. Me pesa que nunca me lo haya comentado. ¿Me lo iba a decir siquiera, o iba a dejar que yo fuera a su casa y encontrara el sitio completamente vacío?
—Tres meses más y estás fuera de la vida de mi hija —resaltó papá con burla.
—Somos amigos, buenos amigos. No me apartaré aunque estemos lejos —le respondió Leo siendo sincero y él explotó amenazándolo con llevarlo él mismo a la cárcel si se atrevía a continuar su contacto conmigo, y hacer que se pudra en ese lugar. No volvería a su país en años y no conocería a su hijo hasta que fuese demasiado tarde. Entonces la que explotó fui yo.
—¡No puedes hacer eso, yo decidí salir con él! Esto es vergonzoso, papá.
—¡Tú no puedes decidir nada! —me gritó sin control.
—No le hable a sí a su hija, se lo pido. —Intervino Leo, colocándose como barrera entre papá y yo. Se asustó de verlo así, o quizá de verme a mi temblar como gelatina.
—¡Aléjate de ella!
—No hasta que se calme.
—¡Que te quites te digo!
—Le prometí que la protegería de quién o lo que fuera. No me moveré.
—Vete a Brasil a criar a tu hijo y deja a la mía en paz. No es tu lugar jugar al padre de niños ajenos.
Esa fue la gota que derramó el vaso, su hipocresía me consumió.
—¿Cómo te atreves?
—«Yo» soy tu padre.
—¡No mientas, sé sobre Alenka!
Papá y mamá se quedaron paralizados mirándome sin entender lo que acababa de decir y volví a repetirlo.
—¡La cena se cancela! Llevaré a este patán al calabozo.
—¡Basta papá! Sé quien soy y de donde vengo. Sé la verdad, deja de hacerte el digno queriendo defenderme.
—¡Tú no sabes nada! ¡Vete a tu cuarto! —gritó con miedo en sus ojos, con furia en sus gestos—. ¡Sube ahora! —bramó.
Le respondí de la misma manera que si así lo quería yo no tenía problema. Le dije a Leo que esperara en el auto y fui a recoger algo de ropa en mi maleta. Unos jeans, ropa interior, camisetas, mi billetera y mi celular, nada más cabía en ese bolso.
—¡¿Qué crees que estás haciendo?! —papá gritaba siguiéndome por mi habitación y de nuevo a la planta baja.
—¡Me voy! Ustedes no son mis padres… —Odié sentirme tan desagradecida, pero yo no soy prisionera de nadie—. Yo decidí estar con Leo, es mi derecho y no vas a lastimarlo.
—Estás confundida. Tu eres nuestra hija —me dijo mamá.
—Alenka Kowalski, Erich Kaufman —fue lo único que mencioné y papá cerró su boca, su mirada reflejaba su pánico, al igual que la de mamá.
—Voy a irme con Leo y… ya veré que hago, donde vivo… después. Estoy en libertad de hacerlo, tengo mi certificado original de nacimiento y las pruebas necesarias de ADN como para defendernos frente a un juez. Así que… no harás nada papá. Saldré por esa puerta y…
Papá se sentó vencido en el sofá. Mamá se adelantó unos pasos, me abrazó fuerte y me dijo:
—Te amamos. No queremos verte mal o herida, menos aún que alguien tome ventaja de ti.
—No lo está haciendo, mamá, ya te lo dije el otro día. Yo estoy bien.
—No te atrevas a salir por esa puerta…
—¿O qué, papá?
Mamá nos frenó y le pidió que guardara silencio.
—Tómate unos días, hablaremos con tu papá y resolveremos este lío, ¿de acuerdo?
La tristeza en su voz me rompió el alma. No quería irme, pero los dados estaban lanzados y el tablero me exigía salir del juego.
—Prométeme que volverás en unos días, ¿sí?
Analicé a papá sobre el hombro de mi madre, era un barullo de confusión, pena, dolor, ira y decepción.
—No lo sé, mamá.
—Vamos, hija, hablaremos y resolveremos esto. Ahora ve con él.
La apreté por un segundo más y volteé hacia la puerta. Leo había regresado para asegurarse de que papá no me haya matado, manteniéndose en el margen externo de la entrada. Caminé hacia él y me dejó pasar antes de seguirme. Cuando estaba por cruzar la calle para entrar al auto vi que mamá lo había tomado por el codo y le hablaba, no logré escuchar lo que le decía. Entramos al Mini Austin y partimos, una cuadra más abajo nos detuvo un semáforo y me puse a llorar. Él se orilló y trató de calmarme, brindándome consuelo con un abrazo.
—Estaremos bien, mi amor —me repetía.
—¿Qué te dijo mamá? —le pregunté entre sollozos.
—Que eres su tesoro, lo más preciado que tiene en el mundo y que te cuide. Prometí hacerlo.
Si de algo estoy segura es que Leo cumple sus promesas. Ahora mismo está preparando algo de cenar mientras yo escribo esto desde el sofá de su sala.
¿Así se siente ser adulto?
Ni siquiera he terminado la secundaria y ya estoy viviendo con un hombre mayor, con un mísero trabajo de medio tiempo con el que debo pagar otros gastos ya adquiridos. Todo se siente tan extraño e incómodo. Ni siquiera tuve tiempo de coger una pijama. ¿Que diablos estoy haciendo?
Eso mismo me pregunto yo. Lena, ¿en serio, ir a vivir así nada más con Jesús?
Ya necesito saber qué pasó, porque está viviendo de vuelta en su casa, allí iré yo en dos días y si no fueran las cuatro de la madrugada lo haría, pero ya no doy más y las enfermeras ya me advirtieron que debo descansar. Hasta mañana diario.
Entrada número cuarenta y siete.
27 de agosto, 2015
Después de la cena de ayer quise arreglar la cocina y el desorden que quedó en el lavaplatos —estaba lleno de las ollas y sartenes que usó para cocinar, además de la vajilla y los cubiertos—, pero Leo me dijo que no me preocupara, hoy debe venir la señora de la limpieza. Agradecí poder irme a acostar e intentar dormir, estaba agotada después de la pelea y la cabeza me reventaba por tanto llorar, así que le hice caso, apagué la luz y lo seguí al cuarto.
Leo buscó en su clóset una camiseta vieja para usarla como pijama; me queda inmensa, a él ya no le queda. Fui al tocador para cambiarme, me quité los pantalones, mi blusa, el corpiño y las medias, quedando únicamente en mis bragas de algodón. Se me hizo tan raro contemplarme en el espejo de esa habitación, aunque no era nada nuevo, varias veces lo he hecho y con menos ropa.
Pensé en mis padres, extrañé por un segundo la comodidad de la vida que había dejado, mi alcoba, mis cosas, tener un cepillo de dientes, un par de toallas limpias para mí, artículos íntimos que sin duda tendría que ir a comprar apenas abrieran la farmacia, tomar un baño, ponerme crema en el cuerpo, secarme el cabello y acostarme a ver algo de televisión.
Esa ya no es más mi realidad, no por algún tiempo.
Cuando salí él estaba alistándose para ir al bar, su trabajo iniciaba en menos de una hora y debía apurarse. Me dio un beso, me dijo que estaba en mi casa, que no me sintiera una extraña, que no me preocupe por nada y que descanse. Unos minutos después escuché como partía en la moto. Volví a ver a mi alrededor y lloré otra vez.
Yo nunca planeé hacer esto, huir de casa o colgar a mis padres del techo con una amenaza, pero tampoco podía dejar que le hicieran daño a alguien que no se lo merece. Leo puede haberme ocultado cosas, no es el único que falló, yo también lo hice y, bueno, es algo de lo que tendremos que hablar en algún punto, pero nada de eso les incumbe a mis padres.
Hoy no iré al trabajo, aprovecharé que ya pedí unos días por lo de mi castigo e iré a hacer algunas compras necesarias. Son las siete de la mañana y él duerme como un bebé. Llegó al toque de las tres y veinte, termina su turno a las tres en punto. Debe dormir un par de horas más.
Yo por mi parte iré a tomar un baño y a preparar el desayuno, claro que para lograr completar esa misión tendré antes que despejar el lavaplatos. Debí lavar todo ayer. Odio el desorden, soy tan maniática de la limpieza como mi madre.
Creo que aquellos no fueron buenos días para Lena. Puedo sentir el pesar en sus palabras, su estado de ánimo; transmite tanto en ellas.
Miro la hora y caigo en cuenta de que he estado en esto durante horas. Son las cinco ya, pronto las enfermeras vendrán a darme más analgésicos que, me alegra decir, están funcionando perfectamente. Leeré un par de entradas más mientras tanto.
Entrada número cuarenta y ocho.
30 de agosto, 2015
He vivido aquí tres días, ¡tres!, y estoy a punto de estallar. Deben ser las hormonas, eso, culparé a las malditas hormonas, ¡porque no debería afectarme tanto todo!
Leo es genial, no quiero mentir y decir que no lo es, o que es un horrible ser humano —físicamente hablando—, porque esto no tiene nada que ver con quién es como persona… o quizá sí… Bueno, no importa. El punto es que: ¡¿Cuál rayos es su problema?!
Yo soy una chica de dieciocho años —legalmente diecisiete—, ¡necesito dormir! Tengo derecho a que no venga alguien y me despierte con un: «buenos días, mi amor. Hora de levantarse y ser productivos». ¡No, simplemente, no!
Llega del trabajo no más tarde de las 3:30 am, pero a las 7:45 en punto, ya está dando de botes por la vida.
Suena esa maldita alarma con la esa irritable canción de Metallica que revienta en mis oídos, pegándome el peor susto de la vida…
Espera, ¿Fuel? ¡Katina, es lo que me hiciste a mí cuando dormí en tu casa! ¿Qué carajos?
… se sienta desperezándose como oso, metiendo aún más escándalo que la alarma y se tira al piso a hacer flexiones de pecho. ¡Flexiones de pecho! ¡De pe-cho!…
—Ja, Ja, Ja, Ja, Ja
No puedo parar de reír lo juro. Duele, pero no puedo.
… Ni siquiera me es posible ponerme la almohada sobre la cabeza y dormirme por la asfixia, nooo. Mete tanto alboroto con sus gemidos y respiraciones que…
Hmm… ¿Así nos escuchamos cuando lo hacemos?, porque pobres los vecinos.
Un pequeñísimo silencio nos acompaña mientras se levanta del piso y da la vuelta a la cama para terminar de despertarme con su: «buenos días, mi amor… Ñe, ñe, ñe, ñe, ñe». ¡¿Qué tienen de buenos?! ¡Es domingo, maldita sea! ¡Déjame dormir!
Sí, Leo está muy bueno y es por algo, porque se mata haciendo precisamente esto. Pero a mí no me jodan. ¡¿Yo qué tengo que ver yo con sus malditos músculos?! Yo soy una chica flacuchenta de dieciocho años. ¡Yo-quiero-dormir!
Los chicos de mi edad no tienen esa contextura, ¡y es por algo!…
Pobre Lena. Dios, leer esto es tan divertido.
