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EL LADO SEXY DE LA ARQUITECTURA PARTE 2

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Mensaje por VIVALENZ28 11/13/2015, 11:59 pm

CAPITULO 18 Víctimas de lo peor y lo mejor de sí mismos. La inteligencia de Lena Katina.

 



・E Se despertó de golpe, con esa respiración profunda y tosca que sólo podía significar un sobresalto que probablemente se había generado durante su sueño, aunque también podía haber sido generado por tener esa irremediable y crónica sensación de que, de no ser despertada por alguien más, la impuntualidad era el mayor de sus problemas. Le asustó saber que ya era de mañana, y le asustó el hecho de que no era precisamente temprano; eran las siete menos diez, hora a la que, en teoría, ya debía estar saliendo de la ducha. Pero no, todavía estaba en cama, entre sábanas blancas y de delicado marco de tres finas líneas paralelas color almendra, en alguna parte tenía más peso por la cobija de algodón egipcio color lino crudo.





Respiró profundamente al compás de un abrir y cerrar de ojos muy lento, como si intentara ubicarse en tiempo y espacio, pues ésas eran sus sábanas y su cobija, y ésa era su cama, y ésa era su mesa de noche; con su lámpara de pantalla beige, su reloj que dictaba un "25" en el lugar en el que el tres debía estar y que una corona reemplazaba al doce, su teléfono todavía succionaba del tomacorriente aunque ya no pudiera más, su pulsera de macramé rosado, y esa fotografía que la hacía sonreír cada mañana que se despertaba viendo hacia ese lado, pues, si estaba viendo hacia el otro lado, lo primero que veía era a la mujer, de carne y hueso, que le daba un beso en su frente en aquella imagen que habían inmortalizado alguna noche de cena con los Noltenius.



Levantó las sábanas, no supo por qué, pues intuía que lo que vería sólo sería piel y más piel, y estaba en lo cierto, pero, además de eso, tuvo la sonriente sorpresa de encontrarse con una mano que no era suya. Yulia la abrazaba por la cintura con relativa soltura relajada; sus dedos rectos y perfectos, igual que aquella mañana de la que esa mano y ese aroma le acordaban, a octubre del dos mil doce y al resto de meses que le habían sucedido hasta la fecha, volvió a respirar profundamente y lo sintió más cerca, «sweet Chanel No. 5, my sweet Chanel No. 5». Hoy, en lugar de ser la mano derecha, era su mano izquierda, y, en lugar de ver el anillo de oro blanco con el rubí incrustado, hoy vio un anillo de bisel de oro blanco cubierto de madera de nogal junto con un diamante de color subjetivo, pues podía ser champán o cognac según fuera el ojo que lo determinara, y le gustó la similitud que encontraba con aquel día, pero le gustó todavía más el hecho de ver que ese anillo ahí estaba, y que estaba ahí abrazándola.



En cuanto vio la mano que no le pertenecía a nivel físico, pero que era suya, empezó a sentir el tibio calor que abrazaba su espalda; directamente piel contra piel, y temió que el calor no fuera coherente con las circunstancias saludables. La mano que la consentía y el pecho que la sostenía y que la mantenía tibia, definitivamente se habían merecido la piedad que había mostrado el día anterior por la mañana, pues, después de un par de días de imparable lluvia, de cielo con reales y literales "fifty shades of gray" y de frío húmedo, todo se vio comprometido en cuanto Yulia empezó a aclararse la garganta con cierta frecuencia. Quizás un vez cada treinta y o cuarenta minutos no era de alarmarse, pero sí era de alarmarse cuando se trataba de Yulia, pues eran los primeros indicios de lo que un simple resfriado hacía para luego convertirse en un sistema de incubación de gérmenes que costaba aniquilar debido a la necedad de recurrir a los antibióticos que cualquier doctor parecía recetar, palabra de Dios en versículo Bíblico, por no menos de diez días, lo cual iba en contra de la religión medicinal que Yulia practicaba con su cuerpo desde que su profesor de Biología, en el colegio, había tenido a bien explicarle la tolerancia de las bacterias, en especial cuando los doctores recetaban antibióticos como pasatiempo hasta para un virus. Viva las farmacéuticas.



Nada que un poco de Tylenol Cold & Flu Severe no pudiera frenar y solucionar en un clima menos inestable y menos óptimo para que la enfermedad hiciera de las suyas: razón principal por la que Lena había decidido verbalizar aquella simple frase de: "tengo un horrible antojo de Ricotta & Black Pepper Ravioli". Dicha frase implicaba a "Butter", implicaba su deseo de regresar a la Gran Manzana, e implicaba que, cual partida de ajedrez, anticipaba lo que Yulia respondería por el demonio de la condescendencia que la poseía.



Y así, precisamente por eso, fue que terminaron regresando a casa veintiocho horas antes de lo previsto, a Lena importándole poco su cumpleaños, pues para ella ya había sido celebrado entre sábanas, sedentarismo, los brazos de Yulia y un maratón de "House of Cards", antepuso realmente la salud de su prometida tras la frase célebre de "no quiero enviudar antes de tiempo". Además, si Yulia llegaba a enfermarse, empezaría una tortura de la política de "no quiero enfermarte", lo cual significaba no besos, y luego, en caso de empeorar, todo tipo de roce ante las eminentes altas temperaturas, los dolores corporales, la tos que a los pocos días le daba miedo dejar salir por el grosero dolor en el pecho, la congestión nasal, y muchas cosas banales y comunes que sólo la enfermedad misma controlaba con satánica locura.



Aclaro, Lena no mintió, porque el antojo lo tenía, pero no era "horrible" al punto de ser de vida o muerte, pero sabía que si le decía que se regresaran para que no se enfermara, Yulia se negaría con la frase de su optimismo: "estoy bien, no es nada… además, es tu cumpleaños".



Se dio la vuelta, según ella para enrollarse contra el drogado pecho de quien todavía debía estar dormida, según ella para poder inhalar los rastros de Chanel No. 5 que se despedían de su cuello, pero, en cuanto se dio la vuelta, se encontró con un par de azules ojos que la acosaban con una cariñosa sonrisa.



—B… —musitó Lena en esa sensual y mimada voz de haber absorbido cuanta cama posible, y quiso decir "buenos días, Arquitecta", pero Yulia la detuvo al colocar su dedo índice sobre sus labios.



—Sh… —susurró con la misma sonrisa, y sacudió su cabeza.



—Hola —susurró a pesar del dedo que pretendía detenerla, pero Yulia sacudió su cabeza de nuevo y presionó suavemente su dedo contra sus labios.



Lena calló y, sin tener tanto control sobre las reacciones autónomas de su cuerpo, se sonrojó. Yulia ensanchó la sonrisa a pesar de mantener la misma longitud y la misma curvatura, pero era muy notorio que sonreía todavía más. Su dedo se paseó lenta y suavemente sobre el labio inferior de Lena; era una caricia con sabor a descanso y a que se sentía mejor, quizás físicamente o quizás porque tendía a dormir mejor en su hogar, en su cama, o quizás era la combinación de ambos factores. Dibujó el contorno de la carnosidad de sus labios, y, tras el trazo, iba su mirada que la acosaba en el mismo silencio que pedía.



Se acercó lentamente a su rostro, acortando la distancia todavía más, y, elevándolo con su índice por su mentón, rozó apenas sus labios con los suyos mientras jugaba con la mortal anticipación del beso que quería darle. Parecía como si buscaba el ángulo perfecto para las coordenadas perfectas, así como si buscara el pi labial entre la tibia inhalación de su exhalación. Cómo le fascinaba a Lena ver cuando Yulia cerraba sus ojos cuando sus labios rozaban los suyos, era como por automaticidad. Juntó sus labios con los suyos, apenas un toque inerte, pero, poco a poco, se fue ahondando y avivando hasta conseguir que ambos pares de labios se entrelazaran al suave ritmo imaginario de la versión de "La Più Bella Del Mondo" en bossa nova; canción que Yulia había tenido en mente desde que había enterrado su nariz entre la melena roja de la mujer que se preocupaba por su salud al punto de ceder un cumpleaños fuera de la jungla de concreto. Ella lo sabía, y le agradecía la piedad y el disimulo, pues, de lo contrario, de haberlo manejado de una manera más directa, se habría negado, tal y como Lena lo había anticipado. Tal para cual.



La mano de Lena fue directamente a su mejilla para que sus dedos alcanzaran su nuca, pues quería sentirla encima, quería sentir que ese beso se ahondaba por peso y por gravedad también.



Yulia terminó sobre ella, apenas dejando caer un poco de su peso mientras la terminaba de despertar con ese beso que se venía aguantando desde las diez de la noche en la que su roja melena había espesado su respiración con silenciosa ligereza mientras veían la versión más nueva de "Hairspray" en VH1, película que, en palabras de Yulia, era "simplemente disgusting". Con una mano se detenía de la esponjosa almohada forrada del mismo celestial algodón egipcio que las envolvía a ambas a la altura de media espalda, con la otra recorría a Lena desde su cintura hasta su rodilla y de regreso, envolviendo su muslo y su cadera mientras Lena guiaba el beso y la abrazaba por debajo de aquella cicatriz.



«Feliz cumpleaños para mí», y seguía besándola y dejando que la besara con el confeti de "feliz cumpleaños, Lenis", "buenos días, Licenciada" y "hola, mi amor".



Ahí no había indicios de tribadismo, ni de nada que fuera tan directo, era como si quisiera llenarla de besos antes de siquiera saludarla con los verbales y educados buenos días y de desearle un reglamentario y obligatorio feliz cumpleaños.



Elevó un poco su rostro con la misma técnica, pues sólo quería tener mayor acceso a su cuello, el cual veneraba desde aquella conversación sobre hipofixilia con Marie, que, simultáneamente, se volvía a jurar a sí misma nunca lastimarlo y nunca atentar contra él, ni siquiera para practicar la asfixia erótica, pues ella no le veía nada de sano asfixiar a la mujer que adoraba más que a nada en el mundo, ese pensamiento no cabía en su cabeza y tampoco tenía por qué caber. Si Lena quería sufrir de eso, haría lo que fuera para enseñarle que el control de respiración funcionaba igual y sin hacer algo que podía desmayarla.



Besó aquí, acá, y allá. Besos cortos pero pausados y con intervalos que delataban y evidenciaban el cariño con el que se los colocaba, hasta parecía que besaba el aire que fluía por el interior de él. Besó hasta sus huesudas y saltadas clavículas, esas con las que a veces tenía accidentes de frente o de tabique y que la dejaban riéndose en lugar de quejarse del dolor, y, más allá de esas latitudes, no besó por no deshacer el abrazo en el que Lena la envolvía, por lo que decidió subir de la misma forma en la que había bajado.



Finalizó con otro beso de ojos cerrados en sus labios, un hermoso y sedoso beso que ya tenía sensaciones de estar más despierto y más receptivo.



Yulia se despegó de sus labios con esa caricia que era tan suya, esa de peinar el flequillo de Lena tras su oreja izquierda con la ligereza y el delicado tacto de sus dedos, y sus ojos azules analizaron las finas facciones de a quien acariciaban. Sus celestes ojos estaban descansados a pesar de estar todavía un tanto adormecidos, pero ya no tenía ni el más mínimo rastro de las difuminadas ojeras que "Patinker & Dawson" le habían logrado sacar desde antes del episodio de Rococco Red, y, en su mejilla derecha, tenía dos líneas que el forro de la almohada se había encargado de marcarle. Ah, el buen dormir.



Le colocó un beso en la frente, ese beso que sólo había experimentado con ella, pues nadie nunca le había dado uno hasta después de ella, que era Phillip quien solía dárselos porque tenía la impresión de que era una mezcla de cariño y respeto. Le colocó un beso en la punta de su nariz, seguido por un suave jugueteo, y un último beso en sus labios para marcar otra etapa de la mañana.



—Buenos… —intentó decir nuevamente Lena, pues creyó que ya podía hablar, pero no, Yulia volvió a colocar su dedo índice sobre sus labios para detenerla, y no era que no quería que hablara, es sólo que quería saber hasta dónde Lena podía soportárselo y comunicarse de otra forma que no fueran palabras.



Yulia sacudió su cabeza con sus ojos cerrados y, al abrirlos, guiñó su ojo derecho con una minúscula sonrisa. Quizás le dolía la garganta. «Quizás».



Lena la tumbó para colocarse sobre ella pero todavía dentro de las sábanas, las cuales se rehusaban a bajar de media espalda. Entrecerró sus ojos con una sonrisa que se convirtió en una ligera risa nasal en cuanto Yulia levantó su ceja derecha y sonrió con cierta burla que tiraba de la comisura derecha de sus labios. Ante eso, Lena sólo besó sus labios en el mismo silencio que Yulia esperaba y, sin saber cómo, porque sí sabía el porqué, dejó que un gemido ahogado migrara a los labios de quien, delicadamente, había flexionado su rodilla derecha hasta hacerla elevarse un poco para que imitara una variación más baja de la posición más reveladora según Lena. "En cuatro".



Yulia reclamó su poder al impulsarse para tumbarla de nuevo y poder ella colocarse sobre la roja melena que era muy susceptible cuando recién se despertaba, y que, cuya susceptibilidad, era igualmente erótica y sensual por el simple factor de la mezcla de su voz, de su mirada, y de sus respiraciones que sólo imploraban "cinco minutos más" a menos que se tratara de sexo, como en esa ocasión.



Volvió a besarla, porque quería y porque necesitaba corroborar uno que otro dato para no lamentar luego sus acciones, y, entre el beso, consiguió lo que quería.



Se despegó de ella y la vio a los ojos con una sonrisa, ladeó su cabeza como si no entendiera, o como si le estuviera preguntando eso que era más fácil de entender si se utilizaban palabras verbales, o quizás era que le estaba pidiendo permiso.



Lena entendió, y Yulia supo que había entendido cuando, de repente, Lena tomó su mano derecha y empezó a besarla; nudillo a nudillo, dedo a dedo. En cuanto terminó de besar su meñique, regresó a su dedo índice, el cual estaba adornado por el anillo que se definía como "9 a. S." porque había algo de lo que quería acordarse, y, lentamente, lo introdujo en su boca para besarlo a profundidad mientras Yulia le clavaba la mirada en la suya y sólo le ofrecía su dedo del medio para que hiciera lo mismo. 



Definitivamente, eso no era lo que Yulia tenía en mente para comenzar el día, ella sólo quería besarla, y estaba intentando hacer que no hablara para que regresara a dormir en lugar de inventar hacer cualquier cosa, que fue lo que sucedió, y ella poder seguir inhalando la tranquilidad de su descanso desde su nuca. Pero, al final del día, así como lo había prometido al principio de la oferta del fin de semana largo, el cual según ella todavía estaba en vigencia, todo era descrito por "condescendencia al máximo", y tampoco se quejaba si Lena quería algo así, mucho menos en esos momentos de orgulloso recién despertar.



Lena abrió sus piernas y dejó ir los dedos de Yulia de entre sus labios para que se abrieran camino entre ambos torsos y el disimulo que las sábanas les regalaban en esa ocasión. Yulia acarició sus labios mayores, quienes no estaban ni enterados de lo que estaba a punto de suceder, lo mismo sus labios menores, su clítoris y su vagina. Yulia se detuvo en su vagina y Lena, con un asentimiento, le dio luz verde para que lentamente la llenara con un callado ahogo y una cacería de labio inferior con sus dientes.



Esa mirada, de cuando las circunstancias no eran precisamente las más óptimas en la zona sur, era única en su especie y una de las que tendían a derretir a Yulia, la cual rebalsaba de sensualidad al estar simplemente húmeda, pues era la muestra perfecta de lo que una penetración hacía en Lena cuando la pedía.



Yulia la penetró literalmente como lo que el término indicaba, de afuera hacia adentro pero sin mayor profundidad, pues eso entraba en juego hasta que la composición de Lena se lo permitiera en dilatación y en lubricación natural, era la penetración de la profundidad justa para la intensidad más perfecta, y, acompañando aquello, se veían a los ojos; Yulia totalmente derretida ante la débil mirada de Lena, quien con cada inserción se resistía a la idea de cerrar sus ojos, pues le gustaba el momento que estaban teniendo.



Sacó sus dedos de Lena para acariciar su clítoris con un frote de media presión que sólo coqueteaba con el botoncito que también merecía atención y un poco de diversión, pero duró poco al ser sólo una provocación con la que después terminaría de lidiar, y devolvió sus dedos a los adentro de Lena, los cuales ya le daban la menor de las fricciones posibles y que le permitían esa profundidad que ya era inevitable que pudiera permitir un par de crónicos ojos abiertos. Otra mirada que derretía a Yulia; eso de apagarse y encenderse mientras se aferraba a su nuca, pues funcionaba en ambas direcciones como ellas mismas ya lo habían establecido: le gustaba ver y le gustaba que la viera. Era la arrogancia que el Ego había criado, pero con ese lado de humano enamoramiento que suavizaba y condimentaba la mirada que Lena veía, y Yulia que veía algo que la seducía a seguir instrucciones, a ser obediente, a no detenerse y a seguir haciendo lo que hacía pero que no dejara de verla.



Cambió de orden de dedos por la simple razón de que era más cómodo para ella y sería mejor para Lena, pues, penetrándola con su dedo del medio y anular, podía lidiar con el resentimiento clitoral, el cual Lena agradecía con sensuales ahogos de una erótica e indescriptible excitación.



La penetración se detuvo, pero sólo en el sentido horizontal, pues ahora era más un coqueteo directo con su GSpot mientras la palma de su mano seguía haciendo de las suyas conforme Yulia decidía trabajar con su muñeca y no con sus dedos en específico.



Yulia ladeó su cabeza hacia el lado derecho, y Lena asintió, y ella sonrió kilométricamente.



Un gemido como tal creo que no hubo, sólo eran suspiros de labios abiertos o cerrados, labios libres o entre dientes, que eran más cuestión del fenómeno del azar que del control cerebral de la pelirroja, quien flexionaba su rodilla para que Yulia se reacomodara.



Lena asintió, y Yulia, sabiendo muy bien lo que eso significaba, sacó sus dedos de Lena para simplemente aseverar y profundizar la excitación de la cumpleañera, pues, con el pelirrojo lubricante natural, ella se aseguró de intentar anular casi toda fricción entre su sexo y el muslo de ahora veintinueve años oficiales, biológicos y legales.



—«¿Así?» —le preguntó Yulia cuando iniciaba el corto y presionado vaivén contra su muslo.



—«Así» —asintió Lena entre el ahogo de los dedos de Yulia que regresaban a su interior.



Un concierto de respiraciones pesadas, pero no espesas, fue lo que invadió la distancia que cada vez se acortaba entre ambos rostros de miradas fijas por exhibicionismo y voyerismo por igual.



El beso era un componente inevitable del arte de no sólo el momento sino de la ventaja de ser mujer y de poseer mayor destreza para el multitasking. Quizás no era el beso más suave y más delicado, pero desempeñaba su función con supremacía, y quizás la posición no era la más cómoda, porque no lo era, y tampoco era la composición en la que habían logrado encajar, pues se corría el riesgo de una atrofia del túnel carpiano a pesar de que era gaje del oficio o del deporte extremo del placer, y la voluntad del muslo de Lena se veía puesta a prueba. Pero nada mejor que un poco de sexo matutino que no era sabatino, era como romper con la costumbre que realmente no acostumbraban.



Yulia agilizó las rítmicas presiones en el GSpot de Lena, lo cual sólo desencadenaba exhalaciones rojas que se detenían entre las pocas pecas del hombro de Yulia, las cuales ya abrazaba con ambas manos por la intensidad del momento; necesitaba sentirse segura porque temía por su vida al saber que la terminaría de despertar con una eyaculación sobre la que no tenía control ni de potencia ni de cantidad, y Yulia, ante el aferrador abrazo, sólo había podido caer a besos contra su cuello mientras mantenía el ritmo de su vaivén, el cual no sabía por qué pero estaba demasiado más rico que de costumbre. Debía ser ésa etapa de feromonas y ovulación en la que ambas se encontraban según McClintock; un día para ovular pero tres o cuatro días para gozar de los efectos del inevitable e innegable calor.



Yulia volvió a clavarle la mirada a Lena, y, estando viéndola a directamente a los ojos, llena de excitación y orgullo en cantidades iguales, inhaló cuanto aire pudo para que Lena la imitara. Y, así, exhalando suave y continuamente el aire para volver a inhalarlo, Yulia sólo supo dejarse ir en un sorprendente y sorpresivo orgasmo, pues pocas veces lo lograba así de rápido, era algo que hasta la asustaba. Claro, si Yulia se había dejado ir, no estaba en discusión que se llevaría a Lena con ella, pues aceleró el ritmo de sus dedos para hacerla explotar junto a ella aunque a mayor escala.



Yulia sollozó con su labio inferior entre sus dientes, Lena se desplomó en un amodorrado gemido entrecortado que había logrado escabullirse en el "top 10" de los gemidos que enlistaba Yulia en su cabeza. Y, ante la inevitable convulsión eyaculatoria de la cumpleañera, Yulia recibió un glorioso golpe en su clítoris con la resbaladiza superficie del muslo sobre el que se encontraba, el cual sólo sirvió para reafirmar y confirmar un orgasmo que no sólo había sucedido con poca estimulación sino que la había dejado, como a Lena, siendo dueña de un clítoris que parecía tener vida propia al estarse retorciendo con agradecida intensidad.



Víctimas totales de los antojos.
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EL LADO SEXY DE LA ARQUITECTURA PARTE 2  - Página 5 Empty Re: EL LADO SEXY DE LA ARQUITECTURA PARTE 2

Mensaje por VIVALENZ28 11/14/2015, 12:02 am

—Mmm… —exhaló Yulia con un ahogo que hacía sonreír a cualquiera, que sus dedos ya vaciaban a Lena para abrirse camino a su boca.



«¿Rico?» —se sonrojó Lena, viéndola limpiar los brillantes dedos con ese concentrado sabor que tanto le gustaba.



«Como no tienes idea» —rio nasalmente junto con un asentimiento.



«¿Sí?» —ladeó su cabeza.



«Muy, muy rico» —asintió de nuevo con una sonrisa.



«¿Más?» —elevó sus cejas, pero no pudo evitar que una risa nasal muy suelta le saliera, pues esa conversación mental podía estar tan correcta como tan incoherente.



«Mmm…» —cerró su ojo izquierdo y levantó su ceja derecha, evidentemente entrando en modo pensativo—. «¿Tú qué crees?» —resopló con esa mirada burlona.



«No sé» —se encogió entre hombros con una risita.



«Me ofende que no sepas la respuesta» —frunció su ceño y asintió.



«Sorry» —pareció susurrar entre una expresión que delataba su petición de perdón.



«Dame un beso» —sonrió, dándose dos golpes muy suaves con su dedo en sus labios, pero eso Lena, por ser conversación a nivel telepático, no lo entendió así, no como "un beso".







Ella asintió y, tumbándola sobre su espalda para quedar sobre ella, se irguió para revelar su torso desnudo, el cual Yulia adoró con sus manos y con su vista, más cuando Lena levantó sus brazos para intentar peinarse un poco esa melena que no sólo era culpa del sueño sino de su situación postorgásmica, pues esa posición de sus brazos sólo denotaba la sensualidad que la poseía entre las marcas de las sábanas que se hacían presentes en su abdomen.



Se veía realmente sensual, más porque las sábanas habían decidido caer por completo, ni siquiera se habían logrado detener de las caderas de la pelirroja que estaba a horcajadas sobre la rusa/italiana que la acosaba desde la minúscula y casi invisible separación de su sexo hasta las saltadas clavículas que se escondían por las circunstancias, pero no dejó de admirar las líneas del coloquial bikini, o el pequeño vistazo seductor de las dimensiones de su trasero, el cual se posaba suavemente sobre su entrepierna, y ni hablar de las curvas que salían de ese punto en el que, en el verano, probablemente existiría una línea de bronceado que se extendería hasta el otro punto simétrico de su cadera opuesta, y su ombligo, el cual fue burlado por la suave caricia que el dedo de Yulia le hizo con el suave borde de su uña, pues le urgía llegar con disimulo al par de Bs que ahora estaban siendo tiradas suavemente hacia arriba por los brazos de Lena, quien ya trabajaba en un moño con una de las ligas que se materializaban de la nada en su mesa de noche. Viva Scünci.



Justo cuando sus manos estaban por llegar al par de Bs, Lena la vio a los ojos de una forma que Yulia no sabía cómo interpretar, pues parecía más un "no, no, no" que un "¿te gustan?", por lo que Yulia retiró, con paupérrimo disimulo, sus manos de dichas coordenadas para deslizarlas a lo largo de su cintura, pero Lena le tomó las manos para llevarlas a sus senos. Yulia respiró con tranquilidad y los apretujó suavemente, dibujándole una sonrisa a Lena, quien la llamaba a erguirse para que besara eso que apretujaba y ahuecaba intercaladamente.



Pero Yulia no quería erguirse, por lo que la abrazó para traerla sobre ella y, así, poder tenerla a la altura de su rostro. Quería ahogarse entre lo imposible, quería perderse entre ese perfecto escote de justas proporciones, quería simplemente volverse loca alrededor de sus pequeños y pálidos pezones que poco a poco se encogían entre las succiones y los mordiscos que les daba a cada uno. Y Lena que reconocía el hambre que tenía, simplemente se sacudía a modo de que sus Bs se le escaparan de sus labios para jugar con ella, para jugar a que las persiguiera a pesar de no tener suficientes centímetros cúbicos como para que realmente se le escaparan. Ambas reían, aunque Yulia se frustraba entre su propia risa, y Lena se carcajeaba, aunque se carcajeaba con cierto rubor en sus mejillas, pues sólo supo que le gustaría que Yulia hiciera eso con ella, pues sus Cs tenían mayor capacidad de ahogarla.



Lena dejó de sacudirse ante un mordisco que le robó toda su voluntad, pues lo había sentido «tan, pero tan, pero tan, pero tan rico» que sólo quiso dejar que Yulia hiciera de las suyas mientras ya la envolvía entre sus brazos y la apretujaba contra ella, o que sus manos viajaban en direcciones opuestas para luego reunirse en su trasero, en donde, sin por qué ni para qué, se despegaban para simplemente volver a aterrizar con una nalgada que sonaba diez veces más dolorosa de lo que realmente era, pues apenas y caían por la idea de nunca lastimarla.



En un momento de sincronía total, Yulia se deslizó hacia abajo y Lena escaló hacia arriba para quedar en la posición favorita de Yulia, en esa en la que quedaba siendo víctima del facesitting para luego ahogarse en el placer de un faceriding.



Aferrándose al funcional tubo del respaldo de la cama, Lena se dejó ir en el ritmo del coro de "Talk Dirty" para gobernar los labios de Yulia entre los respiros de pausa que le daba para que tirara de sus labios menores y succionara su clítoris mientras la traía con sus brazos hacia abajo. Y luego iba el contoneo rítmico que se frotaba contra la lengua de una enloquecida y extasiada Yulia Marie.



«¿Te ahogo?» —le preguntó con su labio inferior entre sus dientes.



«Por favor» —asintió, que sólo fue que frotó sus labios contra la estática complexión de la feminidad de Lena, y, con sus manos, la trajo más hacia ella.



La pelirroja la tomó por la cabeza y, dejando caer su peso un poco más sobre Yulia, pudo sentir la sonrisa de inigualable éxtasis de los "gustos raritos" de su condescendiente y consentidora prometida.



Yulia, definitivamente muy a gusto, y tan complacida como muchas otras veces, estaba ahora orgullosa de lo que Lena estaba haciendo, pues nunca supo que había sido una de sus fantasías hasta ese momento en el que se sintió extrañamente completa y en un lugar muy parecido al Nirvana. Literalmente estaba high on Lena.



Lena reinició el vaivén, ahora muy corto pero con mayor presión, simplemente se dejó ir sin pensar en que podía matarla, aunque sabía que, de hacerlo, moriría feliz, muy, muy, muy feliz, pues eso se le notaba en la mirada y en cómo sonreía entre el frote de sus labios mayores contra sus labios bucales, y ni hablar del hambre con el que fuertemente succionaba lo que estuviera a su paso para que, con el vaivén, se librara de ella. Esa era una verdadera cacería, y ambas lo disfrutaban en los silenciosos gemidos de Lena, quien, con cada succión simplemente presionaba más la cabeza de Yulia contra su entrepierna, lo cual actuaba como un aviso de qué tan cerca del orgasmo estaba.



—¡M-mm! —gruñó Lena con dificultad al cabo de no más de un minuto, y ese gruñido que era pariente de un pujido y amigo de un gemido, era el sinónimo no más de diez segundos que se interponían entre ese momento y el orgasmo que la haría despegarse de Yulia para quedarse riendo entre jadeos y temblores, o así solía ser—. Me vengo, Me vengo, Me vengo! —sollozó rápidamente al mismo compás del vaivén, y Yulia, con toda la inocencia y las buenas intenciones que en esta ocasión no la caracterizaban, succionó fuertemente el estratégico punto en el que podía envolver su clítoris y sus labios menores entre sus labios—. Emma... fuck! —gruñó, y los temblores y las contracciones empezaron, esas contracciones que actuaban como espasmos musculares en sus piernas, en su abdomen y hasta en sus dedos.



Sinceramente no sé cómo fue que Yulia la tomó por la cadera y la tumbó sobre su espalda al otro extremo de la cama, y estoy segura de que Lena tampoco supo en qué momento sucedió, pero quedó con sus piernas abiertas para una Yulia que simplemente soplaba su clítoris desde una considerable distancia y veía cómo el hinchado clítoris de Lena se retorcía entre palpitaciones por reacciones internas y por el aire frío que lo bañaba por once segundos de antecedentes de Yoga y de relajaciones respiratorias para no asesinar a Segrate y ahora a Selvidge.



—Oh. my. God… —suspiró Lena al cabo del minuto que le había tomado en asimilar ese orgasmo, y la risa la atacó.



—Eres tan hermosa, tan, tan hermosa… —susurró, empezando la serie de besos que subirían desde su monte de Venus hasta su cuello, y, probablemente, hasta sus labios.



—Hablas —sonrió al encontrarse con su sonrisa, la cual Yulia ya había limpiado.



—Italiano, inglés, español, francés, portugués y tres cuartos de griego formal y muerto, o griego cojo. Sí, hablo—sonrió en tono de broma.



—Mmm… estás un poco ronca —sonrió, estando totalmente derretida por el tono poroso de su voz.



—Sólo un poco —murmuró, y decidió darle un beso en sus labios para evitar entrar en el tema de si se sentía mejor o peor de salud, pues, claramente, se sentía muy bien.



—Mmm… —saboreó Lena los labios de Yulia, y no le bastó, por lo que introdujo suave y discretamente su lengua sólo para corroborar que ese sabor era todo suyo y todo de Yulia—. Hola —susurró casi inaudiblemente, todavía con sus ojos cerrados mientras Yulia paseaba la punta de su nariz por los alrededores de la suya para practicar un adorado y cariñoso nuzzling.



—Hola, mi amor —sonrió contra sus labios, y dejó que su peso cayera completamente sobre el cuerpo de Lena—. Happy Birthday —susurró a su oído, aferrándose a ella en un abrazo que la apretujaba justo como le gustaba.



—Yes, happy birthday to me —sonrió, apretujándola a ella también, y se quedó en silencio muy extraño, como si necesitara decir algo que no podía decir.



—¿Te estoy aplastando?



—No, mi amor —suspiró, paseando sus manos por su espalda en direcciones opuestas; una mano hasta envolverla por su espalda baja y la otra para enterrarse entre su cabello.



—¿Estás bien?



—Estoy realmente encendida —susurró con cierta vergüenza que era combatida por un inexplicable pudor.



—¿Sí? —se irguió con una sonrisa, viendo a Lena asentir entre un rubor que era muy distinto al de minutos atrás, un rubor de vergüenza—. ¿Cómo sugieres que lidiemos con eso? —ladeó su cabeza, y, de forma inesperada, batió su pelvis contra su entrepierna; una embestida directa que, al tener contacto con su sexo, se volvía un circular roce con frote a media presión.



—Así… así… —jadeó calladamente, recorriendo la espalda de Yulia con sus uñas, apenas incrustándoselas desde sus omóplatos hasta su trasero, de donde realmente se aferró con fuerzas para marcarle la intensidad con la que quería que la embistiera—. Fuck…



—¿Se siente bien? —sonrió ante la mirada de la pelirroja que jadeaba con cada embestida, y, aunque ella sabía la respuesta, quería escucharla por motivos de Ego.



—Demasiado —gruñó entre dientes, apuñando el cabello de Yulia por simple reflejo, cosa que a Yulia no pareció importarle a pesar de que era un tanto rudo, en realidad le gustó "un poquito".



—Dios mio… eres tan hermosa —suspiró, viéndola a los ojos.



—¿Yulia? —la llamó esa voz que no sabía por qué estaba ahí con ella, no en ese momento en el que estaba embistiendo a Lena con esas indescriptibles ganas de simplemente ser dueña del orgasmo que sabía que podía provocarle de esa forma—. ¿Yulia? —la llamó de nuevo, pero ella sólo siguió embistiendo a Lena, y Lena gemía a su oído como si no le importara que hubiera una tercera persona siendo testigo de la actividad recreacional—. ¡Yulia!



—Joder! —gimió asustada, arrancándose los audífonos de sus oídos y dejando que Victoria der Bosse escuchara las notas íntimas que el Preludio de la primera Suite de Bach para Cello tocaba para Yulia—. Señora der Bosse —sonrió, intentando mantener la cordura, pues, muy en el fondo, le había enojado que había interrumpido su sueño despierto, el cual era más bien un recuerdo vívido de lo que había sucedido dos mañanas atrás—. Qué sorpresa —dijo, poniéndose de pie sobre sus Charlotte Olympia Ava turquesas de tacón naranja de once centímetros, y, rápidamente, aplanó su jeans por la costumbre de siempre aplanar sus faldas o sus vestidos cuando se ponía de pie.  



—Tu secretaria no estaba en su escritorio y la puerta estaba abierta —dijo por excusa—. Espero no estar interrumpiendo nada.



—No, no, por favor… tome asiento —sonrió, ofreciéndole cualquiera de las dos butacas que estaban frente a ella—. ¿Quisiera algo de beber?



—Eso estaría bien —dijo en ese tono que a Yulia tanto le molestaba porque le acordaba a su tía Teresa, ese tono que no era precisamente arrogante sino grosero, pues Yulia pensaba que se podía ser simpático y arrogante al mismo tiempo; ese tono de "al fin haces algo bien", algo que asociaba con Lady Tremaine también, quizás porque ambas mujeres, tanto su tía Teresa como Victoria der Bosse, se parecían físicamente a ella.



—¿Quisiera agua, café, té?



  —Café estaría bien —volvió a emplear ese detestable tono.



  —¿Latte, Cappuccino, Espresso, Lungo o Americano?



  —Americano —sonrió, actitud demasiado rara en ella, pues a veces parecía que no podía hacerlo.



—Regreso en un momento —dijo Yulia, juzgándola por el café que había escogido, cosa que sabía que estaba mal pero, en cuanto a café se refería, se le hacía imposible no emitir un juicio al respecto, quizás porque era en parte italiana, quizás porque era mujer, quizás porque era ella y porque había sufrido en los cursos de barista porque había tenido que beber incontables veces cada mezcla para conocer su adecuado sabor, y, bueno, a veces que sí se le antojaba un café, o quizás sólo cuando se lo servían sin preguntarle y, por educación y crianza de Larissa, se lo tragaba sólo porque sí.



Vio la hora, las dos y tres, razón entendible por la cual Gaby no estaba en su escritorio, pues solía tomarse su tiempo para almorzar de una y treinta a dos y quince porque había calculado que era el tiempo más inerte en todo sentido, y Yulia que le daba la libertad necesaria, pues podía contestar su propio teléfono y podía servir un café americano, o sea agua sucia, sin ningún problema. El tema era Lena, pues ya tenía media hora de estar en la oficina de Volterra, y Yulia que estaba sin poder explicar por qué sabía que no era algo bueno, pero no sabía si no era bueno para ella o para Lena, o para todos. Quizás no era algo bueno, pero eso no significaba que fuera algo malo.



Aflojó su cuello mientras esperaba a que el café recién molido terminara de caer en el portafilter, y, mientras lo comprimía, evocó la imagen de una jadeante Lena, así como si cada presión que le hiciera al portafilter representara una embestida más. Debido a que el proceso era automático en su sistema neurológico, no tuvo problemas para colocar el portafilter en el lugar que correspondía para, bajo él, colocar la típica taza blanca. El café empezó a caer en la taza y, mientras eso pasaba, Yulia colocaba el típico platillo, con la cucharita, un Millac de semidescremada y dos sticks de Splenda, porque Victoria der Bosse trataba su cuerpo como un templo; era como Margaret pero diez veces peor, con tres cuartas partes de Katherine pero con el cuerpo de Jane Seymour aunque diecisiete años menor y con personalidad de cabello rubio y canoso como si no fuera indicio de envejecimiento sino de poder social, pues tan mayor no era; era mayor Larissa, aunque Larissa era rubia y quizás por eso, las pocas canas que tenía, no eran evidentes.



En cámara lenta, vio cómo las últimas gotas de café caían en la taza que ahora colocaba en el centro del platillo, y, luego de desenroscar el portafilter, le dio cuatro golpes para asegurarse de haberse deshecho de lo que ya no era reutilizable, y cada golpe fue como cada gemido que Lena le dio a su oído hasta que gruñó al compás del cuarto golpe, el cual equivalía al clímax.



—Aquí tiene —sonrió Yulia, sirviéndole el agua sucia por el lado izquierdo.



—Gracias —le dijo, frunciendo su ceño al ver cómo había organizado Yulia el ambiente de su café, pues así era como solía beberlo, con dos sticks de Splenda, no de Equal, y con leche semidescremada, y Yulia nunca le había servido café, ni Gaby, pero Yulia era observadora y lo había registrado en su cerebro en una de las ocasiones en las que habían caminado desde un Starbuck’s hasta el Condominio—. Supongo que sabes por qué estoy aquí… —le dijo, abriendo los dos paquetes de Splenda al mismo tiempo para verterlos conjuntamente.



—Prefiero no especular —sonrió, tomando asiento frente a ella.



—Nunca te imaginé como una persona de Bach —comentó con cierta incoherencia.



—¿Persona como de qué parezco? —resopló.



—No sé —frunció su ceño—, supongo que me acuerdas un poco a mi sobrina; tiene más o menos tu edad… y escucha mucha música electrónica y mucha música de… —resopló, pero Yulia sabía muy bien lo que intentaba no decir, «dígalo, dígalo… diga que es "música de negros"»—. Toda esa música que yo no logro entender —dijo, corrigiendo su anticipado error con cierto éxito—. Sólo son obscenidades y palabras soeces.



—La cultura popular alcanza a cualquiera —dijo evasivamente, entrelazando sus dedos al mismo tiempo que cruzaba su pierna izquierda sobre la derecha—. ¿Le gusta Bach?



—No, pero lo conozco —dijo, y llevó la taza de humeante café a sus labios cubiertos de un suave y glamuroso lápiz labial rosado inexistente—. Me quedé entre los setentas y los ochentas, y lo poco que logro capturar hoy en día —«seguramente tiene Red Hot Chili Peppers en alguna parte del cuerpo, y como tatuaje»—. En fin… venía porque, como sabes, se supone que me tienes que entregar el Condominio el lunes a más tardar.



  —Así es… —asintió.



—Pero yo sé que eso no será posible porque sólo te he dejado trabajar mientras estoy presente, que no ha sido mucho tiempo.



—Señora der Bosse —dijo, estando consciente de que la estaba interrumpiendo con cierto grado de antipatía—. Las remodelaciones y las modificaciones están listas, lo que necesito es tiempo para ambientarlo… que eso se hace en, más o menos, diez días.



—Y por eso vengo —asintió, y le dio otro sorbo a su agua sucia—. Estoy por salir del país en vacaciones de Spring Break con mis hijos, pero no regresaré hasta en junio. —Yulia sólo asintió condescendientemente, pero con esa condescendencia que no tenía con Lena, pues era la condescendencia hipócrita y negativa; sólo quería reírse por no gritarle insultos en todo idioma en el que sabía insultar, que superaba el número de idiomas que hablaba con fluidez—. Y, bueno, al regresar me gustaría tenerlo ya todo listo —dijo, alcanzándole la llave del Condominio, lo cual relajó a Yulia de manera exponencial—. El pago lo haré contra la entrega de la llave, si estás de acuerdo.



—Por mí no hay ningún problema, Señora der Bosse —sonrió Yulia, tomando la llave en su mano.



—¿El pago quedaría con el mismo monto o tendría que añadirle el tiempo extra que excederá al tiempo que habíamos acordado en el contrato? —Yulia frunció su ceño, pues su lógica le decía que, si ella le había pagado diez horas al día cuando trabajaba y cinco cuando no, no tenía por qué aumentar el monto—. Ah, qué digo, sólo dime cuánto más tengo que pagarte —dijo antes de que Yulia pudiera decirle cualquier cosa.



—No, no —sacudió su cabeza—. Lo que está estipulado en el contrato es el monto a pagar.



—¿Estás segura? —Yulia asintió—. Pero te estaré haciendo trabajar diez días más, o más de diez días.



—Se compensa, no se preocupe —sonrió, y, en realidad, se compensaba porque el acuerdo había sido que, por la posesividad que caracterizaba a su cliente porque pensaba que sólo se podía hacer una cosa a la vez para hacerla bien, Yulia había accedido a firmar una cláusula de que sólo podía trabajar en ese proyecto en el tiempo estipulado, en ese proyecto y en los preexistentes, y, aunque había estado trabajando en el proyecto de "Patinker & Dawson", no contaba como tal, pues ella no era la encargada del proyecto, sino Lena, por lo que ella estaba, hasta el momento, como una consultora/asistente en lo que al término legal se refería—. ¿Quisiera darle un último vistazo al diseño? —le preguntó, y ella asintió entre el sorbo de café—. Cualquier cosa en la que tenga dudas, o que quiera cambiar, este será el momento definitivo —sonrió, buscando el archivo en su iMac para que tuviera, nuevamente, el tour virtual por lo que sería su habitable condominio.



—Que yo me acuerde no tenía ningún cambio, pero la carpeta con las imágenes las dejé en Chicago.



—No se preocupe, si quiere impresiones nuevas también puedo dárselas —dijo, volteando la pantalla hacia la mujer que le había quitado un peso de encima con tan sólo darle la llave, y le alcanzó el mouse para que navegara a su gusto así como la vez anterior.



—Eso estaría muy bien —sonrió—. Mi hija no ha visto cómo quedará, sólo ha visto cómo ha quedado con la remodelación… como dejé la carpeta en Chicago no le pude enseñar —sacudió su cabeza, y Yulia sólo rio nasalmente ante el síntoma materno tan evidente del que padecía la esposa de Mark der Bosse, el CFO que ocuparía alguna enorme oficina en el piso cuarenta y nueve.



—Creí que ella también vivía en Chicago.



—No, terminó Boarding School en Suiza en febrero, y la aceptaron en NYU.



—Felicidades —murmuró Yulia, llevándose el mismo sobresalto que der Bosse, pues Lena había entrado de golpe a la oficina por no saber que estaba con ella—. Ah, señora der Bosse —sonrió Yulia, pero la sonrisa era más que nada por ver que Lena no traía ni cara larga ni de pocos amigos—, le presento a la Licenciada Katina.



—Mucho gusto. Lena —murmuró Lena, extendiéndole la mano.



—Mucho gusto —repuso ella, estrechándole la mano y volviéndose a la pantalla, haciendo que Lena se cohibiera tanto como cuando conoció a Margaret.



—Regreso luego —susurró Lena, que fue cuando Yulia le notó la suave molestia, que quizás era por der Bosse o por lo que había hablado con Alec, lo que sea que eso hubiera sido.



—Señora der Bosse, ¿me da un momento? —murmuró Yulia, y consiguió un asentimiento—. Ya regreso —dijo, poniéndose de pie y casi corriendo en dirección a Lena.



—Perdona, perdona, no sabia que estabas ocupada —se disculpó Lena entre susurros que se escabulleron por entre la puerta entreabierta.



—No es nada —sonrió Yulia—. Todo bien con Volterra?



—Bueno… —suspiró, y sacudió su cabeza—. Yo creo que si —se encogió entre hombros—. No lo sé.



—Porqué? Que hablaron?



—Relax —susurró, pero la oreja de Victoria der Bosse, cuyo conocimiento no iba más allá de Bocelli y Pavarotti, ya estaba más que atenta desde el principio de la conversación—. No es nada malo.



—Pero no hay nada bueno —repuso.



  —Ni bueno ni malo



—Que hablaron?



—Me preguntó que si quería ser el tercer socio—dijo con su ceño fruncido, y Yulia se descompuso en una furia que sólo conocía ella misma.



—Ah… y que le has dicho? —dijo entre mandíbula tensa y pulgares que repasaban las cutículas del resto de sus dedos.



—Le dije que yo no tengo el dinero para pagar el veinte por ciento que me esta dando… tengo novecientos sesenta mil… tal vez estoy en el medio,pero no —dijo con una risa nasal, pues estaba siendo muy honesta; ella no pagaría ni un céntimo por ser parte legal de algo que, tras lo que Volterra le había insinuado, no tenía espacio, a corto plazo, de desarrollarse más en Diseño de Interiores, y mucho menos en Diseño de Muebles—. No sé porque coño no soy yo… Belinda para mi no tiene sentido… ah,porque me dijo que si no tengo el dinero, el puede darme el dinero prestado y dije "no" entonces me dijo que no debería ser tan cínica.



—Perdón? —ensanchó la mirada–. "Cinica"?



—Entonces… tenemos algo en común —se encogió entre hombros—. Por lo tanto, en teoría si la tengo, pero solo para ti. 



—Mmm… ya veo —asintió lentamente.



—Voy a ir a prepararme un Latte, regresa con ella —le dijo con una caricia en su hombro—. Esperaré afuera para no interrumpir.



—Está bien —repuso, y, sin sonrisa y sin cariño alguno, se dio la vuelta para regresar a su oficina.



—Yul… —la detuvo por el brazo.



—¿Sí? —suspiró al cabo de unos segundos de silencio por parte de Lena.



—Yo… —balbuceó, viendo a su alrededor para asegurarse de que nadie estuviera cerca—. Yo…



—¿Tú? —dijo con extrema hiriente indiferencia.



—No sé —sacudió su cabeza, y se acercó rápidamente a ella para plantarle un beso en sus labios, pues pretendió sacarle así una sonrisa, pero ni eso; fue como besar a un trozo de madera seria—. Mejor ve —susurró, y Yulia asintió, escapándosele de entre las manos con esa pesadez que era tan evidente y que pocas veces le había visto.



Lena se quedó de pie, siendo acosada por la silenciosa mirada de Selvidge, quien no había escuchado nada por estar sumergido en "Al Leila", pero eso no había evitado que viera el fugaz beso, cosa que a él ni le iba ni le venía porque sabía de dicha relación. Le importaba más seguir trabajando con sus Prismacolor, porque él era una persona de Prismacolor.



Se metió al cuarto del "coffee break", ese que, desde que Flavio Vensabene había comprado el espacio de Tishman Speyer en el ochenta y siete, había estado en el corazón del área de Arquitectura, pues no fue hasta que Yulia llegó que se empezó a explotar el área de Diseño de Interiores. Tenían un Summit que sólo lo utilizaban para las bebidas, que más que todo se llenaban de Coca Cola, Arizona, Ginger Ale, agua embotellada y Vitamin Water. Luego tenían el refrigerador, al cual llamaban "Ultra" porque era Ultra-Large, de dos puertas de refrigeración en el que metían la Pellegrino de Yulia, los jugos "naturales", las leches, las típicas manzanas y uvas, comida que básicamente sólo las secretarias se encargaban de llevar sino era porque alguien había tenido una cena el día anterior y había sobrado comida de algún tipo, queso crema de distintos "sabores" y siempre había lo necesario para preparar un sandwich demasiado sencillo. El freezer era el paraíso de Clark, Selvidge y Belinda, pues eran de los que podían vivir y sobrevivir a base de comidas congeladas; desde pizza y una amplia selección de Häagen Dazs hasta una variedad de desayunos y Lean Cuisine. Un microondas, un mini horno, la Cimbali, una mesa con un par de sillas, y unos gabinetes que contenían vajilla, una barbaridad de vasos y tazas, barras de granola, Teddy Grahams, galletas de arroz y la galleta simple de la elección de Moses.



Tomó el portafilter con el miedo de siempre, pues ella no era una experta en lo que a hacerse su Latte se refería, mucho menos era tan diestra en manejar la Cimbali; habría preferido que Yulia donara una cafetera de Pods y no una tan de barista, pero no podía negar que el sabor era lo que marcaba la diferencia. Dejó que el café recién molido cayera en donde debía caer y, presionándolo así como Yulia solía hacerlo, que no sólo lo presionaba sino que también lo giraba, logró comprimirlo hasta que ya no se podía más. Colocó su taza intelectual bajo el portafilter y, logrando ver que la perilla apuntaba a café americano, la giró hasta hacerla llegar a Espresso para poder tener la base de un buen Latte y no "agua sucia". Sacó la leche y la vació en la jarra de aluminio, entre semidescremada y entera le daba lo mismo, y, justo cuando estaba por girar la perilla del vaporizador, la mano de Yulia la detuvo, y le arrebató la jarra con suavidad.



Yulia no dijo nada, simplemente se encargó de vaporizar la leche para poder hacerle el Latte al punto de la perfección, y, jugando a ser Barista, así como decía Lena, le dibujó un corazón con la leche. Le alcanzó la taza y, así como llegó, así se fue, dejando a una Lena más confundida que antes.



—Hola, Lena —sonrió Clark al entrar en donde Lena sólo estaba en modo inerte con la taza entre sus manos, tal y como Yulia la había dejado hacía veinte segundos.



—Clark —reaccionó con una sonrisa—. ¿Qué tal Washington?



—Tú sabes —resopló, sacando una coca cola del Summit—. La política se siente en el aire.



—Nunca he estado en Washington —murmuró, tomando la taza por el agarradero al notar que se estaba quemando.



—Honey, no te has perdido de nada —rio, sacando una taza roja del gabinete superior—. ¿Qué tal el cumpleaños?



  —Tranquilo, con un clima bastante parecido al de hoy —dijo, refiriéndose a las todavía-cincuenta-sombras-de-gris—. No daban ni ganas de salir de la cama.



  —¿Y eso es por el clima o por otra cosa? —bromeó.



—¡Ay! —rio, y sacudió su cabeza—. Cómo eres…



—Sólo era una broma un tanto seria —sonrió entre esas cejas tan expresivas que lo caracterizaban—. Por cierto, te ves muy bien hoy —la halagó sin segundas intenciones, pues él y Lena eran de la misma especie pero en direcciones opuestas—. Pocas veces te he visto en falda.



—Tuve una reunión con Junior —se encogió entre hombros.



Vestía, tal y como Clark decía, como pocas veces. Llevaba una falda que no sabía ni siquiera por qué tenía, pero, en ese momento, se acordó de que no era suya sino de Yulia, y se avergonzó por haberle robado una prenda de vestir, ¿en qué momento había migrado a la parte izquierda del clóset? Eso no lo sabía, y quizás era por eso que Yulia estaba molesta. Era una falda Burberry de encaje blanco en patrón de flores sobre fondo negro, y le quedaba media pulgada floja por no ser exactamente de su talla, pero sentía completa libertad entre la forma que pretendía restringir su movimiento de piernas. No llevaba una blusa como tal, pues era un suéter de cachemira grey melange que no se ajustaba a su torso pero sí a sus brazos, tenía las mangas recogidas hasta medio brazo, y la parte del torso no se escondía bajo la línea que la falda trazaba a la altura de la parte más alta de su cadera. Bajo la blusa llevaba un ERES lavanda que sólo sostenía y que tenía encanto "see-through", bajo la falda una tanga a juego, y, en sus pies, unos Ferragamo peep toe en Oxford blue de nueve cómodos centímetros.



—Pues te ves muy bien, muy guapa —sonrió, vertiendo su Coca Cola en la taza, algo que le pareció raro a Lena, pues ella acostumbraba a beber de la lata o de un vaso.



