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EL CAFÉ // By: MookieRoo (ADAPTACIÓN A YULENA)

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katina4ever
Fati20
RAINBOW.XANDER
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EL CAFÉ // By: MookieRoo (ADAPTACIÓN A YULENA) - Página 5 Empty Re: EL CAFÉ // By: MookieRoo (ADAPTACIÓN A YULENA)

Mensaje por RAINBOW.XANDER 6/6/2021, 10:00 pm

Capítulo 43: Conexión
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Sintió su cuerpo entumecerse cuando vio a sus amigos tan preocupados tratando de evitar otra tragedia más, confirmando el presentimiento que había tenido todo el día. Algo le había pasado a Lena, algo serio, algo que podía alejarlas.

El fin de semana había sido perfecto, "malditamente perfecto", como ella lo había visualizado en su mente. Hasta que Lena recibió la llamada de su tía y, con un beso, la dejó en la esquina de su casa, porque la pelirroja no quería que las vieran juntas aún. Para qué darle más razones a Nya en su enojo y que ésta les prohibiera verse.

Yulia esperó allí con el auto encendido. Lena caminó de espaldas de ella, inquieta y apurada. Parecía haberse mareado en el viaje. Asumió que era por la preocupación, gran parte del camino pasó tomada de la frente, intentando calmarse. La pelirroja regresó a ver a su novia, un segundo antes de entrar a su casa, solo entonces Yulia pisó suavemente el acelerador y condujo de regreso a la suya. Su mamá llegaría en la noche y quería recoger todo el desastre que había quedado en el apuro de salir.

No volvió a oír de Lena.

—¿Qué más te dijo tu mamá? —le preguntó a Sash en medio tráfico. Él lucía nervioso, por ella, tal vez por Lena, aunque Yulia creía que era por ella.

—No mucho…, mencionó que no recupera el conocimiento todavía —le respondió consternado al hablar, intentando no darle demasiados detalles que no entendía— Está… en cuidados intensivos…

El silencio los acompañó por unas cuadras más hasta que llegaron al semáforo en rojo. El chico pausó el automóvil, tragó en seco y, apretando fuertemente el manubrio, susurró con pesar:

—Lo siento… tanto, Yulia.

Ninguno podía recordar el momento exacto en que se hicieron amigos. Hace pocos meses ella lo odiaba por lo que le había hecho a Lena el año pasado. Le tenía una aprehensión única, le fastidiaba su presencia. Si no fuera por la insistencia de Inna, quien empezó su relación con él sin expectativas, sin encajarlo en lo que todos creían que era, no lo habría conocido jamás.

Conversando con él, Yulia se dio cuenta de que no era el tipo sin escrúpulos o ese que jugaba con todas las «inocentes chicas” de la escuela porque disfrutaba de su reputación de galán.

Sash estaba en problemas, hizo lo que tenía que hacer para salir de sus complicaciones, para mantener su relación con su papá a flote y, eso, era lo más importante. No las chicas con las que salía una o dos veces y que, solas, se pintaban un futuro como sus novias.

Tuvo que repetir el último año, mas, la mejoría notable de sus calificaciones, le permitió quedarse en el colegio en lugar de ser enviado a la escuela militar de la que su padre se había graduado. Misión cumplida, punto. Una pena por las ilusas que compraban vestidos de novia tras un par de besos.

Lo quieran creer o no, Sash era un buen tipo, un buen amigo para Yulia y un buen novio para Inna.

Cuando llegaron al hospital, el objetivo no era ir directo a la habitación de Lena. En cuidados intensivos no hay visitas, ni siquiera Nya podía entrar a verla. Pero a Sash se le ocurrió ir a la fuente de información más cercana, su mamá. Ella les podía dar una idea de su estado actual.

La doctora Kuzma los vio llegar de lejos por el pasillo de los consultorios privados y le dio una mirada de reproche a su hijo. Ya le había advertido por teléfono que no fuera a verla, que ella sería la que le informe de los avances de su amiga. Dar información confidencial acerca de la salud de un paciente —más aún de una menor de edad— podía meterla en problemas con sus superiores y colegas.

Los saludó sin mucho alarde y los llevó disimuladamente a su oficina. Cerró la puerta tras ella, pasando de los chicos y tomó asiento, con mucha prosa, hundiéndose en su silla de consulta.

—Entiendo que estén preocupados y… quisiera poder darles esperanzas por la recuperación de su amiga, pero… —Se notaba tristeza en su hablar, como si Lena estuviera sentenciada a no despertar nunca— Hay que esperar, no hay nada más que podamos hacer.

La sensibilidad de la mujer no podía ser mayor, aún así, sus palabras eran muy duras para Yulia que no hacía más que mirar al piso alfombrado, preguntándose retóricamente si lo lavan seguido. Todo lucía tan pulcro y estéril, típico de un hospital. Era tan frío, tan silencioso aparte de los aparatos que llevan récord de las vidas que tienen a un lado.

Imaginó entonces a su novia conectada a varios de ellos, a un respirador, a uno de esos monitores donde corren las líneas verdes y rojas, vestida con una bata bajo una sábana blanca, sola.

—¿Yulia? —repitió la mujer. La chica no la escuchó la primera vez, pero en esta ocasión, alzó la vista, sin saber si hablaba con ella o la había oído mal — Mi hijo me contó que Lena es tu novia — Completamente decaída, Yulia asintió ligeramente. Había sido un gesto casi imperceptible que llenó a la mujer con una empatía inmediata y le estiró su mano con una tarjeta — La familia requirió privacidad, pero como es costumbre, mis colegas y yo siempre estamos al tanto de los casos graves. Haré lo posible por mantenerte informada de su avance — Yulia miró la cartulina color blanco, sin entender para qué se la entregaba, estaba vacía — Escribe tu número de celular. Te llamaré cuando haya algún cambio.

Al ver que su amiga no terminaba de reaccionar, Inna tomó la tarjeta en sus manos y escribió la información. Su suegra la miró agradecida y también le dio un vistazo a su hijo que lucía algo inquieto.

—No hay nada más que puedan hacer aquí. Mejor será que se vayan a casa. Me comunicaré con ustedes.

Los tres se despidieron y se dirigieron lentamente a la puerta de salida. Antes de cruzar el portal de vidrio —que se abrió automáticamente para dejarlos salir— Yulia se detuvo. Lena estaba allí, en el quinto piso, sola. No quería irse, no podía.

Sus amigos entendieron el peso que tenía en los hombros y le hicieron compañía por unos minutos hasta que, ella misma, empezó a caminar. Pidió las llaves de su auto. Inna no se las dio hasta que Yulia hizo un gesto con su mano en la manija de la puerta del asiento trasero y entendió que lo que quería no era manejar, presionó el botón del seguro y la dejó entrar.

—¿Ustedes creen que… despierte? —les preguntó seriamente Yulia unos minutos después. Estaba acostada de espaldas a lo largo del asiento, con sus botas apoyadas en la ventana.

Sus amigos, que se habían acomodado en los asientos delanteros, se miraron y regresaron a verla, allí, destruida, sin saber qué decirle, cómo animarla.

—¿Tienes idea de cómo pasó? —le preguntó Sash— Digo, estuvo contigo hasta antes de que perdiera la conciencia.

—No, no lo sé… Es estúpido. Fuimos al concierto el sábado y perdimos de vista al tipo antes de entrar al teatro.

—¿Y no hay posibilidad de que él las siguiera?

—¿Y qué si lo hizo? Cuando regresamos a casa ella estaba bien, pasamos una muy buena noche, una genial mañana, almorzamos… ¡Todo estaba bien! —Se podía sentir la frustración en su voz — No es como si ese imbécil se hubiera escondido en mi casa y decidió envenenarla a última hora.

—¿Y qué hicieron a última hora? —preguntó su amiga.

—¡Nada! Estábamos sentadas en el sillón, entraron las llamadas de Dary y de su tía, y yo fui a dejarla a su casa.

—¿Y no comió o bebió algo?

—No, almorzamos a la una y… —Yulia se calló de golpe y abrió los ojos como un búho.

—¡¿Y?! —preguntaron ambos al unísono.

—¡Sus vitaminas! A las tres de la tarde debía tomar sus vitaminas y fue a la cocina por agua, ¡esa maldita agua! —Se reprendió, enderezándose de golpe, al encontrar la causa del gran problema. Les contó a sus amigos sobre las bebidas que había comprado en el recital y que su novia bebió sus vitaminas con esa última botella que no se consumieron la noche anterior. Ella misma había vertido lo que quedaba en el lavabo, antes de tirar el envase a la basura, la tarde anterior, cuando limpiaba su casa.

—¡Debió seguirme! Ese tipo me acechó y cambió la botella mientras pagaba… ¿qué sé yo? —Todo le cuadraba— Para su mala suerte… —dijo esta frase y detuvo su entusiasmo. La de la mala suerte había sido Lena. El tipo seguía por ahí suelto y su novia estaba en coma, en una camilla de hospital, sola.

—¿Tiraste la botella?

—Ayer, sí, pero el camión de la basura no pasa hasta la noche de hoy.

Sash miró a su auto a lo lejos y encendió el de Yulia, decidido, encaminándolos a su casa.

—Iremos por la botella, es una pista. En algo debe ayudar —dijo el chico antes de que le pudieran preguntar qué hacía. Inna miró hacia atrás, dándole una media sonrisa con cariño a su amiga, la cual no regresó a verla. Ella en su lugar, miraba con extrañeza al conductor. Se veía tan preocupado, urgido por hacer algo, quizá no era por ella por quien estaba así, era por Lena.

Y, esa, esa es una de las ironías de la vida. La muerte no pide permiso, llega, roba la luz de alguien y se va. Y por luz, no me refiero al acto de respirar de la persona que fallece. A veces, lo hurtado, es la simple cordura de los que se quedan.

Sash haría todo lo que esté en su poder para encontrar a ese tipo. Forzaría al responsable de que Lena Katina este en una camilla en ese hospital a pagar y no porque sintiera algo por la pecosa, lo haría porque era la única forma lógica que tenía de procesar el dolor que había visto en su amiga. Era su manera de darle el apoyo y cuidado que sentía que pudo haberles brindado si hubiese estado allí, además de su última oportunidad de disculparse por haberse aprovechado de Lena hace meses.

No les fue difícil encontrar el contenedor plástico dentro de la basura. Las únicas bolsas de color verde en todo el vecindario eran las de la casa de Yulia y permanecía solitaria en medio de las de color negro.

Colocaron la botella —con cuidado y tratando de no dejar más huellas propias— en una bolsa de plástico que cerraron con un nudo y sostenían con las yemas de los dedos.

—¿Y ahora qué, la llevamos a un laboratorio? —preguntó Inna.

—No, la llevaremos con tu suegro —respondió Sash, dirigiéndose a Yulia.

—¡¿Qué?! ¿Estás loco? El papá de Lena es un idiota, lo ha sido desde que se enteró de los gustos de su hija por la papaya y no creo que me reciba muy bien, además, es una pésima idea involucrarlo.

—No creo que siendo su hija se haga de la vista gorda, Yulia. Y bueno, si no quieres hablar con él, vamos con otro detective.

—Creo que lo mejor será llevarla al hospital —dijo Yulia, siendo interrumpida de inmediato.

—¿Para qué? ¿Para que le hagan reanimación cardiopulmonar y la coloquen en una camilla junto a Lena? —le contestó él a la morena, desbordando sarcasmo.

—¡Sash!

—¡No, Inna! El señor Katin no ha sido el mejor padre del mundo últimamente, pero cuando yo lo conocí, amaba a su hija y le rompería las bolas a cualquier idiota que le hiciera daño. A mí me quedó muy claro, no que le haya hecho caso, pero él no era indiferente a su hija.

—¡Puedes estar en lo correcto, pero no es razón para que seas tan cruel!

—¡Quizá… sí, lo siento! Este tipo es peligroso, lo que hizo fue un intento de asesinato. ¿Qué tal, si mañana, la que se encuentra con él no son Yulia y Lena, eres tú, o mi hermana, o tú hermana, o el hermano de Yulia? —preguntó al aire, ninguna le contestó— Yo iré a la policía, así tenga que ir solo.

Las chicas lo vieron dar unos pasos enfadados y comenzaron a seguirlo. Yulia se abrió camino para sentarse en el asiento del copiloto, al mismo tiempo que Inna se acercó a quitarle las llaves y le dijo:

—La que está más tranquila de los tres, soy yo —Señaló atrás con la mirada— Te toca en el asiento trasero, lindura. Yo manejo.

Una vez que llegaron a la comandancia, él lideró el camino. Se acercaron hasta la mesa de recepción y pidieron por el detective que llevara el caso de la escopolamina.

Sergey había llegado hace un par de horas. Necesitaba algo con qué distraerse de tanta negatividad que sentía en la sala de espera del hospital y qué mejor que tratar de resolver el misterio de lo que le había sucedido a su hija.

Divisó a los tres chicos a unos pasos escuchando su solicitud y se acercó rápidamente.
—Yulia, Sash, ¿no? —dijo dirigiéndose a ambos y asintió como saludo a la chica que no reconoció— Yo me haré cargo, Susan —le informó a la recepcionista y los guió a una sala pequeña.

No era un cuarto de interrogación. Se asemejaba más a una sala de reuniones que tenía medallas y placas por todos lados, destacando la labor del departamento. Habían banderas en las esquinas y un gran pizarrón que tenía un par de nombres escritos con unas fotos.

Les pidió que tomaran asiento y les ofreció algo de beber, levantándose hacia la mesa de café. Los tres se negaron en una sola voz rotunda y el hombre se detuvo, acomodándose nuevamente en su silla.

—Antes que nada, quisiera decirles algo. Lena… el día de ayer. No se lo hemos comentado a nadie…

—Lo sabemos —Lo interrumpió Yulia, cortante en su tono que se volvió débil en un segundo— Eso es… es parte del porqué estamos aquí.

Sergey los miró con curiosidad, fijándose en la bolsa plástica que Sash tenía en la mano. Ladeó su cabeza esperando una explicación y esperó.

—Yo… —inició Yulia, inmediatamente perdiendo la mirada en sus botas, la culpa la consumía por completo—, Lena y yo… somos pareja.

—Ya veo —susurró el hombre sin molestarse. Le causaba pena escuchar esa noticia. Otra cosa más que no había disfrutado con su hija, esos momentos clave de ser un padre.

—Lena pasó el fin de semana conmigo, en mi casa… Nada malo pasó… Todo iba muy bien, no… Yo… —la voz de la muchacha temblaba con cada palabra, no podía decir lo que tenía atorado en la garganta. Su dolor era inmenso y se dejaba oír.

—Yulia —la nombró el hombre con delicadeza y se inclinó hacia ella en son de paz, tratando de crear un ambiente de confianza en el cual, la chica pudiera hablar con tranquilidad—, no tienes por qué sentir que hablar conmigo sobre esto es en vano. Yo he cambiado mucho en mi pensar y en mi sentir con respecto a la preferencia sexual de mi hija. En gran parte, te lo debo a ti.

—Yo… debí tener más cuidado.

—Dime qué sucedió, desde el principio —le pidió el detective, yendo por un vaso de agua, dejándolo a su par sobre la mesa. Le prometió que no tenía nada de qué preocuparse, cuando la vio frenar toda comunicación mirando al vaso con desconfianza.

Yulia decidió no aceptar el gesto y lo empujó unos centímetros lejos de ella, iniciando el relato de lo sucedido, exponiéndole sus conclusiones con el más mínimo detalle. El detective había comenzado a grabar la sesión para no perder ningún dato importante.

Para cuando terminó, Yulia había roto en llanto un par de veces y él también. Era duro ver a alguien tan joven, tan destrozada por algo que no pudo evitar.

—Señor Katin, yo le prometo que Lena es lo más importante para mí y que si yo pudiera estar en esa camilla, en su lugar, lo haría sin pensarlo un segundo…

—Yulia, no… —La detuvo, colocando sus manos en frente, físicamente tratando de parar ese tren de pensamiento— Lena es mi hija y entiendo lo que sientes, la impotencia, el rencor que te llena por dentro al no poder hacer más… el arrepentimiento. Pero nunca creas que, poniéndote en su lugar, las cosas serían mejores.

Yulia volvió a apretar sus labios, le temblaban por el desconsuelo, por el miedo que tenía de que suceda lo peor.

Sin poder aguantar más, dejó salir un golpe de aire junto con un llanto que nunca dejaba que nadie viera en ella, un sincero pesar que se guardaba para cuando estaba sola.

Sus amigos estaban igual de destruidos solo de verla así, llorando toda la frustración que tenía, sentada con la cabeza dirigida al suelo, con sus lágrimas cubriendo la superficie de su pantalón, con su cabello ocultando su rostro, tal como si la vergüenza no le permitiera aceptar que el hombre tenía razón.

Era más fácil colocarse del otro lado, ser la que sufrió las consecuencias, sacrificarse, ser el héroe. Pero ¿qué secuelas tendría en las demás personas?

Lena, seguramente, no podría manejar la culpa. Decaería en su desorden inmediatamente, haciéndose más daño al pasar de los días, lo que no ahorraría el dolor que ya sufría su familia. Los Volkov, su mamá, su papá, su hermano —también sus amigos—, sufrirían por ella.

En casos como este no hay un ganador o un perdedor. Las alternativas múltiples a una tragedia no vienen con una solución, no cambian los hechos. Son, sólo eso, alternativas igualmente dolorosas, nada más.

Sergey se levantó y se acercó a Yulia, tomándola de las muñecas para levantarla y sujetarla en un abrazo.

—Debemos confiar en que… Lena va a despertar. Debemos tener fe.

La chica se aferró de ese hombre que había sido tan cruel con su propia hija y ahora le ofrecía el lugar más reconfortante para tranquilizarse en medio de su pecho. Ambos sufrían por esa linda pelirroja que les pintaba la vida de colores con su sonrisa. Quizá era el único lugar donde encontraría paz.

—Lo sé, ella va a salir de esta, tiene qué —Yulia mencionó unos minutos después, separándose y limpiándose la cara con la manga de su buzo.