… Y no quiero iniciar siquiera con la travesía que es ir a bañarse después de él. El cuarto de baño, una laguna, aunque creo que la verdadera laguna es la laguna mental que tiene este hombre que se le olvida —todos los días— que existe algo que se llama: «alfombra de pies». Y que debería secarse, por lo menos, medio cuerpo dentro de la estúpida ducha que al parecer no tiene cortina cuando él se baña. ¡No la tiene, porque hasta el inodoro queda salpicado del agua con jabón!
¡Y eso, el maldito jabón! ¡Siempre está lleno de pelos! Yo imaginaré que son los de su barba porque… que ascooo. Por suerte no necesito usarlo, compré esa mañana un jabón líquido neutro para mí, pero solo de verlo es… No, el baño es la habitación de la casa que debería ser la más limpia después de la cocina.
Otra cosa que me tiene, tal vez, más o igual de loca. Gracias a la vida que Marcelina —la señora de la limpieza—, viene pasando un día o este departamento estaría lleno de cucharachas, no lo dudo.
¡Leo es chef! ¡Chef!, del verbo: «la cocina debería ser lo más pulcro, mi santuario, nadie nunca verá un plato sucio en mi cocina». Ese tipo de verbo, conjugado en todos los tiempos. Pero no, no, no, no. A él le da paja limpiar los platos.
—Para eso están los asistentes de cocina —me dijo ayer, y yo me quedé como: ¡¿y dónde está tu maldito asistente ahora?!
Juro que no sé, quizá él calculaba muy bien los días que iba a traerme aquí, porque yo siempre vi este lugar muy bien puesto.
Las apariencias, eso, las apariencias son lo más. Quizá es por eso que existe el dicho de: «antes de casarte con alguien, vivan juntos».
Soy demasiado joven, me van a salir canas verdes. Si un día dejé una camiseta tirada en el piso de mi cuarto, de la pereza que tenía de botarla en el tacho de la ropa sucia, me arrepiento infinitamente.
Así no es cómo yo quiero vivir mi vida.
Sé que debería dejar de reírme, no es gracioso… No, sí que lo es.
—Hey, veo que ya te sientes mejor.
¡Demonios, ¿cuándo entró?!
Escondo el diario debajo de la cobija y me enderezo unos centímetros para disimular.
—Lena, ¿qué… haces aquí?
—Vine a ver cómo estaba mi nueva compañera de cuarto… y… quería preguntarte algo.
Parece que no se dio cuenta de lo que tenía en las manos. Bien, no quiero que me descubra y me ahorque, no a dos días antes de ir a su casa.
—Te escucho —le digo y se acerca con una paleta de chocolate en forma de calabaza.
—Estuvimos hablando con Nastya y Ruslán, y se nos ocurrió que como no vas a poder ir a la fiesta de Halloween… podemos traer la fiesta a ti —me propone, esperando una respuesta positiva con un tierno vaivén de su cuerpo—. Claro, si crees que no te va a hacer daño el ajetreo y… todo eso.
Linda.
—No, me parece genial. Me encantaría.
—Bien, ten —me dice, acerca una tarjeta con una figura de una bruja que se parece mucho a mí. Reconozco el trazo—. La hizo Nastya, es tu invitación oficial. Así que no se te ocurra irte por ahí con un enfermero buen mozo o un doctor, que aquí no hay de esos guapos como los de Grey's Anatomy… Igual, no te vayas con ellos.
Súper linda, y celosa, más linda aún.
—No lo haré, si salgo de aquí, será contigo.
Amplía su sonrisa al escucharme y trata de disimular girando hacia la televisión.
—Traje tu película favorita —me cuenta de espaldas, sacándola de su mochila—. Es una buena tarde para iniciar con el ambiente Halloweenesco.
Se estira hasta el DVD que está unos centímetros sobre su cabeza y me da un corto espectáculo cuando su camiseta se levanta por sobre su cadera.
Ya quiero estar en su casa. Ya quiero que sea sábado. Ya quiero tenerla muy cerca en su cama y no la voy a despertar, o le llenaré el jabón de pelos, limpiaré bien cuando ensucie algo y…
—¿Qué?, ¿tengo algo en la cara? —me pregunta, pescándome observándola.
Sí, tiene una deseable boca, unos dulces labios, tiene unos ojos de morir y esas pecas.
—No, no tienes nada, ven. Alcanzamos las dos en esta camilla.
Toma el control en sus manos y se sienta a mi lado, presionando el botón de reproducir. Le doy una mirada rápida y regreso al regalo que me dio hace unos minutos.
—¿Chocolate? —Le ofrezco cortando el chupetín. Toma el pedazo y se lo lleva a la boca.
Tengo una abrumadora sensación de conocerla, sólo por haberla leído todo el día, es como magia. Lena es pura magia.
RAINBOW.XANDER- Mensajes : 1950
Fecha de inscripción : 19/09/2016
Edad : 22
Localización : Buenos Aires
Re: EL DIARIO (ADAPTACION) // RAINBOW.XANDER
Hola
buen capitulo
estubo entretenido
espero la sigas pronto
saludos
buen capitulo
estubo entretenido
espero la sigas pronto
saludos
andyvolkatin- Mensajes : 576
Fecha de inscripción : 27/05/2015
Re: EL DIARIO (ADAPTACION) // RAINBOW.XANDER
Hola chicas, un gusto saludarlas de nuevo y como voy un poco apurada, les dejo otro nuevo capítulo que espero disfruten como siempre.
A leer!!!!!!
Capítulo 35: Estar a solas contigo, besarte...
Los momentos íntimos nunca han sido un fuerte para mí. Tener a una persona demasiado cerca es desesperante; algo que le permití solo a Aleksey, algo que yo consideraba que se había ganado con creces. Él, de hecho, fue el único que hizo méritos y consiguió ser muchas de mis primeras veces. Otros chicos salían corriendo al ver una pizca de mi carácter, no están en condiciones de lidiar con mi humor o mi falta de habilidades sociables. Pero él, él me entendía. Me hizo sentir segura, luchó por mí. Lástima que, al final, fue una terrible pérdida de tiempo, terminó traicionando toda la confianza que le di.
Con Lena la sensación es diferente. Ella se acerca mucho y yo lo deseo, no me molesta o me aturde; no hace más del mínimo esfuerzo, y aún así me tiene en la palma de sus manos. Siento que la conozco; creo que lo hago en un nivel diferente que cualquier otra persona y no entiendo por qué, pero… quiero que se aproxime más para así, dejarme llevar.
—Todavía no me respondes por qué te gusta tanto esa película. ¿No te parece un poco… ridícula y trillada?
—Cuidado con lo que dices, Lena.
—¿Ni un tantito? —insiste—. Es como ver una mala saga de los noventas.
—Te estás ganando un golpe —le advierto y queda mirando al área de mi abdomen—… apenas tenga mis costillas recuperadas. —Le clarifico. Sin vergüenza, solo sonríe como si yo estuviese pretendiendo. Un golpe en la cola con mi mano expandida, eso es lo que se ganará por burlarse de mi película favorita.
Apagamos el televisor hace un rato, la luz sobre la camilla nos da un ambiente muy ligero, cálido, inesperadamente íntimo. Yo estoy recostada sobre mi lado intacto, descansando de la posición de espaldas que he tenido todo el día. Ella está justo en frente de mí, también de lado, bastante cerca.
—¿Cómo sigue Leo? —le pregunto cambiando de tema. No es que me interese demasiado, pero digamos que ella sí.
—Bien.
—¿Sólo bien?
—Mhmm —Confirma con un sonido gutural, no quiere hablar de él y eso me da más curiosidad.
—¿Por qué no son novios?
Su mirada recorre mi rostro, tratando de averiguar el porqué de mi pregunta. Se queda callada, tampoco quiere hablar de eso.
—¿Es algo malo? —prosigo con mi cuestionamiento.
Su actitud es solemne, inmutable, no va a responderme. Mis preguntas no la ponen nerviosa, aunque se nota que tiene curiosidad de saber de dónde vienen.
Sigo el mismo juego. Espero por una respuesta en sus ojos, en la comisura de sus labios, un indicio de desesperación por el silencio, pero ninguna de las dos lo rompe.
Su mano se acerca peligrosamente a mi frente. Intento no tragar aunque mi garganta lo necesita con desesperación. Ella lo interpretaría como inquietud, como debilidad. Su toque es tan delicado que eriza cada poro de mi piel, seguido por un cosquilleo por el camino que traza desde mis cejas hasta mis mejillas, terminando con un pellizco suave en mi quijada. Su pulgar recorre mis labios como esa noche. Debe recordarla tan vívidamente como yo.
—¿Alguien te ha dicho que tienes el color perfecto de piel para no utilizar labial nunca en la vida?
Qué estúpida pregunta, pero zafa. No se deja envolver por mis dudas sobre su inexistente relación.
—¿Alguien te ha dicho que tienes la piel perfecta como para pasar la vida en bikini? —me pregunta y mis cejas cobran vida por mi asombro—. Me refiero a tu tono. Siempre bronceada, horriblemente práctico.
—¿Te gusta? —respondo divertida.
Estoy siendo muy evidente, pero ella también. Quién sabe, esa paleta de chocolate que trajo debe tener efectos desinhibidores.
—Mi piel no adquiere color a menos que vaya a esos locales donde te cubren de spray y no quiero parecer una naranja. Digamos que te envidio un poco, además, te ves linda en rojo —menciona, presionando mis cachetes con delicadeza.
El calor de la sangre no tarda en llegar a esa área. Mi cuerpo me traiciona y ella sonríe con su logro. Es avergonzante caer tan fácil.
—Y tú en bikini.
Ríe y retira su mano de mi rostro, colocándola por debajo de su cabeza y se acomoda en la almohada.
—No es mi tipo —dice, quitándome la atención por unos segundos, los mismos que me cuesta entender su respuesta.
—¿Y por qué estás con él?
—Es difícil de explicar.
—Es bueno en la cama, qué tan difícil es aceptarlo. No voy a ofenderme.
—¿Por qué lo harías?
—No…, digo porque debe serlo, no es algo que no puedas contarme.
Por poco me delato. Bien, Yulia, genia. Más cuidado o a la que le darán un golpe con la mano estirada será a ti.
—¿Quieres saber los detalles de nuestro amorío?
—¿Por qué haces eso?
—¿Qué?
—Minimizar su relación. Se nota que es importante, se quieren.
—Sí.
—¿Entonces? Acéptalo y ya. Lo quieres, son novios.
—No lo somos.
—¿Por qué?
Suspira con cansancio. De verdad no quiere hablar de esto.
—¿Por qué te interesa tanto si lo somos o no? La otra noche me hiciste la misma pregunta.
—¿Por qué no quieres responderme?
—Bueno, ya —dice exasperada—. Me gusta Leo, es el tipo de persona que es un excelente amigo, un buen amante, pero no es alguien que yo quiera como pareja —me dice, pero esa no es una respuesta. Seguimos en lo mismo—. Déjame adivinar: «¿Por qué?» Pareces un niño de tres años.
No puedo evitar la sonrisa que crece en mi rostro cuando menciona esto. Me vira los ojos, negando que está a punto de complacerme.
—Cuando nos conocimos yo era una más en una fila de más de veinte chicas que querían llamar su atención para entrar en el bar. La diferencia entre ellas y yo, fue que a mí me tuvo que conquistar, fui como un proyecto, un ritual de caza.
Directa y al punto.
—Pasó la noche coqueteándome, haciéndose el simpático, creyendo que su físico me volvía loca.