—Gracias —sonrió, y llevó su Latte a sus labios, pero se detuvo unos cuantos segundos para inhalar el aroma que se desprendía de la mezcla de la leche y el café.



—Nunca la habría pasado como una persona romántica —le dijo, y Lena levantó la mirada al no entenderle—. El corazón —sonrió—. A veces veo cuando te lo hace…



—Ah —rio nasalmente—. Creo que no la pasabas por nada bueno.



—No tenía la mejor fuente —se encogió entre hombros.



—¿Te cambió la percepción?



—Casi no tengo contacto con ella —murmuró, y llevó su taza a sus labios—. No sé si es que no le caigo bien o qué, pero prefiere trabajar con Pennington…



—Tienen bastante tiempo de trabajar juntos, supongo que es costumbre.



—Quizás sí, pero, bueno, al menos prefiere trabajar conmigo a trabajar con Anatoly —rio.



—Prefiere tratar con el Diablo a tratar con Anatoly—murmuró sin darse cuenta de lo que había dicho—. Eso no es para sentirse orgulloso —bromeó.



  —¿Qué fue lo que pasó entre ellos dos?



—No creo que Anatoly no te haya dicho nada al respecto —rio.



—Me dijo cómo era, pero no me dijo por qué era así con él —se encogió entre hombros—. Digo, veo cómo trata a Belinda, a Nicole y a Rebecca, aun a Pennington, aun el trato que tiene conmigo… y su trato no tiene nada que ver con cómo trata a Anatoly —dijo, teniendo muy en mente la vez que Yulia le había dicho "Anatoly, mis Stiletto son más largo que su erección ", algo que Lena no había presenciado porque había sido en el tiempo del Extreme Makeover de Carter, y todo había sido porque Yulia detestaba que hablaran de falos en pleno pasillo, le parecía de mal gusto.



  —No te sabría decir —frunció su ceño—. O sea, yo no tenía ni un mes de estar aquí cuando Anatoly se fue —dijo eufemísticamente.



  —Algo tienes que saber —le dijo con esa risa persuasiva.



—¿Para qué quieres saber?



  —De los errores ajenos también se aprende, ¿no crees?



—Estoy segura de que tú no puedes cometer ese error —rio.



  —¿Y eso por qué? ¿Tan Santo soy?



—No es por Santidad, es por Sexualidad —resopló, viendo a Clark dibujar un "oh" con sus labios—. Tuvieron un intercambio de palabras en italiano, seguramente todos los que lo presenciaron creyeron que se estaban gritando… pero así es el idioma —se encogió entre hombros, aunque sí se habían gritado—. Ahora te toca a ti, ¿por qué te fuiste de Bergman?



—Es un Estudio demasiado grande, no logras hacer mucho —le dijo entre los burbujeantes sorbos que le daba a su taza—. Los proyectos siempre caen con el nombre de un veterano, trabajas para él junto con otros dos, tres o cuatro, y, al final, el crédito es básicamente suyo y nada tuyo.



—Pero Bergman tiene una lista de clientes muy amplia, quizás cinco veces más larga que la de aquí —dijo Lena, acordándose de lo que Yulia le había explicado en algún momento—. Digo, Bergman cubre casi el diez por ciento de las construcciones, remodelaciones y restauraciones de la Tri-State-Area.



—Eso es cierto, pero aquí no se limitan a Tri-State-Area como ellos, al menos no sólo a la de Nueva York; ustedes se estiran a Pittsburgh Tri-State-Area, y a Virginia y California —sonrió—. Cubren más estados y trabajan más bonito… y tengo proyectos bajo mi responsabilidad.



  —Qué bueno que te sientas mejor aquí —sonrió Lena.



  —¿Tú en dónde trabajabas antes?



—Armani Casa —dijo fresca e indiferentemente, pues para ella no era logro.



Wow —elevó ambas cejas—. Impressionante, ¿por cuánto tiempo?



  —Cuatro años —frunció su ceño—. Creo.



  —¿Glamuroso?



—Mmm… —tambaleó su cabeza—. Encuentro más glamour aquí —sonrió.



  —¿Qué era lo que no te gustaba?



—Todo —rio, pero Clark le pidió más explicaciones que sólo "todo"—. Cuando entras a la página web de Armani Casa ves una serie de muebles que siempre te dan ganas de tener sólo porque se ven bien, pero a veces no son los más funcionales, y no son funcionales porque, entre el diseñador y el que lo manufactura, hay una distancia muy grande en la que no hay comunicación. Tú das tu diseño con notas y sugerencias sobre materiales adecuados y sobre el manejo de esos materiales, pero llega un punto, en esa cadena de comunicación, en la que se decide que, por estética y moda, básicamente por glamour, no van a hacer la cama de madera sino de vidrio —se encogió entre hombros—. Entre lo que tú diseñas y el producto final quizás tienes el cinco por ciento de probabilidades de que tu diseño llegue al mercado tal y como lo concebiste. Cero control, y así no vale la pena llevarte el crédito por lo que diseñaste —resopló—. Además, cuando me contrataron, era para entrar a una especie de experimentación en la que, junto con otra persona, desarrollamos un plan de dar un servicio particular de Diseño de Interiores. El proyecto no fue realmente exitoso, pero algo debe haber funcionado porque hace poco empezaron a dar el servicio al público, y, si contratas el servicio, tienes ciertos descuentos en los muebles que hay en catálogo y en los muebles que puedes pedir que te hagan a la medida y a tu gusto.



—Pero aquí tampoco haces mucho de muebles, ¿no?



—Hago poco, pero, lo que hago, es tal y como lo quiero; yo lo diseño, lo trabajo, lo proceso y prácticamente lo construyo. Me pagan mejor, no estoy incómoda en el trabajo, vivo mejor… estoy mejor.



—Claro que estás mejor —rio suavemente—, tienes a alguien que te dibuja corazones en el café.



—¡Ay! —se sonrojó cual adolescente.



—Bueno, volviendo al tema… qué bueno que te fuiste, no suena a que es un ambiente tan cómodo.



—No me fui, me fueron —sonrió, y Clark no supo cómo salirse de esa—. Es como tú dices, supongo que mientras más grande sea el lugar en el que trabajas, más estrés hay —se encogió entre hombros—. No fue sorpresa cuando me despidieron, hubo recorte de personal y mis diseños casi nunca llegaban a ser manufacturados, aunque creo que, los que sí llegaron, todavía están produciéndolos.



—¿Tienen nombre?



—Sí, van por líneas de producción; casi siempre diseñas todo lo básico para cubrir un ambiente: gaveteros, camas, mesas de noche, mesas de café, sillas, mesas de comedor, sillones y sofás, escritorios, etc.



—¿Cómo se llaman los tuyos? Digo, así los veo en mi tiempo libre —sonrió.



—Emerson, David, Freud, Sydney y Camilla, eso es en muebles, y, en lo demás Alabaster, Cadre y Alcazar.



  —¿"Alabaster"? —frunció su ceño—. ¿Es una caja?



—Sí, ¿por qué?



  —Suena bastante… bíblico.



—No estoy familiarizada con lo bíblico —resopló—. Es una lámpara de mesa bastante geométrica, parece caja, sí, pero la llamé "Alabaster" porque es un término que se utiliza para referirse a minerales de aspecto parecido. En realidad, la había llamado "alabastros", porque proviene del griego, pero todo lo querían en inglés o en italiano.



—Interesante, los veré cuando regrese a mi escritorio —le dijo con esa blanca sonrisa—. Cambiando un poco el tema, cuéntame, ¿cómo van con la boda? ¿Ya tienen todo listo?



—Sí —dijo con seguridad—. Sólo falta sacar la licencia.



—¿Y el vestido? —sonrió, sacando esa mujer curiosa que llevaba por dentro.



  —El mío es rojo, el de Yulia es negro —rio.



  —¿No se van a vestir de novias? —hizo un puchero demasiado gracioso.



—Podría apostar a que ninguna de las dos somos tan puras, inocentes y virginales —se encogió entre hombros—. Además, no logro imaginarme a Yulia en un vestido de novia, ¿tú sí?



—Toda mujer es imaginable en un vestido de novia, Lena —guiñó su ojo—. Pero te imaginaba más a ti que a ella.



  —¿A mí? —ensanchó la mirada—. ¿Por qué?



  —No sé.



  —Ah, no… ahora me dices —rio con curiosidad.



—No, no… olvídalo, tengo una boca muy grande —sacudió su cabeza.



—No puede ser tan malo —intentó persuadirlo.



—Siempre he creído que eres la mujer de la relación.



—¿Y Yulia es el hombre en Stilettos? —rio, estando totalmente divertida por el comentario.



—No hablo de físico, sino de actitud.



—Auch, ¿y eso qué significa?



—No sé… no sé por qué te imagino a ti cocinando y no a ella —se encogió entre hombros.



—Más sexista no pudiste haber sonado —rio.



—Siempre he creído que tiene que haber un balance, algo de la sociedad se te tiene que pegar por alguna parte —se encogió nuevamente entre hombros—, simplemente ejercen un rol, masculino o femenino, porque así lo aprendieron desde siempre y para siempre.



—Y tú, ¿quién eres? —bromeó Lena, tomando asiento en una de las sillas.



—Me gusta mi trabajo, pero no tengo esa devoción por ser el proveedor; yo trabajo pero no me ofende que me consientan, y que me mimen… tú sabes.



  —¿Y eso en quién te convierte: en el hombre o en la mujer?



—Definitivamente soy una mujer en saco y corbata, menos cuando estoy trabajando —guiñó su ojo—. Eso lo dejo en la puerta del Lobby.



—No creo que tenga un rol tan definido.



  —Yo creo que sí —rio, y bebió de su taza.



—Depende de la situación, supongo… digo, tengo tantas actitudes masculinas como femeninas, igual ella.



—Ser dominante no te hace hombre, ni masculino… en mi casa, mi mamá lleva los pantalones, y los lleva bien puestos —comentó, pues creyó que era miedo a admitirlo.



—En mi caso es como… no sé —frunció su ceño—, es como que mis papás nunca estuvieron juntos —dijo, sabiendo que eso aplicaba tanto para Inessa y Sergey como para Inessa y Volterra—. Y los papás de Yulia estuvieron más tiempo divorciados que casados… no tenemos un modelo tan rígido como el tuyo, supongo que por eso las dos llevamos los pantalones o la falda, en este caso —sonrió.



—Licenciada, buenas tardes —interrumpió Gaby.



—Buenas tardes, Gaby —sonrió Lena.



—Ingeniero, la Arquitecta Ross lo está buscando —sonrió para él.



—Bueno, fue bonito hablar contigo, Lena —murmuró Clark con una sonrisa—. Que disfrutes de tu corazón —guiñó su ojo, y se retiró.



—Licenciada, ¿ya almorzó? —dijo Gaby en cuanto Clark ya llevaba cuatro pasos fuera del break  room, y Lena dibujó una expresión de "oops!"—. ¿Quiere que le pida algo de comer o va a esperar a que la Arquitecta coma?



—¿Yulia no ha almorzado? —ensanchó la mirada con asombro.



—No que yo sepa, pero puedo preguntarle.



—Está con der Bosse —le informó.



Gaby sólo sonrió y asintió. Pasó de largo hacia el Ultra y sacó el jugo de naranja.



Lena, entre el destruido corazón que estaba dibujado en su taza, se perdió entre lo que parecía tener música de fondo.
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EL LADO SEXY DE LA ARQUITECTURA PARTE 2  - Página 5 Empty Re: EL LADO SEXY DE LA ARQUITECTURA PARTE 2

Mensaje por VIVALENZ28 11/14/2015, 12:07 am

No supo en qué momento su cerebro tocó "The Moment I Said It" y la hizo ver una película silenciosa y mental de todos los momentos en los que se sintió como en ese momento; impotente, pequeña, preocupada, asfixiada. Su cerebro le jugó no sólo feo, sino también sucio, pues se acordó de esa tarde en la que se suponía que no debía estar en casa porque tenía práctica de bádminton, pero, por cuestiones del destino, o sea de pereza, había regresado. El auto de Inessa era el único que estaba estacionado en el garaje, por lo que asumió que, después de todo, no había querido ir a almorzar con sus amigas.



Se acordó de cuando entró a la casa, que se dirigió a la cocina para dejar su botella de agua en el refrigerador y para tomar una lata de Coca Cola. Subió a su habitación, repasando la moldura de madera que cubría la mitad de la pared, y, dejando su raqueta y sus zapatos en su habitación, se asomó al balcón para ver si Inessa estaba en el jardín, pero no. Fue cuando escuchó una risa que supo dónde buscarla. La risa provenía del final del pasillo, como podía ser del estudio de Sergey podía ser de la habitación principal. Con una sonrisa de dieciséis años, caminó sobre sus típicos calcetines blancos, esos que luego costaba lavar porque no había forma de que no los ensuciara, y, ante la segunda risa, se decidió por la puerta de la izquierda.



Justo cuando la abrió supo que no debió hacerlo, pues, cual estereotipo y trillada adquirida tradición, vio la ondulada melena marrón que caía sobre una delgada espalda blanca, y, bajo ella, estaba el abusivo bronceado que la tomaba por la cadera con el anillo dorado en su dedo anular derecho.



—¿Licenciada? —murmuró Gaby, apenas tocándole el hombro—. ¿Se siente bien?



—Sí, sí —sonrió, agradeciéndole por haberla sacado de aquel recuerdo que tanto aborrecía.



—¿Necesita algo?



—No, gracias —volvió a sonreír, y cruzó la pierna izquierda sobre la derecha—. Gaby, ¿puedo preguntarte algo?



—Sí, claro que sí —sonrió ella, con su taza de jugo de naranja en la mano.



—¿Tienes algo que hacer?



  —No, por el momento nada, Licenciada, ¿qué se le ofrece?



—Siéntate —murmuró, halando la silla que estaba a su lado, esa que le daba la espalda a la Cimbali—. ¿Qué tanto sabes de la Sociedad?



—No sé a qué se refiere, Licenciada.



—A la repartición administrativa.



—Bueno… sólo que el Arquitecto Volterra y la Arquitecta Volkova son socios.



—Gaby… —suspiró.



—Están buscando un tercer socio para entregar con la auditoría —vomitó y sin saber por qué.



—Pero la auditoría se termina el lunes —ensanchó la mirada, y Gaby asintió.



—No sé cómo se enteraron de que la Señora Noltenius firmó un contrato con la Arquitecta de que la sociedad inicial sólo sería de un año de ingresos, y que, si quería seguir siendo la tercera socia, tenía que hacerse público, pero el Arquitecto Volterra se opone a lo que eso significa y la Señora Noltenius no quiere ser socia si es pública.



—¿Entonces?



—La Señora Noltenius ya firmó los papeles de la venta de su porcentaje, y ahora están buscando a alguien que lo compre.



—¿Y Belinda?



  —Licenciada, no quiero faltarle al respeto, pero… ¿por qué no le pregunta a la Arquitecta? —murmuró cabizbaja.



—Porque quiero saberlo de alguien que no sea Yulia —susurró—. Yo no le diré nada a nadie, Gaby… y yo sé que sabes. ¿Por qué no acuden a Belinda o a Pennington que son los que tienen más tiempo de trabajar aquí?



—Porque ninguno de los dos está interesado en comprar el porcentaje —susurró—. Hoy me enteré de que el lunes, el Arquitecto respondió a un memo… querían saber, de antemano, cuánto del porcentaje de la Señora Noltenius iban a vender, y el Arquitecto dijo que estaban considerando entre el veinticuatro y el veinticinco por ciento.



—¿Yulia sabe eso? —frunció su ceño.



—Si el Arquitecto no le informó personalmente, no creo… porque no tengo ningún correo sobre eso —se encogió entre hombros, pues ella recibía siempre una copia de todos los correos electrónicos que entraban al correo laboral de Yulia.



—Gaby —se asomó Yulia—. ¿Podrías imprimirme el archivo de la Señora der Bosse y ponerlo en una carpeta, por favor?



—Enseguida —dijo Gaby, poniéndose de pie, que sus piernas temblaron un poco ante el susto—. Licenciada, con su permiso… —Lena asintió, y Yulia desapareció sin darle ni un vistazo a Lena.



—Cuando esté listo, se lo das, por favor —escuchó Lena que Yulia le dijo a Gaby—. Señora der Bosse, le deseo un buen viaje y felices vacaciones.



—Gracias, Yulia—dijo, sentándose en la butaca frente al escritorio de Gaby, y, si eso sonaba a despedida, era el momento perfecto.



—Yul… —se asomó Lena.



—Ahora no puedo —murmuró, pasando de largo por el pasillo mientras frotaba sus pulgares contra las cutículas de sus dedos, y tanto Lena como Gaby sabían que se dirigía hacia la oficina de la persona que sufriría de una potencial gritada.



—¿Qué pasó? —se asomó Belinda al break room en el que Lena se había quedado.



—¿De qué? —balbuceó.



—No sé, iba como si el infierno está a punto de desatarse—dijo, adentrándose a las cuatro paredes para que der Bosse no escuchara—. ¿Qué le hizo Alec?



—No tengo idea —sacudió su cabeza, porque realmente no sabía qué era lo que exactamente estaba pasando—. Me dijo Yulia que estabas trabajando en un proyecto nuevo —dijo, intentando cambiar el tema.



—Sí, quieren que remodele una casa en los Hamptons —sonrió, abriendo el Summit para sacar una lata de Ginger Ale—. Es de esos clientes que quieren que hagas milagros —rio.



—¿Quieren una réplica exacta?



—Ya quisiera —sacudió su cabeza—. Quieren que la cocina sea más grande pero que no me coma el espacio del comedor o de la sala de estar, y tampoco quieren que altere el contorno actual de la casa.



—¿Quieren que sea más grande o que se vea más grande?



—Tú me entiendes, Lena —sonrió, agradecida por tener a alguien que entendiera la diferencia.



—Una ilusión óptica y todo en orden.



—Arquitecta —la llamó Liz, la secretaria de Volterra, y Yulia la volvió a ver de reojo, pues estaba a punto de abrir la puerta de la oficina que tenía ganas de incendiar—. El Arquitecto está ocupado.



—¿Con quién está?



—Con el Ingeniero Segrate —dijo, y Yulia, dibujando una macabra sonrisa, simplemente bajó la manija y empujó la puerta.



—Vattene —le dijo a Segrate, quien estaba de pie tras Volterra, pues ambos veían la pantalla de su iMac.



—Yulia, estamos un poco ocupados —le dijo Volterra.



—Vattene —repitió secamente, y vio a ambos hombres fruncir sus ceños—. Vattene! —elevó su voz y señaló hacia el pasillo—. Ahora! —gritó, y Segrate, asustado por haberse visto inmerso en la misma furia en la que lo había despedido, salió tan rápido como pudo.



—Yulia, ¿qué se te ofrece? —suspiró Volterra, y se encogió asustadizamente ante el portazo que Yulia dio—. Yulia, ¿qué pasa?



—Escúchame bien porque sólo esta vez te lo voy a decir —le dijo con esa mirada turbia, y se apoyó con sus manos del escritorio—. Y escúchame bien porque, si te lo tengo que volver a decir, créeme que me vas a conocer enojada —siseó—, y eso es algo que no te va a gustar porque llevas las de perder.



—Te escucho —murmuró, totalmente pegado al respaldo de su silla de cuero.



—No tienes decencia ni con tu hija —comenzó diciendo—, ni porque es tu hija puedes bajarle al precio —sacudió su cabeza—. Me parece perfecto que le ofrezcas ser parte de la sociedad, a eso no me opongo porque ése es mi objetivo, el problema es que no ves más allá de una simple cláusula que tenemos que cumplir, y nunca has pensado más allá de lo que a ti te interesa y te gusta, por eso te pesa tanto tener a un Paisajista a pesar de que sea el sobrino del hombre que básicamente te puso donde estás ahora, porque, ahí, en esa silla, realmente pertenece Henry Bergman —gruñó—. Si no hubiese sido porque Vensabene no podía mantener los pantalones a la cintura, tú ni estuvieras aquí… y yo tampoco, pero aquí estamos, así que aprende tú a ver más allá de sólo la Arquitectura. El mundo ya no gira sólo alrededor de la Arquitectura, y eso te lo hizo ver Vensabene en cuanto trajo a Segrate, a Bellano y a Pennington a trabajar con ustedes, y te lo hice ver yo en cuanto empecé a hacer un verdadero trabajo de Diseño de Interiores, trabajo que este maldito Estudio no conocía y que pretendía hacer a través de un Arquitecto que tiene gusto estructural pero no estético como tal —hizo una breve pausa para darle espacio a Volterra para respirar—. Métete en la cabeza que, aparte de que te has encargado de que Lena no quiera ser parte del Estudio porque no sabes ser ni jefe ni papá, te has cagado mil veces en lo que de verdad importa; no sólo importa cumplir la maldita cláusula porque eso se cumple con cualquiera, así como la cumplimos con Natasha, pero, si quieres tener un socio que sea de aquí hasta que te mueras, tienes que pensar en el socio también, tienes que hacerlo feliz… y claramente has dicho que lo de Lena no tiene futuro. Pues, como es mi dinero, como es mi gana, y como sé que tengo tu culo en las manos, voy a dejar que Lena haga lo que se le dé la puta gana con su veinticuatro por ciento, porque no creas que sé que quieres tener el nombre en la puerta… porque por ella sí que vale la pena cambiar el nombre, ¿no?



—Yulia, relájate, por favor.



—No me pidas que me relaje —gruñó—. Y tampoco me pidas que me relaje después de que le insinuaste a Lena que usara mi dinero para hacer lo que tú quieres, que sólo es cumplir con la maldita cláusula que tan cagado te tiene.



—Tenía razón —rio—, muchos bienes compartidos pero sigue siendo tu dinero.



—Si quieres joderme, hazlo de frente y en persona, no uses a Lena de peón —sacudió su cabeza—. Porque no veo por qué tienes que meterte en mis cosas, mucho menos en las de Lena… el derecho se gana, no se reclama sólo porque sí —dijo, y lo asesinó con la mirada—. Acabo de entender el correo que envió Junior, ese en el que nos felicitaba por la "estabilidad" de los porcentajes, así que asumo que decidiste omitir mi opinión en cuanto al porcentaje que querían saber —frunció su ceño—. No le dijiste que estábamos considerando del uno al veinticuatro por ciento, ¿verdad? ¡¿Verdad?! —gritó de nuevo, y dio un golpe al escritorio.



—No —balbuceó, y se sintió demasiado extraño, pues era primera vez que veía a Yulia así—. Le dije veinticuatro o veinticinco.



—Yo no sé si eres tonto o simplemente te embrutece el apellido "Katina" —sacudió su cabeza.



  —El porcentaje se puede cambiar.



—Hazme un favor, la próxima vez, cuando te envíen un memorándum de esos… léelo bien, hasta el final, en especial en donde dice que es lo que queda documentado como válido: legítimo y legal —gruñó, y vio a Volterra tornarse blanco, verde y amarillo, y verde de nuevo—. Para que te quede muy claro: se lo voy a regalar a Lena no porque sea mi novia, o mi esposa para ese entonces, o porque sea tu hija, sino porque sé que tiene otras ambiciones que pueden venirle bien al Estudio, y porque simplemente se lo merece. Si funciona o no, pues ése es otro problema que se arregla y ya, se deja de hacer, pero al menos tomé un maldito riesgo para expandirme… —hizo otra pausa y respiró profundamente—. Te doy la confianza necesaria para que confíes en mí, te digo lo que necesitas saber para que sepas que todo estará bien y que tú no llevas las de perder, pero no me hagas desconfiar de ti; no vuelvas a anularme de esa forma, Alec —dijo, y él asintió—. Y lo digo en serio, porque entonces te voy a anular de la misma forma y créeme que entonces llevas las de perder con tu veinticinco por ciento… siempre te he jugado limpio y justo, no me hagas actuar como tú.



  —E-está bien —asintió entre titubeos y tartamudeos.



—Prestarle dinero no es una idea sensata para sentirla tuya, es bajo, es ruin, es cruel… —siseó indignada—. Porque no te va a deber nada sino sólo dinero, y una deuda no es algo que te dé derechos emocionales y parentales; tienes poca vergüenza, Alessandro —sacudió su cabeza, y se irguió—. Tomé el proyecto de Oceania Cruises, y, te guste o no, Lena viene conmigo a Miami… y te aviso porque eso implica que voy a empezar a entrevistar a alguien para dejar en nuestro lugar de Diseño de Interiores, alguien que empiece desde ya para que se quede por seis meses y con posibilidad de plaza fija. —Yulia no esperó nada, ni respuesta ni respiración, y se dio la vuelta para salir de aquella oficina—. Y no planeo que me lo apruebes, porque me lo estoy aprobando yo… cuando vuelvas a actuar como un managing partner digno del título, entonces buscaré tu aprobación, mientras las erecciones te nublen el juicio, olvídalo —le dijo de reojo, y salió de la oficina, cerrando la puerta suavemente tras ella—. Que tenga buen día, Liz —dijo para la secretaria implicada.



—Buen día, Arquitecta —murmuró anonadada, pues había escuchado toda la discusión, y no le había asombrado lo de "parental" porque eso ya lo sabía, sino que le había asombrado que Volterra no había ni podido defenderse.



Caminó por el pasillo con mayor frescura y soltura, pero el enojo no había logrado quitársele a pesar de que había sentido cierta liberación al decir aquellas palabras, en especial "tienes poca vergüenza", "no tienes decencia" y "yo no sé si eres tonto". No supo en qué momento había utilizado al difunto Flavio Vensabene y a su problema de poder amar a cualquier mujer, que "cualquier mujer" implicaba también a la esposa del mejor amigo, o sea Henry Bergman. De ahí nacía la rivalidad entre los dos Estudios. Tampoco supo en qué momento había dejado que su mano agrediera al escritorio. Y fue eso, el golpe a la mesa y la elevación de su voz lo que le había terminado por pesar. Se sintió tan… «tan Oleg». Se dio asco, se dio miedo, se dio vergüenza, se dio lástima.



Llegó a su oficina sólo para buscar su iPhone y un billete de veinte dólares, y, así como había llegado, así salió, no sólo de la oficina sino del Estudio también.



El viaje en ascensor fue eterno, su corazón latía sin poder relajarse, y las personas que interrumpían el viaje hacia el lobby le provocaban ganas de gritar más, y de golpear cualquier cosa que se le atravesara en el camino, fuera persona o cosa; no iba a perdonar.



No corrió porque entonces sería la clara señal de estar colapsando, pero su paso era apresurado aun para ser sobre Stilettos. En el camino hacia afuera, porque necesitaba aire fresco, empezó a marcar aquel número de teléfono que empezaba por "+39", pues esa ocasión merecía una llamada directa y no una llamada de datos, de Skype o FaceTime.



—Pronto, Tesoro —dijo esa voz que tanto necesitaba escuchar, esa voz que sonreía al compás del tradicional "pronto" que saludaba a todos por igual, pero ella no era como todos, ella era "Tesoro".



  —Hola —murmuró más tranquila.



—Hola, Tesoro —repuso dulcemente entre la destreza de sus dedos que detenían un cannellone mientras Bruno lo rellenaba con una mezcla de ricotta y pollo a la plancha—. ¿Qué tal estás?



—¿Estás ocupada? —preguntó, y, de ipso facto, escuchó a Larissa susurrar un "vuelvo en un minuto" para salir de la cocina.



—¿Qué pasa? —murmuró, con la preocupación y la aflicción maternal que le anudaba la garganta, pues pocas veces solía tener ese tono de voz, que eran las veces que llamaba directamente a sabiendas de que AT&T le cobraría un riñón por su emergencia internacional—. ¿Estás bien?



—No sé —suspiró.



Larissa se transportó a aquel momento en el que todo había sonado igual, ese momento en el que Yulia había llegado a su habitación, descompuesta y desencajada, y que había preguntado lo mismo y con la misma pesadez: "¿estás ocupada?", a lo que ella había respondido un "no" con una sonrisa. Yulia logró encontrar el coraje para sentarse a su lado, pero no lo encontró para verla a los ojos, por lo que había escuchado ese mismo "¿qué pasa?" y había respondido con ese suspiro que mataba lentamente. Hundió su rostro entre sus manos y simplemente se echó a llorar; llorar de vergüenza, de miedo, de asco, de lástima, así como se sentía en ese momento pero no por la misma razón.



—Tranquila, Tesoro —resolvió murmurar con una notable sonrisa que viajaba, de teléfono a teléfono, por seis mil ochocientos setenta y ocho punto tres-treinta y seis kilómetros—. Háblame.



—Perdí el control… totalmente lo perdí —dijo con voz quebradiza.



—¿Con quién? —preguntó, sabiendo exactamente a qué se refería porque había sucedido una tan sola vez y con Aleksei, su hermano, cuando tenía diecisiete, exactamente luego de la cicatriz, que Aleksei había terminado con una ceja abierta y el tabique fisurado, pero no era por eso que había resentimientos entre ellos. Yulia suspiró, y Larissa temió profundamente que hubiese sido con Lena—. Yulia, ¿con quién? —preguntó de nuevo, ahora llamándola por su nombre, algo que sólo podía salir de su boca cuando estaba enojada, o sea nunca, y cuando estaba desesperada/afligida.



—Con Volterra y su escritorio —respondió entre labios temblorosos, que podía ser por frío o por colapso—. Estaba tan enojada que no podía controlarme—suspiró—. Impresionada, decepcionada, frustrada, enojada…



—¿Qué fue lo que pasó?



—Me pasó encima —sacudió su cabeza, y llegó a donde inconscientemente quería llegar, a ese stand en el que, cuando el dueño la vio, supo que debía alcanzarle una cajetilla de Marlboro rojos, y, tras un gesto silencioso, le alcanzó un encendedor contra los veinte dólares de los que no quería cambio—. Me pasó encima con sus horribles Ferragamo sneakers…  



—Tesoro, está bien que te enojes… en especial si tienes razones racionales para estarlo —le dijo en ese tono tan maternal que la poseía en esas ocasiones, y logró contenerse la risa ante el comentario de los zapatos—, pero lo que pasó, ya pasó; ahora enfócate en lo que sea que tengas que arreglar.



—No puedo arreglarlo —suspiró, golpeando la cajetilla contra su muñeca izquierda para taquearlos. Era costumbre.



—Todo tiene más de una solución; si no puedes arreglarlo en este momento, podrás arreglarlo luego... con la cabeza fría, con la cabeza y no con las hormonas.



  —Es sólo que me decepciona —rezongó, dejándose caer sobre el ancho borde de una macera de piedra.



—¿Qué te decepciona? —le preguntó, no sabiendo si le decepcionaba la parte de Volterra o su pérdida de control—. ¿Tesoro? —la llamó ante unos incómodos y preocupantes segundos de doloroso silencio.



—No pude controlarme —repitió entre temblorosas manos que le quitaban el plástico a la cajetilla para guardarlo en el bolsillo trasero de su jeans al no ver un basurero cerca.



—¿Pasó a mayores?



—No.



—Tesoro… tu no eres él—le dijo en aquel tono maternal—, y no lo serás nunca...nunca,nunca



—Tengo miedo en convertirme en él.



—No tengas miedo, Tesoro —sacudió su cabeza—. Tú no eres él—repitió—. Hagas lo que hagas, nunca serás como él, entendiste?



—Mmm… —suspiró, hundiendo su rostro entre su mano derecha.



—Dime si entendiste, por favor…



—Lo entiendo, pero no lo creo —suspiró de nuevo, y fue entonces que esa mano se posó sobre su hombro al mismo tiempo que ese cuerpo tan suyo y tan ajeno se sentaba a su lado—. Tengo que irme.



—¿Estás más tranquila?



—No lo sé, te diré luego —dijo, irguiéndose para ver, de reojo, que el iPhone plateado de Lena tenía el Life360 abierto, aplicación que pocas veces utilizaba pero que había sido útil en esa ocasión—. Muchas gracias.



—De nada, Tesoro —sonrió—. Salúdame a Lena, por favor.



—Lo haré.



—Cuídate mucho.



—Tú también —sonrió minúscula pero genuinamente, y colgó—. La pregunta más obvia sería "¿cómo me encontraste?", pero ya tu teléfono me respondió —dijo con cierta seriedad.



—No soy aficionada a esta sensación de malestar cuando tu acabas con la tormenta afuera —susurró, notando el doloroso rechazo de su mano al no querer ser tomada.



—Necesitaba aire fresco.



—¿Y el aire fresco sale de un Marlboro? —resopló, logrando que Yulia riera suavemente a través de su nariz—. Por favor —susurró en ese tono que derretía, persuadía y convencía, y acarició suavemente su mano con su dedo índice—. No me huyas… —susurró de nuevo, logrando tomarla ligeramente de la mano, mano que sufría de palma enrojecida por el golpe, y estaba caliente sino hirviendo.



—Lenis… —suspiró calladamente, cerrando sus ojos para intentar contener y suprimir esas reacciones violentas que sentía, pero yo sabía que no era capaz de nada, que todo era mental, y eso ella y Lena lo sabían también, pero, en ese momento, tras el pensamiento de "no perdono" y "quien no se aparte, lo golpeo" temía por todos y por ella misma, pues no había sido por proteger a alguien, como en el caso del que no debía ser nombrado y Lena, o a Natasha con Phillip, esta vez había sido por neurosis—. Yo no te voy a hacer daño.



—¿Duele? —preguntó, omitiendo el comentario temeroso de Yulia, y acarició la palma de su mano, esa que sentía cómo latía casi por sí misma.



—Con palabras tampoco —murmuró.



—Me duele más cuando te encierras y no me dejas entrar, me duele más cuando me ocultas lo que piensas, lo que sientes, lo que te pasa —dijo, llevando la enrojecida piel a sus labios—. Es mucho peor eso a cualquier insulto que puedas tener… porque me insulta más cuando me excluyes —murmuró entre los besos que le daba a las raíces de cada dedo, esas que tienen nombre de, por ejemplo, "Monte Saturno" en la quiromancía—. No es justo que yo pueda confiar y depender de ti, que cualquier cosa que me pase, tú estés para mí… y yo no pueda estar para ti de la misma forma—sonrió, deslizándose por su dedo anular a besos—. Me da más miedo saber que estás lidiando con algo sola, me da más miedo eso que lo que tú crees que puedes hacerme o decirme; yo te conozco, y sé que no vas a hacerme nada.



—No confío en mi misma,tú tampoco deberías.



—Pero pasa que sí confío en ti… y mucho, lo suficiente como para saber que sólo tienes que respirar profundamente y dejarlo ir, porque eres mejor y más grande que eso que te pesa —sonrió, tomándole la mano entre las suyas—. Que yo sepa, tú eres humana y, así como te ríes, así tienes derecho a enojarte también, a gritar y a arrojar todo lo del escritorio al suelo, a pegarle a la pared si quieres.



—Eso no está bien —murmuró, agachando la mirada.



  —¿No está bien porque no se ve bien o porque no se siente bien?



  —Ambas.



—¿Desde cuándo te importa tanto cómo se ve? —resopló.



—Te ves encantadora hoy —susurró, cambiando el tema para intentar olvidarse de su enojo por un momento, «tangentes, malditas tangentes».



—Perdón —se sonrojó Lena entre la maldición de la tangente.



—¿Perdón por qué?



—Es tu falda —se sonrojó todavía más.



—Se te ve muy bien —sonrió minúsculamente—. Me gusta.



—Gracias, cuando quieras —resopló, y dejó que su cabeza se recostara sobre su hombro.



—Ah, ¿me la vas a prestar? —bromeó.



—Sólo si me la devuelves —sonrió, haciendo que Yulia riera nasalmente.



—Lena, Lena… —sacudió su cabeza—. ¿Qué voy a hacer contigo?



—Me podrías dar un beso —susurró, elevando su mirada para encontrarse con la de Yulia, quien no podía esconder o disimular su titubeo.



—¿Cómo puedo decirte que "no"? —murmuró, y, con ciertas reservas, se acercó a sus labios para presionarlos contra los suyos frente al público de Bouchon Bakery, de NBC News y de un bus azul de CitySights NY—. No fue suficiente, ¿verdad? —le preguntó, siendo superada en decibeles por un taxi, pero Lena sacudió la cabeza—. Para mí tampoco —dijo, y volvió a presionar sus labios contra los de Lena, los cuales luego serían obligados a entrelazarse entre sabor a Latte y sabor a Creme Savers de fresa.



—Hola —sonrió Lena a ras de sus labios, no estando al tanto de que el beso había durado casi un minuto de atracción ajena y de juicios difusos, y sintió como si ya la tenía de regreso, tal y como ella solía ser.



—Hola, mi amor —repuso, dibujándole una enorme sonrisa interna a Lena, y entrelazó sus dedos con los suyos—. ¿Cómo te fue con Junior?



—Bien, quiere seis piezas para su oficina y cuatro para su casa —sonrió—. ¿A ti cómo te fue con der Bosse?



—Al fin me dio la llave para poder entrar y salir del Condo sin que ella esté respirándome en la nuca… el lunes atacaré, ojalá y termine el viernes, así logro devolverle la llave al Mistah "DaBoss" —sonrió, pronunciando el apellido tal y como la misma Victoria der Bosse lo pronunciaba a pesar de no ser correcto, pues se pronunciaba tal y como se leía.  



—Si necesitas que te ayude, con gusto lo hago —sonrió—. Desde para hacer camas hasta para poner libros.



—Gracias, mi amor… creo que te tomaré la palabra.



—Siempre es un placer verte invadir, más cuando vas en sneakers.



—Mmm… ¿me estás insinuando que quieres verme en sneakers?



—Sí —asintió brevemente, y se tomó del abdomen al escuchar que su estómago gritaba por comida.



—No has comido —frunció su ceño.



—Te estaba esperando —improvisó.



—Oh… —ladeó su cabeza—. ¿Qué te gustaría comer?



  —No sé, sólo tengo hambre. 



—¿Qué te parece si subo a traer mi cartera mientras escoges qué te gustaría comer?



—No es necesario —dijo, deslizando la parte trasera del protector de su iPhone—. El presupuesto es de tres Benjamin Franklins, ¿qué te gustaría comer? ¿De qué tienes ganas?



—Algo que se coma con tenedor y cuchillo, de preferencia, por favor.



  —Vamos, entonces —sonrió, poniéndose de pie y halándola por la mano que no tenía pensado soltar hasta que tuviera que hacerlo.



—¿A dónde me llevas?



  —A comer un Steak au Poivre con papas fritas cortadas a mano —sonrió—. Brasserie Ruhlmann.



—¿Podemos pedir Ostras? —le preguntó en ese tono en el que alguna vez, y en múltiples ocasiones, le había preguntado a Larissa si podía pedir o comprar algo.



—Las que quieras —guiñó su ojo—. Y de beber, ¿qué quisieras?



—English Basil o unas copas de Saint Émilion.



—Lo que tú quieras —resopló.



—Compré estos… —dijo, jugando con la cajetilla de cigarrillos intacta entre sus dedos.



—Catorce dólares, ¿valieron la pena?



—Ni los he abierto —respondió, y, dándose un segundo para levantar la pestaña de la cajetilla y ver los veinte cigarrillos en triple fila—. Se ven tan… familiares.



—¿Quieres uno?



—Tengo veinte —sonrió, llevándose la cajetilla a la nariz para embriagarse del nostálgico aroma del tabaco más fuerte que Philip Morris producía y concentraba en esas veinte suculentas unidades—. Uno sería… quedarse corto.



—¿Cuántos quieres fumar?



—¿Fumar? —dijo, volviéndose hacia el suelo para medir la distancia y la profundidad de su siguiente paso para empezar el desfile a lo largo de las banderas, empezando por la de Grecia, la cual estaba situada en la esquina del corazón de Rockefeller Plaza y de la cuarenta y nueve—. No sé ni por qué los compré —se encogió entre hombros—. Entré en modo automático.



—Bueno, si no los vas a fumar, ¿qué vas a hacer con ellos? —rio—. ¿Vas a admirarlos desde la distancia? —Yulia sacudió su cabeza—. ¿Quieres fumar uno conmigo?



—¿Así como en "compartir"?



—Sí, como en compartir fluidos corporales, o sea saliva, por medio de un filtro —sonrió.



—¿Qué pasa si, cuando lo pruebe de nuevo, no lo puedo dejar?



—¿Qué puede pasar? —la volvió a ver, encontrándose la mirada azul de Yulia.



—Los sabores pueden cambiar —se sonrojó—, en especial los tuyos. No quiero que se me opaquen; me gustan así de abiertos.



—¿"Abiertos"?



—No sé cómo explicarlo… todo sabe mejor, y no sé si quiera arruinar el sabor de un Steak au Poivre… o de lo que comí ayer por la noche de la lavadora —dijo, refiriéndose a la entrepierna de Lena, la cual había sido devorada, tal y como lo había dicho, sobre la lavadora.  



—Yo creo que, si quieres fumar uno, puedes fumarlo… no necesitas permiso de nadie, ni siquiera de ti misma —se encogió entre hombros—. Pero si necesitas una excusa para no fumar, también me parece justo.



—El problema es que no creo que pueda sólo fumar uno, tendría que fumarlos todos por razones psicológicas de tipo TOC… además, yo sé que a usted no le gustan los rojos, Licenciada, en dado caso tendría que comprar unos Light, o Gold para el caso… Todavía estoy viviendo en los primeros dos mil.



  —No, con eso sí me matas… imposible dejarlo de nuevo; tendría que ir a algo tipo Fumadores Anónimos, si es que algo así existe.



  —Si ese es el caso, mi amor —sonrió, dejando ir la cajetilla en el basurero por el que pasaba al lado—, que no se hable más.



—Gracias.



—No somos los Underwood como para compartir un cigarrillo —guiñó su ojo.



—De todo lo que tienes para describirlos, ¿eso es lo que escoges para definirlos? —rio, y Yulia, entre dudas, asintió—. ¿Por qué no describirlos como el "matrimonio ideal"?



—Porque ese término aplica solamente para quienes están involucrados —sonrió—. Para mí, ése matrimonio no es para nada ideal, a ellos les funciona, y no dudo que no existan matrimonios así fuera de la televisión.



—¿Qué es para ti un "matrimonio ideal"?



—Mmm… —musitó, y se deshizo en una risa nasal que la hizo sacudir su cabeza—. Mi matrimonio ideal es en el que yo estoy contigo.



  —Me halaga, Arquitecta —resopló Lena—, pero me da la impresión de que no es la respuesta completa.



—Sé que no quiero un matrimonio como el que tuvieron mis papás, porque eso raras veces contó como "matrimonio", y les atribuyo a ellos la falta de fe que le he tenido a esa unión desde siempre —se encogió entre hombros—. No me considero "transformada" en el sentido de que ahora soy devota del matrimonio, por lo mismo de que cada quien lo define y lo ejerce como quiere, así sea con características religiosas, políticas, sociales, económicas, emocionales, o como sea; cada matrimonio es distinto… pero sí me considero devota de ti tras la definición real de "ser devoto": estoy dedicada con fervor a obras de piedad y religión, totalmente aficionada a ti —sonrió—. Quizás "obras de piedad y religión" no tienen mucho sentido —rio, haciendo que Lena riera por igual, pues en eso estaban de acuerdo—. Pero te haces una idea.



—Más o menos.



—¿"Más o menos"? —levantó su ceja derecha con incredulidad.



—Sigo pensando que no es la respuesta completa.



—"Matrimonio ideal" —suspiró—: equivalencia de deberes y equidad de derechos, ser egoísta en cuanto a tu pareja pero ser desinteresado con ella, compromiso, supongo que si algo sale mal no dejar que se vaya al carajo a la primera, sino intentarlo dos, tres, cuatro, cinco veces más hasta que realmente se vea que no hay salida; a no renunciar a ti, a nosotras, de ti misma. Acompañarte en libertad, complacerte y satisfacerte con o sin retribución.



—¿Ser egoísta pero desinteresado? —frunció su ceño—. ¿No es eso como una contradicción muy grande?



—No que yo sepa —sacudió su cabeza, y se detuvieron, exactamente al lado de la bandera de Bélgica a esperar a que el semáforo peatonal mostrara el hombrecito verde—. Ser egoísta en cuanto a ti significa que te considero mía, y que te voy a tratar con el mismo cuidado con el que trato todo lo que considero que es mío, lo cual no significa que te esté cosificando, porque no eres una cosa, o un accesorio.



—Suena un poco a celos —bromeó.



—O sea… —tambaleó su cabeza—. No es que no pueda lidiar con la idea de que alguien más se te acerque y te flirtee, o que tu ex te lleve a cenar… con la idea puedo lidiar, pero con la persona que te toque cualquiera de tus integridades y que violente tus consentimientos, entonces sólo puedo recurrir a las prácticas oscuras de cortarlo en pedacitos chiquititos chiquititos para luego hacer una donación al Zoológico y que los leones tengan carne fresca —sonrió con inocencia.



—"Sólo" —se carcajeó.



  —No es que te considero débil, porque no lo eres, pero mi Ego no me permite no protegerte, o sobreprotegerte en realidad —se sonrojó—. Puedes ser amiga de Hugh Hefner y de Leonardo DiCaprio, o de cualquier pene contento, o de cualquier Maestra de Seducción… —dijo, y Lena sólo rio nasalmente, presionando sus labios entre sí para no dejar que una segunda carcajada se le escapara—. Está bien, está bien —se sonrojó—. No puedes ser amiga de ese tipo de personas, no a menos de que quieras que me corroa en celos.



—Yo no sé si es enfermo o qué —le dijo suavemente—, pero me fascina esa protección, o "sobreprotección" en realidad, y me gusta ese dash de posesividad que te mueve —sonrió, ahuecando su mejilla.



—Me da pánico perderte —se sonrojó todavía más.



  —Yul… —sonrió, y se acercó para darle un beso en su mejilla.



  —Es que el hecho de perderte lastimaría no sólo mis hormonas sino también mi Ego —dijo, siendo halada por Lena para cruzar la calle—. Significa que hice algo mal, que yo hice algo mal.



—¿"Hormonas" como de "corazón"? —le preguntó mientras veía que ambos pares de Stilettos caminaban, por encima de las franjas del paso peatonal, con completa sincronización—. ¿Por qué no puedes referirte a eso como "corazón"? —sonrió ante el asentimiento de Yulia.



—Suena tan… cursi —frunció su ceño.



—Pero que mierda, mi amor —rio—. Eres una de las personas más románticas que conozco…



—¿Yo? ¿Romántica? —se asombró, y se asombró más en cuanto Lena asintió—. ¿Es en serio?



—Así como tu definición de "matrimonio ideal", yo tengo mi definición de "romántico" —sacó su lengua.



—¿Entonces no soy romántica convencional?
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EL LADO SEXY DE LA ARQUITECTURA PARTE 2  - Página 5 Empty Re: EL LADO SEXY DE LA ARQUITECTURA PARTE 2

Mensaje por VIVALENZ28 11/14/2015, 12:14 am

—No —sacudió su cabeza, encontrándose frente a la bandera de Albania—. Comenzando porque no eres convencional; eres un poco rara —dijo, haciendo que el Ego de Yulia sonriera con cierta satisfacción—. No eres romántica convencional porque no me haces un corazón de pétalos de rosas en la cama, sino que me lo dibujas en mi Latte, no me dedicas una canción cursi como la que todos dedican, y con esto me refiero a "Just The Way You Are", "Iris" o "I Don’t Want To Miss A Thing", porque me dedicaste "Amazing" de George Michael; algo que parece recién sacado de un gay-club, no me ahogaste en rosas para Valentine’s sino que me diste un día libre, y, cuando decidiste darme una flor, no fue que la compraste, sino que la arrancaste de una maceta de alguna pobre señora en Napoli, y no fue ni una rosa, fue una Vinca… y, para mi cumpleaños —rio—, no creas que no me enteré de que le enviaste una carta a mi mamá en la que le agradecías por haberme traído al mundo.



—¿"Oops"? —murmuró por disculpa.  



  —Me hace sentir especial —sonrió—. Diferente, tú sabes.



—Entonces… ¿sí soy romántica?



—A tu modo —asintió, adentrándose al terreno de la Brasserie, ese en el que las mesas de la terraza estaban desocupadas por la hora y por el frío—. Sí.



  —¿Cómo definirías mi tipo de romanticismo?



—"Torpe" —sonrió, haciendo que Yulia riera, pues más de acuerdo no podía estar.



—Soy torpemente romántica —se dijo a sí misma, llegando a la estación del anfitrión, quien no estaba presente—. No sé si es raro que el término me agrade.



—Es… conmovedor —sonrió, intentando no dejar que su frente se posara contra su sien—. Y me gusta porque es algo que prácticamente sólo yo lo entiendo.



—Ése es el punto, mi amor —sonrió, y se volvió al anfitrión, quien resultó ser anfitriona—. Mesa para dos, por favor —le dijo a la impecable brunette que rebalsaba orgullo por ser la anfitriona y que se le notaba que se tomaba demasiado en serio su trabajo; bien por ella—. Y, entre mi torpeza romántica, o cursi, ¿tengo que decir "corazón"?



—Sería preciso, pero con "hormonas" también me conformo; es más tú.



—Quién te entiende —resopló, llegando a la mesa en la que, aborreciendo todo lo que eso implicaba, se sentarían frente a frente y no lado a lado, lo cual significó el momento de desenlazar sus dedos—. Quieres que lo llame "corazón" pero te gusta que le llame "hormonas" —dijo, sintiéndose vulnerable y expuesta ante la falta de la mano de Lena, y, con pesadez y sin dejar que un mesero le atendiera el asiento, se dejó caer en la cómoda silla cubierta de terciopelo rojo, ese tono que combinaba con las cortinas y con el reflejo que las lámparas daban contra las columnas de madera aquí y allá.



—Me gusta que es único —dijo, sonriendo en lugar de agradecer verbalmente por la carta y por la asistencia del asiento, esa asistencia que tanto detestaba—. No todos los días vas por la vida con una potencial expresión de "me mataste las hormonas" por no decir "me rompiste el corazón" —sonrió.



  —Eso sí lo puedo decir —resopló—, pero no creo que te lo diga nunca.



—Espero nunca darte razones para decirlo, o para hacerte sentir así —guiñó su ojo, y se volvió al mesero—. Para comenzar, una Ostras Estes y una de la Costa Oeste, por favor.



—Y dos Basilios ingles y dos copas de Saint Émilion, tertre roteboeuf —añadió Yulia rápidamente, viendo al diligente mesero dar numerosos golpes suaves en la comanda electrónica.



—Y dos filetes a la pimienta con papas fritas cortadas , por favor.



—Medio raro? —preguntó abiertamente el mesero.



—Medio para ambas —respondió Lena, robándole las tres palabras a Yulia de la boca, pero ambas se sonrieron en silencio mientras cerraron las cartas y se las alcanzaban al mesero que, inteligentemente, resolvió retirarse en calidad de fantasma—. No deberías tener miedo —le dijo a Yulia.



—Sólo le tengo miedo a lo que pueda lastimarme emocionalmente, u hormonalmente, si así lo prefieres —sonrió.



—"Emocionalmente" está bien —asintió, tomando la servilleta para colocarla sobre su regazo—. Pero, igual, no deberías tener miedo… al menos no a algo que tenga que ver conmigo.



"Mi miedo es mi sustancia, y probablemente lo mejor de mí" —murmuró—. Kafka.



—¿Cómo puede ser tu miedo lo mejor de ti? —ladeó su cabeza.



—Creo que existen cinco tipos de personas: las que hacen sin pensar y que son compulsivas e impulsivas, las que se dejan llevar, las que hacen y luego hacen "damage control", las que esquivan balas por suerte, y las que piensan.



—Yo creo que todos tenemos un poco de cada una, ¿no te parece?



—Sí, pero siempre hay un tipo que domina sobre el resto, y es lo que tiendes a hacer en toda situación, sin importar si al principio te dejaste llevar o no, si pensaste o no, al final terminas haciendo lo que tu característica dominante te dice que hagas.



—Y supongo que hablas de "tipos de personas" por lo que las domina, ¿no? —Yulia asintió—. Entonces…



—Yo no soy equitativa, soy humana, y claramente soy más de medio pensar, hacer, y luego hacer "damage control" si es necesario; nunca pienso tanto las cosas porque al final yo sola me confundo, así como tú me lo dijiste en cierto momento.



—¿Cuándo te lo dije?



