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101 RAZONES PARA ODIARLA (by: Emma Mars) // RAINBOW.XANDER

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Kamila
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RAINBOW.XANDER
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Mensaje por RAINBOW.XANDER 4/9/2020, 11:12 pm

Kamila: Hola Kami, pues si, la idolatra, prácticamente. Un abrazo Very Happy

Fati20:  Bueno, ha estado funcionando muy bien el internet y ya sé que no me perderé más y subiré un capítulo por día. Un abrazo Very Happy

A todos, gracias por leer y seguir esta historia. Un fuerte abrazo

#quedateencasa #stayathome

A leer!


101 RAZONES PARA ODIARLA (by: Emma Mars) // RAINBOW.XANDER - Página 2 101_ra11


Capítulo 7: El monstruo verde y la chica del vestido dorado






Tras el encuentro con Aaron Alves la relación entre las dos mejoró considerablemente. Todavía discutían de vez en cuando por el mero arte de discutir, ese deporte no olímpico que tan bien se les daba, pero ahora se había interpuesto entre ellas algo no previsto, un sentimiento que nunca habían experimentado antes: la admiración mutua.

Elena admiraba a Yulia por la calma y madurez con la que afrontaba casi todas las situaciones, incluso hablar con un personaje como Aaron Alves, que claramente le resultaba insoportable. Y Yulia admiraba profundamente la iniciativa y el arrojo de Elena. Puede que sus métodos no fueran demasiado ortodoxos (ligar con el agente de un autor no le parecía la mejor manera de firmar un contrato), pero tenía que reconocer que eran igual de efectivos que cualquier otro, sino más.

Sea como fueren los cambios que ambas estaban atravesando, lo cierto es que Yulia había empezado a descuidar su relación con Nikolay. Él la había llamado en varias ocasiones al teléfono de la habitación, pero todavía no había conseguido dar con ella. Su móvil funcionaba a ratos, cuando había cobertura, que era casi nunca, y la conexión a internet resultaba todavía más inestable, aunque a veces les permitiera revisar sus correos electrónicos. Nikolay llegó a estar tan preocupado que acabó mandándole un e-mail para preguntarle si todavía se encontraba con vida o si, en su defecto, había acabado con la de Elena y se había escondido en algún lugar recóndito de los fiordos escandinavos.

Yulia consideró su contenido un poco exagerado (―Dime, por favor, que no la has estrangulado y te has fugado. Hablo en serio! Nikolay), pero le contestó todo lo rápido que pudo para que no se preocupara.

Dmitry también había hecho varios intentos de hablar con ella, todos en vano, pero su amigo había sido mucho más práctico y en su e-mail sólo ponía "¿Todo bien? He intentado contactar contigo, pero es imposible. Me rindo". La novia de Dmitry, Tanya, como siempre, había ido directamente al grano: "Oye, tú, como no contestes pronto voy a tener que darle respiración asistida a Nikolay. ¡CREE QUE TE HAS MUERTO! Yo sé que estás perfectamente bien, ocupada, pero dinos algo. Te quiere. Tanya". Y de su extravagante amiga Tiffany era casi mejor no hablar, porque seguía sin comprender el correo electrónico que le envió: "Nikolay dice que es probable que hayas muerto. Si has muerto, ¿puedo enterrarte junto a mi tía Laura? Dicen que da suerte enterrar a dos pelinegras juntas (aunque en el fondo espero que estés bien). Tiffany".

La verdad era que había estado demasiado ocupada redactando informes sobre el comportamiento de Ivanov, analizando maneras de abordar la cuestión de su nueva obra y haciendo frecuentes visitas a una de las dos tabernas del pueblo, donde ya las conocían y apenas se sorprendían de que invadieran su pequeña república eminentemente masculina.
Pasaban tanto tiempo allí que Yulia se había aficionado a la cerveza y su resistencia al alcohol era ahora mucho mayor.

—¿A ti también te envían e-mails? —se atrevió a preguntarle a Elena mientras cerraba el que le había enviado Tanya. La morena dio un trago a su cerveza mientras esperaba una respuesta.

—¿Quiénes?

—Pues no sé, tus amigos, tu familia, ya sabes.

—¿No habíamos dicho que nada de preguntas personales? —contestó Elena, tachando una de las frases que había escrito en su agenda.

—Oh, vamos, no puedes hablar en serio después de todo lo que hemos pasado juntas.

—Mi pasado —respondió secamente la pelirroja, luchando para que aquel bolígrafo escribiera.

—¿Qué ocurre con tu pasado?

—Que eso es lo que conoces de mí. Las cosas han cambiado mucho desde que dejamos el instituto, Yulia.

La pelinegra rodó los ojos. Estaba convencida de que Elena solamente trataba de hacerse la interesante. Porque, en realidad, ¿qué podía haber cambiado en esos años? Ella seguía siendo la de siempre, con sus histerias y su incansable búsqueda de la perfección.

Nikolay todavía comía con la boca llena, aunque supiera que eso la sacaba de quicio. Tiffany seguía obsesionada con revistas que ella catalogaba de divulgación científica pero que no eran más que panfletos de ciencia-ficción sacados de la imaginación de un grupo de pseudo periodistas. Tendrían suerte si no acababa enrolada en la Cienciología. Y aunque a Dmitry se le hubiera pasado ya su afición por los deportes de riesgo y esa manía suya de arrastrarlos a todos hacia una muerte segura, no significaba que hubiera dejado de ser un yonqui de la adrenalina. En vista de que toda la gente de su entorno seguía más o menos igual, ¿qué podía haber cambiado tanto para Elena?

Tenía claro que se trataba de una excusa para no decirle la verdad, que no era otra sino que todavía no confiaba en ella. O si lo hacía, parecía claro que no se sentía cómoda para compartir detalles de su vida personal. Pero, por mucho que le molestara, lo cierto era que no podía culparla por ello. Aunque los últimos días hubieran hablado de asuntos que Yulia etiquetaba inequívocamente como personales, sabía que no iba ser fácil olvidar el pasado.

Y, sin embargo, aquello quedaba ya tan lejano en su mente, que a veces se sorprendía de lo rápido que había conseguido pasar página. Era como si se hubiera bebido un elixir mágico que le hubiera hecho olvidar y, así, cosas que antes habría interpretado como una verdadera afrenta, le provocaban ahora una sincera hilaridad. Una de ellas era el mítico episodio del lazo de raso azul, que despertó las carcajadas de ambas al recordarlo.

—¡Tengo que buscarlo! Estoy segura de que todavía lo tengo —le dijo Elena con  entusiasmo.

—¿Estás de broma?

—No, qué va. Me lo quedé como si fuera un trofeo.

—Pues encuéntralo y lo enmarcamos. Tú te lo quedas unos meses, yo me lo quedo otros. Custodia compartida.

A la vista de todo esto, para ella las palabras de Elena eran un paso atrás, y le hería que no confiara en ella.

—Como quieras —afirmó con ese tono altanero que empleaba cuando trataba de fingir que algo no le importaba. Después dio el último trago a su bebida—. ¿A qué hora habías quedado?

Elena estaba distraída mirando de reojo hacia la puerta.

—Ahora. Llega puntual.

En la dirección que le indicaba, vio a un hombre bastante apuesto. Se estaba quitando el abrigo para colgarlo en un perchero. El hombre miró en su dirección y sonrió a las dos muchachas, que le devolvieron el saludo.

Yulia parecía nerviosa. Se estaba esforzando en sonreír pero no lo conseguía.

—Cuidado… se acerca —le advirtió la pelirroja—. ¡Buenos días, señor Alves!

—Oh, señorita Katina, por favor llámeme Aaron —le dijo antes de hacer una aparatosa genuflexión y besar su mano.

Ella sonrió, complacida.

—¿Están listas para nuestra pequeña excursión?

—Precisamente de eso estábamos hablando. Yulia me estaba diciendo lo muchísimo que le gusta el paisaje local. Ella también es una entusiasta de las verdes praderas de Glasgow.

—Y no me extraña lo más mínimo. Son sin duda uno de los paisajes más espectaculares de toda Escocia.

Así fue como empezó todo. Este fue el comienzo de una inmensa bola de nieve que desembocó en la inesperada consternación de Yulia.

Aaron Alves, el agente de Daniel Ivanov, con quien Elena llevaba dos días coqueteando, fue su guía el resto de la mañana. Durante el tiempo que estuvieron visitando las maravillas naturales de la zona, la pelinegra disfrutó como una niña. Sacó fotografías que sabía que a Nikolay le iban a encantar; se deleitó con la fresca brisa invernal que golpeaba los pedregosos acantilados de Glasgow, y a pesar de las atenciones que Aaron Alves le dedicaba a su compañera, en ningún momento se sintió que sobraba.

Pero eso fue hasta que decidieron hacer un receso para comer. A partir de ese momento todo cambió.

Decidieron almorzar en una pequeña tasca famosa por su comida casera. Por insistencia de Elena, ella quedó sentada enfrente de ellos, algo un poco inusual teniendo en cuenta que tenían que compartir un banco de madera. Pero Yulia no se quejó porque tenía clara cuál era la estrategia: dado que Aaron se había presentado solo y no había sido posible conocer a Ivanov, el plan era seducir al agente a toda costa, costase lo que costase. Esa era su única y última esperanza para conseguir un encuentro con el escurridizo autor.

Desde hacía días, la gente del pueblo no hablaba de otra cosa. Todos estaban enterados ya de la fiesta que iba a dar el escritor. Ellas se habían enterado gracias a la dueña de la tienda de comestibles, la misma que pocos días antes les había negado tajantemente conocer la existencia de un escritor de renombre en los alrededores. El cambio de actitud solo podían achacarlo al hecho de que en Glasgow se acababa sabiendo todo. En opinión de Yulia, que las hubieran visto en compañía del agente de Ivanov estaba actuando en su favor, porque ahora los pueblerinos creían que ellas dos eran personas del círculo más cercano al escritor, y ya no tenían tanto reparo en salvaguardar su vida privada.

De todos modos, quedaba claro que Ivanov no era amigo de los guateques ni de las apariciones públicas a no ser que tuviera que anunciar algo de suma importancia. ¿Y qué cosa más importante podía haber que su inminente regreso a las librerías y, posiblemente, a las listas de los más vendidos? Además, de ser cierta la teoría de Alves, esta podría ser su mejor obra (o por lo menos muy superior a Penélope, una historia, que Elena había dado por imposible y Yulia había leído tras ejecutar un concienzudo ejercicio de responsabilidad). Si querían asistir a la fiesta, Aaron Alves era su única oportunidad. Tenían que jugárselo todo a esa carta. En un principio, a Yulia la idea le pareció brillante. Era uno de esos planes que no podría haber ingeniado ella porque para hacerlo se necesitaba una picaresca de la que carecía. Pero habida cuenta del magnetismo que Elena ejercía en los hombres y del evidente interés del Portugués por ella, el plan era perfecto. Tan solo tenían que conseguir que él las invitara a la fiesta y allí por fin podrían hablar cara a cara con Ivanov, sin necesidad de forzar la situación.

Aaron Alves era una presa fácil, una conquista segura. Se trataba de un hombre transparente, en ocasiones demasiado franco, que se mostraba tan interesado por los encantos de Elena que un poco más de entusiasmo le habría hecho resultar patético.

El problema fue que llegó un momento en el que todo aquello dejó de parecerle la gran idea que era. No descartaba haber perdido del todo la chaveta, pero ahora que estaba asistiendo a uno de los espectáculos de seducción de Elena Katina sentía ganas de abofetear a Alves y acabar lanzándole una mirada que lo dejara seco en el sitio, con esa estúpida y displicente sonrisa suya congelada en sus labios.

Yulia se dio cuenta de que nunca antes había sentido tanta inquina hacia alguien (a excepción de la propia Elena) y lo absurdo de todo era que no entendía de dónde procedía esa bilis reconcentrada.

Lo único que sabía era que tenerlos al lado resultaba muy incómodo. Si el tal Aaron  hacía una gracia, ella se la reía con ganas. Sus chistes eran verdaderamente malos y casi siempre involucraban cabras (cabras, por todos los santos!), pero Elena se desternillaba de risa como si fueran comentarios de gran inteligencia. Después echaba su larga melena hacia un lado. Luego se mordía o humedecía el labio inferior. Entonces la mirada del maldito Aaron bajaba y bajaba, ojos, nariz, labios bien perfilados, se clavaba en su boca con deseo y, si podía, descendía un poco más allá de la clavícula de Elena hasta acabar en sus pechos.

—…y el muy loco de Ivanov ordenó que metieran las cabras en el cobertizo...

La pelirroja rio este nuevo chiste con ganas. Echó la cabeza hacia atrás y sus carcajadas retumbaron por todo el local. Yulia empezó a pensar que su compañera de trabajo o bien tenía un pésimo sentido del humor o un jodido problema mental.

—¡Eres tan divertido, Aaron ! —ronroneó con voz de gatita mimosa mientras le acariciaba disimuladamente el brazo.

—Sí, es una historia fascinante —musitó Yulia para el cuello de su camisa. Abrumadora. ¡Hay que ver la de cosas que se pueden hacer con una cabra! Jamás lo hubiera imaginado.

No deseaba arruinar el plan, pero le hubiera gustado que Elena acabara ya con aquella pantomima tan dolorosa. Tamborileó los dedos sobre la mesa de madera. Se sentía inquieta, estaba de muy mal humor y tenía unas ganas irrefrenables de levantarse e irse. Al principio creyó que era porque estaba aburrida, no porque Elena insistiera en tocar la sudorosa mano de aquel hombre o acariciarle la espalda, aprovechando cualquier oportunidad para tener contacto físico con él. Se dijo a sí misma que estaba furiosa porque se sentía invisible, minúscula, ignorada.

Para ser justos, Aaron  se había esforzado por hacerle partícipe de la conversación, al menos inicialmente. Pero cuando Elena sacó la artillería pesada de sus flirteos, aquello parecía un fuego cruzado de los cañones de la Armada Rusa, y el portugués se olvidó pronto de su presencia. Justo en el momento en el que la pecosa escurrió su trasero por el banco de madera para acercarse más a él, Yulia dejó de existir.

Elena le rio entonces los chistes todavía más alto. Se mostró melosa y coqueta. Se mordió el labio unas diez veces, pestañeó más de cien. Hasta que su mano se perdió de vista por debajo de la mesa. Y no, no la estaba tocando a ella. La mano de Elena no le estaba rozando ni una minúscula porción de piel, pero se había perdido en algún lugar debajo de la mesa.

Ahí Yulia supo que la que tenía el jodido problema era ella.

Estaba celosa. No, era peor: se moría de celos.

Se sentía como si un monstruo verde estuviera creciendo en su interior, haciéndole sentir indefensa y experimentó la misma acidez en el estómago que la primera vez que vio a Nikolay besarse con su exnovia Alina, mucho antes de que ellos dos estuvieran juntos, antes incluso de que la propia Yulia se admitiera a sí misma lo que sentía por él. Pero aun así no consiguió explicar lo que estaba sintiendo. Tan solo notó que su mandíbula se estaba poniendo tensa y que sus ojos se entornaron hasta convertirse en dos peligrosas rendijas por las que escudriñó con amargura al portugués. También estaba allí aquel hueco que conocía tan bien, la sensación de que alguien le había arrancado algo justo en medio de su pecho. El corazón, un pulmón, podía ser cualquier órgano importante, daba igual, no se encontraba bien, nada bien, y eso era todo. Algo había dejado de funcionar dentro de ella porque no estaba celosa de Elena, como cabría esperar, estaba celosa del portugués por estar recibiendo las atenciones de su compañera.

—Perdonad que os interrumpa —dijo, cortando el enésimo chiste protagonizado por unas cabras—. Me encuentro bastante indispuesta. Si no le importa, señor Alves, retomaremos esta agradable conversación en otro momento, pero ahora me temo que debo regresar al hostal.

Aaron Alves hizo un gesto de asentimiento con la cabeza. La pelinegra se levantó y aunque sintió los ojos de Elena clavados en su nuca, no se molestó en darse la vuelta. Si lo hubiera hecho, habría visto que intentaba pedirle con la mirada que no se fuera.

***

Elena entró en la habitación hecha una furia. Después de lo ocurrido, lo último que quería era ver a Yulia, pero estaba cansada y no le quedaba más remedio ahora que compartían cuarto.

Todavía no podía creer que la hubiera dejado sola con un hombre que no le interesaba en lo más mínimo. ¡Con un hombre que apenas conocía, por el amor de dios!

Podía haberse tratado de un violador, un ratero o un secuestrador, pensó para sí, dramatizando la situación por completo. Sentía tanto rencor que no le hubiese importado encararse a Yulia y echar así por la borda los últimos días de tregua que habían vivido.

Pero no pensaba hacerlo. Esta vez había hecho propósito de enmienda. Seguramente no podría evitar estar un poco distante, pero lo único que iba a hacer era entrar en la habitación, tumbarse en su cama y abrir un libro, actuando como si nada hubiera ocurrido.

Si Yulia colaboraba un poco, el enfado se le habría pasado cuando llegara la hora de la cena.

Lo que Elena no se esperaba era que su compañera de trabajo adoptara la misma estrategia que ella. Tan pronto entró en la habitación, Yulia empezó a actuar como si nada hubiera ocurrido, y eso acabó con la poca paciencia que le quedaba.

—¿Qué tal ha ido todo? —le preguntó cuando se tumbó en la cama.

—Bien —contestó Elena de manera monosilábica.

Yulia enarcó una ceja.

—¿Sólo "bien"? ¿Eso quiere decir que lo has conseguido?

—Puede.

La pelinegra la miró extrañada.

—¿Te pasa algo?

Trató de morderse la lengua. Era lo mejor, ella lo sabía. Las cosas iban bien así. No quería empezar otra discusión con Yulia, pero estaba tan enfadada que al final no fue capaz de contenerse.

—En serio, Yulia, ¿cómo puedes ser tan egoísta?

—No te entiendo, ¿a qué te refieres?

—Pues que la próxima vez que planees dejarme sola con un extraño, por lo menos avisa!

—Ya te lo he dicho: me encontraba indispuesta.

—¿Indispuesta? ¿A eso le llamas estar indispuesta? Desaparecer con cara de malas pulgas y hacer comentarios sarcásticos pensando que nadie te escucha, no es lo que la gente normal llama "estar indispuesta". ¡Cualquiera diría que estabas celosa!

—¿Celosa? ¿Yo? —le espetó con incredulidad, aunque sabía de sobra que eran celos lo que había sentido al verla coqueteando con el portugués.

—Sí, celosa.

—¿Y de qué iba a estarlo, Elena? ¿De cómo te avergüenzas comportándote así con un hombre al que no conoces de nada solo para conseguir que te invite a una estúpida fiesta?

—Nos invité a una estúpida fiesta. Y ni siquiera hice nada, tan solo le estaba acariciando la pierna.

—Da igual, hay mil maneras de hacerlo, no es necesario comportarse como una puta.

Por alguna extraña razón, esas palabras traspasaron el pecho de Elena con la misma facilidad con la que lo habría hecho una flecha. La habían llamado zorra muchas veces, cientos de ellas, pero ninguna le había dolido como aquella.

Yulia notó su gesto de dolor y aunque se arrepintió de haber sido tan cruel, su orgullo fue más poderoso. Barajar la remota posibilidad de estar celosa no entraba en sus planes aquella noche y disculparse, tampoco.

—¿Y a ti qué más te da si soy o no una puta, eh? —protestó Elena, todavía dolida. Debería haberla mandado a paseo o haberla ignorado, como había hecho otras veces ante el mismo comentario, pero no fue capaz. Yulia le importaba. ¿Desde cuándo?—. Lo normal sería que te diese igual lo que hago o dejo de hacer, siempre y cuando no te afecte.

La pelinegra no supo qué responder. Tenía razón.

—¿Ves? Ahí lo tienes: no sabes qué decir ¿Y sabes por qué? ¡Porque estás celosa!

—¡Por favor! El día que esté celosa de ti será el día en que las vacas vuelen.

Elena se acercó a la ventana con grandes zancadas y descorrió la cortina.

—¡Mira, Yulia! —exclamó, señalando hacia el exterior—. ¡Es Clorinda! ¡Ha venido surcando el cielo para saludarte!