—Pero no te gusta.
—Leo está fuerte, no nos hagamos de la vista gorda, y sin querer hacer juego de palabras, además es un coqueto de mierda.
—Insisto, pero no te gusta.
—Hay cosas que no. Su desorden, por ejemplo.
—Ajá, no puede caerte tan pesado que deje la tapa del baño alzada. ¡Vamos, Lena! Leonardo es un maldito santo. Te trata como princesita de cuento, sí, está guapo y se nota que te quiere. No entiendo.
—¿Quisieras que estuviese enamorada de él? ¿Es eso? —me pregunta, jodiéndome porque sabe que la respuesta es no—. Pongámoslo de esta forma. Leo es uno de esos hombres que cuando está contigo, está. Es tuyo y te dará toda su atención y su tiempo. Eres tú, su centro de atención…
—¿Pero? Porque después de eso viene un pero, ¿no? —indago, ella asiente.
—Pero…, tú nunca serás su única fuente de atención.
—Él tampoco es la tuya —le recuerdo, sin mencionar a una cierta rubia que todavía no entra en la conversación.
—No, pero si voy a tener un novio, quiero ser la única. Y si voy a ser la novia de alguien, él o ella, será mi única persona.
—Tienes miedo de que no te sea fiel.
—No es miedo es certeza y eso es un punto aparte.
—No, no, no. Cerremos este punto antes de pasar de página. Entonces ¿serías su novia, pero crees que te metería el cuerno a los cinco minutos?
—La historia no miente —dice convencida—. Leo tiene un hijo en Brasil. —me confiesa lo que terminé de leer hace unas horas—. No lo sabías porque no se lo he contado a nadie.
Tampoco sabes que ese pequeño no es el hijo de la relación de seis años que tenía con su novia en ese momento, es producto de un agarre de una noche con una de las tantas chicas con las que le puso los cuernos.
—¿Él te lo contó?
—Sí, pero aquí falta un pequeño detalle.
Precisamente, que se fue de casa, que es algo que yo no debería saber.
—Unas semanas antes de entrar a la escuela… huí de casa —me confiesa, bien, ya puedo relajarme con esa información—. Mis papás no querían aceptar que estuviera con él, lo amenazaron con meterlo preso y tuvimos una pelea… en fin. Fui a vivir a su casa un tiempo.
—¿Te mudaste con tu no-novio? Pero ahora vives de nuevo en tu casa.
—Solo duró unas semanas. Mamá fue a buscarme y hablamos de algunas cosas, eso es otro rollo —me dice dejando de lado algo que asumo se tratará de su adopción y sus padres biológicos—. El asunto es que tuvimos una larga noche de sinceridad, Leo y yo, después de que yo llegara a casa de mi trabajo de verano y viera a su ex saliendo de la habitación. Se abrochaba la camisa y, sin el más mínimo pudor, se me acercó, me saludó «de beso» y se despidió de él, igual, metiéndole la lengua hasta la garganta y después terminó de abotonarse los pantalones y se fue.
—¡Nooo!
—Leo y yo no cargábamos un título de propiedad, yo era apenas una invitada en su casa, ¿por qué cambiaría las costumbres que tenía cuando vivía solo?
—¡No me jodas! Yo lo mato.
—No lo dudo. Pero no, solo le pregunté si acababa de tirársela y me dijo que sí.
—¡Qué idiota!
Lena ríe por mi indignación. Yo muero de rabia. ¿Alguien me explica por qué diablos sigue de tórtola con él?
—Con toda esa experiencia, pasé de ser la niña, realmente estúpida, que pensaba que sabía lo que quería y las decisiones que estaba tomando, a darme cuenta de que no estaba lista para nada de eso.
—Y regresaste a tu casa.
—Sí y no. Eso es tema para otra conversación.
Deliberadamente deja fuera todo sobre su pasado, su madre, su padre asesino, lo que descubrió. Y lo entiendo, estamos muy nuevas en este tema de la mutua confianza.
—Okey, entonces ¿por qué estás con él ahora y lo tomas de la mano y lo dejas besarte y todas las meloserías de una novia, si sabes que no es lo que quieres?
—¿Qué tiene de malo?
—¡Qué no son nada y él es un idiota!
—Es un idiota en las relaciones; sigue siendo una buena persona, un buen amigo.
—¡Ay, vamos, estás cargándome con esa frase! ¿Es así de bueno en la cama? ¿Tanto que te haces de la vista gorda con todo esto?
—Ya no lo hacemos.
—¡Oh, vamos! ¿A quién tratas de engañar?
—¡Es verdad, ya no! Desde antes de que me mude a su casa, de hecho.
Un pensamiento me cruza la mente como un flash. El susto.
—Unos días antes, pensé que estaba embarazada y eso me asustó, bastante. La noche que huí de casa, lo hablamos de sobremesa de la cena. Le pedí tiempo y él estuvo de acuerdo. Desde entonces, y después de todo lo que pasó esas semanas, llevamos una relación platónica —me cuenta. Tiene algo de lógica, tampoco ha pasado muchísimo tiempo de eso, un poco más de un mes—. Salimos al cine, a la playa, a veces nos besamos, nos abrazamos, casi siempre nos tomamos de las manos. Pero no estamos en ese plan y yo estoy bien así.
—¿Por ahora?
—¿Te acabo de contar que tuve un susto de embarazo y lo único que vas a preguntarme es si volveré a tener sexo con Leo? —Suelta unas carcajadas. Tiene razón, mi respuesta normal no sería continuar la conversación como si nada, pero esto es algo que ya sabía y no me sorprendió.
—Todas las mujeres tenemos sustos. Es normal. —Intento desviar la atención de mi falta de interés en ese punto.
—Fue mi primera vez. Así que… fue un shock.
—Espera… ¿Leo es tu… perdiste la virginidad con él?
Me mira como si fuese algo evidente, pero no lo es. No sé, por como se dieron las cosas pensé… otra cosa.
—Wow.
—Te ves tan divertida cuando algo te impacta —me mira, analizándome y me sonríe en silencio.
Luce abrumadoramente cómoda con esta conversación. Es porque confía en mí. Estas últimas semanas nos han cambiado y ni siquiera puedo decir cuando sucedió.
—Voy a hacerte una última pregunta.
—Te escucho.
—¿Qué buscas de él ahora? Sabes que quieres algo más y no dudo que tengas con quién obtenerlo. —Vuelvo a no mencionar a la rubia.
—Dime qué no te gusta que alguien venga y te abrace…
—¿Me lo preguntas a mí? ¿En serio? Me la dejas fácil.
—¡Aj, solo escúchame! —se queja.
—Ya, me callo, habla.
—Pregunta retórica —me aclara—. ¿No te gusta que tu alguien especial venga y te hable bajito al oído, o te abrace por la cintura cuando estás de espaldas y te arrulle, enterrando sus labios en tu cuello, o qué tal cuando te besa atrás de la oreja y hace que te hormiguee toda la piel? ¿No te gusta caminar con alguien de la mano, o subirte en los hombros de esa persona en la playa? ¿O que te digan cosas bonitas? Porque a mi me encanta. Me gusta sentirme querida, cuidada, es lindo.
—Puede ser.
—Lo es —me asegura—. Entonces, ¿porqué no? Ya lo dijiste, nos queremos, no estoy fingiendo, él me preocupa, es mi amigo, es alguien con quien compartí muchos momentos íntimos, a quién le concedí muchas de mis primeras veces. Me imagino que me entiendes en eso, ¿lo hiciste con Aleksey, no?
Es exactamente lo que pensaba antes de iniciar esta charla.
—Lo que nos diferencia a ti y a mí, es que yo nunca dejaría que Aleksey se acercara tanto otra vez.
—Ustedes fueron novios, Yulia. Y lo que te hizo fue estúpido; te engañó. Leo y yo, siempre supimos qué éramos, dónde estábamos parados. Esa es la verdadera diferencia. Yo todavía puedo ver al hombre que es un buen amigo, al que me agrada como persona. Y entiendo que tú no, tal vez yo debería indignarme también, pero a mí me gusta sentir esa conexión… con alguien…
—¿Con alguien? —La interrumpo en esa diminuta duda que acaba de tener—. Entonces no se trata de él.
Algo en su mirada cambia, me rehuye, observa las sábanas y comienza a jugar con ellas. Aquí es dónde sabemos qué es lo que está pasando entre nosotras. Leo dejó la conversación.
—No, no se trata de él —me responde a lo bajo. Si no me concentro en sus labios, me lo pierdo.
—¿Asumo que, si es así, «cualquier» otra persona que te ofrezca lo mismo tiene oportunidad contigo?
—No. Leo se ganó mi cariño —aclara un tanto cortante. ¡No la entiendo! ¿Qué quiere decirme con eso? ¿Que tengo que conquistarla como Leo lo hizo? ¿Metiéndole los cuernos, o llamándola «meu amor»?
—¿Quién incluye ese alguien? —le pregunto directamente. Necesito que sea clara. ¿Podría ser yo?
Siento la tensión que se forma en la espera de su respuesta. Se acerca dos centímetros más a mí. Sus respiraciones son calientes; percibo un suave aroma a chocolate. Sus intensos ojos grises con verdes se enfrentan a los míos.
Necesito saber sus intenciones. Busco en sus iris el significado de este baile que hemos tenido en nuestros últimos encuentros. Saber si cambió de parecer sobre aquello que le dijo a Nastya en el baño de la escuela, cuando afirmó que no quería nada conmigo, nada tan íntimo. Porque entre ayer y hoy siento de ella todo lo contrario.
Requiero una confirmación con sus palabras. No puedo manejar más suposiciones.
—Dejemos los juegos a un lado —me dice, y su mano encuentra cabida en mi rostro cruzando mi cuello hasta reposar en mi nuca; me acaricia—. Nos besamos esa noche después del club.
—Sabía que te acordabas —le susurro, su toque me produce escalofríos que intento evitar a toda costa.
—Algo recuerdo —extiende sus pómulos, dejándome ver su linda sonrisa.
—Ajá. Más que eso.
—Sabes que me gustas —dice, intercalando su mirada de mis ojos a mis labios, quedándose una milésima de segundo más en ellos—. Estás a diez días de irte a Moscú.
—Aún no lo decido.
—Te irás.
—No lo sé, tengo mucho que pensar…
—Lo harás. Es tu madre, no la dejarás. Aceptémoslo, viajarás.
Está tan segura y es por algo. La posibilidad de que me vaya es grande. Por más que Lena me guste, mamá es mi familia y ya he perdido la suficiente.
—Yo… no quiero una relación, Yulia —me aclara—. Pero ¿qué clase de relación podríamos tener en poco menos de dos semanas.?
¿Me propone una aventura? Una aventura diez días bajo su techo, ¡en su cama!
Para ser honesta, estoy muda. Es audaz, atrevida y yo la deseo, pero…
"¿Qué estás haciendo, idiota? ¡Nos está ofreciendo el cielo!"
¡Cállense!
"¡Di que sí, no seas estúpida! Puede que nunca la vuelvas a ver".
Lo haré, vendré en navidad para visitar a Misha.
"No seas tonta, sólo hazlo. Dile que sí".