—Cuando me dijiste que no pensara tanto en lo de nosotras porque entonces iba a tener un colapso nervioso.



—Estoy casi segura de que no utilicé el término "colapso nervioso" —resopló.



—Sí, esa es exageración mía —se sonrojó—. De todos modos… el punto es que, cuando medio pienso, hago, y luego hago "damage control" si es necesario… no sé, eso funciona con cosas del trabajo, con cosas que dices "sana, sana", o sueltas un par de billetes aquí y allá, y ya… con cosas del "corazón" no es tan fácil —dijo, empleando el término para la sonrisa de Lena—. Tengo miedo de lastimarte, de lastimarme, de lastimarnos… y creo que es justo, ¿o no?



—Es que no sé ni por qué tienes miedo —frunció su ceño.



—Porque, en mi cabeza, si te lastimo te alejo…



—Yo creo que somos un par de adultas que sabemos que cualquiera se desliza, que es normal y que es natural —le dijo con toda la sinceridad con la que la puedo describir—. Creo que es normal, y porque es normal es sano, que me digas algo que no me gusta, y que yo te lo diga… de eso no se salva nadie —se encogió entre hombros.



—¿Te he lastimado? —murmuró con expresión de pánico hecho metástasis, estando lista para estrellar su cabeza contra la mesa.



—Lo que te dije hace rato: me duele y me insulta cuando no me dejas entrar —se encogió nuevamente entre hombros—. Pero me duele porque te veo sola, porque veo que te cierras… y yo quiero estar ahí para ti, sea para hablar del tema o para distraerte con temas como el de tu romanticismo torpe —sonrió.



—¿Por qué te insulta?



—Porque me haces sentir como si no soy lo intelectualmente capaz para entender lo que te pasa, y quizás no lo soy… pero, ¿cómo esperas que sepa que te gustan los hot cakes con buttermilk si no me lo dices?—ladeó su cabeza hacia el lado derecho.



—Jamás, jamás, jamás… nunca… te prohíbo terminantemente que insinúes que no eres intelectualmente capaz —le dijo con esa mirada turbia, perturbada y enojada—. Tú no eres menos que yo, yo no soy más que tú; ni más, ni mejor, ni menos, ni peor. ¿Está claro? —elevó su ceja derecha con la mirada ancha.



—Sólo te estoy diciendo cómo me hace sentir cuando te cierras, no es que así sea —le dijo con una extraña tranquilidad—. Las "reacciones químicas", o sea las emociones o las "hormonas", no las controlo a mi gusto… y es lo que me hace cien por ciento humana —dijo, alcanzando su mano por sobre la mesa, pues Yulia había acompañado aquel "te prohíbo terminantemente" con un golpe de índice, y logró suavizar la tensión de su dedo enrojecido—. Cuando estoy enojada, me haces reír… y lo odio tanto que me gusta. Cuando estoy triste, me dejas enrollarme contra ti y me abrazas y me mantienes tibia, y no me dejas caer en el estereotipo del helado de chocolate con una película triste para que me haga llorar más. Cuando estoy cansada, haces todo para que yo no tenga que mover ni un dedo, ¿o no es cierto? —Yulia asintió—. ¿Y sabes qué es lo más interesante de todo?



—¿No?



—Lo haces porque te gusta hacerlo, no porque tienes que hacerlo o porque es lo que es "correcto"… así como tú odias verme de cualquier modo que no sea "feliz", así lo odio yo por igual contigo —dijo, envolviendo su mano entre la suya—. Yo sé que el enojo no se te va con hacerte reír, que si tú no te prestas para reír, es más lo que te puede enojar… y sé que, cuando estás triste, entras en modo mudo, como si el gato te hubiese comido la lengua, y que te sumerges en trabajo, o en algún libro más grueso que la Biblia… y sé también que, cuando estás cansada, de alguna forma encuentras más cómodo abrazarme que dejarte abrazar. —Yulia asintió con cierto rubor en sus mejillas—. No te estoy preguntando por qué estás como estás, porque eso lo puedo deducir eventualmente o puedo esperar a que, en cuestión de horas o días, me lo digas tú… no te estoy pidiendo que me lo digas en el momento, ni siquiera te estoy pidiendo que me lo digas en lo absoluto; te estoy pidiendo que me uses para sentirte mejor, te estoy pidiendo que, en lugar de storm out, te metas conmigo a la oficina y nos dediquemos a escuchar "E Poi" pero de Laura Pausini, o "Sing Sing Sing", mientras leemos una Vogue y te dedicas a acribillar y a criticar a Anna Wintour por dejar que Kanye West y Kim Kardashian tienen la portada de un mes tan importante como abril a pesar de que no sea abril, y que me digas mil veces que Sienna Miller o Cate Blanchett se la merecen más que ellos… o que me violes a tu gusto si así se te da la gana, así como me trataste para Rococco Red.



—Esa vez fue diferente —murmuró.



—¿Por qué? ¿Porque no estabas tan enojada? —Yulia asintió—. Siempre hay una forma de canalizar tu enojo, y eso lo sabes.



—Lena… —suspiró, sacudiendo su cabeza—. No era simplemente enojo, era furia… estaba hirviendo en disgusto; ahorita no me atrevo a tocarte más que la mano o a darte un beso, siento que no puedo medir lo que hago, y por eso prefiero detenerme a pensar para no tener que hacer "damage control", porque sé que, si se me pasa la mano, literal o metafóricamente hablando, no me lo vas a perdonar.



—Sabes que no soy tan frágil.



—Pero ya te he dicho que no quiero saber cuán frágil eres.



—Te voy a decir algo, y, una vez haya terminado de decirlo, es tu decisión si opinas al respecto… no espero que opines o que comentes, ni que estés en la ofensiva ni a la defensiva.



—De acuerdo.



—No necesito saberlo todo, no necesito que me lo digas para yo saber qué pasa, o para yo saber que hay algo que te molestó más que la razón inicial por la cual estabas molesta —le dijo, haciendo una breve pausa para recibir las copas de vino y los cocktails—. No me interesa saber cuál es el problema que tienen Alec y tú con el tercer socio, porque claramente son cosas que no me incumban y que no quiero que me incumben por igual, pero sé que saliste más enojada de lo que entraste… y sé que elevaste tu voz, y sé que le pegaste a la pared o al escritorio, no me interesa saber detalles… probablemente te lo dijo tu mamá, y me voy a tomar el atrevimiento de decírtelo yo también: tú no eres él, no lo fuiste, no lo eres y no lo serás nunca. Nunca, nunca. Mierda, yo tengo ganas de matar a mi hermana el noventa por ciento del tiempo, y eso no necesariamente me hace parecida o de la misma especie, tampoco me hace una mala persona y tampoco me hace creer que te voy a lastimar, por semejanza o por acciones físicas que violenten tu integridad. Lo que a ti te pasó no es más que una pila de mierda que no sé cómo hacer para que ya no te duela, porque aunque me digas que ya no te duele, te sigue doliendo, pero tienes que dejarme ayudarte a entender que esa necesidad que sientes, de querer golpear y matar a todo lo que esté a tu paso, no es nada sino normal; le pasa a los adolescentes, a los adultos, a los ancianos. Yo no me voy a alejar porque lastimaste a un escritorio, yo te voy a curar la mano cuando lo hagas… pero desquítate con eso: con un escritorio. Si el escritorio no te basta… mi amor, para eso se acumula grasa en lo que estoy sentada. —Yulia ensanchó la mirada y, ante el asombro, sólo sacudió la cabeza—. Puedes hacerlo en tres nalgadas que de verdad me duelan, pero sé que, después de eso, te vas a desvivir en "perdóname" y "discúlpame", y una serie de insultos que simplemente te van a arrastrar a lo más oscuro de lo que ni tú quieres conocer… pero también sé que puedes repartir esas ganas en diez, doce nalgadas más suaves que no me van a doler.



—¿Cómo puedes decirme eso? —exhaló, estando todavía en estado catatónico.



—Así de desesperada me siento cuando no me dejas estar contigo; me das ganas de irme a los extremos.



—Oh… —frunció su ceño, y el Ego de Yulia me lo frunció a mí porque yo le estaba aplaudiendo a Lena; bastante inteligente debo decir—. Jamás te pegaría de esa forma, jamás le pegaría a alguien de esa forma.



—Y no lo harás aunque quieras, porque sabes que las consecuencias de tus "hormonas" son peores —sonrió—. Yo sólo quiero saber que sabes y que entiendes que no tienes por qué lidiar sola con esas cosas, que hay formas en las que tú y yo podemos lidiar con eso; si quieres gritar, puedo hacerte gritar para enmascarar las razones reales por las cuales gritas… o puedes gritar contra una almohada mientras te acaricio la cabeza si quieres.



—Lenis… —rio nasalmente.



—Cada vez que te sientas como él, te haré ver que eres todo lo contrario; que eres muy suave, que no pegas sino acaricias, que no gritas sino susurras al oído y que me besas… y que, en lugar de ser ruda, eres salaz —guiñó su ojo, y sintió cómo Yulia apretujaba su mano.



—Gracias, mi amor —sonrió.



—Para eso estoy —repuso, correspondiéndole el apretón en su mano—. Para reciprocar, para retribuir, para consentir y para complacer —añadió, viéndose obligada a soltarle la mano a Yulia al necesitar el espacio para que colocaran las bandejas con las ostras—. Cásate conmigo, ¿sí? —ladeó su cabeza, omitiendo la presencia del mesero que todavía colocaba una de las bandejas sobre la mesa, y él se asombró por la frescura y la falta de romanticismo de la petición.



—Me voy a casr con la mierda tuya —sonrió, trayendo a Lena a una carcajada silenciosa que contuvo entre su mano.



—Hasta que nos muramos y nos pudramos como cadáveres de mierda juntas? —resopló, notando la incomodidad del mesero, quien resolvió retirarse por la misma razón.



—Hasta que la muerte nos haga mierda —guiñó su ojo, y levantó el vaso corto que contenía el Gin y la albahaca con un poco de Ginger Ale.



—Brindaré por eso —sonrió, levantando su vaso y lo chocó suavemente contra el de Yulia—. Salud —susurró, viéndola a los ojos para evitarse la maldición de los siete años de mal sexo, «¿o era sin sexo?», De todas formas, mal sexo o sin sexo; no había peor suerte que esa.



—Salud, mi amor —y la vio beber un sorbo de aquello que sabía demasiado bien.



—¿Te sientes mejor?



—Sí, más tranquila, sí —suspiró, tomando una Kumamoto entre sus dedos para exprimirle un poco de jugo de limón—. Sabrás tú cómo me dominas —resopló, alcanzándosela a Lena, quien se la tomó con una sonrisa, pues Lena, por cuestiones preventivas de cutículas dañadas, prefería mantenerse alejada de cualquier sustancia ácida, aunque eso no incluía al pH vaginal, «porque el limón tiene un pH de 2,3 y la vagina Volkoniana tiene un pH de entre 4,5 y 5,0 dependiendo de qué tanto apio, piña y manzanas coma».



—Dos cosas —sonrió, deslizando la ostra hacia su boca, masticándola una tan sola vez porque consideraba, al igual que Yulia, que sólo tragarla era un desperdicio de textura, sabor y dinero—. Tres —se corrigió—: la he sentido buenísima —dijo, refiriéndose a la ostra de la que todavía saboreaba su resaca—. Eres mía, y, como eres mía, tengo que saber cómo funcionas sin que me lo digas —sonrió, logrando que Yulia dibujara esa sonrisa de inmensa satisfacción que siempre dibujaba cuando le decía que era suya—. Y no me refería a tu enojo, me refería a cómo seguías de la garganta —guiñó su ojo, recibiendo una segunda ostra.  



—Oh —resopló un tanto avergonzada—. Bien, ya no me molesta tragar.



—¿Ganas de toser?



—Mmm… —rio nasalmente, intentando no atragantarse por la risa que salía y la ostra que se deslizaba, y una gota de jugo de limón se le escapó por la comisura izquierda de sus labios—. Doctora Katina —resopló en ese tono juguetón mientras secaba la gota con la servilleta de tela, que, en otra ocasión o en contras circunstancias, habría dejado que Lena se la limpiara con el dedo o con los labios—, ¿me va a cobrar la consulta?



—Pro bono —sonrió.



—No, ya no la tengo inflamada y tampoco tengo intenciones incontrolables de esparcir los gérmenes vía tos —respondió a la pregunta original, y vio a Lena sumergirse en sus propios pensamientos—. ¿En qué piensas?



—Me llamaste "Doctora Katina" —rio cual adolescente, y llevó la tercera Kumamoto a su boca.



  —Sí —asintió Yulia, imitándola—. ¿Qué tiene eso de raro?



—¿Te das cuenta de que nunca hemos hecho roleplay? —frunció su ceño.



  —¿Te das cuenta de que nunca hemos necesitado roleplay? —contraatacó.



—Good one —reconoció la buena calidad de su contraataque.



  —¿Te gustaría que hiciéramos un poco de roleplay? —sonrió.



—No, es sólo que no sé por qué hice la conexión entre roleplay y "Doctora Katina" —se sonrojó.



—¿Te gustaría examinarme? —le preguntó con una sonrisa juguetona—. Si me dices que sí, te juro que compro un estetoscopio, una bata blanca, y lo que quieras… y me dejo examinar.



—¿Qué te hace pensar que necesito jugar a ser Doctora para examinarte? —rio.



—Uh… —rio—. Good one.



—Pero sí, un estetoscopio estaría bien —sonrió.



—¿Es en serio?



  —Sí —asintió, llevando su bebida a sus labios—. Un estetoscopio.



—¿De qué color lo quieres?



—Rosado —bromeó, sabiendo que sería de cualquier color menos rosado, pues ni ella podía entender la aversión que le tenía a dicho color, en realidad al rosado Mattel, al rosado Barbie—. Es broma, no importa el color.



—¿Sabes cómo usar un estetoscopio?



—Las maravillas que se aprenden en el colegio —guiñó su ojo.



—Sabrá Dios qué les enseñaban a ustedes, porque a mí me enseñaban cosas normales —asintió, pero Lena, juzgando por el comentario, no creyó que Yulia fuera a comprarle uno, lo cual estaba bien.



—Si llevabas química o biología en nivel avanzado, tenías que cumplir con entrenamiento de primeros auxilios y podías escoger entre hacer servicio social con el resto de la clase o trabajar en la Cruz Roja… mientras unos hacían servicio social en un ancianato, o limpiando las playas, o recolectando firmas para cualquier mierda de "salvemos a las medusas en Asia", yo estaba curando heridas leves, tomando la presión o diciendo "abra la boca y diga ‘ahhh" para ver si tenían algo inflamado.



—¿Por qué no sabía eso yo?



—Nunca preguntaste —se encogió entre hombros.



—Es un poco raro que alguien se te acerque y te pregunte: "¿hiciste servicio social en la Cruz Roja?" —rio.



—Touché.



—Lo que no logro entender es por qué hiciste química avanzada.



—Tenía que llevar una ciencia en avanzado; biología, química o física. Química siempre me resultó relativamente fácil, cuando empezamos a ver números cuánticos fue que me costó un poco pero porque falté dos semanas a clases.



—¿Faltaste por pereza?



—Casi… tuve la única bronquitis de mi vida.



—Me muero —sacudió su cabeza.



—¿Por qué? —ensanchó su mirada.



—Si la única vez que has estado enferma conmigo casi me muero, que ni estabas enferma sino que se te había bajado la presión, no me imagino contigo con algo como una bronquitis…



—Sí sabes que no soy inmortal, ¿verdad? Digo, que también me enfermo.



—Déjame entrar en pánico ahorita y no cuando de verdad te enfermes —rio, alcanzándole una Blue Point.



—Está bien, y prometo comportarme y ser buena paciente. ¿Tú?



—¿Yo qué?



—¿Prometes ser buena paciente?



  —El paciente siempre es un reflejo del médico que lo atiende —guiñó su ojo. 



—La última vez que te enfermaste… me jugaste el capricho.



—Claro, quería que me violaras… —se encogió entre hombros—. Algunas personas tienen la teoría de que los dolores de cabeza tienen algo que ver con la retención orgásmica.



—Expertos serán —rio sarcásticamente—. "Retención" significaría que te lo estás aguantando, que te lo estás conteniendo… "retención" implica que es tú culpa por no dejarte llevar —sonrió, aunque sabía que la retención podía referirse a algo bioquímico.



  —Touché, Licenciada —asintió—. "Liberación orgásmica", entonces.



—Supongo que eso funciona mejor —rio nasalmente—. Y sé que, por lógica química y biológica, un orgasmo ayuda a un dolor de cabeza; el problema es que a ti no sólo te duele la cabeza, a ti te escala a migraña, lo que significa que no puedes ni ver la luz, ni soportar ruidos fuertes… ¿te imaginas ese momento en el que inhalas, mantienes, y te dejas ir? En esa exhalación creo que has de sentir que te va a explotar la cabeza.



—No lo sabría —rio, sabiendo que tenía cierta lógica—, no lo experimenté en esa ocasión.



—Tendremos que esperar a la próxima migraña para saber si ayuda o no.



—Creí que "nunca" serías eso —bromeó.



—No, en esa ocasión dije que no jugaría a ser Doctora —rio—. No necesito un título de M.D. para saber cuándo te sientes mal.




Yulia rio, y rio ante el pensamiento de "Dr. Lena Katina M.D.", quizás colocaría el "Sergeevich" en alguna parte porque le parecía que dicho apellido, que existía a pesar de que no debía ser tomado en cuenta pero que Lena insistía en tenerlo por el mismo principio de considerarse hija únicamente de su mamá aunque estaba consciente de que no había sido producto de la Divina Concepción en los nuevos tiempos, le agregaba ese je ne sais quois, quizás porque, al pronunciarlo correctamente en ruso (Серге́евич), le agregaba cierto humor serio, con cierta cúspide epicúrea.





Se tomó un momento para ver a Lena, para ver cómo deslizaba la última ostra a su boca con los ojos cerrados, todo en cámara lenta; la lengua, los labios, la única vez que masticaba, que echaba milimétricamente su cabeza hacia atrás para deslizarla por su esófago y luego abría los ojos al compás de una lasciva caricia de la punta de su lengua que partía desde la comisura derecha y que no llegaba ni al eje de simetría.



Todo tenía que ver con ritmo; fuera con los golpes del portafilter contra la caja de madera en la que tiraban el café ya utilizado o fuera con alguna canción de fondo, y que era algo que le había contagiado a Lena al ser una técnica que había encontrado muy útil, pues no sólo ayudaba para revivir recuerdos con precisión, sino también para describir el momento de principio a fin, y ahora, así como el noventa y cinco por ciento de sus pensamientos silenciosos, decidió darle "play" a su iPod mental, y no encontró mejor canción que "Greenback Boogie" para describir esa escena de Lena, esa cámara lenta. Era perfecta sin importar la letra, porque era el ritmo el importante. Aunque quizás, inconscientemente, tocó esa canción porque era su teléfono, y ese ringtone le pertenecía a Phillip.
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EL LADO SEXY DE LA ARQUITECTURA PARTE 2  - Página 5 Empty Re: EL LADO SEXY DE LA ARQUITECTURA PARTE 2

Mensaje por VIVALENZ28 11/14/2015, 12:21 am

—Felipe —contestó con una risa.



—Yulia María —la saludó—. Buen provecho —le dijo, y rio en cuanto Yulia empezó a analizar su entorno para encontrarlo.



—Stalker! —se carcajeó al verlo saludar desde el otro lado del vidrio.



—Pero sólo por oportunidad —sonrió, y su sonrisa se amplió todavía más en cuanto Lena lo llamó con su mano—. Espera, ya llego —colgó, y ambas féminas lo siguieron con la mirada a través de los vidrios hasta que, contando hasta cinco, apareció dentro del restaurante en ese traje azul marino a la medida, con el pañuelo de bolsillo blanco que apenas aparecía con rectitud horizontal y que hacía juego con su camisa, la cual se veía demasiado pulcra y seria, a lo Wall Street, bajo esa corbata color champán con microscópicos puntos color borgoña y la disimulada calavera que sólo significaba "Alexander McQueen"—. Señoritas —sonrió al llegar a la mesa, inclinándose cortésmente hacia cada una para saludarlas con dos besos, uno en cada mejilla—. Es un poco tarde para estar almorzando, pero es temprano para estar recurriendo a los afrodisíacos —bromeó, haciendo alusión a la bandeja vacía de ostras.



—Siempre tan puntual —resopló Lena—. ¿Quieres sentarte?



—Quiero, sí —asintió, volviéndose sobre su hombro.



—¿Tienes tiempo? —le preguntó Yulia.



—Tengo, sí —volvió a asentir, y tomó una silla cualquiera al no obtener ayuda o auxilio de nadie—. ¿Cómo están?



—Bien —corearon las dos.



—¿Y el Carajito? —preguntó, desabotonándose el botón central de su saco mientras levantaba su mano para que el mesero más atento lo viera.



—En el veterinario —respondió Lena—. Algo de vacunas.



—¿Allí pasará la noche?



—Sí, ¿por qué? —frunció Yulia su ceño.



—Curiosidad, Yulia María —dijo, y notó que el mesero al fin lo veía.



  —¿Ya comiste? —le preguntó Yulia.



—Un par de Latkes —suspiró—. No, no he comido —rio—. ¿Ustedes qué van a comer?



—Bistec —le dijo Lena—, las dos.



—Me gustaria un lomo a la pimienta, medio, con papas fritas… y una Stella, por favor —se dirigió al mesero, quien sólo asintió y se retiró.



—¿De dónde vienes, Felipe? —le preguntó Yulia.



—Antes de decir cómo me siento, tengo que aclarar que no soy racista, no discrimino ni por cultura, ni por género, ni por religión —dijo, excusándose por eso que sabía que probablemente sonaría demasiado mal, y ambas féminas asintieron—. Tuve una reunión de tres horas con unos Judíos… y, pues, trato con Judíos en el día a día, pero hay unos que son más Judíos que otros… estos me dijeron que iba a haber comida, que no me preocupara, y, cuando llegué, había una ensalada de quinoa, aceitunas verdes y otros colores, había Fennel al gratín, Latkes con espinaca y Feta, y una sopa con yo-no-sé-de-qué-eran-esas-pelotas… —sacudió su cabeza—. La reunión real, la de negocios, duró quince minutos, el resto fue small-talk, o sea, mierda tras mierda… y aguanté hambre por eso, podría haber pasado por Wendy’s para comprar una tres cuartos de libra, calientes y jugosas papas fritas con queso de chile y una Coca cola enorme y un Frosty Jr.



—Mírale el lado bueno, Matzo-Balls —le dijo Lena, que asumió que a esas "pelotas" se refería con la sopa—, estás aquí, con nosotras; almorzando más rico que sólo Wendy’s.



—Tienes razón, Len —sonrió—. En fin… de ahí vengo, de la esquina.



—¿Y a tu esposa en dónde la has dejado? —ladeó Yulia su cabeza.



—Es jueves —respondió.



—Cierto, la columna de Margaret —asintió—. ¿Ya la leíste?



—No, pero sé más o menos de qué va —sacudió su cabeza.



—Yo no la he leído, ¿de qué va esta semana? —dijo Lena, esquivando los brazos del mesero que retiraba las bandejas de la mesa.



—El domingo fuimos a cenar a un lugar nuevo que han abierto en Brooklyn, no me acuerdo del nombre, y, a pesar de tener reservaciones, se tardaron casi una hora en darnos nuestra mesa; el servicio del bar pésimo, y, cuando nos sentaron, la mesa era para seis, entonces nos pusieron a una pareja en la misma mesa… cuando ella llamó para hacer la reservación, no le dijeron que, por ser domingo, tenían una policy de mesa abierta. Se escuchaban los gritos en la cocina, las bebidas se tardaron en llegar… en fin, el servicio fue una mierda.



—¿Y la comida?



—Nos llevaron una sopa, cortesía de la casa por los "inconvenientes", y socca bread… no estaba mal, pero el pan estaba un poco undercooked. Mi suegra y Natasha pidieron vegetales asados para compartir, mi suegro y yo pedimos un súper-champiñón como del tamaño de mi cara; no estaba mal, no sabía mal, pero los vegetales asados… algunos estaban quemados —rio—. Lo de nosotros no tenía ningún problema. Y ya después mi suegra pidió un omelette de cordero y sabrá-el-menú-qué-más, Natasha y yo pedimos un bistec, y mi suegro una chuleta de cordero; Smith & Wollensky tiene mejor sabor, mil veces… y de postre, wow, en eso sí nos ganaron a todos, pedimos uno de cada uno porque sólo cuatro postres tienen, pero, como probamos un poco de todo, al final terminamos comiéndonos una Tarte Tatin de piña con helado de vainilla.



—¡Uf! —suspiró Lena—. Suena demasiado bien.



—Créeme, sabe mejor de lo que se escucha —rio, quitando su mano derecha para dejar que el mesero colocara su copa de cerveza.



  —No seas tan malo —sonrió Lena—. Pero, de todas maneras, ¿de qué va la columna?



—De eso, de la experiencia —se encogió entre hombros, viendo a Yulia ponerse de pie para caminar hacia el podio de la anfitriona para sacar el New York Times.



—Dice: "Tarde o temprano, dependiendo de cuánto tome hacer una reservación, terminaremos siendo testigos primarios de una mala experiencia en lo que se supone que es un buen restaurante.



Cuando eso suceda, probablemente nos asustaremos de lo disgustados que estamos. Probablemente la comida no tenga la culpa. Siempre se puede masticar un bistec duro, después de todo, decepcionarnos nunca fue la intención del Chef. Pero todos nos tomamos el mal servicio como algo personal; si obtenemos una mesa en un mal puesto ya es razón suficiente para pensar si al anfitrión no le parecemos merecedores de algo mejor, y obtener un mal servicio, tardado e irrespetuoso, sólo logrará hacernos sentir peor, porque se espera que dejemos propina.



De cuando en cuando, el mal servicio es el resultado, quizás, de un día de mala suerte en el restaurante. Quizás el Chef tuvo un roce de palabras fuertes con el mesero y eso le amargó el ánimo, que es de humanos. Quizás el "front of the house", porque así se le llama al comedor, está corto de personal porque un miembro se enfermó.



Lo más probable es que el mal servicio es inherente a lo que sucede a nivel de la cocina y de la gerencia; sea por un espíritu apagado o por una actitud inundada de laxitud. Aquí, en Nueva York, con nuestros restaurantes que caen en la informalidad, un huésped puede fácilmente convertirse en la víctima de la incompetencia. Hemos entrado en una era del post-servicio, lo que significa que cada vez menos restaurateurs se inclinan por la existencia del mismo.



Lo que me trae al restaurante "X", un restaurante que ha logrado hacer, del típico "Diner" americano, algo elegante, pulcro, y de buen gusto entre cristalería, vajilla y ambiente, que no ha necesitado de estar en el corazón de Midtown East, o cerca de Hell’s Kitchen, para ser lo suficientemente atractivo. Hace un poco más de un año, el lugar era un "Diner" abandonado, o la cáscara de este nada más, y ahora simboliza la restauración y la reconstrucción de Brooklyn, tanto como el aura que envuelve la exhibición de Alexander McQueen en el MET. No sé lo que vegetales a la parrilla, o a la plancha, alguna vez costaron en el lugar que ahora es "X", porque nunca comí allí, pero podría apostar a que costaba alrededor de $5.99. "X" lo tiene también, con equipo de expertos y para expertos, y ahora cuesta $29, prueba viviente del aburguesamiento que merodea por Brooklyn.



Entren, y quizás asumirán que se han tropezado con una recreación de fórmula, manual y ley, de lo que se supone que define al género del "Diner", pero estarán equivocados. "X" no es un lugar anticuado sintetizado, con batidos de vainilla y chocolate, y meseras de ocasión, y no de profesión, que son las que nos asignarían nuestra mesa. No es retro-romántico, votivo de velas, ensaladas de rúcula y tarta de chocolate sin harina.



Mi experiencia allí fue como ninguna otra. El motto es "X no es una incógnita". Les aseguro de que sí lo es.



Los propietarios son Marc Tremblay y Rose Taylor, un matrimonio. Él es de Montreal, en donde era socio en Le Cochon, una leyenda moderna que tenía comida de cejas altas y bajas. Su más grande éxito fue la mejoría del poutine, un platillo usualmente de la parte rural de Quebec y que consiste en patatas fritas, trocitos de queso y salsa suave de pollo, pavo o ternera. Le Cochon añadió el foie gras marcado y fue aclamado. "X" se ha proclamado, raramente, un restaurante franco-quebeco-americano. De Quebec nada, ni el más sofisticado poutine. "Franco-americano", vamos llegando.







 



La definición de lo que quieran autoproclamarse es personal, sólo señalo que no es necesario añadir una cultura para atraer o seducir; menos es siempre más.



Probablemente es porque tienen cinco semanas de haber abierto sus puertas para el público, la primera ronda de críticos los elogiaron y los alabaron con aplausos, sonrisas, chupándose los dedos y con expresiones como "Tout simplement eXquis", quizás ése debía ser el motto; tiene más sentido. Pero, siendo un cliente, un huésped más, alguien que se mezcla con el resto por curiosidad y por una cena familiar, no puedo estar de acuerdo con aquellos que cayeron rendidos de rodillas. Debí saber que las reservaciones eran demasiado fáciles para un día domingo, en especial a las siete y treinta y de la noche, y en un restaurante cuyo nombre anda de boca en boca, de tweet en tweet, Instagram en Instagram, y de Pinterest en Pinterest.



Ser parte del servicio no es sólo "servir", es una profesión, es una responsabilidad, es un trabajo, por lo cual, aquellos que avisan su llegada, deberían ser tratados con ciertas notas dulces por sobre aquellos que llegaron de forma impromptu; mi consideración debe ser su consideración, al menos a nivel de servicio y no de cocina. Ser parte del servicio no es algo degradante, es cansado e intenso, hay huéspedes difíciles y otros fáciles, es entendible: yo no podría hacerlo, y por eso agradezco a quienes tienen la mala suerte de tener que poner el platillo frente a mí. La disciplina y la homogeneidad deben predominar, porque no se puede juzgar a un restaurante por su fachada, pero sí por sus motores; por la coherencia del uniforme y por la limpieza de este, por la pulcritud y la elegancia de cada uno, por la cortesía y la amabilidad. Una disculpa, por una espera a pesar de tener una reservación, es suficiente, pero no lo es para una hora de espera; puede resultar en la huida, pero, si la comida vale la pena, vale la pena esperar también.



La gerencia puede fallar en todo menos en liderazgo, y el liderazgo se puede ver en cuánto se respeta la capacidad del local, algo que no fue logrado por falta de asientos, pero también se entiende, porque se dice que tienen los mejores cocktails.



Los errores del Chef, probablemente son pocos a la hora de cocinar, es entendible por la cantidad de platillos simultáneos que cocina y porque, repito, sé que no es su intención decepcionarme con su comida, pero sí es error suyo dar a conocer el caos de la cocina con gritos, de obscenidades e intercambios soeces, sean en inglés o en francés; el público se da cuenta y crea inestabilidad e incomodidad en el ambiente. Molesta e incomoda.



La variedad de la comida es justa, da espacio para explorar y para mejorar, para retirar y para reajustar. El sabor es justo, algunas notas fuera de control, pero se lo atribuyo al ajetreo de la noche. Las porciones son precisas, y la composición es perfectamente flexible. El precio es "$$-$$$", y es justo también.



Estaré de acuerdo en que debo ponerme de pie y aplaudir la selección de postres, un verdadero sazón casero, aunque gourmet, y que cubre al menos un antojo, en especial la Tarte Tatin de ananá, con glaseado de bourbon y helado de vainilla. Se merece una ovación.



El servicio es cuestión de práctica, de experiencia, y de esfuerzo, y es algo en lo que se puede mejorar".



—No fue tan ruda —rio Lena.



—Ha habido peores, sí —asintió Yulia, tomando su iPhone para escribirle a Margaret—. Este fue más consejo que asesinato, no fue como con "Bourbon & Scotch" —rio, comenzando a escribir ese "Leí la columna, pocas veces he sabido de una ovación suya, Spicy Devil Wink ".



—Me la esperaba reventando, sacando humo por las orejas —resopló Phillip—. Por cierto, hablando de mi suegra —dijo, sacando, del interior de su saco, un sobre negro, de papel muy fino y reluciente—. A esto iba a tu oficina, Natasha me pidió que te la llevara —sonrió, alcanzándosela.



—Oh… oh… oh —canturreó, pues, con tan sólo ver que estaba sellada con cera, supo qué era.



—¿Es lo que creo que es? —resopló Lena, viendo a Yulia sonreír.



—No sé —rio Phillip—. ¿Qué crees que es?



—Maggie’s Birthday —sonrió Yulia, repasando el sello en la cera con su dedo; era la medusa de Versace, y le alcanzó el sobre a Lena para que ella lo abriera.



—Creí que sólo a mí me emocionaba su cumpleaños —dijo Phillip.



—¿Bromeas? —ensanchó Yulia su mirada mientras llevaba su vaso corto a sus labios y veía a Lena despegar la solapa del sobre—. Buena música, buena comida, buen ambiente… y es como para nunca perderse al ex-Mayor Michael Bloomberg bailar "You’re The One That I Want" con varios Whiskys encima —rio—. Es de ver con qué nos sale de Blasio en su primera fiesta.



—La del año pasado fue demasiado buena —comentó Phillip.



—Sí, tú de Fedora y vestido y peinado como en los veinte… eso no tiene precio —guiñó Yulia su ojo.



La invitación era cosa de otro mundo, como siempre. En cuanto Lena la sacó, se encontró con una tarjeta doblada por la mitad. De frente era la misma medusa en negro, ahora perforada para crear el contraste con el fondo color blanco hueso en el que se mantenía aferrada con capricho. Al abrir la tarjeta, únicamente sobre el lado derecho, pudo ver aquel diseño en el que sabía que Margaret había invertido bastante tiempo. Era una placa propia del barroco, con elegantes flechas que salían del medio de cada extremo horizontal, elementos ornamentales característicos de la época, y, en donde Lena sabía que existía una Flor de Lis, estaba de nuevo la medusa que gritaba "vanidad". En medio de dicha placa, con una tipografía demasiado coherente, se leía "Margaret Anne Robinson" y, bajo esto, su fecha de nacimiento. Decía cuál era el motivo, no sin antes hacer constar que era ella la agasajada principal, decía la hora: 19 de abril de 2014, decía el lugar: Grand Ballroom, decía la hora: 7:00 p.m., y decía algo extraño, era en beneficio de St. Jude’s. Eso era nuevo.



—Masquerade Ball —murmuró Lena en cuanto llegó al código de vestimenta—. Me debes cincuenta —le dijo a Yulia, pues habían apostado a que era Masquerade Ball o "Hairspray".



—Fuck —resopló Yulia.



—Ahora, ¿en dónde se supone que voy a conseguir un vestido de esos? —frunció su ceño.



—Len, como si no conocieras a Margaret —rio Phillip.



—¿Eso qué significa?



—Significa que es una cosa relativamente moderna —sonrió.



—Por favor, dame más ganas de llegar al diecinueve de abril —le dijo Yulia, pues la fecha sí la sabía, y el lugar también.



—Como es en beneficio de St. Jude’s… —se aclaró la garganta—. Son setecientos veinticinco invitados en total, la Filarmónica va a tocar hora y media, luego va a entrar un grupo que no sé de dónde lo ha sacado Margaret —dijo, sabiendo que era el que tocaría en la boda de las presentes y que era la prueba de Natasha para darles el visto bueno, pues una boda era más importante que un cumpleaños a pesar de que, en el cumpleaños, habría gente relativamente importante—. Y, bueno, tú sabes cómo es con la comida; champán por todas partes, comida con toques del siglo quince… y máscaras, moda, y no sé qué más —se encogió entre hombros; tanto no sabía, sólo sabía lo que Natasha le decía entre risas—. Van a tener que ir para vivirlo, y vas a tener que vivirlo para contarlo.



  —Ya veo un viernes y un sábado lleno de Saks, Bergdorf’s y Barney’s —sonrió Lena para Yulia.



—¿Ves por qué la amo, Felipe? —le dijo, señalándola con su dedo.



—Por la misma razón por la que mi esposa se ama a sí misma —bromeó, recibiendo, en su hombro, un golpe de "eres un grosero" de parte de Lena.



—Por cierto, y cambiando el tema —le dijo Yulia—, ¿veremos a tu mamá en el cumpleaños de Margaret?



—No creo —sacudió su cabeza, llevando su mano a su cuello para aflojarse la corbata, como si la mención de su progenitora lo ahogara, porque lo ahogaba.



—¿Todo bien con ella?



—Mmm… —suspiró—. Yo no sé si ustedes tuvieron esa sensación en algún momento —dijo, paseando su mano por su cabello, el cual ahora tenía cierta semejanza al peinado del Hombre de Acero del 2013—, pero me siento invadido.



—Sí —asintió Lena—, te desespera que merodeen por ahí, como queriendo saber qué haces, queriendo saber en dónde escondes tus secretos.



—Sí, es como si estuviera buscando mi escondite porno secreto, el que no tengo—repuso, sintiéndose un poco mejor al no saberse tan mal hijo—. Anda de habitación en habitación, abriendo gavetas y registrando todo —sacudió su cabeza.



—¿Qué te da miedo que encuentre? —le preguntó Yulia, pues sabía de la sensación pero no la conocía de primera mano, al menos no con su mamá, pues Larissa siempre se mantuvo al margen de la puerta a menos de que fuera invitada a pasar adelante o pidiera permiso para hacerlo.



—No oculto nada —sacudió su cabeza—. Pero me incomoda que abra la gaveta de los retazos de tela que se pone Natasha —dijo eufemísticamente—. La vez pasada, el lunes, si no me equivoco, llegué a media mañana para cambiarme el traje, y la encontré como inspeccionando un hilo de Natasha y, cuando se dio cuenta de que la estaba viendo, sólo me dijo: "esto no es lo que usa una señorita decente". —Yulia no pudo más, y, con disimulo, atrapó su silenciosa carcajada entre su mano, en esa "facepalm" que decía Lena—. "Phillip Charles, tu corbata tiene más tela que esto" —la imitó—. Por suerte no tuve que escuchar lo que pensaba de la gaveta de al lado.



—¿Qué hay en la gaveta de al lado? —rio Lena.



  —Yulia María, ayúdame con los términos, por favor —le dijo, pues él todo lo podía resumir a "eso en lo que se ve muy sexy".



—Corsets, Bustiers, Cinchers, Garters, Bodysuits… todo lo Wolford… básicamente todo lo que define a Kiki de Montparnasse —le explicó a Lena, quien dibujó un "oh", pues se asombró de saber que tenían una gaveta exclusivamente para eso, y luego se acordó de cuando Phillip les había dicho que dejaran una gaveta libre; era para eso.



—En fin… mi mamá es mi mamá, y ni modo, pero con Natasha es increíblemente desesperante —sacudió su cabeza—, ni yo sé cómo es que Natasha no me ha pedido el divorcio; es como si se encargara de desesperarla al punto de acabarle la paciencia que sé que no tiene.



—¿Y tu papá? —ladeó Yulia su cabeza.



  —Construyendo, como siempre —sonrió—. Creo que se le ha quitado un peso de encima ahora que no está mi mamá, pero, como nunca se queja y nunca se ha quejado, y nunca se quejará, no sé…



—No… digo, ¿qué dice de tu mamá venir con equipaje de mano y quedarse?



—Pues, le da risa… creo que le da vergüenza con Natasha, pero no sé… Papá es de pocas palabras —se encogió entre hombros.



  —¿Y tú? —le pregunto suavemente Lena.



  —Yo no sé cómo hacen ustedes cuando vienen sus mamás —rio.



—No se quedan por tanto tiempo —le dijo Yulia.



—De igual forma —sacudió Phillip su cabeza.



—Vamos, Pipe… no es como que no nos hemos visto las intimidades —bromeó Lena, haciendo que el mencionado se sonrojara—. Habla sin restricciones, de esta mesa no sale pero ni para tu esposa. —Phillip volvió a ver a Yulia, quien asentía repetitivamente, pues ella sabía cosas de Natasha y cosas de Phillip, y raras veces, muy raras veces las utilizaba para convertirse en mediadora o intermediaria, con quien tenía complicidad declarada era Lena.



—¿No les incomoda hacerlo cuando alguna de sus mamás está en la cercanía? —susurró, intentando que no escuchara ni la mesa de al lado, esa que estaba vacía, aunque, además de ellos tres, sólo había otra mesa y al otro extremo del restaurante.



—Antes de tu boda —le dijo Yulia—, casi-casi lo hacemos frente a mi mamá —se encogió entre hombros—. Después de tu boda lo hicimos con mi mamá en la habitación del otro lado del pasillo —rio nasalmente.



—Lo hicimos repetidas con mi mamá y mi hermana en la habitación del otro lado del pasillo —le dijo Lena—. Creo que simplemente no tenemos tanta vergüenza como creemos.



—Eso pasa cuando tiene que pasar, y en donde tiene que pasar, supongo —añadió Yulia.



—Los días que he podido han sido los días en los que mi mamá salió a cenar con los que les quiere comprar las plataformas, o los domingos, o los jueves.



—Ah, no van a misa, par de conejos —se carcajeó Yulia.



—A las diez se la lleva Hugh, porque a las diez y cuarto es la misa con el coro en Saint Patrick’s… mi mamá sólo se mete al ascensor y ya no supe nada hasta las once y media… igual el jueves, me regreso del trabajo a las cuatro porque a las cinco y cuarto se va a misa también, aunque los jueves no regresa hasta las siete y media, entonces hay más tiempo, se hace con paciencia.



  —Entre dieta de pan y agua, y sexo de jueves y domingo… —resopló Yulia—. Es cruel, la rutina es cruel.



—Es que... yo no sé si Natasha les contó, pero, cuando recién venía, quizás tenía una semana de haber venido, nos abrió la puerta —se sonrojó—, menos mal que Natasha estaba de espaldas a la puerta.



—Ese detalle no lo mencionó, sólo mencionó lo de los Hamptons —resopló Yulia.



—Ni lo digas —sacudió su cabeza—, si con esa vez que me abrió la puerta fue un boner killer, me la abría de nuevo y se me caía todo el aparato: pito y pelotas —dijo con ese tono de ser víctima de una verdadera aberración, y, ante ese educado y elocuente "pito y pelotas", Yulia y Lena estallaron en una estrepitosa carcajada que inundó el restaurante hasta la cocina—. Literalmente: castrado del susto —sacudió su cabeza.



  —Boundaries —murmuró Yulia—, así de sencillo es.



—¿Perdón?



—Felipe, ya no tienes cinco, y creo que ni cuando tenías cinco era tan "devota" —le dijo—. Mi mamá, ni por la relación que tenemos, ni porque es mi mamá, ni porque es mi casa y se siente como en su casa, va a ir de gaveta en gaveta.



—Pero eso es porque es tu mamá, y tú eres mujer, y ella te conoce las intimidades.



—Quizás salí de su vientre —dijo en ese tono un tanto dramático—, pero ella sabe que eso no le da derecho a saber si uso tangas o G-strings —sonrió.



—Ah, quizás ahí está la diferencia —rio Phillip—, yo fui cesárea, y mi hermana también: mi mamá no quería pujar, ni que le doliera más de la cuenta, y eso es algo que nos ha dicho desde siempre.



—Joder—rio Lena—, con mayor razón; si no te pujó por esa razón, déjala que se asuste… o sea, el que busca no necesariamente encuentra, pero puedes encontrarla en el camino.



  —¿Y eso cómo se hace?



—Se llaman "practical jokes" —le dijo Yulia, y Lena asintió.



—Mi mamá era más o menos así, era de las que sólo entraban a mi habitación sin llamar a la puerta… pero nada que una acción comprometedora no hiciera.



—¿Cómo? —frunció Phillip su ceño.



—Dim estaba con ella —le dijo Yulia con ese notable disgusto y asco que le daba pronunciar la abreviación de su nombre—, y se la estaba comiendo —suspiró—. A besos, ¡a besos! —dijo al notar cómo había sonado.



  —En realidad sólo me estaba aplastando —rio Lena—, pero se vio como se tenía que ver para que mi mamá aprendiera.



—Lo que Lena quiere decir es que: si no aprenden por las buenas, que sea por las malas —se apresuró a decir Yulia para que no siguiera con el tema de Dima.



—Lo consultaré con mi esposa —sonrió, y sonrió doble al ver que ya la comida se acercaba—. Dios, cómo amo cuando ya pasó la hora de almuerzo genérica; todo está listo en nada.



—Estás que te comes la mesa, Felipe —bromeó Yulia, viéndolo tomar la servilleta de la mesa de al lado para colocarla sobre su regazo al mismo tiempo que escondía las puntas de su corbata entre los botones de su camisa, pues Natasha le había enseñado a nunca tirarse la corbata por el hombro porque eso era simplemente detestable y se veía peor.



—¿Y cuál es tu excusa? —se volvió hacia ella, escuchando el "thank you" susurrado que caracterizaba a Lena al recibir el plato frente a ella.



—Me pasé toda la mañana trabajando unos cambios en la ambientación que quieren unos clientes —sonrió—. A veces odio cuando les sugieres "A", ellos te dicen que quieren "B", y dices "está bien" —dijo, haciendo una pausa para agradecerle al mesero—, pero les explicas que "A" se ve mejor y que es mejor, y les enseñas cómo se ve la diferencia entre "A" y "B", pero deciden quedarse con "B", y, cuando la casa ya está tomando forma, te preguntan si se podría hacer "C" en lugar de "B", pero resulta que "C" es lo mismo que "A"…



—Algo así solía sucederme cuando trabajaba en inversiones de Bolsa… me decían "compra cien" y yo les aconsejaba que no, pero me decían "compra quinientas, entonces"… cuando las cosas se iban al hoyo, me decían "vende ochocientas" para compensar las quinientas que compraron —sacudió su cabeza—. Cómo odié ese año, y no por el dinero sino por los clientes y los jefes inmediatos.



—Debe ser estresante —comentó Lena.



—Demasiado para mi gusto —asintió, tomando el tenedor y el cuchillo a la inversa de como las dos féminas los tomaban; la desgracia de ser zurdo—. Pero es una experiencia única.



—¿Qué hacías? ¿Llamabas a la gente para saber si estaba interesada en comprar?



—No —rio—. Yo estaba frente a mil pantallas, y estaba a cargo de jugar con cierta cantidad de dinero para sólo generar más… estaba al pendiente de dónde comprar, dónde vender, de comprar cuando abríamos nosotros y de vender cuando cerraba Tokyo, o Londres, o Australia. Empecé con veinte mil dólares, a los seis meses ya manejaba alrededor de cuarenta y cinco millones, al año superé los doscientos setenta.



  —¿Ves por qué le confío mi capital local? —sonrió Yulia.



—No conocía ese lado apostador tuyo, Pipe —asintió Lena.



—Ése es el problema, que muchos apuestan y son optimistas, no observan los patrones.



  —¿En qué movías el dinero?



—Estaba en la cuenta de CitiGroup, y movía dinero entre American Eagle, Chico’s y Hansen Natural.



  —Ah, ¿de ahí te trasladaron? —preguntó Lena, y él asintió—. Ya veo… —murmuró, y le dio el primer bocado a su bistec, «mmm…».



  —Si tienes preguntas sobre el tercer socio —dijo Yulia entre el respiro que daba para atrapar papas con su tenedor—, puedes preguntarle a Phillip; él sabe cómo funcionamos, y seguramente te lo puede explicar mejor que Alec o que yo —sonrió, sabiendo que tenía preguntas porque ella se había encargado de generarlas.



—¿Estás interesada en la sociedad? —sonrió Phillip, sabiendo exactamente lo que tenía que decir porque sabía los planes de Yulia.



  —No, es sólo que Alec me preguntó si quería ser parte de la sociedad —se encogió entre hombros.



  —¿Cuál es el porcentaje que te está ofreciendo?



—Veinticuatro o veinticinco —dijo, y Phillip volvió a ver a Yulia, quien sólo suspiró sobre el hielo de su vaso corto; bebida terminada.



—Es bastante —comentó, aunque en realidad hablaba con Yulia.



  —Y bastante caro también —resopló Lena.



—¿Te lo ofrece en precio neto, de acuerdo al valor real, o te lo ofrece con planes de pago, o rebajas, o qué sé yo?



—Lo que realmente cuesta, supongo.



  —El veinticuatro por ciento cuesta… nueve sesenta —dijo, haciendo una pausa para masticar cómodamente el trozo de jugoso Bistec—. El veinticinco, por ende, cuesta un millón… y, el veinticuatro, más uno, cuesta nueve ochenta —le dijo, notando la evidente confusión que empujaba su ceño hacia abajo—. Hay una diferencia entre veinticuatro-más-uno y veinticinco —sonrió.



—Para mí los dos son veinticinco —rio.



—Es una medida de control, es un poco anticuada, pero funciona en ciertos casos, en casos como el Estudio —dijo—. Cada compañía, empresa, corporación, o lo que quieras, funciona con un código o con un proceso para hacerlo todo más transparente, tanto a la hora de presentar todo al IRS como para saber quién tiene qué. ¿Has escuchado de la tabla de Vensabene? —le preguntó, y Lena tambaleó su cabeza.



—Yo no la uso, pero Yulia sí… pues, para Arquitectura.



—Bueno, esa tabla tiene cualquier cantidad de cosas que puedas necesitar, es hasta práctica e inteligente, eso lo admito —dijo para Yulia—. Hay una parte de la tabla que se refiere a la sociedad, la cual se pone en referencia en la constitución organizacional, por así decirlo. Cada porcentaje tiene sus beneficios y sus obligaciones, va del uno al diez, del once al veinte, del veintiuno al veinticuatro, del veinticinco al cuarenta, del cuarenta y uno al cincuenta, del cincuenta y uno al setenta y cinco, y del setenta y seis al cien, pero, llegando al cien, ya no es sociedad —rio—. Ese espacio que hay entre el veinticuatro y el veinticinco por ciento, es lo que se denomina, según las definiciones de Vensabene, como "más uno", que también aplica para el "diez más uno", o para el "veinte más uno", o para el "cuarenta más uno", y así sucesivamente. En el caso del veinticuatro-más-uno, significa que tienes el veinticinco por ciento pero que no tienes las obligaciones ni los beneficios de un socio que tiene un veinticinco por ciento real y concreto, tienes las obligaciones y los beneficios del veinticuatro por ciento, las obligaciones del uno por ciento las relevan las del veinticuatro por ciento, pero los beneficios se suman.



—Ajá… —murmuró, intentando procesar toda la información a medida que masticaba otro bocado.



—Por ejemplo, hablando de beneficios, por el uno por ciento tienes aumento salarial fijo del diez por ciento, aumenta tu bono de fin de año en un diez por ciento, la comisión del Estudio por cada proyecto que tomes se reduce en un tres por ciento. Ahora, por el veinticuatro por ciento tienes aumento salarial fijo y de bono de fin de año de un quince por ciento, y la comisión del Estudio se reduce en un cinco por ciento. Entonces, si tienes veinticuatro-más-uno, es lo que le corresponde al veinticuatro por ciento, pero, a nivel administrativo, tienes algunos beneficios del veinticinco por ciento.  



—¿Y si tengo el veinticinco por ciento?



—Aumentos del veinticinco por ciento y reducción de comisión en un siete por ciento.



  —¿Y eso qué lógica tiene? —frunció su ceño.



—Es por las "obligaciones" —suspiró—. A partir del veinticinco por ciento, la constitución te obliga a ser parte del estudio en todo sentido: legal, corporativo y económico. Eso significa que tu nombre está en la puerta, en la factura, en todo, tienes que tomar decisiones corporativas, lidiar con algo que muchos llaman "política", pero eso sólo sería en cuanto a TO… el resto sería ya un cambio en todo sentido, hasta en el sentido financiero personal.



—Entonces, con el veinticuatro-más-uno, ¿qué? ¿No soy socia?



—Sí lo eres, pero en papel, y no hablo de factura, sino de sociedad nada más; eres como socia silenciosa, por así decirlo. Tienes voz y tienes voto, pero no tienes derecho para vetar; ese derecho se adquiere con el veinticinco por ciento completo y concreto.



—¿Algo más que deba saber? —resopló, sacudiendo su cabeza.