Yulia se acercó a la puerta y la abrió con furia.

—¡Oh, mira, Yul! Ha venido a buscarte el agente de Ivanov. Pregunta si tu cama está libre esta noche! Oh… buenas tardes, señor Carys… Que pase un buen día —saludó al posadero, ruborizándose momentáneamente al ver que pasaba por allí justo en el momento en el que había abierto la puerta. Después se la cerró en las narices.

Elena no daba crédito al comportamiento de la pelinegra, y era muy frustrante. Se sentía fuera de sí, iracunda, incapaz de que no pudiera comprender por qué se había rebajado tanto delante de aquel imbécil petulante de los chistes de cabras. Sentía ganas de abofetearla por ser tan egoísta y no ver que todo aquello formaba parte de un plan para conseguir que las invitara a la fiesta. ¿Por qué no podía entenderlo?

—¡Te juro que no te aguanto! ¡Eres insoportable!

—¡La que no te aguanta soy yo! ¡No sabes las ganas que tengo de llegar a Moscú para librarme de ti!

—¡Estupendo! ¡Ya somos dos!

Elena notó que Yulia respiraba con dificultad. En un acto reflejo la mano se le había crispado y había apretado el puño en el bolsillo de su chaqueta. Permanecieron un buen rato mirándose, estudiándose con las pupilas encendidas, tratando de calmarse. Yulia tuvo que recordarse a sí misma que tenía enfrente a una compañera de trabajo y Elena hizo un verdadero ejercicio de control mental para no llegar a las manos.

—¿Y bien? ¿Lo has conseguido? —preguntó la pelinegra. Todavía respiraba con dificultad pero se encontraba un poco más calmada.

—Sí, el viernes, a las siete.

Se hizo un silencio extraño, incómodo. Yulia clavó la mirada en el suelo y se ruborizó.

—Siento… lo de antes… No pretendía dejarte sola… Ni tampoco insultarte.

Otro extraño silencio.

—Y yo siento haberte gritado —se disculpó Elena, mesándose el cabello con nerviosismo—. Me sentó mal que me dejaras sola con ese idiota.

Yulia sonrió. Se había convencido a sí misma de que su compañera no estaba verdaderamente interesada en Aaron Alves, y de alguna manera resultaba un consuelo saber que no era así.

—Bueno, eso está bien, por un momento pensé que te interesaba el hombre de las cabras.

La pelirroja rio con ganas antes de menear la cabeza con descrédito.

—Qué poco me conoces, Yulia. ¡Yo tengo muchísimo mejor gusto! —le dijo antes de dedicarle una mirada que le hizo estremecer sin motivo.

Pero Elena decía la verdad. Tenía un gusto exquisito.


***

Si alguna cosa había quedado clara tras haber pasado una semana entera en Glasgow era que Daniel Ivanov era lo más parecido a un cacique. Los habitantes le idolatraban y guardaban respeto porque daba trabajo a muchos lugareños. Este era el motivo por el cual mucha gente en Glasgow protegiera con celo la intimidad del escritor. Todos sabían que a él le gustaba preservar su vida privada y hacían lo posible por mantener a raya a los curiosos.

Lo positivo era que ahora se habían convertido en parte de la familia, pero tenían por delante la parte más difícil: convencer al escritor de que firmara un acuerdo con su editorial.

Con el paso de los días y los escasos avances que habían hecho para acercarse a él, ambas acabaron comprendiendo lo importante que era aquella fiesta. Debido al hermetismo en el que se hallaba sumido el pueblo de Glasgow y las escasísimas apariciones públicas de Daniel Ivanov, si no conseguían hacerle firmar durante esa fiesta, ya podían olvidarse de hacerlo en otra ocasión. Tendrían que regresar a Moscú con las manos vacías y esa posibilidad quedaba completamente descartada. Solo de imaginar la cara que pondría Anton, a Yulia se le ponían los pelos de punta.

La elección de la indumentaria fue el primero de sus contratiempos. Ninguna había previsto asistir a una fiesta de gala y cualquier esperanza de encontrar un modelo adecuado en la única tienda de ropa que había en los aledaños quedaba descartada: Scotland Shop no se parecía en nada a Dolce & Gabanna.

Tuvieron suerte de que Dmitry se prestara a hacerles el favor durante el comienzo de sus vacaciones navideñas. Él y su novia Tanya les enviaron varios vestidos para que pudieran elegir el que más les gustaba.

—¿Seguro que es una buena idea? ¿Y si el portugués no es más que un ganadero de la zona y os está tomando el pelo? ¿Qué pasará entonces? —les comentó el muchacho durante una conversación telefónica.

—Tranquilo, Dmitry.

—Sí, no te preocupes: Yul lo tiene todo bajo control —afirmó Elena por detrás, para sorpresa del muchacho, que no pudo evitar preguntarse desde cuándo frases como “Yul lo tiene todo bajo control” formaban parte del vocabulario de Elena.

Sintió tentaciones de hacer algún comentario al respecto, pero se limitó a intercambiar una mirada con su novia, como diciéndole “luego te cuento”.

El vestido que eligió Yulia era largo, de un favorecedor color champán. Con ayuda de Elena, se las había arreglado para dominar su casi siempre despeinada melena y ahora la llevaba recogida en un elegante moño, dejando al descubierto la zona de su nuca, que resultó ser tan seductora que Elena no pudo evitar apreciarla de soslayo.

Ella iba completamente de rojo, con un vestido que marcaba su curvilíneo cuerpo.

Se había pintado los labios a juego y estaba tan guapa que Yulia sabía que tan pronto hiciera su aparición, todas las miradas se centrarían en ella. Había sido así desde el colegio; ahora no podía ser diferente. Pero, a decir verdad, ella tampoco se veía mal. La propia Elena parecía sorprendida de su atuendo y acababa de cazarla observando su muslo, porque su vestido tenía una raja que hacía que al sentarse se le viera gran parte de una pierna.

—Ya hemos llegado —anunció el señor Carys, que se había prestado a llevarlas a la casa de Ivanov en su furgoneta.

—No me habías dicho que vivía en un castillo.

Elena se encogió de hombros.

—No me lo preguntaste. Estabas demasiado ocupada enfadándote conmigo.

Yulia sonrió. A pesar de las discusiones, tenía que reconocer que Elena empezaba a caerle muy bien.

El castillo Himeji era una de las propiedades más importantes de Escocia. Se trataba de una de estas fortalezas medievales de muros empedrados, coronada por dos verticales torreones desde los que siempre daba la sensación de estar siendo vigilado por varios pares de ojos. Atravesaron la verja de hierro forjado que rodeaba toda la finca y caminaron con dificultad por el camino empedrado que conducía a la entrada. La fortaleza había sido engalanada convenientemente para la ocasión. El jardín estaba decorado con centros de flores frescas, y dos gigantescas antorchas recibían a los invitados en la gigantesca puerta de entrada.

El interior no era menos impresionante. Una alfombra roja atravesaba el recibidor del castillo, iluminado por velas que titilaban en el suelo, distribuidas en hileras. Al cruzar un amplísimo recibidor de altos techos, se llegaba al salón donde parecía que iba a tener lugar la cena. La mayoría de los invitados ya había llegado cuando ellas hicieron su aparición, charlaban alegremente mientras degustaban los aperitivos que servían los camareros. Todos iban vestidos de gala, por lo que se sintieron aliviadas al no desentonar con el ambiente.
Aaron Alves se acercó a ellas nada más verlas. Hizo una genuflexión y les besó la mano.

—Señoritas, hoy están espléndidas —afirmó, aunque centrándose más en Elena.

Yulia se sintió bastante incómoda al tener de nuevo enfrente a aquel individuo.

Sintió que el monstruo verde de los celos empezaba a despertarse en su interior, pero esta vez logró controlarlo. Elena la miró con curiosidad, como si estuviera intentando descifrar sus pensamientos y le dedicó una sonrisa cálida que le hizo olvidar rápidamente la presencia del portugués.

Aaron Alves hizo un gesto con la mano y ellas lo siguieron a través del salón.

Elena iba delante y, como era de esperar, hizo que varias cabezas se giraran a su paso. La gente parecía deslumbrada por su belleza.

Recorrieron varios metros hasta que dieron con un grupo de tres personas, una mujer y dos hombres que charlaban animadamente cerca de cuarteto de cuerda que arrancaba notas de sus instrumentos para amenizar la velada.

—Permítanme que les presente al anfitrión de la fiesta, el escritor Daniel Ivanov—comentó Aaron mientras posaba la mano en el hombro del hombre que les estaba dando la espalda, para conseguir llamar su atención.

Daniel Ivanov se giró y sonrió complacido con lo que vio, antes de saludarlas con extrema cortesía. La presencia de Elena no pareció impactarle especialmente. Sin embargo, sus ojos se detuvieron en Yulia, a quien analizó con frialdad y sorpresa cuando llegó el turno de saludarla. Por un momento la muchacha sintió pánico de que la hubiera reconocido, de que hubiera descubierto que trabajaba para Akal & Co o lo sospechara porque algún habitante del pueblo le hubiera dicho que habían estado preguntando por él.

Ese sería el final de su viaje y sintió tanto pánico que estaba segura de que se le notaba en la cara.

Elena se dio perfecta cuenta de su nerviosismo y para intentar tranquilizarla, entrelazó su brazo al suyo, al tiempo que rompía el hielo entablando conversación con el escritor: —Una fiesta preciosa, muchas gracias por invitarnos.

—El placer es todo mío —respondió Ivanov, todavía con la mirada fija en Yulia, aunque no pareciera completamente ajeno a los encantos de Elena, muy especialmente a su generoso escote.

—Estoy sedienta —afirmó Elena con rapidez, todo estrategia—. ¿Nos disculpan, caballeros, si vamos a buscar algo que llevarnos a los labios? He visto unas botellas de champán que parecen deliciosas.

—Por favor —replicó Ivanov con un gesto de su mano—, están en su casa.

Elena tiró disimuladamente de Yulia, que parecía haberse quedado petrificada.

Le iba susurrando cosas al oído para intentar tranquilizarla.

—Sonríe, sonríe todo lo que puedas o notará que te ha entrado el pánico.

—¿Has visto cómo me ha mirado? ¿Crees que sospecha que somos editoras? —inquirió entre dientes, mientras se esforzaba por sonreír lo máximo posible.

—Puede ser, pero no lo creo. Si no, ya nos habría encerrado en las mazmorras.

—Entonces, ¿por qué me ha mirado así?

La pelirroja se detuvo cuando llegaron a la mesa de las bebidas. Agarró una copa de champán y le dio un trago largo. Si la noche continuaba por aquellos derroteros, tenía toda la intención de emborracharse.

—Seguramente porque piensa que eres muy guapa —respondió con naturalidad.

—Claro, se iba a fijar en mí teniéndote a ti delante. No digas tonterías...

Elena bajó su copa, dejando un poso de carmín rojo en el borde del cristal. A veces no daba crédito a sus oídos.

—Yulia, mírate, por favor, estás preciosa esta noche. ¿Quién no querría estar contigo? Hasta yo mataría por estar contigo.

La pelinegra sintió calor en las mejillas. Ese comentario había sido de lo más inesperado, pero por la forma en la que la estaba mirando, supo que Elena estaba siendo sincera. Sus pupilas brillaban más que de costumbre, seguramente debido al generoso sorbo de champán, y no pudo evitar que sus ojos viajaran sin querer hacia los labios de Elena, hacia ese carmín rojo que había manchado el borde de su copa.

—¿Les apetece un canapé?

Fue un camarero quien las interrumpió esta vez. Elena desvió la mirada y notó que ella también se estaba ruborizando. Pensó que no debería haber dicho aquello. Se estaba metiendo en jardines de los que no estaba muy segura de cómo salir y aunque en su vida había salido airosa de otras situaciones complicadas, nada podía compararse a estar empezando a sentir algo por Yulia Volkova. Sin embargo, ella no parecía darse cuenta del problema. Ella no parecía darse cuenta de absolutamente nada y Elena agarró otra copa de champán, dispuesta a ahogar sus penas en doradas burbujas que juguetearan con su paladar.

El camarero se fue, pero entre ellas ya se había formado un silencio extraño que Yulia intentó olvidar mirándose los pies, como si en ellos hubiera algo fascinante, y que Elena empleó para observar a los invitados. A los pocos minutos de ignorarse una a la otra todo volvió a su sitio, y optaron por hablar de trabajo, como siempre hacían cuando se veían forzadas a superar una situación tensa.

—Siento tener que decirte que no deja de mirarte.

—¿A mí? —Yulia estaba confusa. Todavía respiraba con dificultad. Se le notaba agitada.

—Sí, a ti. Creo que le has impactado, Yulia. Si mi instinto no me falla, vas a tener que hablar tú con él.

—¿Yo? ¡Pero yo no puedo hacer eso! ¡Eres tú la que sabe coquetear! Eres tú la que tiene que…

Un carraspeo interrumpió lo que la pelinegra estaba diciendo. Al girarse, se topó con Aaron Alves y toda su pomposidad, que se estaba colocando los gemelos mientras esperaba a que las chicas notaran su presencia. Yulia le dirigió una mirada de impaciencia a su compañera, aunque ella no pareciera preocupada en lo más mínimo. Estaba claro que la idea de verla tratando de coquetear con el escritor le divertía profundamente.

—Señorita —dijo, dirigiéndose a Yulia—, si fuera tan amable de acompañarme, al señor Ivanov le gustaría invitarle a un baile.

La pelinegra la miró presa del pánico, pero Elena le guiñó un ojo para darle a entender que podía hacerlo. Aunque hubiera querido, en realidad no podía hacer nada para ayudarla, el escritor estaba interesado en Yulia, no en ella y aunque esto constituía un ligero contratiempo, si la pelinegra conseguía mantener la calma y se dejaba llevar un poco, tal vez tuvieran alguna esperanza.

—¿Le importa si le robo a su acompañante unos minutos? —le preguntó Aaron Alves, mirándola con lascivia.

—Para nada, creo que sabré distraerme hasta que me sea devuelta —contestó, toda elegancia y saber estar, aunque estuvo a punto de morderse la lengua nada más decirlo.

Sonaba como si Yulia fuera algo suyo.

Suspiró. Ahora solo tenía que buscar una forma de matar el tiempo hasta que su compañera volviera. Se recogió el vestido para sentarse en una de las butacas estilo Luis XVI. No lo hizo por descansar de los tacones, ya que estaba acostumbrada a llevarlos la mayor parte del día, sino porque desde aquella posición podía echar un discreto vistazo a toda la habitación y, especialmente, al círculo de gente que se había formado alrededor de Yulia, que lidiaba con la situación con una serenidad admirable.

Le sorprendió verla tan segura y confiada. Estaba convencida de que la pelinegra no era consciente de hasta qué punto su belleza y refinamiento estaba deslumbrando a los invitados, en especial a Ivanov, que no dejaba de atusarse la castaña barba de chivo sin quitarle ojo de encima. Miraba sobre todo su escote, que aquella noche no solo era generoso sino también llamativo. Elena se había dado cuenta de ello nada más verla, pero no hizo ningún comentario al respecto porque, conociéndola, se habría cambiado el vestido por un jersey de cuello alto en menos de lo que dura uno de sus pestañeos.

Captó por el rabillo del ojo una presencia a su lado, y volvió la cabeza para mirar al chico que se acababa de sentar en la butaca que tenía enfrente. Parecía un clon de Pavell Ivanov, el chico del departamento de marketing de la editorial. Misma sonrisa de autocomplacencia, mismo flequillo peinado descuidadamente adrede, pero, oh, distintos ojos, este los tenía verdes.

Elena suspiró con cansancio. ¿De verdad? ¿Es que no era suficiente con tener que aguantar a todos los Ivanov del mundo a diario como para encontrarse el mismo tipo de guapo pretencioso en Escocia también? ¿En un viaje de trabajo? Ah, no. Esta vez ni tenía ni quería sacar la paciencia para soportar otra ronda de piropos.

Su intención era quitarse al moscón de encima lo antes posible, por lo que decidió darle un poco de femme fatale en vena. Por lo menos así se desquitaría de los malos momentos que le había hecho pasar Pavell.

—Buenas noches —la saludó el chico con otra de esas sonrisas produce-suspiros-de-quinceañeras—, estaba al otro lado de la habitación, y no he podido evitar fijarme en…

—En mí, claro. —Elena cruzó las piernas. El chico abrió la boca con asombro—. No, no me lo digas: ha sido por el "movimiento de mi increíble melena roja" o por "la exuberante belleza de mis rasgos exóticos".

—En realidad...

—No, en serio —le interrumpió la pelirroja, inclinándose más hacia él—, déjame adivinarlo, es mucho más divertido. Estás pensando en la "delicada caída del satén rojo por mi piel blanca" o en cómo mi "encantadora y confiada sonrisa" te obnubila. Quizás quieras "escribir una oda a mis perfectamente definidos hoyuelos". Las he escuchado todas, querido, dudo de que tengas la capacidad de sorprenderme.

Se quedó mirándole, desafiante, balanceando su copa de champán, intentando transmitirle todo el hastío que tantos hombres le habían causado a través de los años.

El joven carraspeó, y se acercó todavía más ella, para susurrarle al oído:

—En realidad quería preguntarte si podrías presentarme a tu amiga, la del vestido dorado. Es la mujer más bonita que he visto en mucho tiempo —le explicó cortésmente.

Elena parpadeó. El chico señaló con la cabeza a Yulia. Elena parpadeó otra vez. Durante un segundo entero, con todas sus décimas, se sintió la chica más estúpida de todo el castillo, seguramente también de todo el planeta, probablemente del universo.

Volvió a parpadear.

—Está casada —dijo tan pronto como consiguió salir del trance—, con muchos hijos. Decenas de hijos. Y perros, muchos perros. Oh, sí. Esa casa es un zoológico, ya me entiendes.

Su interlocutor frunció los labios y rebuscó en el interior de la chaqueta. Sacó una tarjeta de visita y se la tendió.

—Aun así, le harás llegar mi tarjeta? Estaría encantado de…

—Claro —le cortó, cogiendo grácilmente la tarjeta entre dos dedos y enarcando una ceja—. Blake —dijo leyendo el nombre del muchacho—. Me aseguraré de que la reciba.

El tal Blake sonrió con todos los dientes humanamente mostrables, en señal de agradecimiento, y desapareció de nuevo entre los invitados. Elena observó unos segundos la tarjeta, casi sin dar crédito a lo que acababa de ocurrir.

—Ooops —dijo entonces, abriendo la mano y dejando caer la tarjeta al suelo mientras daba un sorbo a su copa de champán—. Una verdadera lástima, Blake…

Al fin y al cabo, el champán que servían en la fiesta era de primera, así que le hizo un gesto al camarero para conseguir otra copa. Cuando se puso en pie, no se privó del gusto de pisar con disimulo la tarjeta un par de veces. Pero sólo un par, tampoco era cuestión de excederse.  




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Mensaje por Fati20 4/10/2020, 1:28 am

Me alegro q estés bien y sigas subiendo diario m, sorprendente como ha nacido esos celos y esa atracción entre ambas espero q esta noche después de la fiesta tengamos acción 😏😏
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Mensaje por Kamila 4/10/2020, 3:35 am

Emocionante ehhh me encantaria ver acción entre ellas ya🔥🔥 Saludo 😉

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Mensaje por Aleinads 4/10/2020, 5:50 pm

Esta historia está cada vez mejor... Gracias por subirla!
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Mensaje por Fati20 4/11/2020, 7:14 am

Hoy no apareció 💔💔💔
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Mensaje por RAINBOW.XANDER 4/11/2020, 3:36 pm

Fati20: Acá estoy. Calma, calma que no he podido subir ayer porque estaba indispuesta todo el día, sin embargo, el día de hoy estaré subiendo doble capítulo para compensar el de ayer Very Happy

Kamila: Bueno Kami, lamento decirte que la acción no vendrá pronto.... estás niñas no saben como decirse las cosas y menos, sus sentimientos por la otra Rolling Eyes

Aleinads: Me alegro que esté gustándote la historia, un abrazo Smile

A todos los que leen, un fuerte abrazo y ya saben...

#quedateencasa #stayathome

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Capítulo 8: ¿Esa Elena?