—Será mejor que llamemos a tu padre. El debería estar aquí como tu representante antes de admitir lo que me has dicho como evidencia y procesar la botella.

Yulia entendió y marcó en ese instante al despacho de la firma de abogados.

Lena, por su lado, seguía completamente inconsciente, rodeada de pitidos de máquinas que la ayudaban a mantenerse con vida.
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EL CAFÉ // By: MookieRoo (ADAPTACIÓN A YULENA) - Página 5 Empty Re: EL CAFÉ // By: MookieRoo (ADAPTACIÓN A YULENA)

Mensaje por katina4ever 6/6/2021, 10:06 pm

OMG!! Insisto, te encanta jugar con mis emociones y que me dé un infarto!!! Jajajajaja
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EL CAFÉ // By: MookieRoo (ADAPTACIÓN A YULENA) - Página 5 Empty Re: EL CAFÉ // By: MookieRoo (ADAPTACIÓN A YULENA)

Mensaje por RAINBOW.XANDER 6/12/2021, 6:47 pm

Jajajajaja bueno, siento mucho haberles dejado los capítulos y la trama así, a la deriva... pero la semana fue complicada.

Saludos!!



Capítulo 44: Los de afuera
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—¡¿Por qué la defiendes tanto?! Yulia ni siquiera te considera parte de su familia. Siempre te hace de menos. ¿Crees que te la vas ganar poniéndote de su lado ahora?

Agatha, la esposa de Oleg Volkov y el mencionado, discutían acaloradamente en su habitación, después de recoger a su hija en la comandancia de policía y enterarse de la gravedad de su confesión a las autoridades. Yulia había estado a punto de ser víctima de ese malhechor y eso había puesto a sus padres en alerta roja.

—¿Cómo se te ocurre ese disparate? Yulia es tu hija, a mí también me preocupa, pero lo que le están haciendo ustedes dos es más que extremo e hipócrita, debo añadir.

—¡¿Hipócrita?! ¿Desde cuándo, preocuparme por mi hija, es hipócrita?

—¡Desde el momento en que decidiste convertirte en tu padre! —le gritó la joven de veintiocho años, con una evidente indignación— ¿O acaso te olvidaste, momentáneamente, de que siempre has resentido su falta de apoyo cuando tú y Larissa quedaron embarazados de la misma hija que ahora quieres encerrar en una caja de cristal, prohibiéndole que tenga una relación con la chica de la cuál está, claramente, enamorada?

—¿Quieres que permitamos que ella ponga en riesgo su bienestar… por amor? ¡¿Por un «simple amor de secundaria”?!

—¡Cínico! ¡Además de hipócrita, cínico!

—¡Oh, ¿ahora mis decisiones para proteger a mi hija son reprochables?!

—¡Claro que lo son! Oleg, tienes una hija hermosa que está a punto de cumplir dieciocho años. Es segura, talentosa, de carácter fuerte, que busca en la vida lo que quiere sin ponerse obstáculos a ella misma. Es una mujer en la que vale la pena poner tu confianza. Tienes a Viktor, un muchacho extrovertido, que es cariñoso y protector, decidido, dispuesto a trabajar duro por lo que quiere… por Dios, son vivas réplicas de sus padres.

—¡¿Y eso qué tiene que ver?! ¡Me das la razón con cada palabra!

—¡Hipócrita, cínico y ciego! —volvió a gritar su esposa. Su frustración ya no la dejaba bajar la voz— ¡Tus hijos, son fruto de un «simple amor de secundaria”, como tú quieres definir a la relación de Yulia con Lena!

—¡No es lo mismo!

—¡Lo es! Ustedes dos sacrificaron todo y no me niegues lo que me han contado tus propios padres. Las decenas de veces que te escapabas para cuidar de ella en las noches, porque Yulia fue un embarazo difícil y Larissa necesitó de toda tu ayuda. O cuando dejaste los exámenes de fin de año suspensos para compensarlos en verano, porque estabas demasiado cansado de trabajar doble turno, ¿recuerdas?, ¿porque tus papás no te soltaban un centavo si era para gastarlo en tu «simple amor de secundaria”?

El hombre se quedó en silencio esta vez, finalmente entendiendo el punto que su mujer hacía. No quería aceptarlo, pero tenía razón.

—Lena puede no estar embarazada, Oleg… o Yulia que, en este caso, da lo mismo. Pero ambas se aman, como tú amaste a Larissa a esa misma edad y ellas, así como ustedes, tienen derecho a luchar por su relación, por buscar la forma de estar juntas. Y si sus papás no son capaces de hacérselo un poco más fácil, ella no tendrá otra alternativa que la que tú tuviste… Sacrificar cosas importantes, huir de casa, aplazar sus estudios —declaró demasiado molesta como para contradecirla.

—Agatha…

—¡No, basta, Oleg Volkov! ¡No quiero oírte más, esta charla se terminó! Tengo un fuerte dolor de cabeza, gracias a tu necedad —Dos segundos más tarde se escuchó un portazo a lo lejos. Yulia asumió que había sido la puerta del baño la que había sido cerrada con ira por su madrastra, dejando al boquiabierto de su padre del otro lado.

"Agatha me está haciendo muy difícil odiarla. Muy, muy difícil", pensó Yulia, despegándose de la puerta cerrada de su habitación, donde se había ubicado para escuchar mejor la pelea.

Alzó su almohada de abajo de la sobrecama y la apelmazó con unos golpes antes de arrojarla al respaldar y dejarse caer sobre ella.

Al salir de la estación de policía, y el cielo ya tenía un leve color naranja, era tarde. Tomar la declaración ante los detectives asignados y frente a su papá —que guiaba la interrogación como su representante legal—, tomó un par de horas.

Para cuando llegaron a casa, la noche había caído y su pieza se mantenía igual de oscura. No quería tener un encuentro con la luz. Tan solo una línea de ésta se filtraba por debajo de la puerta, dejando ver qué sucedía del otro lado, como los pasos que se acercaban lentamente a ella.

No había escuchado la puerta del baño abrirse, siempre tiene ese peculiar crujido que suele despertarla en las noches y por el que odia dormir en la casa de su padre. Hay demasiados sonidos que se producen en las maderas del piso, no puede levantarse con tranquilidad a buscar agua sin meter un escándalo, según ella.

Concluyó que debía ser su papá queriendo continuar con su regaño o conversar sobre lo sucedido. Cualquiera que haya sido su intención, Yulia no tenía humor o fuerzas para darle gusto.

No obstante, la sombra se desvaneció con el pasar de los segundos. El hombre se había arrepentido antes de golpear la puerta y se alejó, tal y como llegó.

—Iré a buscar a Viktor a la casa de Larissa, regreso en unas horas —Yulia escuchó a su padre con claridad, a lo lejos.

La casa parecía muerta. Se lamentó pensarlo, pero así era. El eco de cada uno de sus pasos se sintió hasta que la puerta de la calle se abrió y se cerró con suavidad. Únicamente ahí, oyó el crujido de la puerta del tocador. Agatha salía de su escondite para prepararse un chocolate para poder dormir, como todas las noches, cosa que Yulia no entendía. ¿Quién duerme con chocolate caliente? Solo la gente loca.

Todo tenía un sabor tan irreal. La noche, el silencio, lo que había ocurrido; la idea de que en ese mismo momento Lena yacía inconsciente en una camilla de hospital, sin la certeza de volver.

Apenas el día anterior habían amanecido en la misma cama, abrazadas y… todo cambió.

A Yulia ya no le interesaba guardar las apariencias, su cuerpo pedía a gritos que deje correr las lágrimas, que se deje vencer.

¿Cuál era el punto de intentar estar bien?

Sus papás se habían encargado de imponer su voluntad. Estaba, figurativamente, encerrada en una caja de cristal de la cual no podría salir en meses. Agatha lo había dicho tal y como sucedió.

Después de firmar su declaración, Oleg la metió de un jalón a su auto y le dictó las nuevas reglas.

No tenía autorización de tener una relación por el resto del año, ni con Lena, ni con nadie. Se concentraría, exclusivamente, en sus calificaciones y sus proyectos. Nada de salir con sus amigos, si quería verlos, sería en su casa o la de su mamá. No volvería a quedarse sola, le guste o no, iría a donde fuera su hermano —del cual ahora sería la niñera oficial, sin paga— y aparte de eso no recibiría un kopek que no sea necesario para la escuela. Los privilegios de tener auto se le terminaban inmediatamente, tomaría el bus tanto para ir como para volver y si faltaba a una de estas disposiciones, podría irse olvidando de estudiar lo que quería en la universidad, iría directo a la escuela de leyes.

—¡Punto final, Yulia!

Ella se cruzó de brazos por el resto del camino, mirando amargamente por la ventana. No tenía ganas de discutir, más importante, en lugar de hacerlo, pensaría en formas para romper cada una de esas reglas. Algo tenía que ocurrírsele. Necesitaba ver a Lena, las cosas no podían terminar así.

Tres suaves golpes se escucharon antes de que un largo rayo de luz entrara por el efecto de la puerta abierta.

—Yulia, te preparé un té relajante.

No le contestó, ni siquiera se movió de su posición para verla. Sus ojos lagrimosos no le permitían distinguir más que una nube borrosa que no quería quitarse. Eso ayudaba a mantener la apariencia ilusoria que sentía en el pecho.

—Sé que soy la última persona que querrías ver en este momento y… que debes… sentir que el mundo está en tu contra.

Así era, precisamente. La joven mujer se acercó, dejó la taza sobre un porta vasos de disco de vinilo que Yulia se había robado del escritorio de Lena hace meses, cuando trabajaban juntas en el Café.

—Yo estoy de tu lado… aunque no sea mucho.

Agatha estaba por irse, cuando escuchó en voz muy baja:

—Gracias por enfrentarte a papá. Él… tiene razón. Yo… no lo merezco.

Su madrastra suspiró sonoramente y se sentó en el piso, quedando unos centímetros por debajo de su alcance de vista.

—Eso no es verdad. Tú tienes tus razones para no quererme y yo las entiendo. Era igual que tú a tú edad. No acepté a mi madrastra hasta que cumplí los veintiséis y me casé con Oleg —le explicó con una gracia muy disimulada, no era tiempo de reír— Tienes todavía nueve años para odiarme con libertad, por lo menos.

Yulia quiso sonreír con el comentario, pero no lo logró. Habían razones más fuertes para seguir llorando.

—Tienen miedo, eso es todo.

—Miedo…

—Se les pasará, ya verás. Tus papás… no vivieron en el mundo que tú vives, ni siquiera en el que yo viví en mi adolescencia. Tienen otras ideas de las cosas.

—Jmm —bufó la chica—, tienen treinta y seis años, no son ancianos.

—Y cuando ellos tenían tu edad lo más grave que les podía pasar era que un auto les salpique agua de lluvia al cruzar la calle saliendo de una fiesta —le explicó Agatha— Hace diez años apenas que se escucha de este tipo de ataques. Sucedían en lugares que tenías la suerte de no conocer. Ahora pasa en todo lugar. Las cosas cambian, ellos no entienden y tienen miedo.

—Yo tengo miedo…

—Lo sé.

Por unos minutos lo único que se dejó escuchar eran los sollozos involuntarios de Yulia, su nariz, urgida por un pañuelo, su tristeza presente en la poca luz.

—Hablaré con tu papá nuevamente —dijo levantándose con dificultad y deteniéndose unos segundos en posición fija. Un mareo parecía invadirla, se tomó de la frente y respiró un par de veces— Estoy segura de que tus papás hablarán hoy, antes de que Oleg regrese con Viktor. Esperaré a que me comente algo mañana en el desayuno a más tardar en los próximos días.

La mujer se enderezó y con pasos lentos salió de la habitación.

—Gracias por el té… —dijo Yulia una vez que cerró la puerta, dejándola sola.

—De nada —La escuchó decir y vio la luz del pasillo desaparecer.

A la misma hora en el hospital, Nya y Charlotte continuaban esperando noticias.

Algo debía tener ese reloj, estaba programado para no caminar, para dividir el tiempo en un ciento y desesperar a los familiares que esperaban fuera de las habitaciones. Bien podría ser un ejercicio de paciencia, de perseverancia. No había nada más que hacer en esa sala, que esperar.

Sergey llegó agitado, había evitado llamar a su hermana a contarle la evolución del caso para prevenir una mala reacción, exactamente como la que tuvo cuando terminó de hablar.

—¡¿Yulia?! ¡Lena, maldita sea!

—Su ayuda fue clave para obtener la identidad del sospechoso, coincide perfectamente con el boceto…

—¡¿Puedes dejar de ser un maldito policía por una vez en tu vida?! —gritó, callándolo ipso facto.

—Nya… —su esposa quiso calmarla, más le fue inútil. Estaba demasiado enfadada como para entender razones.

—¡¿Tú hija está luchando entre la vida y la muerte porque Yulia Volkova la llevó a un concierto el sábado y tú feliz porque tienes nuevas pistas?!

—La idea del concierto fue de Lena…

—Claro, por supuesto, todo es culpa de Lena, ahora que ella no puede defenderse. El plan de pasar con Yulia el fin de semana, de Lena, el plan de poner en riesgo su vida, de Lena. Ahora solo falta que alguien venga a decir que Lena inventó la waflera eléctrica.

—¡Nya, basta!

—¿Saben qué? Ustedes dos pueden irse. Yo me quedaré cuidándola —les exigió, poniendo la cara más seria que pudo, ninguno de sus acompañantes se movió.

Su humor bordeaba en el punto límite de la comprensión. Nunca supo como controlar su genio, pero esto ya era el colmo. Su mirada podía hacer agujeros en las paredes y poner nerviosa a la más insensible de las enfermeras, la de más avanzada edad, esa que no tenía problema con responderle con la misma dureza y que, cuando la veía explotar, prefería desaparecer.

—Iré por un café —dijo Sergey dos horas más tarde. Habían compartido el más absoluto de los silencios y estaba muy agotado. Los tres llevaban más de veinticuatro horas sin dormir.

—Te acompaño —sugirió la rubia, sin, por lo menos, ofrecer traerle algo a la pelirroja que se quedó sentada.

—Nya tiene el carácter de mi madre —bromeó el hombre en camino a la máquina al final del pasillo.

—Lo sé. Se lo digo constantemente, cuando no está echando humo como locomotora.

—Es verdad, ustedes… se conocen —reconoció él—, a veces olvido por completo que, no porque yo haya elegido no ser parte de sus vidas, el resto de mi familia siguió mi mal ejemplo.

—Cada cosa a su tiempo.

—… De no ser tan testarudo… yo… habría podido compartir más cosas con mi hija… —Su voz se quebró obligándolo a cerrar los ojos y respirar agitado.

—Aún hay oportunidad, Lena sigue con nosotros. Es cuestión de tiempo, de que su cuerpo sane y despierte —Charlotte lo consoló poniéndole la mano al hombro, acariciándolo suavemente— Tú eres un hombre de fe, no puedes permitirte perderla.

Sergey, abrió los ojos al escucharla, agradeciéndole el gesto con una sonrisa que tuvo que forzar a salir.

Nya veía la escena desde el sillón, lamentándose haber sido tan dura con él cuando llegó. Si ella estaba así de confundida y desesperada, no podía imaginarse qué sentía su hermano. Sentía un invierno por dentro. Tal como una nevada, como una tormenta que no tenía fecha de retirada. La Navidad se acercaba y el espíritu de las fechas se había dado a la fuga.

Habían pasado cinco días y nada había cambiado. Lena continuaba exactamente igual, asistida por unas máquinas que emitían sonidos constantes, perseverando en la ilusión de vida que ya no sabían si existía.

Los doctores iban perdiendo las esperanzas de una recuperación total. En casos como estos, el paciente debía reaccionar durante los primeros tres días, habían pasado cinco y no había respuesta. Fijaron un lapso de cuarenta y ocho horas, esperando mejoría o la trasladarían a una habitación normal, después de hacerle un examen de actividad cerebral y verificar que no se encuentre en estado vegetativo.

Hacían esto, únicamente, bajo petición especial y recomendación de la doctora Kuzma, que tenía experiencia con un caso de coma que duró por quince días en una situación similar a la de Lena y había sido un éxito.

En la escuela todo seguía igual. La banda se había enterado de lo acontecido y se mostraron bastante afectivos y condescendientes con su vieja amiga durante los primeros días, al igual que sus maestros. Para el cuarto, todo había regresado a la «normalidad”. La vida, tristemente, tenía que seguir.

En la casa de Nya Katina, las cosas eran muy diferentes. El genio de la pelirroja mayor se volvió, literalmente, insoportable. Sus acusaciones crecían en todas direcciones. La escuela era un factor detonante, sus amigos allí y en el trabajo; Yulia Volkova que nada bueno le había traído desde que empezó a trabajar ese verano con ella; su hermano que la estorbaba con su presencia y a quien culpaba más que a nadie por todo lo que Lena había vivido; Charlotte por querer apoyarla cuando lo único que ella quería era estar sola; su cuñada que ni siquiera se había molestado en llamar a preguntar si su hija seguía o no con vida; su sobrina Katya que, por el contrario, no dejaba de llamarla cada hora del día y de la noche; y hasta la terapeuta que, constantemente, llegaba a querer darles métodos para manejar el dolor que sentían y que ella consideraba inútiles, así como el tratamiento que Lena seguía con ella.

Todo era un caos, todos eran culpables, todo debía cambiar y ella sería la que dijera qué hacer desde ese día en adelante.

—¿Quieres esperar a que Lena despierte para tomar esta decisión?

—¡Debí haberla sacado de esa escuela desde que llegó a esta casa! —gritó reuniendo todos los papeles que el colegio le había pedido para cerrar la matrícula de su sobrina— Ahí es donde aprendió esto de su desorden, no tengo duda.

Sabía que no era así, de verdad lo sabía. Gayle, la terapeuta de Lena les había presentado su informe de cómo y cuando inició todo y la pelirroja ni siquiera había puesto un pie en esa escuela, pero era la única forma en la que podía justificar las cosas que habían perdido completo sentido durante ese tiempo.