—El resto lo podemos discutir si estás realmente interesada en ser el tercer socio —sonrió—, son cosas administrativas más que nada.



—Sólo me gustaría saber por qué Alec me lo está ofreciendo a mí y no a Belinda, o a Pennington —comentó, más para Yulia que para Phillip, pero notó que a él le había llamado la atención.



—Belinda estaba interesada en el uno por ciento, ¿no? —se volvió Phillip hacia Yulia, quien comía en silencio con suprema rectitud de espalda, una postura que parecía ser la caricatura de Larissa.



—"Estaba" —murmuró, pero notó que para Lena esa no era suficiente respuesta—. Cuando Alec le ofreció el uno por ciento a Belinda, se lo ofreció con el precio del año pasado, y ahora, que le dijo lo que costaba en realidad, Belinda ya no está interesada en eso —dijo, estando muy de acuerdo con la posición de Belinda, pues ella habría reaccionado de la misma manera.



—¿Es mucha la diferencia? —preguntó Lena, invadida de curiosidad.



—Son veintisiete mil diferencias —sonrió Yulia.



  —Joder,tanto? —exhaló Lena.



—El año pasado, más o menos por enero o febrero, TO evaluó el valor del estudio para saber si eran estables —comenzó diciendo Phillip.



—Espera, antes de que continúes, ¿pueden explicarme por qué VV y no Bergman?
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EL LADO SEXY DE LA ARQUITECTURA PARTE 2  - Página 5 Empty Re: EL LADO SEXY DE LA ARQUITECTURA PARTE 2

Mensaje por VIVALENZ28 11/14/2015, 12:26 am

—Porque Bergman es demasiado ambicioso; querían la licitación de la Freedom Tower y, por estar seguros de que la tenían, perdieron casi cincuenta millones en proyectos que fácilmente podían haber trabajado, además, Bergman se mete con la política y con la religión, nosotros, tal y como lo definimos con Volterra, nos regimos por "comodidad, lujo, accesibilidad y conservación del patrimonio cultural", si hablamos de arquitectura la proporción de proyectos civiles, contra los corporativos, es de ocho a dos, el de Bergman es de doce a uno pero en proyectos corporativos contra civiles —dijo Yulia, sabiendo que era un buen lugar por el cual comenzar—. Además, nosotros no construimos cosas de plástico —rio sarcásticamente.



—En el aspecto económico —rio Phillip, acordándose de cuando Yulia, en una reunión en la que sólo estaban ellos dos y Volterra, había hecho el comentario de que a Bergman ya cuatro proyectos se los había volado tres distintos tornados de tres distintas magnitudes en la misma zona en la que VV tenía ocho proyectos, y el comentario había sido: "ni tornado necesitan, yo llego, soplo, y la casa por allá voló"—, ustedes tienen mayor estabilidad en cuanto a que, por cada proyecto que tomen, al estudio le pertenece una parte, mínima, a la que se le suma la cuota anual que tienen que cumplir. Bergman comete el error de que todos sus clientes le pagan al estudio, y luego se reparte en salarios altos, pero, lo que "sobra", por así decirlo, es lo que deciden invertirlo en la bolsa. ¿Por qué crees que hubo recorte de personal y que ahorita se están moviendo de local? —rio, y Lena se encogió entre hombros—. Perdieron el setenta y siete punto doce por ciento del capital, de cincuenta y cuatro Arquitectos se quedaron con treinta, y de cuarenta y dos Ingenieros se quedaron con veintiuno. Yo te juro que ya veía venir la declaración de bancarrota…



—¿Y nosotros qué hacemos con el dinero? —frunció Lena su ceño.



—El porcentaje que te quita el estudio, más tu cuota, más lo que se genera en lo que nadie ve… —sonrió, pero Lena necesitaba saber.



—Hace años, cuando yo le compré el veinticuatro-más-uno a Volterra —intervino Yulia—, básicamente el precio fue que me hiciera cargo de una deuda, yo puse una cantidad de dinero y ya.



  —¿Y ya? —elevó sus cejas.



—Tu novia vino a mí para que le dijera qué hacer, y nada que no se pudiera hacer con una pantalla y un teclado —sonrió—. Me dio "x" cantidad, aumenté el volumen, se pagó la deuda, y, lo que sobró, se utilizó para generar fondos sin tener que volver a jugar directamente en la bolsa.



—¿De qué era la deuda?



—Era lo que faltaba por pagar del espacio —dijo Yulia, dándose cuenta de que eso no sonaba nada coherente—. El edificio, así como prácticamente todo Rockefeller Center, es de Tishman Speyer. Cuando el mercado estaba demasiado mal en el ochenta-y-tanto, Vensabene tuvo la brillante idea de comprar el espacio en el que está la parte vieja del estudio, cuando Volterra me dijo que, por ser socio de Vensabene y que la deuda estaba a nombre del estudio, la deuda seguía vigente con "x" monto. Ahí no se calculó el valor de nada, simplemente me dijo que necesitaba dinero para liquidar esa deuda, sino nos íbamos a ahogar, a cambio me ofreció el cincuenta por ciento para que quedáramos iguales, pero, conociendo lo que el apellido "Vensabene" significaba, decidí poner el dinero como si fuera el cincuenta por ciento a pesar de que sólo era el veinticuatro-más-uno.



—O sea, regalaste dinero —resopló Lena.



—Lo recuperé en… ¿en dos y medio? —se volvió hacia Phillip, quien asintió—. Fue una inversión —sonrió.



—Entonces —intervino Phillip—, ustedes en realidad no pagan alquiler, ustedes son dueños de su espacio hasta el día en el que ese monstruo de edificio se caiga, de ahí no los van a sacar aunque quieran, la deuda está saldada —dijo, haciendo una breve pausa para beber de su cerveza—. Ustedes pagan servicios: energía eléctrica, agua, teléfono, internet, etc., pero no pagan lo que la mayoría sí.



—¿Por qué Alec no puso el dinero? —le preguntó a Yulia.



—Porque Alec estaba con lo del espacio del Taller —sonrió—. ¿Qué hacemos con el dinero? —preguntó en tono retórico—. Pagamos cuentas de servicios, el café, el té, papel, mantenimientos de equipo, licencias de programas, etc… y, con ese dinero, junto con un poco más, que fue por eso que compré el cincuenta por ciento adicional, y junto con la otra mitad que nos dio TO, compramos la parte nueva del estudio.



—Además de eso, porque siempre se procura que haya un excelente colchón ergonómico para el tiempo de las vacas flacas, tienen maquinaria propia —añadió Phillip.



—¿Y el taller?



—Prácticamente se paga solo —respondió Yulia—. Cuando no estamos usando maquinaria pesada la arrendamos, y entran cosas directamente al taller… de eso se encarga el Christian —resopló Yulia, pues era al único al que todos se referían como "el Christian", quien era el gerente del taller.



—Ah, ya veo —suspiró Lena, intentando digerir toda la información.



—Ahora, eso por la parte de por qué VP y no Bergman —dijo Phillip—, pero, por la parte de por qué subió tanto de precio, es simple y sencillamente porque tienen a TO en el fondo.



—Te vas a dar cuenta de que, de la nada, llegan clientes nuevos con proyectos enormes y que no titubean en entregarte la chequera para que pongas tu precio —le dijo Yulia—. Carter llegó a ti porque Junior le dijo. García llegó a nosotros porque tiene trato con ellos, igual que con el que está trabajando Volterra. Supongo que damos más confianza y tenemos más credibilidad; nosotros no somos un Estudio que se especializa en optimizar y explotar un espacio para meter doscientos cubículos, nosotros hablamos de comodidad, de que pensamos en ergonomía, y tratamos con personas en especial, somos más civiles que corporativos, y, en cualquier caso, cuando hacemos algo corporativo siempre cae bajo la rama de lo hospitalario y no de lo industrial: hoteles, restaurantes, boutiques, etc. —sonrió.



  —Hasta yo pienso así —resopló Lena, viendo a Yulia asesinar, con su tenedor, el tenedor de Phillip, quien, traviesamente, intentaba robarle tres papas fritas al él habérselas terminado ya.



—Siempre podemos pedir otra orden —rio Yulia.



—Que sean dos —sacó Phillip su lengua, levantando la mano para llamar al mesero que los acosaba con la mirada al no tener nada mejor que hacer.



—¿Por qué tú y no Belinda? —murmuró Yulia para Lena, y ella asintió—. Tú sabes por qué —le dijo con esa mirada que se me hace imposible describir.



—Bueno, igual, a Belinda le ofreció el uno por ciento, que ya cuenta como socia, ¿no?



  —Entre tres socios sí, si hubiesen cuatro no tanto —respondió Yulia—. Entre tres no hay nada que la locura de Vensabene no lograra inventarse, para cuatro socios sí, en ese caso dice que cada uno tiene que tener, por lo menos, el cinco por ciento para ser considerado socio… la locura lo hizo describir hasta qué pasaría si el estudio tuviera diez socios, cómo se manejaría todo —sacudió Yulia su cabeza.



—¿Por qué no sólo cambian eso? —frunció su ceño Lena.



—Porque, raramente, funciona a la perfección —dijo Phillip, apuntando las papas de Yulia y señalando un dos con sus dedos para pedirle, desde lo lejos, las dos órdenes al mesero.



—El primero que se fue, porque quería irse, fue Bellano —dijo Yulia.



—Y yo —se sonrojó Lena.



  —Pero lo tuyo fue más personal que laboral —rio Yulia.



  —En teoría, sólo Yulia puede despedirte —comentó Phillip.



  —Y en la práctica también —frunció Yulia su ceño.



—¿Porque es mi novia o porque es la socia mayoritaria?



—Porque perteneces al departamento de diseño ambiental —sonrió Yulia—, y porque eres mi novia, y porque no tengo razones para despedirte —guiñó su ojo—. Volterra no puede meterse en mi departamento, así como yo no me meto en el suyo con los Ingenieros.



  —¿Si él quiere puede contratar a Segrate de nuevo?



—¿Cuánto tiempo le queda a esa escoria de la vida? —rio Phillip.



—El mes que viene tiene que irse, según Volterra… pero creo que lo va a terminar contratando de nuevo —sacudió Yulia su cabeza.



—¿Y vas a dejar que lo contrate? —le preguntó Phillip.



—Él ya sabe cómo me siento respecto a él, que prefiero darle fuego a su salario, o arrojarlo por la ventana para que Rockefeller Center lo agarre —se encogió entre hombros—. De igual forma, si lo contrata, él entraría inmediatamente como "Class C" y no como "Class B".



  —¿Qué es eso? —interfirió Lena.



  —"Class C" son personas como Selvidge, que no tienen que aportar una cuota tan alta como la que tú y yo pagamos —respondió Yulia—. Siempre el personal nuevo es "Class C", y ganan menos por lo mismo, y tienen beneficios muy reducidos, además, los podemos despedir prácticamente sin problemas.



  —¿Por qué eso no lo sabía yo? —suspiró Lena.



  —Esos términos están en la constitución —sonrió Phillip—. Ese documento está abierto para el que quiera leerlo, pero nadie lo hace porque es una mierda del grosor del cuarto libro de Harry P-Potter —tartamudeó adrede.



  —¿Cómo pasas de "Class C" a "Class B"?



  —Por clientes… es la misma tabla de Vensabene —rio Phillip, pues él odiaba esa tabla, pero respetaba que funcionaba y que tenía lógica.



  —¿Qué soy yo?



—"Class B" —sonrió Yulia—. "Class A" son los socios —dijo, y añadió—: Volterra dice que Vensabene decía que lo había denominado "Class A" porque siempre, en la punta, están todos los "Assholes" —rio, y, rápidamente, vio cómo Lena le sonreía con cierta satisfacción mientras paseaba su lengua, con abundante lascivia, por su labio superior—. Fuck… —susurró, hundiendo su mirada en la palma de su mano, aniquilando la etiqueta de la mesa al colocar su codo sobre ella, y no se dio cuenta de que su gemido mental había sido expulsado sin vergüenza alguna.



—¿Qué pasó? —resopló Phillip.



  —Nada, nada —suspiró, elevando su mirada, dejando su rubor al descubierto para ver la divertida mirada de Lena. Definitivamente sabía cómo asesinar el mal humor de Yulia.



—Volviendo al tema, que todavía no me responden completamente… —rio Lena.



—Pregunta, y diré dos puntos: ¿por qué te ofreció del veinticuatro al veinticinco? —le preguntó Phillip con su ceño fruncido—. Digo, ¿por qué no el mismo uno por ciento que le ofreció a Belinda?



—Como debería saberlo? —resopló, agachando la mirada para acosar el pie de Yulia, el cual, suavemente, rozaba su pantorrilla como por "accidente", pues, al tener las piernas cruzadas y ella no, Yulia sólo tenía que subir un poco su pierna para alcanzar su pantorrilla.



—Junior envió un memo en el que pedía que le informáramos sobre el manejo del veinticinco por ciento que está a la venta —dijo Yulia.



—Ah… —suspiró Phillip, entendiendo rápidamente por dónde iba eso—. ¿Se lo respondió en memo o en algo menos oficial?



—En memo —respondió Yulia, subiendo su pie un poco más para agravar el rubor de Lena, el cual se escondía disimuladamente en una mirada baja por estar cortando un trozo de carne.



—¡Uy! —sacudió su cabeza, asustando a ambas mujeres por asumir que era por el roce de piernas—. Bueno, Julia María, si no consigues a alguien a tiempo, sabes que puedes contar conmigo.



—Ah —rio nasalmente—, no, si ya te puse en la lista de potenciales compradores —sonrió.



—Para el veinticuatro-más-uno, ¿verdad?



—Es correcto, Felipe.
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EL LADO SEXY DE LA ARQUITECTURA PARTE 2  - Página 5 Empty Re: EL LADO SEXY DE LA ARQUITECTURA PARTE 2

Mensaje por VIVALENZ28 11/14/2015, 12:29 am

*











 



—Bueno, no te sientas mal —rio Natasha, interceptándolo antes de que diera el primer paso de dudosas intenciones—. Puedes bailar conmigo también —le dijo, sabiendo exactamente que quería responderle que "no" porque Yulia ya tenía las últimas ganas de seguir bailando con Volterra.



—No, no te preocupes —le dijo Luca con una sonrisa educada.



—Vamos —intentó persuadirlo—, ¿o me vas a dejar sola? —le dijo con esa mirada manipuladora, y él, viendo que Yulia no terminaba de despegarse de Volterra, no tuvo más remedio que pensar un "ni modo".



—Está bien —suspiró un tanto frustrado, y Natasha lo haló hacia la pista con la más falsa de las sonrisas.



—No bailo mal —rio al tenerlo nuevamente de frente—. ¿Tú?



—Suelo bailar música diferente —dijo.



Vio que Yulia se despegó de Volterra, no sin antes recibir un beso en cada mejilla, y, al ver que su mesa estaba vacía, resolvió sentarse con sus compañeros de trabajo.



El primero era Clark, en su traje gris carbón con chaleco, de camisa de cuello y muñecas blancas pero de torso celeste bajo una corbata marrón oscuro, color que combinaba con el de sus zapatos. A su lado estaba el afroamericano que Luca había anulado, simplemente por su color de piel, al intentar descifrar quién era el afortunado de sustituir el "Volkova" en el nombre de Yulia. Era el acompañante de Clark, nadie preguntó si era novio, compañero de vida, esposo, amigo, hermano, o qué, pero a Yulia le acordaba, en cierto modo, a Ozwald Boateng sólo que, en lo que a su físico se refería, estaba entre Shemar Moore y Nathan Owens de guapo y complexión. Se llamaba Lance, y era un Ivy-League-Treasure de treinta y tres años que trabajaba en la Firma de su papá de Paralegal Senior a pesar de ser lo que su título dictaba. Increíblemente pulcro en su traje y corbata negra, culto e interesante, gracioso como pocas personas y muy cortés.



Luego estaba Nicole, todavía con la resaca del embarazo que había terminado hacía mes y medio, pero era peso que no le interesaba quitarse porque a ninguno les importaba; ni a ella ni a Marcel, uno de los jefes del taller, y reconocido y conocido padre de su hijo. Ella era lo que cualquiera consideraba ser "average-looking"; piel blanca, cabello oscuro, no se moría del hambre y su cuerpo tampoco lo ocultaba, era una cómoda talla ocho de ojos café y labios rosados, de nariz irrelevante y de sonrisa amplia. Había logrado esconder su abdomen en un vestido corto bastante sencillo pero de buen gusto, pues eso sí que tenía: buen gusto. Era un Emilio Pucci negro que pretendía ser una camisa muy chic de manga corta y que bajaba hasta un poco arriba de sus rodillas, al final, en un grosor de siete pulgadas, tenía una capa de encaje blanco sobre el fondo negro, y el patrón era simplemente exquisito. Y sí, ella también conocía los Manolos, los suyos negros y de ocho centímetros de altura, puntiagudos y de gamuza.



Y Marcel, de su misma edad, con la complexión de mover cosas pesadas, de ser un fanático de los martillos de cualquier magnitud, mazo o martillo, para clavar o para derribar, para hacer encajar o para lo que se le ocurriera, se notaba que era Nicole quien lo había vestido, pues no dejaba de verse en su traje azul marino, con su camisa que costaba que fuera celeste, y con su corbata rosada en patrón floral paisley. La barba ligera, el cabello corto y alocado, la mirada y la sonrisa traviesa y seductora, sí, quizás por ahí, o por entre los ojos azules, era que Nicole se había perdido al punto de ser la pionera de las películas pornográficas grabadas por las cámaras del taller.



Del otro lado de la mesa estaba Pennington, a quien Yulia, de un tiempo acá, lo había empezado a llamar "Robert". Le caía bien. Le acordaba a Billy Cudrup cuando tenía el cabello un poco largo. Sí, quizás era el hermano de Billy Cudrup y que lo patrocinaba Ralph Lauren de pies a cabeza para no perder la costumbre, siempre en traje azul marino, siempre con camisa blanca, siempre con zapatos negros, ahora con chaleco añadido, con corbata delgada a puntos blancos y con tie-clip.



A su lado estaba Rebecca, quien había decidido divertirse junto a Pennington al ser los solteros en la mesa y que se tenían excesiva confianza. Don, a quien todavía le estaba construyendo su casa en las afueras de la ciudad, no había podido ser su "plus one" al tener que volar a Taipei para reunirse con un cliente que estaba dispuesto a comprar una de las dos tarjetas que tenía de Babe Ruth de 1916 por un poco más de ciento veinte mil dólares. Con ya veintiséis años, y dos años de ser miembro real del estudio a pesar de tener toda una eternidad de estar trabajando con Volterra al haber sido la niña prodigio que lo había deslumbrado cuando todavía estaba en el colegio, estaba más que cómoda entre los de VP, y ya no sufría de un microscópico complejo de inferioridad al saberse con un título real de Arquitectura y con suficiente poder administrativo como para darse el lujo de poder decir que era igual a Belinda y mejor que Nicole.



Luego estaba Joshua, el ortodoncista y el esposo de Belinda. Cuarenta y dos años con sonrisa y cabello un poco largo, sonrisa perfecta, casi un metro ochenta a pesar de que se veía mucho más pequeño, quizás por la postura o por el corte del traje y la corbata delgada. Era secretamente fanático del karaoke, en especial de Queen, Tina Turner y Sir Mix-A-Lot. Su corbata era el complemento perfecto para el "lipstick red" que describía al Hervé Léger, fuera del hombro, de manga larga y ajustado, que envolvía a Belinda de modo "bandage".



—Natalie, ¿cierto? —le preguntó Luca.



—Natasha —lo corrigió con una sonrisa, sintiendo ese beat inundarle las venas porque no había de otro modo con esa canción.



Luca vio cómo ellos quedaban excluidos del resto, quienes bailaban "Rapper’s Delight" con goce de extrema libertad y compañerismo mientras cantaban esa divertida letra de "I said a hip hop, the hippie the hippie, to the hip hip hop, and you don’t stop, the rock it to the bang bang boogie, say, up jump the boogie, to the rhythm of the boogie, the beat" entre cabbage patch, los wops, el "hey ho", el "makin’ it rain", el "dirt off shoulder", Marie que pretendía twerk. Phillip y Lena sabían toda la canción, de principio a fin, sin que la lengua se les trabara por los catorce minutos, casi quince, que duraba la canción original, pero era porque, junto con el baile de Syrtaki, Lena le había intentado enseñar el "running man", y Phillip, en compensación y estando alcoholizado, le había empezado a cantar esa canción, luego los dos, compartiendo audífonos, con lenguas un tanto atropelladas, habían empezado la misión de aprenderla.



—¿Tú también eres…? —murmuró a su oído en cuanto Natasha lo tomó de las manos para que bailara con ella.



—¿Soy qué?



—¿Lesbiana? —dijo con ese tono de cierto asco, o de confusión, o de ambas cosas, pues consideraba a Yulia un total desperdicio de mujer.



—No —sacudió su cabeza—, mi esposo es el que está bailando con Lena.



  —Lo siento, lo siento, no quise insinuar… —dijo avergonzado.



  —No te preocupes —sonrió con falsedad.



  —Tu eres amiga de Yulia, ¿verdad?



  —Sí, ¿y tú? —rio, haciendo un crisscross en sus Stilettos en cuanto "This Is How We Do It" cortó la eterna canción.



—No, a mí me gustan las mujeres —dijo, pero notó que Natasha no se refería a eso—. ¿Yo qué?



—Asumo que eres su amigo, también, ¿no? —sonrió, tomándolo de las manos para intentar contagiarle, por osmosis, un poco de ritmo.



  —¿Desde cuándo son amigas?



—Casi desde que vino —respondió, empezando a aburrirse por no poder llegar a donde quería llegar.



  —¿Y nunca me mencionó?



  —Mmm… dos veces —sonrió, respirando tranquilamente al haber podido llegar a esa conversación.



  —¿Sólo dos? —Natasha asintió—. ¿Qué dijo de mí?



  —Que ustedes se habían distanciado porque no estaban en la misma página, más bien que tú te habías alejado porque la habías visto un par de veces con Marco —dijo, refiriéndose a Ferrazzano—. Y que creías que no quería nada contigo porque estaba intentando regresar con él. —Luca no dijo nada, sólo se quedó estático. ¿Cómo pudo ser tan estúpido? No, pues eso yo tampoco lo sé, a mí que no me vea; esa respuesta no la tengo—. Y luego te mencionó hace dos meses para que le diera una invitación para ti —le dijo, interrumpiendo su ritmo para quedarse igualmente estática.



—¿No me mencionó en ninguna otra ocasión? —frunció su ceño.



—Eso me trae a algo que te voy a dejar muy claro —le dijo Natasha, tomándolo por el brazo para sacarlo de la pista con disimulo—. Yo no conozco la clase de relación que tenías con Yulia, sé que no era como la que tengo con ella porque, de lo contrario, te habría mencionado con cariño, y no con una expresión de "todos los hombres son iguales". No me interesa si ustedes eran amigos con derecho o no, no me interesa si a ti te gustaba o te sigue gustando Yulia, pero definitivamente Yulia ya no es la misma a la que le diste la espalda, y ya no es la misma mujer sola que yo conocí. Si te vas a quedar en la fiesta, y en su vida, respétala como una mujer a la que no tienes permiso de querer, respétala porque se lo merece; no cualquiera te busca por ocho años a sabiendas de que no va a saber nada, ni un "hola", ni un "gracias". Respétala porque es mujer, respétala porque no es tuya, respétala porque ya no tienen veinte, respétala porque le debes eso, respétala porque está con Lena, y no hay nada que alguien pueda hacer para que eso deje de ser así, ni por ella ni por Lena, respétala por Lena… y respeta a Lena, sino, créeme que soy yo la que me voy a encargar de que tú no vuelvas a saber de Yulia —le dijo con una sonrisa que enmascaraba la advertencia—. Ten un poco de vergüenza y deja de desvestirla cada vez que la ves, y ten un poco más de humildad… porque no eres el mejor, no para Yulia y no para los que están en este salón. Respétala por las buenas, y respeta que esto es porque ella se casó con Lena.



—Sólo Yulia puede sacarme —le dijo, estando sumergido en indignación.



—Yulia no necesita sacarte porque no te va a dejar entrar; ella será muy amable contigo, pero esa confianza que se tenían, la ahogaste con ocho años de resentimiento… quédate si quieres, pero si te quedas es porque vas a ser un adulto con la madurez que se supone que te corresponde tener. Y, si te quedas, verás cómo tu pérdida fue la ganancia de todos los aquí presentes, incluyendo la de ella… porque tú, por muy su "mejor amigo" que te consideres, no la has visto en los puntos más bajos; no pretendas venir a bajarle el tono al punto más alto.



—¿Quién te crees que eres? —espetó, con su ceño fruncido.



—Yo soy lo que tú no eras, no eres, y nunca serás para Yulia —sonrió, clavándole una daga en el pecho, pero se la clavó con lentitud—. Yo soy su amiga, su mejor amiga —dijo, clavando la daga hasta el fondo—, y no le caes bien a nadie —añadió, retorciendo la daga en el ego de Luca—. Yo advierto, no amenazo, y no lo hago dos veces —concluyó, retirándose de donde lo había dejado, que había sido exactamente afuera del salón y él ni cuenta se había dado en qué momento había caminado tanto.



—Felicidades, Jefa —sonrió Belinda en cuanto Yulia se sentó con ellos.



   —Gracias —sonrió Yulia de regreso—. Y gracias a todos por venir.



—No creo que alguien se iba a perder esos votos —resopló Nicole, y todos los del estudio asintieron—. Muy bonitos, muy ustedes.



—¿Cuántas veces le cantaste "I’m Coming Out"? —rio Rebecca.



—Veinte sería poco —resopló Yulia, recibiendo, frente a ella, un Martini que no había pedido pero que agradecía.



—¿Y el papá de la novia qué dice? —preguntó Belinda en ese tono gracioso, pues le daba risa que sólo Volterra no sabía que todos sabían.



—Él… —suspiró Yulia, prácticamente enrollando sus ojos mientras sacudía su cabeza—. Él todavía no dice nada —dijo, y llevó el Martini a sus labios—. Seguramente en dos horas, después de una buena cantidad de vino, se le termina de quitar la vergüenza.



—Al menos ya no tiene cara de agruras estomacales —comentó Rebecca, haciendo que todos se volvieran hacia la mesa de los adultos responsables, y vieron que reía incómodamente con Inessa—. Ya se ríe…



—Pero no sé si es porque realmente se le pasó —se encogió Yulia entre hombros, devolviéndose a los que se sentaban a la misma mesa que ella.



—La medicina Katina tiende a ser bastante buena —bromeó Belinda, haciendo que Yulia se sonrojara—. Tu suegra es muy guapa —añadió, pues era la primera vez que el mundo laboral de VP veía a Inessa.



—Poder de Katina —rio Clark—. Es muy, muy guapa… pero no más que Lena. —Yulia se volvió sobre su hombro para ver a Lena, quien no se despegaba de Phillip para bailar "Disco Inferno" entre la risa que se proyectaban entre los dos, que, como cosa rara, cantaban al mismo tiempo que bailaban—. Lena se ve… wow… —suspiró, sacudiendo su cabeza—. Despampanante.



—Sí… —sonrió Yulia, todavía viendo a Lena moverse al ritmo de "burn, baby, burn", «God, she’s sexy»—. Me gusta —dijo sin saber exactamente por qué lo decía a ellos—, me gusta cómo se ve —añadió, «y cómo se mueve también».



  —Pecado sería —resopló Nicole, sonrojando a Yulia un poco más.



—Bueno, bueno… ¿todo bien con la comida? —preguntó Yulia al aire, viendo que Luca y Natasha salían del salón, lo cual le pareció raro pero lo dejó pasar.



  —Demasiado rico —dijo Rebecca.



—Si quieren más de alguna cosa, pueden pedirlo —les dijo—, o lo que sea —sonrió.



—¿Puedo pedir más? —ensanchó Marcel la mirada.



—Marcel, por favor, lo que quieras —sonrió Yulia—. Puedes pedir el menú y pedir lo que se te antoje, quizás quieras dejar un poco de espacio para el postre.



—¿Qué hay de postre? —preguntó Pennington con la mirada iluminada.



—Key Lime Pie —se volvió hacia él, y su mirada se iluminó cada vez más, pues era como el postre oficial del estudio; para todo era Key Lime Pie, ¿quién podía aburrirse de algo tan celestial? Nadie—. Y hay gelato.



—Esto va a ser como la cena con Junior —rio Belinda, acordándose de aquella secreta vez en la que había acompañado a Yulia y a Volterra a una cena de tempranos acuerdos y negocios.



—Para diluir un par de Alka-Seltzer en un poco de Pepto-Bismol —rio Yulia, estando completamente de acuerdo, pues había salido, esa vez, deseando que su pantalón fuera talla seis y no talla cuatro—. Pero, en serio, pueden pedir lo que quieran; de comer o beber… me ofendería que se quedaran con hambre o con sed —dijo, sabiendo que, probablemente, serían las mujeres, en cuenta Clark, quienes optarían por tener la vergüenza que Yulia no quería ver—. Joshua —se dirigió al esposo de Belinda—, ¿quizás un Whisky?



—Eso estaría bien —sonrió.



—Hay Dalmore, Johnnie y Aberfeldy si no me equivoco, si quieres de otro también lo puedes pedir —sonrió Yulia.



—Gracias, Yulia, muchas gracias.



—Por favor, es para pasarla bien, no para quedarse con las ganas —dijo, dándole un sorbo a su Martini.



—En ese caso, yo creo que podríamos beber un poco más de champán —dijo Rebecca, quien levantó la mano para llamar a uno de los meseros.



—Todo el que quieran —sonrió Yulia, dándole el último sorbo a su Martini, el cual ya empezaba a hacerle ciertas cosquillas, pero la emoción de la noche aniquilaba cualquier alcoholización remota, para realmente entrar en modo "happy" tenía que beber otra cantidad por igual—. Champán para todos —le dijo al mesero—, y otro pesto, por favor —sonrió, pues notó que ya la torre de pesto había desaparecido; esa torre que intercalaba el condimentado queso crema con pesto verde y pesto rosso. Simple pero exquisito, en especial la parte del pesto rosso, pues a Yulia no le simpatizaba mucho el pesto verde.



—¿Sabes qué faltó, Yulia? —le dijo Clark, luego de haber pedido una Stella para Lance y una Strawberry Basil Margarita para él.



—Dime.



        —Un beso correcto —sonrió ampliamente.



—¿De qué hablas? —rio Yulia, no entendiendo a qué se refería.



—Sellaste todo con un abrazo —le dijo en ese tono de "obviamente"—. Esperaba más un beso de labios.



—Se lo di —ensanchó la mirada—. ¿No lo viste?



—No —rio—. Todo me pareció muy En Vogue con "Don’t Let Go".



—Quizás el Bridge nada más —bromeó Belinda, cosa que ni Nicole ni Rebecca, ni los hombres heterosexuales presentes comprendieron, pues se refería a ese "habrá algo de amor, corazones rotos, almas temblando".



—¡Ay! —rio Yulia, tornándose roja—. Igual, no es como que no nos han visto darnos un beso —le dijo a Clark.



—Jamás las he visto —sacudió Clark su cabeza, y Pennington lo imitó—. Nadie las ha visto.



—Estoy segura de que Belinda y Marcel sí —repuso, y los mencionados asintieron.



  —Nicole y yo también —dijo Rebecca.



  —Y yo —resopló Joshua.



—Le di uno frente a todos —dijo Yulia antes de que Clark colapsara en un "¿y por qué yo no?"—. No sé en dónde estabas tú.



—¿En qué momento se lo diste?



—Después de quebrar los platos —se encogió entre hombros.



—Buenísimo, por cierto —dijo Belinda—. Fue realmente divertido.



—Y liberador —añadió Pennington—. Jamás pensé que quebrar un palto iba a ser tan liberador.



—Opa! —rio Clark nasalmente—. Tiene su encanto.



—El baile me gustó —dijo Nicole—. Y no sabía que estabas involucrado en eso —dijo para Clark.



—Lo que sea por bailar —repuso con un guiño de ojo.



  —Hablando de bailar, ¿por qué no bailan? —preguntó Yulia con su ceño fruncido.



  —Yo estoy esperando a que Pennington me invite —sonrió Rebecca.



—¿Y a qué estás esperando, Robert? —rio Yulia.



—A que se termine el champán —dijo sonrojado, y Rebecca que lo abrazó por el cuello. Yulia siempre pensó que entre ellos podía haber algo, pero simplemente se llevaban bien.



—Yulia, por cierto… —le dijo Clark—. ¿Puedo bailar con Lena?



  —Si ella quiere, no veo por qué no —se encogió entre hombros.



—Es que veo que el financiero no la suelta —rio.



—No creo que haya problema —le dijo Yulia—, inténtalo si quieres… por mientras puedes bailar con Lance —bromeó.



—No, no —resopló el mencionado—. Yo tengo dos pies izquierdos, cero coordinación.



—Entonces puedes bailar conmigo por mientras —le dijo Belinda.



—¿En serio? —sonrió Clark, y Belinda asintió, por lo que él se puso de pie y bordeó la mesa para llegar a su lado—. Joshua, ¿puedo bailar con su esposa?



—Por favor —rio Joshua, pero Belinda, que siempre le picaban los pies por bailar y a él no, ya estaba con Clark casi en la pista entre el beat de transición que el bajo de "Rapper’s Delight" volvía a tener, pero sólo era para entrar a "Higher Ground" de Stevie Wonder, canción que Lena y Phillip bailarían con ciertos chasquidos de dedos, movimientos de hombros, en persecuciones y provocaciones de hermanos por elección y por afinidad, para que luego Phillip la tomara por la cintura y empezara a dar vueltas con ella, al borde de marearse conjuntamente, para luego hacer lo que mejor hacían: improvisar.



—Yulia, perdón si soy impertinente —le dijo Pennington—, pero pensé que iba a ver a alguien más que sólo tu mamá… pues, de tu familia.



—¿Te refieres a mis hermanos? —sonrió, siendo totalmente inmune a la aparente impertinencia.



—Sí, o a tus tíos, si es que tienes —frunció su ceño, pues recién se daba cuenta de que de Yulia no sabía mucho, pues de todos sabía algo. No, sabía bastante.



Sabía que Rebecca era de Pasadena, que allí vivía su mamá (Joan) y su hermana mayor (Francine), que ambas eran profesoras de secundaria en un colegio privado, sabía que su papá (John) se había vuelto a casar hacía demasiados años y que vivía, con su madrastra (Kathy) y su hermanastro (Peter), en San Diego. Sabía que Nicole era de Brooklyn, que sus papás (Andrew y Claire) eran ambos abogados, hija única, novia de Marcel, con quien tenía a Alex, de mes-y-tantos-días. Marcel no venía de una familia tan cómoda como la de Nicole, su papá (John también) era especialista en instalar pisos, y su mamá (Nanette) era dueña de un Diner que se encargaba de vender únicamente costillas.



Sabía que Belinda tenía tres hijos, Nathan, Wilhemina y Alexa, y que tenía casi veinte años de estar casada con Joshua, el ortodoncista Judío que no era tan apegado a su religión. Belinda era hija de Psiquiatra e Ingeniero Químico divorciados, y se había quedado viviendo con su mamá en Manhattan en cuanto a su papá lo habían contratado en Texas Instruments, y tenía dos hermanos; Bastian y Astrid.



De Clark sabía que sus papás vivían en New Orleans, y que era uno de las tres hijas que habían tenido; así lo decía él.



—Mi hermana viene el martes, mi hermano no pudo venir —mintió, pero sólo en la parte de Aleksei—. De mi familia extensa… —frunció su ceño—. No, con mis tíos nunca me llevé bien, ni con mis primos, y, de parte de mamá, no tengo tíos, ni abuelos —rio—. La mejor amiga de mi mamá, que es como mi tía, tenía que impartir un seminario de arte gótico esta semana y la que viene —se encogió entre hombros—. Pero el novio de mi mamá sí vino —sonrió.



—¿Arquitecto? —le preguntó lleno de curiosidad, viendo de reojo que Lance se retiraba para charlar con el otro pies izquierdos y Nicole y Marcel conversaban entre ellos.



—No —sacudió su cabeza, recibiendo otro Martini frente a ella al mismo tiempo que a Pennington le servían una cuba libre que nunca tuvo la intención de ser virgen—. Es restaurador —sonrió—. Pero trabaja con mi mamá para el Vaticano.



—No suena mal, ¿no?



—No —sacudió nuevamente su cabeza.



        —¿Te llevas bien con él?



—Lo conocí hoy —rio, y notó la expresión de sorpresa en Pennington y en Rebecca—. No tiene mucho tiempo de estar saliendo con mi mamá, y, como no fui en diciembre a casa… no lo pude conocer —les explicó—. Sé de él porque mi mamá me cuenta, pero nunca he tenido la oportunidad de hablar con él.



—Pues no se ve nada mal con tu mamá —opinó Rebecca—. Digo, es guapo… y se ve que es amable —sonrió—. Al menos se ríe, no como el jefe.



—El jefe se amarga porque quiere —rio Yulia, viéndolo de reojo, que veía a Lena bailar con Phillip mientras daba un sorbo de su copa de vino—. Razones no tiene…



—Jamás lo he visto tan perdido —rio Rebecca—. Nunca, nunca…



—Desde que llegó Lena está un poco perdido, creo —dijo Yulia, volviéndose hacia ellos.



—Yo creo que está perdido entre las dos Katinas —rio Nicole, dejando que Marcel se uniera a la conversación del abogado y el ortodoncista.



  —¿Tu suegra es nice? —le preguntó Pennington.



—Sí, bastante… pues, conmigo es muy, muy, muy amable —sonrió—. Es bastante cariñosa, en realidad.



  —¿Y tu cuñada?



—Me cae bien, aunque me tiene un poco de miedo —resopló—. Es divertida… me acuerda a cómo era yo cuando tenía diecisiete.



  —¡¿Tiene diecisiete?! —siseó Pennington.



  —No —rio Yulia—. Tiene veinte o veintiuno, no estoy segura… siempre me dice una edad distinta.



—Ya te iba a decir que las había conquistado una invasión hormonal de pollo —rio Pennington.



—Es graciosa —dijo Yulia.



—Y es la prueba viviente de que Volterra es tu suegro también —le dijo Rebecca—. Entre Lena y su hermana no hay nada de parecido.



—Cuando tenía el cabello largo sí tenían algo perdido en común —resopló Yulia, llevando su Martini a sus labios.



—Deben haberse visto más como primas y no como hermanas —opinó Rebecca.



—Lena y sus primas parecen hermanas… digo, las primas de Katya —frunció Yulia su ceño—. O sea, las sobrinas de Sergey tienen más en común con Lena que con Katya, al menos a nivel físico.



—Bueno, pero tú tienes a tu Barbie caucásica —bromeó Nicole.



—Pero con medidas reales —rio Yulia.



—¿Por qué nunca hacemos esto? —preguntó Pennington con su ceño fruncido.



—¿Hacer qué? —resopló Rebecca—. ¿Casarnos?



—Sí —murmuró—. Digo, "no". Tener una fiesta —se encogió entre hombros.



—¿Cómo? —preguntó Nicole.



—Yo no sé ustedes, pero yo sé que, si me meto en algún problema y termino en algún Precinct, puedo llamar a cualquiera para que me saque —dijo con sinceridad—. Tenemos mucho tiempo de estar trabajando juntos, somos como una familia.



—Robert, ¿estás ebrio? —bromeó Yulia.



—Un poco —rio, y fue entonces que se dieron cuenta de que Pennington era un ebrio tranquilo, un ebrio mudo y carismático—. Pero eso no significa que te lo estoy diciendo por eso… ¿por qué nunca tenemos una fiesta? ¿Por qué sólo nos vemos para estresarnos con planos pero no para celebrar, qué sé yo, navidad, por ejemplo?



—¿Así como toda oficina? —sonrió Nicole.



—Sí, una en la que podamos descargar algunos vapores, acribillar a los mejores y peores clientes del trimestre o del semestre, comida y bebida, pasarla bien… quizás y unir el taller con el estudio.



—"No al separatismo" —bromeó Rebecca.



—Creo que eso tiene que ver con el presupuesto y con el repugnante de Jason —dijo Nicole, refiriéndose al contador.



—Mmm… —frunció Yulia su ceño—. ¿Se te ocurren algunas fechas para celebrar?



—No se necesitan motivos reales, quizás sólo dividirlo en semestres, quizás cuando estén por concluir los semestres; tú sabes, no sólo trabajar —se encogió Pennington entre sus hombros. 



—¿Eso pasa por ti, por el jefe de allá, o por los tres socios? —le preguntó Nicole a Yulia.



—Se lo puedo pasar a Volterra —dijo Yulia, omitiendo la parte de "los tres socios" porque, para saber quién sería el tercer socio, se tardaría un poco, al menos lo que Lena se tomara en leer los tres documentos de trece páginas cada uno junto al abogado de su elección y decidiera si escogía el veinticuatro, el veinticuatro-más-uno, o el veinticinco por ciento, o ninguno—. Él es quien se entiende con Jason… pues, para que vean presupuesto o qué sé yo —sonrió—. Pero creo que tienes razón, Robert —dijo para él.



—No tiene que ser una gran fiesta, no tiene que ser como tu boda —repuso sin la más mínima intención de ofenderla—, puede ser comer en un restaurante, copas en un club, o que cada quien cocine algo y nos reunimos en algún lugar, puede ser hasta en la oficina, o en el taller, qué sé yo.



Te diré que… —sonrió Yulia—. ¿Por qué no le dices a Volterra eso el lunes? —ladeó su cabeza—. Le dices que lo hablaste conmigo, y que yo te dije que estaba bien, que no me parecía una mala idea…



—¿Tú crees que llegue a trabajar el lunes? —rio Nicole.



—No veo por qué no —se encogió entre hombros.



—¿Cuándo se va tu suegra?



—El miércoles por la mañana.



—¿Cuándo llegas tú a trabajar? —le preguntó Pennington.



—Entre miércoles y jueves, el jueves con seguridad… —suspiró, y supo por dónde iba la conversación—. Podemos discutir eso en la reunión también.



  *
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EL LADO SEXY DE LA ARQUITECTURA PARTE 2  - Página 5 Empty Re: EL LADO SEXY DE LA ARQUITECTURA PARTE 2

Mensaje por VIVALENZ28 11/14/2015, 12:32 am

—La cena estubo deliciosa —susurró Yulia al oído de Lena mientras deslizaba sus manos por su cintura hasta abrazarla y enterrar su nariz entre su moño desordenado—. Gracias… —sonrió, y le dio un beso en su cabeza.



—De nada —sonrió de regreso mientras terminaba de lavar el plato blanco en el que había arreglado una perfecta cena para compartir con una Yulia que quería evitarse los problemas de indigestión por tener el almuerzo todavía a medio esófago: nada que una ensalada caprese no pudiera hacer—. Cuando quieras.



—¿Qué haría sin ti? —sonrió contra su cuello.



—Probablemente habrías considerado comerte dos naranjas, o un exquisito plato de cereal —rio.



—Es más probable el cereal con leche, eso de lavarme los dientes antes o después de una naranja… simplemente no —dijo, inhalando el perfume que se desprendía de su cuello.



—¿Y qué cereal habría sido: Honey Bunches con almendras, Cheerios o Corn Flakes? —murmuró, volviéndose un poco hacia ella, pues no le gustaba darle la espalda cuando le hablaba.



—Mmm… —suspiró, elevando su brazo izquierdo para alcanzar la puerta del gabinete superior izquierdo, y vio que sólo tenía una caja—. Corn Flakes, al parecer —sonrió, cerrando la puerta para volver a abrazarla.



—Tú me acuerdas a mí cuando estaba en la universidad —resopló.



—¿Y eso por qué?



—De comer cereal con leche los tres tiempos de comida por rehusarme a cocinar… o porque me daba pereza. ¿Te moriste de hambre en Milán?



—Jamás, pero tampoco me hacía platos tan elaborados… además, mi mamá llegaba cada dos semanas, y me cocinaba lo que se me antojaba.



—Eres una consentida —bromeó.



—Lo sé —sonrió nuevamente contra su cuello, viendo que Lena apagaba el agua y tomaba la toalla para secarse las manos.



—¿Te gusta que te consientan?



—Me gusta consentirte.



—Mmm… —suspiró, colocando la toalla en la barra del horno, y se dio la vuelta entre los brazos de Yulia—. ¿Me dejas consentirte hoy?



—Me siento bien —respondió.



—Lo sé… —sonrió—. No es para hacerte sentir mejor por lo que pasó hoy… eso ya quedó enterrado hace varias horas —murmuró, pasando sus manos al cuello de la mujer que quería que fuera viernes para practicar sus dos pasatiempos favoritos: ir de compras y ver a Lena dormir hasta las nueve de la mañana—. Sólo trato de compensar un poco el trato que me das de viernes, a partir de las cinco de la tarde, hasta el lunes a las seis y cuarenta.



—No sabía que mi trato tenía horario fijo —bromeó.



—Tú sabes a qué me refiero —sonrió—. ¿Me dejas consentirte hoy?



—Mmm… —musitó, fingiendo su estado pensativo, y recibió un beso en sus labios—. Me rindo —rio—. Lo que tú quieras.



—¿Qué tan de buen humor estás en escala del uno al diez? —ladeó su cabeza.



—Licenciada Katina —rio Yulia nasalmente—. ¿Quiere amarrarme a la cama? —elevó su ceja derecha, y Lena sólo se sonrojó—. ¿Eso quieres? —le preguntó en ese tono que rebalsaba de cariño, o quizás era porque ahuecaba su mejilla.



—Sólo si tú quieres —dijo casi inaudiblemente, y Yulia sonrió totalmente conmovida; a eso y le llamo "víctima de su propia condescendencia".



—¿Me vas a vendar los ojos también?



—No —sacudió su cabeza.



—¿Con la bufanda? —Lena asintió—. ¿Me la vas a quitar si te lo pido?



—Y aunque no me lo pidas —asintió.



  —Ah, Licenciada Katina, ¿qué tiene planeado en su tan retorcida mente? —resopló.



—Sólo quiero consentirte —sonrió.



—Muestreme el camino —susurró, y vio cómo la sonrisa de Lena, a pesar de intentar ser reprimida, se ampliaba kilométricamente.



Lena la tomó de la mano y, en silencio sonriente, la haló con suavidad hasta la habitación.  



—Quédate aquí —susurró, sentándola al lado izquierdo de la cama, ese que le pertenecía a la pelirroja.



—¿Me quito la ropa? —le preguntó, viéndola retirarse al clóset.



—No —elevó un poco su voz—. ¿Quieres música?



—Si tú quieres.



—Siempre y cuando no sea algo que parezca recién sacado de una vintage-porn movie, yo no me quejo —rio, abriendo la gaveta de las bufandas, las cuales estaban ordenadas por color; del blanco al negro, en rollos para evitar ajaduras—. Se trata de consentirte.



—Mmm… en ese caso, prefiero escucharte sólo a ti… sea lo que sea que me vas a hacer.



—¿Qué crees que te voy a hacer? —resopló, asomándose por entre las puertas del clóset y, al mismo tiempo que apagó la luz, dejó que la bufanda de 140x140 centímetros se desenrollara de su mano.



—No sé —se encogió entre hombros, volviéndola a ver con una clara anticipación, con una enorme curiosidad.



—¿Algo que quieras que te haga? —preguntó, acercándose entre pasos caminados mientras deslizaba la seda negra entre su mano izquierda.



  —No lo sé —resopló, pues en realidad no sabía qué esperar; Lena nunca le había presentado una combinación de la bufanda y "quiero consentirte".



—Acomódate.



—¿Cómo?



—Como te sientas cómoda, mi amor —sonrió, viéndola buscar el centro de la cama mientras organizaba las almohadas—. ¿Así estás bien? —murmuró, colocándose de rodillas a su lado.



—Sí —susurró, alcanzándole sus manos, juntas por las muñecas, para que las abrazara con la seda.



Lena se encargó de sus muñecas con la suavidad que Yulia se merecía, la misma suavidad con la que la había tratado las tres veces anteriores en las que la bufanda había estado involucrada, y Yulia la veía en silencio, veía sus manos y luego su rostro, y la veía maravillada.



Hizo el primer nudo, ese que quedaba a ras de sus muñecas, y Yulia se recostó sobre las almohadas. Subió sus manos y Lena las ató a la cama.



—¿Así está bien? —murmuró Lena, y Yulia haló sus manos para conocer la amplitud del movimiento que las circunstancias le permitían—. ¿O quieres más?



—No, así está bien —sonrió, dejando que sus manos cayeran sobre su cabeza para que reposaran sobre las almohadas.



—Bien —susurró con una sonrisa, y, con eso que en ese momento la caracterizaría, tomó los bordes de su falda, de la falda que era de Yulia, y la subió hasta que pudiera abrir sus piernas al momento de colocarse a horcajadas sobre sus muslos—. ¿Hablamos? —sonrió.



—¿Sobre qué quisieras hablar? —sonrió de regreso, intentando no despegarle la mirada de la suya, aunque sus ojos tenían vida propia y se sentían encarcelados al no poder desviarse por sus muslos para llegar a lo que no se veía de su entrepierna.



—Sobre lo que quieras —se encogió entre hombros.



—Mmm… —frunció sus labios—. No sé, cuéntame algo tú —pareció encogerse entre sus hombros.



  —No sé —resopló—. Pero, lo que sí sé… es que esto no lo necesitaremos —dijo, llevando sus manos al cinturón de Yulia.



—Al menos eso sabes —bromeó, y elevó su trasero para que Lena pudiera halar el cinturón.



—Pero sólo eso —resopló, y se irguió para retirar su suéter.



—Oh my… —rio nasalmente al ver que el sostén de Lena no ocultaba nada tras esa fina tela transparente.



—¿Te gusta? —sonrió, arrojando su suéter a ciegas y juntando sus manos sobre el vientre de Yulia para hacer su busto algo todavía más obvio y más protuberante.



—Mi amor… —suspiró, y tiró de sus manos por el reflejo de querer aferrarse a sus senos con ellas, pero la bufanda la detuvo. Yulia cerró sus ojos, respiró profundamente y, cuando abrió sus ojos, la vio a los suyos.



—Uy… —rio nasalmente ante la reacción de Yulia—. ¿Es eso un "sí"?



  —Evidentemente —asintió, viéndola a los ojos.



—Puedes abusar del descaro —sonrió, y Yulia desvió su mirada a las copas que dejaban ver sus pezones, los cuales estaban dilatados—. ¿Lo dejo o lo quito?



—Déjalo unos segundos más —murmuró, acariciando sus senos con la mirada, y Lena que, al ver cómo lo hacía, los acarició con sus propias manos para que Yulia tuviera una idea más gráfica—. Estan duros?



  —No realmente—susurró—. ¿Quieres que lo haga?



—Sí.



—¿Cómo quieres que lo haga? —ladeó su cabeza, dibujando círculos con sus dedos índices sobre sus dilatadas areolas.



—Por encima —dijo, y Lena, entre su risa nasal, pellizcó suavemente sus pezones—. Hazlo más duro.



—¿Así? —preguntó, viéndola a los ojos a pesar de que Yulia no la veía a ella a los suyos, y pellizcó un poco más fuerte.



—Si supieras cómo se ve —gruñó, tirando nuevamente de sus manos—. ¿Se siente bien?



  —Mmm… sí, pero no tan bien —se encogió entre hombros.



—Quiero que se sienta bien —le dijo Yulia—. ¿Qué necesitas para que se sienta bien? —preguntó, entrelazando sus manos para intentar contener la propia inteligencia de la que gozaban, y vio a Lena llevar su mano derecha a su tirante izquierdo, el cual deslizó lentamente hacia afuera hasta poder sacar su brazo sin tener que quitar el sostén; la copa, al ser tan débil por ser de ese suave organdí, cayó para descubrir su seno.