La música de la orquesta seguía sonando en sus oídos cuando llegaron a la posada de Little Carys. Elena giró la llave todo lo despacio que pudo teniendo en cuenta que se encontraba un poco achispada por culpa de la cantidad de copas de champán que había ingerido. Ahora no recordaba cuántas habían sido, pero seguramente muchas más de las recomendables.

Yulia no cabía en sí de alegría. Ella había sido la reina de la fiesta, porque Daniel Ivanov, además de dedicarle toda la atención que le negó al resto de sus invitados, al final de la velada había hecho pública su decisión de publicar su nueva novela con Akal & Co.

La pelinegra todavía no se lo creía, estaba tan contenta que se sentía como Cenicienta a la vuelta del baile, aunque todavía conservara los dos zapatos e Ivanov fuera la antítesis de su príncipe azul.

El escritor se había mostrado amable y comedido la mayor parte de la noche, al menos hasta que el alcohol empezó a hacer mella en sus ademanes y consideró oportuno pasar de los piropos a la acción. Yulia había tenido que hacer malabarismos para evitar que le tocara el culo en varias ocasiones, cuando creía que nadie podía verles. Le resultó especialmente difícil en un momento de la noche en el que Ivanov se volvió todo tentáculos, cuando salieron al balcón a tomar el aire. Mientras ella intentaba venderle la exclusiva de Akal & Co, el escritor intentó ponerse demasiado tierno y acabó extralimitándose un poco. Por suerte, en ese momento apareció Elena, justo cuando los dedazos de Ivanov la tenían aprisionada por la cintura y estaba a punto de besarla.

—Hoy has estado impresionante —comentó Elena en un susurro, empujando la puerta principal de la posada, que chirrió ruidosamente. La señora Carys se revolvió en su cama. Dio media vuelta en sueños y siguió durmiendo.

—Qué va, casi lo arruino todo. Si no llega a ser por ti, no habría podido hacerlo.

Elena sonrió, complacida con el cumplido, aunque no fuera del todo cierto. Había sido muy aburrido estar espiando los pasos de la parejita para impedir que Ivanov se envalentonara y acabara haciendo algo de lo que se arrepintieran todos, pero el mérito era de Yulia. Ella solamente había tenido que torear los piropos del portugués, a quien tuvo que rechazar en varias ocasiones con toda la elegancia que supo reunir. Había sido agotador, pero solo por tener aquel contrato asegurado, había valido la pena. Casi le pareció sentir el tacto rugoso del documento que Ivanov había firmado con su puño y letra, aunque se encontrara en el fondo de su pequeño bolso de fiesta.

—¿Qué le dijiste para convencerle de que firmara?

Yulia pareció ruborizarse ante la pregunta. Fijó la mirada en los escalones que subían hacia su habitación y se detuvo un momento.

—Bueno, digamos que le dejé entrever que yo sería su editora y que trabajaríamos codo con codo, hasta altas horas de la madrugada si fuera necesario.

—¡No!

—Sí, hija, sí.

Los ojos de Elena brillaron con diversión. Yulia la miró con temor de que la juzgara por haber utilizado sus mismas tácticas. Ella no era así, esos no eran sus métodos, y sin embargo, aquella noche vio claramente que la única manera de cerrar un acuerdo con  Ivanov era flirteando con él.

Elena se limitó a dedicarle una sonrisa de oreja a oreja, como si con ello intentara transmitirle lo orgullosa que se sentía de ella. Yulia iba a poner un pretexto para su comportamiento, pero notó que Elena la rodeó por la cintura, atrayéndola con fuerza hacia su cuerpo. Fue todo tan rápido que Yulia casi ni se percató de cómo había acabado abrazando a Elena, muy fuerte, muy cerca, su cabeza reposando sobre su hombro. Yulia suspiró profundamente al sentir el contacto con su cuerpo, al aspirar el perfume de Elena, que tenía la barbilla clavada en su hombro. Su boca estaba tan cerca de su oreja que, cuando la pelirroja habló, una bocanada de aire tibio lamió la sensible piel de su cuello.

—Gracias por habernos salvado el pellejo —le dijo, antes de estrechar todavía más el abrazo.

Elena olía tan bien que cerró los ojos para intentar memorizar la fragancia. Su piel blanca estaba caliente, era suave y Yulia sintió un cosquilleo en las yemas de los dedos cuando deslizó sus manos por la espalda de su vestido. Sintió de nuevo el olor de su perfume, colándose muy dentro, grabándose a fuego en su memoria.

Rompieron el abrazo, pero Elena sentía la cabeza llena de aire por culpa de las copas de champán. Las burbujas doradas no eran buenas consejeras, y aunque la tentación era grande, no quería hacer algo de lo que se arrepentiría al día siguiente, así que solamente se inclinó, le dio un beso en la mejilla y caminó hasta la puerta de la habitación.

Yulia se quedó un rato al pie de la escalera, observando cómo abría la puerta, desconcertada por lo que aquel abrazo le había hecho sentir. Justo en ese momento comprendió que el viaje había terminado y no supo si debía sentirse triste o aliviada. Al final iba a poder pasar la Navidad con Nikolay y el resto de su familia, pero en lugar de sentirse feliz por ello, la idea solo le provocó indiferencia. Al día siguiente regresaría a Moscú. El viaje tocaba a su fin y eso significaba que en menos de veinticuatro horas todo volvería a ser como antes. Pero Yulia ya no estaba segura de que esto fuera lo que deseaba.

***

Elena se despertó inquieta y desorientada. Por un momento había olvidado que todavía se encontraba en Glasgow y que esa misma mañana debían regresar a casa. Miró hacia el lado derecho y vio que la cama de Yulia estaba vacía. Las sábanas estaban revueltas, dándole a la escena un aire inequívoco de abandono, lo cual le transmitió una sensación de vacío. Era todo muy absurdo y llevaba días reprendiéndose por ello, pero no podía evitarlo.

Una semana antes habría dado cualquier cosa por volver a casa y librarse de la presencia de la pelinegra. Ahora, sin embargo, habría sido capaz de donar sus pagas extra con tal de quedarse un día más en Glasgow con ella. A veces, la vida la llevaba por derroteros que no era capaz de comprender, pero tenía que aceptarlos igualmente, pensó tras esconder su rostro debajo de la almohada. Entonces escuchó los pasos de Yulia entrando en la habitación, pero prefirió mantenerse quieta, como si siguiera durmiendo.

—¿Estás despierta? Voy a darme una ducha —le dijo ella.

Elena no se molestó en contestar. Estaba demasiado ocupada tratando de controlar las ganas que tenía de llorar y el nudo que se le había formado en la garganta. Prefirió esperar a que Yulia volviera a entrar en el baño, porque no estaba dispuesta a darle demasiadas explicaciones, así que esperó a escuchar la puerta, cerrándose, para retirar la almohada de su rostro. Suspiró. ¿A qué venía esta frustración que sentía? ¿Desde cuándo se sentía así por Yulia?

En el interior del cuarto de baño, la pelinegra recostó la espalda contra la puerta y permaneció así varios minutos, mirando el techo enmohecido por las vaharadas de agua caliente que desprendía la bañera. El grifo estaba abierto pero todavía no había sido capaz de entrar en la ducha. Se encontraba derrotada, vacía. Por algún motivo inexplicable, regresar a Moscú era como escalar una montaña muy alta y escarpada. Ni siquiera tenía ganas de volver a ver a Nikolay. Le daba igual si se reencontraba con él o si cuando al llegar a casa se encontraba con una nota de despedida en la que le decía que la había dejado para siempre. Le era indiferente. Y eso era horrible.

Sentía ansiedad y un pinchazo en el pecho cada vez que pensaba en ello, y aunque llevaba varias horas despierta, todavía no había sido capaz de hacer la maleta o de darse una ducha para ponerse en marcha. Los últimos minutos los había pasado pensando en las musarañas, observando de refilón a Elena, que dormía profundamente y sonreía en sueños. En varias ocasiones se preguntó en qué estaría pensando y se culpó a sí misma por sentirse así, porque tenía claro que si Elena descubría que no deseaba volver a Moscú, se reiría de ella.

Seguramente, ella estaba contentísima de regresar a su ajetreada vida social y ni se le pasaba por la cabeza que Yulia estuviera ahora mismo al borde de las lágrimas.

Apretó los dientes para contener las ganas que tenía de llorar. Aquello era absurdo. Yulia no estaba acostumbrada a sentirse así, tan desorientada y perdida. Por lo general, actuaba de manera racional con todo lo que le pasaba y siempre era capaz de controlar sus sentimientos. Pero ahora se sentía vulnerable, pequeña, frágil. No tenía ni idea de a qué se debía esa tristeza tan profunda y devastadora, que conseguía incluso dejarla paralizada durante segundos enteros. Esperaba volver a la normalidad al pisar Moscú, pero tenía el presentimiento de que algo había cambiado en su interior, como si una pieza importantísima se estuviera roto o hubiera dejado de funcionar. Aquello no iba a ser un camino de rosas.

Tras varios intentos, consiguió hacer acopio de fuerzas y ponerse en marcha.

Cambió la temperatura del agua, intentando no pensar en nada más que en darse una ducha.

Comprobó que estaban allí los champús, aunque no vio su cepillo del pelo por ninguna parte. Miró en su neceser y en los cajones, donde tampoco lo encontró, y acabó llegando a la conclusión de que se lo había dejado fuera, en la coqueta o en la mesita de noche, aunque ahora no estaba de humor para salir y tener que fingir una sonrisa delante de Elena. Si acaso, ya lo buscaría después.

Recordó entonces haber visto a su compañera metiendo su cepillo en su neceser la noche anterior, y supuso que no le importaría que lo usara. Así que fue hasta él y metió la mano en el neceser para extraerlo. Pero al hacerlo consiguió que algo cayera en el suelo del cuarto de baño. Se trataba de un sobre blanco, un poco abultado, sin remitente ni nada escrito en su superficie.

Yulia lo miró con el ceño fruncido y se agachó para recogerlo. Por unos segundos se sintió tentada de abrirlo, pero en seguida se reprendió a sí misma por haber tenido una idea tan fuera de lugar. Husmear en la vida de los demás era muy impropio de ella, y además estaba mal, pensó, mientras volvía a meter el sobre en el neceser. Estaba ya a punto de meterse en la ducha, pero entonces recordó lo que había dicho Elena, aquel día en la taberna, cuando le dijo que solo conocía su pasado. ¿Y su presente? se preguntó.

¿Contendría aquel sobre la respuesta a la misteriosa Elena Katina?

Dejó el cepillo encima del lavabo y miró largamente el sobre. Una de sus esquinas asomaba por la esquina del neceser, como tentándola a que lo cogiera de nuevo. Estaba a punto de violar la intimidad de su compañera, pero, aunque fuera plenamente consciente de ello, la tentación se hizo mucho más poderosa. Cerró los ojos, intentando reunir el valor para hacerlo, y rápidamente estiró el brazo para agarrar el sobre.

Sus dedos se deslizaron entonces por la solapa, apartándola con ansiedad. Yulia miró por encima de su hombro solo para cerciorarse de que la puerta no estaba abierta. Se quedó más tranquila al ver que el pestillo estaba bien echado. En el interior del sobre había varios papeles y fotografías. Extrajo una, la primera que salió, y contempló en ella a una chica muy guapa, rubia, alta y delgada. La chica abrazaba a Elena mientras le daba un beso en la mejilla. Yulia giró la fotografía y vio la dedicatoria. Alguien había escrito detrás: "No me importa nada con tal de que estemos juntas. Por favor, piénsalo".

El sobre también contenía cartas, decenas de cartas manuscritas. Todas ellas acababan con un "PD: Te quiero" y las firmaba alguien que se hacía llamar "S".

Yulia no pudo resistir la tentación de descubrir qué ponían aquellas misivas, y empezó a leer la primera de todas, creyendo que le servirían para conocer un poco más a Elena. Pero a medida que avanzaba en su lectura su rostro iba mudando de expresión y hubo momentos en los que se ruborizó como una colegiala, sorprendida por lo que acababan de ver sus ojos. Otras veces solo frunció el ceño, pero en ciertos pasajes tuvo que reprimir un “oh” de sorpresa. Aquella lectura consiguió confundirla tanto que inicialmente no fue capaz digerir toda esa información, como si acabara de entrar en un profundo estado de shock.

Elena Katina, la misma Elena que desdeñaba las atenciones de Ivanov y de todos cuantos la cortejaban, la Elena que despertaba suspiros cuando entraba en un bar, la que podía tener a sus pies a cualquier hombre del planeta tierra o de cualquier planeta galáctico, vivo o muerto… esa Elena… Tenía novia? Yulia no daba crédito.


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Mensaje por RAINBOW.XANDER 4/11/2020, 4:01 pm

Capítulo 9: Lo sé




Prácticamente no hablaron durante el viaje, prácticamente no se miraron, y las dos se comportaron como unas perfectas desconocidas hasta que estuvieron de vuelta en la tumultuosa Moscú.

Las últimas horas juntas habían sido muy difíciles. Yulia no fue capaz de ocultar su desconcierto. Lo había intentado, pero el tema no se le iba de la cabeza. Aunque intentaba disimular, cada vez que miraba a Elena se acordaba del contenido del neceser y tenía miedo de que pudiera averiguar lo que había hecho, como si lo llevara escrito en la frente.

Se pasó el resto del viaje mirando por la ventanilla, respondiendo con monosílabos cada vez que Elena intentaba entablar un tema de conversación, y evitando, en la medida de lo posible, que sus ojos se encontraran.

A Yulia todavía le temblaban las manos cada vez que recordaba alguna de las frases de aquellas cartas. Sentía el corazón acelerado ante la presencia de Elena y estaba extrañamente ¿enfadada? Sí, enfadada era la palabra. Se sentía engañada. Es cierto que ellas no habían sido las mejores amigas, pero estos últimos días habían intimado, al menos lo suficiente para que todo esto no tuviera que ser un tabú entre ellas. Yulia le había contado cosas que no le contaría a alguna de sus mejores amigas. ¿Por qué Elena no había sido igual de sincera? ¿Acaso la veía como alguien tan intolerante que no aceptaría tener una amiga lesbiana? Ella no era así. Puede que no tuviera amigos homosexuales, pero apoyaba los derechos del colectivo gay. Elena estaba muy equivocada si pensaba que la iba a juzgar por su orientación sexual. ¿Qué más le daba a ella con quién se acostaba?

Porque le daba igual, ¿verdad?

Este era, más o menos, el carril por el circulaban sus pensamientos, a toda velocidad. Su preocupación resultaba tan evidente que Elena se percató casi al instante de que algo iba mal. El comportamiento de Yulia le hizo entender que había un problema, pero estaba tan contrariada por la idea de regresar a Moscú que no encontró fuerzas para indagar. En cierto sentido, incluso agradeció que se mostrara tan distante y huraña porque así iba a ser mucho más sencillo regresar a la rutina, despedirse, y fingir que seguía odiándola. Ese era el plan, porque el odio requería una dosis mucho menor de valentía que admitirse a sí misma lo que estaba empezando a sentir por Yulia.

Elena tenía la sensación de que la noche anterior se había sobrepasado y eso la mortificaba. Se reprendía por haberla abrazado así en las escaleras, por haberle dicho lo guapa que era y también por haberle confesado lo orgullosa que se sentía tras su actuación con Ivanov. Le hubiera gustado decirle muchas otras cosas, como que tenía una nuca preciosa que debería enseñar más a menudo, o que el color champán hacía juego con su piel y que descubrir su lado más femenino había sido uno de los mejores regalos de aquel viaje. Pero decidió omitir todos estos comentarios, convencida de que ya se había extralimitado suficiente.

Cuando el taxi las dejó en la puerta de la editorial fue el momento más crítico de todos, porque ninguna sabía cómo actuar. Yulia pensó en estrecharle la mano, pero consideró el gesto demasiado frío después del abrazo que se habían dado la noche anterior.

Elena estaba esperando que fuera la pelinegra quien decidiera cómo tenía que ser la despedida. Seguía flagelándose mentalmente por lo ocurrido y no quería meter la pata de nuevo. Envueltas en esta bruma de desconcierto, se miraron la una a la otra, conscientes de que ya no podían posponerlo más. Había llegado el momento de separarse.

—Ha estado bien, gracias por todo —se atrevió a decir Elena. Aquel le pareció un buen comentario para romper el hielo.

—No, gracias a ti. He aprendido muchas cosas en este viaje —contestó Yulia, aunque todavía sin mirarle a los ojos.

—Bueno, supongo que aquí se acaba todo.

—Efectivamente, aquí se acaba.

—Mañana, a más tardar, entregaré los papeles de la firma a Anton —explicó Elena—. Pero imagino que la cosa no se pondrá en marcha hasta después de Navidad.

—Sí, ya lo vemos después de las vacaciones.

Entonces la pelirroja se inclinó y le dio un suave beso en la mejilla que consiguió ruborizarla.

—Feliz Navidad, Yul —le deseó—. Da recuerdos a tu madre de mi parte.

—Lo mismo digo. Feliz Navidad.

Después, las dos echaron a andar. Una caminó en una dirección y la otra en la contraria, y por un momento Elena tuvo la sensación de que la temperatura en Moscú acababa de descender varios grados.

***

Habían pasado meses desde su regreso de Glasgow y muchas cosas habían cambiado desde entonces. Anton estaba muy complacido con su trabajo y las felicitó, aunque no hubieran conseguido la talla del zapato de Ivanov (Yulia reportó que estaba convencida de que se trataba de un cuarenta y cuatro, pero fue incapaz de demostrarlo) y pronto se puso en marcha la campaña de promoción del nuevo libro.

En realidad, Ivanov era tan conocido que apenas hizo falta publicitarlo. Les bastó con un par de llamadas a los medios de comunicación, que enseguida se interesaron e hicieron cola para entrevistarle, así como a varios puntos de venta estratégicos en las librerías. Por lo demás, todo iba viento en popa. La primera edición estaba asegurada antes incluso de que el libro viera la luz y esto eran muy buenas noticias para Akal & Co.

Las ventas de esta obra suponían un porcentaje elevadísimo de los ingresos que percibiría la empresa aquel año.

Para sorpresa de Yulia, el escritor no se había olvidado de sus promesas durante la fiesta y solo le puso una condición a Anton para dejar el contrato completamente blindado: tenía que ser Yulia Volkova quien se ocupara personalmente de la edición de esta obra. Al señor Anton esta petición no le cogió enteramente de sorpresa. Conocía la debilidad de Ivanov por las mujeres guapas, aunque estaba casi convencido de que sería Elena quien robaría el corazón del autor y Yulia la que lo encandilaría con su intelecto. Al parecer, al escritor le gustaba todo lo que le ofrecía la pelinegra, quería llevarse el paquete completo, aunque no fue por esto por lo que Anton decidió ascenderla a editora senior, sino por la capacidad que había demostrado.

A pesar de todo, Yulia seguía teniendo una opinión tan mala sobre Lorena, otra historia, la nueva obra de Ivanov, que prefirió reservársela para los momentos de intimidad con sus amigos más cercanos.

La evolución de Elena fue un poco diferente. A las pocas semanas de su regreso, pidió un traslado a otro departamento de muchísimo menos prestigio. La gente no entendió aquella decisión tan repentina y la consideraron absurda. Elena era una de las mejores editoras de novela de su generación y ahora pretendía ocuparse de la publicación de obras menores, como manuales de jardinería y consejos para mantener tu ordenador libre de virus. Era de locos.

Todos sabían que a ella le encantaba su trabajo, la habían visto quedarse hasta altas horas de la madrugada en el despacho, con apenas un sándwich de atún y la débil luz de un flexo iluminando los manuscritos. Elena podía pasar la noche entera devorando páginas, haciendo anotaciones hasta que saliera el sol, con tal de no desperdiciar los cinco minutos que separaban la editorial de su casa. Los bedeles del edificio ya la conocían y a veces incluso le llevaban café o un aperitivo para matar la gula nocturna. Por eso nadie entendía que una persona tan volcada en su trabajo hubiera solicitado voluntariamente que la degradaran. Los rumores sobre las posibles causas empezaron a circular tan rápido como la pólvora y se barajaron opciones tan absurdas como que había insultado a Anton, o que aquella era su manera de protestar por el hecho de que hubieran puesto a Volkova al frente de la última obra de Ivanov. Pero la realidad era que nadie conocía la respuesta.