—Yulia, si esto te molesta…
—No, no es eso…
—Mira, yo… La verdad esperaba que lo que siento, y que creo que tu sientes también, fuera un poco más lento. Pero te vas y no quisiera que… —Respira con pesadez, empieza a ponerse nerviosa—. No quiero un pendiente contigo. Me gustas, Yulia, mucho. Si hay un «alguien» con quien quisiera intentar esto, es contigo, aunque sea unos días —me explica. Ella también piensa que no nos volveremos a ver.
"¡Porque no hay certeza de nada! Bésala, sella el trato. ¡Son diez días!"
—¿Sin ataduras? —le pregunto, porque hablábamos de una relación abierta, no de un noviazgo. Seríamos amigas con derecho, nada más.
—Yep, nada de títulos —ratifica.
—¿Sin… terceros?
—¿Te tranquilizaría?
—Sí —le afirmo.
—Solo tú… Okey.
—¿Tanto te gusto para que me des exclusividad? —la molesto, porque vamos, todas en mi cabeza queremos esto. Mi posible partida aceleró todo, al igual que la lectura rápida de estos días.
—Avísame si esto responde tu pregunta —me susurra casi rozándome los labios y solo siento su aliento tibio rebotar con los míos un instante antes de tener la humedad de su lengua en mi boca.
Le gusto a Lena. Voy a tener una aventura con Lena. ¡Qué alguien me pellizque!
—¡Hey! —corto el beso con una queja. ¿No dije lo de pellizcar en vos alta, verdad?
—Tienes una linda cola —exclama en un suspiro, volviendo a mis labios.
Diez días… esto va a ser genial.
Los minutos seguían pasando y yo estaba completamente perdida en aquellos flamantes labios...Lena podría ponerse un puesto de besos. Un local donde alquile sus labios a la clientela; picos, besos franceses, besos cortos, con mordidas, con sonrisas, con gemidos… Dios, esos costarían carísimo; sería millonaria. Obvio que no quiero que lo haga, pero así de bien besa Lena, como para ser la chef más cotizada de los besos en un restaurante ultra exclusivo, donde la única cliente sea yo.
Quisiera pensar que yo beso igual de bien, solo que cuando ella invade mi boca me es imposible concentrarme en hacer algo más que no sea seguirle el paso… Y así es como me doy cuenta de que soy la maldita pasiva de esta relación. Culparé a las costillas, mugres costillas que no me dejan moverme lo suficiente como para atraparla bajo mi cuerpo sobre este colchón de hospital y seguir mi propio juego.
Unos veinte minutos han pasado y de tanto besarla siento un cosquilleo en los labios. Sus dedos han recorrido mis brazos sin perdón, mi espalda, con mucho cuidado de no tocar mi área lastimada; han bajado hasta la curvatura de mi cola, memorizándola, y regresado por el mismo camino hasta enredarlos con furia en mi cabello, juntándome en una bocanada que me quita el aire, literalmente.
La apertura de su boca coincide perfectamente con la mía, es deliciosa, delicada, entregada. Su lengua sabe exactamente cómo acelerarme mientras traza mis labios verticalmente en un solo toque. A Lena le encanta jugar con ella, es muy buena en el «lenguaje francés», tanto que hasta me olvido que tiene procedencia de otro país. Me pregunto ¿qué más puede hacer con ella en otras áreas de mi cuerpo?, sobre mi cuello, recorriendo mi clavícula, mis senos, mi ombligo, mis muslos y todo lo que queda en medio. Se me hace agua la boca al pensarlo, pero no todavía.
Quiero disfrutar de todo, quiero experimentar estos días llenos de…
—Bueno, bueno… —Oigo una voz excesivamente conocida reír a mis espaldas.
—¡Nastya! —grito y me encojo por el esfuerzo, alzar el volumen me duele como un cuchillazo.
—Je, je. —Se ríe todavía. Lena está tan sorprendida como yo, pero termina riéndose del susto tonto que acabamos de tener—. ¡Me hiciste caso, bien!
—Entonces, ¿es por eso? ¿Seguías consejos de Nastya?
—Tan solo me sugirió que hablara contigo directamente, sin rodeos —se justifica la pelirroja que se va enderezando en la cama.
—Ajá.
—¿Todo va bien, no? ¿Quieren algo de privacidad?
—No.
—¡Sí!
Respondemos a la vez. Lena termina dándome una mirada implacable y de reproche.
—Por supuesto que no, bromeaba —le respondo, complaciendo a la activa, mandante, dueña y señora de esta aventurilla. Pero que no se acostumbre, es un privilegio que tendrá por pocos días—. ¿Puedes, por favor ayudarme a erigirme?
Lena extiende una mano junto con Nastya y me arrimo al respaldar de la cama.
—Vine a preguntarles a las enfermeras qué podemos traer para la fiesta de mañana —nos comenta ella, sacando una lista de su bolsillo—. Hasta el momento tenemos una botella de soda y otra de té, para ti. —Se refiere a mí—. Dos bolsas de papas fritas, Doritos y salsa, no para ti. —También se refiere a mí—. Y un enorme recipiente de gelatina de limón, sólo para ti.
—¡Vaya, gracias! —Sonrío con sarcasmo. Si Nastya no tuviera que viajar el sábado en la mañana, podríamos hacer la fiesta donde Lena y no tendría que seguir la delicada dieta de hospital que ya me tiene harta—. ¿Puedes al menos poner un poco de tequila en la galatinosidad que me toca?
—¿Veré qué puedo hacer al respecto? —susurra Nastya mirando a la ventana, como si las enfermeras pudieran oírla. Mi dulce amiga.
—La hora de visitas está por terminar. —Lena se da cuenta al ver la hora en el reloj de su muñeca y se pone de pie. Hace un intento por arreglar las arrugas de su ropa y limpia la comisura de sus labios con la yema de su dedo índice. Es tan sexy cuando me mira y sonríe porque sabe exactamente por qué su protector labial de cereza desapareció. Era suave y delicioso, aunque yo sentí más sabor del chocolate que comimos.
La miro y recuerdo sus caricias, sus imperceptibles risas que escuchaba en el mareo de sus besos y algo de incomodidad se acumula allí abajo. Lena me dejó con ganas y no hay nada que pueda hacer acerca de esa situación. Será difícil hasta que me quiten el yeso de la mano y que pueda darme la vuelta por mi cuenta. Además de que respirar pesadamente es bastante doloroso. Espero estar más fuerte en unos días para poder arreglar esta situación. Tendré a Lena Katina gimiendo muy pronto y no sólo con besos, sino con todo su cuerpo.
Dios, ¿qué está pasando conmigo?
"Lena nos dio algo en esa paleta".
"Lena también comió de la paleta, idiota, no nos dio nada. Es la pasiva de Yulia que no se puede controlar".
Ignoro las dulces voces que no me ayudan en nada. Tengo un ardor que no arde, solo exige; duele, aunque no duele, suplica por un poco de contacto.
"Es porque nos tocó tanto la cola".
"Sí, sus manos son muy suaves".
"Y las dos áreas están bastante cerca".
"Ajá".
No voy a entrar en una discusión con mis voces ahora. Aprieto mis piernas en busca de un pequeño alivio, pero encuentro que eso solo acelera mis ganas.
Mejor vamos a distraernos con la conversación que tienen las dos chicas que tengo en frente.
—¿Quieres algo más? —me pregunta Nastya, oportunamente—. El médico dijo que podría traerte galletas.
—Por lo menos eso.
—Voy a hornearlas yo misma.
—¡Oh, sí, Nastya!
No bromeo, sus galletas son el mejor postre que he probado en la vida.
—Lo sé, lo sé. Tus favoritas son las de almendras y pepitas de chocolate.
—¡Sí, por favor! —Sueno como una niña de cinco años.
—Hecho. Voy a hacerlas esta noche.
—Ahora consintamos a la chica que se nos va —le dice Lena—. ¿Qué música quieres que traiga?
—¡Podríamos hacer Karaoke! —nos sugiere. Es su fiesta después de todo, ¿por qué no?
—Len, ¿tú tienes uno, no? —se sonroja cuando la llamo así. Punto para mí, encontré una debilidad.
—Sí, en casa. No hay problema, yo lo traigo.
—Genial, todo arreglado.
«Les comunicamos a las personas externas que la hora de visita ha terminado. Por favor, despídanse. Los esperamos con gusto mañana», oímos decir a la enfermera en el altavoz.
—Bueno, nos vemos después de la escuela. Las dejaré solas para que digan adiós. —Nastya se despide y se dirige a la puerta, agitando sus dedos en mi dirección, con una enorme sonrisa en su rostro—. Te espero afuera, Lena.
Mi amiga… no, perdón, cupido, sale por la puerta y la deja entreabierta, lo suficiente para escuchar los murmullos de la gente que va saliendo de las habitaciones contiguas.
—Oh, ¿te convenció la chiquita? —La molesto, percatándome inmediatamente que así es como la llama en el diario. ¡Mierda, mierda, mierda, mierda!
Lena sonríe, parece no haberlo notado, bien.
—Agradécele y déjame juntar mis labios con los tuyos —sugiere, inclinándose para darme un beso corto—. Descansa…, buenas noches —susurra en corto y repite la acción. Es linda, muy linda y no sabe cómo llamarme ahora que somos algo más que amigas. Yulia está bien, pero estoy más que segura de que quiere ponerme un apodo más personal que mi nombre.
Demonios, soy un maldito osito cariñosito.
Me quedo sola y saco el diario de mi almohada. No puedo creer que Lena no se diera cuenta de que estaba ahí. La textura del cojín se hace más dura con un cuaderno grueso acomodado por debajo.
Lo abro donde lo dejé, corro las páginas y veo que ya he pasado la mitad. Por un lado, no quiero continuar sabiendo que va a terminar pronto, pero se ha convertido en una adicción. Leo a breves rasgos las líneas de la siguiente entrada. Escribe de lo mismo que charlamos esta tarde, la que sigue no.
Entrada número cincuenta.
4 de septiembre, 2015
Hoy es viernes de padre e hija y no pude evitar caminar hasta la cafetería de siempre. Mudarme fue un error y mi obstinación no colabora.
Quiero volver. En tan poco tiempo me harté de la vida de pareja. Extraño mi cama, las líneas que mi cuerpo dejaba sobre las cobijas y saber que son mías al verlas, mías, de mí persona, de mi propiedad, mis arrugas sobre esa tela.
No puedo superar lo que sentí al ver a Milla comportarse como una completa hija de… ¡No puedo, no quiero! Hoy duermo en el sofá. No, seguro se tiran ahí también. ¡Nosotros hemos tirado en el sofá!¡Aj!
No son celos lo que me carga, es darme cuenta de que he estado cuidándolo como si fuera su madre y él ni siquiera puede respetar el lugar que me ofreció durante unos días.
¿No pueden coger en su casa? Ella tiene una muy agradable y amplia casa en las colinas. ¡Pueden follar allí!
Cómo sea, ya, no me importa. No tiene por qué hacerlo, no es mi novio y, por mí, mejor.
En fin, llegué a la cafetería y fui a la mesa de siempre. Tremenda sorpresa, papá estaba en su lugar, entristecido, cabizbajo. Lo observé; no me lo esperaba. Miraba a la ventana como lamentándose de haberme forzado a tomar la decisión de irme. Claro que yo no lo culpo, me fui por estúpida.