  —Sabes… —murmuró—. Siempre quise saber cómo podía consentirte… —dijo, y llevó su dedo índice y medio a los labios de Yulia para que los succionara—. Siempre quise saber qué es lo que puedo darte que no tuvieras… —introdujo sus dedos en la boca de Yulia, con ligereza, y dejó que Yulia los envolviera con su lengua mientras le daba seguimiento a una succionada pero respetuosa penetración bucal—. No puedo consentirte con algo material porque lo tienes todo… no puedo venir un día con un iPhone para decirte que te deshagas del ladrillo con antena que tienes por teléfono, tampoco puedo venir con un par de aretes porque no puedo superar los que ya tienes… pero es porque no se trata de superar lo que ya tienes —dijo, sacando sus dedos de la boca de Yulia—. Y yo sé que la intención es la que cuenta… —continuó diciendo, llevando sus dedos a su pezón para pellizcarlo entre ellos mientras, con su mano y el resto de sus dedos, apretujaba su seno—. Pero tienes gustos tan específicos, tan tuyos —suspiró, sintiendo que su pezón ya empezaba a ceder a su autoestimulación—, que se tiene que tener creatividad para que realmente sea algo que te guste, algo que te toque alguna fibra… y también sé que el sexo es recreacional —suspiró de nuevo—, medicinal, experimental —jadeó al tirar de su pezón, y, automáticamente, reacomodó sus manos para que quedara la izquierda sobre su seno izquierdo y la derecha sobre su seno derecho, sólo que este, el derecho, seguía cubierto y recibiría atención sobre el organdí—. Es un arma mortal. Y sé que te gusta arrancarme la ropa, y que te gusta tocarme… que te gusta tenerme y poseerme, que te gusta que verme así…



—¿"Así" cómo? —gruñó su Ego, viendo cómo Lena ya se estimulaba con los ojos cerrados.



  —Excitada —jadeó, y su Ego se pavoneó—. Te gusta hacerme gemir, gruñir, gritar… te gusta ver cómo me corro y qué me pasa cuando me corro. Te gusta provocarme, te gusta torturarme, te gusta ver de lo que eres capaz de hacerme con algo tan sencillo como un susurro, o una caricia… darme placer te entretiene, te complace, te hace entrar en un modo zen increíble en el que no te comparto ni con Vogue —rio nasalmente, y echó su cabeza hacia atrás al compás de sus manos que apretujaban sus senos—. Me has dejado claro que te entretengo hasta cuando estoy dormida, y sé que te gusta verme… mierda —gruñó—. Te fascina verme.



—Lo hago—murmuró, gozando del espectáculo que su pelirroja novia le daba con la mejor iluminación que podía existir, pues quería que viera todo.



—Así que pensé en cómo podía consentirte… —irguió su mirada y sonrió—. Y llegué a la conclusión de que tiene que ser algo que sólo yo pueda darte, algo que ni tú puedas darte… y es esto —dijo, quitando sus manos de sus senos para mostrarle sus erectísimos pezones.



—Oh. my. God —gruñó Yulia al ver el contraste entre su pezón izquierdo y su pezón derecho, cada uno apetecible por igual pero con provocaciones distintas, pues el derecho parecía querer romper el organdí.



—Tu propio pequeño show privado… en vivo y en directo —sonrió, y se acercó al oído de Yulia—. Porque me di cuenta de que no hay nada más satisfactorio, para ti, que saber que me gusta que me veas —susurró lascivamente, Yulia tiró de sus manos, y se dirigió a su otro oído—. Y que eres mía —susurró con una sonrisa de satisfacción, más cuando Yulia volvió a tirar de sus manos.



—Fuck! —gruñó, casi gritando.



—Sí… —resopló Lena, irguiéndose para verla a los ojos—. Estan tan duros —le dijo, jugando, con la punta de su dedo índice, con su erecto pezón izquierdo para que viera cómo, a pesar de ser burlado hacia la izquierda, o hacia la derecha, se resistía para quedarse fijo al centro de su areola.



—¿Se siente bien? —dijo con su aireada voz.



  —Sí —sonrió—. ¿Quieres sentirlos?



—Sí.



—¿Cuál de los dos?



—El derecho —dijo, y Lena, inclinándose sobre sus labios, le ofreció su seno derecho, ese que todavía estaba "cubierto". Yulia sólo hundió su nariz en su seno y exhaló aire tibio sobre su pezón, y, al no poder provocarlo con la punta de su lengua, resolvió envolverlo entre sus dientes. Lena suspiró, y gruñó ante la sensación de sus dientes tirando más de su areola. Fue succionado, mordisqueado y besado, al tercer suspiro, se le escapó de la cercanía—. En realidad, me refería al otro derecho —sonrió Yulia—, al que está a mi lado derecho.



—Mmm… —resopló Lena—. Sólo porque estás en desventaja —dijo, y se volvió a acercar, ahora dándole su seno descubierto para que repitiera el ritual de succionar, mordisquear, tirar, lamer y besar—. Sóplalo —susurró, alejándose un poco, y Yulia, condescendientemente para también su beneficio, sopló lenta y suavemente para ver cómo reaccionaba al cambio de temperatura junto con la caricia de un poco de brisa focalizada—. Están lo suficientemente duro? —sonrió, irguiéndose para quedar a horcajadas nuevamente.



—Sí —susurró, no logrando quitarle la vista a sus rosados y erectos pezones de encima.



—¿Puedo seguir?



—Por supuesto —asintió.



—¿Estás mojada? —le preguntó, elevándose hasta quedar hincada y llevando sus manos a su trasero para bajar la cremallera de la falda.



—Seguramente, ¿y tú?



—Supongo que lo averiguaremos en un momento —sonrió, poniéndose de pie en el mismo lugar para bajar su falda y quedar en esa tanga de tul que era completamente transparente; sólo tenía los elásticos de color sólido, ni intentaba cubrir la división de sus labios.



—Fuck, fuck, fuck… —rio Yulia al ver esa promesa de maliciosa tortura—. Esto no es algo que pensaste por la tarde, ¿verdad?



—¿Lo dices porque me puse esto? —sonrió desde lo alto, soltando su cabello.



  —No, no te lo sueltes —intentó detenerla.



—¿Por qué no?



—Quiero ver tu cuello, y tu espalda… y tus hombros —dijo, haciendo que Lena, entre una sonrisa, volviera a recoger su cabello para retorcerlo a una considerable altura y fijarlo con la banda elástica—. Gracias.



  —Las que tú tienes —resopló—. ¿Quieres que me la quite?



—No…



—Ah —mordisqueó su labio inferior, y se dio la vuelta—, ¿eso querías ver? —se volvió sobre su hombro.



—Tú sabes que sí —asintió estupefacta ante su trasero y la decoración que esa tanga le hacía—. Agachate… —dijo, ladeando su cabeza, perdiéndose entre la imagen.



—¿Así o hasta los tobillos? —le preguntó, deteniéndose con sus manos de sus rodillas pero viéndola todavía sobre su hombro.



—Hasta los tobillos —dijo, con su ceja automáticamente hacia arriba, la cual se fue elevando cada vez más mientras Lena más bajaba con su espalda—. ¡Mierda! —gritó, siendo luego atacada por una carcajada.



—¿Qué pasó? —se volvió con una sonrisa.



—Va a sonar muy mal… muy vulgar, muy ordinario, muy de mal gusto —dijo con la resaca de una risa—. Pero se ve tan, pero tan, pero tan rico —gruñó concupiscentemente.



—¿Sí? —resopló, irguiéndose.



—Demasiado —respondió, siguiéndola con la mirada, que se volvió a colocar a horcajadas sobre ella.



—Tú sabes que puedo deshacerme de la bufanda en cualquier momento, ¿verdad? —sonrió.



—Sí, lo sé —asintió.



        —¿Quieres que la desanude?



—No. Quiero que sigas… y quiero que quieras seguir.



—Dobla tus rodillas —susurró, y Yulia obedeció, pues sólo serviría para que Lena pudiera echarse hacia atrás y poder detenerse de una de sus rodillas—. ¿Ves bien?



—Elévate un poco más, por favor —murmuró, y Lena, elevándose, introdujo, entre su trasero y el abdomen de Yulia, uno de los cojines que siempre terminaban en el suelo—. Así, perfecto —sonrió, tirando de sus manos, pues su reacción sería acariciar sus muslos hasta llegar a su entrepierna.



—Tú lo harías así… —dijo, llevando su mano derecha a su rodilla para recorrerse desde ahí, por el interior de su muslo, hasta su entrepierna, pero decidió hacerlo a tortuosos pasos con sus dedos, como si simulara el caminar hacia atrás que iba invitando a Yulia cada vez más a su sexualidad y a su feminidad—, y pasearías tu dedo así —murmuró, paseando su dedo índice por las líneas de su bikini—, por aquí —paseó su dedo por el elástico superior de su tanga, ese que se adhería a su vientre—, y por acá —deslizó su dedo, por la alineación vertical de su ombligo hasta el comienzo de sus labios mayores—. Me gusta cuando apenas me rozas; me hace cosquillas —susurró, deslizando su dedo por su sexo—, y sé que te gusta porque… mmm… —suspiró, ahogándose ante la contracción repentina que era demasiado evidente.



—Dilo —susurró Yulia, con su mirada encendida pero enternecida—. Por favor.



—Estoy muy muy, muy caliente —jadeó, paseando su dedo, de arriba abajo, por la milimétrica zona de su clítoris, y, junto con esa declaración, su rostro, su cuello y su pecho se empezaron a colorear de ese rojo de desinhibición que no conocía ni pudores ni vergüenzas.



—Dilo de nuevo… por favor —susurró, con una mirada que Lena no podía describir.



—Estoy más caliente—jadeó.



—¿Qué te tiene así?



—La forma en cómo me ves —dijo honestamente, y Yulia sonrió con su ceja hacia el cielo—. Y quizás las ostras de hace horas, y el vino… —resopló, y frunció su ceño hacia arriba por su propio roce—. Y lo que me estoy haciendo —dijo, aplicando más presión sobre su clítoris.



—¿Y qué te estás haciendo, mi amor? —Yulia podía estar amarrada a la cama, quizás no podía tocarla, quizás se estaba tragando sus ganas de reventar, o quizás era medida de protección para Lena, pues, si la liberaba, probablemente su toque sería delito en cualquier parte del mundo, pero, aun amarrada, la lujuria y la lascivia no se le quitaban ni se le reducían a nivel racional y/o de cuerdas vocales.



—Me estoy tocando para ti —exhaló, echando su cabeza hacia atrás.



—¿Qué te tocas?



—Mi clítoris —gimió, como si la palabra le provocara más sensaciones que acompañaban el frote de sus dedos.



—Suena rico —sonrió, pareciendo estar muy compuesta, aunque, por dentro, estaba desecha en antojos. Lena asintió—. Estás mojada?



—Mjm… —asintió en tono agudo, en esa agudeza que crecía a medida que su excitación tomaba completa posesión de ella y el rojo de su piel seguía encandeciéndose.
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EL LADO SEXY DE LA ARQUITECTURA PARTE 2  - Página 5 Empty Re: EL LADO SEXY DE LA ARQUITECTURA PARTE 2

Mensaje por VIVALENZ28 11/14/2015, 12:44 am

—¿Puedo ver? —preguntó en ese tono al que era imposible negarse, pero Yulia no lo hacía de forma intencional, pues realmente lo preguntaba con el respeto y el cariño que le tenía. Lena dejó de acariciarse, irguió la mirada, y, con una sonrisa de evidente excitación, se deshizo del cojín para desnudarse completamente frente a una Yulia que la observaba extasiada de lo hermosa que Lena se veía, con la sensualidad con la que se movía para colocarse a horcajadas pero de espaldas a ella para quedar en cuatro; la posición que consideraba con mayor exposición—. Tú eres catastróficamente hermosa —suspiró con esa emoción que sólo se podía explicar como una mezcla de respeto, admiración, de reconocimiento de sublimidad, de adoración suprema, y quiso erguirse para adorar, con las caricias de sus labios, cada milímetro de su piel, esa piel a la que no podía resistirse—. Es obsceno lo hermosa que eres, Lenis…



—¿Sí? —rio nasalmente, pero con esa risa que era más una provocación que un aspecto divertido.



—Demasiado. ¿Puedes acercarte un poco más? —le dijo, y Lena retrocedió dos rodillazos para quedar más cerca de su rostro—. Tan, tan, tan, tan hermosa… —sonrió, pues ya la tenía a, quizás, cuarenta centímetros de distancia, y sopló.



—Yulia… —enterró su rostro entre el cubrecama, el cual también apuñó, pero "Yulia…" no se conformó con un soplo, por lo que sopló de nuevo, y de nuevo, y de nuevo, pues Lena se contraía, en especial de su agujerito, lo que hacía que Yulia apretara los dientes, pero, al cabo del cuarto soplo, Lena ya había llevado su mano a su entrepierna para poder acariciar su clítoris nuevamente.



—Más despacio, mi amor… —susurró tiernamente al ver la velocidad con la que pretendía abusar de aquel botoncito que ya debía estar preparándose para ceder a la rigidez que le esperaba.



—Mh… —gimió agudamente, escuchando en el fondo cómo Yulia hacía crujir sus dedos; clara señal de la impotencia de no poder hacerlo ella, pero no podía negar que estaba disfrutando del espectáculo—. Estoy demasiado mojada… —exhaló, y, con la ayuda de sus dedos índice y medio, separó sus labios mayores y menores para mostrarle el brillo de elegante viscosidad que la inundaba en ese momento, y ni hablar del tono rosado que agravaba la imagen para bien—. ¿Ves?



—Mjm —resopló nerviosamente, apuñando fuertemente sus manos—. Lenis, Lenis, Lenis… —suspiró al ver que Lena introducía su dedo del medio en su vagina al compás de un gemido de excelso placer sexual.



—Me gusta cuando me llamas así —gimió de nuevo, sacando su dedo para acompañarlo con el anular—. Fuck… —jadeó, clavándole los dientes al cubrecama mientras empezaba a penetrarse a un ritmo constante.



—Más rápido —susurró, y Lena, irguiéndose para darle una vista de su esbelta espalda, cuyo único apoyo era su brazo izquierdo, se penetró tal y como Yulia quería, y las dos sabían por qué quería "más rápido"; sólo quería escuchar cómo sus gemidos cantaban a dueto con sus jugos.



  —¿Puedo probar?



—No me preguntes —sonrió, viéndola por sobre su hombro.



—Quiero probar.



—Así está mejor —dijo, y se volvió hacia Yulia para ofrecerle sus dedos en sus labios mientras dejaba que su peso cayera un poco sobre el suyo.



—Mmm… —musitó con la boca llena—. Sabe usted delicioso, Licenciada Katina… —sonrió, quedando con más ganas de saborearla—. Pero, por favor… no desatienda su clítoris; no lo deje burlado.



—Cierto —susurró, y se volvió a la posición anterior, dándole la espalda y una vista de todo lo suculento que Yulia quería comer sin restricciones—. Pero… no sé —susurró, llevando sus manos al jeans de Yulia—. Eres mía, ¿no? —preguntó retóricamente mientras lo desabrochaba y tenía el primer vistazo de la Kiki de Montparnasse que tanto le gustaba pero que tanto le estorbaba—. Oh, bueno… este es mi show, después de todo —se encogió entre hombros, y retiró el jeans y la tanga en un mismo movimiento—. Oh my… no sabes lo mojada que estás —sonrió al escabullirse entre las piernas que Yulia abría para ella.



—Es tu culpa —rio nasalmente.



—Mmm… —suspiró, separando sus labios mayores de la misma forma en la que había separado los suyos—. Si es mi culpa… supongo que es mi responsabilidad —dijo, como si fuera mayor inconveniente, y se sumergió con su lengua y sus labios entre su sexo.



—¡Lenis! —gimió instantáneamente, pues realmente no se esperaba algo así, no así de rico, y tiró de sus manos, pues cómo quiso enterrar sus dedos entre su cabello, o tomarla de su trasero para traerla hacia ella y poder reciprocar la acción.



—Tú sabes descaradamente bien —dijo entre los coqueteos que su lengua le hacía a su clítoris, y Yulia que sólo tiraba de la bufanda como si quisiera arrancar el respaldo de la cama, o quizás era que no podía apuñar el cubrecama.



—Succionó —jadeó, intentando mantener sus ojos abiertos para ser testigo de cómo Lena llevaba su mano a su entrepierna, sólo para su vista, y acariciaba su clítoris al compás de las suaves succiones que le daba al suyo—. No te detengas —gimió, y gimió con lujuria, con erotismo, que se refirió más a la parte de Lena que a la suya, aunque contaba para ambas—. Sigue tocándote —gimoteó, halando la bufanda de nuevo.



Gee! —gruñó Lena, viéndose obligada a interrumpir las succiones al clítoris de Yulia, pues estaba pronta a correrse.



—Sí, sí, sí —tiró de sus manos—. Córrete, mi amor… —Lena gimió agudamente, y sus dedos agilizaron el frote, provocándole así más gemidos y gruñidos.



—Skatá… skatá… skatá! —y se dejó ir en lo que debía irse: en espasmos musculares que sólo iban a contribuir a su relajación, a su liberación de endorfinas y de todas las hormonas que tenían un efecto inmediato y positivo a causa de un orgasmo de un gruñido que se había alargado por los doce segundos que duró, orgasmo que fue visible para Yulia, quien volvía a tirar de sus manos porque ese orgasmo no iba a dejar de saborearlo, «eso nunca», pero Lena no se lo permitió, pues ni había terminado de correrse cuando ya había reanudado las succiones.



—Déjame probarte —gimió, viendo que Lena todavía acariciaba su clítoris y que, con cada caricia, sus caderas reaccionaban.



—No hasta que te corras —jadeó, y Yulia, ante eso, inhaló profundamente para inducirse el orgasmo que tanto necesitaba, más que por la satisfacción de correrse, por poder probar el intenso clímax de su prometida.



Pero, como ni la suerte ni la fuerza la acompañaban en esa ocasión, Lena rio contra su entrepierna al escuchar aquel distintivo sonido que sólo podía significar una cosa: una llamada, una persona, una urgencia.



—¡No, no, no! —gimió, sabiendo que las intenciones de Lena serían, por instinto y por travesura racional, contestar su teléfono, pues ella nunca llamaba a Yulia a menos de que fuera extremadamente urgente.



—¿Te vas a correr? —le preguntó entre las ligeras succiones.



—Dame tiempo, me acabo de medio-apagar—dijo, aunque en realidad imploraba que siguiera, que omitiera a Duck Sauce y a su "Barbra Streisand", ringtone que le pertenecía a Gaby.



—Debe ser urgente —frunció su ceño.



—Sólo si no juntas tus piernas —le dijo un tanto frustrada, «mierda de mataorgasmos», y Lena, en esa posición, gateó hasta que, al hacer que su brazo creciera casi diez centímetros, logró alcanzar el jeans de Yulia para sacar su iPhone del bolsillo frontal derecho y contestar en altavoz.



—Diga —jadeó Yulia.



—Arquitecta, buenas noches —la saludó Gaby.



—Buenas noches, Gaby —elevó su voz entre los cortes de respiración que su casi orgasmo le habían dejado.



  —¿Está ocupada? —le preguntó al escucharla casi sin aliento.



  —Estaba corriendo —y tosió, encubriendo el "me" que le correspondía a "corriéndome"—. ¿Qué pasó?



—Ya tengo lo que me pidió, está listo para ponerlo en la bolsa —dijo, alcanzando a escuchar cómo Lena ahogaba su risa.



—Está bien —repuso Yulia.



—Se lo enviaré a su correo para que lo revise, así me lo aprueba y lo pongo hoy —dijo, escuchando a Yulia respirar profundamente, lo cual era para calmar su agitación y para calmar su frustración.



—Está bien, dame… —suspiró, viendo a Lena para que le dijera cuánto tiempo decirle—. Dame media hora.



—Está bien, que pase buenas noches, Arquitecta. La veo mañana —sonrió.



—Buenas noches, Gaby, hasta mañana —repuso, y, antes de que Lena presionara "End Call", Yulia dijo lo siguiente—: Hazme que me corra —, lo cual resultó en un rubor que a Gaby le duraría toda una semana.



—No, todavía no —rio Lena, gateando hasta las muñecas de Yulia para deshacer los nudos, y no había terminado cuando Yulia ya la estaba tumbado sobre la cama, abriendo sus piernas y yendo directamente a lo que quería.



    —Lenis —suspiró pesadamente entre el manjar que Lena le ofrecía entre sus piernas.



—Tranquila, mi amor —gimió, intentando no ceder tan rápido a la facilidad de un orgasmo—. No me estoy acabando… —y Yulia se tranquilizó un poco, pero no podía hacerlo completamente, y eso estaba demasiado bien con Lena, pues le gustaba cuando se hundía entre sus piernas y la tomaba por sus senos con cierta fuerza; los apretujaba y, por entre sus dedos, pellizcaba esporádicamente sus pezones—. Fóllame con tu lengua… —jadeó, y Yulia, encantada de la vida, así lo hizo mientras sentía cómo Lena colocaba sus manos sobre las suyas para convertirse en su cómplice.



Esas ganas, ese deseo, ese antojo, todo eso que había reprimido, por esos diecisiete minutos de espectáculo íntimo y personal, era lo que estaba siendo liberado en ese momento. Necesitaba a Lena, necesitaba de Lena, necesitaba tocarla, necesitaba que fuera más allá que sólo con sus manos, por lo que besó sus hinchados labios mayores, luego los succionó brevemente, y los mordisqueó para intensificar las sensaciones de su gimiente pelirroja favorita. Ni hablar de cuando empezó a tirar de sus labios menores entre sus labios, dándoles caricias con su lengua, sintiéndolos rígidos también, pero nunca más rígidos que aquella cúspide que se escondía en el típico prepucio clitoral.



—Quiero verlo —susurró, estando ya completamente tranquila, pues ya se sentía ella, ya se sentía completamente en control de todo, aunque eso no significaba que no estuviera al tanto de que había sido decisión de Lena desencadenarla de esa forma y casi de forma literal, y Lena llevó sus manos a donde Yulia quería para tirar un poco hacia arriba y, así, descubrir su clítoris—. Demasiado lindo —sonrió, y le dio un beso superficial.



—Otro —sonrió, y, al recibir el beso, se contrajo—. Otro…



—¿Se siente bien? —sonrió, y Lena asintió—. ¿Quieres otro orgasmo?



—Por favor —asintió, ya completamente roja de sus mejillas, su cuello y su pecho, y, repito, no por rubor de vergüenza sino por excitación sexual.



Yulia, siendo totalmente invitada a su entrepierna, se dedicó a hacer una de las cosas que más la recompensaban, pues nunca supo de algo tan gratificante como provocar un orgasmo, ni siquiera su más ambicioso proyecto, ni siquiera su colección de seis pares de Corneille Louboutin; en piel de pitón roja, en piel de pitón negra, de cuero negro, cubiertos de seda negra, cubiertos de franela gris, los de gamuza negra. Sí, era lo que Lena le había dicho, le gustaba, le encantaba, y, como la única cereza que soportaba, el hecho de que a Lena le gustara también la volvía simplemente loca; le ponía esa sonrisa que le nacía desde las entrañas, que era lo que suponía ella que eran las drogas para los drogadictos: una necesidad. Sí, Lena era su droga, y era perfecto porque no perjudicaba nada en ella, sino simplemente sacaba lo mejor sí, fuera entre miedo y condescendencia o entre amor y devoción. Después de que había querido violarla, porque ni ella se libraba de sus propios salvajes y animales impulsos, ahora simplemente veneraba a Lena con sus labios y con su lengua, a veces con sus dientes, ella estaba en lo alto de ella, lo más alto que podía ser.



Sus manos se habían relajado, así como su actitud, y acariciaban su abdomen, abrazaban sus caderas y envolvía su cintura por igual. Era la prueba más clara de que era demasiadamente de Lena, pues quizás no era ni sumisa ni sometida, pero se dejaba domar y domesticar por algo que era más fuerte que las intenciones de manipulación, por algo que sólo Lena, sin hacer y sin decir nada, podía lograr. Quizás la provocaba, quizás jugaba con ella, pero esos eran los beneficios recreacionales, pues, al final, siempre terminaba en ese acto de worshiping; de culto, de adoración, de idolatrarla, de apreciación.



Gozaba de cuando Lena arqueaba su espalda, de los movimientos pélvicos sobre los que no tenía control alguno cuando su excitación estaba siendo complacida con tal suave maestría, gozaba de los sensuales ahogos agudos, de los jadeos, de esos "mmm" que gruñía de cuando en cuando, gozaba de su olor, de su sabor, de su calor, y gozaba de cómo su cuerpo reaccionaba ante su estímulo; hinchándose, encandeciéndose en color, en sabor, en humedad y en calor. No había nada más entretenido, ni nada más intenso que eso.



Y Lena que prácticamente sólo levitaba, sólo se sentía entre nubes de satisfactorio placer, de ese placer que sólo conocía con Yulia y que era culpa de Yulia que fuera tan adicta a eso.



Gimió cuatro veces, rápidamente, más agudo que lo agudo, pero los ahogó, y, sensualmente, se sacudió entre ronroneado erotismo que sólo un sedoso orgasmo podía provocarle. No fue algo como para que las paredes temblaran, no fue demoledor, se sintió justo y rico, nada para acabar con sus fuerzas, sólo para hacerle saber que era tan mujer como ninguna otra.



—Alguien definitivamente está ovulando —sonrió Yulia al ver que su orgasmo volvía a ser visible, y lo recogió con su dedo índice para volver a saborearlo—. sabroso, sabroso, sabroso… —susurró, y subió hasta sus labios para besarla.



—Eso estuvo muy, muy rico —dijo a ras de sus labios—. Y sabes muy rico también.



—Sabor a ti —sonrió.



—Sí, y me gusta —asintió, jugando con su nariz con la suya.



—Sabes… —sonrió, dejándose abrazar por Lena mientras se hundía en su cuello—. Te amo.



—Y yo a ti —rio nasalmente por las cosquillas que Yulia le hacía con su nariz—. Y yo a ti… —repitió como por efecto de rebote, o de resorte—. Yul… —la llamó, haciendo que se irguiera y la viera a los ojos—. ¿Qué dices si mañana por la noche tenemos una cita? —preguntó con una sonrisa.



—¿Una cita? —frunció su ceño.



—Sí, como en una fecha.



—¿Y qué te gustaría hacer? —sonrió—. ¿Quisieras ir al cine, a cenar, por unas copas, a bailar?



—No —resopló—. Después de asaltar Saks, porque seguramente allí encontrarás un vestido que te guste, y quizás unos Stilettos también, porque heaven forbid que no vayas en Stilettos, no sé… podemos venir a dejar las bolsas, quitarnos la ropa del trabajo, vestirnos de civiles normales, mortales y casuales… si quieres podemos ir al cine, si…



—¿Me das un beso si adivino? —la interrumpió.



—Y aunque no adivines —sonrió, tumbándola para colocarse sobre ella y darle un beso.



—Quieres que me meta en un Levi’s, quizás una camiseta sarcástica; en la de los Beetles —sonrió, pues se refería a los escarabajos y no a los Beatles—. Quizás quieras que me meta en Converse, y que sea mortal… todo para sentarme en la fuente del Hilton mientras me devoro un Kebap, ¿verdad?



  —Lo haces sonar tan romántico —bromeó.



—Lo es para ti —sonrió Yulia.



—Sí —asintió—. Pero prefiero verte en esa camiseta que dice… "I’m Italian, therefore I cannot keep calm, capeesh?"



—Esa me pondré —sonrió.



  —¿Qué quieres que me ponga?



—Lo que tú quieras… siempre te ves her-mo-sa —dijo, dándole tres suaves golpes con su dedo índice en la punta de su nariz, uno por cada sílaba—. Así como en este momento —sonrió, pero su sonrisa se desvaneció en cuanto Lena, inesperadamente, atacó la vagina de Yulia con dos dedos.



—Tú también te ves her-mo-sa —sonrió, imitándola, con la diferencia de que ella presionó tres veces su GSpot, una vez por cada sílaba—. ¿Se siente bien? —susurró ante una Yulia que empezaba a perder el control.



—Demasiado —jadeó, sintiendo la paz que apuñar el cubrecama le daba—. Vas a hacer que eyacule —frunció su ceño, pero de esa forma que satisfacía.



  —¿No quieres? —ladeó su cabeza con una sonrisa.



—Sí, sí quiero —gruñó entre dientes, contrayéndose adrede para convertirse en cómplice de Lena.



Relajaba, contraía, relajaba, contraía. Relajaba, contraía, y de nuevo. Lena presionaba suavemente su GSpot, y se hundía en su cuello con mordiscos y besos. Cómo le habría gustado tener el poder para hacer que esa camisa desapareciera de sus hombros para poder besar sus pecas, pero no dejaría de provocarle esos ahogos sólo por un capricho que pesaba menos que el de hacer que eyaculara.



No le tomó mucho tiempo, a ninguna de las dos en realidad, para alcanzar ese momento en el que Yulia sólo supo traer el rostro de Lena al suyo para poder besarla y, así, poder depositar su orgásmico y eyaculatorio gemido en su garganta.



Los dedos de Lena salieron, no porque Yulia los expulsara con esa propulsión que a veces solía caracterizarla, sino por simple cortesía, pues no había nada mejor que, entre gemidos que tragaba cual Bollinger, frotar su clítoris mientras se sacudía con intentos de querer enterrarse en la cama al mismo tiempo que intentaba huir del frote de Lena. Fue intenso, sí, pero no fue devastador; fue igual de justo que el de Lena.



—Her-mo-sa —sonrió Lena, dándole uno, dos, tres suaves golpes en su clítoris, golpes que provocaban un intento de huida por parte de Yulia, por parte de una jadeante Yulia—. ¿Estás aquí conmigo?



  —Todavía sigo en la nube —susurró aireadamente con sus ojos cerrados.



—Mmm… —sonrió, trayéndola sobre ella para abrazarla—. ¿Y qué canción tocas?



—Estoy totalmente en blanco…



—¿Te sientes bien? —preguntó, enterrando su mano entre su camisa y su tibia espalda.



—Entré en estado de letargo —rio nasalmente, aferrándose a Lena con una mano por su cuello y su nuca, y, con la otra mano, por su hombro contrario.



—¿Así de rico? —Yulia asintió—. Sabes que te adoro, ¿verdad?



—¿De verdad? —irguió su rostro con mirada de sorpresa.



  —¿Por qué te asombra?



—No lo sé —frunció su ceño y se encogió entre hombros.



—Bueno, pues trágatelo —sonrió, ahuecando su mejilla izquierda—. Porque te adoro —dijo, y Yulia se sonrojó—. No es un halago… es una declaración.



—Pero yo te adoro —susurró.



—Y yo a ti —sonrió, sabiendo que había algo que no la dejaba entender que, aparentemente, no era derecho exclusivo—. Reciprocidad, retribución, como quieras llamarle.



—¿Cuándo quieres ir a sacar la licencia? —ladeó su cabeza, representando la tangente que estaba sacando—. Digo, son sesenta días… a partir del martes son sesenta días —sonrió.



  —¿No dijo Helena que le gustaría reunirse con nosotros antes de eso? —Yulia asintió—. Bueno, supongo que coordinamos eso y… y, bueno, la sacamos cualquier día.



—¿Podemos hacerlo cuanto antes, por favor? —se sonrojó.



—Esta semana vas a invadir a der Bosse… —susurró Lena—. Y yo te voy a ayudar.



—Pero podemos hacer tiempo —sonrió—. Aaron no me necesita para pintar las paredes, o para meter los muebles, esas especificaciones ya las tiene… puedo tomarme una o dos horas.



—Está bien —rio nasalmente, ahuecando nuevamente su mejilla—. ¿Le dices tú o le digo yo?



—Si Gaby puede levantar el teléfono para llamarme en una noche como esta, puede levantarlo también para llamarle mañana por la mañana, a una hora en la que quizás el dos por ciento de la población de Manhattan tiene tiempo para coger.



—No fue su culpa —rio.



—No, el mal timing no es su culpa… es su mala suerte.



—Bueno, bueno, pero comiste, ¿no? —sonrió.



—Y muy rico… me gusta cuando es así —se sonrojó.



—Te gusta cuando me pasa a mí, pero te ahogas en vergüenza cuando te pasa a ti —rio Lena.



—A ti te sale poco.



—Como a ti te sale bastante —rio sarcásticamente.



—Hey… el mío gotea —frunció su ceño.



—Fue por la posición en la que estabas…



—Bueno, como sea… a mí me gustan tus orgasmos cremosos.



—Y a mí los tuyos —sacó su lengua.



—En fin —rio Yuliaun tanto incómoda—. Gaby puede llamarle y coordinar eso.



—¿Y cómo vamos a pagar la licencia? ¿Mitad y mitad?



—¿Así la quieres pagar? —Lena asintió—. Está bien…



—Mmm… ¿estás pensando cómo lidiar con los dos billetes de un dólar y las dos monedas de veinticinco centavos de cambio, ¿verdad? —rio, sabiendo demasiado bien que a Yulia las monedas le estorbaban, y que los billetes de un dólar le servían para repartirlos en cualquier vaso de cualquiera que se lo pidiera o de cualquier caja de fundación en algún restaurante.



—Sí —rio—, pero encontré solución… yo pongo un billete de veinte, tú otro, y nos dan un billete de cinco de cambio, o monedas, y eso lo utilizaremos para comernos un hot dog cada una, y le dejaremos el cambio al vendedor —sonrió.



—Todo por unas putas monedas —se carcajeó.



  —Yo, con tu cartera, puedo matar a cualquier cristiano de un golpe —elevó su ceja derecha—, tienes una cantidad obscena de monedas.



  —Ajá, ajá, ¿pero quién es la que tiene las monedas para calmar el mal humor de la cajera de Walgreens o en Duane cuando quieres pagar, diecinueve con uno, con un billete de veinte?



—Y por eso me complementas, mi amor —resopló—. Tú tienes todo lo que a mí me falta.



  —You’re so full of shit —se carcajeó de nuevo.



  —Pero así me adoras… ¿verdad? —susurró con esa mirada que enterneció a Lena.



—No —sacudió su cabeza, y volvió a ahuecar su mejilla—, "así" significa que "a pesar de" eso te adoro… y no es "a pesar de", es "con eso" y "por eso" —dijo, siendo muy sincera, y Yulia enterró su rostro en su piel al mismo tiempo que la abrazaba con fuerzas.



—Abrázame —murmuró en esa vocecita que intentaba esconder la imploración, y Lena la abrazó fuertemente, la apretujó contra ella así como alguna vez apretujó a Katya; un abrazo de oso—. Gracias —dijo con los indicios de una risa nasal.



—Es un privilegio abrazarte.



—No, no por el abrazo… por todo —se irguió—; por consentirme.



—Fue un placer, mi amor —sonrió Lena—. ¿Quieres una ducha?



—No, todavía no… eso sólo va a hacer que te dé sueño —le dijo con tono egoísta—. Además, tengo que revisar lo de Gaby.



—Bueno, revisémoslo —sonrió.



—Cinco minutos más —se acomodó sobre su hombro.



—¿Me estás imitando? —rio.



—Imposible imitarte —dijo, aferrándose nuevamente a ella—. Creo que me voy a comprar un bikini nuevo —comentó al azar.



—¿Sí? —Yulia asintió—. ¿De qué color?



—No lo sé… ¿o crees que me vería bien en algo de una pieza?



—No me hagas eso —susurró—. No te me escondas bajo algo así…



—Bikini será —resopló.



—Pero tiene que ser de copa triangular y halter.



—¿Algo más? —rio.



—No.



—¿Por qué tiene que ser de copa triangular y halter?



—Porque con la copa triangular no escondes la decoración de tu lado izquierdo —sonrió—. Y halter… bueno… uhm…



—Dime —se irguió de nuevo, pero Lena se sonrojó—. Ah —rio nasalmente—, ¿se te antoja algo?



—Dime, ¿cómo es la habitación en la que nos vamos a quedar?



—¿En Bora Bora? —Lena asintió—. Tiene una enorme cama con vista al mar, una terraza con sofás bajo techo pero en los que puedes tener la brisa necesaria, sala de estar, un baño muy grande, tiene un sundeck con salida al mar y una plunge pool al aire libre…



  —No sé por qué quiero tomar uno de los cordones de tu bikini, tirarlo hacia arriba, y ver lo que escondes bajo eso —sonrió.



  —¡Bikini será! —rio—. Y lo puedes hacer sin ningún problema… no se ve nada de Suite a Suite.



—Sí te das cuenta de que vamos a vivir un Royal Caribbean 2.0, ¿verdad?



—Y podemos ir a Vaitape, podemos nadar con los tiburones y las rayas, podemos hacer lo que tú quieras… y puedes cargarme en la piscina, y quitarme el bikini… o puedo no ponerme bikini.



—¡No! —siseó—. Quiero poder quitártelo —sonrió.



—Tal vez sería mejor que tú escogieras el bikini —le dijo con una sonrisa.



  —¿Y si escojo uno rojo?



—No tengo reservas en cuanto al color del bikini, mi amor.



—Tú puedes escoger uno para mí, entonces.



—¿Sólo uno? —hizo un puchero muy gracioso.



—Los que quieras —rio suavemente, haciendo que Lena sonriera ampliamente—. Mi amor… ¿puedo preguntarte algo?



—Lo que quieras —sonrió.



—Cuando nos casemos… —dijo, tomando su mano izquierda—. ¿Qué vas a hacer con el anillo? ¿Lo vas a guardar?



—No —susurró—. Lo pondré en mi mano derecha.



—¿Y qué pasará con el anillo que usas ahorita ahí? —dijo, refiriéndose al que Larissa le había dado.



  —Lo guardaré, ¿por qué?



—No sé —se encogió entre hombros.



—Es momento de guardarlo, mi amor… de guardarlo pero no de olvidarlo —sonrió—. Y no me pesa guardarlo.



—¿Estás segura?



—Cien por ciento —sonrió de nuevo—. Además, me gusta mucho este —dijo, refiriéndose al que Lena le había hecho, y se estiró para alcanzar los labios de Lena, pues las ganas de besarla nunca se le quitaban, en especial si era un beso así de suave y sedoso, que se colocaba sobre ella no sólo porque quería sino también porque podía, y Lena la recibía entre sus labios y entre sus manos, las cuales se escabullían por debajo de la camisa que tanto estorbaba por seguir en la escena.



—Me gusta cuando me besas así —susurró a ras de sus labios.



—Te amo —corearon las dos, y una risa nasal las atacó.



—Me gustaría quedarme así todo el tiempo, ¿sabes? —murmuró Yulia.



—Bueno, puedes ir a ver lo de Gaby, y yo aquí te espero para que sigamos haciéndolo, ¿qué te parece?



—Ven conmigo, ¿sí? —sonrió, irguiéndose hasta sentarse a su lado—. Hazme compañía, prometo que será rápido.



—Está bien —sonrió, rodando por la cama hasta ponerse de pie—. Pero déjame quitarte la camisa, ¿sí? —Yulia asintió, y Lena, delicadamente, la retiró hacia afuera para revelar un Andres Sarda de encaje rojo, algo que no era tan Yulia—. ¿Rojo?



—Sorpresa —rio, sintiendo a Lena desabrocharlo de su espalda para luego retirarlo.



—¿Quieres tu bata o una camisa?



—Bata estaría bien —sonrió, viéndola pasar de largo hacia el baño para recoger ambas batas, y, al regresar, Lena le alcanzó su bata gris carbón para que se la pusiera y se la amarrara flojamente a la cintura, y luego le alcanzó su bata porque sabía que le gustaba colocársela—. Listo, Licenciada Katina —susurró a su oído.



—Gracias, mi amor —sonrió de reojo, y recibió un beso en su cabeza—. Ve a ver lo de Gaby, yo recojo la ropa y ya llego.



Yulia asintió, y se dirigió a la habitación del piano, pues ahí tenía su MacBook Pro de trece pulgadas, pues detestaba las de quince porque, para eso, mejor trabajaba en una iMac como tal. Aflojó su cuello mientras caminó al escritorio y se sentó a esperar a que su portátil encendiera completamente, pues prisa no tenía como para sofocarlo sin sentido.



—Te traje —sonrió Lena con una cuchara en una mano y con un tarro de Ben & Jerry’s en la otra.



  —Wow —sonrió—, gracias.



—Las tuyas —guiñó su ojo, alcanzándole la cuchara.



—¿Te sientas conmigo? —le preguntó, haciéndose un poco hacia atrás con su silla para ofrecerle su regazo, y Lena, sin decir un "sí" o un "no", simplemente se sentó—. Cinnamon buns —sonrió.



—¿O prefieres Peach Cobbler?



—Éste está bien —sonrió de nuevo, viendo a Lena hundir la cuchara en el helado para recoger un poco y ofrecérselo—. Sabes… —murmuró con la boca llena mientras abría el documento que Gaby le había enviado—. Al principio, solía comerme sólo el helado y dejaba los chunks de cinnamon buns.



—¿Por qué? Es lo más rico —rio, llevando la cuchara a sus labios para comer ella también.



—Precisamente —sonrió—. Cuando como de cookie dough hago lo mismo.



—Nunca te he visto comer de ese…



—Me gustan más los que tengo en el congelador… —dijo, y se volvió a la pantalla—. Vamos a ver… —suspiró—. Bachelor’s and/or Master’s Degree in Interior Design o en Arquitectura con un minor en Interior Design… pasantía pagada por seis meses con posibilidad de contrato de plaza fija… competente, eficiente y eficaz, creativo, flexible… y esperamos del aspirante: buen manejo de AutoCAD 2D y 3D, iWork/Office, Adobe Suite; en especial InDesign y Photoshop, Illustrator y SketchUp always come in Handy… buen nivel de inglés, hablado y escrito… segundo idioma siempre es una ventaja, ajá… portfolio físico con al menos tres proyectos de ambientación, hoja de vida física… ¿crees que falta algo? —se volvió hacia Lena.



—¿Renderings? —se encogió entre hombros.



—Va implícito con los programas; no me interesa si lo pueden hacer con Paint, sólo que lo sepan hacer.



—Manual, no digital.



—Mmm… buena idea.



—A mí me toma menos tiempo hacer uno manual que uno digital.



—A mí también, pero eso es aprendido —asintió, entendiendo el punto de Lena—, aunque quizás es porque me gusta colorear.



—Además, renderings manuales son, en mi opinión, una señal de seguridad suprema —rio—, no existe el ctrl+z.



—Buen punto —asintió, regresando al correo para escribir que los renderings manuales era cosinderado una gran ventaja—. ¿Crees que es justo que ponga que no presto ni mis Prismacolor ni mis Copic? —bromeó.



—A mí sí me los prestas —sonrió.



—Pero porque sé cómo trabajas, porque sé que los tratas con cariño y con respeto… son caros.



—Tienes zapatos que son más caros que el set completo de Copic —rio, ofreciéndole más helado.



—Y los trato con mayor respeto —guiñó su ojo, y se dejó alimentar—. ¿Algo más que deba agregar?



—¿"Que la suerte los acompañe"? —sonrió.



—Very funny —sacudió su cabeza, y le envió el correo a Gaby, no sin antes escribirle que hablara con Helena para planificar una reunión, que coordinara las entrevistas a partir del siete de abril y que fuera una cada hora y media—. Listo, mi amor —sonrió, apagando el portátil y abrazándola con ambas manos por la cintura—. ¿Qué quieres hacer? —preguntó, pero sólo recibió un beso en sus labios—. Cierto, eso íbamos a hacer… —susurró.



—Y eso vamos a hacer —susurró, ofreciéndole más helado.



—¿Pero?



—Ya que estamos aquí… ¿puedes tocar piano para mí?



—¿Qué quieres que toque? —sonrió, poniéndose de pie.



—Lo que tú quieras… sólo tengo ganas de escucharte.



—Mmm… —musitó pensativamente, sentándose sobre el banquillo y abriendo el teclado—. ¿Qué tal esto? —sonrió, y, ubicando sus manos sobre el teclado, se dispuso a tocar "Turning Tables", al menos lo que sabía o de lo que se acordaba, pues la canción no sabía cómo o por qué se le había quedado grabada—. Eso es todo lo que sé…



—No sé qué canción era, pero se escuchaba bonita —sonrió, sentándose a su lado, como siempre—. Tócame mi canción favorita, ¿sí? —dijo, ofreciéndole otra cucharada de helado.



Yulia sonrió, y, colocando sus manos sobre el teclado, se dejó llevar por lo que la canción le acordaba, por lo que significó a.S y por lo que ahora significaba. Sus ojos, como siempre, estaban cerrados, y su postura variaba entre las notas y los acordes, entre las presiones de los pedales y entre la respiración de Lena, quien sonreía enternecida y completamente en paz ante tal pieza que no tenía más que una melodía sentimental; larga y adorable, una melodía de la que cualquiera se acordaría, desde siempre y para siempre, una vez la hubiese escuchado, pero, a pesar de ser hermosa, tendía a empujar y a obligarlo todo a estar al borde de la dolorosa pero alegre miseria. Yulia lo atesoraba como suyo, y sí que era suyo, pero ahora Lena lo reconocía como suyo también, porque Yulia era suya, y no había mejor melodía que esa para estar en completa sintonía. Era simple pero seductora; la noción de su duración se perdía, al punto de que no se sabía si estaba por terminar o si simplemente continuaría, era como si no quisiera que se acabara nunca. No tenía ni tiempo ni espacio, era timeless, y era por eso que duraría por el resto de sus vidas a pesar de sólo durar seis minutos con veinte segundos entre las manos de Emma.



—Me encanta —susurró Lena en cuanto terminó la pieza, y Yulia abrió los ojos y la volvió a ver—. ¿Qué pasó? —ladeó su cabeza, pues la mirada de Yulia la confundió.



—¿De verdad te gusta? —preguntó casi inaudiblemente.



—Me encanta, sí —asintió—. Todos los días, en algún momento, la busco en mi iPod o en mi iTunes para escucharla… pero están todas las versiones menos en piano —se encogió entre hombros—. Hay de piano con cello, o de piano con violín… pero no de sólo piano… y, si existe la versión, no me interesa escucharla; sólo quiero escuchar tu versión.



—Sí sabes que no la toco a la perfección, ¿verdad?



—No estoy para juzgar si la tocas bien o mal… sólo quiero que sepas que me gusta —sonrió—. Y que me gustan todas las versiones, en especial la tuya.



—¿De verdad te gusta? —repitió.



—Sí.



—¿Qué tanto?



—Mmm… no sé —se encogió entre hombros—. Lo suficiente como para que me den ganas de querer aprender a tocarla, así sea con copas de agua o con una pandereta —rio.



—¿De verdad te gustaría tocarla? —Lena asintió.



  —Pero no en piano.



—¿Por qué no?



—Porque la versión de piano es tuya, y es mía porque es tuya —sonrió.



—Está bien —sonrió—. ¿Puedo tocar algo más?



—Es tu piano, claro que puedes.



—No… pero para ti —se sonrojó.



—Me gustaría mucho —se sonrojó ella también.



—La canción ya la has escuchado, pero no quiero que la tomes por el lado negativo… ¿sí? —Lena asintió.



No cerró sus ojos, y Lena tampoco. Empezó por presionar alguna tecla más o menos al centro del teclado, la presionó una, dos, tres, cuatro veces, quizás eran negras, pero Lena sabía de música lo mismo que de béisbol. Al compás de la quinta presión, entró en juego el primer acorde, y el segundo, y el tercero. Y, al cabo del cuarto, Lena supo qué canción era.







Escuchen mientras leen el párrafo https://www.youtube.com/watch?v=VVgixOjGhVU

Say something, I’m giving up on you —cantó suavemente al compás de las notas que representaban lo que su afinación vocal debía hacer—. I’ll be the one, if you want me to… anywhere I would’ve followed you… say something I’m giving up on you. And I… am feeling so small, it was over my head, I know nothing at all… and I will stumble and fall, I’m still learning to love, just starting to crawl. Say something I’m giving up on you, I’m sorry that I couldn’t get to you… anywhere I would’ve followed you, say something, I’m giving up on you … and I… will swallow mi pride, you’re the one that I love, I’m saying goodbye —y la agresividad atacó, esa intensidad que la hacía presionar las teclas con fuerza, con tal fuerza que se levantaba del banquillo unos cuantos milímetros y que atacaba el pedal con igual fuerza—. Say something I’m giving up on you, I’m sorry that I couldn’t get to you… and anywhere I will follow you… say something I’m giving up on you —y cesó la intensidad para volver a la tranquilidad del principio—. Say something, I’m giving up on you… say something… —y terminó la canción con un último acorde—. I’m not giving up on you, and I’m not saying goodbye… sólo quería decirte eso, que "I will stumble and fall, I’m still learning to love, just starting to crawl", y que "I will swallow mi pride, you’re the one that I love".
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Mensaje por flakita volkatina 11/14/2015, 4:20 pm

Awwwww. Julia ahhhhh -suspiro-
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Mensaje por VIVALENZ28 11/21/2015, 1:54 am

CAPITULO 19 Desde "mover baños" y "Brite Lites", hasta la Inception.



¿Se puede? —asomó Lena su cabeza por la puerta entreabierta de la oficina de Volterra, aunque, claro, antes de asomarse había llamado como cualquier otro mortal que respetaba la idea de una puerta no abierta y de la ausencia de secretaria.



Por favor —sonrió Volterra, desviando su mirada de la pantalla mientras se quitaba los anteojos, y se puso de pie con cierto aire de nerviosismo e incomodidad por el simple hecho de ser Lena y de saber que recientemente no había hecho nada como para que se mereciera un disgusto ajeno.



¿Estás ocupado? —le preguntó, abriendo la puerta pero permaneciendo al borde de la oficina, y le mostró un Flash Drive que colgaba de su dedo índice y un folder entre su mano.



No, por favor —repitió—, pasa adelante —le dijo, invitándola a tomar asiento.



Gracias —murmuró, cerrando la puerta tras ella y tomando asiento en la butaca más cercana.



¿Ya almorzaste? —sonrió, intentando emplear la táctica del "small talk" que no se le daba bien alrededor de nadie, en especial de Lena.



Me comí el mejor Kotopoulo Giouvetsi de mi vida —asintió—. O de lo que va del año.



Me podrías estar insultando y yo ni enterado —rio, apoyándose del borde exterior de su escritorio para estar frente a frente con Lena.



Es pollo horneado con orzo, salsa de tomate y feta… si no me equivoco —resopló—. Lo que importa es que estaba rico.



Buen provecho —sonrió un tanto conmovido y sin saber exactamente por qué.



¿Tú ya comiste? —correspondió la sonrisa para relevar el agradecimiento explícito y verbal.



Liz me traerá algo de comer cuando ella regrese de almorzar… me dijo que me iba a traer un "mean Fettuccine alla Panna" —rio—, lo que sea que eso signifique.



Que es muy, pero muy bueno —repuso Lena, como si para ella eso no fuera una expresión un tanto contradictoria y engañosa—. Cosa que dudo mucho.



Tanto como para bajar mis expectativas —rio Volterra mientras sacudía su cabeza.



¿Alguna vez has probado le Fettuccine alla Panna de mi mamá? —ladeó su cabeza con una sonrisa demasiado inocente como para no tener intenciones secundarias.



Mmm… —suspiró, intentando descifrar cuál era la respuesta correcta.



Supongo que, si los probaste, fue hace demasiado tiempo —dijo, quitándole ese peso de encima al hombre que podía hacer sudar con una simple insinuación lejana—. Le diré que haga cuando venga, así refrescas el paladar y confirmas lo que digo.



Tú sólo me dices y yo llego —sonrió—. ¿Cuándo viene tu mamá al final?



Jueves veintidós a la una con cincuenta, llega a Newark… y se va el nueve a las cuatro con cincuenta, saliendo del JFK, y, por si te interesa, no hace escala en ninguna parte y viene en primera clase —ensanchó su sonrisa.



Cómoda —resopló—. Me alegra.



Yo le ofrecí traerla con el equipaje —bromeó—, lo de primera clase es obsesión de Yulia.



Me lo imaginé —rio—. Tu hermana no viene el mismo día, ¿verdad?



No, mi hermana viene el veintisiete y se va el tres… tiene que ir a clases.



¿Y quién se va a quedar con ustedes? —preguntó con intenciones que según él eran ocultas.



¿Cómo que quién se va a quedar con nosotros? —sonrió traviesamente.



Sí… ¿se va a quedar la mamá de Yulia con ustedes o van a ser tu mamá y tu hermana?



En todo caso la hermana de Yulia con Sófocles… o Aristóteles… o Eurípides… o como sea que se llame, que ahorita no me acuerdo de su nombre porque Yulia siempre se lo cambia.