Yulia se enteró de su traslado dos días antes de que se hiciera efectivo, gracias a una conversación fortuita que escuchó en el ascensor entre un guarda de noche, que empezaba a esas horas su turno, y una de las limpiadoras, que lo acababa en ese preciso momento. La noticia la impactó tanto que no pudo evitar inmiscuirse en la conversación y preguntar por los detalles.

—No lo sabemos, no se lo ha dicho a nadie. Yo me enteré hoy porque se lo dijo al chico de mantenimiento —alegó la señora de la limpieza—. La luz de su nuevo despacho está fundida y quiere que se la arreglen.

—Pero tiene que haber otra explicación —protestó la pelinegra—. Nastya y yo trabajamos con ella, y es raro que no nos haya dicho nada.

El guarda de noche se encogió de hombros. Y lo mismo hizo la limpiadora, que insistieron en que aquello era todo lo que sabían.

Empezó así a preguntarse si su viaje no tendría parte de culpa en esta decisión, si a lo mejor Elena no había encajado bien que Ivanov la quisiera a ella como única editora. Pero nada de esto tenía sentido. Elena no era así, a ella le daba igual editar esta obra porque no tenía nada que demostrarle a Anton o a los accionistas. Sin embargo, la duda estaba ahí, y sentía una gran congoja cada vez que pensaba en ello.

A pesar de este cambio y de que ya no compartía oficina con Elena, se veían mucho, pero sus encuentros siempre resultaban incómodos. Coincidían en los pasillos, en el cuarto de baño o, peor, en el ascensor, entre decenas de personas que las estrujaban hasta que quedaban incómodamente pegadas una a la otra. A veces se encontraban en la sala del café y apenas intercambiaban un par de saludos cordiales, casi siempre propiciados por Dmitry, que solía entablar conversación con Elena. Había días en los que coincidían en la entrada de la editorial y entonces tenían que sortear entre risas nerviosas quién cruzaría primero la puerta ("Pasa tú", "No, tú"), y otras veces descubrían que eran, posiblemente, las únicas de la planta que se quedaban trabajando hasta altas horas de la madrugada. En esos momentos, se dedicaban una sonrisa cansada y sincera, porque ambas comprendían por lo que estaba pasando la otra. Pero eso era todo. Y a Yulia le sabía a poco.

Durante esos meses había tenido demasiado tiempo para atar cabos. Todavía le fascinaba la idea de que Elena (Elena Katina, por todos los santos!) pudiera sentirse atraída por las mujeres. Eso se lo hubiera esperado de cualquiera, pero no de ella. De Nastya Pavlova, por ejemplo, habría sido mucho menos impactante. Al menos su compañera tenía el pelo muy corto, no era demasiado presumida y, en cierta manera, encajaba con el prototipo de lesbiana que Yulia tenía en la cabeza. De Tiffany, su extravagante amiga, tampoco le hubiese extrañado. A fin de cuentas, una persona capaz de afirmar que los extraterrestres existen y de creer a pies juntillas que un OVNI había aterrizado en la azotea de sus vecinos, podía ser cualquier cosa. La veía muy capaz de ponerse a experimentar en un momento de inspiración celestial y descubrir que prefería a las mujeres por razones tan peregrinas como que su piel huele mejor que la de los hombres. Tiffany era así de impredecible.

Tanya, Anya… cualquiera encajaba más en el prototipo. Y, sin embargo, había tenido en sus manos la prueba indiscutible de que Elena tenía una relación con otra mujer. A menudo se preguntaba qué dirían en la editorial si lo descubrieran, aunque en Akal & Co la homosexualidad no era ningún tabú. De todos era bien sabido que Anton hijo era más femenino que su hermana Mercedes. Los gais abundaban en el departamento de diseño y, que ella supiera, el departamento de Recursos Humanos no ponía impedimentos para contratar a alguien según su orientación sexual. Por eso le sorprendía tanto el secretismo de Elena. Después de todo, a lo mejor era cierto que en los últimos años se había convertido en una persona más discreta y recelosa de su intimidad, puesto que en sus años de colegio no lo había sido en absoluto.

Pero todo esto no justificaba la fascinación que había desarrollado Yulia por el tema. Ella misma se daba cuenta que, desde que había descubierto las preferencias sexuales de Elena, ahora se sentía extrañamente atraída por los detalles de las relaciones homosexuales. Días atrás había visto uno de esos libros temáticos, a punto de editarse, y lo había metido disimuladamente en el bolso. A pesar de las protestas de Nikolay, no fue capaz de pegar ojo hasta que llegó a la última página. En una ocasión había entrado también en uno de esos chats que tan obscenos le habían parecido en el pasado. Allí charló un rato con Bollerita_Tierna, que resultó ser un hombre, pero que se mostró francamente amable el tiempo que fingió ser una chica.

Y luego estaba Elena, a la que seguía sin poder mirar a los ojos, en parte porque se sentía muy culpable de lo que había hecho, pero sobre todo porque ahora la veía con otros ojos. No podía evitar mirarla de una manera extraña, demasiado curiosa y vacilante.

Era como si de repente su compañera de trabajo tuviera súper poderes, un magnetismo especial del que no podía escapar.

Para su desesperación, la curiosidad que sentía no decreció con el paso de los meses, en todo caso se fue intensificando. Si antes pensaba en ello, últimamente lo hacía con fruición, de una manera casi enfermiza. Yulia esperaba que la distancia y el paso del tiempo la ayudaran a deshacerse de esta pequeña obsesión suya, pero, en lugar de eso, lo único que consiguió fue obsesionarse todavía más, hasta el punto de que sus reacciones empezaban a ser físicas. Ahora, cada vez que tenía a Elena enfrente, su corazón se aceleraba, su mente se quedaba en blanco, tenía la boca seca y sentía un sudor frío bajando por la espalda. ¡Estaba actuando como una colegiala!

Por las noches, antes de quedarse dormida, la mente de Yulia volaba y empezaba a fantasear o a rememorar episodios de su estancia en Escocia. Los cambiaba y moldeaba a su gusto, y algunos días soñaba con ello. Cuando esto ocurría, se despertaba muy agitada, empapada en sudor, recordando las imágenes más tórridas e inquietantes de su sueño. A veces Nikolay se despertaba con ella, sobresaltado, y la abrazaba muy fuerte pensando que había tenido una terrible pesadilla. Entonces Yulia se sentía todavía más culpable, porque cuando cerraba los ojos de nuevo lo hacía con la esperanza de volver a retomar el sueño donde lo había dejado.

Si quitársela de la cabeza suponía ya un verdadero problema, la pelinegra tenía ahora uno mucho peor: Nikolay se estaba empezando a dar cuenta de que le ocurría algo extraño.

—¿En qué estás pensando? —le dijo cierto día, nada más apagar la luz. Nikolay se acodó en la cama y la miró. Su novia empezaba a preocuparle. Últimamente había estado demasiado ida. En Yulia era normal estar distante, porque de por sí podía ser algo fría, pero en los últimos meses estaba tan poco cariñosa que ni siquiera hacían el amor los días que previamente habían fijado en el calendario. Eso nunca había pasado antes.

—En nada. ¿Por qué lo preguntas?

—No sé, estabas ausente. Estos días siempre estás ausente.

—Duérmete, anda. Mañana tienes un día muy largo. —Yulia le dio un beso en la frente y se dio media vuelta. Se tapó con las mantas y se hizo un ovillo.

No podía decirle lo que pasaba porque ni ella misma lo sabía. Pero aquello estaba empezando a ser absurdo. Tenía el novio más maravilloso del mundo y ella solo podía pensar en fantasmas. Cerró los ojos y pensó que a lo mejor iba siendo hora de acudir a un psicoterapeuta. Quizá, después de todo, fantasear con compañeras de trabajo no era tan normal como decían algunos libros. Porque ¿y si no eran solamente fantasías?

***

Aquel día era viernes, por lo que algunos de los departamentos de la editorial tenían permiso para concluir la jornada más temprano. Elena pertenecía ahora a uno de esos departamentos. Pero tenían la edición de un manual entre manos y como las galeradas tenían que entrar en imprenta cuanto antes, no se podía permitir el lujo de trabajar menos horas. Por suerte, habían quedado todos en ir a celebrarlo al Dublín cuando acabaran. Elena cruzó las puertas abatibles del local a las cinco de la tarde. Iba acompañada de dos compañeros de su departamento. Echó un vistazo al interior del bar, que estaba hasta la bandera, y a los pocos segundos escuchó una voz que le resultó familiar. Estaba tan cerca que, aunque hubiera querido, no habría sido capaz de ignorarla.

—Vaya, has venido —le dijo—. ¿Sabes qué día es hoy, Katina?

—Mmm… déjame adivinar: El día en que te pierdes y te apartas de mi camino?

Pavell Ivanov esbozó una sonrisa pícara y se mordió el labio inferior.

—Casi aciertas. Es viernes, el segundo viernes de mes: te toca rechazarme.

—Vaya, te creía más listo. Pensaba que acababa de hacerlo. —Los compañeros de Elena rieron sinceramente su respuesta.

—¡Vamos, Katina! Déjame que al menos hoy te invite a una copa. Solo hoy, como una excepción.

Valoró el riesgo y sus consecuencias, y pensó que era mínimo. Cuando quisiera, podría zafarse de él usando la excusa de que había dejado plantados a sus compañeros de trabajo y, de paso, conseguiría una copa gratis.

—De acuerdo, pero una nada más.

—¡Ha dicho que sí! —proclamó Pavell a voz en grito y de manera teatral, alzando los brazos—. ¿Lo habéis oído todos? ¡ ELENA KATINA ME HA DICHO QUE SÍ, ALABADO SEA DIOS!

Los empleados de la editorial que estaban allí reunidos levantaron su copa para brindar con él, pues todos estaban al corriente de lo insistente que podía llegar a ser con ese asunto de salir con Elena. Hasta el dueño del local, Tino, aplaudió al enterarse de la noticia.

Los vítores llamaron la atención de Yulia, que estaba sentada en una de las mesas que ocupaban los editores de novelas. Ella no solía ir nunca al bar, pero su equipo acababa de tener una reunión con Ivanov para discutir unos cabos sueltos y le pareció que no le vendría mal sociabilizar. Dirigió la mirada hacia el lugar donde provenía el griterío y vio a Elena, sonriendo y bajando la mirada con vergüenza mientras Pavell ponía un brazo sobre su hombro. No cabía duda de que aquella situación la estaba incomodando.

—¿Qué tomas? —le preguntó Pavell, silbando para que Tino, el dueño del bar, se acercara a atenderles.

—Cerveza.

—Vamos, Katina, déjate de mariconadas. ¡Es viernes! Ponle un whisky, Tino.

Elena se volvió a reír pero no protestó. Tino no tardó en llegar con las bebidas.

Las estaba sirviendo cuando advirtió algo a través del enorme espejo que había detrás de la barra: Yulia estaba allí. Sus cejas se elevaron con sorpresa. Ella era la última persona que habría esperado encontrarse en un lugar como el Dublín.

—Por la chica más guapa de toda la editorial. —Le oyó decir a Pavell, que alzó su copa para brindar. En realidad no le estaba prestando demasiada atención—. No, espera, por la chica más guapa de todas las editoriales de la ciudad, con permiso de la señora de Anton, aunque ella no cuente porque ha pasado demasiadas veces por quirófano.

Elena brindó con Pavell, aunque lo hizo distraída porque estaba más atenta a los movimientos de Yulia que a lo que el chico le estaba diciendo. Pavell podía llegar a ser encantador, pero era una persona demasiado pagada de sí misma. Estaba bien para un polvo y poco más. Para un polvo salvaje, de una noche sudorosa en la que los cuerpos humedecidos resbalan aunque nunca llegan a despegarse. Pero Elena estaba cansada de aquello, ya había tenido demasiados polvos salvajes y todos tenían la misma consecuencia: se despertaba vacía al día siguiente. Por lo demás, la conversación de Pavell se basaba en adular a la chica que tenía delante y en un soliloquio del yo, yo, yo, que aburriría hasta al mismísimo Job, de paciencia infinita.

Aguantó unos cuantos minutos, todos los que Pavell era aguantable sin sexo de por medio, y luego se disculpó muy correctamente explicándole que tenía que saludar a otras personas y dándole las gracias por la invitación.

—Ha sido agradable —admitió—, aunque tienes que prometerme que no te acostumbrarás a esto.

El comentario arrancó una sonrisa al muchacho.

—Prometido, pero seguiré intentando que salgas conmigo.

—Hecho.

Quizá fue el alcohol, que le cayó como una bala de cañón en el estómago vacío, pero el caso es que lo primero que hizo fue desobedecer todos los consejos que le había dado su amiga Viktoria y caminó directamente hacia Yulia. Tenía en mente la sana intención de desearle un feliz día, nada más, solo eso, y después se iría por donde había llegado. O eso pensaba ella.

—Hola. —No era un mal comienzo. Mejorable, pero correcto en cualquier caso.

Yulia se sorprendió al darse la vuelta y ver a Elena. No esperaba que se dirigiera a ella, entre otras cosas porque desde que habían regresado de Glasgow no habían vuelto a hablar, salvo en ocasiones de extrema necesidad. Se habían estado evitando una a la otra durante meses y, sin embargo, allí estaban, un poco achispadas de más y mirándose a los ojos nuevamente. Yulia sonrió con timidez y se levantó de la mesa para poder hablar a solas con ella. Se le notaba tan sorprendida que Elena sintió la necesidad de explicarse:

—No hace falta que te levantes. En realidad solo quería desearte que pases un buen fin de semana.

—Feliz finde para ti también, Yul —le dijo con un ligero tono de melancolía en la voz.

—Te… te apetece una copa? —dijo de repente, sin darse cuenta de que ya no podía retirarlo. Le había salido sin querer, sin darse tiempo a pensarlo, aunque Yulia parecía tan desconcertada que Elena estaba segura de que la respuesta iba a ser negativa.

Pero se equivocó.

—Me encantaría, claro.

Y entre copa y copa se les pasaron los minutos, las horas en las que los clientes fueron entrando y saliendo del Dublín mientras ellas permanecían sentadas en el mismo sitio. Por un momento les dio la sensación de que nada había cambiado, de que estaban de vuelta en Glasgow, compartiendo una cerveza mientras vigilaban a Daniel Ivanov o a alguno de sus empleados.

—Eres una gran… editora. —El alcohol parecía estar haciendo efecto en Yulia, aunque Elena ya sabía cómo tratarla cuando se comportaba así. Lo único verdaderamente importante era impedir que se acercara a las vacas, se dijo a sí misma.

—Tú eres mejor —respondió la pelirroja con sinceridad.

—¿Yo? ¿Tú sabes lo que estás diciendo? Te recuerdo que estuve hablando con una vaca, Elena, ¡con una vaca!

—Una vaca a la que le pusiste nombre.

—Exacto: Clorinda, la vaca amiga.

—Ese debería ser el próximo título de Ivanov: Clorinda, una nueva historia —propuso Elena, alzando su vaso.

—Brindo por ello. ¡Por Clorinda, una nueva historia!

—Y, por lo demás, ¿qué tal estás? ¿Qué tal con Nikolay?

Por toda respuesta, Yulia negó enérgicamente con la cabeza. Se daba cuenta de que cada vez estaba más borracha, pero le daba igual, estaba con Elena y ahora lo último que quería era recordar sus problemas con Nikolay.

—¿Y eso? ¿Ha pasado algo?

—Mejor cambiemos de tema, es complicado. ¿Qué tal tú? ¿Alguien que te guste?

—Bueno, ya sabes… un ligue aquí, otro allá.

—Lo sé, Elena, no hace falta que finjas conmigo —afirmó con determinación, comprendiendo que quizá estaba un poco más bebida de lo que le gustaría estar.

—Ya, por eso en el cole te llamaban la "sabelotodo" —bromeó Elena.

—No, Yul. Me refiero a que lo sé.

—¿Qué es lo que sabes?

Yulia se inclinó hacia delante para acercarse más a ella. En ese momento era un caballo desbocado. Estaba a punto de hacerlo, estaba a punto de confesarle su pecado. Por fin se iba a librar del remordimiento. Se tapó la boca con la mano y le susurró al oído con entonación alcohólica: —Te gustan las mujeres.

Elena se quedó pálida y fría como el mármol. Aquello sí que no se lo esperaba.

Tardó unos segundos en reaccionar.

—¿Te leíste las cartas que había en el sobre?

—No todas las que me hubiese gustado leer ¡hip! —confesó Yulia encogiéndose de hombros. Estaba siendo asquerosamente sincera. Sabía que tenía que cerrar la maldita bocaza, pero ya era demasiado tarde para hacerlo.

—¡No me lo puedo creer!

—Tranquila, ¡no se lo voy a decir a nadie!

—¿Decirles qué? —Elena estaba furiosa. Unos clientes se giraron con curiosidad. Por suerte, la gente de la editorial ya se había ido mucho antes.

Yulia volvió a bajar la voz.

—Pues que te gustan las chicas… bueno, no todas, porque está claro que yo no te gusto: siempre te ibas cada vez que me duchaba.

—¡Eres una cotilla insufrible!

—¿Yo? —A Yulia se le bajó la borrachera. Le habían llamado muchas cosas en la vida, pero nunca jamás le habían llamado cotilla—. ¡Ja, tiene gracia que eso lo diga una calientacoños!

Llegados a este punto, la discusión alcanzó su punto más álgido. Las dos estaban tan enfadadas que parecían a punto de llegar a los puños. Los clientes del bar, sorprendidos por sus gritos, empezaron a estar más pendientes de la discusión que de sus consumiciones.

—Nada de peleas en el bar, chicas —intervino Tino, que por experiencia era capaz de oler a distancia el inicio de una buena gresca. —Si queréis pelear, salid a la calle.

—¡Bien! —asintió Yulia.

—¡BIEN! —convino Elena.

Se dirigieron hacia la salida. Yulia se desequilibró un poco al bajar del taburete en el que estaba sentada. Nunca en su vida se había peleado con nadie, pero a pesar de su nivel de alcohol en la sangre (o quizá por ello), parecía convencida de que podía lograr vencer a Elena en una pelea cuerpo a cuerpo.

Elena estaba tan furiosa que, nada más salir, miró en todas direcciones, sin duda buscando un buen sitio en el que batirse en duelo con ella.

En la esquina del Dublín daba comienzo un callejón que la gente solía usar para asuntos escatológicos cada vez que bebía una copa de más. Elena puso dirección hacia allí con paso seguro y Yulia la siguió haciendo eses. Algún cliente del bar intentó darles alcance para presenciar el duelo, pero se metieron tan rápido en el callejón que, cuando los curiosos salieron a la calle, ya no había ni rastro de ellas, así que entraron de nuevo en el bar, dando el asunto por concluido.

—¿Quién empieza? —tronó Elena, apretando los puños y poniéndose en guardia, como si fuera una boxeadora.

—Tú.

—Bien. Acabemos lo que empezamos en el colegio.

Elena dio un paso atrás y dio un puñetazo en el aire que le hizo trastabillar. Yulia entornó los ojos para intentar adivinar dónde iba a atacarla después, pero estaba tan borracha que no conseguía ver con nitidez los puños de Elena.

—¡Espera! —pidió la pelinegra.

—¿Qué? —se detuvo Elena.

—Nada de golpes en la cara. Mañana tengo una comida familiar.

—Mmmm… Bien.

Elena se puso de nuevo en posición de ataque. Yulia, en posición de defensa.

Cuando estaba a punto de lanzar su segundo puñetazo, ella también recordó algo: —Ni en el cuello. Ayer pillé una contractura y todavía no se me ha curado…

—De acuerdo —asintió Yulia—. Oh, espera. Y será mejor que no me golpees en el pecho tampoco: lo tengo muy sensible. Y ni se te ocurra darme patadas en la espinilla, ¿me oyes, Katina?

—Perfectamente. Eso nos deja: brazos, cadera, culo y pies. ¿Trato hecho?

Yulia parecía estar de acuerdo.