—¡Ella tiene derecho a decir, por favor, cálmate! —insistía Charlotte desde una distancia prudente.

—¡¿Cómo quieres que me calme?! Todo tiene que estar listo para cuando Lena despierte.

—¿Listo?

—¡Listo, sí! —le confirmó su esposa— Saldrá de ese hospital directo a la clínica de desórdenes, se recuperará como debió hacer hace meses y regresará a estudiar desde casa y recuperar su vida.

—¡¿Estás hablando en serio?! Lena va muy bien con su terapia, con la escuela, con su vida. Por favor, entiende, ella no necesita que tomes estas medidas, así, de forma tan arbitraria.

—¡Lena está muriéndose en un hospital! —gritó desaforada, marcando un horrible silencio durante los segundos que vinieron— ¡Solo estamos esperando a que la declaren muerta y tú te atreves a decir que Lena está bien! ¡Nada está bien! —Explotó, arrojando un vaso que tenía a la mano con fuerza contra la pared. Éste estalló en pedazos, saltando por todo el piso, asustando a la rubia que ya no podía reconocer a su esposa.

—Haré esto porque ella está a mi cargo y yo sé que es lo mejor para ella. ¡Solo yo lo sé!

Como si nada hubiera pasado, la pelirroja mayor siguió ordenando los papeles que tenía sobre la mesa, decidida a llevar a cabo su plan. Fue cuando su esposa decidió que le pondría un alto a todo y sin mencionar palabra alguna, tomó su cartera, las llaves de su auto y salió de casa. Nya ni siquiera lo notó.

Minutos después llegaba a casa de Sergey, su cuñado. Nunca había estado allí. Conocía la dirección por referencia y, con algo de inseguridad, presionó el timbre.

Le dio unos segundos y volvió a timbrar. Esta vez no esperó casi nada hasta que su cuñado salió con una toalla secando su cabeza y la miró extrañado.

—Charlotte, ¿qué te trae por aquí? Pasa.

La mujer entró tomando aire para encontrar la fuerza que necesitaba para lo que estaba a punto de hacer.

—Siéntate, por favor —le pidió él, haciendo lo mismo en el sillón de a un lado— ¿Hay algo en lo que te pueda ayudar?

—No, en realidad no. La que viene a ayudar… soy yo.

La incertidumbre de su cuñado crecía y como buen detective, esperó a que su contraparte se sintiera más cómoda para hablar con claridad.

—Creo que es hora de que vayamos con un juez y pidas de regreso tu patria potestad. Lena no está a salvo con Nya como su tutora… Ya no.
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Solo quedan tres capítulos para el final Sad
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Mensaje por Elena Sonda 6/12/2021, 8:45 pm

Ufff, qué intenso, como Nya paso de ser, su mayor apoyo a la que es ahora??, ya veremos que pasa y como concluye esta historia tan buena 😊

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Mensaje por Fati20 6/12/2021, 9:04 pm

Esta historia hace sufrir mucho ahora la tía periodo la razón y le conviene estar con él padre, me preocupa q solo quede 3 capítulos y falte tanto por arreglarse pero bueno vamos a ver q pasará
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Mensaje por RAINBOW.XANDER 6/12/2021, 9:36 pm

Capítulo 45: Regalos
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Sus dedos se movían ligeros por el borde de las fundas de cartón que guardaban esos grandes discos de vinilo en la tienda de segunda mano del malecón.

Habían no menos de tres filas con ejemplares de todo tipo, pasando por el rock clásico, el pop de los ochentas, el grunge de los noventas y algunos de música indie de principios de la década.

En cada una de las columnas encontraba algo que podía haberle agradado a su novia. El gusto musical de Lena era bastante ecléctico y muchas veces se sorprendía de la variedad de canciones que podía disfrutar y bailar mientras preparaban la cafetería para la apertura cada mañana.

Sus recuerdos más felices juntas, habían sido aquellos en los que iniciaron su amistad, cuando de lejos ella veía sus miradas escondidas, sus risas con el resto de sus amigos, o cuando mordía el borde del bolígrafo esperando respuesta de uno de los proveedores con el auricular en el oído.

No era como si le agradara la idea de que Lena fumara, pero disfrutaba recordar el verla ahí, sentada en la vereda del callejón posterior, con su Malborito entre su índice y su anular, inhalando como si el aroma y el sabor de ese tubo de papel, fuese exquisito; apreciar el alivio de su rostro cuando dejaba salir el humo que se perdía en el aire que la rodeaba; pensativa —hasta cierto punto, tranquila—, por unos instantes feliz… viva.

—No tienes que comprarme nada —mencionó su amiga Inna, que a unos pasos realizaba la misma acción que ella. Buscando algún regalo para sí misma. Le había tocado Yulia como amiga secreta en el intercambio de Navidad de la escuela, pero ésta no tenía cabeza para pensar en obsequios— Podemos decirle al maestro que me diste algo muy íntimo y personal y ya.

—Escoge algo, sé que te encanta venir aquí… Solo pide lo que quieras —dijo con el mismo desgano que la había acompañado por días, arrastrando sus palabras. El comprar ese regalo había sido la mejor excusa que había encontrado para salir de casa. Su papá no podría reclamarle nada, era parte de un «proyecto escolar”.

—Un llavero, eso quiero —respondió la chica con seguridad, acercándose a la caja y seleccionando uno al azar del mostrador. La verdad no le importaba el presente. Lo mostró a la cajera y lo pagó con su propio dinero. Tres rublos por un delfín de metal— Listo, vámonos.

—Tenía que pagarlo yo —le dijo sin regresar a verla, seguía pasando por los álbumes de la última repisa— Por lo menos déjame ver qué es —Giró sobre su eje bajando la vista a la bolsa plástica medio abierta que sostenía su amiga y dijo—: ¿Un delfín?… Debo ser la hija del diablo para regalarte algo así.

—¿Quién dice que no lo eres? —bromeó Inna, con la lengua al aire, robándole la única sonrisa que Yulia había puesto desde que Lena ingresó al hospital— ¿Nos vamos? Sash nos espera en un lugar muy importante y se nos hace tarde —se prendió de su brazo y la obligó a salir del local.

—No tengo mucho tiempo, debo regresar a casa. Ya sabes, las benditas reglas.

—Esto no tomará mucho tiempo, Además, es nuestro regalo de Navidad.

—Faltan cuatro días para Navidad.

—Deja de protestar y entra ya en el auto —Inna cerró la puerta y condujo hasta la entrada trasera del hospital donde estacionó junto al vehículo de su novio. Él las esperaba recostado en el asiento trasero, escuchando música.

—Los odio —exclamó Yulia dándose cuenta de a dónde la había llevado. Miró al edificio con anticipación y aprensión al mismo tiempo. Oficialmente no había estado allí desde el día en que fueron a hablar con la mamá de Sash, quien era la única que la mantenía informada de la condición de Lena. Extraoficialmente, se había fugado durante algunos almuerzos para entrar y subir al piso donde estaba su novia, ver a una o a ambas de sus tías en la sala de espera y salir por donde había llegado. No había forma de acercarse, era como si Lena tuviera dos perros guardianes alerta a toda hora— Saben que no puedo verla, ni siquiera porque ya está en una habitación normal. Nya tiene prohibidas las visitas. Es imposible.

—¡Nada es imposible! Ten —dijo el chico, abriéndole la puerta.

—¿Qué es esto? —preguntó saliendo del vehículo y aceptando un paquete negro suave, con un gran lazo rojo encima.

—¡Feliz navidad! —dijeron juntos.

La pelinegra los miró inquisitivamente y abrió el regalo, descubriendo una bata de enfermería color verde marino junto con una liga para el pelo.

—Están dementes —manifestó, preguntándose si eso podría funcionar. Cinco minutos serían suficiente, necesitaba verla— Me van a descubrir.

—No, hoy van a hacer una limpieza general del piso. Mamá me lo comentó hace un par de días. Ningún visitante puede estar de cinco a seis, solo personal autorizado.

—¿Entonces me pongo el uniforme y tengo una hora con Lena?

—En realidad, algo así como veinte minutos —esclareció el chico— Tendrás que esperar en la escalera de emergencia y fijarte qué parte del piso están limpiando primero —El chico le explicó todos los detalles— La habitación de Lena es de las que están más cerca a las gradas, la 512, así que tienes ventaja. Si empiezan por limpiar el fondo, entras de inmediato, pero no puedes pasar más de veinte minutos, hacen rondas frecuentemente. Si empiezan por la sección de Lena, esperas a que pasen a medio pasillo y te escabulles. Así mismo, debes salir por la escalera, no el ascensor, alguien podría darse cuenta de que no eres enfermera.

—Okey… y voy sola por lo que veo.

—Sí, no pude robarme más de un uniforme ayer que visité a mamá en el consultorio —dijo Sash— Es la única forma.

Yulia miró otra vez al uniforme. "Veinte minutos, más que suficiente".

—Cámbiate en el auto, vigilaremos que no te vea nadie —dijo Inna, y Yulia se colocó el traje lo más rápido que pudo, quedaban menos de diez minutos para las cinco de la tarde y todavía tenía que subir cinco pisos a pie.

Sus amigos le desearon suerte y ella caminó apurada por la entrada de personal.

Pasando a la puerta vio un tablero de notas abandonado y lo tomó para cubrirse el rostro en el camino si llegaba a necesitarlo. Encontró las gradas y se abrió camino entre la gente, intentando no llamar la atención. Cada piso que subía se encontraba con menos personas usando las escaleras. Era evidente el porqué. A la gente le gusta ser saludable por uno o dos pisos, a partir del tercero preferían tomar el elevador.

Abrió la puerta del quinto, apenas para fijarse en sus alrededores. Sus amigos tenían razón. La sala de espera que se veía a lo lejos estaba vacía. Había una mesa en el centro donde varias enfermeras se encontraban conversando amenamente, un tanto distraídas, por fortuna y un pequeño equipo de tres personas al fondo del pasillo con tanques y equipos de limpieza. Debía entrar ya, de lo contrario perdería la oportunidad.

Intentó que la puerta no generara ningún sonido al abrirla, exactamente lo necesario para poder escurrirse por ese espacio.

Deseaba tanto que las paredes del hospital fueran del mismo color que su uniforme, pero la verdad es que ambos colores contrastaban demasiado, sería difícil no llamar la atención.

Pero como un regalo, el destino estaba de su lado. El tanque de agua, de uno de los chicos de limpieza, cayó estrepitosamente al piso llamando la atención de todo el grupo de enfermería, dándole la oportunidad de ingresar en la habitación indicada sin ser vista.

Las cortinas de la ventana que daban al pasillo estaban cerradas de antemano, lo que agradeció infinitamente. Cerró la puerta y por fin pudo estar a solas con Lena.
Aparte de las voces de afuera, lo único que se escuchaba es el pitido de las máquinas y el sonido del respirador.

Yulia se quedó un momento contemplándola desde la entrada. Se veía tranquila, tal como si estuviera durmiendo, claro, sin su cuerpo virado a un costado y su mano por debajo de la cabeza, pero dormía.

Caminó despacio hacia la camilla. Eran ya nueve días desde ese domingo que la dejó en la esquina de su casa y se sentía que había pasado una eternidad sin verla.

Jaló en silencio una silla para sentarse a su lado y continuó observándola. Su mano derecha tenía el catéter con el suero que la alimentaba y la llenaba de medicinas. su izquierda —la que tenía a su lado—, relajada completamente sobre el colchón.

—No sé qué esperaba al venir —dijo iniciando una conversación unilateral— Ni siquiera sé si puedes oírme.

Ningún movimiento se hizo presente, todo seguía tal y como estaba cuando entró.


—Estoy castigada otra vez ¿sabes? Se me ha hecho difícil venir… No que no te piense cada segundo —habló, colocando su mano a la par de la de su compañera, con miedo de acariciarla— No sé si… tú quieres que te toque ahora… no… hemos hablado de esto —Cerró los ojos, negando lo que consideró una estupidez decir— Por supuesto que no lo hemos hecho, no nos hemos visto, tú no puedes ni hablar.

Sus ojos se detuvieron en ambas manos. Una casi tan blanca como la sábana y, la otra, tan llena de pecas. Sus dedos se levantaron lentamente hasta alcanzar el dorso y la acarició con suaves toques. Estaba fría, por la falta de actividad.

—Solo puedo quedarme unos minutos. Me escabullí para verte… Fue…, mi regalo de Navidad por parte de los dos trolls que tengo de amigos —bromeó, sonriendo una milésima de segundo y volvió a enfocarse en su novia.

Su pecho subía y bajaba por acción de la máquina a la que estaba conectada. Un tubo de mediano grosor estaba colocado hasta la apertura de su boca, fijado allí con un dispositivo que rodeaba su cabeza.

Respiró profundo viéndola inmóvil y ausente, encontrándose con la tristeza que la había acompañado todo ese tiempo y le preguntó:

—¿Dónde estás?

Hablar se volvía cada vez más difícil, era como decirle palabras a una muñeca de la cual solo puedes imaginar su voz contestándote, lo que no la hace real. Tan solo una muñeca y tú, una loca con demasiada imaginación.

—Estoy más que segura que amas la Navidad y te pones intensa con los regalos y los paquetes y… —frenó sus palabras—… pudimos hacerlo todo juntas, aunque a mí… no me importe mucho la fecha. Yo habría estado contigo cada segundo.

Inconscientemente apretó su mano con la de Lena, un poco más fuerte de lo que debería. Trataba de controlar sus lágrimas, pero no lo consiguió.

—Hoy fui a una tienda de cosas viejas… de «segunda mano”, como tú la llamarías. Había muchos discos de vinilo, encontré uno que… me recuerda tanto a ti —Yulia sacó su teléfono celular de su bolsillo con su mano libre, verificando que le quedaban no más de diez minutos en la habitación. Deslizó su dedo por la pantalla y colocó la aplicación de música, buscando una canción en particular.

Bajó el volumen al mínimo para evitar llamar la atención de las enfermeras y presionó el botón de reproducir.

«You know in all of the time that we've shared.
“I've never been so scared.
“Doll me up in my bad luck.
“I'll meet you there”
.

Yulia cantó en voz baja mientras sonaba, acariciando con cariño la mano que había atrapado y no soltaría hasta el último segundo.

—¿Recuerdas ese día en el Café? —le preguntó, deteniendo la pista al final— Fue la primera vez que jugué con ustedes a las canciones. Andrei ganó y me dejó poner la música que yo quisiera y recuerdo que Daryna y Nat me contaron que era tu banda favorita. Te veías tan linda cuando molías el café en las mañanas y ese día cantaste esta canción, cuando estábamos solas, tú y yo —Soltó una risita llena de nostalgia— No pude resistirme y elegí otro álbum de los Foo Fighters para que siguieras bailando hasta que sea la hora de abrir la puerta y tengas que correr de un lado a otro —Se quedó con la sonrisa marcada hasta que, nuevamente, al verla tan impasible decayó en el desconsuelo y susurró con pesar—… Te extraño… te extraño tanto.

Sin anticiparlo sintió un pequeño movimiento en su mano. Inmediatamente su corazón se congeló. Un segundo después dudó de lo que acababa de sentir, sus nervios la invadieron por completo y se le puso la piel de gallina.

—¿Lena?

Por un rato no hubo reacción. Ella continuó completamente inmóvil, sin saber qué hacer. Pronto tendría que irse y no tenía idea de si podría hacerlo. No después de…

—¡Oh, por Dios! —los dedos de la pelirroja, lentamente, iban doblándose correspondiendo el apretón que Yulia le había dado cuando juntó sus manos.

Su garganta comenzó a hacer sonidos guturales con un ligero movimiento de su cabeza.

Yulia se espabiló con un sobresalto. Tenía en el pecho una sensación desconocida e inquietante.

¡¿Cómo la ayudaba?!

Buscó con la mirada alrededor de la camilla y encontró un control con un botón rojo que imaginó sería el que llamaba a enfermería. No pensó en las consecuencias de que la descubrieran y comenzó a apretarlo sin detenerse.

Media docena de enfermeros entró violentamente por la puerta de la habitación, asistiendo de inmediato a la chica que parecía estarse atorando con la sonda que tenía en la boca. De la misma manera urgente entró la doctora que se encontraba en ese momento encargada del piso, dándole una mirada de reproche a la morena que conocía tan bien.

—Doctora Kuzma, yo…

Si Yulia se hubiese quedado callada, nadie se hubiera percatado siquiera de que seguía allí sosteniendo la mano de su novia. Pasó de encontrarse en perfecta clandestinidad a ser el punto de atención de todos los que estaban presentes en la sala.

—Lena —la llamó la mujer, desviando nuevamente el interés hacia la paciente— Soy la doctora Kuzma, estás internada en el hospital —le dijo mirándola fijamente para que la chica se concentrara en sus palabras— Voy a remover el tubo respiratorio, no te muevas, por favor.

Lena no la entendió y comenzó a desesperarse por no respirar adecuadamente.

—Tranquila, ya está —le dijo poniendo la manguera transparente que estaba marcada con un hilo de sangre en el extremo. Tan pronto como la soltó quiso obligarlas a soltar el agarre para poder tomar sus signos vitales en la muñeca libre de catéter, pero la pelirroja se negó.

Sus movimientos y protestas eran débiles. Si la doctora hubiese querido, habría podido remover la mano de Yulia sin problemas, pero Lena le dio una mirada fuerte, la más enérgica que pudo.

La mujer tomó la otra mano y comprobó que su pulso sea normal. Sacó una linterna diminuta de su bolsillo y le pidió que siguiera la luz. Lena lo hizo sin problema, cansada, pero respondía a las órdenes positivamente.

—Gracias chicos, por favor, déjennos a solas y llamen a sus familiares.

Lo primero que la mujer hizo, al escuchar la puerta cerrarse, fue reclamar la imprudencia de la chica que todavía se mantenía agarrada por las yemas de los dedos de su novia.

—Esto, no solo puede ponerte en peligro a ti, sino al hospital entero, a mí —protestó en voz baja, pero de manera firme y muy enfadada— Sonya Katina es una persona que no soportará descubrir que entraste aquí sin su autorización.