¿Y ése quién es? —rio.



El esposo.



No sabía que la hermana de Yulia venía, tampoco sabía que estaba casada.



¿Sabías que tenía una hermana? —bromeó.



Alina—guiñó su ojo derecho—. No todo se lo puede guardar, ¿sabes?



Evidentemente —asintió—. En fin… mi mamá, por el tiempo que esté mi hermana aquí, se va a quedar en el Plaza… y creo que mi suegra se va a quedar todo el tiempo en el Plaza, viene el novio, y, después de aquí, van a San Francisco por unos días… ¿necesitas tú en dónde quedarte? —rio.



Muy amable —sonrió—, pero Trump me tiene muy bien acomodado por el momento.



¿Cuándo te vas a mudar?



Cuando ustedes dos ya regresen a trabajar con normalidad después de su boda… pues, para tomarme un par de días libres y no dejar el barco sin capitán.



Metáforas navales —resopló—, hasta mucho te habías tardado.



¿Qué le puedo hacer? —se encogió entre hombros—. Ése soy yo.



Lo sé, lo sé —asintió.



En fin, ¿cómo estás con los nervios? —dijo, decidiendo cambiar el tema para hacerlo más personal para Lena y, en cierto modo, más distante para él, pues eso sí que lo ponía nervioso.



La boda no ha logrado hacer efecto nocebo todavía; no me está quitando el sueño, no me da más hambre, y definitivamente tampoco me obliga a obsesionarme con los preparativos porque ni sé qué te voy a dar de comer… sólo sé que hay elección carnívora y vegetariana.



Bueno, supongo que si algo no sale como te guste… no sé, supongo que tienes el aniversario de madera para hacerlo a tu gusto.



Creí que sólo se celebraban los veinticinco, los cincuenta y los setenta y cinco —frunció su ceño—, digo: públicamente.



A discreción de cada quién, supongo —se encogió entre hombros—. Tendría que consultar mi manual de "organización de bodas y eventos varios" —rio sarcásticamente.



No le veo tanto sarcasmo por el simple hecho de que sabes que el quinto aniversario es el de madera —repuso, dándole una bofetada al sarcasmo de quien tenía la actitud apropiada de padre de familia.



Nunca dije que fuera el quinto —rio con una suave y corta carcajada—. Dije "de madera" porque sé que no le vas a regalar un dowel de nogal por mucho que le guste.



Eso de los regalos sí me estresa —murmuró, intentando no ceder al estrés repentino de lo que significaba buscar qué regalarle a Yulia.



¿Por qué?



¿Tú alguna vez le has regalado algo a Yulia?



Mmm… —frunció su ceño y sus labios—. Sé que le dan ganas de vomitar y que puede hasta hiperventilar cuando recibe un regalo —rio.



Y tú y yo sabemos que no es precisamente de la emoción —asintió entre una risa.



Mis regalos son más un "tómate el resto del día libre" si la veo con resaca o como que no ha dormido nada —se encogió entre hombros.



Bueno, yo no soy su jefa como para decirle que se tome el resto del día.



No, y tampoco es como que necesita que yo se lo diga para poder hacerlo —rio—. ¿Ya le has regalado cosas?



Contadas veces —asintió—, y últimamente me dice lo que quiere y yo sólo voy, se lo compro y ya: fin de mis problemas de estrés.



¿Y por qué no le preguntas qué quiere?



Porque ya me lo dijo.



¿Y…?



Es como que yo te diga que de cumpleaños quiero que me regales que gli Azzurri, o la Ethniki, gane el mundial —rio.



¿Tan fuera de tu alcance está? —se carcajeó.



Iba más por la línea de que no era lo suficientemente gratificante para mí, pero también.



Oh… ¿no quieres que gli Azzurri gane?



Me puede importar demasiado poco —se encogió entre hombros—. Yo no tengo una camisa oficial de De Rossi porque fue al único que Prandelli convocó de la Roma… y tampoco estoy esperando a que sea diez de junio para cerrar mis pronósticos en una quiniela de fase de grupos por la que me voy a atrever a poner cien dólares por cada partido por el que no acierte, mucho menos para apostarlo contra Phillip, quien tiene una fórmula para predecir ganadores, tampoco se me hace un nudo en la garganta cuando pienso en que Uruguay o Inglaterra nos pueden ganar, y tampoco tengo a Pirlo por excusa absoluta —rio—. Ni siquiera tengo una camisa de Gekas… por mí que gane el mejor humor y los penalties… ¿de quién es tu camisa?



De Cassano —resopló—, pero, por lo visto, no creo que sepas quién es.



Para el lunes me puedes preguntar lo que sea —sacó su lengua.



Lo haré, lo haré —asintió, pensando que sería un gesto muy bueno, quizás no bonito ni de buena fe, eso de que le hubieran nacido ganas de regalarle una camisa de gli Azzurri porque no podía concebir a un italiano al que no le gustara la Calcio, mucho menos el futbol como unidad nacional, pero, dentro de todo, no sabía si Lena podía contar como italiana a nivel social por esa molesta influencia griega y rusa que se había apoderado, cual parásito, del momento de su concepción—. Volviendo al tema central, ¿qué te va a regalar ella? Si es que puedo preguntarlo y saberlo, y es apto para mayores de doce años o acompañados por un adulto —sonrió.



Está pagando todo.



¿En estos dorados tiempos todavía es la novia quien paga la boda? —preguntó, desencadenando en Lena una carcajada relativamente prolongada—. ¿Qué?



La boda la paga pero para su propia gratificación y satisfacción, yo podría ir al City Clerk o a Las Vegas —sonrió—. Me refería a…



¿A la luna de miel?



No sé por qué no me gusta cómo se llama eso —asintió.



¿"Luna de miel"?



Suena terriblemente mal —sacudió su cabeza—. Ridículo, inclusive.



¿Y cómo quieres llamarle? —rio.



¿"Vacaciones"? —dijo con tono relativamente cínico—. Digo, es un poco anticuado llamarle así… o inapropiado, si así lo quieres llamar.



¿Por qué?



Porque se supone que el nombre proviene de costumbres que involucran bebidas con miel o de miel, y con referencias cínicas al ciclo menstrual de una mujer —sonrió—. El hecho de que el ciclo menstrual dure veintiocho días y el ciclo lunar dure veintinueve… —murmuró, balanceando sus manos para que Volterra terminara la idea en su cabeza.



¿Y esa explicación de dónde la sacaste?



Realmente no quieres saber —sacudió su cabeza con una sonrisa mientras cruzaba su pierna izquierda sobre la derecha.



¿Te la acabas de inventar?



Imaginación espacial tengo, imaginación histórica no —rio.



¿Entonces?



Fue "pillow talk" —guiñó su ojo.



¿Tu almohada tiene complejo de enciclopedia? —dijo con cierto sarcasmo.



Son de memoria, quizás por eso guardan tantos secretos —siseó ridiculizantemente, haciendo que Volterra riera—. "Pillow talk" es el término que se usa para esa conversación después de tú-sabes-qué.



Oh… —se sonrojó, intentando bloquear todo tipo de tangentes mentales al respecto.



Yo no sé si la información es cierta o no, pero todo ritual tiene explicaciones un tanto bizarras —sonrió sarcásticamente—. Cual Remo y Rómulo…



Lo que pasó, pasó —repuso, estando a punto de tirarse de clavado en el silencio incómodo.



  — Supongo —se encogió entre hombros—. Y, hablando del Imperio Romano… —dijo, alcanzándole el Flash Drive—. Necesito una consulta profesional.



Lo que necesites —sonrió, tomando aquel Flash Drive en su mano para conectarlo a su iMac.



No hablo de una consulta como compañero de trabajo —le dijo, y Volterra se tornó pálido, pues sólo se le ocurrió que le pediría una consulta de un tipo para el que no conocía respuesta o asesoría—. Hablo de una consulta como Arquitecto.



No te entiendo —murmuró, dejándose caer sobre su silla de cuero.



Yo no soy Arquitecta, quizás logro entender una que otra cosa de ver a Yulia trabajar, pero necesito que me digas si lo que tengo en mente es posible… y no sólo posible, sino factible en un sentido de eficaz.



¿Quieres contratarme? —frunció su ceño.



Así es —asintió.



Yulia debe estar ahogada en trabajo como para que no recurras a ella —rio un tanto incómodo, notando que el Flash Drive sólo tenía los archivos justos y necesarios.



No tanto así —sacudió su cabeza, y se impulsó con ambos brazos para ponerse de pie—. No sé cuáles planos podrías necesitar, por eso los pedí todos.



¿Te importaría decirme qué es lo que quieres que haga?



Aparentemente, según lo que me dijeron anteayer —suspiró, acordándose de la plática que había tenido con Phillip mientras paseaban a Darth Vader por Central Park mientras Natasha se dedicaba a alimentar a los patos del Pond y Yulia se quejaba de la muerte que anunciaba con antelación como si se tratara de mantener la costumbre intacta—, tengo la necesidad de regalarle algo a Yulia, y, en esta ocasión, es necesidad patológica querer regalarle algo que no sea algo que ella me diga que quiere; algo que sea lo suficientemente gratificante para mí… por muy egoísta que eso último suene.



Mujeres… —resopló, sacudiendo su cabeza—. ¿Quién las entiende? —susurró para sí mismo mientras seguía sacudiendo su cabeza.



Son los planos de la casa de Yulia en Roma —le dijo, apoyándose del escritorio con su mano izquierda mientras se asomaba por sobre su hombro—. Voy por proceso de eliminación para encontrar el regalo perfecto.



¿Qué es lo que le quieres regalar exactamente? —preguntó, esperando a que el archivo abriera por completo, y Lena sólo rio nasalmente—. ¿Quieres algún tipo de "guest house"?



Sí te das cuenta de lo que me estás preguntando, ¿verdad? —resopló, sumergiendo su mano en el recipiente de chocolates que Volterra le ofrecía con una sonrisa.



Yulia no tiene cara de ser una invitada en su propia casa, por eso preguntaba.



Quizás no sepas que su hermana está casada con un Platón, pero sí que la conoces más de lo que aparentas decir que la conoces.



Voy a tomarlo como un elogio —resopló, viendo cómo Lena escogía un Scharffen Berger de leche al no ser una persona que gozara de un bittersweet o dark, así como Yulia en las extrañas ocasiones en las que ingería chocolate—. Entonces, si no quieres una "guest house", ¿qué es lo que quieres?



  — Ve al primer piso —sonrió, quitándole el envoltorio a uno de los mejores chocolates que había probado en toda su vida, y le agradeció a Volterra el gesto de haber cambiado los Ferrero por algo con más clase y con mayor sabor, y con menos avellanas.



¿Primer piso americano o primer piso europeo?



Yulia diseñó la casa, ¿tú qué crees? —elevó su ceja derecha, tal y como Yulia solía hacerlo, sólo que su ceja no llegaba a tal altura.



Con razón se me hacía conocido el diseño —rio—, era el proyecto central en su portafolio cuando vino, ¿ya no lo tiene allí, verdad?



No.



¿Tú sabes por qué?



Porque prefiere tener un proyecto para cada área que tener algo tan personal, supongo que no quiere que lo juzguen —se encogió entre hombros.



El hogar no se juzga —susurró, volviéndose hacia la pantalla para ver el plano del primer piso.



Restauración, remodelación, construcción, paisajismo y ambientación sí se juzgan, y, quien no sepa que es su casa, probablemente también lo juzgaría.



Es un diseño complicado, pero no le veo mucho por qué juzgarlo —sonrió genuinamente—. En fin, ¿qué quieres que vea?



Aquí —dijo, señalando una habitación—. Quiero saber si se puede reorganizar.



¿No es ése tu trabajo?



La distribución no me sirve para lo que quiero… quiero saber si el baño lo puedo mover.



Un baño no se puede sólo "mover" —rio.



O sea, desaparecerlo de donde está y colocarlo en otra parte.



De que se puede, se puede… la pregunta es, ¿cuál es el presupuesto?



Considérame un cliente de esos a los que todos adoramos —sonrió.



¿Yulia sabe sobre esto?



  — Y me gustaría que no supiera —sacudió lentamente su cabeza.



¿Y cómo planeas hacerlo si tú estás aquí, y yo también, y la casa está allá?



Tú preocúpate por el diseño, yo me preocupo por Yulia y por lo demás.



Entiendo, no más preguntas de las pertinentes y de las necesarias.



Por favor —susurró—. Y más te vale ponerte precio —dijo, alcanzándole el folder que había llevado consigo—. Quiero saber si se puede hacer lo que está aquí —murmuró, viendo la hora en su reloj, y vio que era hora de correr para estar a tiempo en su reunión en Midtown.



¿Para cuándo quieres saberlo?



No quiero que lo tomes como prioridad, pero sí me gustaría tenerlo en la brevedad de lo posible.



Mmm… está bien —asintió—. Hablando de precio, ¿qué te parece si me pagas con muebles?



Ya discutiremos eso luego —sonrió satisfecha mientras buscaba su teléfono en su bolsillo para hablar con la dueña de la casa, la que no era Yulia—. Tengo una reunión en media hora, ¿te veo luego?



No tengo planes de irme temprano —sonrió, viéndola alejarse en dirección a la puerta mientras buscaba el contacto de Larissa en FaceTime Audio.



Alec —murmuró, deteniéndose frente a la puerta.



¿Sí?



Gracias —dijo, notándosele el agradecimiento desde lo más profundo de sus entrañas.



Para eso estoy, Lena —se encogió entre hombros al no saber qué más podía decir—. Que te vaya bien.



[size=16]Gracias —repitió con una sonrisa, y salió de aquella oficina mientras llevaba su teléfono a su oreja.[/size]
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EL LADO SEXY DE LA ARQUITECTURA PARTE 2  - Página 5 Empty Re: EL LADO SEXY DE LA ARQUITECTURA PARTE 2

Mensaje por VIVALENZ28 11/21/2015, 1:57 am

x/x











 



— Perdón por el retraso —se disculpó la mujer que hoy no se veía tan seria, quizás porque ya era casi el final del día y ya no tenía ganas de llevar la típica chaqueta que se había arrojado encima desde Harvard Law; hoy había cedido a la primaveral temperatura al recogerse las mangas de su camisa blanca hasta por debajo de sus codos, y, de alguna forma, se notaba que había tenido un día más rudo que sólo rudo—. El tráfico está espantoso —sacudió su cabeza, no logrando sincronizarse con Yulia, pues, siempre que alguien llegaba a ella, en una reunión, se tenía que poner de pie.



— No te preocupes —sonrió, saludándola con un respetuoso apretón de manos que luego se convirtió en un beso educado y distante en la mejilla izquierda—. Sé que el tráfico de las cuatro-cinco es demasiado caótico… espero que no te haya tocado caminar tanto.



— No, para nada; logré que me dejaran al frente —sonrió, cruzándose de brazos y empezando a caminar al lado de Yulia.



— Qué bueno —sonrió de regreso, buscando su cartera para sacar la tarjeta que tenía, al reverso de la impresión de Les Demoiselles d’Avignon, donde decía que podía entrar desde una hora antes que se le abriera al público mortal; nada que trescientos sesenta dólares al año no pudieran hacer.



— ¿Cómo has estado? —murmuró un tanto extrañada al estarse dirigiendo directamente al acceso y no a la taquilla.



— Bien, bien… con bastante trabajo —sonrió, abriendo su bolso para el de seguridad, ese que se encargaba de cerciorarse de que un lápiz labial no fuera el medio perfecto para robarse, precisamente, a Les Demoiselles d’Avignon del quinto piso—. ¿Y tú?



— Igual, con bastante trabajo… me he pasado toda la semana en la Corte —suspiró, imitando a Yulia pero con su portafolio, pues también un par de carpetas y bolígrafos podían ser el medio perfecto para robarse, bajo otras circunstancias, una de las pinturas que a Yulia sí le gustaban; el Rothko del sesenta y nueve que era pintura y tinta sobre papel, y que era tan delicado que era por eso que no lo tenían en exhibición para todos los mortales—. No sé por qué te imaginé más como del MET —comentó, que pareció que fue un simple vómito cerebral.



  — Mmm… —tambaleó su cabeza—. Me gusta la parte egipcia y la griega y la romana… creo que, en realidad, sólo usé las escaleras para ver la exhibición de Alexander McQueen en el dos mil diez; creo que el MET es otro tipo de arte. ¿A ti te gusta lo que hay en el MET?



— Comparto el gusto por la parte egipcia, y creo que sólo fui después de ver la película en la que Pierce Brosnan se roba una pintura…



  — El Saint-Georges majeur au crépuscule de Monet —sonrió.



— Supongo, no sé el nombre —resopló.



— Adivino, no lo encontraste.



— ¿Cómo sabes?



— Porque esa pintura no la administra el MET —resopló—, no me acuerdo si es el museo de Cardiff o el Bridgestone en Tokyo quien lo administra.



— Con razón —sacudió su cabeza, sintiéndose completamente engañada, pero, hey, Hollywood es otro mundo—. ¿Fanática de Monet?



— Mmm… —tambaleó nuevamente su cabeza—. No me molestó nunca, pero, entre Renoir, Degas y Monet… me quedo con Monet.



— Creí que Degas no era Impresionista.



— No le gustaba el término —rio—, pero eso no lo hizo menos Impresionista que Monet o que Sisley… era demasiado exquisito —dijo sarcásticamente, dibujando un gesto gráfico del epíteto con sus dedos.



— Todos ellos eran exquisitos —sacudió su cabeza—, si no eran narcisistas eran egocéntricos, o tenían delirios de grandeza.



— Eso no es exclusivo de ellos —rio, deteniéndose frente al ascensor y presionando el botón que tenía la flecha hacia arriba—. Voy a tomar el riesgo de asumir que no eres una fanática del arte.



— No le veo lo grandioso a Picasso —se encogió entre hombros—. O a van Gogh.



— Yo tampoco… ni a Frida Kahlo, ni a Pollock, ni a Warhol, ni a Munch, ni a Rembrandt, ni a Dalí, ni a Goya, ni a Botticelli, ni a Botero… —se encogió entre hombros.



— Entonces, si no le ves lo grandioso a ninguno de los "grandiosos", ¿qué hacemos en el MoMA?



— Me gusta Rothko, aquí tienen dos o tres obras en exhibición —sonrió—. En realidad, creo que mi pintor favorito es Kandinsky, pero él está en el Guggenheim… al menos la serie que me gusta.



— ¿Y qué hacemos en el MoMA cuando deberíamos estar en el Guggenheim? —rio.



— Vengo a hacer mi tarea —sonrió de nuevo, ofreciéndole el paso para que entrara primero al ascensor—. Espero que eso no te moleste.



— No, para nada —sacudió su cabeza, pues, de igual forma, estar fuera de la oficina le gustaba, más si le estaban pagando por salir de ella—. ¿Qué clase de tarea tienes?



— A Lena le gusta Monet —sonrió, estando con su mirada fija en el contador de pisos del ascensor, pues quería llegar al quinto piso para entrar a la sala número nueve, en donde se encontraba aquella larga pintura que tanto le gustaba a su prometida—. A veces, cuando sufre de algún estancamiento creativo, viene aquí para… no sé, supongo que para inspirarse o para relajarse—se encogió entre hombros—. Cuando sale de aquí ya tiene nuevas ideas, y buenas ideas debo decir.



— Entonces, ¿vienes a inspirarte?



— No —sacudió su cabeza, sonriendo por haber llegado, al fin, al quinto piso—. Vengo a hacer research de fotografía mental—guiñó su ojo—. No me gusta buscar este tipo de cosas en internet, siento que siempre les falta algo. ¿Qué tal te fue ayer con Lena?



  — ¿No te comentó nada? —preguntó un tanto extrañada.



— Dijo: "nada que no se hablara sobre un Latte" —se encogió entre hombros.



— Estás nerviosa, ¿verdad? —resopló.



— Sí, y sé que se me nota… que respiro nerviosismo —asintió, reacomodándose su bolso Prada Saffiano rojo al hombro.



— ¿Por qué estás nerviosa?



— No sé, no puedo explicar la razón, sólo sé que estoy nerviosa —se encogió entre hombros al mismo tiempo que se cruzaba de brazos—. No sé si es porque creo que, fatalista y catastróficamente, pienso que Lena puede ser víctima de un par de cold feet, o que no nos den la licencia, o que no sé… —suspiró, aflojando su cuello.



— Por lo de la licencia no te preocupes —sonrió—. Estoy segura de que se las van a dar…



— ¿Y si no?



— No te preocupes —resopló—, iremos el lunes a primera hora a sacar esa licencia, y te prometo que saldrás de allí con la licencia en las manos —le dijo Helena, pero notó que eso no era suficiente—. Lo más que pueden hacer es ponerse estúpidos a la hora de hacer su trabajo, cosa que nunca hacen… pero para eso estaré yo, y, si yo no lo puedo solucionar en el momento, nada que Romeo no pueda solucionar con una llamada telefónica —dijo reconfortantemente—. Si es por cold feet, sinceramente lo dudo; ha firmado cuanto papel me has dicho que le ponga enfrente.



— Los nervios son mis peores enemigos —se encogió entre hombros.



— Te pregunté si no habías hablado con ella sobre nuestra reunión ayer por eso —le dijo—, lo que hablamos probablemente te tranquilizaría.



— Intento no pensar en eso —sonrió ya más repuesta—. Pero no sé si es normal.



— ¿Pensar que te van a dejar plantada? —resopló, y Yulia asintió—. Creo que ese pensamiento, junto con el de que no sabes si te va a quedar el vestido, es muy normal.



— El vestido es lo que menos me preocupa —rio—, si ese día no me cierra, cosa que dudo demasiado, tengo un plan B.



— Novia no-convencional —murmuró—. Pero, de todas formas, la situación no es tan convencional.



— Sabía usted se muere de hambre hasta la muerte solo para encajar en el vestido de novia? —le preguntó con su ceja hacia arriba, deteniéndose para verla a los ojos con cierta burla y con cierto cinismo.



— Yo… —entrecerró sus ojos, arrastrando el sujeto de la oración al no saber cómo era que Yulia sabía que era casada—. Me casé en el Ayuntamiento, un miércoles, entre dos casos para los que tenía que estar en la Corte; me casé a la una y cuarto, y, para la una y media, yo ya era la Señora Miller.



— ¿Hambreaste o no? —levantó más su ceja derecha.



— No tenía ni vestido, claro que no me suicidé del hambre.



— Yo tampoco me estoy matando del hambre —sonrió—, no tengo tiempo para hacer eso —dijo, y se volvió hacia su izquierda para entrar a la sala número nueve, directamente a encontrarse con aquellos doce metros de longitud, casi trece en realidad.



— ¿De qué color es tu vestido?



— Negro.



— ¿Por qué negro?



— Nunca le vi la gracia al vestido blanco —se encogió entre hombros—, y el negro me parece más elegante, más pulcro, más fino —suspiró, sentándose en la banca del centro y, colocando su bolso sobre el suelo, cruzó su pierna derecha sobre la izquierda—. Además, no soy pura, ni virgen, ni me estoy casando por la iglesia… ni me lo tomo muy en serio ni me lo tomo tan a la ligera —sonrió.



— Para no tomártelo tan en serio —dijo, sentándose a su lado derecho y colocando su portafolio sobre su regazo para sacar unos documentos—, lo haces parecer realmente serio.



— Me tomo muy en serio a Lena, no al circo que revolotea alrededor de una boda; no le veo el punto a invitar a gente que ni siquiera conozco. Además, a pesar de que la espera me está matando porque me hace entrar en modo fatalista, hay algo inexplicable sobre la anticipación de ese día… y sé que, si no tengo la cosa esa —dijo, refiriéndose a ese ceremonia-como-procedimiento—, probablemente nunca le diga cosas que en ese momento son básicamente obligatorias; para algunas cosas funciono mejor bajo presión.



— Primera boda que oficiaré en la que no tendré que encargarme hasta de PageSix —rio.



— Las ventajas de no llevar la vida de los ricos y los famosos —resopló, estando totalmente enfocada en la pintura que no entendía por qué a Sophia le gustaba tanto—. En fin… ¿qué me tienes? —sacudió su cabeza, y recibió un sobre de manila común y corriente.



  — Sólo es para que revises que todo esté bien escrito… otra vez —sonrió.



— ¿Pediste una reunión para que revisara algo que podía revisar en una pantalla? —resopló, sacando el documento del interior del sobre.



— En realidad, era para preguntarte un par de cosas —dijo, materializando su teléfono para abrir alguna aplicación para tomar nota.



— Lo que necesites —murmuró Yulia, revisando que su nombre estuviera bien escrito, y que el de Lena también, y que todo estuviera bien escrito.



— ¿Cómo definirías a Lena? —le preguntó, y pareció como si el tiempo de Yulia se hubiese detenido.



— ¿Cómo definiría a Lena? —susurró retóricamente con su mirada al vacío—. Lena es… es el ritmo de "Lonely Boy" pero con la actitud de "The Walker", y que me hace querer explotar en "It’s Not Unusual" de Tom Jones y salir haciendo el Carlton desde mi casa hasta el trabajo —dijo, y se volvió hacia Helena—. Lena es como esa primera cucharada de crème brûlée; suave y dulce contra la lengua, y, al mismo tiempo, es crujiente con una nota de sabor-amargo-salado-interesante… es como esa cucharada que abre esa puerta que es imposible cerrar: una vez lo pruebas, no hay modo de saciarte, no hay ni siquiera un riesgo de aburrimiento, de empacho, de rutina, de monotonía. No es una dieta, es un antojo imparable. Es suave como la cachemira, es como ese stiletto que simplemente te queda perfecto; ni flojo, ni apretado, no te molesta, no es ni alto ni bajo, es ligero pero fuerte y rígido y sigue siendo hermoso, ya no es sólo un accesorio, sino es parte de tu actitud y de tu personalidad, probablemente de tu carácter también. Es dulce, simpática y carismática como la vainilla…



— Pero eso lo sabes desde la conoces —opinó, y Yulia asintió—, pero, ¿por qué te gustó? ¿Qué la hizo resaltar?



— No lo sé —frunció sus labios—, todavía no tengo respuesta para eso.



— ¿Por qué no lo piensas y se lo dices ese día? —sonrió, y Yulia ensanchó la mirada, pues esa era una presión con la que no contaba, y era presión precisamente porque no sabía con exactitud, ella sólo sabía que así era y, hasta la fecha, no le había molestado tanto no saber—. No tienes que decir todos los porqués, sólo tres o cuatro… o los que quieras, los que consideres pertinentes y aptas para el público presente.



— Está bien, lo pensaré —asintió—, pero no prometo nada.



— No es obligación, pero, como dijiste que es la ocasión perfecta como para decir cosas que probablemente no le dirías si no fuera por el empujón…



— Sí, sí —suspiró—, lo pensaré —dijo, y se volvió hacia el documento.



    — Bien, si no puedes hacerlo no hay problema. —Yulia sólo asintió—. Ahora, me gustaría saber qué cosas son las que tienden a molestarte de Lena.



— Tengo demasiados meses de no saber cómo se siente eso…



— ¿No hace algo que te moleste?



— No.



— Me cuesta creer eso —resopló, pues Lena había respondido exactamente lo mismo.



— Creo que las cosas que normalmente molestan son aquellas que van en contra de lo que uno piensa, hace, siente, etcétera —se encogió entre hombros—. Y no siempre tengo la razón, ni hago las cosas siempre bien, ni tengo nombre para lo que realmente estoy sintiendo; yo también me equivoco y me confundo, y no todo lo que yo soy, y nace de mí, es lo correcto… no puedes decir que no te gusta el foie gras si no lo has probado —guiñó su ojo. 



— ¿De verdad no hay nada que te moleste? —preguntó realmente sorprendida.



— No son cosas que me molestan, son cosas que en cierta forma me divierten —dijo, deslizando el documento dentro del sobre de manila para alcanzárselo a Helena—, o que me desesperan, o que me ponen nerviosa… pero no necesariamente me enojan.



— ¿Qué cosas son esas? —sonrió—. No te preocupes por cómo van a sonar, porque no me interesa si suenan bien o suenan mal, es para, así como tú dices, decirles algo que tenga valor; para contextualizar más las cosas… ¿o quieres que les diga lo mismo que les digo a todos? —Yulia sacudió su cabeza y se volvió hacia la pintura de Monet.



— ¿Necesitas que te dé una explicación de por qué me siento como me siento cuando hace esas cosas?



— Si quieres, no es obligatorio… de todas formas, todo lo que me digas se irá conmigo a la tumba.



— No me gusta que no desayune —respondió automáticamente—, antes no desayunaba porque prefería dormir a comer, ahora es porque prefiere darle de comer al Carajito que comer ella.



— El "Carajito" es el perro, ¿verdad? —Yulia asintió, y pescó su teléfono del interior de su bolso para mostrarle una fotografía del mencionado—. Sí, Lena también mencionó algo sobre él… pero creí que se llamaba diferente.



— Oficialmente se llama "Darth Vader"… pero es un nombre demasiado largo, y ahorita tiene más cara de ser un Carajito que un mini Darth Vader —resopló, mostrándole una fotografía de Lena, acostada a media cocina por estar jugando con el diminuto can.



— ¿Qué raza es?



— French Bulldog —rio, sacudiendo su cabeza.



— Intuyo que no te gusta la raza…



— No me disgusta, es sólo que siempre tuve perros relativamente grandes; un Dálmata, un Gran Danés, un Doberman Pinscher, un Weimaraner… es primer perro miniatura que tengo, me está costando acostumbrarme —sonrió—. Es simpático, tomaba del biberón como si iba a pasar de moda —rio.



— Asumo que no fuiste tú quien lo llevó a la casa…



— No, fue Lena… y no me disgustó, simplemente me tomó desprevenida porque nunca lo habíamos discutido, en especial porque Lena no es precisamente una persona de perros —se encogió entre hombros, dejándole su iPhone a Helena para que siguiera viendo las fotografías—. En fin, igual, cuando es mi día de darle de comer al Carajito, ella prefiere dormir y darse su tiempo en la ducha a desayunar… y siempre toma un taxi porque la pereza no la deja caminar un par de calles.



— Las calles son más largas que las avenidas —resopló Helena, deteniéndose en una fotografía que ya no era de Darth Vader sino de una captura de pantalla mientras Yulia y Lena hacían FaceTime con Natasha, que era Yulia quien mordisqueaba suavemente la mejilla izquierda de Lena mientras Natasha se desplomaba en una evidente carcajada ante la falsa expresión de dolor de la pelirroja—. ¿Por qué toma el taxi? ¿No se van juntas al trabajo?



— A veces sí, pero yo tengo cierta obsesión con eso de llegar al trabajo no más allá de las siete… a veces logro poner a dormir a mi obsesión y me voy con ella. Lena respeta que me guste estar a la hora a la que ni el estudio está abierto, porque abrimos a las ocho, o antes a petición del cliente… y sabe que me gusta caminar mientras escucho música, por eso es que tampoco insiste en que la espere, o en irse conmigo, además, no es como que Lena llega tarde, llega quince minutos después que yo, prácticamente ella sale de la ducha, me despido por quince minutos, y ya… pero sí me entra la desesperación cuando se tarda más de quince minutos, pienso que algo le ha pasado, o qué sé yo —resopló—. Hace como dos meses, hubo un accidente en una de las calles que todo taxista suele tomar para ir de la casa al trabajo, y se pasó de la media hora, estaba a punto de llamar a la policía, en especial porque, por estupidez mía de ir corriendo, tomé el teléfono de Lena creyendo que era el mío cuando el mío ya estaba en mi bolso —sacudió su cabeza—. Polícia, bomberos, ¡todo! —Helena rio nasalmente—. Antes el teléfono de Lena era blanco y el mío negro, desde el nuevo modelo, y que a Lena no le gusta el dorado, decidió usar uno del mismo color que el mío… después de ese incidente, porque realmente casi me arranco la cabeza, decidió llevarlo a que le cambiaran el color; ahora es rojo con blanco.  



— ¿Qué más? —rio, devolviéndole el teléfono y tomando el suyo para tomar nota sobre lo más básico de la idea previamente explicada.



— Siempre tenemos una constante guerra pasiva que nos da risa; a mí me gusta que el cubrecama quede bajo las almohadas, a Lena le gusta que quede doblado para sólo tener que halarlo y poder acostarse… eso, en nuestra cama, juega un papel demasiado gracioso, porque llegamos al punto de doblarlo para que la mitad de las almohadas queden sobre él, y la esquina del cubrecama, que queda del lado de Lena, la halamos para que sea lo más próximo a complacer ambos gustos. El problema es cuando se trata de alistar una habitación que estamos ambientando, todos saben qué camas tendió Lena y qué camas tendí yo —rio—. Tenemos puntos de vistas distintos en cuanto a tender camas, ahora ya no las arregla a mi modo, antes sí… pero sé que Lena lo hace para que me dé risa, y sólo lo hace en las habitaciones que sabe que no va a hacer tanta diferencia, y, cuando yo le ayudo en sus proyectos, tiendo las camas como ella.



— ¿Algo más que quisieras agregar?



— Tenemos definiciones distintas de lo que es una "cena romántica" —sacudió su cabeza, y atrapó un sorpresivo bostezo entre su puño—. Para mí, una cena romántica es que una de las dos cocine, un par de copas de vino tinto o uno que otro Martini, conversación silenciosa… —«que eventualmente arranca ropa»—. Para ella, una cena romántica es comer un Kebab con una Dr. Pepper y una Mountain Dew para mí —rio.



— Tendrá su significado gracioso entre ustedes, supongo —resopló.



  — No es tanto gracioso sino como… "cute", creo. Ella dice que la verdadera cocina no está en Harry Cipriani, sino en las calles.



— Tú no eres fanática de la comida de la calle, ¿cierto?



— No soy una persona que va de food truck en food truck probando sabores y combinaciones nuevas —sacudió su cabeza—, ésa es Lena, y ella los filtra por mí; sabe qué me podría gustar y qué no… y, bueno, pocas veces comemos de un food truck, a Lena le gusta cocinar, y a mí comer —sonrió—. O ella cocina, o pedimos delivery… raras veces cocino yo.



— ¿No te gusta cocinar?



— Sí me gusta, pero no se me da tan bien como a ella… y creo que no me gusta mucho cocinar para ella porque tengo pánico de intoxicarla con algo que haya hecho mal —rio—, siempre que cocino voy a lo seguro, algo con lo que es imposible equivocarse.



  — La cuidas bastante.



— Creo que evitarle una intoxicación no es tanto cuidarla a ella como cuidarme a mí misma —sonrió—; odio las visitas a los hospitales, y odiaría tener que dormir en uno, en especial si fuera porque es mi culpa que Lena tenga suero intravenoso. Además, ella cocina demasiado rico.



— Supongo que el planteamiento del worst case scenario es tu mejor excusa —bromeó.



— No es una excusa, es una prevención —guiñó su ojo—. ¿Necesitas saber algo más?



  — ¿Consideras que Lena es tu mejor amiga?



— No es sólo mi mejor amiga —sacudió su cabeza—. Es mi compañera, mi cómplice en muchas cosas… —dijo, e hizo una pausa—. Sí, supongo que es mi mejor amiga, y más que eso.



— ¿Qué significan las manos de Lena para ti?



— ¿Las manos? —rio, intentando contenerse una carcajada, y sacudió la cabeza para ahuyentar toda respuesta que tuviera que ver con sexo.



— Sí, las manos —sonrió Helena un tanto divertida, pues Lena había tenido la misma reacción.



— Significan… no sé —susurró.



— ¿Qué son las manos de Lena para ti?



— Son… —frunció sus labios—. Son… son… son un escape cuando me toma de la mano o cuando me abraza de alguna forma… son… son una extensión para cuando no me alcanza mi brazo para rascarme ese punto ciego en la espalda —resopló—. Son las únicas manos de las que realmente puedo comer sin siquiera pensar si se las ha lavado o no, son las únicas manos que me gusta tomar y que me gusta besar, y que me gusta que me toquen la cara y que se entierren entre mi cabello… y que me aprieten —dijo como si hubiese tenido la epifanía más grande de su vida—. Son las manos en las que más confío. Confío más en sus manos que en las mías, hasta para cuando se trata de mí —dijo con una enorme sonrisa, y notó la sonrisa de idealización que tenía Helena en su rostro mientras tomaba nota y comparaba mentalmente las respuestas de Lena, las cuales se resumían a: "son lo que impedirá siempre que Darth Vader se suba a nuestra cama… me miman, me consienten, me acarician y me hacen cosquillas… me sostienen, me apoyan y me reconfortan, me impulsan y me guían… me envían un iMessage con un simple ‘I love you’ o un ‘You are so beautiful’… me hacen masajes, me limpian las lágrimas cuando me pongo hormonal, me cuidan y me protegen, y me abrazan cada momento que pueden; es como si no tuvieran suficiente de mí, como si no se saciaran nunca… y me dicen lo que su boca no sabe cómo decirme; se sienten correctas, se sienten mías", y había decidido reservarse esos pensamientos extras de: "me hacen sentir mujer, como una mujer en las nubes así sea que esté en el suelo… ¡me hacen sentir todo! El frío, el calor, el miedo, el amor… me hacen sentirla. Y me hacen temblar, me hacen suspirar, me ahogan sin estarme asfixiando, me hacen sonreír, y me hacen hacer cosas que yo sola no puedo hacer (tocar piano, por ejemplo)".



— ¿Algo más? —susurró, terminando de anotar la respuesta de Yulia.   



— No apto para todo público —sacudió su cabeza, y Helena rio nasalmente—. Una pregunta, ¿vamos a tener algo como un rehearsal?



— Pero hasta que ya tengamos a la boda casi encima —sonrió—, y no te preocupes, sólo es para que sepan más o menos cuándo les toca hablar y cuándo no.



— ¿Natasha te está sacando las primeras canas?



— Romeo es como mi papá, lo que sea por él y por su familia… y por Lena y tú también, porque sé que Romeo las considera parte de su familia —dijo con una honesta minúscula sonrisa—. Y el hecho de que Romeo me asignara su boda… no sé, es un bonito respiro.



— ¿Por qué lo dices?



— No tengo que lidiar con otro abogado de Skadden, Arps, Slate, Meagher & Flom, no tengo que lidiar con los pormenores de protección y de todos los secretos que tengo que tomar en cuenta para que, cuando se divorcien, no te quiten todo, no tengo que someterme a las excentricidades de los acuerdos prenupciales… no sé si es por la situación, o porque así son ustedes, o por las dos cosas —se encogió entre hombros.



— ¿"La situación"? —resopló—. Se me olvida que es primer matrimonio de mismo sexo que oficiarás.



— No lo quise decir así —dijo con tono de disculpa.



— No te preocupes —sacudió la cabeza—, no tiene nada de malo acreditarlo como algo "diferente"… porque supongo que lo es.



— No porque sea "diferente" pienso que sea malo, creo que es al contrario…



  — ¿Cómo?



— Yo creo que Romeo me ofreció su "caso" porque, apenas dos semanas antes de recibirlo, perdí a lo grande en la Corte y estaba sin ganas de nada; a veces son los casos más fáciles los que más te afectan… y, bueno, creo que Romeo me ofreció su "caso" para que tuviera un cambio de ambiente, para que viera que había cosas realmente fáciles —se encogió entre hombros—, nada de cláusulas extravagantes, nada de partes engañosas, nada de agujeros en ninguna parte… no sé si es porque no es un matrimonio civil como todos los demás, por sus personalidades o lo que sea, o porque el Marriage Equality Bill les dio un derecho que, en mi opinión, por lo que he leído y he visto en ustedes, era bien merecido porque la tasa de divorcios entre matrimonios del mismo sexo, en proporción al "matrimonio natural", es básicamente inexistente.



— No lo sé, Helena… en realidad, no sabría decirte cómo funciona ese mundo porque no lo conozco —se encogió entre hombros—, no sé siquiera si debería hacer la distinción entre los unos y los otros; creo que todo el mundo, sea same-sex o no, está muy, muy, pero muy loco… la demencia no está sujeta a las preferencias o a los juicios, supongo —dijo, y suspiró con sus labios fruncidos—. Cualquiera pensaría que, en estos dorados tiempos de tolerancia que están llenos de libertades y voluntades propias, ya no existirían matrimonios por obligación, o por impulso, o por inmadurez… creo que los tiempos están como para llamar las cosas por su nombre, y creo que, si vas a hacer algo tan serio, tienes que tener las mismas pelotas para dar una explicación a la persona que sea que te la pida.



— ¿Tú crees en el matrimonio? —le preguntó, todo porque tuvo la sensación de cierta vaga hipocresía.



— Creo en el matrimonio, pero no creo en la institución que han creado a partir del matrimonio —sonrió—. No creo en el matrimonio como prueba de amor eterno, no creo en el matrimonio como promesa de responsabilidad por obligación parental, tampoco creo en el matrimonio como juramento de fidelidad, o de respeto… eso, para mí, es un chiste; para jurarte amor eterno no necesitas un papel legal sino haber sido escrito por Shakespeare —resopló dramáticamente—, para ser fiel tampoco, ni para respetar a tu pareja, mucho menos para jurar ser buen papá o buena mamá, o para estar presente en ese caso… el matrimonio lo hace uno, no el matrimonio lo hace a uno —sonrió—, y creo que no se vale culpar al matrimonio por su fracaso, o por el fracaso emocional de las personas involucradas en él. Creo en que nada funciona como por arte de magia, pero tampoco creo que funciona con un horario y sinfín cantidad de reglas… creo en el matrimonio a pesar de que se le ha perdido lo especial y lo sagrado; es como un bolso: tengas dinero o no, lo compras sólo porque te sedujo —sacudió su cabeza.



— ¿Por qué no te casas por la iglesia?



— Necesito que el hombre, entre su mente cerrada y sus juicios y prejuicios, me tome por igual —rio—, no que el Dios de "x" religión me acepte… mi Ego me deja dar su aceptación por sentada —sonrió—. Si me acepta o no, muy su problema, igual no lo voy a saber… aunque, si debía saberlo, supongo que me habría dado demasiadas señales evidentes, cosa que no ha pasado —dijo en ese tono de sarcasmo y escepticismo, pues creía muy poco en las señales, y, gracias a Larissa, creía en un Dios perdonador y misericordioso y no en uno castigador, pues, sino, todos estuvieran ahogados en castigos, y no precisamente en rezos de absolución de pecados—. Además, ¿has visto quiénes ofician esas bodas?



— Rabinos, Pastores, Revs… —se encogió entre hombros.



— Soy católica por fe, no porque pase de rodillas en St. Patrick’s… yo no comulgo, me confieso con suerte una vez al año y sólo por costumbre, y voy a misa tres veces al año con seguridad, no más… a menos de que necesite un lugar silencioso en el que necesite pensar. Necesito que la ley me reconozca, porque, por lo demás, me da igual. Y tampoco quiero ser de esas personas que se casaron por la iglesia cuando no creen ni en la "D" de "Dios"… soy un medio y una máquina de sacrilegios y blasfemias; las pienso, las digo y las hago, pero también tengo mis límites.



— Interesante posición —asintió Helena.



— ¿Tú te casaste por la iglesia? —ella sacudió la cabeza—. ¿Puedo atreverme a preguntar por qué no?



— Nunca fue mi intención, tampoco me interesa.



— ¿Por qué no?



— Los rituales espirituales me… —suspiró, y sacudió la cabeza.



— Está bien —sonrió.



— ¿Puedo preguntarte algo yo? —murmuró con demasiadas reservas, y Yulia asintió—. Romeo me pidió ver el prenup



— ¿Sí…?



— Y, pues… me acuerdo que en nuestra primera reunión, cuando repasamos los puntos… pues, cuando llegamos al punto de hijos, tú dijiste que eso no se iba a tocar.



— ¿Romeo te dijo que debería incluirse en el prenup? —frunció su ceño.



  — No, al contrario: no me dijo nada.



  — Entonces…



— Yo sé que ya las dos firmaron el prenup, y que el abogado de Lena no hizo ninguna observación ni pidió modificaciones, y que ya está firmado, etcétera, etcétera, etcétera —dijo, y Yulia sólo elevó ambas cejas con un indisimulable gesto de "por favor llega al punto lo más rápido que puedas, que mi paciencia no es eterna"—. Pero, ¿estás segura de que no quieres tocar ese punto?



— ¿Qué habría que tocar? —suspiró, volviéndose hacia la pintura, ¿qué había con ese tema que todos querían saber por qué no? ¿Qué carajos tenía ese tema que parecía tener un imán para que todos se creyeran con el derecho necesario como para opinar al respecto?—. ¿Suele tocarse ese punto en el resto de prenups?



— Bueno, en caso de adulterio se suele tocar el tema; la parte que no ha sido adúltera es la que se queda con la custodia de los hijos… y, como te dije antes, menciono lo del adulterio como medida de precaución, aunque también es de doble filo porque aplica para ambas partes del matrimonio, y no debo acordarte que es penalizado por la ley y que puede significar hasta quinientos dólares de multa o tres meses…



— Lo sé, lo sé —la detuvo Yulia con su mano en alto—. Ese tema no se va a tocar —dijo a secas.



— Sólo intento protegerte… y me asombra que el abogado de Lena no lo haya hecho con ella tampoco. No intento entrometerme en lo que no me incumba, porque asumo que, si no dijeron nada, es porque entre ustedes dos lo tienen muy claro… sólo intento cubrir todas las bases; se pueden incluir hasta las formas en las cuales tú o Lena pueden convertirse en madres de familia, no exactamente el child support o la custodia en caso de divorcio por acuerdo mutuo, porque eso es ilegal y un gran loophole —sonrió, intentando hablar lo más eufemísticamente posible.



— Que quede como tema que no se toca, como tema abierto… y se va a tocar, quizás, cuando yo logre fecundar algún óvulo fértil de Lena —le dijo con tono de respuesta automática, pues el tema ya empezaba a realmente molestarle—. Cuando uno de mis estériles óvulos logre fecundar uno de sus fértiles óvulos —añadió.



— Hablaba de adopción, o de surrogate, o de banco de esperma —dijo, y Yulia sólo se volvió hacia ella, con su rostro con una mirada ancha y de ceja izquierda hacia el cielo, una mirada que sólo implicaba ganas de gritar un "¡Que no!"—. Bueno, entiendo tu posición, sólo necesitaba estar cien por ciento segura.



— Gracias por la preocupación —sonrió, cambiando completamente su expresión facial en cuestión de un segundo.



— Para eso me pagas —asintió Helena. 



— Una pregunta, ¿Sinclair también tiene que acompañarnos para sacar la licencia? —murmuró, volviéndose a la pintura y refiriéndose al abogado de Lena.



— En realidad ustedes podrían ir solas —resopló—. Ya llenaron los papeles que tenían que llenar en línea, básicamente sólo tienen que llenar un último papel, y ya, pero sé que te tranquiliza el hecho de que esté allí —se encogió entre hombros—. Y por eso no cobro.



  — Entonces, ¿el lunes?



— A las ocho y media en one-forty-one Worth Street —asintió—. Pasaporte y/o Employment Authorization Card —añadió.



  — ¿Nada más?



— Nada más —dijo, y vio a Yulia sólo asentir en silencio, así como si estuviera asintiendo para ella misma y para sus pensamientos de misteriosa profundidad y de intrigante contenido—. ¿Algo más que quieras preguntar, comentar, sugerir?



— ¿Qué piensas de la pintura?



— ¿De esa? —le dijo, señalando la larguísima obra de Monet, y Yulia asintió—. Sé que son lirios acuáticos pero sólo porque la pintura es realmente famosa… no porque, sinceramente, yo vería un par de manchas —se encogió entre hombros, y Yulia rio nasalmente—. ¿No fue en Titanic que se hundió? —frunció su ceño.



— Junto con Les Demoiselles d’Avignon —rio—. La que según James Cameron se hundió en mil novecientos doce, era más pequeña, y creo que era más definida… desgraciadamente, Monet hizo su serie de Les Nymphéas entre mil novecientos veinte y mil novecientos veintiséis, año en el que murió.



  — Hay algo ahí que no termina de tener sentido… —frunció su ceño.



— Quizás él sabe algo que yo no —se encogió entre hombros—, quizás sabe que Monet pintó algunas antes —repitió el movimiento de hombros—. Pero, ¿qué piensas? ¿Qué te provoca?



— Sinceramente… —suspiró con su ceño fruncido—. Nunca le he encontrado la belleza a los lirios, ni a los acuáticos ni a los terrestres; no soy fanática de las flores.



— ¿De ninguna?



— No, de ninguna —sacudió su cabeza—. Me hacen sentir como una del montón, dejó de ser clásico y se volvió trillado.



— ¿Steve nunca te dio flores?



— A nuestra primera cita llegó con un ramo de cilantro —resopló—, fue bastante original. ¿A ti te gustan las flores?



— No realmente—sacudió su cabeza—, me son indiferentes, pero siempre tengo un bouquet de peonías en mi habitación… porque a Lena le gustan las peonías, en especial las "pillow talk" y las "coral supreme", que los colores no combinan con nada en la habitación… pero al menos hay un poco de flora… y creo que me gustan porque me gusta ver cuando Lena las pone en el florero.



— ¿Qué te provoca la pintura a ti?



  — A "The Polish Dancer" de Chopin —murmuró, rascando la porción de pecho que se desnudaba por entre el triangular cuello de su blusa, la cual pasaba por un primaveral suéter de botones y de blanca ligereza con el cuello que gozaba de un corte único, redondo, y que, de paso, gozaba de un espectacular y pesado detalle, que recorría toda la intricada línea, en un patrón quizás floral en un elegante y femenino negro para contrastar—. De los Preludios sólo me gusta el cuarto, "Suffocation"… soy más de los Nocturnes o de los Études —dijo, y se dio cuenta de que a Helena eso no le decía absolutamente nada—. Tiene algo bonito, quizás cursi… pero me da pereza; es demasiado lento, demasiado cortado. Es como corto pero se siente eterno.



  — ¿Por qué crees que le gusta a Lena?



— No sé, hay cosas que no me explico… así como no entiendo por qué le gusta la ilustración de Le Petit Prince —resopló—. Son de los misterios más grandes que le encuentro.



— ¿Nunca le has preguntado?



— Sí.



— ¿Y qué te respondió?



— "Sólo me gusta" —se encogió entre hombros—. No necesita razón, motivo, excusa… no necesita nada: simplemente "le gusta".



— ¿Y puedes vivir con eso?



— Me gusta vivir con esa simpleza —sonrió—, simplemente "le gusta" —repitió.



El silencio entre ellas dos se materializó como si no tuviera intenciones de incomodar, pues no incomodaba porque ambas estaban con sus miradas pegadas a la pintura mientras intentaban encontrar respuestas para las preguntas que no tenían.



— Hola —contestó su teléfono con una enorme sonrisa, pues "I Belong To You" de Lenny Kravitz sólo podía significar que era Lena quien llamaba, y el ringtone era recíproco.



— Uy, qué seria —rio nasalmente.



— Hola, mi amor —rio suavemente una Yulia sonrojada y totalmente idiotizada por la pelirroja mimada voz de quien le había entregado el anillo que giraba, por maña, con su pulgar alrededor de su dedo anular.



— Hola, mi amor —repuso con una evidente sonrisa—. Ya salí de la reunión —dijo.



— ¿Cómo te fue?



— Bien, bien… no hay nada como ambientar con tiempo y con cartera abierta.



— Dios bendiga a los Banqueros —resopló—. ¿Vas a regresar al estudio o vas a ir ya a casa?



— Tengo que regresar a dejar las guías y a escanear unas cosas, ¿y tú, todavía estás con Helena?



  — Sí —dijo, viendo a Helena de reojo.



  — ¿Interrumpo?



— No, mi amor —murmuró con una sonrisa que enterneció y conmovió a Helena, pues ese "mi amor" era demasiado sincero y sagrado.



— ¿Tú vas a casa?



— Tengo que ir a SoHo, y luego sí voy a casa.



  — En ese caso…



  — Si el tráfico me ayuda, espero llegar a casa antes de las seis —sonrió.



— ¿Y qué te gustaría cenar?



— Lo que tú quieras.



— Eso no existe —bromeó. Ah, las cosas que se contagiaban como por osmosis.



— Quiero… —suspiró, y se volvió a Helena—. ¿Qué vas a cenar tú? —le preguntó con una sonrisa.