—No, espera —dijo Elena—. Tampoco me des en la rodilla izquierda. Tengo una lesión de cuando era pequeña y no está bien curada…

—¿Qué tal si sólo nos damos pisotones y nos tiramos de los pelos como haría cualquier tía? —propuso Yulia.

Elena pareció meditar la idea durante unos instantes.

—Bien. Me parece correcto. A lo mejor si te quedas calva, dejarás de hurgar en mis asuntos personales.

—¡Ya te he dicho que fue sin querer!

—¡Pero lo hiciste! ¡Has violado mi intimidad!

—Bueno, tu intimidad, ya ves tú, como si fuera tan escandaloso que te gusten las mujeres. Deberías centrarte en otras cosas, Elena.

—¿Cómo qué?

—Pues, por ejemplo, no ir por la vida coqueteando con compañeras de trabajo.

—¡Yo no estaba coqueteando contigo! El día que coquetee contigo, créeme, Yulia: te enterarás.

—¿Ah, sí?

—¡Sí! —respondió Elena. Estaba tan furiosa que inconscientemente había caminado un par de pasos y ahora se encontraba a escasos centímetros de la pelinegra.

—Pues… —lo meditó unos segundos—… Demuéstramelo —la retó Yulia, poniendo los brazos en jarra.

Esto desconcertó un poco a Elena, que lo último que esperaba era que la pelinegra le retara a hacer una cosa semejante.

—Estarás de broma…

—No, estoy muy en serio —le aseguró Yulia—. Quiero que me lo demuestres. Quiero saber qué se siente cuando la increíble Elena Katina coquetea contigo. Vamos, hazlo.

—¡Ja! —se mofó, señalándola con el dedo porque en realidad no sabía qué contestar a eso—. Lo que te pasa a ti es que… es que…

—¿Es qué, Elena? —se envalentonó Yulia. Fruto del alcohol o no, en ese momento le estaba brotando toda la valentía que debería haber tenido hace meses. Se sentía lúcida e invencible—.

Vamos, acabemos con esto, sincerémonos de una vez. ¿Qué pasó en Escocia?

—No sé de qué me estás hablando. —Elena bajó la mirada.

—Sí lo sabes, y yo también. Así que es una estupidez seguir negándolo. Acabemos con esto aquí y ahora. Repite lo que has dicho antes, por favor.

Elena no sabía por qué, pero de repente el tono de voz de Yulia había cambiado, se había vuelto dulce.

—¿El qué, exactamente? —Le había dicho muchas cosas. Cosas de las que seguramente se arrepentiría más tarde.

—Eso de "lo que te pasa a ti"…

Elena no comprendía a dónde quería llegar con aquello, pero aun así carraspeó y dijo:

—"Lo que te pasa a ti es que..."

Yulia comenzó a acercarse lentamente a ella, hasta que se quedó a diez centímetros de su nariz. No había mucha diferencia de estaturas, así que no le costó mucho esfuerzo mirarla fijamente a los ojos antes de cogerle la mano, suspirar profundamente y continuar la frase donde Elena la había dejado: —Lo que me pasa a mí, Yul, es que eres absurda, egoísta, chula, prepotente e incluso superficial. Te crees el ombligo del mundo y estás tan malacostumbrada a ser el centro de atención que piensas que el resto hemos nacido para servirte. Y te juro que eso me enfurece tanto como me enternece. Llevas la falda demasiado corta y en ocasiones te vistes como un zorrón. Pero cuando lo haces no puedo dejar de mirarte. La mayor parte del día me pones de los nervios y el resto de las veces tengo ganas de abofetearte con todas mis fuerzas, pero te aseguro que es muchísimo más insoportable tener que vivir constantemente pensando dónde estarás, con quién o por qué hoy no me has saludado. Porque, por alguna extraña razón que todavía desconozco, lo cierto es que no he dejado de pensar en ti en todo este tiempo. Y eso lo odio, Elena, odio tanto sentirme así como te odio a ti. —Se detuvo un momento para tomar aire. Estaba hablando muy rápido—. Eso es lo que me pasa a mí…

A Elena casi se le descuelga la mandíbula. Permaneció unos minutos en silencio, sin saber bien qué decir, pero, como venía siendo habitual, tampoco ella se quedó callada:

—Oh, bien. Hablemos ahora de ti, Yulia, la perfecta sabelotodo. Te has pasado tantos años con la nariz pegada a los libros que pareces haber olvidado cómo se comportan las personas normales en la vida real. No distinguirías la indiferencia del enamoramiento aunque te apuntaras a un cursillo avanzado para hacerlo. Me pasé todo el viaje a Escocia huyendo de ti porque me estaba enamorando de ti, pero lo único que has hecho es ofenderte por ello y meter la nariz en mi vida sin mi consentimiento. Eres tozuda, histérica y ¿qué hay de esos pelos? ¡En serio! ¿Por qué te empeñas en torturarnos a todos con ellos? Eso es lo único imperfecto en Yulia Volkova, la perfecta novia, editora, amiga y ama de casa. Por lo demás, estás tan obsesionada con la perfección absoluta que todos tenemos miedo de acercarnos a ti por si no damos la talla, por si no estamos a la altura de la perfecta Yulia Volkova. Y eso también me incluye a mí, ¡maldita seas!

—Bien, me alegro de que estemos de acuerdo en que no nos soportamos —afirmó Yulia, todavía con la respiración entrecortada.

—Yo también me alegro.

—¿Vas a besarme ya?

—Por supuesto.

Elena agarró a Yulia con fuerza, la atrajo hacia ella y la besó. En la boca, atrapando los labios, en el cuello, en las mejillas, en la piel que lleva hasta la barbilla. La besó furiosa y suavemente, como lo harían dos animales y como lo harían dos chicas. Se besaron con la boca partida, buscando sus lenguas y encontrándolas. Con la respiración entrecortada. Con preguntas que se hacían cada vez que buscaban una nueva bocanada de aire.

—¿Todavía la quieres?

—Cortamos hace meses.

—¿La dejaste tú?

Elena asintió. —En Ekaterimburgo.

Se siguieron besando, en la sombra, en el callejón donde nadie podía verlas.

Caminaron a trompicones hasta la pared sin separarse, hasta que Yulia quedó totalmente empotrada.

—¿Y Nikolay?

—No sabe nada.

—¿Se lo dirás?

—Si me sigues besando así, sí.

Yulia metió la mano dentro del suéter de Elena y deslizó los dedos sobre la suave piel del final de su espalda. Su respiración se agitó. Era suave y caliente, tal y como la había imaginado cada vez que había pensado en tocarla, cada noche de los últimos meses, antes de quedarse dormida.

Elena enredó sus manos en el cabello de Yulia y sonrió dentro del beso. Estaba igual de enmarañado que en sus sueños, pelos más tiesos que un alambre, y sus dedos se quedaron atrapados en aquella melena leonina que siempre le había parecido rematadamente sexy. Notaba, no obstante, una ola de calor creciendo en su interior y sabía que si no frenaba sus besos a tiempo, le sería imposible despegarse de Yulia. Querría más. Mucho más. Lo querría todo de ella.

Por suerte, en ese preciso momento un gato maulló y les pareció notar la presencia de alguien al comienzo del callejón. Eso les hizo separarse rápidamente, intentando dominar sus respiraciones entrecortadas. Un huracán parecía haber arrasado la melena de Yulia.

—¿Hay alguien ahí? —Las pupilas de Elena se contrajeron intentando acostumbrarse a la luz de la farola que iluminaba el callejón. Le pareció haber visto a alguien, pero ahora la entrada estaba desierta.

—Ha sido solo el gato —la tranquilizó Yulia, apretando su mano.

Durante un instante se quedaron mirándose una a la otra, pupila con pupila. Les parecía increíble lo que acababa de ocurrir entre ellas. Yulia se ruborizó visiblemente, aunque dio gracias por los claroscuros del callejón, que disimulaban un poco el rubor de sus mejillas.

—Será mejor que nos vayamos. Nikolay me estará esperando.

Elena, que estaba más avergonzada que ella, miró el suelo y asintió quedamente.

—Ve tú primero, no vaya a ser que nos vean salir juntas en este estado —propuso, señalándose la camisa, que tenía casi todos los botones abiertos.

Yulia se despidió de ella. Estuvo tentada de darle un último beso, pero al final hizo el ademán y se acobardó en el último momento. En su lugar, le dio un beso en la mejilla.

Acto seguido caminó hacia la salida del callejón. Elena se quedó observándola, hasta que su figura se perdió completamente entre el gentío de la calle.


I love you I love you I love you I love you

affraid affraid affraid

Que gato más inoportuno, cierto?

Nos leemos mañana, espero sus comentarios
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Mensaje por Kamila 4/11/2020, 4:47 pm

Hostia tía esto si que no me lo esperaba 🤩 me ha encantao y maravillado este capítulo... Que disfrutes tu fds.. Cuídate 😉

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Mensaje por Fati20 4/11/2020, 8:58 pm

Q mujeres más testarudas mira q perder meses por miedo cuando las 2 están locas por la otra pero al menos ya tuvimos acción. Me encantó cuando cuando le dice ya me vas a besas por supuesto 😂😂😂. Ansias ya de leer mañana q mas pasara ya se enteraran a lo q sienten sin perder más tiempo
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Mensaje por Aleinads 4/11/2020, 10:12 pm

Oh my!! Se puso caliente la cosa :O
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Mensaje por RAINBOW.XANDER 4/12/2020, 6:53 pm

Kamila: Pues si. Estas dos niñas se tienen unas ganas irrefutables y más adelante se desquitarán!  Very Happy

Fati20: Jaja! Pues sí, hay partes de los capítulos que son muy graciosas, bueno; creo que en todos los capítulos Very Happy Very Happy

Aleinads: Habrán partes más calientes aún!! Cool Cool

A los que no comentan, simplemente gracias por leer

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Capítulo 10: Solo para ella







Al lunes siguiente, Yulia había perdido la cuenta de las veces que había removido su café. Tenía la mirada fija en el remolino de líquido negro y no porque le resultase interesante ver cómo se disolvía en él un terrón de azúcar, sino porque Elena estaba sentada un par de mesas más allá, en la cafetería cerca de la editorial, y si levantaba la vista de la taza, sabía que sus miradas se encontrarían.

Para su mente, acostumbrada a la rutina, el control y el orden, todo aquello era demasiado. Todavía no podía creer lo que había ocurrido el día anterior, en el callejón, cuando sin motivo aparente habían acabado besándose. Un minuto antes estaban discutiendo, y al minuto siguiente no eran capaces de despegar sus labios. ¿Qué conclusión debía sacar de todo aquello? Era de locos.

Tampoco podía creer que la escena se hubiera repetido en sus sueños, una y otra vez, consiguiendo que se despertara en medio de la noche, empapada en sudor, sintiendo un profundo agujero en el centro del pecho cuando se giró en la cama y vio a Nikolay, roncando a pierna suelta, ajeno a todo lo ocurrido.

Una mezcla de vergüenza y desconcierto le hacían tener los ojos firmemente clavados en su taza, pero eso no le impedía notar que Elena la estaba mirando fijamente, sin ningún tipo de reproche, más bien con un deje de melancolía, como si esperara una reacción por su parte. Yulia dio un suspiro y removió el café con tanta fuerza que el líquido se convirtió en un diminuto tsunami negro, que giraba y giraba en el centro de su taza. Pensó que no le hubiera importado desaparecer por él.

Advirtió por el rabillo del ojo que Elena se acababa de levantar, y no pudo evitar que su corazón diera un vuelco cuando vio que se estaba dirigiendo hacia la mesa donde se encontraba sentada. Sus mejillas se pusieron entonces tan incandescentes como las nalgas de un niño que acabara de recibir unos buenos azotes, y el momento no parecía terminar nunca, era como si Elena se estuviera acercando a cámara lenta. Si decidía detenerse a saludar, no tenía ni idea de qué le iba a decir.

Yulia entreabrió la boca para escupir unas torpes palabras cuando Elena estaba ya a menos de un metro de distancia. Tenía un nudo en la garganta y la boca seca, pero estaba dispuesta a decir "hola", "qué tal", cualquier tontería con tal de suavizar el momento.

Cuando por fin levantó los ojos de la taza de café y buscó su mirada, se topó de bruces con su espalda. Elena había pasado de largo, no sin antes rozar disimuladamente su hombro con la mano y dejar un rastro de ese perfume exquisitamente caro que tan loca la volvía.

No se le fue el olor en toda la mañana. Hasta cuatro horas la acompañó aquel aroma dulce y salvaje que impregnaba la habitación que ambas compartían en Escocia y que tanto echaba de menos ahora. Nikolay no olía así. Nikolay olía a otra cosa, a algo más familiar, seguro y estable, pero también mucho menos excitante. Yulia no se había dado cuenta de lo mucho que echaba de menos a Elena hasta ese momento.

Lo intentó todo para librarse de aquel aroma. Se quitó la chaqueta, roció el despacho con el ambientador de pino barato con el que Oksana se empeñaba en torturar su buen olfato, se lavó las manos compulsivamente en múltiples visitas al baño y hasta estuvo un buen rato con las fosas nasales taponadas con algodón para obligarse a respirar por la boca.

Nada de aquello funcionó, el maldito perfume no se iba, se le había calado en el alma. Y si el dichoso olor no se iba, tampoco se iban los recuerdos de Elena.

Desesperada, dejó caer el bolígrafo sobre la mesa y permaneció unos segundos observando las marcas de sus dientes en el capuchón de plástico. Ni siquiera se había dado cuenta de que lo había estado mordiendo todo ese tiempo. La que sí advirtió su extraño comportamiento fue Oksana, aunque la muchacha se limitó a observar toda la escena de lado, sin deseo alguno de tomar parte. Tenía el presentimiento de que se iba a meter en problemas si trataba de inmiscuirse o si le preguntaba qué la inquietaba tanto. Así que no hizo ni una sola pregunta cuando vio que la morena se levantaba de golpe y salía del despacho como una exhalación.

Yulia no tardó ni medio segundo en cruzar el pasillo que la separaba de su objetivo.

Estaba tan furiosa que recorrió aquellos metros en un par de zancadas, sus pisadas amortiguadas por la moqueta del pasillo. Llegó a la puerta en cuyo lateral se podía leer " Elena Katina " y la abrió de golpe, sin pensárselo dos veces, sin llamar previamente.

— Mira, Elena, yo… —comenzó a decir.

Entonces vislumbró un zapato de tacón, y luego un tobillo, y un gemelo perfectamente delineado. Sus ojos siguieron subiendo por la pantorrilla y se perdieron en el borde de la falda. Elena no esperaba visitas y la gente acostumbraba a llamar a la puerta antes de entrar, por lo que había aprovechado ese momento para ajustarse la media y tenía una pierna apoyada en la silla de invitados justo cuando la morena hizo acto de presencia.

Yulia sintió que se le formaba un nudo en la garganta y no fue capaz de seguir con la frase, apenas pudo tragar saliva. Se sintió tan avergonzada que no se le ocurrió nada mejor que dar media vuelta y marcharse.

A Elena le sorprendió tanto su visita que no reaccionó de inmediato. Después intentó llamarla para que esperase, pero al final tuvo que salir corriendo detrás de ella. Por suerte, todos los empleados de la editorial parecían demasiado atareados para darse cuenta de la persecución que acababa de iniciarse. Cuando vio que la perseguía, Yulia aceleró el paso y Elena se esforzó por alcanzarla con el mayor de los disimulos, con pasos muy cortos que amplificaban los golpes de sus tacones, posándose con firmeza en el suelo alfombrado de la editorial.

La morena estaba convencida de que la perdería de vista tan pronto como llegara a las puertas de los ascensores, pero la suerte se puso de su parte. Yulia tropezó con alguien y tuvo que detenerse.

—¡Dmitry!

—¿Estás bien? ¿De quién escapas?

—Yo… no… —titubeó—. Tengo prisa…

—¡Hola, Dmitry!

—Hey, hola, Lena.

Yulia apretó los dientes con fastidio cuando Elena la asió firmemente del brazo para que no se escapara de nuevo.

—¿Me la prestas un momento? Tengo que hablar con ella de una cosa importante.

La morena se obligó a sonreír y disimuló. No podía arriesgarse a que Dmitry sospechara, así que no opuso impedimento cuando la morena empezó a tirar de su brazo para obligarle a entrar en el ascensor.

—Será sólo un momento —se excusó Elena, todavía dirigiéndose al muchacho.

Apretó uno de los botones y las puertas del ascensor empezaron a cerrarse.

—¡No olvides que tenemos cena a las nueve! —gritó Dmitry antes de que las puertas se cerraran del todo.

Elena miró a Yulia, tratando de testar su estado de humor. La morena tenía los brazos cruzados sobre el pecho en señal de fastidio. Eso nunca era buena señal. Estaba a la defensiva, pero no iba a permitir que eso la detuviera.

—Bien, ya estamos solas. ¿Me explicas ahora a qué ha venido ese numerito? —le preguntó sin rodeos. Deseó que Yulia dejara de mirar al suelo y la mirara a los ojos, pero no estaba segura de poder conseguirlo.

—No sé de qué me estás hablando —repuso ella, contrariada.

Se arrepentía de haber ido al despacho de Elena a decirle… A decirle qué? Que dejara de usar aquel perfume que olía tan bien? ¿O que no debería ajustarse las medias delante de sus compañeras de trabajo porque era demasiado sensual? Ni siquiera sabía por qué había ido a su despacho. Se sentía tan estúpida que prefería negarlo todo si eso le ahorraba tener que dar una explicación.

Pero pasó por alto que aquello se había convertido en una cosa de dos. Elena estaba allí, delante de ella, pidiéndole explicaciones, y estaba cansada de jugar al gato y al ratón. Las evasivas de Yulia le repatearon tanto que, enfadada, pulsó el botón de parada del ascensor de un manotazo. La luz de emergencia se encendió y la alarma empezó a sonar.

—Pues no nos vamos de aquí hasta que no me digas qué te pasa.

—¿Qué diablos estás haciendo?

—Parar el ascensor.

—Eso ya lo veo, ¿pero por qué?

—Para que me cuentes qué te pasa conmigo.

—¡No puedes hacerme esto!

—¿Hacerte qué? —se exasperó Elena—. ¿Qué es lo que te hago, Yulia? —repitió, pero esta vez en un tono insinuante, perfectamente consciente de lo que estaba haciendo.

Elena se animó a acortar distancias. Caminó dos pasos, los justos para hacer que la morena no pudiera retroceder más y quedara acorralada contra la pared del ascensor.

Cogió entonces un mechón rebelde de su pelo, lo enredó en su dedo índice con suavidad, y le susurró al oído: —¿Qué es, exactamente, lo que te hago?

***

Hasta tres avisos llegaron al bedel de la editorial para advertirle de que uno de los ascensores se había estropeado con personas dentro. Siguiendo el procedimiento habitual, el hombrecillo intentó llamar al teléfono de emergencia para tranquilizar a las personas que se habían quedado encerradas, pero nadie contestaba, y el aparato siguió sonando un buen rato, hasta que Yulia lo descolgó de un manotazo, después de que Elena la empotrara contra la pared del ascensor y empezara a lamerle el cuello.

La morena sintió que le flaqueaban las rodillas. Tenía la sensación de que se iba a caer de un momento a otro, pero se sentía incapaz de frenar la cascada de besos en la que se habían sumido.

Yulia mordía, chupaba y jugaba con los carnosos labios de Elena, que dejaban un doloroso vacío cada vez que paraban de besarla. Cuando Elena habló, Yulia la empujó todavía con más fuerza contra una pared del ascensor, obligándole a juntar de nuevo sus labios contra los suyos. En ese momento sintió un escalofrío subiendo por su espina dorsal al notar que las manos de Elena se habían escurrido por dentro de la goma de su ropa interior. Había perdido por completo la noción del tiempo y ni siquiera se inmutó cuando empezó a sonar la voz del bedel, preguntando una y otra vez por el teléfono del ascensor cuántos eran y si se encontraban bien. ¿Qué podía decirle? Por supuesto que no se encontraba bien. A Yulia le daba la sensación de haber olvidado su nombre, su procedencia, su edad. Solo sabía que Elena la estaba acariciando y que quería más de esas caricias. Las necesitaba.