—Lo siento, tenía que verla.

Lena contemplaba el intercambio sin hacer acto de presencia, trataba de consolar a Yulia con sus cortos movimientos. La pelinegra sintió la acción y regresó a verla, sonriéndole sin importarle nada de lo que le estaban diciendo.

Estaba despierta, estaba bien, aparentemente, y ella… no podía más de la emoción.

—Lena, hija, Yulia tiene que irse y sé que no quieres eso, pero si se queda estará en muchos problemas.

La paciente pareció entender e intentó darle un fuerte apretón que casi no se sintió. La soltó, mirándola a los ojos y parpadeando suavemente un mensaje. Ella estaría bien. Era hora de irse.

—No sé como, pero volveré, vendré por ti, lo juro.

—Ya vete —dijo la doctora— Toma la escalera y desaparece —Le abrió la puerta de la habitación y le hizo señas para que saliera— Dile a mi hijo que no verá la luz del día hasta la graduación.

Yulia estaba casi afuera del cuarto, cuando frenó por un instante, giró apenas para verla, volvió sus pasos y depositó un beso cortísimo en sus labios.

—Te amo —con otro más se despidió y salió corriendo, directo hacia las gradas y afuera por la puerta de personal.
________________________________________

Nos leemos mañana con el final!!!
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Mensaje por Fati20 6/12/2021, 9:51 pm

Hay q tiernas a pesar de todo su amor es tan fuerte 😍
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Mensaje por katina4ever 6/13/2021, 12:25 am

Aaaaaaaah!!!!! Mira que te encanta dejarme mordiendo las uñaaaas solo de nervios!! Espero con ansias el final, una lk da y bella conclusión
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Mensaje por RAINBOW.XANDER 6/13/2021, 8:04 pm

Holaaaa!!! Feliz domingo!!!

Subo este y vuelvo... Sorry, estoy algo ajetreada hoy



Capítulo 46: Noticias
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Yulia dio un salto al escuchar una voz dirigirse a ella al entrar a su casa esa noche de lunes.

—¿Dónde estabas? —le preguntó su padre desde el sofá de la sala. Su tranquilidad era palpable a pesar de la situación. Tenía la mirada relajada, totalmente despreocupado. Se mantuvo así, cruzado de piernas y sosteniendo el periódico de la mañana en sus manos; uno de los pocos gustos que se permitía antes de cenar.

—¡Papá, ¿qué demonios?! Me asustaste —replicó ella sin responder.

—¿Dónde? —insistió, conservando la calma.

—Salí con Inna por el proyecto de Navidad.

—¿Comprarle un regalo te tomó cuatro horas? Son las siete de la noche.

—Amm, Inna no sabe decidirse…

—Ajá —respondió incrédulo, poniéndose de pie. No despegó la mirada que le dirigía a su hija mientras dejaba el periódico doblado sobre la mesa y se abotonaba el primer botón de la chaqueta de su terno — Ven conmigo —dijo dirigiéndose a la puerta— Iremos por un café.

La actitud del hombre que tenía en frente, sosteniendo la puerta para que ella saliera de casa, la inquietaba. Lo más común entre ambos era terminar cualquier diferencia a gritos, con portazos y berrinches. Se podía decir que el «buen carácter» que todos le atribuían a la pelinegra lo tenía grabado en los genes. Dio media vuelta y dio los pasos necesarios para llegar a la entrada, alzó la mirada a su progenitor por un segundo y siguió caminando. Definitivamente era extraño.

El camino a la cafetería se les hizo demasiado largo. Ambos decidieron guardar silencio e iban acompañados únicamente por las suaves melodías de la estación de radio que tenía seleccionada.

Aparcó el auto frente al Magic Box Café y se quitó el cinturón de seguridad, esperando a que su hija hiciera lo mismo y se bajara.

—¿Quieres tomar un café aquí? —le preguntó ella sorprendida.

—Pensé que te encantaba este lugar. Además, me gustaría que estuvieras cómoda mientras hablamos.

Más inquietud le recorrió el cuerpo. ¿Qué podía ser tan importante para que su papá estuviera dispuesto a tomar tantas medidas para decírselo?

—No creo que sea una buena idea, papá. Nya me odia y este es su Café.

—Se me hace difícil creer que alguien te odie, hija. Pero si prefieres podemos comprarlos e ir a caminar al parque.

—¿A esta hora? —Yulia no lograba entender las intenciones de su padre o su lógica. ¿Desde cuándo ellos comparten ese tipo de momentos?— Podríamos conversar aquí en el auto, si quieres. ¿O de verdad querías un café? —le preguntó con una genuina curiosidad.

El hombre la miró por unos segundos y volvió a ponerse el cinturón, encendiendo el auto.

—Ya sé a dónde podemos ir. Aunque no estoy seguro de si todavía te sientas cómoda allí.

Otros veinte minutos pasaron en silencio hasta llegar al nuevo destino. Era un restaurante familiar especialista en hamburguesas. Su nombre le era muy familiar, era su lugar favorito cuando era niña.

—Ya no como hamburguesas, papá —le informó, encontrándose con una risa sincera y burlona de su padre— ¡Ya no tanto como antes! —insistió queriendo aparentar enojo, pero el buen humor de su padre empezaba a contagiarla.

—Puedes pedir unas papas fritas y una malteada de esas que te encantaban… ¡Vamos! —le respondió él, emocionado. Dio vuelta al vehículo, encontrándose con su hija en el camino a la entrada y puso su brazo alrededor de sus hombros. Todo era realmente extraño.

—Deme un perro caliente con salsa chilli y un jugo de naranja, por favor —dijo cerrando la carta.

—A mí una hamburguesa simple, «sin nada», con doble queso —le pidió Yulia a la confundida mesera. Esperó por unos segundos, mirándola fijamente y entendió que la chica no la había comprendido—… ¡Ya sabes! Una sola carne, sin salsa kétchup, sin mayonesa, sin mostaza, sin lechuga, sin cebolla, sin tomate, sin pickles, sin tocino…

—¿Sin pan? —bromeó el mayor.

—¡Con-pan!, y con doble queso… Ah, y una malteada de chocolate.

La chica anotó todas las cosas que no quería y cerró su libreta, retirándose con las cartas para buscar sus bebidas y entregar la orden en la cocina.

—Debí pedir triple queso… —La chica divagó por un segundo.

—¿Recuerdas cuando eras pequeña y solías ordenar la hamburguesa en pan de hotdog?

Sí, lo recordaba muy bien. Y también que tenía que tener doble queso, además de papas extra grandes y dos popotes en su copa.

—Fueron buenos tiempos, ¿no? —le preguntó el hombre todavía con una amplia sonrisa en la cara que simplemente no podía descifrar.

—Papá, ¿vas a decirme para qué me trajiste aquí?

El hombre no borró tan fácil su felicidad del rostro, pero sí cambió la seriedad de su tono.

—Yulia, quería hablar contigo acerca de varias cosas, más que nada de tu relación con Lena.

La chica instintivamente se cruzó de brazos y se arrimó con rechazo en el respaldar de la silla. No deseaba escuchar una vez más el sermón de: «Lena no te conviene», «tendrá su problema toda la vida», «es momento que pienses en ti». Lo había oído repetidas veces durante los pasados nueve días.

—Tú mamá y yo hemos hablado ampliamente sobre el tema.

—Ajá, ya lo sé. También que no quieren que me acerque a ella.

Claramente su padre entendió que no había iniciado la conversación de la forma más adecuada y prefirió desviar el punto por un momento, después volvería a él, cuando Yulia tenga el panorama más amplio.

—Empecemos por aquí —sugirió el hombre, sacando un sobre del bolsillo interior de su chaqueta y alcanzándoselo por encima de la mesa.

Yulia lo miró por un instante. Era pulcro, blanco, con una única franja de color violeta en el borde inferior. La reconoció de inmediato junto con el logotipo que tenía impreso. Era un sobre de la Universidad de San Petersburgo.

Le tomó milésimas de segundo hacerse una idea de lo que tenía adentro. Era un rechazo a la solicitud que había enviado a finales del anterior año escolar, de lo contrario ese sobre sería un paquete con folletos de las facultades y carreras, de los dormitorios, de las actividades extra curriculares, no un simple papel.

—¡Vamos, ábrelo! —insistió su padre.

—No, ya sé que dice. No voy a abrirlo —dijo sin moverse, molesta, decepcionada— ¿Es esto por lo que me trajiste aquí? Porque, si lo es, podemos irnos. No necesito una comida de consuelo.

Su padre reconoció en su voz, tintes finos de enojo y frustración, y decidió hacerle las cosas más fáciles.

—¿Te ayudaría saber que este «pequeño» sobre vino junto a un gran paquete?

La pelinegra movió únicamente sus globos oculares, ni un milímetro más, observando fijamente a su padre asentir con una sincera sonrisa grabada en el rostro.

Vacilando acercó su mano y tomó el sobre, rompiéndolo por un lado. Comenzó a leer casi aguantando la respiración.

Sus duros gestos cambiaban con el pasar de las líneas, terminando con una gran satisfacción al concluirla.

—Entré —mencionó aliviada, acumulando su emoción— ¡Entré, papá, entré! —Exclamó finalmente, alegre.

El hombre lamentó por un segundo que su ex esposa no estuviese allí para ver la felicidad en la cara de su hija. Desde que entró al colegio había insistido en que esa era su Universidad, la única a la que quería ir.

—Y aquí viene lo duro —Su padre dijo, volviendo al punto inicial— No podrás ir — Tres palabras que congelaron sus acciones.

"No podrás ir", repitió en su cabeza, "¿Pero? Tiene que haber un pero, ¿no? O una razón, un porqué".

Si era por el dinero ella podría idearse la manera de costearla; trabajar, sacar un préstamo o una beca, seguro se lo darían, conocía de algunos programas interesados en financiar a estudiantes de escritura creativa que era la carrera que deseaba seguir, algo se podría hacer.

—¿Por qué no? —preguntó después de darle algunas vueltas a esa sentencia. Para encontrar la solución, necesitaba saber la causa.

—Yulia, nos has dicho durante esta última semana y media que, no importa lo que tu mamá y yo digamos, o lo que quiera Nya o la terapeuta… lo que sea, Lena y tú son novias y punto. ¿Es, o no es así? —El hombre tenía razón.

—Sí, papá, ¿pero qué tiene que ver Lena con…? —Frenó su creciente reclamo cuando se dio cuenta de lo que su papá quería decirle. La Universidad de San Petersburgo estaba al otro lado de la ciudad y, su novia, en la camilla de un hospital, supuestamente aún en coma.

"Al otro lado de la ciudad… Jamás dejarán que Lena viaje al otro lado de la ciudad", pensaba y no se equivocaba. La pecosa no saldría de Moscú hasta que estuviese mayormente recuperada, era lo más recomendable y con este tipo de desorden era imposible de predecir cuánto tiempo requería para lograrlo. Había que ser realistas.

—Este es tu sueño, Yulia… y antes de que pienses que es un chantaje para que decidas alejarte de Lena, te comunico que tu mamá y yo hemos decidido apoyarte completamente en tu relación.

Lo que debía sentirse como un alivio se convirtió en una bomba que no le sentó nada bien. Completo apoyo significaba un: «puedes estar con Lena». Puedes estar con Lena significaba un: «debes quedarte en Moscú».

"… pero, no viajaré a San Petersburgo. Perfecto, simplemente perfecto".

—Agatha tenía razón cuando dijo que nos estábamos comportando de manera muy hipócrita contigo y tu pareja. Estábamos sobre protegiéndote, como si eso fuera nuestra única opción y no es así.

Yulia se sentía más contrariada con el pasar de los segundos y volvió a concentrarse en leer la carta que resaltaba con su cabecera violeta: «Nos complace anunciar que ha sido aceptada anticipadamente la Universidad de San Petersburgo […]».

—Papá… —Quiso hablar, pero calló el resto de sus dudas con bastante pena.

—Esto que tienes en las manos, justo ahora, es un logro por el que has luchado años, algo que deseabas con toda el alma, pero hija… no es el final.

Se sentía como tal, como si estuviese obligada a renunciar a todos sus sueños o a su novia. Y no importaba qué decidiera, cualquiera de las dos, era la opción incorrecta. Nada estaba bien.

—Puedes aplicar a la Universidad de Ekaterimburgo. No tienen un mal programa, es la…

—Segunda del país, lo sé.

La primera era San Petersburgo.

¿Por qué todo tenía que haber sucedido el mismo día? ¿No bastaba con que Lena despierte y poder estar feliz por eso? Ahora tenía la carta que había esperado recibir desde que decidió qué hacer con su vida y ambas felicidades se anulaban mutuamente.

—Yo tenía el sueño de viajar a Bélgorod —Su padre le comentó, intentando darle ánimos— Fui aceptado temprano por la facultad de leyes. Tu mamá también, más ella iría a la Universidad de Kazan.

—Pero se quedaron aquí…, por mí— La chica se lamentó, entendiendo por primera vez el sacrificio que sus padres habían hecho, uno de tantos, uno que ahora le tocaba hacer personalmente.

—Ya te lo dije, no es el fin. Es un cambio, nada más.

Yulia se quedó pensativa por varios minutos. Las bebidas llegaron y ella se terminó media malteada antes de pronunciar una palabra.

—¿Crees que… Lena se recupere hasta julio? —preguntó pensando que debía ser la peor novia por considerarlo.

—No, hija —confesó sin titubear, ratificando lo que ella presentía también— No es una decisión fácil, lo sé. Pero es una que debes tomar… pensando en ella, quizá… antes que en ti.

Por primera vez su papá aceptaba que Lena era importante en su vida y merecía consideración. La situación era delicada y ella lo sabía. Luchó por que sus papás entendieran, por días, con lágrimas, con gritos. Por supuesto que, bajo las circunstancias, no se sentía nada bien tener finalmente la razón.

—Si eliges San Petersburgo, le harás mucho daño a Lena con una relación a distancia. Ella no está en condiciones para manejar la inestabilidad que ésta trae. Podría decaer fácilmente y lo sabes. Es un riesgo que debes calcular. Ella «es» tu novia.

Odiaba que su papá tuviese razón en este caso, pero debía aceptarlo. Lo que decía, tenía todo el sentido del mundo. Poner a Lena bajo el estrés de luchar por su relación desde tan lejos, solo la perjudicaría en su recuperación. Si decidía irse, sería mejor terminar.

—¿Y qué quieren ustedes? —le preguntó Yulia, ya sin ánimo. Se sentía físicamente mal con tan solo pensar.

—¿Nosotros? Verte feliz. Eso es todo lo que un padre realmente quiere de sus hijos.

—Claro, por eso tanto castigo y prohibición últimamente. Entiendo.

—Yulia, yo… me he equivocado mucho contigo. Sé que pude ser un mejor papá… No, debí serlo… yo…

Oleg peleaba con sus palabras, lo que era muy inusual en él. Siempre se distinguía por su coherencia, más esta vez sus nervios se llevaron lejos su facilidad de expresarse.

—Tengo miedo de… —Respiró ampliamente, sintiéndose incapaz de decir lo que tenía en la punta de la lengua—… de ser un mal padre… de repetir los errores que mis propios padres cometieron conmigo… de seguir fallándoles a ti y a… —paró de hablar, tal vez no era un buen momento de revelar ese último detalle que quería discutir con su hija esa noche.

Ella lo miró agobiado, la felicidad que tenía al llegar al restaurante había desaparecido.

—Entonces es verdad. ¿Tendremos un nuevo troll en casa?

Su papá, que llevaba minutos abatido por sus temores y arrepentimientos, volvió la vista a su hija y sonrió por el comentario que había hecho de manera tan simple.

—¿Desde cuándo lo sabes?

—Agatha ha pasado muy indispuesta últimamente. El lunes, después de la comisaría, vino a hablar conmigo en mi alcoba y cuando se levantó del piso, tuvo un fuerte mareo. Pasó la siguiente media hora en el baño devolviendo todo su estómago —explicó la chica— Además, ha pasado defendiéndome toda la semana. Creo que siente que rechazaré al bebé si no lo hace o que debe ganarse mi cariño de alguna forma, ¿qué se yo?

—No es así —la corrigió de inmediato su padre—, el problema no es contigo, es conmigo. Con como ella espera que sea el papá de su bebé.

—También es tú bebé, no lo olvides.

—En eso tienes razón —Sonrió— Sin embargo, Agatha me ha visto con ustedes. Sabe que me es más fácil tratar con Viktor, pero contigo las cosas son diferentes. Ella dice que cuando estamos juntos yo me convierto en un témpano de hielo…

—Eres un buen papá —afirmó ella, interrumpiéndolo—, digamos que yo no soy un angelito. Soy difícil, explosiva, terca, aún así, eres un buen papá… y no eres frío, tan solo un tanto enérgico… a veces demasiado.

Oleg no supo como contestar esas palabras. Analizando años de relación con su hija, se había dado cuenta de que, su actual esposa, no se equivocaba en muchas de las aseveraciones que hacía. Más ahí estaba ella, sonriéndole sinceramente, confortándolo. Se sintió un poco mejor.

La comida llegó para interrumpir el momento Kodak de la familia Volkov y ambos se ocuparon lo suficiente por los siguientes veinte minutos como para continuar la seria conversación. Cuando finalmente salieron del restaurante para dirigirse a casa, Oleg le preguntó: ¿cómo había visto a la pelirroja esa tarde?

—Emm, papá, Inna no es pelirroja, su cabello es casta...

—¿Sabes, hija? A veces me pregunto por qué piensas que tu mamá y yo somos tan ingenuos. ¿Te hemos dado razón de creer que puedes engañarnos? —reclamó el hombre entrando al auto, divertido por la cara aterrada que su hija había puesto en ese momento— Charlotte llamó unos minutos antes de que llegaras a casa, a contarnos que Lena había despertado y que escuchó a unas enfermeras decir que una linda chica de cabello negro y ojos muy claros, vestida de enfermera, estuvo presente en la habitación justo en el preciso instante que ocurrió «el milagro».