Me acerqué a la caja y pedí un latte para llevar. No lo saludé o caminé hacia él. Aún duele su falta de confianza en mí, todavía no sé cómo hacerle las preguntas correctas o exigirle a ser sincero con mi pasado.
Fui a la barra por unas bolsas de azúcar y alguien más me encontró.
Marina me saludó con un dulce abrazo. Me dijo que me extrañaba, ella no tenía idea de cuánto, yo, la echaba de menos.
—¿Vamos al cine? —me preguntó. Las puntas de su cabello tenían un nuevo toque, un color azul lindo, el degradado del rubio intenso natural al color azul, la hacían ver genial—. Yo invito. —Colocó su brazo enganchando el mío y nos pusimos en marcha. Caminamos, por suerte, del otro lado de la calle. No quería que papá me viera y se pusiera peor. Ya bastante daño le he hecho dándole la espalda al salir de su casa. Hacerlo fue un gran error.
El próximo viernes quizá me anime a conversar con él.
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No esperaba menos de Nastya. Faltó a su último día de clases para pasarlo conmigo aquí en el hospital. Trajo todo lo necesario para la fiesta de la tarde y una carga pesada de regalos de despedida para mí.
Yo no soy una persona romántica o sentimental. Tengo un cariño profundo por ciertos objetos como mis discos de vinilo o mis libros, mas no por una persona en especial. Supongo que no imprimo, metafóricamente hablando, sus rostros en ellos. Hace que sea más fácil para mí convertirlos en algo mío y sólo mío. De lo contrario, habría tenido que deshacerme de una gran colección de música que Aleksey me regaló a lo largo de los años.
Pero Nastya… está tan sentimentalmente conectada a todo. A veces me sorprende.
—No te dejaré a Mr. Purple o al Señorito Octopus. No los vas a cuidar como se debe y, así lo hagas, sé que me van a extrañar si no me tienen a su lado —me dice como si no supiera que es ella quién no puede vivir sin ellos—, pero tengo a un pequeñito amigo al que necesito que cuides por mí y debes prometerme que no lo vas a disecar.
Saca por detrás de su espalda una jaula cubierta con una tela cortada de una camisa de franela.
—¡No te atrevas a dejarme una rata, Nastya!
Las odio, grandes, pequeñas, blancas, grises, de todo tipo. No puedo con ellas.
—Nooo. —Se ríe—. Es una pequeñita y minúscula…
—Tampoco cuido pollitos.
—No es un pollito.
—O canarios.
Guarda silencio esperando que termine de imaginarme qué animal es el que está a punto de encargarme.
—Okey, habla.
—Es un pequeño camaleón —remueve la tela y me lo enseña.
Jared es su nombre. Jared Leto. Fue idea de Irina, porque lo encontraron en la sala de su casa sobre una revista que lo tenía en la portada. Aparte, según ella, el camaleón es gay.
Le digo que cuidaré de él, ¿por qué no? De todos los reptores, disfruto de la naturaleza fría de los reptiles. Lagartijas, lagartos, culebras y demás, he tenido una fijación extraña y fascinante con ellos desde que era pequeña.
—Pero acuérdate que pasaré unos días en la casa de Lena y no sé como se va a sentir al respecto.
—Ya aceptó, se lo pregunté primero.
—Claro que lo hiciste —le respondo, era obvio, A Nastya no le gusta incomodar a sus amigos.
—Yulia… —me llama poniéndose horriblemente seria. Se sienta a un lado de la camilla y me mira unos segundos. Espero a que hable, pero ya de por sí me asusta con su actitud—, ¿podemos hablar sobre… esto que están pensando hacer con Lena?
—¿Te lo contó?
—Sí, ayer que fue a dejarme a casa —me comenta, y ya veo que no le hace gracia—. Es una idea muy tonta… También se lo dije a ella —me advierte antes de que le haga algún reclamo—. No sé por qué se meten a este juego.
—¿Cómo te lo explicó?
Y sí, ¿cómo?, porque Nastya no va a entender que no hay nada más que podamos sacar en tan poco tiempo y, por lo menos, esto podemos tener.
—Lena lo intentó, pero solo me hizo dudar más lo que decidieron.
—Nast, yo no creo que esté mal. Sabemos a qué nos metemos.
—Sí, pero tú sientes cosas por Lena, tú no vas a poder separarte de eso estos días, tú vas a querer mucho más cuando termine, así sepas que no vas a poder hacer algo para tenerlo, pero lo vas a querer. ¿Qué va a pasar contigo entonces?
Toda su preocupación es conmigo, no con Lena.
¿Qué más sabe Nastya? ¿Lo que ella siente en el fondo? ¿Que es un juego y ya, algo así como el último deseo que le concedes a un niño con una enfermedad mortal, porque descubrió cuánto me gustaba la primera vez que nos besamos y es como mi regalo de despedida de su parte?
No, no quiero hacerme ideas. Ya lo dije, sé a lo que me meto, no estamos de novias, vamos a… vacilar unos días. Todo bien conmigo, no estoy muriendo de amor por Lena, puedo manejarlo.
—Conmigo no pasa nada, Nast. Ella me gusta, yo le gusto. Somos adultas…
"Sí como no".
Limpio mi garganta disimulando la falta de confianza de mi subconsciente y trato de convencerla.
"De convencerte".
—… Sabemos lo que hacemos. Yo voy a estar bien —le aseguro, pero no la veo convencida—. ¿Te dijo ella algo en particular?
—No, pero no hizo falta. Yo sé que Lena…
—¿Que Lena qué, Nastya? —Insisto después de su auto interrupción. ¿Qué es lo que se dio cuenta que no debía decirme?
—Mira, le gustas, eso no se discute. Pero… también le gusta Leo, Marina y… Marina le gusta muuucho.
Como si no tuviera ya mis inseguridades y no supiera eso por el diario, Nast tiene que venir y decirme a medias, cosas que no debería ni mencionarme para no violar la intimidad de nuestra amiga en común. Lo que me hace pensar en las diez mil posibilidades de lo qué le ocurre, porque si Nastya está así de preocupada por mis sentimientos es porque a Lena no solo le gusta la rubia de mierda, la quiere y «muuucho».
—Crees que no deberíamos hacerlo.
—Creo que estaría bien si ambas estuviesen en el mismo nivel, pero hablando con ella anoche me di cuenta de que no es así y… Yulia, créeme por favor, yo pensé que hacía bien insistiéndole a Lena para que te confesara lo que le pasa contigo —menciona con arrepentimiento, verdadero arrepentimiento marcado en su rostro—; después de hablar con ella anoche, siento que no debí meterme, lo siento.
No es justo que me advierta cosas sin darme por menores, no es justo que siembre esta duda en mi cabeza que pronto la dividirá en cinco piezas y se encargará de cagarme mi paz mental… o la poca que todavía tengo.
—Nastya, no te hagas lío sí. Lena y yo vamos a «vacilar»… —le repito.
Linda palabra, vacilar, denota inestabilidad, duda, indecisión, ¿por qué mierda le llaman vacilar a transarse a alguien un corto tiempo? ¿Por qué mejor no se le llama: vamos a mentirnos?.
—Disfrutaremos y seremos amigas. Las tres haremos video llamadas y nos veremos en las fiestas. Ya vas a ver, cero problemas.
No hay duda al respecto, estoy tratando de convencerme a mí misma y ciertamente voy a cuestionar todas las cosas que haga y palabras que pronuncie mientras esté de invitada en su casa, porque enfrentémoslo, yo puedo no estar enamorada… todavía, y ese es el problema, no «todavía». Eso podría cambiar fácilmente.
"Muuuy fácil, Yulia".
"Sí, muy fácil".
A leer!!!!!!
Capítulo 35: Estar a solas contigo, besarte...
Los momentos íntimos nunca han sido un fuerte para mí. Tener a una persona demasiado cerca es desesperante; algo que le permití solo a Aleksey, algo que yo consideraba que se había ganado con creces. Él, de hecho, fue el único que hizo méritos y consiguió ser muchas de mis primeras veces. Otros chicos salían corriendo al ver una pizca de mi carácter, no están en condiciones de lidiar con mi humor o mi falta de habilidades sociables. Pero él, él me entendía. Me hizo sentir segura, luchó por mí. Lástima que, al final, fue una terrible pérdida de tiempo, terminó traicionando toda la confianza que le di.
Con Lena la sensación es diferente. Ella se acerca mucho y yo lo deseo, no me molesta o me aturde; no hace más del mínimo esfuerzo, y aún así me tiene en la palma de sus manos. Siento que la conozco; creo que lo hago en un nivel diferente que cualquier otra persona y no entiendo por qué, pero… quiero que se aproxime más para así, dejarme llevar.
—Todavía no me respondes por qué te gusta tanto esa película. ¿No te parece un poco… ridícula y trillada?
—Cuidado con lo que dices, Lena.
—¿Ni un tantito? —insiste—. Es como ver una mala saga de los noventas.
—Te estás ganando un golpe —le advierto y queda mirando al área de mi abdomen—… apenas tenga mis costillas recuperadas. —Le clarifico. Sin vergüenza, solo sonríe como si yo estuviese pretendiendo. Un golpe en la cola con mi mano expandida, eso es lo que se ganará por burlarse de mi película favorita.
Apagamos el televisor hace un rato, la luz sobre la camilla nos da un ambiente muy ligero, cálido, inesperadamente íntimo. Yo estoy recostada sobre mi lado intacto, descansando de la posición de espaldas que he tenido todo el día. Ella está justo en frente de mí, también de lado, bastante cerca.
—¿Cómo sigue Leo? —le pregunto cambiando de tema. No es que me interese demasiado, pero digamos que ella sí.
—Bien.
—¿Sólo bien?
—Mhmm —Confirma con un sonido gutural, no quiere hablar de él y eso me da más curiosidad.
—¿Por qué no son novios?
Su mirada recorre mi rostro, tratando de averiguar el porqué de mi pregunta. Se queda callada, tampoco quiere hablar de eso.
—¿Es algo malo? —prosigo con mi cuestionamiento.
Su actitud es solemne, inmutable, no va a responderme. Mis preguntas no la ponen nerviosa, aunque se nota que tiene curiosidad de saber de dónde vienen.
Sigo el mismo juego. Espero por una respuesta en sus ojos, en la comisura de sus labios, un indicio de desesperación por el silencio, pero ninguna de las dos lo rompe.
Su mano se acerca peligrosamente a mi frente. Intento no tragar aunque mi garganta lo necesita con desesperación. Ella lo interpretaría como inquietud, como debilidad. Su toque es tan delicado que eriza cada poro de mi piel, seguido por un cosquilleo por el camino que traza desde mis cejas hasta mis mejillas, terminando con un pellizco suave en mi quijada. Su pulgar recorre mis labios como esa noche. Debe recordarla tan vívidamente como yo.
—¿Alguien te ha dicho que tienes el color perfecto de piel para no utilizar labial nunca en la vida?
Qué estúpida pregunta, pero zafa. No se deja envolver por mis dudas sobre su inexistente relación.
—¿Alguien te ha dicho que tienes la piel perfecta como para pasar la vida en bikini? —me pregunta y mis cejas cobran vida por mi asombro—. Me refiero a tu tono. Siempre bronceada, horriblemente práctico.