Lo único que le preocupaba era sentir sus manos e intentar controlar los escalofríos cada vez que la pelirroja conquistaba un centímetro más de piel. En un momento dado tocó algún punto sensible porque Yulia gimió y agarró su melena para intentar controlar su respiración entrecortada.

—¿Te las quitas tú o tengo que enviarte un burofax para solicitar audiencia? — bromeó Elena, jugueteando con la goma de su ropa interior, sin detenerse ni un segundo.

Recorrió el cuello de Yulia con los labios, deslizando la lengua con suavidad hasta el lóbulo, mientras con sus manos conseguía deshacerse de la ropa íntima de Yulia, que acabó en sus tobillos. Cuando no encontró más piel que seguir saboreando, buscó a tientas los botones de la camisa de la morena, que empezó a desabotonar con suavidad.

—Esto… no… no es una buena idea —dijo Yulia al sentir un hilo de aire fresco que se colaba por su entrepierna y le subía por la barriga.

Elena desabrochó dos botones más, los justos para retirar la camisa hacia los lados.

—No tenemos por qué hacer nada que no quieras hacer.

Ese no era el problema. Yulia quería, no podía desear más otra cosa, pero estaba muerta de miedo. Sentía pánico de sus propias reacciones. Temblaba como una hoja, su piel ardía y su corazón latía muy deprisa. Elena se agachó y empezó a besarle el abdomen trazando un camino hacia abajo con su lengua y no pudo evitar que se le escapara un gemido de placer.

—Yul, quiero hacerte el amor —le dijo, desatando una bandada de mariposas en su interior—, pero aquí no.

La morena pensó que le iba a explotar la cabeza. Estaba tan excitada que sintió deseos de salir de allí, tumbar a Elena sobre uno de los escritorios y arrancarle la ropa a jirones. Quería entregarse a ella y que la hiciera suya, pero ella tenía razón: allí no. No así, no cuando Dmitry acababa de verlas juntas y Nikolay la esperaba en casa, sin imaginar por un momento lo que estaba ocurriendo.

Lo malo era que no sabía cómo controlarse. Habían pasado meses sin decirse nada, casi sin verse, y durante todo ese tiempo lo único que intercambiaron fueron miradas furtivas en la cafetería de la editorial, en los pasillos, cada vez que se cruzaban en los ascensores y ahora… esto. Todo sumaba, como si su piel hubiera hecho una operación matemática y ya no estuviera dispuesta a esperar más. Quemaba en su entrepierna, quemaba en sus manos, que no podían estarse quietas y no dejaban de buscar el contacto con Elena. La deseaba allí y ahora. La deseaba como nunca había deseado a nadie en toda su vida y por primera vez le daba igual si era en un ascensor o delante de todos sus compañeros. Yulia se sentía libre, inmensa, y también muy sexy, porque cada vez que miraba a Elena a los ojos era capaz de ver reflejado en ellos el mismo deseo que sentía ella.

Frustrada por lo que sentía, retorció las prendas de Elena, como si quisiera ahorcar con sus propias manos la molesta tela que se interponía en su camino. Las hubiera hecho añicos de no haber sido por la cara que puso Elena en aquel preciso momento.

—¿Qué pasa? ¿Algo va mal? —le preguntó, preocupada.

—¡Dios mío! ¡Es Boris! ¡Está aquí! —dijo, haciéndole gestos para que bajara la voz y escuchara.

—¿Quién es Boris?

—¡El bedel!

—¡Oigan! ¿Me escuchan? ¿Hay alguien ahí? ¿Se encuentran bien? —gritó el hombre, esta vez con voz más audible. Estaba al otro lado de las puertas del ascensor—. No se preocupen.
Mantengan la calma, los sacaré en seguida.

Elena se recompuso todo lo rápido que pudo. Falda, camisa, medias, pelo. Miró a Yulia, esperando encontrarla ya preparada para salir del ascensor, pero se sorprendió al verla arrodillada, palpando desesperadamente el suelo, como si buscara algo.

—¿Qué ocurre? ¿Se te ha caído un pendiente?

—¡No! ¡Estoy buscando mis bragas! ¡Y con esta luz no veo nada!

Elena sintió deseos de soltar una carcajada, pero justo en ese momento la puerta del ascensor renqueó haciéndose a un lado y el bedel apareció tras ella.

—¡Por fin! —exclamó Boris, vestido con una túnica azul que lo identificaba como el manitas de la editorial—. Estas malditas puertas dan más guerra que un niño de teta.

Yulia estaba tan roja que se alegró muchísimo de que la luz de emergencia siguiera encendida y aquel hombre no pudiera apreciar el sudor que perlaba su frente. Se incorporó con lentitud, tratando de disimular lo mejor que pudo su estado de agitación, aunque no dejara de echar miradas furtivas al suelo. Sus bragas tenían que estar por alguna parte, ¡no podían haberse evaporado, así, de repente! Y no podía dejarlas allí.

—Muchas gracias por haber venido tan rápido —le dijo Elena, no sin cierto retintín en la voz—. Estaba empezando a hacer un calor insoportable aquí dentro, ¿verdad, Yulia?

La morena se limitó a asentir con incomodidad y Elena le hizo un gesto para que se moviera y saliera del ascensor. Sabía que estaba disfrutando de su descuido, podía ver sus labios curvados en una pícara sonrisa, y sintió ganas de asesinarla. Por su culpa sus bragas se iban a quedar allí hasta que alguien las encontrara y ¿entonces qué? Ya casi podía imaginar los rumores, corriendo por toda la editorial. Cientos de historias inventadas, la mayoría de las cuales no tendrían ninguna base de verdad, pero con estas cosas una nunca podía estar del todo segura.

Estaba ya resignada a dejarlas atrás, pero de repente las vio, arrinconadas en una de las esquinas del ascensor. Era demasiado tarde para agacharse y recogerlas, ¿no?

—Oh, vaya, mira esto —dijo Elena, entrando de nuevo en el ascensor. ¿Pero qué demonios se proponía? —Qué curioso… alguien ha dejado aquí su ropa interior.

No, aquello no podía estar ocurriendo. Aquello tenía que ser fruto de su imaginación, una horrible pesadilla. No podía ser verdad que Elena tuviera sus bragas en la mano, colgando del dedo índice, y se las estuviera tendiendo a aquel hombre.

El bedel carraspeó para aclararse la voz. Se le notaba un poco incómodo.

—No crea, señorita Katina, no crea —dijo—. Si le contara la de cosas que deja la gente tirada por aquí, no me creería.

—No se preocupe, ya las dejo yo en objetos perdidos —propuso Elena.

Yulia contuvo un grito ahogado.

—Como usted guste. Ya me dirá, ¿qué iba a hacer yo con ellas?

Pero todo esto fue demasiado para la morena. Después de todo, quizá no estuviera preparada para la naturalidad desbordante de Elena a la hora de tratar los asuntos más delicados.

Lo supo cuando vio que ella se metía sus bragas en el bolsillo de la falda. En ese momento le golpeó aquella idea. Fuerte. Certera. Fue un pensamiento demasiado triste y realista para darle la espalda y obviarlo. Por eso cuando el bedel entró en el ascensor para analizar la causa de su parón y ellas dos se alejaron lo suficiente para que no las escuchara, Elena notó que le pasaba algo.

—¿Estás bien?

—Escucha, Yul, yo…

—Ya —la interrumpió—. No digas nada más, no hace falta. Me lo han dicho antes.

—No, escucha, no me has dejado terminar —insistió Yulia.

—No es necesario, ¿verdad? Está todo muy claro. —Elena metió la mano en el bolsillo, sacó su ropa interior y se la tendió—. Toma, creo que esto es tuyo.

—Elena no es por ti, es que…

—Lo entiendo, Yulia. De verdad que todo lo que me vayas a decir ya lo he escuchado antes. Lo entiendo —insistió, acariciando su mano mientras le dedicaba una mirada cálida—. Ve o llegarás tarde.

—¿Tarde?

—La cena, ¿recuerdas? Has quedado con Dmitry.

—Ah, sí, la cena. —La morena bajó la vista y la clavó en el suelo. No sabía qué decir, pero sí sabía que no quería despedirse así. No era justo después de todo lo que había ocurrido.

Al verla así, con las mejillas todavía sonrosadas y de un color que resaltaba en su pálida piel, Elena pensó que estaba observando a la mujer más preciosa que había visto en su vida.

Supo también que a partir de entonces ya nada sería igual. Ya no valía la pena poner excusas ni mentirse: estaba rematada e irremediablemente enamorada de Yulia Volkova. No sabía cómo había ocurrido, pero así era. Y ahora tenía que despedirse de ella, porque no se encontraban en igualdad de condiciones. Yulia no sabía lo que quería y ella lo tenía demasiado claro. Lo mejor era que lo dejaran correr, quizá para siempre, si Yulia no le ponía remedio.

—Ve, no te preocupes por mí —la animó, al ver que todavía no se había movido.

—Sí, será mejor que me vaya.

Elena se encontraba tan ensimismada pensando en los sentimientos que acababa de descubrir, que le cogió desprevenida que Yulia le diera un beso de despedida en la mejilla. Pestañeó con fuerza, pero cuando volvió en sí, ella ya se había alejado varios metros.

—¡Yul, espera! ¡Te dejas algo!

Pero la morena fingió no haberla escuchado. Hundió sus manos en los bolsillos, sonrió para el cuello de su camisa y siguió andando. Porque no se dejaba nada: eran para ella. Solo para ella.


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Mensaje por Fati20 4/12/2020, 7:55 pm

Esoooo q momento en el ascensor 😏😏😏 tener a lena así muy hot esa parte me encanto!!!! Ojalá q julia deje el miedo y hablan no vaya a ser q lena se quiera ir lejos
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Mensaje por Aleinads 4/13/2020, 1:37 am

Estas mujeres me volveran loca con esos encuentros calientes
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Mensaje por Kamila 4/13/2020, 3:51 am

Cada capítulo es mejor que el anterior, me tener vancada esta história 🔥🔥😉

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Mensaje por RAINBOW.XANDER 4/14/2020, 4:26 pm

Fati20:  Jajaja! pues, si uff!! 😏😏 un poco sofocante ese encuentro,no? Me alegro que te haya encantado el capítulo. Un abrazo.

Aleinads: Hola! Pues, que te puedo decir... se tienen muchas ganas!! Twisted Evil Twisted Evil

Kamila: Me encanta que te haya gustado el capítulo y todos los anteriores y los que vendrán What a Face


A los demás lectores, gracias por pasarse 5 min por acá y leer.

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Capítulo 11: Salvo Elena





A la hora prevista, Yulia se encontró con Dmitry en el vestíbulo de la editorial.

Tomaron juntos un taxi hasta la casa que él compartía con Tanya, pues allí era donde se solían reunir todos los amigos.

Cuando llegaron a la casa, Tanya ya se encontraba en la cocina, tratando de resolver una crisis doméstica con los pucheros. Las actividades caseras no eran el punto fuerte de la novia de Dmitry y Yulia temió por su salud al ver el estado frenético en el que se hervían esa noche las ollas, cazos, sartenes e incluso platos, que volaban por la cocina en direcciones opuestas y órbitas imposibles.

—Deja que te eche una mano con eso —le dijo, remangándose la chaqueta.

—Gracias. Ya sabes lo mal que se me da cocinar. Por un momento he estado a punto de atizar a Elena con esa sartén. Casi la dejo sonada.

—¿Más todavía? —bromeó Yulia—. Lo dudo.

—¿Crees que si le doy un sartenazo recuperará el poco juicio que le queda?

Yulia se encogió de hombros. —Todo es probarlo.

Al otro lado del pasillo, los demás ya estaban a la mesa disfrutando los aperitivos que Nikolay había sacado para amenizar la espera mientras se hacía la cena. Luka había acudido a la cita con Olga, su novia, que ahora era una más del grupo, y Elena venía en compañía de Fyodor a secas, su extravagante novio del que ninguno sabía su apellido.

Fyodor era un naturista a quien había conocido gracias a las cartas que ambos enviaban a una revista especializada en animales extraños (y sospechosamente inexistentes).

Al día siguiente era festivo y todos parecían estar pasándolo en grande. Nikolay se acercó a la cocina para saludarla tan pronto como advirtió su presencia. Y aunque ella le correspondió con un beso tan tibio como indiferente, a él pareció bastarle. Estaba demasiado ocupado mascando cacahuetes a dos carrillos para alarmarse por un saludo algo más frío de lo habitual.

Pero Yulia sí era muy consciente del comportamiento que estaba teniendo. En varias ocasiones Tanya había tenido que repetir lo que le estaba diciendo para que le prestara atención.
Había saludado a los demás con un gesto desganado y durante el trayecto hasta la casa apenas intercambió palabra con Dmitry.

Intentaba no pensar en ello, pero era incapaz de quitarse a Elena de la cabeza. Su encuentro en el ascensor estaba todavía demasiado reciente y aunque estaba decidida a olvidarse de ella, cada dos segundos se preguntaba dónde estaría, con quién, que estaría pensando… si estaría pensando en ella o si sentiría lo mismo. Por supuesto, el hecho de no llevar bragas no ayudaba en absoluto, pero, detalles aparte, era consciente de que nunca se había sentido tan confusa.

Por suerte, un mal día lo tenía cualquiera, y como era la primera vez que se comportaba así delante de sus amigos, todavía no les había dado motivos de preocupación o sospecha.

Salvo en el caso de Elena.

Elena siempre había tenido ese don. Sí, el don de ver donde otros no lo hacen. Y la virtud de ser la persona más inoportuna con el noventa y nueve por ciento de sus comentarios. Por eso, cuando sacó la bandeja de pudding y se sentó a la mesa, a Yulia se le dispararon todas las alarmas. Elena, que estaba sentada justo enfrente de ella, la miró con los ojos entrecerrados, algo que para ella era una señal inequívoca de peligro. Hubo un momento en el que le pareció advertir que le sonreía con compasión y eso le puso los pelos de punta.

Decidió entonces evadirse y participar lo menos posible en la conversación para no darle más motivos de sospecha. Las voces de sus amigos se convirtieron entonces en meros sonidos en la lejanía, Yulia perdida en sus recuerdos, Yulia tratando de comer sin conseguirlo. En un momento dado, Nikolay le ofreció vino, pero ni siquiera se dio cuenta. Lo único que escuchó con claridad fue la altisonante voz de Elena cuando dijo: —…eso es que está enamorada. Cuando yo me enamoro también pongo esa cara de haber visto un fantasma.

Entonces su estómago dio un vuelco, haciéndole regresar rápidamente a la realidad.

—Claro que está enamorada —contestó Tanya—. Tiene una relación con Nikolay, ¿recuerdas, Elena?

—No me refería a eso —puntualizó Elena—, no me refería a Nikolay.

Dmitry entornó los ojos y Yulia sintió que su corazón batía frenéticamente contra su pecho mientras los demás clavaban la mirada en ella, intentando entender qué había querido decir Elena con ese comentario tan poco afortunado. Sin embargo, nadie se atrevió a hablar y, por supuesto, tampoco preguntaron. Lo único que hicieron fue permanecer callados, aunque mirando a Yulia con asombro, como si esperaran que ella aclarara el entuerto o lo negara todo.

—¿Más vino? —les ofreció Fyodor a secas, rompiendo el hielo.

A veces era muy conveniente que el novio de Elena fuera tan inoportuno como ella. Este comentario consiguió acabar con el silencio y eso le regaló unos valiosos minutos de calma.
Aunque, a juzgar por la cara de Nikolay, no serían demasiados. Su novio parecía haber comprendido su extraño comportamiento de repente, como si hubiera tenido una epifanía, y Yulia supo que ya no habría más prórrogas después de aquella noche. El tiempo de descuento se había acabado.

***
La señora Katina supo que había alguien más en su casa nada más cerrar la puerta de entrada y pisar el vestíbulo. Hasta a mil metros de distancia habría sido capaz de reconocer el perfume de su hija y aunque le parecía sospechoso que les hubiera hecho una visita la noche previa a un festivo, entró en el salón fingiendo total normalidad.

—¡Hola, cariño! —saludó con calidez mientras dejaba su inmenso bolso en una silla y se acercaba para depositar un beso maternal en la frente de Elena.

—Hola, mamá. ¿Qué tal el trabajo?

—Oh, ya sabes, el mismo aburrimiento de siempre.

La madre de Elena conocía muy bien a su hija. Sabía que si pretendía descubrir lo que le pasaba y por qué motivo estaba en casa de sus padres, tendría que desviar el tema, fingir normalidad, para luego reconducir la conversación hasta llegar al asunto en cuestión.

Así que estuvo un buen rato charlando sobre cómo les había ido el día y de otras cosas banales que no despertaban el interés de ninguna de ellas, al menos en aquel momento.

Solo cuando Elena hizo una pausa para respirar hondo, con dificultad, su madre comprendió que tenía vía libre para preguntar.

—A ti te ocurre algo. ¿Es por Svetlana?

—¿Svetlana? —Elena se sorprendió al escuchar el nombre de su ex—. Ni siquiera me acuerdo de ella, mamá. Esa historia murió hace mucho tiempo.

—Ay, yo qué sé, hija, con lo mal que lo pasaste...

—Ya, pero no es por eso.

—¿Entonces? —inquirió su madre mientras se plisaba la falda. Con Elena también era importante no mostrar impaciencia ni excesivo interés si uno quería que abriera su corazón.

Elena suspiró de nuevo y buscó las palabras. Le resultaba muy difícil hablar de aquello, especialmente con su madre.

—Digamos que he conocido a alguien.

La señora Katina asintió lentamente y le dedicó una mirada cálida a su hija. —No veo cuál es el problema —dijo.

—Ella tiene novio y… —Elena se detuvo un instante.

—¿La quieres? —le preguntó al advertir que se le atascaban las palabras.

Elena se limitó a asentir. Tenía miedo de romper a llorar si decía algo más.

—¿Se lo has dicho? —movió la cabeza de lado a lado, en signo de negación, y su madre tuvo entonces muy claro lo que debía decir a continuación—. Cariño, entonces quizá deberías decirle a Yulia lo que sientes.

Sus ojos se abrieron de par en par. Si antes estaba mirando su regazo, ahora observaba a su madre con verdadera sorpresa.

—¿Cómo lo has sabido?

—Oh, vamos, sabe más el diablo por viejo que por diablo. ¿Todo ese odio reconcentrado? Pregúntale a tu padre cómo nos conocimos. Eres igualita a él: cuando alguien no te gusta, es que te gusta demasiado. Tú no lo habrás notado, pero estos últimos meses me has hablado más de ella que en toda tu vida. Solo lamento no poder contárselo a su bendita madre. Ella daría lo que fuera para que se separara de ese cabeza cuadrada de Nikolay.

Este comentario le despertó una sonrisa. Su madre tenía razón. No conocía a Nikolay, pero por lo poco que Yulia le había hablado de él ya sabía que no era precisamente la alegría de la huerta.

—Pero ella le quiere o, al menos, lo respeta. Y no creo que esté dispuesta a dar explicaciones al mundo entero por alguien...

—¿Alguien como tú?

Elena asintió quedamente y su madre la rodeó con un brazo para que acurrucara la cabeza sobre su hombro.

—Hija, mírate: ¿De qué estás hablando? ¡Eres una mujer fantástica! ¿Quién no iba a querer estar contigo?

—Yulia Volkova, ¿por ejemplo? —bromeó con amargura.

—Hace mucho que le perdí la pista a Yulia, lo reconozco —le confesó mientras le acariciaba el pelo—, pero cuando estás enamorada, el qué dirán queda en segundo plano. Y si Yulia tiene la mitad de corazón del que parece tener y te quiere un cuarto de lo que tú la quieres a ella, estoy segura de que acabará entrando en razón. Pero ahora lo importante es que pienses en ti, que estés bien. ¿Qué has pensado hacer?

—No lo sé. —Elena se levantó y empezó a caminar sin rumbo por la habitación—. Había pensado en irme, tomarme un descanso para aclarar las ideas, ¿sabes?

—Si crees que eso es lo que necesitas ahora mismo, no veo motivo para que no lo hagas. ¿Tu jefe estaría de acuerdo?

Asintió. —Creo que no le sorprendería si pidiera un traslado.

—Bien, entonces puedes planteártelo. Pero de eso debes preocuparte más adelante.