—Tu sarcasmo me lastima, papá —le respondió la chica, hecha la graciosa después de ver que su padre reía con la anécdota.

—Y a mí me lastima tu falta de confianza… y obediencia —recalcó y volvió a la pregunta con genuino interés— ¿Cómo está, Lena?

—No lo sé. Casi no pude verla, me apretó la mano y quería que me quedara, pero Nya…

—No te preocupes por ella. Tú madre y yo hablaremos con ambas de sus tías mañana cuando las cosas se tranquilicen. Por el momento será mejor que les des un tiempo y que aproveches para pensar qué hacer.

Yulia acordó darle un espacio a la familia Katina y hacer justo lo que su padre le pedía, debía analizar los pros y los contras, más que nada decidir cómo se sentía.

Fueron a casa e intentó dormir, realmente lo intentó —por días—, fallando estrepitosamente. Tenía demasiados conflictos que resolver en su mente antes de conseguirlo.

Esa misma noche, en el otro lado de la cuidad, la familia de Lena se reunió afuera de su habitación deseando verla. Querían asegurarse de que todo estuviera bien, de que su pequeña no haya sufrido un daño permanente por la falta de oxígeno al desmayarse, cuando su corazón cedió.

El doctor les dio las buenas noticias. Lena estaba consciente y en buen ánimo. Aún así, Nya dudó en comunicarle su decisión hasta que estuviese más estable, no quería desatar otra crisis y ya tenía suficiente con armar un caso fuerte que presentarle al juez.

Dos días atrás, se le había acercado su hermano en la sala de espera. Le entregó un sobre con la solicitud legal que firmaría la mañana siguiente en el juzgado de menores, pidiendo una intervención legal.

Sergey sabía que su caso era muy pobre, sus amigos abogados le habían comunicado que, por los problemas que tuvo con su hija hace unos meses, no le devolverían la custodia bajo ninguna circunstancia. La única posibilidad de ayudarla era pidiendo la decisión de un juez que ordene a Nya a desistir de sus acciones. No sería fácil, pero debía intentarlo. Había hablado con Gayle, además de buscar una segunda y tercera opinión en diferentes centros especializados, llegando a la misma conclusión que su cuñada. Las medidas que planeaba imponer su hermana eran las equivocadas.

—¿Charlotte te convenció de esto? —dijo la mujer en tono suave, guardando el documento en el sobre nuevamente y lo colocó con calma sobre la mesa.

—Me convencí después de leer el expediente de Lena y de hablar con sus médicos.

—¿No te preocupa que tu hija muera? —Regresó a verlo con pena. Ambos esperaban en ese sillón a que finalmente llegara el doctor encargado del caso para trasladar a Lena a una habitación ordinaria. Había pasado siete días en el área de cuidados intensivos y sus signos eran normales. Médicamente, no había nada más que se pudiera hacer. Ahora dependía de ella el despertar o no— Sergey, ni siquiera sabemos si regresará a nosotros.

Nya lucía y se sentía completamente vencida. Su conciencia la abatía. Ya no era la mujer que hace un par de días había peleado a gritos con su esposa, desesperada por hacer algo, cualquier cosa que la hiciera sentir útil.

—No voy a pelear contigo por esto, no es la intensión —le informó su hermano— Sé que piensas que internarla es lo mejor. Déjame demostrarte lo contrario.

—El juez podría darme la razón.

—Y, si es así, lo aceptaré y te apoyaré, como también lo hará Charlotte —dijo el hombre, aceptando las condiciones. Era eso o causar un alboroto legal que nada positivo le traería a su hija— Tú y nosotros tenemos opiniones diferentes, eso es todo. Tan solo velamos por la salud de Lena.

La pelirroja volvió la vista al ingreso del área restringida, perdiéndose unos segundos en el vaivén de la puerta que los separaba de la chica en cuestión y, extrañamente, sintió un repentino alivio. Su hermano mostraba un genuino interés y preocupación. Lo había hecho todos esos días desde que Lena se desmayó. Las sesiones privadas con Gayle y con su psicólogo personal durante los pasados dos meses habían dado buenos resultados. Él ya no era el hombre frío que un día sacó a su hija de su casa.

—Está bien… lo decidiremos así.

Al siguiente día, Sergey presentó la solicitud y le dieron la fecha más cercana posible, el 24 de diciembre en la tarde, justo antes de interrumpir actividades en el juzgado por las fiestas de fin de año.

—Lena, han pasado varios días, por favor —insistía Nya con su sobrina, quien continuaba dándole la espalda, acostada en la camilla.

Un día después de regresar de su coma, su tía le informó que al salir del hospital iría directo a la clínica de desórdenes alimenticios. Fue la peor noticia que Lena pudo recibir y, aunque Charlotte le explicó que la última palabra la tenía el juez, ella decidió dejar de hablarle.

—Comprende, amor, solo trato de cuidarte.

La mujer entendía perfectamente la actitud sombría que su sobrina tenía marcada en la postura de su cuerpo y el rechazo que debía sentir.

Lena simplemente no entendía sus razones. Ella no había hecho nada para poner en riesgo su salud, no en ese último tiempo. Lo que pasó ese domingo había sido un accidente. Después de todo el esfuerzo que había puesto en reponerse —obligándose a comer, a no purgar, a estudiar y estar al tope en todo— la admitirían como premio en la clínica de la que intentó con todas sus fuerzas escapar. No tenía sentido.

—Algún día vas a tener que volver a hablarme.

Lena cerró los ojos con fuerza, apretando los puños, estrujando sus sábanas con ira, tratando de contener esas lágrimas que bordeaban sus ojos.

—Debo irme, pero pase lo que pase en la audiencia de hoy, espero que, algún día, llegues a entender —dijo la mujer, esperando una respuesta; una queja que nunca llegó. Le dio una mirada y caminó alrededor de la camilla para intentar ofrecerle un cariño antes de partir. Lena se percató de sus intenciones y giró groseramente, rechazando todo avance.

—Regresaré pronto con Charlotte. Abriremos un par de regalos o podríamos ver una película… —dijo Nya, encontrándose con más silencio. Extendió su mano, acercándose con cuidado a su hombro para despedirse con una caricia, pero al último segundo se detuvo. Un corto sollozo la paralizó. Se llevó su mano rápidamente al pecho, permaneciendo inmóvil por un tiempo, convenciéndose de que lo que estaba por hacer era lo correcto. Exhaló sin saber qué más hacer y apresuró sus pasos para salir de la habitación.

La fecha no invitaba a tener una reunión tan seria y delicada. No se sentía un espíritu especial, a pesar de que las calles estaban bellamente decoradas y el aire tenía un ligero aroma palo santo y papel de regalo.

Esta siempre fue una celebración importante para la familia Katin. Todos los años se hacía un esfuerzo sobrenatural para pasarla juntos. Abuelos, tíos, tías, primos, por lo menos, la noche del veinticuatro.

Ambas mujeres compartían tantos recuerdos de cuando Lena era apenas una niña y adornaban juntas el árbol de la casa de sus padres. Al terminar iban por una taza de chocolate caliente y cantaban villancicos frente al pequeño pesebre que decoraban a un lado de la escalera. Esperando con ansias el toque de la media noche para abrir un regalo especial e ir a dormir. Este año no sería así.

—He leído el expediente de la señorita Katina —mencionó el hombre de mediana edad que precedía la sala. Estaba sentado a la cabecera de una larga mesa de reuniones en la corte de menores. Al ser una audiencia privada y amistosa prefirió ese ambiente a una sala de justicia— Leo que despertó hace cuatro días, está estable y lista para ir a casa —dijo, terminando de ojear los papeles que tenía en la mano antes de dejarlos sobre la mesa y entrelazar sus dedos, esperando una respuesta a su inexistente pregunta por parte de alguno de los presentes.

—Tiene una ligera arritmia que debe ser monitoreada —se justificó Nya.

—Puede hacerse desde casa. Por lo que entiendo, el doctor encargado recomendó el alta hace dos días.

—Creo que hasta que esté estable es mejor que permanezca bajo el cuidado de especialistas.

El hombre apretó los labios entendiendo la reacción de la demandada y continuó con la interrogación.

—Doctora Donovan, usted qué recomienda en este caso. Ha sido la terapeuta de la señorita Katina por varios meses.

—Su señoría, es mi opinión profesional, lo más indicado es que Lena regrese a su vida cotidiana, a la escuela, a su casa. Ella muestra una gran mejoría y tiene el ánimo para continuar, algo que no es común en este tipo de desorden. Lena, desde el inicio, ha sido muy responsable.

—Sin embargo llegó al punto en que necesitó ser admitida en la clínica que discutimos hoy —evidenció el juez.

—Como en toda recuperación, existen bajas. Aquella vez se la internó con un claro propósito, asustarla, y funcionó.

—Lena le tiene pavor a ese lugar —acotó la pelirroja— Por días después de que llegó a casa, semanas, despertaba con pesadillas, pidiendo entre sueños que la sacaran de allí.

—No es la mejor opción por ahora, sería un detrimento —repitió Gayle.

El juez dedicó unos segundos a ver el rostro de cada uno de los presentes, todos notablemente decaídos. Respiró hondo y tomó las fotos de Lena que se encontraban en su expediente. Una en su más bajo peso y otra en su peso actual.

—En esta ocasión estoy de acuerdo con su evaluación, doctora —ratificó el juez, volviendo su vista hacia la mujer que llevaba varios minutos con la mirada baja— Señora Katina, he precedido muchísimas audiencias en las que he tenido que tomar decisiones extremas en favor de la salud de un paciente. Muchas de ellas por chicos y chicas con desórdenes alimenticios a los cuales no les queda otra opción que ser intervenidos, forzándolos a tener una sonda gástrica por donde obligarlos a recibir alimento. Chicos que podrían, literalmente, morir si no se toma esta medida. Este no es uno de esos casos.

—Su señoría, yo… entiendo que Lena no está en el extremo y es por eso que debo internarla. No quiero que llegue tan lejos, que se hunda en esta enfermedad.

—Me hubiera gustado tenerla aquí, verla, sentir su ánimo, escucharla…

—Mi hija no quiere esto su señoría y yo entiendo a mi hermana, no quiero que mi hija sufra tampoco, que esté en peligro, pero nunca se recuperará si no la dejamos, si seguimos forzándola a concentrarse únicamente en esto.

—Aún con su opinión, detective Katin, yo quisiera verla, hablarle, entenderla.

—¿Podríamos agendar otra audiencia? —preguntó Charlotte desde el otro lado de la mesa.

—Creo que será lo mejor —afirmó el juez— Tendrá que ser pasadas las fiestas. Mientras tanto, hay que decidir qué hacer con su estado actual —Volvió a los documentos que tenía en frente y encontró la nota del doctor a cargo en el hospital— Aquí dice que la arritmia está controlada con drogas que deberían ser suspendidas en dos días si su condición se mantiene estable —Dejó los papeles y comenzó a apuntar en su informe— Creo que, en este punto en particular, voy a acceder a darle a la señora Katina el beneficio de la duda. La mantendremos internada en el hospital hasta que se realicen los exámenes correspondientes y Lena esté completamente fuera de peligro con respecto a su condición del corazón.

Nya apretó los párpados soltando un suspiro con gran alivio. Algo era algo.

—Fijaremos una cita con la menor el 2 de enero a las diez de la mañana. Mientras tanto, señora Katina, si el doctor le da el alta, usted está obligada a llevarla a su casa, «sin presionarla con la posibilidad de que será internada nuevamente» —aclaró enérgicamente el juez— Y, por favor, medite su decisión, concilie sus miedos. Es normal tener aprensión después de vivir un susto tan grande como el que acaban de pasar. Sin embargo, todo indica que la señorita Katina está en buen camino. Esta medida podría ser muy perjudicial para su recuperación. Piénselo.

Después de dictar la orden y encargar al secretario de la sala que programe la nueva audiencia, se despidió deseándoles felices fiestas.

Por lo pronto, Nya y Charlotte regresarían a casa a recoger algunos regalos para llevarlos al hospital. Sergey, en cambio, se encontraría con Katya antes de alcanzarlas. La hora de visitas terminaría en unas horas y querían pasarlas junto a Lena.

Ella por el contrario no deseaba pasar la víspera de Navidad con nadie.

—Te ves muy bien —le dijo el doctor que entró a revisarla— ¿Estás lista para una linda velada? Las enfermeras aquí cantan villancicos y reparten un pequeño regalo a los pacientes.

—A decir verdad, no quiero hacer nada hoy. Estoy cansada y preferiría dormir temprano.

—Te es difícil encontrar espíritu navideño aquí, eh, lo entiendo.

—Es solo que, este año, no tengo nada que festejar.

El médico se extrañó de verla en tan pobre ánimo y sacó de su bolsillo una paleta de caramelo de regalo. Le aseguró que le explicaría a su familia de su deseo de descansar y se despidió cerrando la puerta tras él. Con pena les pidió a las enfermeras que no la incluyeran en su ritual, sería mejor si reservaban su regalo para la mañana. Esperaba que con una noche tranquila, despertara menos agobiada.

—Acaba de llamar el doctor, Lena no quiere vernos hoy —dijo Nya sentándose vencida en el sillón de su sala. Soltando los regalos que tenía en las manos sobre el asiento contiguo— ¿Qué hacemos?

—Dios, yo preferiría no dejarla sola, pero tampoco quiero indisponerla más. Ha pasado llorando desde que despertó —respondió Charlotte saliendo de la cocina con un postre que había preparado para festejar la fecha. Lo dejó en la mesa del comedor y se encaminó a la sala— Siento que no es solo esto lo que la está afectando, ¿sabes?

Nya también lo había notado. Pensaba que debía ser algo relacionado con la ausencia de su novia durante esos días, pero no podía confirmar nada. Lena se negaba a dirigirle la palabra.

—Iba a quedarme hoy con ella. Esperaba que por ser víspera de Navidad pudiera perdonarme, hablarme sobre lo que le angustia…

—Lo hará, a su tiempo —Suspiró la rubia, sentándose en el apoyabrazos del sillón, ofreciéndole un suave masaje a su esposa— Démosle espacio esta noche. Piensa en lo que dijo el juez y mañana trata de hablar con ella.

—Me habría gustado darle un presente hoy, algo especial, como cuando era chica y ponía esa sonrisa enorme… Extraño tanto su sonrisa.

—Aún puedes hacerlo —dijo Charlotte, levantándose para buscar su teléfono— Tengo una idea que podríamos intentar.
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EL CAFÉ // By: MookieRoo (ADAPTACIÓN A YULENA) - Página 5 Empty Re: EL CAFÉ // By: MookieRoo (ADAPTACIÓN A YULENA)

Mensaje por RAINBOW.XANDER 6/13/2021, 9:47 pm

Sorry, sorry!!! Conté mal y aún falta un capítulo!!!

Laughing Laughing Laughing



Capítulo 47: Sorpresas de Navidad
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No festejar Navidad se sentía como el perfecto lazo —pomposo y brillante— decorando el regalo que había sido este año.

Y sí, Lena estaba llevando sus decepciones al extremo, no todo había sido un desastre. Era solo que pasar la noche sola en un hospital no hacía mucho por su ánimo. Les había dado vuelta a las palabras de su tía, una y otra vez en su cabeza, sin encontrar un discurso que pudiera convencerla de cambiar su opinión, además de otra inquietud que se inmiscuía de cuanto en cuanto: Yulia, su ausencia y las novedades que había escuchado el día anterior.

En todo caso y dentro de lo que cabía en ese preciso momento, quería olvidarlo todo por unas horas y relajarse. Su único problema era la incomodidad que sentía con su almohada. No encontraba la manera de acomodarse y descansar.

Se sentó y dio de golpes intentando suavizarla. Volvió a tirarse sobre ella, pero nada. Dio media vuelta, se acomodó y no, estaba demasiado baja. La dobló en dos y tampoco, ahora estaba muy alta, el cuello le pasaría factura en la mañana. Cambió de posición una vez más y otra más y, finalmente, se quitó el estorbo y se cubrió la cara con ese objeto inútil que no la dejaba perderse en sus sueños.

Gritó… por un largo tiempo.

Cuando terminó su berrinche soltó la presión de la almohada y se descubrió la cara lanzándola lejos de su persona.

—¡Heeey! —Escuchó inesperadamente una voz que la hizo girar de inmediato en dirección a la puerta.

—¡Ahhh! —gritó la pecosa en la oscuridad, sentándose en un solo movimiento. No esperaba que alguien estuviese justo ahí, se suponía que el doctor pediría privacidad y estaría tranquila, más que nada, sola.

—¡Si no me quieres aquí me voy, pero no me saques a golpes!

—¡¿Yulia?!

—Jo, jo, jo… ¡jo! —exclamó claramente agraviada.

—¡Yulia! —Lena se precipitó a la mesa de luz y encendió la lámpara para asegurarse de que no estaba imaginando cosas. Al verla allí, bajó sus piernas de la camilla y se incorporó con rapidez, alcanzando el cuello de su novia un segundo más tarde.

—¡Feliz Navidad, Katina! —dijo la visitante acogiéndola en sus brazos. Llevaba su típico traje negro más una gorrita de Santa Claus que destacaba completamente su palidez — No me digas que esperabas que venga con traje de elfo, porque… no se puede ser tan sexy en un hospital —mencionó al ver como era admirada de pies a cabeza al romper el abrazo.

—Tú siempre eres sexy… —El rostro de la pelirroja había cambiado totalmente, sus pómulos realzaban su felicidad y marcaban aún más su sonrisa.

Yulia apareciendo de la nada absoluta, sí que era una sorpresa. No había escuchado de ella en días, ni siquiera le había enviado un mensaje desde que despertó.

—¡¿Qué haces aquí?! El tiempo de visitas terminó hace horas.

—Tus tías llamaron a mis padres, así que… tú y yo somos nuestros regalos de Navidad —Levantó su maleta unos centímetros del piso, dando a entender que se quedaría la noche.

—¡¿Hablas en serio?! —Parecía que a Lena le faltaban brazos para sujetarse de su cuello y labios para llenarla de besos— ¡Es genial, es genial, es genial!