—¿Te gusta? —respondo divertida.
Estoy siendo muy evidente, pero ella también. Quién sabe, esa paleta de chocolate que trajo debe tener efectos desinhibidores.
—Mi piel no adquiere color a menos que vaya a esos locales donde te cubren de spray y no quiero parecer una naranja. Digamos que te envidio un poco, además, te ves linda en rojo —menciona, presionando mis cachetes con delicadeza.
El calor de la sangre no tarda en llegar a esa área. Mi cuerpo me traiciona y ella sonríe con su logro. Es avergonzante caer tan fácil.
—Y tú en bikini.
Ríe y retira su mano de mi rostro, colocándola por debajo de su cabeza y se acomoda en la almohada.
—No es mi tipo —dice, quitándome la atención por unos segundos, los mismos que me cuesta entender su respuesta.
—¿Y por qué estás con él?
—Es difícil de explicar.
—Es bueno en la cama, qué tan difícil es aceptarlo. No voy a ofenderme.
—¿Por qué lo harías?
—No…, digo porque debe serlo, no es algo que no puedas contarme.
Por poco me delato. Bien, Yulia, genia. Más cuidado o a la que le darán un golpe con la mano estirada será a ti.
—¿Quieres saber los detalles de nuestro amorío?
—¿Por qué haces eso?
—¿Qué?
—Minimizar su relación. Se nota que es importante, se quieren.
—Sí.
—¿Entonces? Acéptalo y ya. Lo quieres, son novios.
—No lo somos.
—¿Por qué?
Suspira con cansancio. De verdad no quiere hablar de esto.
—¿Por qué te interesa tanto si lo somos o no? La otra noche me hiciste la misma pregunta.
—¿Por qué no quieres responderme?
—Bueno, ya —dice exasperada—. Me gusta Leo, es el tipo de persona que es un excelente amigo, un buen amante, pero no es alguien que yo quiera como pareja —me dice, pero esa no es una respuesta. Seguimos en lo mismo—. Déjame adivinar: «¿Por qué?» Pareces un niño de tres años.
No puedo evitar la sonrisa que crece en mi rostro cuando menciona esto. Me vira los ojos, negando que está a punto de complacerme.
—Cuando nos conocimos yo era una más en una fila de más de veinte chicas que querían llamar su atención para entrar en el bar. La diferencia entre ellas y yo, fue que a mí me tuvo que conquistar, fui como un proyecto, un ritual de caza.
Directa y al punto.
—Pasó la noche coqueteándome, haciéndose el simpático, creyendo que su físico me volvía loca.
—Pero no te gusta.
—Leo está fuerte, no nos hagamos de la vista gorda, y sin querer hacer juego de palabras, además es un coqueto de mierda.
—Insisto, pero no te gusta.
—Hay cosas que no. Su desorden, por ejemplo.
—Ajá, no puede caerte tan pesado que deje la tapa del baño alzada. ¡Vamos, Lena! Leonardo es un maldito santo. Te trata como princesita de cuento, sí, está guapo y se nota que te quiere. No entiendo.
—¿Quisieras que estuviese enamorada de él? ¿Es eso? —me pregunta, jodiéndome porque sabe que la respuesta es no—. Pongámoslo de esta forma. Leo es uno de esos hombres que cuando está contigo, está. Es tuyo y te dará toda su atención y su tiempo. Eres tú, su centro de atención…
—¿Pero? Porque después de eso viene un pero, ¿no? —indago, ella asiente.
—Pero…, tú nunca serás su única fuente de atención.
—Él tampoco es la tuya —le recuerdo, sin mencionar a una cierta rubia que todavía no entra en la conversación.
—No, pero si voy a tener un novio, quiero ser la única. Y si voy a ser la novia de alguien, él o ella, será mi única persona.
—Tienes miedo de que no te sea fiel.
—No es miedo es certeza y eso es un punto aparte.
—No, no, no. Cerremos este punto antes de pasar de página. Entonces ¿serías su novia, pero crees que te metería el cuerno a los cinco minutos?
—La historia no miente —dice convencida—. Leo tiene un hijo en Brasil. —me confiesa lo que terminé de leer hace unas horas—. No lo sabías porque no se lo he contado a nadie.
Tampoco sabes que ese pequeño no es el hijo de la relación de seis años que tenía con su novia en ese momento, es producto de un agarre de una noche con una de las tantas chicas con las que le puso los cuernos.
—¿Él te lo contó?
—Sí, pero aquí falta un pequeño detalle.
Precisamente, que se fue de casa, que es algo que yo no debería saber.
—Unas semanas antes de entrar a la escuela… huí de casa —me confiesa, bien, ya puedo relajarme con esa información—. Mis papás no querían aceptar que estuviera con él, lo amenazaron con meterlo preso y tuvimos una pelea… en fin. Fui a vivir a su casa un tiempo.
—¿Te mudaste con tu no-novio? Pero ahora vives de nuevo en tu casa.
—Solo duró unas semanas. Mamá fue a buscarme y hablamos de algunas cosas, eso es otro rollo —me dice dejando de lado algo que asumo se tratará de su adopción y sus padres biológicos—. El asunto es que tuvimos una larga noche de sinceridad, Leo y yo, después de que yo llegara a casa de mi trabajo de verano y viera a su ex saliendo de la habitación. Se abrochaba la camisa y, sin el más mínimo pudor, se me acercó, me saludó «de beso» y se despidió de él, igual, metiéndole la lengua hasta la garganta y después terminó de abotonarse los pantalones y se fue.
—¡Nooo!
—Leo y yo no cargábamos un título de propiedad, yo era apenas una invitada en su casa, ¿por qué cambiaría las costumbres que tenía cuando vivía solo?
—¡No me jodas! Yo lo mato.
—No lo dudo. Pero no, solo le pregunté si acababa de tirársela y me dijo que sí.
—¡Qué idiota!
Lena ríe por mi indignación. Yo muero de rabia. ¿Alguien me explica por qué diablos sigue de tórtola con él?
—Con toda esa experiencia, pasé de ser la niña, realmente estúpida, que pensaba que sabía lo que quería y las decisiones que estaba tomando, a darme cuenta de que no estaba lista para nada de eso.
—Y regresaste a tu casa.
—Sí y no. Eso es tema para otra conversación.
Deliberadamente deja fuera todo sobre su pasado, su madre, su padre asesino, lo que descubrió. Y lo entiendo, estamos muy nuevas en este tema de la mutua confianza.
—Okey, entonces ¿por qué estás con él ahora y lo tomas de la mano y lo dejas besarte y todas las meloserías de una novia, si sabes que no es lo que quieres?
—¿Qué tiene de malo?
—¡Qué no son nada y él es un idiota!
—Es un idiota en las relaciones; sigue siendo una buena persona, un buen amigo.
—¡Ay, vamos, estás cargándome con esa frase! ¿Es así de bueno en la cama? ¿Tanto que te haces de la vista gorda con todo esto?
—Ya no lo hacemos.
—¡Oh, vamos! ¿A quién tratas de engañar?
—¡Es verdad, ya no! Desde antes de que me mude a su casa, de hecho.
Un pensamiento me cruza la mente como un flash. El susto.
—Unos días antes, pensé que estaba embarazada y eso me asustó, bastante. La noche que huí de casa, lo hablamos de sobremesa de la cena. Le pedí tiempo y él estuvo de acuerdo. Desde entonces, y después de todo lo que pasó esas semanas, llevamos una relación platónica —me cuenta. Tiene algo de lógica, tampoco ha pasado muchísimo tiempo de eso, un poco más de un mes—. Salimos al cine, a la playa, a veces nos besamos, nos abrazamos, casi siempre nos tomamos de las manos. Pero no estamos en ese plan y yo estoy bien así.
—¿Por ahora?
—¿Te acabo de contar que tuve un susto de embarazo y lo único que vas a preguntarme es si volveré a tener sexo con Leo? —Suelta unas carcajadas. Tiene razón, mi respuesta normal no sería continuar la conversación como si nada, pero esto es algo que ya sabía y no me sorprendió.
—Todas las mujeres tenemos sustos. Es normal. —Intento desviar la atención de mi falta de interés en ese punto.
—Fue mi primera vez. Así que… fue un shock.
—Espera… ¿Leo es tu… perdiste la virginidad con él?
Me mira como si fuese algo evidente, pero no lo es. No sé, por como se dieron las cosas pensé… otra cosa.
—Wow.
—Te ves tan divertida cuando algo te impacta —me mira, analizándome y me sonríe en silencio.
Luce abrumadoramente cómoda con esta conversación. Es porque confía en mí. Estas últimas semanas nos han cambiado y ni siquiera puedo decir cuando sucedió.
—Voy a hacerte una última pregunta.
—Te escucho.
—¿Qué buscas de él ahora? Sabes que quieres algo más y no dudo que tengas con quién obtenerlo. —Vuelvo a no mencionar a la rubia.
—Dime qué no te gusta que alguien venga y te abrace…
—¿Me lo preguntas a mí? ¿En serio? Me la dejas fácil.
—¡Aj, solo escúchame! —se queja.
—Ya, me callo, habla.
—Pregunta retórica —me aclara—. ¿No te gusta que tu alguien especial venga y te hable bajito al oído, o te abrace por la cintura cuando estás de espaldas y te arrulle, enterrando sus labios en tu cuello, o qué tal cuando te besa atrás de la oreja y hace que te hormiguee toda la piel? ¿No te gusta caminar con alguien de la mano, o subirte en los hombros de esa persona en la playa? ¿O que te digan cosas bonitas? Porque a mi me encanta. Me gusta sentirme querida, cuidada, es lindo.
—Puede ser.
—Lo es —me asegura—. Entonces, ¿porqué no? Ya lo dijiste, nos queremos, no estoy fingiendo, él me preocupa, es mi amigo, es alguien con quien compartí muchos momentos íntimos, a quién le concedí muchas de mis primeras veces. Me imagino que me entiendes en eso, ¿lo hiciste con Aleksey, no?
Es exactamente lo que pensaba antes de iniciar esta charla.
—Lo que nos diferencia a ti y a mí, es que yo nunca dejaría que Aleksey se acercara tanto otra vez.
—Ustedes fueron novios, Yulia. Y lo que te hizo fue estúpido; te engañó. Leo y yo, siempre supimos qué éramos, dónde estábamos parados. Esa es la verdadera diferencia. Yo todavía puedo ver al hombre que es un buen amigo, al que me agrada como persona. Y entiendo que tú no, tal vez yo debería indignarme también, pero a mí me gusta sentir esa conexión… con alguien…
—¿Con alguien? —La interrumpo en esa diminuta duda que acaba de tener—. Entonces no se trata de él.
Algo en su mirada cambia, me rehuye, observa las sábanas y comienza a jugar con ellas. Aquí es dónde sabemos qué es lo que está pasando entre nosotras. Leo dejó la conversación.
—No, no se trata de él —me responde a lo bajo. Si no me concentro en sus labios, me lo pierdo.
—¿Asumo que, si es así, «cualquier» otra persona que te ofrezca lo mismo tiene oportunidad contigo?
—No. Leo se ganó mi cariño —aclara un tanto cortante. ¡No la entiendo! ¿Qué quiere decirme con eso? ¿Que tengo que conquistarla como Leo lo hizo? ¿Metiéndole los cuernos, o llamándola «meu amor»?