Esta noche de lo único que tienes que preocuparte es de ayudarme a preparar la cena —le pidió su madre, acariciando su brazo—. Tu padre volverá de viaje en unas horas y me gustaría sorprenderle con algo. ¿Qué te parece un pollo al ajillo?

Elena sonrió. De pronto se sentía mucho mejor. Había sido un acierto pasarse por allí después del trabajo.

—Me parece estupendo, mamá.

—Perfecto, entonces no admitiré un no por respuesta: te quedas a cenar.

***
Al día siguiente, Elena estaba tratando de resolver un asunto especialmente difícil.

Su nuevo trabajo era bastante más aburrido que el anterior y de vez en cuando requería su presencia fuera de hora, como era el caso. Pero no se quejaba: el cambio había sido decisión suya y al menos ahora no tenía que convivir con Yulia cada hora de cada día. Con ello había evitado que sus sentimientos fueran a más y había puesto una distancia prudencial entre ellas, a pesar del desliz ocurrido el día anterior.

Ella tampoco había dejado de darle vueltas a cada minuto que habían pasado juntas en el ascensor. Cuando se metió en la cama estuvo rebobinando una y otra vez, recordando los besos que se habían dado y la persecución previa, que ahora le hacía sonreír. Pero también había tomado una decisión importante: se había acabado. Yulia tenía novio y lo último que deseaba era arruinar su relación y meterse, probablemente, en problemas con Dmitry. Aunque ellos dos no tuvieran una amistad demasiado estrecha, Dmitry era importante para ella.
Era una de esas personas a las que siempre tenía presente; sabía que podía contar con él si alguna vez lo necesitaba.

Había otras tantas razones para olvidarse de Yulia. Como, por ejemplo, el hecho de que estaba convencida de que no iba a ninguna parte con ella. Por más que su madre insistiera en que ella y su padre se habían conocido de igual manera, Yulia y ella eran como la noche y el día; agua y aceite; norte y sur; Abel y Caín… polos opuestos. Yulia era testaruda, cascarrabias y perfeccionista. Necesitaba tenerlo todo bajo control. Y Elena era espontánea, despreocupada y un desastre patológico. Si algo odiaba era hacer planes y controlar sus sentimientos, pero la morena no podía vivir con tanto caos.

Además, tampoco tenía muy claro que correspondiera sus sentimientos. A veces le daba la sensación de que lo único que buscaba Yulia era jugar un rato, traicionarse a sí misma, hacer exactamente aquello que nadie esperaría de ella. Desmelenarse. Y ella no era el experimento de nadie, se negaba a hacer de conejillo de indias.

Así que, aunque le doliera, debía continuar con su vida antes de que fuera demasiado tarde. Por eso se forzó a sí misma a pensar en otra cosa y concentrarse en la aburrida documentación que debía revisar. Cuanto antes se fuera a casa, mejor. Era ya tarde y quería disfrutar de lo que restaba de festivo.

Agarró el bolígrafo con desgana y empezó a hacer anotaciones al pie de aquel escrito justo cuando escuchó una voz inconfundible: —Eras tú, ¿verdad?

La oficina estaba tan vacía aquel día, que no pudo evitar sobresaltarse. Cuando levantó la vista y vio a Dmitry, en el umbral de la puerta de su despacho, supo que pasaba algo malo. El muchacho tenía la cara desencajada y parecía enfadado. Por su aspecto, no le costó demasiado deducir que no había pegado ojo en toda la noche.

—Eras tú la del callejón —le dijo—. Y no se te ocurra negármelo, Elena, porque las vi con mis propios ojos.

—Escucha, Dmitry, yo…

—No —la interrumpió él—. Escúchame tú a mí: el novio de Yul me ha despertado a las cinco de la mañana porque ella le ha confesado que quiere a otra persona. —Dmitry tenía el brazo extendido y señalaba con furia hacia el exterior del despacho. Por un momento pensó que Nikolay se encontraba allí fuera, esperando para entrar, pero le alivió descubrir que solo era un gesto furibundo—. ¡Está destrozado!

—Dmitry, yo no… ¡Fue solo una tontería! ¡Se ha acabado!

—¿De verdad? ¿Tú crees que se ha acabado? Porque yo no lo creo. Pensaba que eras de otra manera, Yul. Pensaba que eras muy diferente.

Y eso fue todo. Dmitry cerró la puerta y se fue hecho una furia, sin darle la oportunidad de explicarle que estaba equivocado. Realmente ella era de otra manera, aunque quizá fuera demasiado tarde para poder demostrárselo.


pale pale pale

Dmitry?????? affraid
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Mensaje por Aleinads 4/14/2020, 4:40 pm

Cuando se ponia buena la cosa, llega el drama para mejorarlo todo aún más xD
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Mensaje por Kamila 4/14/2020, 7:49 pm

Hostia tía pensé que todo iba ir de color rosa y za!!! Se comienza a joder lo que no ha empezado aún🙄

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Mensaje por @Kermitt 4/15/2020, 1:49 am

Cuando la otra parte?
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Mensaje por Fati20 4/15/2020, 2:03 am

Pues nuestra chica se nos despareció ya 2 días 💔
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Mensaje por RAINBOW.XANDER 4/15/2020, 9:30 pm

Aleinads: Jajaja, drama es lo que viene de ahora en adelante Cool  Gracias por comentar. Un abrazo

Kamila: Como la vida misma. No todo siempre es felicidad!!  Laughing

@Kermitt: Hola!! Bienvenid@ y gracias por pasar por acá  Surprised

Fati20: Ya voy, no desesperes!!

Y a todos los que leen, un fuerte abrazo.


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Capítulo 12: Ahora o nunca




Un año después…

Estaba muy nerviosa cuando llegó a la puerta de la editorial. Había pasado mucho tiempo y aquel lugar encerraba demasiados recuerdos dolorosos, muchas heridas abiertas e infinitas preguntas sin respuesta. A nada de ello deseaba enfrentarse. Durante meses se había dicho a sí misma que estaba preparada, pero ahora que el momento había llegado notaba que le temblaba el pulso y sentía un inexplicable vértigo extendiéndose por la boca de su estómago.

Pero allí estaba, a escasos centímetros de la puerta, su mano, sudorosa, bien sujeta al picaporte. Varios empleados pasaron por delante de la cristalera sin reparar en ella. Estaban demasiado ocupados en sus tareas diarias y aunque los conocía a todos, ninguno se dio cuenta de su presencia. Por un momento se sintió como el espectador que contempla una película desde la comodidad de su butaca, sabedor de que no participará en ninguna de las escenas que está viendo, aunque esté de sobra familiarizado con ellas.

La editorial estaba igual que siempre. Nada había cambiado. Las secretarias seguían trajinando de un cubículo a otro buscando quien les resolviera este o aquel problema. Los repartidores de correo seguían confundiendo la correspondencia, generando el caos allá donde fueran. Los editores se reunían en la salita del fondo, e imaginó que allí estaría ahora mismo alguno, tratando de averiguar cuál era la mejor estrategia para abordar a un escritor especialmente escurridizo. Y luego estaba ella, Elena, cuya postura como espectadora le hizo comprender que nada ni nadie era irreemplazable. La vida seguía, y era decisión suya ser valiente y participar o acobardarse y volver por donde había venido.

Se armó de valor para girar unos centímetros la perilla de la puerta. Pero primero dio un suspiro, hondo, reparador, antes de poner el primer pie en el interior del pasillo.
Lo que vino después no se lo esperaba. Al principio fueron solo unas cabezas que aparecieron por encima de los cubículos de trabajo. Después, más cabezas asomadas desde el interior de los despachos. Y el silencio. Un silencio que le hizo replantearse si cruzar la puerta había sido, después de todo, la mejor idea.

Estaba a punto de dar media vuelta cuando la gente estalló en aplausos. Elena se ruborizó tanto que tuvo que dejar su maletita rosa en el suelo para ocultar su rostro entre las manos.

Cualquiera hubiera dicho que la única que no había sabido valorar el éxito de su última publicación era ella. La noticia se había extendido por Akal & Co como la pólvora, y todos los empleados estaban al corriente de lo ocurrido, incluso el bedel, que fue uno de los primeros en acercarse para darle la enhorabuena. Elena, que no era de grandes recibimientos, se sintió un poco sobrepasada por la calurosa bienvenida, pero aun así tuvo que admitirse a sí misma que se sentía orgullosa de haber tenido tanto olfato para identificar un auténtico best-seller. Era agradable regresar con la cabeza bien alta, tras unos meses de duro trabajo.

Anton Kutznetsov consiguió abrirse paso entre los presentes y se acercó a ella. Por un momento Elena pensó que no iba a felicitarla porque Anton era un hombre estoico, que muy pocas veces dejaba entrever sus verdaderas emociones. Pero hasta él se olvidó de su talante serio por unos segundos y tras dedicarle unas amistosas palmaditas en la espalda,  comentó: —Bien hecho, Katina. Desde el principio supe que era usted un verdadero fichaje. Esto va a dar guerra durante una década por lo menos. ¡Esta mañana ha llamado Mediaset!

¡Quieren hacer una película!

Estuvo por lo menos cinco minutos encajando halagos y bienvenidas de la gente más variopinta. Algunos de ellos ni siquiera los conocía, pero Elena respondió a todas las felicitaciones con una cálida y sentida sonrisa, que por desgracia se esfumó demasiado rápido. A los pocos segundos de que la multitud se hubiera despejado, volvió a sentir aquella desapacible sensación de caída libre en la boca del estómago. Había llegado el momento, tanto si estaba preparada para afrontarlo como si no.

Agarró su maletita rosa del suelo y empezó a caminar, dejándose envolver por el sentimiento de familiaridad, de que nada había cambiado realmente, a pesar de todo.

Todavía recordaba la mañana en la que se había personado en el despacho de Anton para aceptar sus insistentes propuestas de retomar su antiguo trabajo como editora de novelas.

Lo que él no sabía era que estaba tan desesperada por desaparecer de la faz de la tierra que habría aceptado cualquier destino, el que fuera, con tal de poner tierra de por medio. Si Anton hubiera sabido la verdad, es muy probable que no hubiera aceptado la única condición que le puso Elena: que la mandara tan lejos como fuera posible, durante el máximo espacio de tiempo, a una delegación tan remota e impopular que nadie en su sano juicio aceptaría ese empleo, ni siquiera triplicándole el sueldo.

Anton Kutznetsov se tomó unos segundos para meditar la cuestión, pero no hizo ninguna pregunta personal o embarazosa. El dueño de la editorial se limitó a mirarla de soslayo, con cierto recelo, sin duda preguntándose el motivo de su extraña petición.

Después aceptó sin pestañear, porque sabía que no tenía escapatoria posible: o aceptaba las condiciones de Elena o se exponía a perder a una de las mejores editoras que había pisado los suelos de aquella casa.

Después de muchos meses leyendo manuscritos de autores mediocres, Elena tuvo la fortuna de encontrar la gallina de los huevos de oro. Muchas personas del gremio se empeñaban en decir que lo de encontrar best-sellers era una cuestión de olfato, pero ella estaba convencida de que se trataba de pura suerte. Aquel manuscrito, de hecho, había llegado a sus manos en una lluviosa mañana de lo más normal, y desde la primera página supo que con una buena campaña de marketing su escritora sería capaz de triplicar, en menos de un año, las ventas globales de la última obra de Daniel Ivanov. Su libro era un verdadero bombazo editorial, la golosina con la que sueña cualquier editor del planeta. Sin embargo, su publicación supuso también el punto y final de su exilio. Elena comprendió muy pronto que si no quería caer en el ostracismo profesional, tenía que regresar a Moscú para hacerse cargo de la segunda entrega de la saga. Moscú significaba enfrentarse con su pasado, pero un año después de su desagradable encuentro con Dmitry, estaba casi convencida de que se sentía preparada para afrontar el reto. En cualquier caso, aquella era la publicación más importante de su vida, nadie habría entendido que le diera la espalda ahora que todo el mundo hablaba de ella.

Elena había tenido tiempo de sobra para prepararse mentalmente. Pero lo había pensado tantas veces que le resultaba extraño que hubiera llegado la hora de enfrentarse al reencuentro. La noche anterior no había podido pegar ojo dándole vueltas a su regreso, pensando cómo sería o de qué manera la recibirían sus compañeros de trabajo tras haber pasado tanto tiempo lejos. Pero, sobre todo, había pensado en ella. En ella y en la última vez que se habían visto. Tenía la sensación de que tras aquella puerta la estaban esperando todos estos recuerdos, y por eso le resultaba tan difícil abrirla.

Su mano ya estaba empapada en sudor cuando la posó sobre la perilla. Debes tranquilizarte, se dijo a sí misma, es absurdo ponerse nerviosa. Respiró profundamente y cerró los ojos antes de abrir la puerta de su antiguo despacho con aquella pregunta rondándole la cabeza: ¿Cómo reaccionaría Yulia ante su regreso?

—¡Hola, Elena!

Lo que vio no era lo que había imaginado. Nastya Pavlova estaba charlando amigablemente con la persona que ocupaba el escritorio de enfrente y esa persona no era Yulia Volkova.

—¿Qué tal el viaje? —preguntó muy animadamente su excompañera, que se puso en pie para darle la bienvenida.

Elena recorrió los escasos metros que las separaban y recibió con desgana el abrazo de Nastya. Estaba tan desconcertada que permaneció tiesa mientras se dejaba abrazar. Sus ojos todavía estaban clavados con sorpresa en aquella otra persona.

—Hola, Elena, no sabes la ilusión que me hacía conocerte. Todo el mundo habla de lo mismo. Has hecho un trabajo impresionante —dijo la otra muchacha, poniéndose en pie también.

Ahora que caía en la cuenta, la conocía, pero no por su vida personal, sino por su trabajo con Aleksa Petrova, una de las editoras más poderosas de Moscú.

—Gracias, ¿Lyudmilla, era?

—Sí, Lyudmilla Smirnova.

—Lyudmilla se incorporó a nuestro equipo hace unos meses. Está haciendo un trabajo excelente —le informó Nastya con una sonrisa. Parecía encantada de tener allí a Lyudmilla en lugar de…

— Y dónde está…?

—¿Yulia? —la atajó Nastya—. ¿No te has enterado? Pidió un traslado a las pocas semanas de que tú te fueras.

—¿Traslado? —preguntó, extrañada.

—Sí, ahora vive en Ekaterimburgo, ¿verdad?

Lyudmilla asintió con la cabeza y luego dijo:

—Fue una sorpresa para todos. En realidad nadie sabe por qué se marchó.

—Tonterías —objetó Nastya—, todo el mundo sabe que se fue por lo que se fue.

Nastya se acercó a ella, y se tapó la boca con la mano para susurrarle al oído:

—Dicen que dejó plantado a su novio porque se enamoró de otro, aunque nadie sabe quién es el otro...

***
La oficina de Ekaterimburgo supuso un verdadero reto para Yulia, que tuvo que acostumbrarse a estar alejada de su familia y amigos. Durante varios meses creyó volverse loca de lo sola que se sentía, pero al final consiguió ocupar su mente a base de centrarse en el trabajo, que cada día era más, debido al renovado interés del público por las obras editadas por Akal & Co.

Su jornada laboral prácticamente había acabado cuando terminó de firmar un par de documentos. Consultó su reloj de pulsera y se dio cuenta de que se le estaba haciendo tarde si quería tomar el avión a Moscú. Esa noche habían quedado en reunirse para planificar la despedida de soltera de Elena, que acababa de anunciar su compromiso con su querido y lunático Fyodor. Así que la pelinegra había decido aprovechar la ocasión para pasar todo el fin de semana con sus amigos y hospedarse en casa de Dmitry y Tanya.

Tardó más de lo habitual en llegar al aeropuerto. Los viernes por la tarde siempre eran caóticos, la gente tenía tanta prisa por comenzar el fin de semana que cualquier medio de transporte era susceptible de ir con retraso. Así que se presentó en el mostrador de facturación tan tarde que casi le dio un infarto cuando el empleado de la compañía aérea le informó, todo sonrisas, que debía correr si quería coger su vuelo, porque estaban a punto de cerrar las puertas.

Yulia apuró todo lo que le permitieron la falda y bailarinas que se había puesto por la mañana. Era difícil correr por la terminal cargando con su pesado bolsón de mano. La pelinegra no había aprendido la lección y seguía llevando exceso de equipaje en todos sus viajes, incluso en las escapadas que apenas duraban dos días, como era el caso. Llegó casi sin aliento a la puerta de embarque, donde una azafata la miró con cara de sabueso por llegar tarde.

Cuando divisó la fila en la que estaba su asiento, comprendió que había sido la última pasajera en entrar. Seguramente la habían llamado en varias ocasiones por el sistema de megafonía y el vuelo se había retrasado moderadamente por su culpa. Ahora entendía por qué algunos pasajeros la miraban con cara de pocos amigos. Las azafatas cerraron las puertas de la nave tan pronto como se dejó caer, exhausta, en su asiento, y en ese momento sonó su teléfono móvil.

—Por favor, tiene que apagar el móvil ahora —la reprendió una azafata—. Las puertas ya están cerradas.

Asintió a regañadientes, pero apretó la tecla de apagado de su teléfono sin rechistar ni mirar el mensaje de texto que acababa de recibir. Sus amigos y sus padres sabían que a aquellas horas tenía que tomar un avión, así que no podía ser nada importante. No pasaba nada por mirarlo más tarde, cuando hubiera aterrizado en Moscú.





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Mensaje por Kamila 4/15/2020, 10:43 pm

Wow ya pasó un año 🤔 y aún recuerdo como si fuera sido ayer la manoseada que se dieron en el asensor😜.. Saludos. Por cierto el capítulo fue muy corto jejeje

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Mensaje por Fati20 4/15/2020, 11:02 pm

Queeeee estas mujeres desperdiciaron 1 año de vida separadas 😱. Bueno ahora q ambas estarán en Moscú será el momento de reavivar el amor. Me alegro q regresaras te extrañamos mucho estos 2 días 💔
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Mensaje por Aleinads 4/15/2020, 11:04 pm

Nooo demasiado corto este cap, y ahora que demonios? Como paso un año y estas taradas separadas; >.<
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Mensaje por RAINBOW.XANDER 4/16/2020, 9:12 pm

Jajaja, un placer volver a saludarlas chicas Aleinads, Fati20 y Kamila pues si, que ya ha pasado un año y estas dos prefirieron quedarse calladas. Pero bueno, no todo será malo de acá en adelante.

También quiero decirles que solo faltan 4 capítulos (con el de hoy) para que la historia culmine, así que, espero que la disfruten al máximo

A leer!!!


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Capítulo 13: No es una cita




Dmitry, Nikolay, Tanya, Luka y Olga estaban manteniendo una acalorada discusión sobre los pormenores de la despedida de soltera que pretendían organizarle a Tiffany. Si se hubiera tratado de otra persona, las posibilidades habrían sido infinitas. Pero se trataba de Tiffany, sujeto difícil y extravagante donde los hubiera, y eso limitaba muchísimo sus posibilidades.

—Siempre podemos organizar una visita al Museo de Ciencias Naturales —propuso Tanya, encogiéndose de hombros—. Seguro que es su favorito.

—¡Pero eso es aburrido! —protestó Nikolay—. Se trata de una despedida de soltera. Deberíamos organizar algo más entretenido.

—Ya, Nikolay, pero el problema es que yo no me imagino a Tiffany rodeada de strippers, metiéndoles dinero en la bragueta. Tenemos que pensar en otra cosa —puntualizó Tanya.

Dmitry no estaba participando en la conversación. Les escuchaba atentamente mientras miraba por la ventana, pero había preferido mantenerse al margen. Llevaban ya media hora discutiendo las diferentes opciones y empezaba a estar cansado de que no se pusieran de acuerdo.

—¿Qué os parece una casa encantada? La semana pasada vi un reportaje sobre una que hay en la ciudad —propuso Luka—. Recuerdo que el año pasado Tiffany comentó algo sobre visitar una casa con fantasmas. La del reportaje se alquila por días.

Nikolay sintió un escalofrío solo de imaginarlo. —No puedes estar hablando en serio —repuso.

—¡Es una idea fantástica, Luka! —Se emocionó Tanya—. También podríamos organizar una fiesta temática.