—Me sorprende que Nya lo permitiera. Parece que se ha calmado mucho desde que despertaste —mencionó Yulia, dejando con una sola mano sus cosas en el armario de la habitación, la otra permanecía firmemente atajada por Lena— Cuando estabas en coma, nadie podía acercarse dos centímetros a tu habitación.

—Nya… —susurró su respuesta con enojo, sacudiendo la cabeza en su retirada a la camilla y soltó el agarre— ¡¿Sabías que quiere regresarme a la clínica?! —prosiguió su protesta con una clara mueca de insatisfacción.

—Me enteré, me lo contó papá. Habló con el tuyo hace unos días acerca de la audiencia de hoy —Yulia dijo, siguiendo sus pasos para sentarse a su lado.

—Hmm —La otra chica soltó un resoplido con la nariz. Esta confesión no ayudaba a las cosas. Su novia conocía los pormenores de su situación y aún así se había mantenido al margen. Eso sólo quería decir que, lo que había escuchado la tenía confundida o indecisa. Parecía el momento de hablarlo.

—Te quedaste muy callada, ¿estás bien?

—Sí. Solo… pensaba.

—Okey —aceptó Yulia, sintiéndose extraña por la bipolaridad del recibimiento, al principio tan alegre y ahora tan apagado. No habían pasado ni diez minutos y ya se percibía una fuerte tensión— ¿Sabes qué dijo el juez? —Siguió, tratando de normalizar la conversación.

—No, mis tías no regresaron después de su audiencia. Me imagino que me contarán mi suerte mañana… —le comentó, viendo un genuino asombro en su acompañante— No pongas esa cara, yo misma pedí que no lo hicieran.

—Es Navidad, pensé que querrías pasar con tu familia.

—Con todo esto de la audiencia… lo único que necesito saber es cuál lugar tengo que llamar hogar por los siguientes dos meses.

—¿No has hablado con tu tía sobre lo que quieres?

—Lo intenté cuando me lo contó, pero ya sabes cuan testaruda es.

—Por supuesto, se parece a la sobrina —dijo riendo, sin lograr recuperar la buena cara de su novia— Tema sensible. Okey, entendido —Mejor decidió cambiar de tema— Te ves bien.

—Gracias, me siento mejor.

—Eso es bueno… muy bueno de hecho.

Ninguna sabía exactamente qué decir a continuación. Lena lamentó que su encuentro haya sido precisamente esa noche, ya que, la conversación que tenían pendiente, se veía cada vez más cercana y lo que tenía que decir podría terminar tan mal como bien. Todo dependía de su compañera.

"Mejor aclararlo todo ahora. Valor Lena, vamos", se daba ánimos a ella misma antes de romper el silencio en el que se sumieron por varios segundos.

—Te he extrañado estos días —dijo en voz baja, sin ánimo de reclamar, aunque en los oídos de Yulia se escuchó tal cual— Nya mencionó que había hablado con tus padres el miércoles, aceptando que vinieras —Continuó, esperando que su novia dijera algo al respecto en cualquier momento, pero ella se mantuvo en silencio escuchándola— Esperaba verte por aquí ayer, o… tal vez que me envíes un mensaje, o… —Dejó sus palabras al ver que Yulia volvió su vista hasta sus piernas que colgaban de la camilla, estaba apenada— Olvídalo, no importa.

—Lo siento… —respondió la otra chica, sin saber cómo explicarle por qué se había alejado. Lo que no sabía es que Lena ya conocía la razón.

—Oksana vino ayer.

—Hmm… —Yulia largó un suspiro—, ¿y el resto de los chicos… vinieron con ella?

—No, ellos no. Mihail me escribió. Está a manos llenas con su abuela y dijo que me visitaría pasadas las fiestas.

—¿Y qué se cuenta Oksana?

—Cosas…

La forma como Lena dijo esa palabra, albergaba demasiados sentimientos. Oksana debió haber escuchado las noticias de alguna manera en la escuela, lo presentía. Varias personas la habían felicitado al enterarse, la mayoría de ellos maestros que habían escuchado los rumores de otros colegas. Probablemente la chica se lo comunicó sin intensión de crear un problema, pero era evidente, Lena sabía lo de la aceptación a la Universidad de San Petersburgo.

—¿Cómo… cuáles? —le preguntó de todas formas, tanteando el terreno. Evitaría a toda costa decir algo que creía innecesario, ella ya había tomado una decisión al respecto.

—Que le va bien con Aleksandr y que… —"Vamos Lena, dilo y ya. Sácalo a la luz. Es hora de hablar", pensó tomando aire— Que te escuchó hablar con Shapovalov acerca de tu carta de aceptación a SPU.

Muy lentamente y sin dejar de mirarla, Yulia acercó su mano hasta la de la pelirroja y la acarició suavemente.

—Quería contártelo, pero…

—… Tenías que pensar.

—No hay nada que pensar — la interrumpió Yulia de golpe, poniéndose a la defensiva sin darse cuenta— No iré, sé lo que quiero y…

—¡No, espera! No digas nada, déjame hablar.

Yulia abrió la boca en son de protesta y la cerró al sentir un dedo cubrir sus labios.

—Irás a San Petersburgo. Seguirás la carrera que has soñado por años y…

—¡No…! —protestó, volviendo a sentir que la detenían con delicadeza.

«Y”… no vas a preocuparte por mí —Continuó. Yulia retiró los dedos de su novia y comenzó a sacudir la cabeza de lado a lado.

—Aplicaré a la Universidad de Moscú y estaré bien. Estaremos juntas y eso es lo que importa, Lena.

—Yulia…

—Tú eres mi novia y a mí no me molesta hacer este cambio…

—¿Por mí?

—Por nosotras… Y bueno sí, por ti —aceptó al encontrarse con una mirada llena de reclamo por querer negarlo.

—Yo no soy tu responsabilidad.

—Eres «mi novia” y yo haré los sacrificios que tenga que hacer.

—Te equivocas —replicó la pecosa— No es lo que yo quiero o necesito.

—¿Y qué quieres que haga, que me vaya y te deje aquí?… ¿Sola?

—Quiero que entiendas que no puedes ir por la vida dejando tus sueños de lado, o bueno, puedes, pero no debes… menos por mí.

—No estoy abandonando nada, es solo un cambio, como el que mis papás hicieron al tenerme.

—Yo no soy tu hija, Yulia.

—Da lo mismo Lena, eres mi novia.

—No, es muy distinto. Yo no soy un bebé indefenso. Tengo diecisiete años, casi dieciocho, puedo cuidarme sola.

Yulia se levantó de la camilla y se alejó unos pasos. Sus gestos habían cambiado notablemente a unos muy duros y confusos. Después de todo, había tomado esa decisión por Lena, porque creía que era lo mejor.

¿Por qué no podía entender que le importaba ella más que una estúpida universidad?

—Dame tu teléfono —Le exigió la pelirroja al verla tan molesta. Se lo haría más fácil. Yulia la miró extendiendo el ceño con asombro— No tengo internet en el mío y el WIFI del hospital apesta.

Lo sacó de su bolsillo trasero y se lo entregó. Lena se apuró abriendo su cuenta de correo electrónico y buscó una cadena de mensajes, colocando el primero en la pantalla. Le pidió que lo leyera. Yulia tomó el aparato en manos, regresando la vista a su chica por un par de segundos y comenzó a leer.

—Lena… —Quiso preguntar al pasar varias líneas, entendiendo de qué trataba.

—Solo termínalo.

Le hizo casó y continuó. El email era una carta muy extensa que Lena había enviado la última semana de octubre, unos días después de salir de la clínica de desórdenes alimenticios. Estaba decidida a darle vuelta a su situación.

Cuando llegó al final le pidió nuevamente el aparato y pasó al siguiente mensaje, una vez más, pidiéndole que lo concluya antes de preguntarle cualquier cosa.

Pasaron varios minutos hasta que habló, conmocionada:

—¡¿Te aceptaron?!

—Sí, recibí mi paquete hace un poco más de dos semanas, antes de que tú y yo regresáramos.

—¡¿Así nada más?! ¡¿Con un email?!

Lena rió por la clara indignación que Yulia expresaba en sus palabras. Su espíritu de competencia era evidente.

—¿Me envidias?

—Pero claro, yo tuve que filmar todo un vídeo con una canción del proyecto para que la universidad lo acepte como aplicación —Yulia no intentó disimular su molestia— Digo, felicitaciones, pero es la Universidad de música San Petersburgo, ¡no entras con un e-mail!

La incrédula chica volvió a leer la respuesta del decano de admisiones y notó algo de lo que no se había percatado la primera vez.

—Espera… ¿escuela de negocios?

—Mhmm —Lena asintió. Yulia no pronunció palabra, tan solo alzó sus cejas esperando una explicación.

La pecosa sintió una repentina intranquilidad. Se acomodó mejor en la camilla, girando ligeramente hacia su novia que continuaba de pie frente a ella y respiró profundamente.

—Hasta hace poco no tenía muy claro lo que iba a hacer con mi futuro. Siempre quise hacer algo importante, ¿sabes? Algo que tenga sentido —Yulia la escuchaba atenta, aun conservando su distancia— Antes de entrar a nuestra escuela quería ser bióloga o científica; descubrir algo impresionante, hacerme famosa —Siguió ante una inmutable Yulia Volkova— Después mi enfoque cambió por la música. Personalmente creo que lo hago bien…

—Lo haces muy bien —La detuvo, nada más afirmándolo.

—Gracias, yo de verdad lo creo, pero… no voy a ser una famosa cantante o actriz.

—¿Por qué diablos no? Eres buena y no lo digo porque seas mi novia.

—Sé que eres sincera, no es eso.

—¡¿Entonces?!

—Yulia, seamos realistas. Soy una de cientos. El noventa y cinco por ciento de las personas que entran en esta profesión, nunca logran alcanzar las metas que se plantean…

—Gracias por los ánimos.

—No… Vamos, sabes que no me refiero a ti. Tú eres excelente, eres una de las pocas personas que con su talento y voluntad pueden hacer lo que quieran.

—¡Tú también…!

—No, no lo digas así. Yo no lo quiero… podría, pero no…

Escuchando esa última afirmación, a Yulia la llenó un impulso por apretar algo muy fuerte y romperlo en mil pedazos.

¿De qué diablos estaba hablando?

Se suponía que su sueño era ser una cantante famosa y era buena, podía conseguirlo. Definitivamente no entendía nada de lo que sucedía. En el fondo, escucharla tan decidida, no hacía más que angustiarla.

—Esto no tiene sentido. ¿Por qué? No entiendo —le preguntó la pelinegra, todavía caminando en círculos por la habitación.

—Ven… —le pidió Lena, encontrándose con una negativa— Bien, te lo explicaré —Se enderezó, subió las piernas a la camilla y las cruzó poniéndose cómoda. Se estiró hasta la mesa de noche, dándole un sorbo a su vaso de agua y continuó— Mi desorden está muy atado al estrés, a la falta de control y esta carrera, la que pensé que quería, la fama… es un agujero sin fin, ¿entiendes?

Sí, no era difícil de comprender la preocupación que tenía, pero en todas las carreras hay estrés, nada te asegura la estabilidad.

—Eso lo sé, Yulia, pero es distinto. Dime si no es una exigencia, más para una mujer en el mundo del espectáculo, de siempre estar en forma, ser atractiva, delgada, perfecta.

—Ahí tienes a Fat Amy, ejemplo perfecto de que no tienes la razón.

—Ajá, ¿una de cuántas actrices?, ¿cien?, ¿doscientas?, ¿y cuántas cantantes, Yulia?

—¡Si eres buena en lo que haces eso no importa y tú lo eres!

—Ese no es el punto. Se trata de las presiones de los medios, del público, de la disquera, los managers, las cadenas de televisión. No quieras hacerte la ciega, porque sabes muy bien que así es.

—¡Hay otras cosas que puedes hacer, como componer o…!

—¿Escribir? —preguntó, sabiendo perfectamente que no era su fuerte— Tú sabes que lo mío es cantar. Cuando escribía canciones lo hacía con Mihail porque el experto en eso es él.

—¿Entonces vas a tirar todo por la borda?

—No, no quiero hacerlo. Puedo seguir cantando como aficionada, de forma independiente, para sentirme bien conmigo misma, pero no lo haré de forma profesional.

—¡¿Y qué diablos harás en negocios?!

—¡Lo que sé hacer! —respondió indignada. Esperaba resistencia, pero esta reacción bordeaba en la intransigencia. Yulia no se percataba de lo que hacía. Sus reclamos se habían tornado demasiado personales, como si la imposición de la nueva carrera estuviese dirigida a ella.

—No, no te entiendo… no sé con qué cara puedes tirar tu talento y cambiarlo por algo tan frío como una carrera de negocios.

—Okey —dijo Lena, tratando de mantener la calma, buscando la forma de darse a comprender— ¿Sabías que he manejado el Café de Nya por dos veranos, sin ninguna supervisión?

—¡¿El Café?!… ¡¿El Magic Box Café?! Eso es lo que vas a hacer con tu vida. ¡¿Manejar una cafetería?!

"Auch", pensó Lena. ¿Tan mal pensaba del objetivo al cual le había puesto tanto cariño? ¿Valía la pena seguir explicándolo?

Le tomó unos minutos decidir que haría el intento.

—Empezaré con uno y lo convertiré en una cadena exclusiva, tan o más famosa que Starbucks.

—No eres graciosa.

—No es una broma.

Lena sintió que la juzgaban demasiado duro. ¿Sería esta la misma reacción que tendría el resto de su familia? Porque si era así, tal vez lo mejor sería no decir nada hasta que llegue la hora final.

A Yulia no le daban ganas de continuar la conversación. Llegó al punto de querer tomar su camino y salir de ahí, más, antes de hacerlo decidió sentarse en el sillón a espaldas de su novia, permaneciendo lo más apartada que pudo. Su distancia claramente hablaba de lo mucho que discrepaba en su opinión, en cierto punto hasta un poco de la vergüenza que sentía por no poder ponerse en sus zapatos.

—Sé que no suena tan excitante como una carrera en el mundo del espectáculo. Eso no la hace menos emocionante para mí. No es… un sueño frío o sin una razón.

Su acompañante decayó con esa declaración. Había utilizado mal sus palabras y por supuesto, lo que más le dolía a Lena había sido que menospreciara algo que para ella era importante.

—Bien, quieres un Café… Me imagino que… es tierra segura —dijo Yulia, haciendo un esfuerzo.

—No entiendes nada —le contestó Lena, molesta por la inferencia de que solamente perseguía este camino porque era «fácil” y conocido.

—Vamos, Lena. No, no entiendo. Trato, pero ayúdame —suplicó la morena, dejando su cuerpo resbalarse sin cuidado sobre el respaldar del sillón.

La calma fue llegando de a poco con el pasar de los minutos. Lena dio finalmente la vuelta y bajó de la camilla para sentarse junto a su novia.

—¿Qué sientes cuando cantas? —se acomodó lo más cerca que pudo, arrimándose a su cuerpo hasta descansar su cabeza en sus hombros.

—No sé… es como si me metiera en un mundo paralelo y el tiempo vuela, me divierto, me pierdo. Quizá es… paz, siento paz.

El sentimiento era conocido, la diferencia es que Lena lo había encontrado en más de una actividad. Seguramente era por esa razón que Yulia no lograba comprenderla, su sueño era uno, «eso” era lo que importaba y hasta hace unos minutos, algo que compartían.

—Yo me siento así cuando llego al Café, en paz —le explicó— Es genial, ¿sabes? Llegar en las mañanas y preparar todo para recibir a la gente. Pararme en media sala y repartir M&Ms con los chicos, organizar eventos, hablar con los proveedores. Es algo que se me da natural. No siento estrés por eso, ni siquiera en los días más difíciles. Para mí es emocionante encontrar soluciones, inventar, estar con la gente. Me gusta.

—Por eso es que eres buena en la música también. Tienes mucho carisma.

—Gracias… Es distinto, pero sí, podría tener algo que ver.

—¿Desde cuándo… piensas en esto?

—Cuando salí de la clínica y Gayle me recomendó intentar volver a mi rutina. Ir a trabajar en el Café era… quizá una de las pocas cosas que podía hacer con gusto y donde el tiempo volaba.

—Me imagino que no solo fue el email el que te hizo entrar.

Lena se acercó a darle un beso en la mejilla a su novia, entre risas. Tan linda, todavía dudaba si con eso había sido suficiente.

—No. Además de la carta explicando mi desorden y mi ambición por recuperarme y estudiar allí, hice un esbozo del tipo de negocio que me gustaría implementar y del impacto social que tendría. Es lo que creo que los convenció, que no es tan solo un negocio, tiene un giro importante, no sería una simple cafetería.

—Me imagino que no, pero creo que si me das detalles ahora me explotará la cabeza —respondió Yulia buscando contacto y entrelazó sus dedos, finalmente cediendo.

Lena estuvo de acuerdo con ella, tal vez era demasiado por una noche, pero aún necesitaba aclarar una parte importante de su aceptación. La condición principal que le había impuesto la universidad era que se mantenga estable durante un período no menor a seis meses, tanto en peso como en constancia de su tratamiento. Presentar informes detallados del psicólogo o terapeuta a su cargo y pasar un examen de perfil psicológico que avalara su capacidad de estudiar sin recaer. Las políticas de la institución eran claras. No expondrían a estudiantes con desórdenes mentales a comprometer su salud y tampoco arriesgar el bienestar del resto de compañeros y profesores.

—Eso es… denso.

—Lo es, lo peor es que ya llevaba un mes y medio, hasta el pequeño accidente que me trajo aquí.

—¿Gayle sabe de tu aplicación?

—A breves rasgos, le pregunté si podría darme un informe, como el que me pidieron, para poder adjuntarlo a mis solicitudes. Ella accedió emocionada, pero no le dije que ya tenía una aceptación.

A Yulia se le complicaba entender el secretismo de su novia. Un evento como este se merecía reconocimiento, celebración, sin embargo, ella lo escondía como si estuviese haciendo algo ilegal.