— Probablemente una botella de vino tinto —resopló Helena.



— Quiero un buen grilled sandwich —dijo al teléfono.



— ¿Y de postre? —rio Lena.



  — Sorpréndeme —dijo como con una mordida al aire.



— Te veo luego, entonces —sonrió.



  — I love you —dijo, implicando, con eso, un hermoso y asegurador "sí".



  — Y yo a ti, mi amor —repuso con lo mimado a la cuarta potencia—. Un besito.



  — Un besito a ti también, mi amor —sonrió Yulia, y no tuvo que presionar "end call" porque Lena ya lo había hecho por ella.



— Bueno, creo que esa es la señal para dar por terminada la reunión, ¿no crees? —sonrió Helena, no entendiendo cómo habían podido haber estado viendo una pintura por casi media hora.



— De igual forma, en diez minutos cierran —dijo Yulia, poniéndose de pie y llevando su bolso a su hombro.



— ¿De verdad vas a SoHo? —le preguntó, imitándola pero estando clavada en su teléfono, pues le escribía un mensaje a su chofer que ya estaba por salir.



— Sí, ¿por qué?



— Yo voy a casa ya, si quieres puedo acercarte.



— No te preocupes —sonrió—, no quiero desviarte.



— No me desvías, vivo en Sullivan Street, y John tiene que ir a Wall Street a traer a Steven, si Sullivan no te queda tan cerca, él puede acercarte todavía más.



Grand Street o Canal Street funcionan igual de bien —dijo Yulia un tanto incómoda, pero, al saber lo difícil que era conseguir un transporte amarillo a esa hora, supo que aceptar la oferta de Helena no era nada sino provechosa.
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EL LADO SEXY DE LA ARQUITECTURA PARTE 2  - Página 5 Empty Re: EL LADO SEXY DE LA ARQUITECTURA PARTE 2

Mensaje por VIVALENZ28 11/21/2015, 1:59 am

***











 



— ¿Puedo? —le preguntó Bruno, posando su mano sobre el borde del respaldo de la silla que estaba a su lado.



— Por favor —sonrió Yulia, como si estuviera saliendo de un momento de ausencia mental, de sordera musical y de pensamientos ruidosos, y llevó su Martini a sus labios para beberlo de un trago ancho y profundo.



— ¿Está todo bien? —dijo mientras tomaba asiento y se desabotonaba su saco con su mano derecha.       



— Sí, sí, todo bien, ¿y usted?



— También —asintió, viendo a Yulia contemplar el vacío de su copa cónica, por lo que, contrario a lo que habría hecho con cualquiera de sus hijos (porque eran muy pequeños todavía), llamó la atención de un mesero para pedir que, «per favore», le llevaran otro Martini a la novia—. Espero no estar interrumpiendo nada.



— No —resopló, pues era la única que estaba sentada a la mesa tras haber sido abandonada por sus compañeros de trabajo, quienes ahora bailaban "Moves Like Jagger" como si realmente fueran Mick Jagger—. Estoy juntando todo el coraje que tengo…



  — ¿Coraje para qué?



— Para ponerme de pie —rio, y notó que Bruno se había tomado muy en serio el comentario—. Ciento veinte milímetros de tacón requieren de cierto coraje a cierta altura de la jornada —sonrió.



  — Oh… creí que te estaba molestando.



  — No, no —sacudió su cabeza—. ¿Usted no bebe nada?



— Dejé mi copa de vino en la otra mesa —sonrió—. Y, por favor, tutéame —dijo, esperando que Yulia le correspondiera la confianza italiana con un "tú a mí también, entonces".



— ¿Está aburrida la mesa de los adultos? —preguntó Yulia, dejando a Bruno con la confianza colgada.



— Realmente entretenido —repuso—, es perfecto para desempolvar el inglés.



— Cierto… cierto —asintió Yulia, empezando a sentir cómo el silencio incómodo se interponía entre ellos, pues era primera vez que realmente hablaban, o que pretendían hablar—. ¿Te hospedas aquí también? —preguntó rápidamente para evitar el silencio.



  — Sí, sí —asintió él con su ancha sonrisa labial entre la delicada barba que mantenía.



— En la misma habitación que mi mamá, ¿cierto?



— No —sacudió su cabeza, y Yulia frunció su ceño, tanto por sorpresa como por confusión.



  — ¿Por qué no?



  — Eh… bueno… —balbuceó, no sabiendo cómo excusarse.



— Ah… —rio Yulia, sabiendo por dónde iba la excusa—. ¿Fue idea de mi mamá o tuya?



— De tu mamá —resopló, entendiendo por qué Larissa a veces no tenía por qué hablar con ideas completas como para que Yulia entendiera, pero Yulia ensanchó la mirada—. Perdón, "de su mamá" —se corrigió ante la ancha mirada de asombro, pues creyó que era por el abuso de confianza, algo que había sido parte del curso fugaz e intensivo sobre "cómo entablar una relación sana con Yulia".



— Vamos, vamos —rio Yulia ante la palidez afligida que había invadido el rostro del novio de su mamá—. El tuteo está bien —dijo, cambiando de pierna mientras alcanzaba el plato de dip y crostini—. No tuviste esa entrada de "patada al hígado", así que tranquilo… —comentó, notando cómo Bruno respiraba con tranquilidad—. Además, no necesito estar en Roma como para saber que duermes en mi casa tres o cuatro veces por semana —sonrió con su ceja derecha hacia arriba sólo para bromear ácidamente con él—. El hecho de que no hayamos compartido un desayuno de tramezzini con mozzarella e prosciutto, o de toast con burro, o de un par de uovi affogati con focaccia… no sé, como que no nos hace tan desconocidos; después de todo compartimos a mi mamá —dijo con una juguetona y traviesa sonrisa mientras esparcía un poco de dip en sus crostini, y sintió bonito poder sacar ese lado que bromeaba en serio, ese lado agridulce con el que le habría gustado poder tratar a Oleg por igual, pues así solía tratar a Larissa en ciertas ocasiones porque Larissa era igual; llena de implicaciones e insinuaciones incómodas para su contraparte.



— Ay, ay… —rio un tanto avergonzado.



— No necesito saber detalles —le dijo en tono de sonriente advertencia—, y tampoco quiero saberlos.



— No, esos detalles que te los dé tu mamá en todo caso.



— Y ni ella, en ningún caso —rio—. ¿Todo bien con el vuelo?



  — Sí, todo bien —asintió sonrientemente—. ¿Y tú?



— No, yo aquí vivo —guiñó su ojo, y vio a Bruno hundir su cabeza—. Apenas pude dormir… me pasé la noche entera dando vueltas en la cama, entre escuchando música, jugando Angry Birds y viendo cualquier cosa que se me cruzara por YouTube.



  — ¿Los nervios?



— Se puede decir que sí —tambaleó su cabeza, pues, en realidad, era el vacío de Lena en una cama que no era suya, era el vacío de Lena en una cama que no había sido utilizada nunca antes—. Aunque fue más porque no tenía el peso de Lena encima —resolvió decir, pues, «si está follando a mi mamá, porqué diablos no?», además, si había sido testigo de una de las declaraciones más claras de sentimientos de toda su vida, «porqué diablos no?».



  — Seguramente hoy compensas la noche sin dormir —sonrió, no sabiendo qué decir.



— No creo —resopló, no estando consciente de que lo había dicho en voz alta—. Supongo que tiene que ver con la adrenalina —se encogió entre hombros.



— Siempre creí que la adrenalina no debía mezclar con el alcohol —dijo, no pudiendo ocultar su lado de preocupado progenitor a pesar de Yulia no ser obra suya.



  — Cierto —asintió con una risa, y dio un mordisco a la crujiente rebanada de baguette con pesto rosso y queso crema—, entonces es de llamarle "emozione" o "eccitazione" y no "adrenalina".



— Sí, tu mamá me comentó algo sobre realmente ser un día emocionante para ti —murmuró, omitiendo la presencia del mesero que colocaba un Martini frente a Yulia, quien le sonreía al mesero con educado agradecimiento y, al mismo tiempo, le pedía que esperara un momento.



— Bruno, ¿bebes tequila? —le preguntó Yulia un tanto fuera de la línea de conversación.



— Pero no solo —respondió, creyendo que, con eso, se sacudiría el deber de tener que beber algo con el alcohol que tendía a enviarlo al agujero etílico.



— La botella para dos, entonces, por favor —dijo Yulia para el mesero, quien se retiró nuevamente—. Es un día muy emocionante para mí, sí —asintió, volviendo al tema anterior—, como pocos en mi vida.



— ¿Qué es lo que encuentras tan emocionante?



— Tú ya has estado casado, tú dímelo a mí —sonrió con esa leve patada ácida que tiraba su sonrisa más hacia el lado derecho y que obligaba a su ceja derecha a elevarse.



— No cualquiera encuentra un día como este tan… "emocionante" —repuso con aire evasivo.



  — ¿Sí, verdad? —rio nasalmente mientras asentía suave y rápidamente para ella con sus labios ridículamente fruncidos.



— Entonces, ¿qué es tan emocionante para ti? —le preguntó, no sabiendo cómo atacar su comportamiento pasivo-agresivo.



— Mmm… —musitó entre una inevitable risa nasal, y se volvió hacia donde Lena bailaba.



"I don’t need to try to control you, look into my eyes and I’ll own you. I’ve got them moves like Jagger", entre cantando y bailando, oh-so-Pop, porque era de las canciones que Lena escuchaba al Yulia no poder tolerar a Maroon 5 entre su música, pero, en esa ocasión, amó sin límites a la canción porque su cerebro no pudo sustituir los movimientos de Lena con otra canción, ni siquiera el momento. Quizás era la antítesis que describía a Lena en ese momento; el elegante y estilizado moño, el cual se componía de una que otra trenza floja y una perfecta simetría de ocho perlas que cubrían las puntas de los prendedores rojos que sujetaban todo en su lugar, y la soltura y frescura de sus movimientos que contradecían la rectitud y la pulcritud de su cabello, y de su maquillaje, y de su vestido.



— ¿Por qué no estás bailando con ella? —murmuró Bruno, sacando a Yulia de sus intricados y brillantes pensamientos.



— Porque estoy aquí —dijo, volviéndose hacia él con una sonrisa que parecía no poder borrársele, quizás era el alcohol.



— Si te estoy deteniendo, por favor… no dejes que te detenga. —Yulia no respondió por la simple razón de estar bebiendo de su Martini, o al menos no respondió vocalmente, pues sí respondió con un disentimiento—. Tienes una esposa muy guapa —le dijo al no saber qué más decir.



— Lo sé —asintió el Ego de Yulia—. ¿Tú veías así de guapa a tu esposa el día de tu boda?



— Probablemente, pero no me acuerdo.



— Y si el día llegara, ¿verías así de guapa a tu esposa el día de tu boda?



— Yo ya considero a tu mamá como una mujer muy guapa —le dijo un tanto a la defensiva, «kiss-ass».



— Lo es, sí… lo es —asintió—. Pero, supongo que lo que estaba preguntando era más un "¿cuáles son tus planes?" —sonrió—. ¿Hacia dónde van? O, más fácil: ¿en dónde están?



  — ¿No le has preguntado?



— Ah, yo sé la versión de mi mamá —rio—, pero quiero saber la tuya… si es que tienes una.



— Podríamos hablar de esto mañana, ¿sabes?



— Lo sé, de que podríamos, podríamos… pero el problema es que yo no sé si voy a estar mañana.



— ¿Planeas morirte? —resopló.



  — Creo que nadie planea su muerte —sacudió su cabeza—, pero me refería más a que quizás no salgo de la habitación —guiñó su ojo—. Resaca, sueño, cama… no sé, supongo que consumiré room service como si fuera el onceavo Mandamiento…



— Tienes razón —asintió rápidamente—, si no has dormido nada, cuando lo hagas, no vas a despertarte hasta el domingo.



— A Lena le fascina dormir —comentó, llevando su Martini a sus labios mientras el mesero ya colocaba los dos shots frente a cada uno, y Yulia detuvo la intención del mesero, esa que sólo abriría la botella, pues era ella quien iba a administrar la botella a su gusto—. Y a mí me fascina verla dormir… pero ése no era el tema —sonrió, tomando la botella entre sus manos para abrirla y verter dos centilitros en cada shot.



— Cierto —asintió de nuevo, viendo el líquido color caramelo caer con ese penetrante aroma entre el vidrio—. Igual, yo no me voy hasta en un par de días, ¿no prefieres interrogarme luego?



— Esto tiene muy poco de interrogación —rio—, somos sólo… mmm… bueno, una conversación normal y adulta entre los dos extremos de mi mamá —sonrió, tomando su shot entre sus tres dedos de la mano derecha—. Necesito saber si me caes bien o no, y necesito saberlo cuanto antes para saber si tengo que poner la mejor pokerface que nadie me conoce.





Bruno se quedó mudo y en blanco, pues nunca había hablado con Yulia y, básicamente, la primera conversación era la decisiva, y, claro, así era siempre aunque no lo supiera; era la primera impresión. Yulia sólo golpeó suavemente su shot contra el suyo y, con una sonrisa, lo llevó a su garganta para no revelar ni la más remota quemadura esofágica, cosa que Bruno no pudo disimular.





— Fuerte —exhaló Bruno, colocando el shot sobre la mesa.



— Lo justo y lo necesario —repuso Yulia, volviendo a verter dos centilitros en cada shot que tenía espacio para el doble.



  — ¿Otro?



— Claro —asintió él sin detenerse a pensar en la respuesta que significaba un "no", pues no supo cómo manejar el "no", no frente a alguien a quien tenía que caerle bien.



— ¿Conociste a mi papá?



— Sí, un par de veces llegó a casa de tu mamá.



— ¿Hablaste con él?



  — Nada serio, nada profundo… tu mamá era quien lidiaba con él —se encogió entre hombros.



— Te pregunto de nuevo, ¿conociste a mi papá?



  — No —sacudió la cabeza—, sólo desde lejos… y tu mamá no habla sobre él.



— ¿Sabes por qué no habla sobre él?



—Tendrá sus buenas razones… ¿no?



— Mi papá era un hijo de puta, aunque yo lo catalogo como "gilipollas" porque es menos ofensivo aunque probablemente era el más grande de todos —resopló como si fuera gracioso, pues, en ese momento, ya no había mayor problema; quizás era el alcohol el que lograba envalentonarla—. Y, aunque mi mamá no lo diga, yo sé que el hecho de estar casada con él por tantos años… heridas dejaron, y muchas. Quizás nunca le puso mano encima, quizás ni siquiera se la levantó, pero tener que soportarlo y tener que lidiar con él, estando casada y divorciada, sé que no fue una bonita experiencia… y, sinceramente, odiaría que mi mamá tuviera que pasar por algo remotamente parecido a eso de nuevo —le dijo con la mirada seria—. A mi papá era muy poco lo que le podía reprochar con justificación, y eran contadas cosas que realmente le aborrecí —dijo, evitando decir que esas pocas cosas eran suficientemente grandes—, pero a mi mamá la he colocado en el pedestal más fino de todos porque es mi mamá y porque ha hecho cosas que no cualquiera haría por nadie… mi mamá no necesita que la cuiden, no necesita que la carguen para que no camine, y tampoco necesita una figura proveedora porque ella se provee lo que quiere cuando quiere; no necesita que la frenen, que la contengan, o que le estorben… porque para eso tiene a tres hijos.



— Yo no planeo frenarla —dijo, pero Yulia levantó la palma de su mano para detenerlo.



— Yo no te conozco más que por lo que mi mamá me cuenta, que son sólo cosas buenas; de ti, de tu trabajo, de tus hijos, de todo lo que tenga que ver contigo… no me interesa saber tu lado malo, porque toda persona buena tiene su lado malo, es natural… y, como no te conozco por mi cuenta, no te he podido considerar ni siquiera como el novio de mi mamá; te considero como "Bruno", porque me enoja cuando se refieren a ti como el novio de mi mamá, como su compañero, o como su pareja… para mí todavía no tienes título, y es culpa mía porque les he huido profesionalmente —rio—. Mi mejor humor es el mejor momento para ser imparcial en cuanto a eso que ustedes tienen.



— Yo no intento quitarle el lugar a tu papá.



— No, porque ese lugar sólo él lo puede tener, así haya sido bueno o malo —le dijo—. Y no tengo cinco años como para que me tengas que explicar ese tipo de cosas porque yo sé que ese lugar no se lo vas a quitar, ni al nivel de mi mamá ni al nivel de ninguno de nosotros tres, que son lugares muy distintos; yo no te voy a dejar que le quites el lugar a mi papá. Puedes jugar a ser mi padrastro si quieres, puedes jugar a sólo ser el novio de mi mamá y omitirnos a nosotros… aunque realmente no me interesa qué haces o cómo lo haces, sólo quiero saber si de verdad puedo confiarte a mi mamá.



  — Por supuesto —asintió con una sonrisa.



— Ten cuidado —rio con una mirada seria—. Entre Lena y mi mamá, la prioridad es la misma —le dijo—, y, si alguien llegara a tocar a Lena, si alguien llegara a lastimarla… créeme que me encargo de que esa persona quede igual de lastimada… o peor. Así que pregunto de nuevo, ¿puedo confiarte a mi mamá?



— Por supuesto —repitió con el mismo gesto y la misma sonrisa—. Tu mamá es una mujer…



— No —sacudió su cabeza—. Yo sé quién es mi mamá, no tienes que decírmelo… queda ver quién se sacó la lotería con quién, porque, hasta este momento, eres tú —dijo, y golpeó su shot contra el de Bruno para beberlo.



— Fuerte —repitió como hacía unos momentos, y colocó el shot vacío sobre la mesa—. Yulia, yo no pretendo ser un estorbo, ni para tu mamá ni en la relación que tú y tus hermanos tienen con ella, pero tampoco pretendo dejar de verla sólo porque no te caigo bien.



— Me estás empezando a caer mejor —sonrió.



— No te lo digo para caerte bien.



— Y por eso es que me empiezas a caer mejor —rio—. No pretendo que dejes de ver a mi mamá por capricho mío, ya la pubertad y la adolescencia fueron superadas, pero creo que nunca está de más velar por mi mamá así como ella lo ha hecho por mí: retribución…



— Y eso está más que perfecto —asintió—. Pero te lo decía porque…



— Yo sé que también es posible que yo no te caiga bien a ti —dijo, robándole las palabras de la mente pero no de la boca—. Y yo acepto y respeto la relación que tienen, pero tampoco significa que me voy a obligar a acoplarme a ustedes.



— Precisamente a eso iba —rio, tomando la botella para verter él dos centilitros en cada shot—. No quiero ser la razón por la cual no llegas en Navidad… porque sé que algo tuve que ver en la Navidad pasada.



— A ti no tengo por qué mentirte porque no eres parte de mi convicción —le dijo con una sonrisa—, pero sí fuiste una razón… quizás no de tanto peso como crees —«porque tampoco te consideraba tan trascendental en aquel momento, y todavía no te considero tan trascendental»—. Prefiero lidiar con una cosa a la vez, y no me pareció sano tener que lidiar con lo de mi papá y contigo al mismo tiempo… porque entonces no estaríamos aquí sentados hablando pacíficamente.



— Tú te conoces…



— Y bastante bien —asintió—. Más civil y más sano así.



— Si tú lo dices —se encogió entre hombros—. Pero sí quiero que tengas la confianza para decirme que quieres llegar a tu casa y que yo no esté allí, así sea que nos caigamos bien o mal.  



— Bruno, yo ya aprendí que no puedo controlarlo todo… a mí no me interesa si te quedas a vivir en mi casa, no me interesa si compartimos tramezzini o no, lo que sí me interesa es que no te veas con la carga de tener tres hijos más; que no pretendas actuar como papá con nosotros.



— Es lo bueno de que mis hijos tengan que lidiar con un padrastro que se ha adueñado del papel de papá también —sonrió—. Yo no planeo tratarte como trato a mi hija, pero sí planeo tratarte.



— Mmm… ¿puedo preguntarte algo?



— Por favor.



— ¿Qué tan cómodo te sientes conmigo y con Lena?



— ¿Cómo? —frunció su ceño—. ¿En qué sentido?



— Estamos viendo dónde quedarnos en diciembre que lleguemos.



— Creí que era automático que se quedarían en tu casa… ¿o planeas quedarte en el apartamento de tu papá? —Yulia sólo ensanchó la mirada—. Tu mamá va una vez al mes a limpiar —se encogió entre hombros entre su explicación de por qué sabía de ese apartamento—. No es como que yo la acompaño o le ayude, dice que es algo que tiene que hacer sola.



— Si fuera sólo yo, pues sí… sería automático que me quedara en mi casa —asintió, intentando olvidar el comentario del apartamento de Oleg—. Pero Lena viene conmigo.



— No veo por qué no puedan quedarse en tu casa —sonrió—. Sé que son los días más felices de tu mamá.



— Asumiendo que tú no cambiarás tu rutina sólo porque nosotras estamos allí, ¿te molestaría?



  — ¿Por qué me molestaría?



— Ergo mi pregunta.



— Es como que yo te pregunte si te molesta la idea de que yo duerma allí tres o cuatro noches a la semana… sin importar la semana que sea —sonrió—. Sólo habría que hacer más tramezzini, poner más café en la cafetera… —dijo, y Yulia sólo rio—. Cierto, tú no bebes café y te encargas personalmente del Latte de Lena.



— Haces tu tarea —rio.



— Se hace lo que se puede —guiñó su ojo.



— Pues, salud —dijo Yulia, levantando su shot.



  — ¿Salud por qué?



  — Por la familia —murmuró, y llevó el shot a su garganta.



— Por la familia —repitió Bruno, imitándola con su shot.



— ¿Todavía "fuerte"? —preguntó, y Bruno sólo rio calladamente con una simple sonrisa—. "Tolerancia adquirida" —sonrió ante lo que asumió ser una negación.



— ¿No se supone que se bebe con limón y sal?



— Quizás con un Patron, a lo mucho con un Don Julio… pero no con un Dos Lunas —sonrió.



— Lo siento, no estoy tan informado sobre el tema.



— No es el fin del mundo —sacudió su cabeza—, y tampoco juzgo por un tequila.



  — Qué bueno —sonrió minúsculamente, viendo a Yulia tomar la copa de Martini para darle un sorbo tímido.



— ¿Cuáles son los planes que tienen para mientras estén aquí? —le preguntó Yulia para alargar la conversación, pues si debía ser conversación, que fuera equitativa.



— Tu mamá asumió que mañana no te íbamos a ver —resopló, gozando de cuánto conocía Larissa a Yulia—, tenemos entradas para ver el musical de Motown.



— Bonita elección —comentó.



— ¿Ya lo viste?



— Sí, hace como dos o tres semanas…



  — ¿Te gustó?



        — Mmm… —tambaleó su cabeza, dudando entre un "no" y un "más o menos"—. Creo que no deberías dejar que mi opinión influya —resolvió responder evasivamente.



— Sólo para tener una referencia.



— Es que todo depende de si vas a verlo porque te gusta lo que es Motown, o porque tienes ganas de que te entretengan, o porque es el único musical que no has visto —se encogió entre hombros—. Si te gusta Motown, tanto la música como la época, creo que deberías bajar tus expectativas un poco para no decepcionarte, si tienes ganas de que te entretengan con esos veinte años de música entonces vas a algo bueno, y, si es el único musical que no has visto… mmm… asumo que es para pasar un buen rato.



— No te gustó —rio.



  — Es justo y representativo, pero no es la gran cosa; mis expectativas estaban muy altas por las críticas de la prensa… pero para eso tengo una playlist a la que Lena procura nunca entrar.



— ¿A Lena no le gusta Motown?



— Sólo le gusta "I’m So Excited", pero esa no es tan ícono Motown —sacudió su cabeza.



— Pero a ti sí te gusta.



— No soy tan fanática, soy más de los ochentas en adelante, pero también puedo escuchar desde principios de Siglo —se encogió entre hombros—, no discrimino.



— Entonces es de asumir que la música que están tocando ahorita es la música que le gusta a Lena.



— También me gusta a mí —sonrió—. Como sea, ¿qué otros planes tienen?



  — ¿No han hablado con tu mamá sobre eso?



— Me preguntó qué era lo que podían hacer, le mencioné un par de cosas, y me preguntó si mis recomendaciones las estaba leyendo de Wikipedia porque le había mencionado las mismas cosas —rio—. Al final no sé qué decidió.



— Vamos a esperar a tu hermana para ir al MET y para ver "Chicago", por lo demás me dijo que sólo íbamos a salir a donde nos llevara el mapa.



— Es una buena idea —rio—. Así aprendí a conocer la ciudad.



— Creí que la habías conocido por puntos de referencia.



— Sólo una implementación del mapa —rio—, lo que sea que me haga la vida más fácil.



— La vida es de los astutos —guiñó su ojo, viendo a Yulia terminarse su Martini con una sonrisa—. Romeo y Margaret estaban hablando de invitarnos a cenar el domingo.



— Sí, James y Margaret van a cocinar —asintió.



  — ¿Eso es bueno?



— Me da hambre de sólo pensar en eso —asintió de nuevo—. Es muy bueno.



— Entonces intentaré no comer muy tarde, porque, según lo que dijo Margaret, podemos esperar un "three-course-meal".



  — Ya sé que el domingo sólo voy a desayunar, entonces —rio Yulia, levantando su mano para darle continuidad a su labor de exasperar a los meseros—. Quizás el domingo podamos desayunar juntos, así podemos dar un tour caminado, ustedes pueden descansar por la tarde, y luego vamos con los papás de Natasha.



— Suena bien —asintió—. ¿Natasha es la del vestido rosado, verdad?



— Agua, por favor —dijo Yulia para el mesero mientras asentía para Bruno.



— ¿Y la otra?



— Marie, es la eterna novia y prometida de James —sonrió, viendo caer el agua con hielo en la copa adecuada—. Son mis amigos por adquisición, venían con Natasha, igual que Thomas; el que baila con Katya.



— Suena a "amistad por obligación" —bromeó.



— Al principio nada más —asintió con una risa nasal, agradeciéndole al mesero con la mirada mientras tomaba su copa de agua en su mano—. Se les toma cariño, andan en la misma sintonía que nosotros.



— Eso es algo muy bueno —sonrió.



— Sí —rio nasalmente, y bebió tres refrescantes e insípidos tragos.



— ¿Vienes para navidad, entonces?



— Esa es la intención —asintió, aclarándose la garganta con la típica maña de llevar su puño a sus labios—. Me gustaría estar con mi mamá para su cumpleaños.



— Sí, te echó de menos el año pasado.



— Este año no será así —dijo un tanto tajante, pues parecía que le estaba reclamando la emoción—. Ya tengo todo para irme el doce y regresar el veintiocho… pero para eso falta.



  — El tiempo se pasa rápido.



— A veces —sonrió.



  — Siempre —le dijo con una mirada de tener el interés despierto, pero Yulia sólo rio nasalmente y bebió un poco de agua—. ¿Cuándo no pasa rápido? —Yulia se encogió entre hombros—. ¿Ahorita?



— Tengo sentimientos encontrados en cuanto a la rapidez con la que el tiempo decide pasar en este día —tambaleó su cabeza—. Ha pasado como en cámara lenta.



— Es tu boda, si quieres que se termine, no veo por qué no puedas terminarla.



— Me acabo de casar, ¿por qué lo terminaría? —rio con la mirada ancha.



— No me refiero a un divorcio —rio realmente divertido—, hablo de la fiesta… si quieres estar a solas con Lena, no veo por qué no.



— El tema de conversación se acaba de volver un poco perturbador —se carcajeó, sacudiendo su cabeza mientras intentaba no ceder al automático rubor.



  — No soy tan ingenuo —mantuvo la risa—, y tampoco vivo en omisión.



— Y no es ni el lugar ni el momento para acabar con esa sonrisa —repuso, señalando a una sonriente Lena que bromeaba con Phillip entre muecas y brazos y piernas por aquí y por allá, y Bruno sólo rio nasalmente ante la confusión del comentario.





A Yulia le dio risa ver cómo era Phillip quien intentaba enseñarle a Lena cómo se bailaba "Proud Mary", y le dio risa porque era Phillip quien sabía y no Lena, quizás el abandono parental le había enseñado cosas buenas y a bailar como Tina Turner sin lograr renunciar absolutamente a su masculinidad, y, desde lo lejos, era Larissa quien observaba a Yulia y a Bruno desde que Bruno había decidido sentarse a la mesa con Yulia; cosas del nerviosismo familiar porque ambos eran importantes pero a distintos niveles de importancia, «por supuesto».





— ¿Es primera vez que hablan? —le preguntó Inessa con la mayor discreción que pudo.



— ¿Tanto se nota? —resopló Larissa, volviéndose completamente hacia Inessa, pues ya los Roberts se habían dedicado a hablar con Volterra sobre sabía Dios qué tema local, probablemente se trataba de de Blasio.



— No puede ser tan malo, ¿o sí?



— No tengo idea —se encogió entre hombros.



— Se han estado riendo todo el rato.



— Y compartieron tequila —rio nasalmente—, y yo creo que Bruno nunca había bebido tequila antes.



— ¿Hay algo que te preocupe que hablen?



— No —sacudió su cabeza—, es sólo que esperaba estar presente en la primera conversación cara-a-cara que tuvieran.



— Y estás presente —dijo, buscando reconfortarla porque entendía los nervios, pues ella ya los había sentido pero de otra forma—. Se han reído y han bebido tequila, no veo por qué haya un mal resultado —sonrió—. Creo que debería aliviarte un poco.



— ¿Por qué?



— Porque la próxima vez que se vean, sea aquí o en Roma, ya no va a ser tan incómodo; lo que importa es romper el hielo —sonrió.



— En cierto modo me alivia que los dos tengan alcohol en la sangre —dijo, como si eso no tuviera nada que ver—, es la única vez que le he visto lo bueno al alcohol… pero, para la próxima, estarán en su estado más racional y natural posible.



— ¿Entonces? —rio al ver cómo Larissa no podía despegar la curiosa y nerviosa mirada de aquellas dos personas que ahora estaban por beber otro shot de tequila—. No me digas que crees que son patada al hígado mutua…



— Siempre que hablamos sobre Bruno, Yulia se ríe…



— ¿Y por qué puede ser eso algo malo?



— Porque si se ríe es porque el tema le incomoda, y ahora el tema está sentado con ella —respondió, viendo cómo brindaban con una risa que sólo podía definir como "incomodidad"—. Y Bruno no la conoce, no creo que sepa que si se ríe es porque está incomodándola aunque ella le diga que no.



— Bruno es gracioso y Yulia es educada, supongo que será cordial y de la amigable porque se trata del novio de su mamá.



— Piénsalo como si se tratara de Lena y de… —dijo, desviando su mirada en dirección a Volterra, y Inessa, entre una risa nasal y ojos entrecerrados por la acertada jugarreta, se tomó dos segundos para considerar inyectar una mayor dosis de empatía.



— ¡Ajá! —lanzó una carcajada repentina—. En ese caso, si se tratara de Lena, ella se estaría riendo porque estaría bromeando cínicamente con el hombre.



  — Quizás Yulia no bromea cínicamente, pero sí insulta subliminalmente… probablemente Bruno ni sabe que lo está descuartizando y él se ríe.



  — Es básicamente lo mismo —dijo, y ambas ensancharon la mirada en un segundo de silencio mutuo e intercambiaron una sonora carcajada que les logró sacar hasta las lágrimas mientras los Roberts y Volterra las miraban sin la más remota idea de sobre qué reían con tanta gracia y con tantas ganas, y con tanto champán encima—. Bueno, resulta que son más parecidas de lo que creímos.



— Definitivamente —asintió.



— ¡Hey! —rio Yulia al ver que Luca se asomaba a la mesa—. Ven, siéntate con nosotros —terminó por invitarlo con un gesto de manos.



— ¿No interrumpo? —frunció su ceño al ver que estaba con uno de los adultos.



— Para nada —sacudió Yulia su cabeza—. Te presento a Bruno —le dijo mientras lo veía tomar asiento a su lado izquierdo para quedar frente a Bruno—, el novio de mi mamá.



— Ah, un placer —sonrió Luca para Bruno mientras le alcanzaba la mano por sobre la mesa para ofrecerle un apretón de manos—. Luca.



— Mucho gusto —sonrió—. Bueno, yo creo que voy a regresar con tu mamá —le dijo a Yulia, quien asintió para verlo ponerse de pie y, con un gesto de educado permiso, se retiró con una sonrisa.



— Ese hombre tiene el cabello que yo quiero tener —dijo Luca en cuanto consideró que había suficiente distancia.



— Hm… él tiene el cabello agradable —comentó Yulia para sí misma, aceptando que era el cabello, y el peinado, y el mechón canoso, lo que lo hacía tan ameno para la vista.



— ¿Perdón? —se acercó más a ella al no haberla escuchado.



— Hueles a cenicero —resopló con una expresión de sentimientos encontrados, pues extrañaba el olor al punto de provocarle nostalgia, pero al mismo tiempo lo aborrecía—. ¿Te fumaste hasta la cajetilla?



— Casi —asintió—, pero me queda una cajetilla completa… por si quieres.



— Por tercera vez: no, no quiero —rio—. Evito arrugas, agudizo papilas gustativas, y no me muero cuando decido trotar una hora.



— ¿Ahora trotas? —frunció su ceño, y Yulia asintió entre hombros encogidos—. ¿Ya no haces esgrima?



— Tengo como un año o dos de no hacerlo —sacudió su cabeza—, pero todavía tengo mi máscara de Guy Fawkes, mi uniforme blanco y negro con la fleur-de-lys sobre el pecho y el florete rojo.



— ¿Por qué me dices eso?



— Porque ya siento un comentario sobre cuánto me ha cambiado la ciudad, el trabajo, la vida, Lena… —dijo en tono de hostigamiento con un gesto de manos que no eran nada más que de asco.



— Hay de todo —se encogió entre hombros—, pero no tengo nada en contra de la ciudad, o del trabajo, o de la vida, o de Lena…



— Pero sí he cambiado.



— Sí, has cambiado, no te han cambiado —sonrió, y Yulia, queriendo estar de acuerdo, no pudo estarlo al considerar que la habían hecho cambiar, para bien o para mal, y que había cambiado porque así habían sucedido las cosas, en especial porque Lena había sucedido—. Al menos sé que has aprendido a escoger mejor a tus amistades.



  — Eres un mártir —rio, llevando el dorso de su mano para agravar el dramatismo.



— No lo decía por mí —frunció su ceño, alcanzando la botella de tequila y el shot de Bruno para servirse un poco.



— Todos tenemos un ex del que nos arrepentimos por A o B motivo —entrecerró sus ojos.



— Tampoco me refería a Ferrazano —rio, vertiendo tequila en el shot de Yulia también.



— Definitivamente no aprendí a leer mentes —rio Yulia.



— Tu amiga Natasha… —sacudió su cabeza.



— ¿Qué con ella?



— Tiene complejo de hermana —dijo con tono burlón, y Yulia elevó la ceja derecha en respuesta.



— Entonces era sarcasmo —repuso Yulia, él asintió, y ella elevó su ceja todavía más.



— Se cree con la autoridad suprema de poder escoger a tus amigos, como si fueras suya —rio, dejando a Yulia colgada con la falta de intención de brindis, pues llevó su shot a su garganta, y, acto seguido, le arrebató su shot de su mano para beberlo también—. Prácticamente me dijo que me alejara, que era un gilipollas.



— Eso es porque lo eres —frunció su ceño.



— ¿Ah, sí? —rio, sirviéndose un poco más en ambos shots.



  — Con lo gilipollas se nace —asintió—, pero, como me considero tu amiga, te lo tolero… porque aprendí a lidiar con eso.



— Uy, suenas decepcionada.



— ¿Por qué lo estaría? —ladeó su cabeza con su ceño fruncido.



— No sé, ya siento un sermón sobre cómo tengo que crecer, sobre cómo tengo que madurar, etc., etc., etc.



— Vamos, vamos… crece y madura a tu ritmo, a mí me da igual —rio—, no soy yo la que se lleva los disgustos.



— Según tu hermana Natasha sí —rio cínicamente—. Soy un atentado a la moral y a la ética conversacional… si es que eso existe.



— En mi vida ha habido tres pendejos, y eso sólo me enseñó dos cosas, y digo dos puntos: me enseñó que el que nace pendejo, pendejo se queda, y que todos los pendejos son iguales —sonrió.



— Auch —rio, sacudiendo su cabeza al no entender qué era lo que le estaba diciendo con exactitud, y llevó un shot a sus labios.



— Además, al pendejo se le sigue la corriente para que se calle, sino sigue molestando… problemas de baja autoestima, supongo —sonrió de nuevo, y ensanchó la sonrisa en cuanto el otro shot lo hizo exhalar calor y quemadura esofágica.



— Entonces, ¿tengo baja autoestima?



  — Si el stiletto te queda —asintió.



— ¿Qué? —frunció su ceño al no entender la metáfora.



— Yo sé cómo funcionas, estoy acostumbrada a tener a una gama de pendejos de referencia, pero con Natasha no te metes —le dijo tranquilamente mientras vertía tequila en ambos shots—. Ella no tiene "complejo de hermana", ella es mi hermana… y sus papás, esos señores de allá —dijo, señalando a los Roberts—, son como mis papás; entre Natasha, Phillip y ellos, es que logré salir a la superficie… momento en el que, hasta donde yo sé y que lo sé porque te busqué, tú no estabas.



— Ella se refirió a algo que tenía que ver con Lena.



— Sí, porque Lena me sacó del agua, me dio RCP y respiración boca a boca sin conocerme —sonrió—. Conmigo puedes ser tan pendejo como quieras, pero te voy a pedir de favor que a Natasha y a su familia la respetes, y te voy a pedir que a mi esposa la trates como si se fuera a quebrar… porque si no yo te voy a quebrar… personalmente te voy a quebrar, y no es una metáfora —sonrió de nuevo, y se puso de pie.



  — ¿A dónde vas?



— Voy a dejar que Natasha baile con su esposo para yo poder bailar con mi esposa —guiñó su ojo—. Ven a bailar cuando logres recomponerte.

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EL LADO SEXY DE LA ARQUITECTURA PARTE 2  - Página 5 Empty Re: EL LADO SEXY DE LA ARQUITECTURA PARTE 2

Mensaje por VIVALENZ28 11/21/2015, 2:01 am

***

















— ¡Phillip Charles! —canturreó esa voz que la hizo petrificarse al borde del ascensor, al cual quiso regresar para huir de ahí, pero las puertas se cerraron tras ella y no pudo hacerlo—. Tú no eres Phillip Charles —frunció Katherine su ceño ante una Yulia que venía con una bolsa color cian y otra color fucsia en su mano izquierda mientras que sostenía su bolso de su hombro derecho e intentaba mantener un paquete de FedEx bajo su brazo.



— Uhm… ¿no? —murmuró Yulia un tanto cohibida, pues ella sí lograba cohibirla y no sabía ni por qué, «pero tampoco lamento decepcionarla».



— ¡Amor! —corrió Natasha por el pasillo, deslizándose con precisión sobre el piso encerado para imitar a Tom Cruise en "Risky Business" con Bob Seger en el fondo.



— No es Phillip —le dijo Katherine con desgana.



— Basta con echar esos viejos discos fuera de la plataforma, me sentaré y escucharé por mi misma —canturreó Natasha.



— La música de hoy no tiene la misma alma, me gusta los viejos tiempos del rock n' roll —correspondió Yulia con una sonrisa al verla realmente como Tom Cruise, pues vestía una camisa que se notaba que era de Phillip  y no sólo por las iniciales bordadas sobre el bolsillo frontal, sino también por la talla y porque era a rayas granate y blancas, y vestía calcetines blancos, aunque eran punteras, y llevaba la camisa abierta para dejar ver el hermoso juego de lencería negra de encaje.



— ¿Qué te parece? —sonrió, omitiendo conscientemente a su suegra, y dejó caer la camisa al suelo para mostrarle ese juego Kiki de Montparnasse como debía ser.



— Una vuelta —repuso Yulia, dejando caer las bolsas al suelo y tomándola de la mano para darle ella la vuelta—. Mmm… —suspiró, y ahogó un falso gruñido—. Te ves deliciosa —dijo en tono salaz, y le dio un beso en la mano para luego saludarla con dos besos lentos y falsamente provocativos, uno en cada mejilla—. Hola, amor —susurró.



— Hola, amor —respondió con un susurro, y, sin soltarle la mano, esperó los dos segundos que sabía que le tomarían a Katherine para hacerles saber que ella estaba presente con una aclaración de garganta.



— Perdón, Katherine —sonrió Yulia, fingiendo un momento incómodo por lo de la mano mientras Natasha materializaba un rubor falso en sus cabizbajas mejillas—. ¿Cómo está? —se acercó con la intención de un abrazo que sabía que no iba a dar ni a recibir.



  — Bien —respondió tajantemente y de brazos cruzados—, Estoy bien.



— Qué bueno —sonrió Yulia, apilando fuerzas y coraje para hacer lo siguiente—, siempre es un gusto verla —dijo, y le plantó un beso sonoro en cada mejilla—. Amor, ¿vamos? —se volvió hacia una Natasha que ya se enfundaba las mangas de la camisa en sus brazos.



— Vamos —sonrió, intentando aguantarse la carcajada interna, y le ayudó con las bolsas que estaban sobre el suelo—. ¿Me trajiste algo de la sex shop? —le preguntó ya cuando desaparecían por el pasillo en dirección a la oficina casera de Phillip.



   — Eres tan mala —susurró con una risita nasal para que Katherine no las escuchara, pero ella seguía petrificada ante el supremo lesbianismo que había presenciado hacía unos momentos.



— Gracias por ayudarme a incomodarla —guiñó su ojo, dándole paso hacia el interior de la habitación.



— Lo que sea para que estés más tranquila y puedas respirar bien —respondió su guiño de ojo con uno por igual.



  — Gracias —suspiró, entrecerrando la puerta, aunque creyó que la había cerrado por completo—. Tengo los papeles aquí… —dijo, caminando hacia el escritorio que prácticamente sólo Phillip utilizaba cuando no había modo de dejar el trabajo en el trabajo.



— ¿Cuántos cheques necesitas? —le preguntó colocando la caja de FedEx sobre una de las encimeras de madera que guardaban una absurda colección de CDs originales, los cuales, al igual que los DVDs y los Blu-Rays, servían para tener algo tangible a pesar de que todo existía también en algún lugar del ciberespacio.



  — Tres —levantó sus dedos índice, medio y anular para graficar el número—. Uno por…



— No —sacudió su cabeza, introduciendo su mano en su bolso para pescar la chequera que pocas veces sacaba de la caja fuerte—. Te voy a dejar cuatro cheques firmados para que sólo les pongas la cantidad, ¿te parece? —sonrió.



— Se me olvida que detestas escribir cheques —rio—. Pero sólo dame tres, porque son los últimos tres.



— ¿Y ya terminé de pagar mi súper boda? —sonrió, materializando su pluma fuente Tibaldi, esa con el "Bentley" grabado.



— Ya con esto pagas música, la habitación de tu mamá y de tu suegra, y la decoración —asintió.



— Perfecto —suspiró, agilizando el infalsificable garabato que pretendía plasmar su nombre con unicidad—. ¿Qué papeles me tienes?



— Tengo la lista de canciones, las especificaciones de las habitaciones, y el catálogo que te envía Tía Martha —sonrió, logrando que Yulia elevara la mirada con una ancha sonrisa de emoción—. Nunca te había visto sonreír así por un catálogo de Kitchenware —rio.



— No es cualquier Kitchenware, es el Kitchenware —rio nasalmente, pasando el segundo cheque para firmar el tercero.



— Haces un punto justo



— Lo sé.



— Ego… —sacudió su cabeza, y Yulia, mientras asentía, arrancó los tres cheques para alcanzárselos a su mejor amiga—. Por cierto, ¿ya tienes vestido para la otra semana?



— Tengo varios vestidos en mi clóset, Nathaniel —rio, tomando el papel con las especificaciones de las habitaciones del Plaza para revisar que todo estuviera en orden—, pero, si te refieres al ridículo Badgley Mischka en color ostra… —sacudió su cabeza—. Claro que lo tengo.



— ¿Badgley Mischka? —frunció su ceño—. No sé por qué creí que te ibas a inclinar más por un Alexander McQueen.



— El que me gustaba sólo estaba en talla dos y en talla dos y en talla dos —sonrió, sabiendo que había repetido la misma talla tres veces, pues se refería al número de unidades existentes.



— ¿Cómo es?



— ¿El Alexander? —preguntó sin volverla a ver, pero, aun sin estarla viendo, supo que sacudía su cabeza—. El Mischka es… es perfecto —rio.



  — ¿Qué tan perfecto?



  — Si tuviera que casarme en un vestido blanco, probablemente me casaría en ese vestido —sonrió—. Aunque, como dije hace veinte segundos, es color ostra y no blanco… pero es simplemente exquisito; es como para bailar "Worrisome Heart" con Lena.



— Wo-ow —rio cortadamente, pues ya sabía cómo era de perfecto—. ¿Y Lena?



  — Un Alice + Olivia de bateau neck y media mermaid skirt…



— ¿Y qué tiene de especial el vestido?



— La espalda es muy sexy —rio nasalmente—, es un vestido como para no usar nada; no bra, no thong.



— ¿Tan atrevido?



— Es justo —tambaleó su cabeza—. Pero olvídate de nuestros vestidos, hablemos del tuyo y del de tu mamá.



— Tía Donatella me envió un halter azul marino con plumas…



  — No suena tan…



— Tiene una cadena —rio, y Yulia levantó la mirada—. Tiene una cadena de verdad —dijo, dibujando la línea halter sobre su cuello.



— Ahora, eso es genial —asintió.



  — Lo sé —susurró.



  — ¿Y tu mamá?



— No tengo idea, no lo he visto —se encogió entre hombros.



— ¿Tu suegra va a ir? —susurró.



— Mi mamá la ha invitado, también a mi suegro y a mi cuñada, pero no sé si va a querer ir… o si todavía esté aquí para cuando eso suceda.



— Vienes diciendo eso desde hace una eternidad, y el cumpleaños de tu mamá es el viernes de la otra semana —sacudió su cabeza.



— Mi papá dijo que mi suegra había colocado una propuesta más agradable para sus clientes, por lo que cree que la van a aceptar… si eso no resulta, no me queda más que tener fe —rio—. Lo que sí sé es que mi cuñada va a venir el martes…



— ¿Y eso?



— Cree que tiene un problema —respondió, y Yulia frunció su ceño—. Tiene un problema de tipo "eso".



— Oh… —frunció sus labios—. ¿Y a qué viene? Digo, ¿no puede hacer algo estando en Princeton?



— No sé, yo no pregunté lo que sé que no quería que le preguntara —rio—, yo sólo le dije que sí la iba a acompañar a hacerse los exámenes.



— Eres una buena cuñada, Nathaniel —sonrió, pero Natasha no pudo verbalizar ese "lo sé" por tener otra cosa en el camino vocal—. Pero, si quieres, la llevo yo.



— ¿Por qué harías eso?



— Si tú no puedes hacerlo, yo puedo hacerlo, no es ningún inconveniente —sonrió de nuevo.



— No es ningún inconveniente para mí…



— Entonces, ¿por qué tienes cara de "quebré la muñeca de porcelana de la abuela"?



— Estoy tarde —susurró cabizbaja.



— Que tan tarde? —reciprocó el susurro pero con la mirada ancha, mirada que no pudo disimular en lo absoluto.



— Una semana.



— ¿Eso es bastante?



  — Si a ti se te atrasa por una semana, ¿qué crees?



— Nate, no es lo mismo —rio—. No es como que Lena pueda fecundar mis fértiles óvulos —dijo con la boca llena de sarcasmo, y Natasha sólo rio nasalmente—. Ahora que lo mencionas, ya me sucedió una vez, y por eso fui al OBGYN.



— ¿Y?



— No tenía nada de malo, sólo estaba reajustando mi ciclo… cosas hormonales que tienen que ver con las hormonas de Lena… fenómenos que no están en el manual —se encogió entre hombros—. ¿Phillip ya sabe?



  — No quiero decirle hasta estar segura —sacudió su cabeza—. Es más, no quiero decirle hasta que haya pasado el primer trimestre… si es que estoy cultivando un phaseolus vulgaris.



— ¿Quieres que te acompañe a hacer un examen de sangre el lunes?



— ¿Harías eso por mí?



— Tiene que ser después de que saquemos la licencia —le dijo—, pero claro que lo haría… lo haré.



— Podría recogerte del City Clerk para ir a hacerlo, así no pierdes tiempo en la tarde.



— Lo que sea que tenga que ver contigo no es una pérdida de tiempo, Nate —sonrió—, pero Lena estará conmigo.



— Que venga con nosotras, así tengo dos abrazos en uno.



— Entonces iremos —dijo en tono reconfortante—, sólo intenta no preocuparte más de lo normal, ¿sí?



— Me preocupa una respuesta positiva, no una respuesta negativa.



— Lo que necesitas es una respuesta, sea positiva o negativa no importa por ahora, ya luego veremos qué y cómo hacemos —guiñó su ojo.



— Gracias, Yul.



— Cuando quieras —dijo, y por fin firmó las especificaciones de las habitaciones.



— Por cierto, ¿qué te enviaron por FedEx?



— Ábrelo —le dijo, pasando a las nueve páginas que contenían una doble columna de nombres de canciones.



— Te lo envió tu hermana.



— Sí, es el resultado de una misión muy especial —rio.



— ¿Qué la pusiste a hacer?



— Nada, no era de alto riesgo ni de proporciones imposibles —sacudió su cabeza, decidiendo omitir los nombres de las canciones porque, en realidad, le daba igual qué canciones tocaban y qué canciones no, y le parecía que, si Natasha había trabajado con ellos en la elección, todo estaba en orden—. Sólo tenía que buscar, lo que hay dentro, en la bodega de mi casa.



Natasha abrió el paquete como si se tratara de una reliquia, pues asumió que, si estaba en la bodega de la casa de Yulia, era porque debía serlo de alguna forma, y se encontró con una réplica a escala de un Yamaha de media cola que era relativamente pesado para ser sólo un juguete.



— ¿Qué es?



— Es un Yamaha G, una réplica del piano de mi mamá —sonrió, alcanzándole las manos para que se lo entregara—. Me lo regaló cuando tenía cinco, y no lo había vuelto a ver desde los doce…



— Entonces sí es una reliquia —bromeó en cuanto a su edad.



— Debería serlo, es un trabajo excepcional —sonrió para sí misma mientras colocaba el piano sobre el escritorio y repasaba las falsas teclas con sus manicurados dedos—. Tiene treinta y tres notas… creo que se tardaron tres meses en hacerla —resopló, y, de un movimiento, volcó el piano para ubicar la perilla.



— Es una caja musical —suspiró Natasha con una sonrisa.



  — Lo es —asintió mientras le daba cuerda el número de veces que sabía que eran necesarias—. Dura tres minutos con doce segundos, nada cercano al tiempo real de la pieza porque es casi la mitad, pero es tan perfecto…



  — Nunca te habría imaginado como una niña de music box.



  — No lo era —sacudió su cabeza—. No es una music box de la que sale una bailarina de ballet con leotardo, tutú y zapatillas rosadas en posición de Arabesque, o en cuarta o quinta posición.



  — Entonces, ¿qué sale?



— Música —susurró, y, colocando el piano sobre las patas, dejó ir la cuerda para que empezaran a sonar esas treinta y tres notas que Yulia ya había empezado a gozar con sus ojos cerrados.



— Ya he escuchado esa canción… —dijo en cuanto se terminó.



— Sí —susurró—, ya la has escuchado.



— ¿Nostalgia sobre tu infancia? —rio nasalmente.



— No es nostalgia —sacudió su cabeza mientras acariciaba la caja del piano para abrirla.



— ¿Entonces?



— Es momento de dejar que regrese a mi vida —se encogió entre hombros.



— Eso sí suena un poco a nostalgia.



— Quiero que regrese de otra forma —sonrió, y Natasha entendió a qué se refería—. ¿Puedo dejarla aquí junto con las otras cosas?



— Claro —asintió, y se dirigió a uno de los gabinetes de las libreras para que Yulia pudiera colocar su reliquia dentro de la caja de FedEx.



— Gracias, Nate —dijo, y le dio un abrazo y un beso en la mejilla.