—¿Te has vuelto loca? ¡Es una casa encantada! ¡Hay fantasmas! —se quejó Nikolay.

El muchacho buscó con la mirada el apoyo de Dmitry, pero su amigo estaba de espaldas a ellos, y acabó bufando con impotencia.

—¡Y podríamos llamar a la banda de tu hermana para que amenizara la fiesta! —propuso Olga, agarrando con emoción el brazo de su novio Luka.

Nikolay puso los ojos en blanco. Una fiesta sonaba bien, pero no si estaba amenizada por la banda de la hermana de Luka. La criatura tenía dieciséis años, y se negaba a ver a grupo de adolescentes que ensayaban en un garaje como si fueran una banda de rock consolidada. Esto, sumado al hecho de que la despedida iba a consistir a cazar supuestos fantasmas que merodeaban por una casa en medio de la nada, distaba mucho de ser la despedida que Nikolay se había imaginado.

—¿Hola? ¿Alguien me escucha? Repito: hay fantasmas.

Pero no, nadie le escuchaba, o si lo hacían les traía sin cuidado su opinión.

—Mi osito es un verdadero genio —afirmó Olga con orgullo.

—Entonces, decidido: la casa encantada. ¿A ti qué te parece la idea, Dmitry? —le preguntó Tanya.

—¿Alguien sabe dónde está Yulia? —se interesó Luka—. ¿Se habrá retrasado su avión?

Aquello sí que llamó la atención de Dmitry, que se giró para contestar esta pregunta. Sin embargo, no llegó a abrir la boca porque justo en ese momento sonó el timbre de la puerta.

—Ya abro yo —les dijo al resto, saliendo corriendo hacia la entrada de la casa.

Como habían pedido una pizza unos minutos antes, Dmitry estaba convencido de que se trataría del repartidor, pero cuando abrió la puerta se encontró con una sorpresa.

—¿Qué haces tú aquí? —preguntó, alarmado.

Yulia arrugó la frente, contrariada. Estaba demasiado cansada del viaje y de toda la semana de trabajo para hacer bromas.

—¿A ti qué te parece? Venga, Dima, ayúdame con esto, que estoy muy cansada —le dijo, pidiéndole ayuda con el bolsón.

Pero su amigo seguía con aquella cara de haber visto un fantasma y con un movimiento rápido se interpuso entre ella y la puerta, bloqueándole el paso.

—¿Qué haces? ¿Te has vuelto loco?

—No has mirado tu móvil, ¿verdad?

La morena frunció el ceño.

—Míralo, corre —insistió su amigo, cerrando la puerta a sus espaldas, como si no quisiera que nadie escuchara su conversación.

Aquel comportamiento era muy extraño, pero Yulia estaba demasiado cansada para contradecirle y sabía que Dmitry no le iba a dejar entrar hasta que no hiciera exactamente lo que le pedía. Así que dejó la maleta a un lado y comenzó a revolver en el interior de su bolso, en busca del dichoso teléfono.

Pasaron unos segundos hasta que el móvil se encendió y pudo acceder al menú principal, en donde se encontró el icono de un sobre cerrado. Era el mensaje que había recibido nada más ocupar su asiento en el avión. Yulia miró a Dmitry con dudas, segura de que el mensaje tenía algo que ver con la extraña actitud de su amigo, que le hizo un gesto con la cabeza invitándole a leerlo.

Su corazón empezó a latir con tanta fuerza cuando apretó el botón para abrirlo, que le costó trabajo enfocar las letras. Cuando acabó de leerlo, miró a su amigo en busca de una explicación para todo aquello.

—Dima… Cómo?      

—Vamos, no hay tiempo —la apremió él, agarrando su maleta y empujándola en dirección contraria a la casa—. Tú vete, yo me ocupo de esto.

La morena consultó su reloj de pulsera. Eran las nueve y media de la noche. Miró el móvil y luego su reloj una vez más.

—¡Pero si apenas queda media hora!

—¡Pues por eso! —respondió Dmitry—. No querrás llegar tarde.

Pero Yulia se quedó allí parada, inmóvil, en shock. De todas las cosas que podían pasar aquel día, aquella era la más inesperada. Le habría sorprendido menos si alguien le hubiera dicho que habían dado con la manera de curar el cáncer. El mensaje la había dejado tan estupefacta que de repente se sintió muy mareada, superada por el momento.

—Dima, no sé si puedo hacerlo. Es decir, ¿por qué ahora? ¿Y qué excusa le pongo al resto?

Dmitry se giró para comprobar que sus amigos no les habían visto. Podía escuchar la risa de Olga colándose por el quicio de la puerta y vio por la ventana que todavía estaban discutiendo sobre la despedida de Tiffany. Nikolay parecía más enfadado que nunca, pero, en general, seguían charlando, como si ninguno hubiera notado lo larga que estaba siendo su ausencia.

—Por eso no te preocupes, yo me ocupo de ellos —trató de tranquilizarla—. Y no me digas que no sabes si quieres esto, porque te conozco muy bien, Yul. Te has pasado el último año llorando por las esquinas, así que ahora no tienes excusa. Lo entenderán. ¡Vete! ¡Contéstale y vete!

Sin saber por qué lo hacía o si era lo que deseaba, la morena hizo exactamente lo que Dmitry acababa de recomendarle. Dejó allí su maleta y echó a correr hacia la calle principal del barrio, porque allí circulaban más taxis.

Tenía el teléfono móvil tan firmemente agarrado que los nudillos casi se le habían puesto blancos. Entonces recordó, en medio de la carrera, que debía contestar el mensaje que le había mandado Elena.

Elena… Había pasado tanto tiempo.

Comenzó a teclear con el pulso todavía acelerado, sin atinar con las palabras correctas. Lo peor de todo era que no estaba segura de encontrarse en pleno poder de sus facultades mentales en ese momento. Podría escribir cualquier disparate y no darse cuenta, pero confiaba en su instinto.

Yulia sabía que Elena regresaba ese día a Moscú. Lo había visto en el boletín de la editorial, aunque se había negado a pensar demasiado en ello. Sí, en su fuero interno era consciente de que aquel fin de semana las dos estarían de nuevo en la misma ciudad, algo que no había ocurrido en mucho tiempo, pero confiaba en que sus diferentes estilos de vida las mantuvieran alejadas. Yulia solo tenía que evitar merodear por los alrededores del barrio de Elena y confiar que el destino no las juntara por casualidad, en cualquier esquina.

Se imaginó que en algún momento, ahora que Elena estaba de vuelta, volverían a hablar por algún tema de trabajo, pero no esperaba tener noticias suyas tan pronto. Por cómo se había ido (rápido y sin despedirse), estaba convencida de que Elena no deseaba saber nada de ella, sobre todo después del encontronazo que había tenido con Dmitry.

Esto cambiaba las cosas y no estaba segura de que su magullado corazón pudiera soportarlo. Cargar con la noticia de su regreso ya había sido un varapalo importante.

Durante un año su único objetivo, su obsesión, de hecho, había sido olvidarse de lo ocurrido. Yulia quería rehacer su vida o, por lo menos, recuperar lo poco que quedaba de ella.

Deseaba volver a sus hobbies, a su rutina, y en un futuro no muy lejano quizá encontrar a una persona con quien pudiera compartir todas esas cosas sencillas del día a día, todas las pequeñas cosas que no tenían nada que ver con el huracán Elena, con su espontaneidad y esa sensación de estar todo el día de vacaciones cuando estás a su lado.

Había estado a punto de conseguirlo, pero la reaparición de Elena le hizo entender que necesitaba más tiempo.

Seguía sintiendo algo por ella, era absurdo negárselo, pero si todavía le quedaba cualquier duda al respecto, los nervios que sintió al ver su mensaje habían servido para confirmarlo.

“Cena, hoy, a las 22:00 ¿Te espero en el vestíbulo? No aceptaré un no por respuesta”, le había escrito Elena.

El taxi se paró en el primer semáforo, pero Yulia todavía no le había contestado. Estaba tan nerviosa que le temblaban los dedos y no atinaba bien con las teclas. Escribía una respuesta e inmediatamente la borraba. Otra respuesta y la borraba de nuevo. Así, durante otros cinco minutos, hasta que se decidió por la respuesta más simple de todas:

Bien. Nos vemos allí. PD: Pero esto no es una cita

Elena: Claro que no es una cita.

Yulia dice: Bien, porque nunca tendría una cita contigo.

Elena: Ya somos dos.

Yulia: ¿Has vuelto para esto? ¿Para decirme que nunca tendrías una cita conmigo?

Elena: Te recuerdo que has sido tú la que ha dicho que no es una cita.

Yulia: ¡Porque no lo es!

Elena: ¡Claro que no!

Yulia: Es un alivio. Tenía miedo de que te hicieras ilusiones. Me alegro de que lo hayamos aclarado.

Elena: Yo más.

Yulia: ¿Nos vemos en el vestíbulo?

Elena: No.

Yulia: ¿No? ¿Te lo has pensado mejor?

Elena: Balthazar. Te quedan 4 minutos y medio.

Yulia: ¿Has reservado mesa?

Elena: Sí.

Yulia: ¿Cómo sabías que te iba a decir que sí?

Elena: No lo sabía.

Yulia: ¿Entonces?

Elena: Échale la culpa a Dmitry. Fue él quien me prometió que no me darías calabazas Wink


***

Se metió el móvil en el bolsillo de su abrigo pensando que no sabía si le molestaba más que Dmitry la conociera tan bien para saber que acabaría aceptando la invitación o que Elena hubiera hecho una reserva en un restaurante sin haber confirmado su respuesta.

Estaba ya cerca del restaurante en el que iban a reencontrarse. Llegaba varios minutos tarde, pero aun así le había dicho al taxista que la dejara unas calles atrás para poder tomar aire fresco y calmar los nervios. Si la ocasión fuera diferente, habría sido típico de ella personarse con puntualidad británica, cinco o diez minutos antes de la hora fijada. Pero hoy necesitaba ordenar sus pensamientos y, con franqueza, no quería ser la primera en llegar. Le sobrepasaba la idea de estar esperando, quizá sentada en la barra del bar, tentada a pedir uno o dos cócteles para estrangular la ansiedad que le provocaría la espera. Seguramente miraría hacia la puerta más de diez veces, en intervalos separados por escasos segundos, con una copa en la mano y un generoso puñado de cacahuetes en el otro, y la escena no le parecía demasiado arrebatadora. Porque el restaurante tendría cacahuetes en la barra. Siempre los tienen cuando lo último que quieres es hinchar como un globo antes de una cita.

No, no es una cita, se recordó a sí misma.

Pero había algo que le hacía sentir todavía peor. Había mentido a sus amigos.

Aunque Dmitry le hubiera dicho que ya les ponía él una excusa, seguía siendo un comportamiento muy impropio de ella. Yulia nunca había sentido la necesidad de mentir, ni siquiera cuando Nikolay le había puesto contra la espada y la pared tras aquella desastrosa cena en la que Tiffany debería haber cerrado la boca y ella haber sido mucho más sincera.

Todavía recordaba vívidamente aquella discusión con Nikolay. Si se esforzaba, incluso podía escuchar su voz casi con tanta claridad como sus pasos en la acera.

—¿Es verdad? —le había preguntado él a bocajarro, nada más cruzar el umbral de la puerta, cuando regresaron a casa después de la cena.

Ni siquiera hizo falta que se explicara, porque Yulia supo inmediatamente a qué se refería. Acababa de quitarse el abrigo y se giró para ver la expresión de su cara. Nikolay estaba apoyado en el marco de la puerta, esperando una respuesta. Parecía derrotado.

—¿Tiffany tiene razón? ¿Estás enamorada de otro y por eso estás tan rara conmigo? —insistió él.

Su cara estaba pálida, demudada, y una expresión de terror empezó a perfilarse alrededor de sus cejas. Yulia conocía muy bien esa sensación de vértigo. Al menos eso lo compartían, porque ella se sintió exactamente igual en ese momento.

—Por favor, no me mientas. Sé que te ocurre algo.

La morena permaneció en silencio un buen rato. Estaba intentando controlar las ganas que tenía de llorar y también trataba de encontrar las palabras adecuadas para responder a las preguntas de su novio. Cabía la posibilidad de mentir. Podía hacerlo. ¿Pero a dónde le llevaría una mentira? ¿Qué conseguiría con ello, aparte de hacerse más daño?

—Ya no —contestó finalmente, con voz estrangulada. Jamás se había sentido tan ridícula y diminuta, tan indefensa.

—¿Pero hubo otra persona?

—Eso se ha acabado, Nikolay… Créeme, se ha terminado.

Pero no consiguió que sus palabras sonaran seguras, porque ni siquiera ella misma se creía lo que estaba diciendo.

—¿Quién es?

Yulia levantó los ojos del suelo en busca de los de su novio, pero no los encontró. Solo fue capaz de atisbar una nota de dolor en la pálida frente de Nikolay.

—¿De verdad importa eso?

El silencio de Nikolay fue la mejor respuesta que obtuvieron los dos. Ponerle nombre al problema no importaba, y ambos lo sabían. El problema podría haberse llamado de mil maneras. Boris, Aleksey, Yuri… o Elena. Eso daba igual, porque al final del día seguiría teniendo las mismas consecuencias en su relación. Y ambos lo sabían. Así que en ese momento en lo único que pensaron fue si el suyo era un problema que tenía solución. El tiempo acabó demostrándoles que no.

Yulia sacudió la cabeza, intentando no recordar los patéticos meses que sucedieron a aquella noche. Fue como si algo se hubiera roto entre ellos tras aquella confesión y los esfuerzos que hicieron las semanas posteriores tampoco sirvieron para reparar el daño.

Habían intentado ponerse una tirita en el corazón, pero ningún vendaje tenía la resistencia necesaria para que pudieran seguir juntos tras aquel desastre natural llamado “Lena”. Al igual que haría un huracán, ella se había colado en sus vidas y había arrasado con todo.

Qué duda cabe que el exilio voluntario de Elena fue de gran ayuda y por un momento tanto Nikolay como Yulia pensaron que serían capaces de encauzar su relación y olvidarse de lo ocurrido. Pero la morena descubrió muy pronto que la herida entre ambos era mucho más profunda, porque respondía a problemas que nada tenían que ver con Elena. Y así intentó explicárselo a su amigo Dmitry, que, aunque muchas veces se metiera en camisas de once varas, tenía que reconocer que, de no haber sido por él, nunca habría sido capaz de llamar a las cosas por su nombre.

—Lo mismo le dije a ella cuando fui a echarle la bronca. Que no se puede ir por la vida rompiendo parejas.

Yulia miró a Dmitry con los ojos muy abiertos. Habían quedado para tomar un café porque ella necesitaba desahogarse. Estaba triste por la reciente noticia de que Elena se marchaba de la ciudad, pero las palabras de su amigo acabaron con su ensimismamiento de un plumazo.

—¿A ella? ¿Fuiste a hablar con Lena? ¡Dmitry! ¿Pero en qué estabas pensando?

—Lo sé, lo siento, ¿vale? Estuvo fuera de lugar —se disculpó él—, pero estaba furioso y pensé que te había tendido una trampa.

— ¿Una trampa? Ella no ha tenido la culpa de nada, de nada…

Yulia se hundió en su silla, apoyó su frente en las manos, sin dar crédito a lo que acababa de escuchar. Este gesto de desesperación levantó las sospechas de Dmitry, que entornó los ojos como si acabara de descubrir algo.

—Espera un momento… —le dijo, señalándola con el dedo—. Tú la quieres, ¿verdad?

Ahí estaba, la pregunta que rondaba incansablemente su mente y se negaba a contestar.

—Querer es una palabra muy fuerte, ¿no crees?

—Yul…

—No lo sé, ¿vale? Me lo he preguntado muchas veces, pero te prometo que no lo sé.

—Pero si la quieres…

—Ya…

—Nosotros… Es decir, sabes que nosotros vamos a apoyarte con lo que…

—Lo sé.

—¿Entonces? ¿Cuál es el problema? Está claro que tu relación con Nikolay ya no tiene solución. Habéis llegado a un callejón sin salida. Te va a costar mucho que vuelva a confiar en ti.

—¿Crees que me odia? —preguntó Yulia con aprensión.

—¿Quién? ¿Lena?

—No, Nikolay.

—¿Qué te ha dicho? —se interesó Dmitry.

—Nada —se desesperó Yulia—. Absolutamente nada. Ya sabes cómo es.

Dmitry asintió quedamente. Sí, sabía cómo era Nikolay, pero también sabía que por muy orgulloso que fuera su amigo, se trataba de una persona con un corazón de oro. Estaba seguro de que lo último que deseaba era ver hundida a Yulia.

—Nikolay no se perdonaría a sí mismo que estuvieras con él por obligación —le dijo, tratando de calmarla—. Si realmente quieres a Elena… bueno, tendrá que asumirlo. Él y todos los demás, aunque te diré que a mí no me coge de sorpresa. Siempre has sido un poco…

Dmitry se detuvo. Aquello no sabía cómo decirlo.

—Un poco, ¿qué?

— Nada! Un poco… ya sabes.

—No, no sé.

—Bueno, tienes que admitir que nunca has sido la mujer más rematadamente femenina del lugar. Apenas demuestras interés por los hombres, no eres nada presumida, la moda te da exactamente igual y aunque seas muy femenina, hay veces que tienes una mente más masculina que la mía —le confesó—. La verdad es cuando te conocí pensé que eras, ya sabes, pero que te daba vergüenza decirlo.

Dmitry enrojeció. Nunca le había contado esto a nadie, ni siquiera a Tanya, y no estaba muy seguro de cómo se lo iba a tomar Yulia. Esperaba que su amiga le arreara un guantazo, quizá incluso se lo merecía, y por eso le sorprendió tanto que la morena estallara en sonoras carcajadas.

—¡Y me lo dices ahora! —comentó, muerta de risa, pegándole cariñosamente.

—¿Ves? —dijo él, señalando la marca que le había dejado en el brazo—. Eres una bollera incorregible.

El recuerdo apaciguó un poco el malestar que sentía cada vez que rememoraba esta época de su vida. El sabor agridulce seguía ahí, pero se encontraba dividida: por un lado, sentía unas ganas irrefrenables de huir, pero, por el otro, tenía muchísimas ganas de ver de nuevo a Elena. Y en cierta manera, estaba casi segura de que así acabaría de golpe con todas sus dudas. Verla le serviría para descubrir si lo que había sentido por ella había sido un capricho pasajero, un mero efecto rebote propiciado por sus problemas con Nikolay, o algo real.

Llegó a la entrada del restaurante y tan pronto cruzó el umbral de la puerta supo que  había hecho lo correcto.

Elena estaba sentada en uno de los taburetes de la barra. Le sonrió nada más verla. Sus ojos se encontraron durante unos segundos en los que solamente se sonrieron. Yulia permaneció un buen rato de pie, mirándola, como si sus piernas se negaran a moverse, y Elena sintió que su corazón estaba a punto de salirse por su garganta. El estómago de las dos dio un vuelco y ambas tuvieron claro que no era por el tipo común de hambre, sino porque habían pasado demasiados meses en ayunas la una de la otra. Un año, para ser exactos.

El mesero se acercó a Yulia.

—¿Puedo ayudarle, señorita? —preguntó.

Pero en realidad fue incapaz de escuchar correctamente lo que decía. Estaba demasiado ocupada observando a Elena, percibiendo detalles de ella en los que no había reparado al primer vistazo. Tenía ojeras y parecía cansada, pero estaba tan guapa que Yulia sintió calor en su interior, como si una especie de magia reparara algo que llevaba mucho tiempo roto.

En ese momento no fue consciente del sudor frío que perló su espalda o de la palpitación desbocada de su corazón, porque Lena le estaba sonriendo y con eso le bastaba.

Por fin Elena consiguió romper el contacto y bajó de su taburete para acercarse a ella, pero mientras caminaba en su dirección Yulia supo exactamente lo que tenía que contestarle al mesero: —No se preocupe, tengo una cita.


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Mensaje por Fati20 4/17/2020, 1:40 am

Muy buen capitulo que emoción a ya se vieron de nuevo!!!! Estoy segura q será un reencuentro muy divertido y apasionado de nuestras chicas. Saludos 😘😘
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