—Crees que la idea de que yo viaje al otro lado de la ciudad y vivir sola, va a tranquilizar a Nya. Me trata como si fuera una niña. Prefiero decírselo después de que cumpla los dieciocho y así no arriesgarme a nada. Iré a San Petersburgo y punto, ya hasta conseguí una beca, solo debo presentar la aceptación final junto con la carta de Gayle y listo.

—No puedo creer que no me hayas contado nada de esto desde que regresamos.

—¿Así como tú me contaste que entraste también y que pensabas rechazarlo?

—Touché… —contestó ya más tranquila y de repente se dio cuenta de algo que había dejado en segundo plano por discutir una superficialidad de la carrera que seguiría— ¡Soy una estúpida!

—¿Apenas te das cuenta? —rió Lena, que sabía muy bien a qué se refería.

—¡Increíblemente estúpida! ¡¿Lena?!—su ánimo se prendió como una llama y saltó del sillón— ¡Esto significa que iremos a San Petersburgo, si logramos cumplir las condiciones, nos vamos juntas!

—No, si yo logro hacerlo, nos vamos. De lo contrario, te vas tú, yo te alcanzaré apenas pueda.

—Detalles… ¡El punto es que nos vamos!

Ahora la noche si se sentía emocionante. Digna de festejo. Había que hacer un brindis. Yulia se apresuró a buscar su mochila y sacó de la misma dos jugos y un paquete de las galletas que tanto le gustaban a su novia.

—Sé que no es «la” cena de Navidad, pero… —dijo colocando los popotes en las bebidas y le entregó una a la pelirroja que ya se había incorporado del asiento— son las diez de la noche y vamos a celebrar.

Ambas chicas alzaron los jugos al aire y chocaron los empaques suavemente, sorbiendo la bebida de a poco.

—Bien… ahora ¿qué quieres hacer? Traje unas películas.

—¡Perfecto! —respondió Lena emocionada, subiendo nuevamente a la camilla para meterse bajo la sábana— Eres el mejor regalo de Navidad, el mejor, el mejor.

—Eres tan cursi, Katina. Veremos una película muy navideña para que se te pase.

—¿Muuuy navideña? Déjame adivinar… ¿Los Gremlins 2?

—Bueno, la trama sucede en la víspera de Navidad y esos bichos verdes se transformaban justo a la media noche. No se puede ser más navideño que eso.

—Está bien, ven aquí… —le dijo dando un par de palmadas al colchón.

—Me advirtieron afuera que debía quedarme en el sofá.

—Bueno, entonces yo voy para allá —La pelirroja tomó la almohada y la acomodó, preparando la cobija para abrigarse.

—Me gusta como piensas, Katina. Iré a cambiarme de ropa con un pantalón más cómodo y regreso.

Así pasaron la noche aunque muy poco vieron de la película, la sesión de besos que inició después del primer asesinato no paró hasta el último. Más tarde, con la pantalla encendida en el menú del DVD, continuaron charlando sobre lo que había sucedido en esos días, lo que habían dicho sus amigos del café y de la escuela, qué había pasado con Daryna.

—Ya no das más, Lena. Quizá deberías volver a la camilla para que estés más cómoda y descanses.

—Mmmm… no —dijo con suavidad, bordeando entre el sueño y la conciencia— Mejor abrázame.

—Te estoy abrazando, de lo contrario ya estarías de trasero en el suelo.

—Me refiero a que me hagas cucharita.

—Katina… Dios, ¿cucharita?

—Síííííí, cucharita —balbuceó adormitada.

—Está bien, Katina, ven.

—La pelirroja dio la vuelta y bostezó por una última vez. Pronto ambas se quedaron dormidas, dándole paso al sueño. Había sido una larga, larga noche.

La hora de visita inició al día siguiente a eso de las diez de la mañana. Las chicas aún dormían cuando Charlotte abrió la puerta de la habitación, viendo la tierna escena. Dejó que Nya llegara a la puerta y se estremeciera al verlas antes de acercarse para despertarlas. Pronto Oleg pasaría a buscar a Yulia para llevarla a casa y sería mejor que estuviese lista.

Nya decidió abandonar la habitación para no causarle malestar a su sobrina y esperó a que Yulia saliera al pasillo para hablar con ella.

La chica se acomodó la chaqueta y recogió sus cosas, despidiéndose de su novia hasta la tarde, que regresaría para saludarla antes de que termine la hora de visitas. Al salir se encontró con la esbelta mujer que había sido su jefe y dio unos pasos inseguros hasta llegar a ella.

—Feliz Navidad.

—Feliz Navidad, Yulia —le respondió la mujer con una sonrisa, relajando la tensión del encuentro.

—Gracias por… lo de ayer.

—Era lo mínimo que podía hacer. Sobre todo después de que, gracias a ti, Lena está de vuelta con nosotros.

—Esa no fui yo, tan solo estuve en el lugar correcto y en el momento adecuado.

—Prefiero creer que fuiste tú —la mujer extendió su mano hasta su hombro y la acarició con agradecimiento— Creo que, soy tan mala en esto de ser mamá, que no me doy cuenta cuando lo estoy arruinando todo.

Yulia sintió que era el momento apropiado para argumentar las razones por las que Lena no debía volver a la clínica, pero se encontró con una sorpresa antes de poder hablar.

—No puedo volver a internar a Lena —dijo la mujer, haciendo un esfuerzo por encontrar tranquilidad en su nueva decisión— Me imagino que tú ya sabes sobre… sus planes.

La chica dudó en responderle. Lo que la mujer conociera podía ser algo muy distinto a lo que había conversado con su novia la noche anterior y no quería meterla en más problemas.

—Hoy, entré a su alcoba para dejar sobre su cama unos regalos de sus primos y encontré, caído en el piso, debajo de la cama, un sobre de la Universidad de Administración en San Petersburgo.

Bien, lo sabía ya no tenía que callar.

—Lo comentamos anoche.

—Si la interno, todo su esfuerzo… —Se interrumpió a ella misma, pensando en el daño que le haría— Yo solo quiero que esté bien, pero tengo tanto miedo.

—Yo también lo tuve. Lena es mi vida… como me imagino que será la tuya… —La morena se solidarizó— Creo que deberías hablar con ella. Lena está decidida, segura de lo que quiere y, la verdad, creo que estará bien.

—Lo haré, solo espero que quiera hablar conmigo.

Pasaron varios minutos desde que se despidió de su antigua empleada, permaneciendo de pie en el pasillo. Intentaba decidir que palabras usar con su sobrina para no alienarla más.

El pesar que llevaba grabado en el pecho era notable. Si Lena quería irse lejos, lo haría. Para ese entonces ya sería mayor de edad y no podría detenerla. Si se oponía la perdería.

Vio a otras familias ir y venir. La fecha había llenado el hospital con visitantes. El piso en el que Lena se encontraba era el área de pediatría, por lo que habían muchos niños de no menos de diez años y un par de excepciones. Entre ellas una niña de cinco con tez blanca, pelirroja y unos ojos color verdes brillantes, que no dejaba de mirarla a lo lejos. Se le acercó de manera casi imperceptible y le extendió su mano, entregándole uno de los globos rojos que llevaba en el otro puño.

—Creo que lo necesitas más que yo —le dijo con una gran sonrisa que marcaba unos redondos y pronunciados pómulos.

Apenas la mujer aceptó el regalo, la niña dio media vuelta, agitando su mano y desapareció por el corredor dando de saltos. Nya se estremeció al verla, de alguna forma era como reconocer a su pequeña sobrina cuando era niña; alegre, generosa, perfecta.

Tomó aire y fuerzas, caminando hasta la entrada de la habitación. Empujó ligeramente la puerta y, a una corta distancia, vio a su esposa conversar animadamente con la chica que, por primera vez en días, le regalaba un gesto de cariño.

Charlotte se levantó de su puesto, invitando a su esposa a acomodarse en el mismo lugar y las dejó solas para que pudieran hablar.

—Confío en ti —le dijo después de saludarla con un abrazo— Perdóname por ser tan obstinada, por… no escucharte.

—Creo que eso es algo que tú y yo tenemos en común, somos tercas…

—Somos mujeres Katin —dijo la mayor soltando una risa que compartieron juntas— No voy a imponerme más. El doctor nos dijo ayer que puede darte hoy el alta. Así que, si te sientes lista, iremos a casa.

La noticia ya no era nueva para Lena, Charlotte se lo había comentado apenas llegó. Se sentía muy aliviada y emocionada de volver a su cama, a sus cosas, más que nada a su familia.

—Lamento no haber sido la sobrina que merecías, de verdad lo siento. Les he hecho mucho daño.

—No es así, yo… lamento no saber cómo ser mamá. No de una adolescente al menos. Tal vez no me vaya tan mal si empiezo por un bebé.

—Serás una mamá increíble, Nya. Exigente, pero genial.

La mujer pellizcó la quijada de su sobrina con cariño y le confesó lo que había encontrado en la mañana. Hablaron de sus planes de forma muy general, ya tendrían tiempo de entrar en detalle, lo más importante era abandonar ese lugar.

La ayudó a ponerse de pie y recoger sus pocas cosas, metiendo todo en un bolso sin mucho esmero. El doctor llegó pronto y rápidamente firmó los papeles, entregando las recomendaciones y la receta médica que debía seguir por un par de semanas más. Tan solo faltaba que Nya arreglara los costos del hospital con su seguro de salud y podían ponerse en camino.

Para cuando la mujer volvió de la oficina de pagos, Sergey, Katya, Lena y Charlotte la esperaban sentados en la pequeña camilla, reían sonoramente con una de las anécdotas de universidad de su sobrina mayor. Se dio un minuto para admirar la escena y entró.

—¿Vamos a casa?

—Vámonos.
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EL CAFÉ // By: MookieRoo (ADAPTACIÓN A YULENA) - Página 5 Empty Re: EL CAFÉ // By: MookieRoo (ADAPTACIÓN A YULENA)

Mensaje por RAINBOW.XANDER 6/14/2021, 1:59 am

Bien y así termina otra historia donde las chicas una vez más se han robado la atención. No me queda más que despedirme hasta el finde que viene, donde otra buena trama se hará presente en el foro.

Gracias por sus comentarios, gracias por leer!!!!

Las adoro!


Capítulo 48: Epílogo
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¿Alguna vez miraste atrás y te preguntaste dónde comenzó todo?

La primera vez que cruzaste miradas con ese alguien y sentiste una punzada en medio del pecho, llenándote de adicción por saber más, por compartir más, por besar sus labios, por recorrer su piel con tus manos y no podías porque no sabías si era correcto o no, si era el momento preciso, si debías apostar porque necesitabas hacerlo, porque de lo contrario explotarías.

¿Lo recuerdas?

Yo no lo tengo claro, de verdad que no. Días como hoy trato de encontrar el instante en que supe que Lena era importante en mi vida y no puedo. Se me hace imposible pensar que hubo un tiempo en que era solo mi amiga y otro en que ni siquiera lo era.

Ahora está allí, frente a mí, concentrada estudiando para su último examen de carrera y se ve… tan linda.

Tiene el cabello recogido en un moño, ahora lo lleva más oscuro que en la secundaria, es casi rojo fuego. Le gusta experimentar con el color. Una tarde, hace como dos años, llegó con un tono más claro de su cobrizo natural y a unos treinta centímetros de las puntas iniciaba un decolorado que terminaba en magenta y naranja.

El estilo personal que adquirió durante ese tiempo es mi favorito, aunque todos sus juegos me gustan y mucho.

Lena no se atreve a tatuarse. Dice que la idea de sentir dolor le provoca demasiada ansiedad y prefiere los diseños que ella misma hace con tubos de pintura henna. Uno de los que más me gustó fue un par de labios que se hizo en su seno izquierdo. Ni siquiera pude verlo en persona porque viajé a celebrar el cumpleaños de mamá a Moscú una semana que tenía libre y ella se quedó en San Petersburgo trabajando. Me envió una foto que atesoro como si fuese oro, eso fue todo. Otro de los que más me gustó era un par de tijeras que yo misma le dibujé en la parte posterior de su cuello. Los días que el tatuaje duró en su piel, me desviví pasando mi lengua por entre sus cuchillas, fue divertido, más para Lena que no podía dejar de reír por las cosquillas que le daba.

Experimenta mucho con la moda. Aunque en la mayoría de ocasiones yo preferiría que conserve un solo estilo. Mi peor pesadilla fue cuando se aficionó a los sombreros y… no es que le queden mal, bueno no taaan mal. Sin embargo prefiero a la Lena simple y con ropa floja, con un aire hippie, moderno, despreocupado.

En este momento lleva puestos sus lentes gruesos, un camisón blanco flojo con sus pantalones de pijama azules llenos de dibujos de rollos de sushi y unas pantuflas de garras de tigre blanco… adorable.

Han pasado cinco años y medio desde que vivimos juntas en San Petersburgo, seis desde que yo me mudé.

Los meses que siguieron a su salida del hospital esa Navidad, no fueron como un cuento de hadas.

Empezó ese año nuevo llena de ganas de cumplir sus seis meses de terapia constante y así poder viajar conmigo a principios de julio.

Habían varios cursos de verano que me interesaba tomar antes de iniciar oficialmente el semestre en octubre.

El plan era pedir alcoba compartida en los dormitorios de la universidad, vivir allí por al menos un año hasta conseguir trabajo y ahorrar dinero para mudarnos a una suite. No sucedió así.

Las terapias compartidas con su papá dieron buenos resultados. Sergey se esforzó por crear el mejor ambiente para su hija. Resolvieron muchas de sus diferencias y él cambió completamente con respecto a sus creencias sobre la homosexualidad. Trató de incluir a Inessa en el proceso, pero ella se negó rotundamente. No quería tener nada que ver con Lena, mucho menos con su cuñada, por lo que Sergey pronto le puso el divorcio y en menos de un mes firmaron los papales.

En febrero festejamos nuestro primer día de San Valentín… en la cama.

Yo estaba cubierta en un sudor frío y ella tratando de alimentarme con sopa de pollo. Me dio la peor gripe que había tenido en la vida. No podía hablar de lo afónica que estaba y solo recuerdo temblar toda la noche mientras tratábamos de ver una película. Pero para qué nos engañamos, apenas me quedé dormida, ella fue a jugar Mario Kart con mi hermano.
Seis días después y casi sin ánimo por la enfermedad, la ayudé junto con Inna y Sash a mudarse de regreso a casa de los Katin. Su hogar de toda la vida.

Nya y Charlotte habían empezado los tratamientos para quedarse embarazadas y Lena no quería «estorbar» —como si pudiera hacerlo—, no era como si las inyecciones de fertilidad y la inseminación artificial necesitaran de un ritual de apareamiento, pero… ella quería volver a casa antes de tener que mudarse definitivamente al otro lado de la ciudad por el tiempo que duraría su carrera. Además, su papá se lo había pedido varias veces y ella todavía cargaba con la nostalgia de que todo volvería a ser como antes de que su familia se cayera en pedazos; otra cosa que no sucedió. Esa primera noche de regreso en casa debió darnos pistas de que las cosas no estaban bien.

Lena me llamó a eso de las dos de la mañana. No había podido conciliar el sueño, quería charlar de algo, tal como solía hacerlo en el Centro Juvenil —cuando decayó completamente—, pero lo dejamos pasar. Pensamos que era la novedad de dormir en un sitio que se sentía ajeno, los nervios de regresar a sus cuatro paredes que ahora estaban completamente desnudas de sus posters o sus fotos, de los libros de sus repisas, de sus peluches… despejado de todas las cosas que convertían a ese cuarto en su habitación.

Pasaron unos días y volvió a llamarme. Intentaba hacerlo los viernes o los sábados para que no me desvele un día de escuela. Sin embargo, no porque no me llamaba significaba que dormía, tampoco que no había regresado a sus íntimas sesiones con el inodoro.

Después de varias semanas, su cuerpo finalmente la venció y se desmayó caminando a la biblioteca. Yo estaba en clases al otro lado de la escuela cuando el consejero estudiantil entró alterado al aula pidiéndome que lo acompañe a su oficina, donde me interrogó sobre lo que sabía.

Yo no tenía idea de nada. No lo presentía y es que Lena no mostraba señales de tener problemas. Lo ocultaba tan bien, mucho mejor que antes. Tenía siempre un buen ánimo, comía conmigo en el almuerzo, no se sobre ejercitaba, ni iba al baño de la escuela en la mañanas; no se escondía.

Su desorden llegaba en las noches, especialmente cuando su papá tenía que salir por algún caso a la comandancia de policía, lo cual solía ser muy seguido en esos días.

Lena había desarrollado un sistema. Hacía esfuerzo por no perder demasiado peso. En su lógica pensaba que, si no se salía de control, estaría bien. Se permitía bajar un par de libras y, si perdía un par más, se colocaba unas delgadas pesas en los muslos y así equiparaba el peso que debía tener cuando Gayle la hacía subir en la balanza. De esta manera no levantaba sospechas y, durante el día, se comportaba de manera normal.

Ese fue uno de los grandes problemas en su recuperación. Lena se había ganado la confianza de todos durante su tratamiento, mucho antes de que sucediera el envenenamiento con escopolamina. Gayle había dejado de pesarla en ropa interior y confiaba que estuviese siguiendo la dieta, que durmiera las horas recomendadas, que la mantuviera informada si algo sucedía. Lena violó todas las reglas y perdió completamente el control.

Cuando llegué al hospital ese día y entré a emergencias estaba llorando sin control, acariciando el catéter en su brazo. No quería hablarme, no sabía como explicarme lo que había pasado. Después me confesó que tenía miedo de que quisieran obligarla a ir a la clínica aunque era poco probable, Lena ya era mayor de edad, cumplió los dieciocho dos días antes de mudarse con su padre y para ingresar allí debía hacerlo voluntariamente.