—¿Quién incluye ese alguien? —le pregunto directamente. Necesito que sea clara. ¿Podría ser yo?
Siento la tensión que se forma en la espera de su respuesta. Se acerca dos centímetros más a mí. Sus respiraciones son calientes; percibo un suave aroma a chocolate. Sus intensos ojos grises con verdes se enfrentan a los míos.
Necesito saber sus intenciones. Busco en sus iris el significado de este baile que hemos tenido en nuestros últimos encuentros. Saber si cambió de parecer sobre aquello que le dijo a Nastya en el baño de la escuela, cuando afirmó que no quería nada conmigo, nada tan íntimo. Porque entre ayer y hoy siento de ella todo lo contrario.
Requiero una confirmación con sus palabras. No puedo manejar más suposiciones.
—Dejemos los juegos a un lado —me dice, y su mano encuentra cabida en mi rostro cruzando mi cuello hasta reposar en mi nuca; me acaricia—. Nos besamos esa noche después del club.
—Sabía que te acordabas —le susurro, su toque me produce escalofríos que intento evitar a toda costa.
—Algo recuerdo —extiende sus pómulos, dejándome ver su linda sonrisa.
—Ajá. Más que eso.
—Sabes que me gustas —dice, intercalando su mirada de mis ojos a mis labios, quedándose una milésima de segundo más en ellos—. Estás a diez días de irte a Moscú.
—Aún no lo decido.
—Te irás.
—No lo sé, tengo mucho que pensar…
—Lo harás. Es tu madre, no la dejarás. Aceptémoslo, viajarás.
Está tan segura y es por algo. La posibilidad de que me vaya es grande. Por más que Lena me guste, mamá es mi familia y ya he perdido la suficiente.
—Yo… no quiero una relación, Yulia —me aclara—. Pero ¿qué clase de relación podríamos tener en poco menos de dos semanas.?
¿Me propone una aventura? Una aventura diez días bajo su techo, ¡en su cama!
Para ser honesta, estoy muda. Es audaz, atrevida y yo la deseo, pero…
"¿Qué estás haciendo, idiota? ¡Nos está ofreciendo el cielo!"
¡Cállense!
"¡Di que sí, no seas estúpida! Puede que nunca la vuelvas a ver".
Lo haré, vendré en navidad para visitar a Misha.
"No seas tonta, sólo hazlo. Dile que sí".
—Yulia, si esto te molesta…
—No, no es eso…
—Mira, yo… La verdad esperaba que lo que siento, y que creo que tu sientes también, fuera un poco más lento. Pero te vas y no quisiera que… —Respira con pesadez, empieza a ponerse nerviosa—. No quiero un pendiente contigo. Me gustas, Yulia, mucho. Si hay un «alguien» con quien quisiera intentar esto, es contigo, aunque sea unos días —me explica. Ella también piensa que no nos volveremos a ver.
"¡Porque no hay certeza de nada! Bésala, sella el trato. ¡Son diez días!"
—¿Sin ataduras? —le pregunto, porque hablábamos de una relación abierta, no de un noviazgo. Seríamos amigas con derecho, nada más.
—Yep, nada de títulos —ratifica.
—¿Sin… terceros?
—¿Te tranquilizaría?
—Sí —le afirmo.
—Solo tú… Okey.
—¿Tanto te gusto para que me des exclusividad? —la molesto, porque vamos, todas en mi cabeza queremos esto. Mi posible partida aceleró todo, al igual que la lectura rápida de estos días.
—Avísame si esto responde tu pregunta —me susurra casi rozándome los labios y solo siento su aliento tibio rebotar con los míos un instante antes de tener la humedad de su lengua en mi boca.
Le gusto a Lena. Voy a tener una aventura con Lena. ¡Qué alguien me pellizque!
—¡Hey! —corto el beso con una queja. ¿No dije lo de pellizcar en vos alta, verdad?
—Tienes una linda cola —exclama en un suspiro, volviendo a mis labios.
Diez días… esto va a ser genial.
Los minutos seguían pasando y yo estaba completamente perdida en aquellos flamantes labios...Lena podría ponerse un puesto de besos. Un local donde alquile sus labios a la clientela; picos, besos franceses, besos cortos, con mordidas, con sonrisas, con gemidos… Dios, esos costarían carísimo; sería millonaria. Obvio que no quiero que lo haga, pero así de bien besa Lena, como para ser la chef más cotizada de los besos en un restaurante ultra exclusivo, donde la única cliente sea yo.
Quisiera pensar que yo beso igual de bien, solo que cuando ella invade mi boca me es imposible concentrarme en hacer algo más que no sea seguirle el paso… Y así es como me doy cuenta de que soy la maldita pasiva de esta relación. Culparé a las costillas, mugres costillas que no me dejan moverme lo suficiente como para atraparla bajo mi cuerpo sobre este colchón de hospital y seguir mi propio juego.
Unos veinte minutos han pasado y de tanto besarla siento un cosquilleo en los labios. Sus dedos han recorrido mis brazos sin perdón, mi espalda, con mucho cuidado de no tocar mi área lastimada; han bajado hasta la curvatura de mi cola, memorizándola, y regresado por el mismo camino hasta enredarlos con furia en mi cabello, juntándome en una bocanada que me quita el aire, literalmente.
La apertura de su boca coincide perfectamente con la mía, es deliciosa, delicada, entregada. Su lengua sabe exactamente cómo acelerarme mientras traza mis labios verticalmente en un solo toque. A Lena le encanta jugar con ella, es muy buena en el «lenguaje francés», tanto que hasta me olvido que tiene procedencia de otro país. Me pregunto ¿qué más puede hacer con ella en otras áreas de mi cuerpo?, sobre mi cuello, recorriendo mi clavícula, mis senos, mi ombligo, mis muslos y todo lo que queda en medio. Se me hace agua la boca al pensarlo, pero no todavía.
Quiero disfrutar de todo, quiero experimentar estos días llenos de…
—Bueno, bueno… —Oigo una voz excesivamente conocida reír a mis espaldas.
—¡Nastya! —grito y me encojo por el esfuerzo, alzar el volumen me duele como un cuchillazo.
—Je, je. —Se ríe todavía. Lena está tan sorprendida como yo, pero termina riéndose del susto tonto que acabamos de tener—. ¡Me hiciste caso, bien!
—Entonces, ¿es por eso? ¿Seguías consejos de Nastya?
—Tan solo me sugirió que hablara contigo directamente, sin rodeos —se justifica la pelirroja que se va enderezando en la cama.
—Ajá.
—¿Todo va bien, no? ¿Quieren algo de privacidad?
—No.
—¡Sí!
Respondemos a la vez. Lena termina dándome una mirada implacable y de reproche.
—Por supuesto que no, bromeaba —le respondo, complaciendo a la activa, mandante, dueña y señora de esta aventurilla. Pero que no se acostumbre, es un privilegio que tendrá por pocos días—. ¿Puedes, por favor ayudarme a erigirme?
Lena extiende una mano junto con Nastya y me arrimo al respaldar de la cama.
—Vine a preguntarles a las enfermeras qué podemos traer para la fiesta de mañana —nos comenta ella, sacando una lista de su bolsillo—. Hasta el momento tenemos una botella de soda y otra de té, para ti. —Se refiere a mí—. Dos bolsas de papas fritas, Doritos y salsa, no para ti. —También se refiere a mí—. Y un enorme recipiente de gelatina de limón, sólo para ti.
—¡Vaya, gracias! —Sonrío con sarcasmo. Si Nastya no tuviera que viajar el sábado en la mañana, podríamos hacer la fiesta donde Lena y no tendría que seguir la delicada dieta de hospital que ya me tiene harta—. ¿Puedes al menos poner un poco de tequila en la galatinosidad que me toca?
—¿Veré qué puedo hacer al respecto? —susurra Nastya mirando a la ventana, como si las enfermeras pudieran oírla. Mi dulce amiga.
—La hora de visitas está por terminar. —Lena se da cuenta al ver la hora en el reloj de su muñeca y se pone de pie. Hace un intento por arreglar las arrugas de su ropa y limpia la comisura de sus labios con la yema de su dedo índice. Es tan sexy cuando me mira y sonríe porque sabe exactamente por qué su protector labial de cereza desapareció. Era suave y delicioso, aunque yo sentí más sabor del chocolate que comimos.
La miro y recuerdo sus caricias, sus imperceptibles risas que escuchaba en el mareo de sus besos y algo de incomodidad se acumula allí abajo. Lena me dejó con ganas y no hay nada que pueda hacer acerca de esa situación. Será difícil hasta que me quiten el yeso de la mano y que pueda darme la vuelta por mi cuenta. Además de que respirar pesadamente es bastante doloroso. Espero estar más fuerte en unos días para poder arreglar esta situación. Tendré a Lena Katina gimiendo muy pronto y no sólo con besos, sino con todo su cuerpo.
Dios, ¿qué está pasando conmigo?
"Lena nos dio algo en esa paleta".
"Lena también comió de la paleta, idiota, no nos dio nada. Es la pasiva de Yulia que no se puede controlar".
Ignoro las dulces voces que no me ayudan en nada. Tengo un ardor que no arde, solo exige; duele, aunque no duele, suplica por un poco de contacto.
"Es porque nos tocó tanto la cola".
"Sí, sus manos son muy suaves".
"Y las dos áreas están bastante cerca".
"Ajá".
No voy a entrar en una discusión con mis voces ahora. Aprieto mis piernas en busca de un pequeño alivio, pero encuentro que eso solo acelera mis ganas.
Mejor vamos a distraernos con la conversación que tienen las dos chicas que tengo en frente.
—¿Quieres algo más? —me pregunta Nastya, oportunamente—. El médico dijo que podría traerte galletas.
—Por lo menos eso.
—Voy a hornearlas yo misma.
—¡Oh, sí, Nastya!
No bromeo, sus galletas son el mejor postre que he probado en la vida.
—Lo sé, lo sé. Tus favoritas son las de almendras y pepitas de chocolate.
—¡Sí, por favor! —Sueno como una niña de cinco años.
—Hecho. Voy a hacerlas esta noche.
—Ahora consintamos a la chica que se nos va —le dice Lena—. ¿Qué música quieres que traiga?
—¡Podríamos hacer Karaoke! —nos sugiere. Es su fiesta después de todo, ¿por qué no?
—Len, ¿tú tienes uno, no? —se sonroja cuando la llamo así. Punto para mí, encontré una debilidad.
—Sí, en casa. No hay problema, yo lo traigo.
—Genial, todo arreglado.
«Les comunicamos a las personas externas que la hora de visita ha terminado. Por favor, despídanse. Los esperamos con gusto mañana», oímos decir a la enfermera en el altavoz.
—Bueno, nos vemos después de la escuela. Las dejaré solas para que digan adiós. —Nastya se despide y se dirige a la puerta, agitando sus dedos en mi dirección, con una enorme sonrisa en su rostro—. Te espero afuera, Lena.
Mi amiga… no, perdón, cupido, sale por la puerta y la deja entreabierta, lo suficiente para escuchar los murmullos de la gente que va saliendo de las habitaciones contiguas.