Lo que más le preocupaba es que ya estábamos a finales de marzo y esos tres meses de tratamiento y «estabilidad» —que se supone que tenía—, se reducían nuevamente a cero. No podría ir conmigo a San Petersburgo a principios de verano. Si lograba mantenerse dentro de las condiciones adecuadas podría, quizá, mudarse en octubre, justo uno o dos días antes de iniciar el semestre. Eso si la universidad llegaba a la conclusión de que estaba en condiciones favorables y mantenían su cupo, de lo contrario, tendría que esperar al siguiente semestre que iniciaba en febrero, casi un año después.

No fue internada, ella se negaba y accedió a iniciar doble sesión con Gayle —es decir, cuatro días a la semana—, para descubrir qué era lo que había desencadenado sus compulsiones. Pronto descubrimos que tenía que ver con su mamá.

Desde el momento que llegó a casa había sentido una ansiedad terrible por su ausencia. La culpa de la separación de sus padres la perseguía, además de los recuerdos de la «familia feliz» que tuvo antes de salir del closet. Otro de los detonantes habían sido las palabras que Inessa le había dicho cuando declaró que la prefería muerta antes que lesbiana. Todo contribuyó a sus dudas, a sus miedos, a sus frustraciones… a su desorden.

Su papá buscó inmediatamente una nueva vivienda. Vendió la casa, dividió el dinero con su ex esposa y compró un departamento en el oeste de Moscú. Era cómodo, pequeño, pero lo suficiente para dos personas, más que nada, era una hoja en blanco. Cero recuerdos en sus pasillos, no había presiones, no existían ataduras de ningún tipo y Lena pudo concentrarse en mejorar, aunque ya nadie le creía cuando decía que cumplía con el tratamiento —bueno, teníamos razones para no hacerlo—, por supuesto, esto solo hacía que ella se sintiera más desilusionada y pasara la mayoría del tiempo molesta. Su genio era insoportable.

Junio llegó con bastante rapidez, los exámenes y proyectos finales consumieron todo nuestro tiempo. Pasamos muy pocos días juntas, lo que sólo trajo más estrés, pero Lena se las arregló para continuar con su progreso. Haría todo lo que fuese necesario para viajar a San Petersburgo en octubre.

Cuando el baile de graduación llegó, planeamos tener la noche más increíble y disfrutar de nuestra compañía. Esa sería la última fiesta a la que iríamos antes de separarnos por tres meses y no escatimaríamos en nada.

Yo compré un vestido que, tengo que decir, ha sido el más sexy que he usado en la vida. Lena hizo lo mismo y se veía des-pam-pa-nan-te. Sí, hermosa.

Hicimos la típica foto de amigos antes del baile y subimos en la limusina que compartimos con Inna y Sash, pero el momento en que llegamos al coliseo y pusimos un pie fuera del coche, nos miramos los unos a otros y nos dimos cuenta que no había nadie allí con quien realmente quisiéramos festejar, por supuesto, aparte de nosotros mismos… y Oksana, quien, por cierto, en esos meses, se había hecho más a nuestro grupo que al de nuestros viejos amigos. Ella todavía estaba saliendo con Aleksandr, así que fue al baile con él, pero nosotros no teníamos razones para quedarnos. Subimos nuevamente a la limusina y fuimos a encontrarnos con los chicos del Magic Box Café.

Una vez que cerró el local, pusimos música en la sala de empleados y bailamos con ellos, pedimos unas pizzas y amanecimos allí, riéndonos de todo lo que había pasado ese año. Daryna también fue, ella consiguió un trabajo a medio tiempo en otra cafetería. No le pagaban mal y decidió aprovechar su despido para enfocarse otra vez en sus estudios, le faltaba poco para terminar su carrera de administración. Ya no tenía una mala relación con Nya, ella se disculpó por todo y volvió a ofrecerle trabajo, pero Dary no quería romper el compromiso que había hecho con la otra empresa y resolvió no volver.

En la mañana fuimos a nuestras casas a ponernos algo más cómodo y nos reencontramos en el lago, donde se nos unió Oksana, por suerte sin Aleksandr. Fue un buen fin de semana.

A finales de septiembre Lena rindió una serie de exámenes psicológicos que determinarían si podía, o no, entrar a la universidad ese semestre. Pasamos dos días de espera con todas las expectativas arriba y fue una lástima que el decano de la facultad le informara, con pena, que la junta educativa no creía que estaba lista aún, mas reservaría un cupo para febrero y esperaban que siguiera con la actitud positiva que parecía tener.

La noticia desató un arranque de ira que en mi vida había esperado de ella. Estaba cansada de esperar que las cosas salieran como quería y, cuando regresó a Moscú con Nya, comenzaron a hacer planes para poner en marcha el plan de negocios que había presentado como aplicación a la universidad.

Su tía tenía la idea de expandir el negocio desde hace mucho tiempo y había intentado abrir una sucursal en Marfino —lo que nunca sucedió después de todo el drama de ese año—, así que contaba con el capital necesario para hacer la inversión.

A principios de enero vinieron juntas con todos los trámites y permisos necesarios e iniciaron la búsqueda de un local.

No había duda que todo lo que tuviese que ver con su proyecto ponía a Lena de buen humor. Su actitud era completamente diferente a la que había tenido apenas cuatro meses atrás.

No tardaron en dar con el lugar perfecto. El local había sido una panadería hasta hace unos meses. Su dueño era un viejito que no tenía hijos o gente interesada en continuar el negocio y él quería viajar y disfrutar de su jubilación, por lo que cerró el negocio y puso el local bajo arriendo. Lo mejor de todo es que venía junto con «esto», el lugar donde vivimos ahora.

Es un departamento tipo estudio que él usaba como oficina y bodega. Nosotras le dimos nuestro propio estilo y, bueno, aquí estamos.

—¡¿Ya son las tres?! —me pregunta alarmada dejando el libro a medio leer sobre el sofá.

Regreso a ver la hora en mi teléfono y lo confirmo. Estamos tarde para preparar la cena. Tenemos a Dary y a Nat de invitadas hoy, están festejando dos años de vivir en la gran ciudad.

—¡Tengo que ir a chequear a los chicos en el Café! —dice recogiendo rápidamente sus cosas para ponerlas sobre el escritorio y se refriega la frente como si hubiese olvidado algo—. ¿Compraste el vino?

—Sí, Lena, traje todo ayer. Ve a bañarte tranquila.

Continua, mirando a todo lugar, buscando qué es lo que está olvidando.

—¿Segura? No sé que falta… algo falta.

—Falta que te bañes, te vistas y vayas a trabajar antes de la cena. Yo prepararé la ensalada y meteré las lasañas al horno, ¿okey?

Vuelve a mirarme y me sonríe. Toma un respiro y, dándome un beso corto en los labios, sale disparada a tomar una ducha.

No puedo creer que ya sean dos años desde que nuestras amigas vinieron a echarle una mano a Lena en el negocio y terminaron quedándose indefinidamente.

Lo que sucedió entonces nos tomó por sorpresa a todos, más a mí, que no supe darme cuenta de lo mucho que ciertas cosas aún la afectaban y podían hacerla recaer.

Una noche me despertó con un susurro. Solo pronunciaba mi nombre y yo, la verdad, estaba más allá que acá. Mi sueño era bastante pesado por toda la carga de trabajo y la universidad, que ni siquiera me desperté por completo.

Unas horas después sentí un sollozo a mis espaldas y giré para verla, estaba totalmente perdida en la acción de morder sus dedos. Los tenía rojos y entallados con las huellas de sus dientes, sus mejillas estaban llenas de lágrimas y lucía completamente desesperada.

Le quité las manos de la boca y las cubrí con las mías pidiéndole que me diga qué era lo que le pasaba y a quién tenía que matar. Tal vez terminaba en suicidio, pero necesitaba saber quién le hizo daño, así fuese yo la culpable.

Le costó hablar. Por minutos lo único que hice fue escuchar su llanto y abrazarla, impedirle que siguiera haciéndose daño.

—Tan solo… no quiero vomitar más, no quiero hacerlo más… —me susurró aterrada y mi estómago decayó en lo más profundo.

Es… curioso, como las cosas importantes en la vida, aquellas de las que siempre estás pendiente, suelen convertirse en comunes y corrientes con el tiempo. Los cuidados que todos teníamos para ayudarla —para vigilarla—, se fueron desvaneciendo en el día a día, porque ella nos lo hacía tan fácil.

Tres años y medio pasaron sin un solo problema, sin una recaída. El progreso de Lena con la comida era notable. No se prohibía nada, no se preocupaba de ganar peso, es más, le gustaba estar más «rellenita», como a mí. Siempre preferiré a la Lena de 125 libras que a la de 95. Es cuestión de verlo por el lado sensual. Una mujer con curvas siempre es más sexy que una que parece tabla de surf. En todo caso, este es el tipo de comentarios que prefiero no mencionar muy seguido. Nunca sabes cómo van a afectar esas palabras a alguien con un desorden alimenticio, aunque constantemente intento que lo sepa, que se de cuenta de que lo noto y que me agrada.

Lamento tanto haberme perdido en la rutina en ese tiempo, en verla bien y no preocuparme de cómo seguía. Pensar equivocadamente que, en tan poco tiempo —o siendo más realistas, quizá en su vida entera— llegará a recuperarse del todo. Lena nunca terminó de resolver su detonante principal, su madre.

Cuatro semanas antes de esa noche, se había encontrado con ella en el centro comercial. Lena estaba haciendo algunas compras para la cafetería y se cruzaron en una de las filas del almacén de cocina.

Todavía me pregunto: ¿qué hacía Inessa en San Petersburgo?

Ni Lena lo supo, peor yo. Solo sé que ese día comenzó todo nuevamente.

Su mamá le había preguntado si todavía seguía jugando a ser lesbiana o ya se le había pasado el gusto por contrariarla. Cuando su hija le contestó que no era un juego y que vivía muy feliz conmigo, ella prosiguió a culparla por su separación con Sergey. Le dijo que era una egoísta, que además envenenó a su padre y que no se merecía nada bueno, que si se hubiera dado cuenta de la aberración que era y cambiaba, todos serían felices en ese momento.

Juro que no la entiendo. ¿Cómo un padre puede ser tan duro, tan cruel? ¿Para qué diablos trajo a ese hijo a la vida, si no era para darle su apoyo completo, darle su amor incondicional?

Inessa era la que no merecía a Lena, no merecía a Sergey tampoco. Él hizo lo imposible y logró aceptar una realidad que creía absurda, pero ahora entendía que su hija seguía siendo su hija y que él era su padre por sobre todas las cosas, que la amaría y la respetaría sin importar a quién diablos amara.

No, Inessa merecía lo peor, merecía estar sola, merecía… morir atascada en un elevador, que le cayera un rayo y la partiera en dos, todo lo malo que cruzara por mi mente, ¡todo!

Durante esas semanas, Lena había recurrido a sus sesiones de purga en las horas que yo no estaba en casa. El trabajo la ayudaba a distraerse, pero cuando el estrés la alcanzaba, subía a casa, devoraba todo lo que encontraba y continuaba, una vez más, de rodillas en el baño, vaciando su culpa en el inodoro.

Estaba tan avergonzaba de su tropiezo y de haberse permitido caer, que solo empeoró las cosas, hasta que esa noche sintió unas ganas terribles de volver a hacerlo y se detuvo porque sabía que, si lo hacía, me despertaría y no quería que yo lo sepa.

Cuando me llamó entre sueños necesitaba que la abrazara, que la sujetara tan fuerte que no le permitiera ir al baño por nada del mundo. El problema fue que yo no desperté y, para evitar desahogarse vomitando, comenzó a hacerse daño físicamente. Sus dedos no llegaron a sangrar por las mordidas, pero de seguro le dolían increíblemente. Cada vez que los tocaba, ella retraía su cuerpo como si estuviera cortándola con un filoso cuchillo. Me asustó.

Demoró horas en contármelo todo y yo reaccioné tal y como Nya lo hubiese hecho. Encendí todas las alarmas y le supliqué ir a un tratamiento, que regresara a las sesiones de terapia, que volviera por un tiempo a Moscú, que intente recuperarse antes de que se vuelva a hundir, ahora con algo nuevo.
Lena llamó a Gayle, quien había abierto su propio centro de trastornos mentales y acordó ir unos meses a la ciudad para internarse en su programa, que consistía básicamente en sesiones de terapia con ella y otros profesionales.

Y así fue como Daryna y Nat vinieron aquí.

Los tres meses que Lena estuvo lejos, ellas manejaron el lugar y, cuando regresó, encontraron otras tareas de las cuales ocuparse, expandiendo el negocio un poco más.

Ese susto nos costó mucho. Lena retrasó sus estudios un semestre, yo decaí en notas, ambas nos vimos afectadas en nuestra relación. Lo bueno es que Lena y yo seguimos aquí, luchando aunque sea difícil. Esa es la promesa, estar en las buenas y en las malas, sin importar cuanto trabajo haya por detrás, porque si hay ese sentimiento tan grande que nosotras compartimos, ese amor, en realidad, no es trabajo. Y yo no volveré a caer en la comodidad de la rutina.

Con lo que respecta a mí, la carrera fue dura, pero creo que así son todas. Conocí a mucha gente que vino y se fue. Inna y yo todavía somos buenas amigas, aunque ella sigue viviendo en Moscú. Ya no es novia de Sash, hablamos con él de vez en cuando, pero nosotras nos vemos cada vez que viajo a Moscú a visitar a mi familia.
Yo me gradué hace un año y medio. Comencé a trabajar adaptando obras para el teatro, escribiendo mis propios guiones y asistiendo en los soundtracks de algunas películas independientes. Nada muy significativo. Hasta ahora.

Hace unas semanas me contactaron de un programa de televisión con mucha promesa. Inician su segunda temporada y les interesa que entre a su equipo de escritores.

La historia se asemeja mucho a una que escribí y publiqué en línea. Les gustó la forma en que manejo los diálogos, mi sarcasmo, la forma en que construyo los personajes y me ofrecieron el empleo a tiempo completo con una oferta de producir, dirigir y musicalizar en la siguiente temporada, claro, si es que existe una, pero yo apuesto que sí, el programa de verdad promete mucho.

Lo hablamos con Lena.

Mudarnos a Moscú al terminar nuestras carreras siempre fue algo que tuvimos en cuenta como una posibilidad. Lo que, en otras condiciones, hubiese sido otra fuerte decisión que podría arruinarlo todo. Lo bueno es que Lena maneja su propio negocio y tiene a dos personas en las que confía sin parpadear, y a quienes les comunicará esta noche que serán las co-administradoras permanentes del Magic Box Café, San Petersburgo. Ella volverá a hacerse cargo del negocio original y en unos meses abrir una sucursal. Lena es buena en lo que hace, debo reconocerlo.

Buscamos un departamento a través de una página web y llegaremos a conocerlo apenas Lena egrese de la universidad para hacer el contrato definitivo, aunque estamos convencidas que queremos vivir allí. Tiene altos ventanales, es amplio y abierto y es en la planta baja, por lo que también tiene un pequeño jardín en el que podemos jugar con nuestro bebé.

Hace cuatro meses que decidimos adoptar. El monstruo es hermoso, a pesar de que a mí nunca me gustaron los perros, pero Patas es… perfecto.

Una chica apareció por el Café dejando un volante ofreciendo cachorros en adopción y él era el único labrador amarillo que tenía un solo ojo. Había perdido el otro en un altercado con un perro adulto que vivía en la misma casa.

De primera, me recordó a ese peluche que compré para Lena cuando todavía creía que tendría al Condón Roto y, al verlo en esa foto, no pude dejar que se fuera a otro hogar que no fuese el nuestro. Lena estaba más que feliz, aunque me advirtió que la que tenía que sacarlo a pasear era yo, por lo menos en turnos. Accedí.

Ahora bajaremos al Café a visitar a mamá y decirle que todo está listo para la cena y, de paso, comprar un café para ir a dar una vuelta por el parque.

—Hola, buenos días. Me ayudas con un café, por favor —le digo a la chica que me reconoce sin mucho esfuerzo.

Da media vuelta y se acerca a la cafetera, vertiendo una taza del exquisito café colombiano, tan icónico del Magic Box. Delicadamente vacía la porción de crema dibujando una figura con un gesto suave de su mano. Toma un palillo y traza detalles que harán el café más especial. Ralla un poco de nuez moscada en lugar de canela y, con cuidado, gira, colocándolo en la mesa y deslizándolo hacia mí.

—Tu café está listo.

—Tijeras dibujadas en la espuma…, como la primera vez —sonrío mirándolas.

—Solo para ti.

—Gracias, Katina. ¿Cuánto te debo?

—Un beso.

Como siempre. Nunca sé que dibujará. Le encanta experimentar, pero siempre que veo tijeras es un buen día… Y, claro, ahora recuerdo donde todo empezó.

Con esa primera taza de café.
________________________________________


FIN

A MookieRoo, por tan excelente trabajo!
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EL CAFÉ // By: MookieRoo (ADAPTACIÓN A YULENA) - Página 5 Empty Re: EL CAFÉ // By: MookieRoo (ADAPTACIÓN A YULENA)

Mensaje por katina4ever 6/14/2021, 4:59 am

Wow! Muchas gracias por ésta historia. Fue grandiosa. Espero leer nuevamente una nueva. Saludos!!
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EL CAFÉ // By: MookieRoo (ADAPTACIÓN A YULENA) - Página 5 Empty Re: EL CAFÉ // By: MookieRoo (ADAPTACIÓN A YULENA)

Mensaje por Fati20 6/14/2021, 8:13 am

Una historia bastante cruda y real me alegro que tuviera un final feliz lucharon muchísimo por su amor y su bienestar, gracias por tan buenas historias y a esperar el fin de semana a ver que nos tienes de nuevo 😊 saludos 😚 😚 😚
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EL CAFÉ // By: MookieRoo (ADAPTACIÓN A YULENA) - Página 5 Empty Re: EL CAFÉ // By: MookieRoo (ADAPTACIÓN A YULENA)

Mensaje por Miriam cab 7/14/2021, 10:44 pm

Exelente historia me hizo llorar cuando lena le fue a pedir disculpas a yul y como sus padres la echaron y le dieron la espalda me encantó esta historia

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