—Oh, ¿te convenció la chiquita? —La molesto, percatándome inmediatamente que así es como la llama en el diario. ¡Mierda, mierda, mierda, mierda!
Lena sonríe, parece no haberlo notado, bien.
—Agradécele y déjame juntar mis labios con los tuyos —sugiere, inclinándose para darme un beso corto—. Descansa…, buenas noches —susurra en corto y repite la acción. Es linda, muy linda y no sabe cómo llamarme ahora que somos algo más que amigas. Yulia está bien, pero estoy más que segura de que quiere ponerme un apodo más personal que mi nombre.
Demonios, soy un maldito osito cariñosito.
Me quedo sola y saco el diario de mi almohada. No puedo creer que Lena no se diera cuenta de que estaba ahí. La textura del cojín se hace más dura con un cuaderno grueso acomodado por debajo.
Lo abro donde lo dejé, corro las páginas y veo que ya he pasado la mitad. Por un lado, no quiero continuar sabiendo que va a terminar pronto, pero se ha convertido en una adicción. Leo a breves rasgos las líneas de la siguiente entrada. Escribe de lo mismo que charlamos esta tarde, la que sigue no.
Entrada número cincuenta.
4 de septiembre, 2015
Hoy es viernes de padre e hija y no pude evitar caminar hasta la cafetería de siempre. Mudarme fue un error y mi obstinación no colabora.
Quiero volver. En tan poco tiempo me harté de la vida de pareja. Extraño mi cama, las líneas que mi cuerpo dejaba sobre las cobijas y saber que son mías al verlas, mías, de mí persona, de mi propiedad, mis arrugas sobre esa tela.
No puedo superar lo que sentí al ver a Milla comportarse como una completa hija de… ¡No puedo, no quiero! Hoy duermo en el sofá. No, seguro se tiran ahí también. ¡Nosotros hemos tirado en el sofá!¡Aj!
No son celos lo que me carga, es darme cuenta de que he estado cuidándolo como si fuera su madre y él ni siquiera puede respetar el lugar que me ofreció durante unos días.
¿No pueden coger en su casa? Ella tiene una muy agradable y amplia casa en las colinas. ¡Pueden follar allí!
Cómo sea, ya, no me importa. No tiene por qué hacerlo, no es mi novio y, por mí, mejor.
En fin, llegué a la cafetería y fui a la mesa de siempre. Tremenda sorpresa, papá estaba en su lugar, entristecido, cabizbajo. Lo observé; no me lo esperaba. Miraba a la ventana como lamentándose de haberme forzado a tomar la decisión de irme. Claro que yo no lo culpo, me fui por estúpida.
Me acerqué a la caja y pedí un latte para llevar. No lo saludé o caminé hacia él. Aún duele su falta de confianza en mí, todavía no sé cómo hacerle las preguntas correctas o exigirle a ser sincero con mi pasado.
Fui a la barra por unas bolsas de azúcar y alguien más me encontró.
Marina me saludó con un dulce abrazo. Me dijo que me extrañaba, ella no tenía idea de cuánto, yo, la echaba de menos.
—¿Vamos al cine? —me preguntó. Las puntas de su cabello tenían un nuevo toque, un color azul lindo, el degradado del rubio intenso natural al color azul, la hacían ver genial—. Yo invito. —Colocó su brazo enganchando el mío y nos pusimos en marcha. Caminamos, por suerte, del otro lado de la calle. No quería que papá me viera y se pusiera peor. Ya bastante daño le he hecho dándole la espalda al salir de su casa. Hacerlo fue un gran error.
El próximo viernes quizá me anime a conversar con él.
____________________________________________________________________________________________________________________________________________
No esperaba menos de Nastya. Faltó a su último día de clases para pasarlo conmigo aquí en el hospital. Trajo todo lo necesario para la fiesta de la tarde y una carga pesada de regalos de despedida para mí.
Yo no soy una persona romántica o sentimental. Tengo un cariño profundo por ciertos objetos como mis discos de vinilo o mis libros, mas no por una persona en especial. Supongo que no imprimo, metafóricamente hablando, sus rostros en ellos. Hace que sea más fácil para mí convertirlos en algo mío y sólo mío. De lo contrario, habría tenido que deshacerme de una gran colección de música que Aleksey me regaló a lo largo de los años.
Pero Nastya… está tan sentimentalmente conectada a todo. A veces me sorprende.
—No te dejaré a Mr. Purple o al Señorito Octopus. No los vas a cuidar como se debe y, así lo hagas, sé que me van a extrañar si no me tienen a su lado —me dice como si no supiera que es ella quién no puede vivir sin ellos—, pero tengo a un pequeñito amigo al que necesito que cuides por mí y debes prometerme que no lo vas a disecar.
Saca por detrás de su espalda una jaula cubierta con una tela cortada de una camisa de franela.
—¡No te atrevas a dejarme una rata, Nastya!
Las odio, grandes, pequeñas, blancas, grises, de todo tipo. No puedo con ellas.
—Nooo. —Se ríe—. Es una pequeñita y minúscula…
—Tampoco cuido pollitos.
—No es un pollito.
—O canarios.
Guarda silencio esperando que termine de imaginarme qué animal es el que está a punto de encargarme.
—Okey, habla.
—Es un pequeño camaleón —remueve la tela y me lo enseña.
Jared es su nombre. Jared Leto. Fue idea de Irina, porque lo encontraron en la sala de su casa sobre una revista que lo tenía en la portada. Aparte, según ella, el camaleón es gay.
Le digo que cuidaré de él, ¿por qué no? De todos los reptores, disfruto de la naturaleza fría de los reptiles. Lagartijas, lagartos, culebras y demás, he tenido una fijación extraña y fascinante con ellos desde que era pequeña.
—Pero acuérdate que pasaré unos días en la casa de Lena y no sé como se va a sentir al respecto.
—Ya aceptó, se lo pregunté primero.
—Claro que lo hiciste —le respondo, era obvio, A Nastya no le gusta incomodar a sus amigos.
—Yulia… —me llama poniéndose horriblemente seria. Se sienta a un lado de la camilla y me mira unos segundos. Espero a que hable, pero ya de por sí me asusta con su actitud—, ¿podemos hablar sobre… esto que están pensando hacer con Lena?
—¿Te lo contó?
—Sí, ayer que fue a dejarme a casa —me comenta, y ya veo que no le hace gracia—. Es una idea muy tonta… También se lo dije a ella —me advierte antes de que le haga algún reclamo—. No sé por qué se meten a este juego.
—¿Cómo te lo explicó?
Y sí, ¿cómo?, porque Nastya no va a entender que no hay nada más que podamos sacar en tan poco tiempo y, por lo menos, esto podemos tener.
—Lena lo intentó, pero solo me hizo dudar más lo que decidieron.
—Nast, yo no creo que esté mal. Sabemos a qué nos metemos.
—Sí, pero tú sientes cosas por Lena, tú no vas a poder separarte de eso estos días, tú vas a querer mucho más cuando termine, así sepas que no vas a poder hacer algo para tenerlo, pero lo vas a querer. ¿Qué va a pasar contigo entonces?
Toda su preocupación es conmigo, no con Lena.
¿Qué más sabe Nastya? ¿Lo que ella siente en el fondo? ¿Que es un juego y ya, algo así como el último deseo que le concedes a un niño con una enfermedad mortal, porque descubrió cuánto me gustaba la primera vez que nos besamos y es como mi regalo de despedida de su parte?
No, no quiero hacerme ideas. Ya lo dije, sé a lo que me meto, no estamos de novias, vamos a… vacilar unos días. Todo bien conmigo, no estoy muriendo de amor por Lena, puedo manejarlo.
—Conmigo no pasa nada, Nast. Ella me gusta, yo le gusto. Somos adultas…
"Sí como no".
Limpio mi garganta disimulando la falta de confianza de mi subconsciente y trato de convencerla.
"De convencerte".
—… Sabemos lo que hacemos. Yo voy a estar bien —le aseguro, pero no la veo convencida—. ¿Te dijo ella algo en particular?
—No, pero no hizo falta. Yo sé que Lena…
—¿Que Lena qué, Nastya? —Insisto después de su auto interrupción. ¿Qué es lo que se dio cuenta que no debía decirme?
—Mira, le gustas, eso no se discute. Pero… también le gusta Leo, Marina y… Marina le gusta muuucho.
Como si no tuviera ya mis inseguridades y no supiera eso por el diario, Nast tiene que venir y decirme a medias, cosas que no debería ni mencionarme para no violar la intimidad de nuestra amiga en común. Lo que me hace pensar en las diez mil posibilidades de lo qué le ocurre, porque si Nastya está así de preocupada por mis sentimientos es porque a Lena no solo le gusta la rubia de mierda, la quiere y «muuucho».
—Crees que no deberíamos hacerlo.
—Creo que estaría bien si ambas estuviesen en el mismo nivel, pero hablando con ella anoche me di cuenta de que no es así y… Yulia, créeme por favor, yo pensé que hacía bien insistiéndole a Lena para que te confesara lo que le pasa contigo —menciona con arrepentimiento, verdadero arrepentimiento marcado en su rostro—; después de hablar con ella anoche, siento que no debí meterme, lo siento.
No es justo que me advierta cosas sin darme por menores, no es justo que siembre esta duda en mi cabeza que pronto la dividirá en cinco piezas y se encargará de cagarme mi paz mental… o la poca que todavía tengo.
—Nastya, no te hagas lío sí. Lena y yo vamos a «vacilar»… —le repito.
Linda palabra, vacilar, denota inestabilidad, duda, indecisión, ¿por qué mierda le llaman vacilar a transarse a alguien un corto tiempo? ¿Por qué mejor no se le llama: vamos a mentirnos?.
—Disfrutaremos y seremos amigas. Las tres haremos video llamadas y nos veremos en las fiestas. Ya vas a ver, cero problemas.
No hay duda al respecto, estoy tratando de convencerme a mí misma y ciertamente voy a cuestionar todas las cosas que haga y palabras que pronuncie mientras esté de invitada en su casa, porque enfrentémoslo, yo puedo no estar enamorada… todavía, y ese es el problema, no «todavía». Eso podría cambiar fácilmente.
"Muuuy fácil, Yulia".
"Sí, muy fácil".
RAINBOW.XANDER- Mensajes : 1950
Fecha de inscripción : 19/09/2016
Edad : 22
Localización : Buenos Aires
Re: EL DIARIO (ADAPTACION) // RAINBOW.XANDER
Hola
que buen capitulo
Lena le gusta Yulia
pero no esta enamorada de ella
si no de otra (Marina)
quiero saber como se
desenvuelve esta historia
siguela pronto y animo
que buen capitulo
Lena le gusta Yulia
pero no esta enamorada de ella
si no de otra (Marina)
quiero saber como se
desenvuelve esta historia
siguela pronto y animo
andyvolkatin- Mensajes : 576
Fecha de inscripción : 27/05/2015
Re: EL DIARIO (ADAPTACION) // RAINBOW.XANDER
Hola
ha pasado bastante tiempo que no subes capitulo
espero puedas subir pronto y tambien espero que estes bien
ha pasado bastante tiempo que no subes capitulo
espero puedas subir pronto y tambien espero que estes bien
andyvolkatin- Mensajes : 576
Fecha de inscripción : 27/05/2015
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