— Lo que necesites, Yul —repuso, correspondiéndole el abrazo porque pocas veces recibía un abrazo así de cálido—. Por cierto, ¿qué van a hacer mañana?



— Absolutamente nada, ¿por qué?



— Wanna hit Top of The Standard?



— "Top of The Standard" like in the danceclub? —rio.



— Sí —asintió—. Marie y James vienen, Thomas también, sólo ustedes faltan… pues, es que Patrick, Derek y Mark también van, así que sería salir cada quien por su lado —dijo refiriéndose a Phillip y a sus amigos de toda la vida, y, por implicación, a las novias de los mencionados.



— Por mí sí, le voy a preguntar a Lena.



— Si no quieren o no pueden ir no hay ningún problema.



— Preguntaré —sonrió.



— Perfecto.



— Mmm… tengo que ir al baño —frunció su ceño y sus labios.



— ¿Desde cuándo te estorba ir al baño? —rio.



— Desde que las Wolford se me deslizan —sacudió su cabeza, pero Natasha ladeó su cabeza con su ceño fruncido, pues no entendía cómo unas medias Wolford podían deslizarse, y Yulia decidió levantar su falda para revelar que sus medias Wolford se sostenían por obra y gracia de un garter negro.



    — Ah, es esfuerzo doble ir al baño —se burló Natasha, y Yulia asintió—. Yo no llevaría nada puesto…



  — ¿Sin tanga?



— Seguro, ¿por qué no? —se encogió entre hombros—. Así sólo llego al baño, me siento, hago lo que tengo que hacer, y no tengo que estar desabrochando el garter a cada rato.



— A veces eres tan inteligente —rio nasalmente, y llevó sus dedos a los broches del garter.



— Lo sé —sacó su lengua—. Cambiando el tema, ¿en dónde has metido a Lena?



— La última vez que revisé mi teléfono… estaba en Central Park, asumo que ha sacado a pasear al Carajito.



— Entonces voy a asumir que es por eso que Phillip está allí también.



— Sería lo sensato —asintió—, porque a tus patos sólo tú los puedes alimentar.



— Mi papá donó a la ciudad, de Blasio puede abstenerse de multarme —sonrió—. Si no le gusta que alimente a su fauna, pues que lo haga él.



— Ni porque lo hiciera él personalmente lo dejarías de hacer.



— Déjate soñar —sacó nuevamente su lengua, y Yulia, guiñando su ojo, se escondió tras la puerta del baño para tener alivio fisiológico—. Oh, good… entonces sí me haces caso —rio al ver que Yulia salía del baño con actitud de relajación absoluta y con su Kiki de Montparnasse en la mano.



  — Claro que sí —rio, y, con el encaje en la mano, metió la mano en la bolsa color cian para pescar una caja blanca rectangular.



— ¿Qué compraste?



— Compré… —suspiró con su ceño fruncido al no saber cómo hacer lo que quería hacer—. Hice que Lena se deshiciera de la cosa roja esa



— Eso no me dice nada.



— Compré cinco cosas para que pudiera reponerlo —sonrió, anudando su tanga en forma de lazo alrededor de la caja como si fuese un regalo, porque eso era, «o algo así»—. Aunque creo que sólo fue que… no sé, estoy un poco nerviosa y se me salió la personalidad de compradora compulsiva… y terminé comprando todo lo que me pudieron recomendar usar —rio.



— Bueno, tienes opciones para explorar —sonrió Natasha, absteniéndose a preguntarle qué cinco cosas había comprado, pues sabía que la privacidad y la intimidad eran sinónimos en esa ocasión.



— Te digo, hay unas "opciones" que ni siquiera sé por qué las compré… por eso creo que son la consecuencia de mi adicción a las compras.



— No dudo que se divertirán explorando cada una de las opciones —rio.



— ¿Las has visto?



— No, pero un juguete nuevo es como… —frunció sus labios—. En realidad no tengo idea de cómo continuar esa idea.



  — ¿Por?



— Porque nunca he tenido un juguete —se encogió entre hombros—, ni para mi uso personal, ni para uso en pareja.



— ¿En serio? —levantó la ceja derecha.



— En mi cama, lo único que tiene baterías, es el control remoto del televisor —rio—. No he tenido un dildo, tampoco un vibrador, nada… o sea, tenía el que Marie regaló para Valentine’s hace años, pero nunca lo saqué de la caja.



— Si no has tenido uno, ¿cómo es que sabes cosas bastante acertadas?



— Porque no se necesita tanta ciencia como para saber qué puede provocarte y qué no —sacó su lengua—, sólo puedes tener dos resultados: o te mueres de la incomodidad, o te corres…



— ¿Ni lubricante?



— Eso no es juguete —rio—, es como un atrezo.



— Muy buen término —asintió, estando muy de acuerdo—. Por cierto, ¿me das un vaso con agua?



— Estás en tu casa, amor —sonrió, y vio a Yulia tomar sus cosas para ir camino a la cocina—. ¿Qué tal la reunión con Oceania?



— Son como de otro mundo —sacudió su cabeza con una sonrisa—. Y jamás me he divertido tanto en una reunión de trabajo.



— Cuenta detalles —dijo con tono desesperado.



— Éramos cinco personas; Conroy, que es el asesor ejecutivo, Gonzalez, el vicepresidente ejecutivo de servicio al pasajero, con esos dos me entiendo directamente, Binder, el vicepresidente de Prestige Cruise Holdings, y Kamlani, que es el director de operaciones.



— Sólo falos…



— Sólo falos… y yo —asintió, viendo a Natasha sacar un vaso mientras ella se encargaba de sacar una botella pequeña de Acqua Panna—. Primero hablamos sobre mi precio, y que accedieron a ciertas peticiones que les hice.



— ¿Qué peticiones?



— Subieron mi paga, accedieron a darme transporte personal por todo el tiempo que esté allá, apartamento con vista a la playa… y, como hay dos puestos más en mi equipo, que uno lo puedo poner yo.



— ¿Y te dijeron que sí? —ensanchó la mirada.



— Sí —asintió, llevando el vaso con agua a sus labios—, hasta me dijeron que creían que I was gonna go bunkers con los beneficios posteriores.



— Sabrán ellos con qué abortos de la sociedad han trabajado antes —rio.



  — Lo mismo pienso yo —rio nasalmente—. La cosa es que ya todo está arreglado.



— ¿Y eso te tomó seis horas? —frunció su ceño.



— No —sacudió su cabeza, y bebió el resto del agua sin parar—. Tenían a Jacques Pépin, el Chef oficial de la flota, para que cocinara cada platillo de cada restaurante.



  — ¿Con el motivo de?



— Que, a partir de la comida que quieren servir, ambiente cada restaurante… son ocho restaurantes más el Grand Dining Room.



— Suena a que fue bastante comida.



— Razón principal por la cual nos tomó seis horas —rio—. Claro, eran porciones muy pequeñas, sólo para que tuviera los sabores necesarios, y había un platillo completo de proporciones y porciones completas para que viera la estética… salí con un inusual álbum de fotos; de una polaroid de cada platillo con una breve descripción y todo categorizado por course y por restaurante, y también salí con la necesidad de visitar la página de Smythson para comprar más Dukes Manuscripts.



— ¿Estaba rica la comida?



— Creo que tu mamá estaría muy complacida —sonrió—. Sí.



— Entonces… ¿es un hecho que te vas? —dijo, no pudiendo evitar sonar triste, y tampoco pudo evitar verse triste.



  — Sólo por unos meses, Nate —respondió con tono reconfortante, y se acercó a ella para envolverla en un abrazo—. Me vas a visitar, ¿verdad?



— Cada momento que pueda —asintió contra su hombro mientras le correspondía el abrazo—. De igual forma, creo que lo de DKNY se va a caer porque LVMH quiere evitar hacer damage control desde el interior.



  — Lo siento mucho —susurró.



— No lo sientas —rio suavemente—, al menos yo no lo siento.



— ¿Estás bien?



— Estaría mejor si mi suegra se fuera… just to fuck Phillip’s brains out.



— Yo ya se lo dije a Phillip —rio—, ya su vida se detuvo demasiado por culpa de ella, que no les importe y sólo háganlo.



  — No quiero que a Phillip se le caiga su cosa —frunció su ceño.



— Se le cae porque le das tiempo para que se le caiga —dijo, dándose unos graciosos golpes en su sien con su dedo índice—. Sólo se requieren ganas para que te deje de importar tanto.



— Lo dices porque tu mamá no pasa en tu casa, o Inessa en dado caso.



— Ya las dos han estado en mi casa y eso no nos ha detenido —rio—. Cuando sea el momento para follar, entonces es el momento para follar… sea en la cocina, en la cama, en la oficina, en la arena… o en el baño de una casa que estás ambientando mientras que hay doce personas más que se pasean de aquí hacia allá y tienes que taparle la boca a Lena para que no nos delate…



— ¡Yulia! —se carcajeó.



— Todavía no lo hago en un castillo inflable —entrecerró sus ojos para bofetearla con el comentario.



— Y yo todavía no lo hago en un taxi —contraatacó.



  — Uh, golpe bajo.



— Tú empezaste —sacó su lengua—. Lo del castillo inflable fue una vez nada más.



— ¿Y tú qué crees, que lo del taxi se repitió? —frunció su ceño con falsa indignación—. Ahora que lo pienso… ¿un castillo inflable? —susurró.



  — No sé qué hacía un castillo inflable en el primer cumpleaños de Arielle, pero lo recuerdo con cariño.



— Claro, no todos los días se consigue coger en un castillo inflable.



— Ya era de noche, ya no había niños a los que podíamos traumatizar, tampoco fue tan malo… o pervertido for that matter.



  — Bonita experiencia —rio.



— Entre esa y la del bubble wrap… —sacudió su cabeza—. No sé cuál fue más extraña.



— Prefiero quedarme con cualquier superficie que esté entre las cuatro paredes que me pertenecen por propiedad legal y civil —sonrió—. Entiéndase el sofá, la cocina, el comedor, la cama…



— ¿El piano?



— No debes follar en un piano —frunció su ceño y sus labios—, nunca.



— ¿En serio nunca sobre el piano? —ensanchó la mirada.



— Una vez se intentó, pero estaba demasiado frío para los gustos que no me pertenecen —murmuró con sus ojos cerrados, acordándose de aquella fría madrugada en la que se había tenido que levantar de la cama porque, de no hacerlo, probablemente habría tenido un colapso nervioso silencioso—. Por cierto, ¿por qué no lo hacen en la ducha? —abrió sus ojos y materializó una mirada de epifanía.



— Porque Phillip se va temprano al trabajo, eso implica que me tendría que despertar hora y media antes de lo usual… y, a esa hora, ya está ella despierta también… y tan temprano no me funciona la vagina.



  — El baño es al único lugar al que no va a entrar sin tocar la puerta —le dijo con una sonrisa—. Eso quizás lo hace tu mamá cuando sabe que Phillip no está.



— Tienes un buen punto…



  — ¿Pero?



— Se te olvida el aspecto psicológico —resopló, sacando otra botella de Acqua Panna para Yulia—. Si de sexo se trata, yo puedo hacerlo sabiendo que mi suegra está con la oreja pegada a la puerta, eso no es ningún problema… así de necesitada estoy, pero es a él al que se le mueren las ganas; necesita que ella no esté en el edificio… o sea, ella es el problema, porque con mis papás no le pasa eso, ni con nadie más.



— Ustedes sí que son lentos, entonces —se carcajeó, y Natasha sólo se confundió—. Tienen tantas opciones…



  — ¿De qué hablas?



— ¿Se te olvida la movida clásica?



— Supongo que sí —asintió—, no sé de qué hablas.



— Mmm… veo, tú no eres de las que piensa que un hotel hace el trabajo —rio, y Natasha se ahogó con sorpresa—. Lo que necesitas es una cama, en un hotel la tienes.



— Yo soy demasiada señorita como para ir a meterme a un motel —sacudió su cabeza.



— Ay —se carcajeó—, y yo también; por eso hablo de ho-tel, con "h".



— Aun así —sacudió su cabeza—, no lo hace.



  — Lo que necesitas es privacidad y una cama, en un hotel la tienes… hasta tienes ducha por si eres de las personas que tiene que ducharse después de coger —se encogió entre hombros.



— Yo puedo coger y no ducharme luego —dijo con tono de haber sido insultada—, la que no puede coger y vestirse eres tú.



— Momento —levantó su dedo índice—, una cosa es que lo haga en la ducha y otra muy distinta es que tenga que ducharme después de hacerlo; no se trata de matar dos pájaros de un tiro.



  — ¿Puedes ir por la vida sin ducharte después de una sesión de sexo? —levantó ambas cejas.



— No es mi escenario favorito, pero lo puedo hacer —asintió—. Aunque, si te sirve de algo, la ducha es más una excusa que una necesidad… porque a veces no hay tiempo para ducharse, o ducha for that matter.



  — Muy cierto —murmuró, viendo a Yulia asentir suavemente mientras bebía más agua.



— El "Park Lane Hotel" queda a paso de hormiga de aquí… y cuesta entre ciento cincuenta y doscientos por la noche —sonrió.



  — ¿Y tú cómo sabes cuánto cuesta? —ladeó su cabeza con una mirada divertida—. ¿Ya lo has usado con Lena?



— ¡No! —siseó—. Allí se quería quedar mi hermana, por eso sé cuánto cuesta —se encogió entre hombros—. Pero, bueno, si la idea no te gusta… tú tienes llaves de mi casa, Phillip también, y a mí no me molesta si la usan para tener descargas de oxitocina y endorfinas —sonrió.



— ¿Es en serio?



— Sólo no usen el piano y todo lo que hay detrás de la puerta de mi habitación —asintió.



— Gracias —rio.



— ¿Para qué están los amigos? —guiñó su ojo.



  — Ten cuidado, quizás y te tomo la palabra.



— No esperaría menos —resopló.



— Phillip Charles! —escucharon gritar por el pasillo al compás de un taconeo de tacón ancho y cuadrado, todo por el timbre del ascensor.



— ¿Así lo saluda siempre? —susurró Yulia.



— Siempre —asintió con expresión de hostigamiento—, me da miedo de que nunca se vaya.



— Eventualmente tiene que irse, tiene que ir a hacer lo que sea que le divierta.



  — Joderme la vida le divierte.



— Y a ti te gusta joderle la suya, así que están igual —rio.



— Buenas tardes-casi-noches —saludó Phillip con una sonrisa al abrir la puerta que daba entrada y salida al paraíso de encimeras de mármol negro y de gabinetes de caoba oscuros.



— Felipe —sonrió Yulia, recibiendo un beso en cada mejilla—, ¿cómo estás?



— Todo bien, ¿y tú?



— Todo bien —respondió, viendo el beso lento con el que saludaba a Natasha.



— Please, put some pants on —susurró con una sonrisa para su esposa—, me pones nervioso.



— No es nada malo —rio, pero tuvo un ataque de consideración, por lo que se retiró a ponerse algo que cayera en la categoría de "matapasión".



— Dejé a la pelirroja en tu hogar —le dijo a Yulia con una sonrisa—, con todo y Carajito.



— Eres todo un caballero, Felipe —sonrió Yulia—. Gracias.



— Es todo un placer, Yulia María —asintió, mientras llevaba sus manos hacia su cuello para desanudarse su corbata Gucci azul marino—. ¿Cómo vas con lo del regalo de Lena?



— Me faltan cuarenta y ocho para alcanzar los trescientos cincuenta y nueve —sonrió, llevando su mano a su estómago por el psicológico dolor que no tenía en realidad pero que había tenido ya varias veces—. Pero voy bien, ya sólo me faltan cosas pequeñas.



— Tanto por "torpemente romántica" —rio—. No tienes nada que probar.
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EL LADO SEXY DE LA ARQUITECTURA PARTE 2  - Página 5 Empty Re: EL LADO SEXY DE LA ARQUITECTURA PARTE 2

Mensaje por VIVALENZ28 11/21/2015, 2:05 am

— Lo sé, por eso no es que le estoy regalando algo per se —elevó ambas cejas y dibujó un "oh" burlón con sus labios—. Y los dolores de estómago habrán valido la pena cuando el papel esté firmado por las dos y por la hermanastra de tu esposa.



— Tan catastrófica que eres —rio, colocándose a su lado para abrazarla por los hombros con delicadeza—, si no se pueden casar, yo las voy a casar… —dijo, y Yulia se volvió a él con una expresión de tener ganas de pegarle—. Puedo empezar esos cursos online —guiñó su ojo.



— Concéntrate en no perder los anillos nada más.



— Están en el lugar más seguro del mundo.



— Así me gusta —sonrió, desviando su mirada para una Natasha que reaparecía en la cocina mientras terminaba de ajustarse su pantalón de cachemira negra, y fue entonces que todos se dieron cuenta de que Katherine estaba presente y había escuchado cosas irrelevantes a las que ella les pondría relevancia.



— Le dije a Yulia de ir mañana a Top of The Standard —le dijo Natasha a Phillip.



  — Sería bonito que llegaran —dijo Phillip—, claro, va con cena incluida… yo invito.



— Andas generoso, Felipe —bromeó Yulia.



— No voy a hacer que mi esposa soporte a mis amigos sola… mucho menos a mis amigos con sus respectivas gárgolas —rio—. Las novias —susurró.



— Ahora tienes calidad de Santo —rio, irguiéndose para tomar su bolso y las bolsas de sus compras—. Lena ya está en casa, hoy no la vi en todo el día… creo que ya es hora de que me vaya —sonrió, recibiendo un beso en la frente por parte de Phillip para luego caer en un abrazo de dos besos por parte de Natasha, y Katherine que desaparecía de la escena para no tener que despedirse ni de beso, ni de abrazo, ni de nada de Yulia.



— Te llamo mañana para confirmar, ¿sí? —le dijo Natasha mientras esperaban los tres frente a las puertas del ascensor.



— Te diré en cuanto sepa la respuesta —guiñó su ojo—. Felipe, me despides de tu mamá —sonrió para Natasha.



— Lo haré, Yulia María —asintió, abrazando a Natasha por la cintura para empezar a darle besos en su cuello desnudo.



Yulia materializó sus audífonos, esos que adoraba porque podía hacerlos llegar casi que hasta su cerebro, y, ante la desesperación del momento, se dedicó a escuchar "Vocalise", pieza que duraba lo suficiente como para caminar contados metros hasta la entrada trasera de su edificio, pues le quedaba más cerca del ascensor del ala en el que su apartamento se encontraba a que si entraba por la entrada principal.



Saludó a Józef, así como siempre, y, ante el repentino buen humor, le deseó una feliz noche junto con un Jackson para que cenara algo con mayor sustancia y con mayor sabor que algo que pudiera encontrar en algún carro de alguna esquina, que algo que tuviera todo el día de estar cocinándose y cociéndose de más.



Por cosa de todos los días, se entretuvo en su buzón postal mientras ya empezaba a ponerse en el ambiente y los gustos musicales que compartía con Lena, pues, por alguna razón, no le pareció que era justo llegar con la nostalgia de "Vocalise", no después de que no la había visto en todo el día, cosa que era realmente desesperante y dolorosa, y, en realidad, nada mejor que Duke Dumont con "I Got U"; nada más cierto y acertado en ritmo y letra.



Se metió al ascensor, ya estando totalmente absorbida en el ensordecedor sonido que la obligaba a marcar el ritmo con sus dedos índices y con un leve y disimulado movimiento de cabeza, y no le importó que invadieran los seis metros cuadrados del ascensor a pesar de que no le gustaba compartirlos con alguien que no conociera más allá de un saludo o una diplomática sonrisa. Y no le importó que el apestoso French Poodle del noveno piso invadiera su olfato por los veinticinco segundos que el destino se tomó en quitárselo del frente.



Justo frente a la puerta blanca de su apartamento, sonrió como para sí misma y guardó sus audífonos en su bolso antes de siquiera intentar pescar el rectángulo de cuero que se adhería a las llaves de su hogar.



Abrió la puerta con cautela porque ya le había pasado que, por abrir abruptamente, no sólo asustaba a Lena sino que también se llevaba de encontrón al Carajito porque, aparentemente, el lugar más cómodo en todo el apartamento, era justo en la puerta de la entrada.



La música era densa y no en el mal sentido, simplemente envolvía en algo que no sabía cómo definir. Era como una traviesa y pícara tranquilidad de ciertas luces apagadas para no atacar con toda la intensidad lumínica; sólo las luces de la cocina alumbraban el espacio principal, y, en realidad, se veía nocturna y urbanamente sensual. Se veía y se sentía como tenía que ser y estar una cocina: con Lena en ella. "Butterfly", de Jamiroquai. Eso sonaba. Y el ritmo era tan bueno como el aroma que desprendía lo que Lena recién terminaba de saltear en las perfectas medidas de aceite de oliva, sal, pimienta recién molida, estragón, romero y tomillo fresco, y media taza de vino blanco. Nada que un perfecto Pinot Grigio no pudiera hacer mejor que un Chardonnay para cocinar. Cuestión de gustos personales y contagiados.



El Carajito, por maña instintiva, se le empezó a pasear entre los pies a medida que ella intentaba caminar hacia uno de los sillones para dejar las bolsas y su bolso, y, en relativo silencio, pues sus stilettos no podían ser tan callados, se dirigió hacia Lena, quien estaba concentrada en lo que fuera que hacía sobre la encimera que daba hacia el comedor.



Su cabello rojo estaba recogido en un alocado moño que se notaba que se lo había anudado con perezosa prisa, el maquillaje era leve, sus ojos veían a través de sus gafas Prada rojas, las cuales eran vintage a pesar de que todos sabíamos y seguimos sabiendo de que el término correcto es "retro". Tenía una minúscula sonrisa dibujada, quizás se la provocaba el hecho de estar cocinando, o quizás sólo era el hecho de que era raro cuando no tenía la sonrisa que estaba coronada por el par de camanances que derretían a Yulia, y, por entre la sonrisa, se escapaban las letras de labios que cubrían la canción que sonaba en el fondo.



Bajo el delantal rojo llevaba la blusa negra de botones y líneas finas, las cuales se le adherían a cada curva hasta resaltarle lo que debía ser resaltado y a ajustársele en donde debía ajustársele, y se había doblado las mangas hasta por debajo de sus codos para no ensuciarse.



El pantalón era como su camisa, negro y ajustado, y, por la altura de su estatura, y que Yulia había visto de reojo hacia el suelo cuando estaba por el sillón que le daba la espalda a la puerta principal, se había bajado de sus Lanvin D’Orsay, aquellos que representaban el inicio de su vida con Yulia, y quizás había caído en un par de TOMS o directamente sobre el suelo.



Yulia se acercó a ella sin decir ni recibir una tan sola palabra, sólo una sonrisa de reconocer y admitir su presencia. Se apoyó de la encimera con su mano derecha y se inclinó lentamente hacia ella.



— Hola —susurró aireadamente a su oído, logrando erizarle la piel de inmediato a raíz del escalofrío que recorrió su espina dorsal de tal violenta manera que la obligó a rendir su cabeza y a soltar el pequeño cuchillo que sostenía en la mano derecha—. Huele demasiado bien —sonrió, tomando el cuchillo en su mano derecha y la fresa, que tenía Lena en su mano izquierda, en la suya—. Sabes… —murmuró, haciendo una curva incisión que seguía la convexidad de la fresa más perfecta—. Cada fresa tiene alrededor de doscientas semillas, y, en realidad, "strawberries" aren’t "berries" —dijo, girando la fresa para repetir la incisión tres veces más—. Es un poco meta, pero, en teoría, cada "berry" tiene una semilla por dentro, y la fresa, por el contrario, las tiene por fuera; por eso se considera que cada semilla es en realidad una "berry" por separado. —Lena se volvió hacia ella sólo con su rostro, no logrando conseguir un contacto directo de ojos y sólo pudiendo ver que hacía más incisiones —. Además, la fresa pertenece a la misma familia de la rosa —sonrió, separando las incisiones que había hecho para darle una flor que en el momento, y por las circunstancias, le había querido y podido dar.



  — ¿Para mí? —se sonrojó, y Yulia asintió con una sonrisa de labios comprimidos.



Lena simplemente se le arrojó en un beso de labios que tomó a Yulia por sorpresa, pues, aunque las sorpresas no le gustaran, de ese tipo sí, y eran agradables y bienvenidas cuando quisieran llegar.



Se tuvo que elevar en puntillas para poder alcanzarla con mayor comodidad, pero, con manos a la nuca para halarla también hacia ella.



— Yo también te extrañé —sonrió Yulia a ras de sus labios, abrazándola con su brazo izquierdo por la cintura, pues, con su mano derecha, sostenía la fresa todavía.



— Hola —rio nasalmente, dándole otro beso corto en sus labios para alistarse a ser liberada de entre el apretujador brazo de Yulia.



— Hola de vuelta—sonrió, dejándola ir para darle nuevamente su rosa de fresa—. ¿Qué tal te fue hoy?



— Bien —asintió, tomando la fresa con delicadeza.



— Yo que iba y tú que venías —se encogió entre hombros con su ceño fruncido, y llevó sus dedos a sus labios para limpiar lo que la fresa había decidido sangrar



— Pero es viernes, y te tengo sólo para mí —sonrió, colocando la fresa sobre la barra del desayunador mientras sumergía su mano en su bolso, el cual estaba en la cocina solamente porque allí estaba su iPod, el cual sonaba por AirPlay por los parlantes—. Igual que mañana y el domingo.



— ¡Sí! —siseó entre una risita de satisfacción.



— Compré pesto rosso —murmuró, y se detuvo para ver cómo Yulia celebraba la compra con ambas manos al aire—, y carne para hacerte bolognese como se debe hacer —añadió, y Yulia, demasiado agradecida, la tomó por el rostro y le clavó un beso en la mejilla.



— Yo también te compré algo —sonrió—, pero para después de comer.



— ¿Por qué no ya? —le preguntó con un gracioso puchero.



— Porque yo sé que si te lo enseño… probablemente ya no comes, y me interesa que cenes.



— Está bien —rio, viendo, de reojo, que Yulia recogía al diminuto can.



— Buenas noches, Little Fucker —le dijo en ese tono de infantil jugueteo mientras lo sostenía a la altura de su rostro.



— "Carajito", "Little Fucker", ¿qué sigue? ¿"Aborto de la vida"?



— ¡Ay! —rio, bajando al can que la veía con confusión—. Eso es demasiado ofensivo.



— ¿Y "Little Fucker" no?



  — Míralo —se agachó para acariciarle la cabeza—. Es todo como alienígena —rio, rascándolo suavemente por detrás de las pequeñas pero erguidas orejas—; es como un bóxer miniatura, gordito y con cara de preocupación crónica.



— ¿Y eso amerita que lo llames "Little Fucker"?



  — Es de cariño, ¿verdad, stronzetto cabezón? —bromeó, provocándole un sonido gutural al can y una risa nasal a Lena.



— Prefiero "Carajito" —le dijo—. O sea, prefiero "Darth Vader" porque así lo nombraste, porque ése es su nombre, pero, como sé que se te hace demasiado largo, que sea "Carajito".



— Es que "Darth Vader"… —rio, llevando su mano a su boca y a su nariz para respirar como el personaje de la saga, haciendo que Lena se desplomara en una carcajada—. Dudo que me entienda si lo llamo así —ensanchó su mirada y levantando sus manos como si quisiera librarse de toda culpa.



— Es sólo que, cuando lo llamas de otra forma… no sé, me da la impresión de que no te cae bien.



— Lo llamo "Little Fucker" por el tamaño, y porque, de vez en cuando , se folla hasta el suelo con su pene—le explicó—. Y la alfombra de mi clóset fue un über-fuck-up, ¿verdad? —acarició al Carajito con otra risa—. ¿Verdad?



— Ni siquiera terminó de hacerlo allí —rio Lena—, fue como un segundo… que nunca te había visto moverte tan rápido de la cama al clóset y del clóset al baño con él en las manos y como que si él era Simba y tú Rafiki.



— De igual forma, mi clóset es un área prohibida —le dijo al Carajito.



— Sí, Yulia, él te entiende perfectamente —bromeó.



— ¿Cómo crees que Piccolo era tan educado? —frunció su ceño, viéndola desde abajo cortar las fresas—. Piccolo podía ir por toda la casa pero tenía prohibido subirse a las camas, a sillones y a sofás, y eso no se lo enseñé de la nada; yo no soy Cesar Millan.



— Tu clóset se ve mejor sin alfombra, me gusta más cómo se ve en Iroko —le dijo sin volverla a ver, pero, a pesar de que no la veía directamente, sí vio cuando Yulia se puso de pie con un talante demasiado serio, por lo que se vio obligada a verla a los ojos.



— "Nuestro" clóset —la corrigió seriamente—. "Nuestro clóset" —repitió—. Y a Darth Vader le di mi apellido… sí me cae bien, sí me gusta tenerlo —le dijo con la misma seriedad—, es sólo que me cuesta tomarlo en serio; no sé si es por el tamaño o por la cara de preocupación que tiene, y eso tampoco significa que no lo quiera o que lo tome a la ligera.



— So… —susurró avergonzada, sintiéndose un poco minimizada y no por Yulia sino por sí misma, pero, en cuanto Yulia vio cómo la disculpa se formaba en sus cuerdas vocales, simplemente se le lanzó en el beso que dejó el innecesario "sorry" a medias.



— Y nuestro clóset sí se ve mejor sin la alfombra —susurró a ras de sus labios, absteniéndose a ahuecar su mejilla al haber tocado al Carajito anteriormente, pues, aunque sabía que el diminuto can estaba limpio (porque de eso se me encargo yo), el rostro de Lena, y Lena en general, era demasiado sagrada como para hacer eso—, fue la excusa perfecta —sonrió, apoyando su frente contra la suya mientras jugaba con su nariz—. Huele muy bien, ¿qué harás de cena? ¿Necesitas ayuda?



— Puedes hacerme compañía —asintió, recibiendo un beso en su frente—. Esto es para el postre —le dijo, devolviéndose a las fresas para continuar cortándolas en trozos relativamente pequeños pero no diminutos.



— ¿Fresas con crema? —preguntó por suposición y por curiosidad, y, ante el hecho de no poder dejarse tocar a Lena con rastros directos y frescos del Carajito, se volvió hacia el fregadero para lavarse las manos.



— No, tengo Blondies de vainilla en el horno —respondió, recogiendo los trozos de fresa, con ayuda del cuchillo, a un recipiente de vidrio.



— ¿Blondies? —frunció su ceño.



— Brownies blancos —resolvió explicarle, y Yulia rio—. Para que los comas vistiendo un blue jeans negro y con una coca cola de sprite —añadió, trayendo a Yulia a una carcajada que me contagió.



— Brownies blancos… —rio, abrazándola por la cintura desde la espalda, no habiendo hecho tiempo para secar sus manos porque tenía que tocarla.



— En lugar de azúcar les puse chocolate blanco… sé que ese sí te gusta —sonrió, sintiéndola posar su mentón sobre su hombro izquierdo, pues, al estar cortando con la mano derecha, el movimiento nacía del brazo y no de la mano, lo cual sería incómoda para ambas.



— Tóxico —rio suavemente.



— Turbo-tóxico —asintió—: una versión de chocolate brownie fudge ice cream pero en blanco.



— Blondie de chocolate blanco y helado de vainilla con fresas —sonrió contra su cuello, del cual inhalaba su perfume cual droga de preferencia—. Suena rico.



— Espero que quede rico porque nunca lo he hecho —rio nasalmente.



— Licenciada Katina, ¿dudando de sus habilidades?



— De lo quisquilloso de tu paladar —bromeó.



— Mmm… —inhaló nuevamente su perfume—. No tengo excusa.



— De cena... —suspiró, pues Yulia había inhalado nuevamente y le había dado un suave beso detrás de su oreja—. No me quiero cortar un dedo —vomitó en un susurro.



  — Aguanté todo el día, puedo aguantarme unos minutos más —rio, despegándose de su cuello para darle un beso en su cabeza y, de paso, inhalar la fragancia que se desprendía de su cabello—. Entonces, ¿qué hay de cena?



— Dijiste que querías un sándwich, ¿no? —Yulia asintió—. Cheddar, Monterey Jack y Mozzarella —dijo, viendo a Yulia apoyarse de la encimera para sentarse sobre ella con su pierna derecha sobre la izquierda, pose que, estando en medias, mataba concentraciones y robaba ojos y alientos—. Salteé champiñones y caramelicé cebolla, todo para hacerte un buen grilled cheese sandwich —sonrió entre un aclaramiento de garganta, el cual delataba los picantes pensamientos que intentaba contener y frenar para que no tuvieran vívidas tangentes.



— Lenis… —rio nasalmente mientras sacudía su cabeza, y, cómoda y provocativamente, se echó hacia atrás para recostarse un poco y poderse apoyar con sus codos de la barra del desayunador—. Acabo de salivar —sonrió, paseando su mano por su cabello.



— Puedes probar los champiñones y la cebolla —le dijo, intentando no desviar su mirada hacia el cuerpo de Yulia—. Digo, por si les falta algo.



— ¿Los probaste tú? —le preguntó con la ceja derecha hacia arriba.



— Como siempre —asintió, tensando la mandíbula y apretando las entrañas.



— ¿Les faltaba algo? —ladeó su cabeza, y Lena sacudió su cabeza—. Entonces no, no les falta nada —sonrió, bajando la ceja por compensación facial.



— Lo que no sé es si los quieres en pan blanco o en pan integral…



— El pan integral sólo es para comer atún o Nutella, mi amor —rio nasalmente—. Algo que no hemos comido en mucho tiempo, por lo que asumo que ese pan ha de tener un hongo de proporciones suficientemente tóxicas como para que en cualquier momento venga la CDC —bromeó—. O simplemente ya ha de estar duro.



— Pan blanco será —rio.



— Te ves encantadora hoy —la halagó con su rostro ladeado y con una sonrisa que pretendía buscar su mirada—. Preciosa,encantadora —susurró, analizando su rostro tal y como había analizado el Monet hacía pocas horas, y, a diferencia del Monet, le encontró la razón de su obsesión; era simplemente perfecta, en especial cuando se sonrojaba.



— Tú te ves muy bien también —reciprocó entre lo que parecían ser tartamudeos.



— Lo sé —rio como una Diva—. Me veo como si mis papás me hubieran hecho con amor, como si Daniel Greene me hubiera dibujado con pincel… como si los planetas se hubieran alineado y la perfección fue concebida; y fui concebida —rio, haciéndole cosquillas a su Ego por haberlo tenido enjaulado todo el día, y, en el segundo de silencio, pues la canción estaba por cambiar, vio a una Lena de mirada ancha, como estupefacta—. ¿Demasiado?



— Sólo demasiado cierto —rio en ese tono de que no lo podía creer, aunque, más que la perfección, no podía creer todavía que ese tipo de cosas fueran las que más le gustaran de Yulia.



— Pero tú… —susurró, ahora acercándose a ella con su rostro—. Tú eres como el producto del plan maestro que nació de la complicidad de Afrodita y Hestia… parte de la mitología —susurró aireadamente, acercándose cada vez más a ella—, es tan impresionante que se presume que es mentira —sonrió.



— ¡Mi amor! —rio ruborizada.



— Lo mío fue casualidad, lo tuyo fue planeado hasta el más simple y microscópico de los detalles —le dijo, y se estiró para darle un beso en la mejilla.



— Bueno, hermosa casualidad —resopló—, ¿puedes cortar el pan?



— ¿Cuántos corto? —rio nasalmente, impulsándose de la encimera para caer sobre el suelo.



— ¿Compartimos el segundo?



— Pero en diagonal, ¿verdad? —preguntó, pues cómo odiaba cuando tenía que compartir un sándwich que había sido partido por el eje de simetría vertical; locuras que venían en el paquete de los disgustos.



— Eso siempre —asintió, recogiendo los últimos trozos de fresa para depositarlos en el recipiente y, así, poder deshacerse de lo que no había incluido en el selecto grupo de sanas, rojas y dulces fresas para cocinar—. ¿Cómo te fue en la reunión?



— Bien, bien, sin ningún problema —dijo, sacando la ciabatta para colocarla en el sistema de rebanado uniforme de pan: una simple base de madera que, a los costados, tenía ranuras que eran lo suficientemente anchas para que el cuchillo cupiera entre ellas y, así, poder cortar el pan del ancho de fracciones o de múltiplos de pulgada; no era invención, pero era de las manos de Lena porque a Yulia le gustaba cortar pan pero siempre se quejaba de que no le quedaban del mismo grosor o con bordes paralelos; cosas del TOC de la Arquitecta—. En realidad no sé si te vas a enojar conmigo, o qué…



— ¿Por qué lo dices? —frunció su ceño, tirando de una de las manijas de las encimeras bajas para sacar el contenedor de la basura y poder botar los cadáveres de fresas.



— Bueno, es que no sé cómo te vas a sentir al respeto —se encogió entre hombros.



— ¿Qué hiciste? —rio. 



— Negocié las condiciones —se encogió entre hombros, y cortó la primera rebanada de un tercio de pulgada.



— No sabía que las estabas negociando todavía.



— Hablé con Alec y me dijo que la paga estaba bien, pero que era un poco tacaña para lo que me estaban pidiendo, Phillip averiguó en ese su mundo en el que vive y le dijeron lo mismo, y hablé con Romeo para las cosas legales…



— Creí que eso lo estabas tratando con el John Smith que ve todo lo de los contratos del estudio —la interrumpió.



— Y con él lo estoy tratando, claro, pero quería verlo desde otro punto de vista también, y Romeo se ofreció a ver el contrato personalmente —se encogió entre hombros.



— ¿Algún truco legal?



— No, no, ninguno… es sólo que los tres; Phillip, Alec y Romeo, creyeron que tenía que renegociar las cosas.



— ¿Cosas como cuáles? Digo, aparte de la paga.



— De que el proyecto entrara a través del estudio pero dirigido a mí para que, por si pasa cualquier cosa, el seguro del estudio pueda cubrirme —dijo por nombrar una de las pocas cosas que había renegociado—. De cómo quería trabajar una vez estando allá; si era de trabajar con gente de mi confianza o de confianza de ellos, y quedó uno a uno.



— Ajá… —musitó, metiendo las manos bajo el chorro, pues, por mucho que le gustara el olor a fresa, no le sentaba bien lo pegajoso.



— Ellos me van a dar auto para poder movilizarme a mi gusto, precio fijo en renta con vista a la playa, y la paga subió un par de número pero sólo para que, cuando el estudio me quite lo que me tiene que quitar, me quede lo que me habían ofrecido como contrato personal.



  — ¿Qué más?



— No, básicamente eso fue lo que renegocié —se encogió nuevamente entre hombros—. No me interesa aprovecharme de los beneficios del después, por mí los podrían haber quitado de la mesa y yo quedaba igualmente satisfecha.



— Entonces, ¿por qué se supone que me voy a enojar? —frunció su ceño.



— Porque tú vienes conmigo —reciprocó el gesto facial.



— Yo encantada de tener vista a la playa, y de que tengas un Volkswagen beetle —rio—. Yo no juzgo.



— No es por eso —rio—, es por lo de mi persona de confianza para que me ayude cuando esté allá.



— ¡Ah! —exclamó entre la risa, «how stupid of me»—. ¿A quién conoces en Miami? —sacó su lengua, y Yulia lanzó la carcajada.



— Sí —asintió, apilando las seis rebanadas de ciabatta, y se acercó a Lena, quien se elevaba en puntillas para alcanzar el rallador de queso—. Me permites —sonrió, estirando su brazo para alcanzarle el molino de queso, pues sus stilettos ayudaban.



— Gracias —sonrió tiernamente—. Entonces, ¿a quién conoces en Miami? —preguntó de nuevo, no dándose cuenta de que esa pincelada de celos se le empezaba a ensanchar en todo sentido.



— A una mujer —le dijo, dando un paso hacia adelante para acorralarla entre ella y la encimera al colocar sus brazos a sus lados—. Tiene el mejor gusto contemporáneo que he visto, el estilo art deco lo maneja como si se tratara de algo sencillo, y trata al vintage como si se tratara de armar un rompecabezas de dos piezas —dijo, bajando cada vez más su tono de voz hasta hacerlo llegar a un susurro, y, con el decrescendo de los decibeles, fue acortando la distancia—. A mí se me hace imposible concentrarme cuando ella está cerca, ella es demasiado… "abrumadora".



— ¿Sí? —susurró ya con sus ojos cerrados, pues Yulia le había hablado tan cerca de sus labios que podía sentir el cierre de las "m", "b", y "b" sobre sus labios.



— Tiene ojos penetrantemente cristalinos… —asintió suavemente—. Una sonrisa que siempre distrae, pero que, cuando deja que la risa salga, es simplemente majestuoso… y su olor —suspiró, haciendo que Lena abriera sus ojos—. ¡Amo su olor! —siseó.



— ¿A qué huele?



— A todo lo que me gusta —sonrió contra sus labios—, a casa.



— Pero tú eres mía —entrecerró su mirada—. Tú no me puedes engañar con esa…



— Observa cómo lo hago —rio nasalmente, y le dio un beso mientras la tomaba por los muslos para sentarla sobre la encimera.



— ¿Por qué me enojaría por eso? —le preguntó entre los besos que supuestamente debían callarla.



— Hay de todo en esta vida —se encogió entre hombros, y se despegó de sus labios para verla a los ojos—. Si voy a tener un equipo, y puedo escoger a una persona… es una obviedad —sonrió—. Porque por chiste de la vida es que me gusta trabajar contigo.



— ¿Y sólo trabajar? —rio.



— Y hablar, y comer, y cocinar, y dormir, y ver televisión, y ducharme, y todo… todo.



— ¿Y tener relaciones sexuales? —preguntó en un tono ceremonioso pero gracioso.



— Desde un rapidito hasta un maratón —asintió—. Sea sexo de ese que se da porque nos poseyó una ninfa a cada una, sea de ese sexo juguetón o provocativo, sea de ese steamy sex en el que nos tomamos el tiempo justo, sea de esas veces en las que sólo quiero besarte y sentirte…



— Shhh… —rio nasalmente, estando realmente sonrojada, y colocó sus suaves dedos sobre los labios de Yulia.



— Te amo —le dijo por entre sus dedos, y les dio un beso.



— Páli —sonrió, atrapándola en un abrazo muy suave, en un abrazo de esos que a Yulia sí le gustaban recibir.



— Te amo. 



— Páli.



— Te amo.



— Páli.



  — ¡Ay! —rio contra su cuello—. Te amo, te amo, te amo, te amo, te amo —rio entre besos y cosquillas de las que Lena intentaba huir.



— Mírame —susurró, y Yulia se irguió para verla a los ojos, tal y como Lena se lo había pedido—. S’ agapó —sonrió, ahuecando su mejilla—. S’ agapó —repitió—. Kai eíste orycheío.



— A tanto no llega mi griego, mi amor —se sonrojó.



— Tú me perteneces —susurró con mucha seriedad en su mirada—, y tú perteneces conmigo —sonrió, haciendo que Yulia asintiera en modo de entendimiento absoluto—. Y ya no te voy a preguntar si te vas a casar conmigo —dijo, y Yulia ensanchó la mirada—, te voy a decir que te vas a casar conmigo: sí o sí —murmuró, dándole la dosis y las palabras justas como para que respirara con alivio—. Porque te vas a casar conmigo: sí o sí.



— Definitivamente —asintió con una sonrisa, levantando su mano izquierda para mostrarle aquel anillo de madera en su dedo anular—. Me casaré con la mujer más hermosa.



— Pero no pongamos tanta presión —rio, escuchando al estómago de Yulia rugir—. Y tampoco pospongamos tanto la cena, que felinos no tenemos, sólo canes —dijo, y le dio un beso en sus labios.



— ¿Entonces no estás enojada?



— ¿Por qué estaría enojada por eso? —frunció su ceño.



— Bueno, no sé si enojada —se encogió entre hombros, viéndola bajarse de la encimera para empezar a preparar los sándwiches.



— No, no estoy enojada —reconfirmó—. ¿O lo dices porque estaría trabajando para ti y no contigo?



  — No sé, supongo que sí —asintió, caminando hacia el refrigerador para sacar la mantequilla.



— En realidad estoy agradecida —sonrió—, porque no voy a estar en calidad de esposa de los años cincuenta.



— Ay, ¿qué me quisiste decir con eso? —rio.



— Yo voy a ser tu esposa, pero definitivamente no sólo pretendo sentarme a esperar a que llegues a casa a la hora de la cena… digo, yo puedo cocinar porque me gusta, y porque me gusta cocinar para alguien que no sólo soy yo, y puedo hacerme cargo de Vader —dijo, absteniéndose a llamarlo por "Darth" porque se le enredaba la lengua cuando lo decía muy rápido o entre otras palabras, pues, cuando no era inicio de oración—, pero eso de sentarme a esperar a que llegues del trabajo…



— ¿Por qué no me lo dijiste antes? —frunció su ceño.



— Son siete meses —sonrió—. No es el fin del mundo.



— Ah, hablas más en un sentido general —suspiró con alivio, y Lena asintió—. No, mi amor, la esposa de las dos, esa esposa de los cincuentas que tú dices, esa viene por las mañanas a hacer la limpieza, a botar comida que ya no sirve, a llevar la ropa a la lavandería, a hacer todo lo que yo nunca hice por mí y lo que no pretendo que hagas por mí —sonrió—. Por muy despectivo que eso suene —rio.



— Oye, mi mamá así era con mi papá y no eran los cincuenta ya —se encogió entre hombros—. Es lo que hay.



— Mmm… —frunció su ceño mientras paseaba la barra de mantequilla por las dos sartenes, las cuales se ensamblaban en una sola y funcionaban de doble fin para manejar la prensa con mayor facilidad—. Hablando de eso…



— ¿Se te encendió el bombillo? —bromeó, y Yulia sólo rio nasalmente—. Dime, mi amor —dijo, colocando un trozo de queso cheddar en el molino para empezar a rallarlo en un recipiente de vidrio.



— ¿No te gustaría tener alguien de planta?



  — ¿De qué hablas? —frunció su ceño, volviéndose hacia ella sólo con el rostro.



— Sí, alguien que esté aquí todo el día —se encogió entre hombros—. Un ama de llaves —sonrió.



— Ilumíname, por favor.
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EL LADO SEXY DE LA ARQUITECTURA PARTE 2  - Página 5 Empty Re: EL LADO SEXY DE LA ARQUITECTURA PARTE 2

Mensaje por VIVALENZ28 11/21/2015, 2:09 am

— No sé… que te sirva el maldito desayuno para que comas antes de ir a trabajar, que deje preparadas las cosas para la cena, que limpie, que saque al Carajito a media mañana, que lave ropa, que carajos no sé—rio—. Una Agniezska; que vaya al supermercado, que tenga algún tipo de trastorno obsesivo-compulsivo con la limpieza, que trate haute couture como si fuera la hija de Valentino.



— ¿Y a ti qué se te metió? —rio. 



— Hay a cuatro lugares a los que detesto ir —le dijo, levantando su dedo pulgar izquierdo para empezar a enumerar—. Al supermercado, a la lavandería, al banco y a poner gasolina.



— ¿Tú quieres una Agniezska? 



— Si va a hacerme el favor de alimentarte en la mañana, sí —asintió.



— Sabes que no desayuno, eso ni porque tú me has querido meter comida a la fuerza con taparme la nariz —rio.



— Pero porque yo como cual mujer en dieta eterna por una obsesión de "tener que" rebajar cinco libras; cosa que no tengo —se encogió Yulia entre hombros—. Quizás, si ella te hiciera… no sé, qué se yo… hot cakes, o waffles, o french toasts, o huevos benedictinos… —dijo, volviendo a ver a una Lena que estaba a punto de estallar en una risa—. Déjame soñar, que soñar es gratis —le advirtió amigablemente con una risa.



— Yo no he dicho nada —dijo, intentando contenerse la risa, y cerró la cremallera imaginaria de sus labios—. Sólo te tengo una pregunta.



  — Por favor.



— ¿En dónde dormiría?



— Asumo que en donde toda la gente normal duerme, mi amor —rio—: en una cama.



— Cínica —entrecerró sus ojos—, me gusta —dijo, y Yulia hizo una reverencia de agradecimiento, pues tenía que tomarlo como un cumplido—. Me refería a que si no te molesta tener a una tercera persona durmiendo aquí.



— ¡Ah! —rio—. No, definitivamente sería live-out —sonrió, tomando las rebanadas de pan para alinearlas en dos filas paralelas de tres rebanadas—. Y fin de semana quizás sólo medio día, y quizás sólo el sábado…



— Eres como el paraíso de jefe para cualquiera, entonces —rio.



— Mi amor —la vio con falsa pero verdadera seriedad—. No es que me moleste tener una audiencia, porque realmente no me molesta, pero, si me dan ganas de quitarte la ropa aquí, en este preciso momento, no voy a titubear ni un segundo en hacerlo… y tu desnudez es sólo mía —sonrió, haciendo que Lena se ahogara con su propia saliva—. Y, pues, si me vas a poner en la mesa del comedor… y quiero que me folles el culo con dos dedos —le dijo con su ceja derecha hacia arriba, haciendo una clara alusión a esa vez—, quizás también quisiera que, como por arte de magia, eso se limpiara al día siguiente o en la brevedad de lo posible... digo, no es como que me dé asco limpiarlo, pero después de algo así de intenso sólo quiero enrollarme contra ti o contigo de alguna forma. 



— Está bien —respiró profundamente.



— ¿Qué "está bien"? —rio.



— Pues… uhm… —rio nasalmente, introduciendo ahora un bloque de Monterey Jack en el molino—. Por mí no hay ningún problema, no sé ni por qué me preguntas.



— Porque es tu casa también, y porque es tu casa es tu espacio, y no quiero decidir una invasión extraña sola —sonrió, encendiendo la hornilla más grande.



— No prometo que voy a desayunar.



— No necesito que tú me lo prometas, sólo quiero que me dejes intentarlo.



  — Pregunta: ¿lo harías hasta que regresemos de Miami?



— Probablemente se puede relocalizar temporalmente también —se encogió entre hombros.



— Siete meses para ti no es el fin del mundo porque me tienes a mí —sonrió, sabiendo que así era como le gustaba a Yulia que le hablara—, pero es muy probable que esa persona tenga familia aquí.



— Los fines de semana quedan libres —sonrió—. Que venga cada dos fines de semana, por mí no hay ningún problema con eso.



— Acabas de redefinir el término "despilfarro" —rio.



— Prefiero "inversión", Licenciada Katina —guiñó su ojo, y se acercó a ella—. ¿De verdad quieres tener una Agniezska?



— Sólo si empieza después de que te cases conmigo —asintió, relevando la respuesta que estuvo por salirle: "sólo si empieza después de que nos casemos".



— Es un trato, futura Señora Katina-Volkova—sonrió, alcanzándole la mano derecha para concretarlo.



— Se me acaba de calentar algo —susurró, estrechándole la mano.



— ¿El pecho? —se acercó hasta invadir su espacio íntimo.



— Mi vagina —respondió con tono retador, y Yulia soltó un "¡uf!" entre dientes—. ¿Sabes qué "está bien" también?



— Dime



— Dos de mis dedos en tu culo —la retó todavía más con el tono y con la mirada.



— Eso es más que "está bien" —sonrió, viendo a Lena ensanchar la mirada, pues esa respuesta no se la esperaba ni ese día ni en mil años—. Y definitivamente se siente más que "está bien" —guiñó su ojo, y le dio un cariñoso y juguetón golpecito en la punta de su nariz.



— Yulia… —gruñó, deteniéndose de la encimera con ambas manos y viéndola pasar hacia el refrigerador para guardar la mantequilla y sacar la enorme botella de limonada rosada.



— Se siente bien —se encogió falsamente inocente entre hombros.



— ¿Los dos dedos se sienten bien? —balbuceó entre bocanadas de aire, y Yulia asintió con una sonrisa demasiado fresca—. ¿De verdad?



— ¿Por qué no me crees?



— Porque sólo dos veces me lo has pedido —ensanchó la mirada, o quizás ya la tenía ancha desde antes.



— Bueno, una vez me lo hiciste tú… en teoría sólo una vez te lo he pedido —sonrió.



— La cantidad se refiere a las veces que dos dedos han estado ahí —repuso un tanto desesperada, pues no era el momento más tranquilo para hacerlo así.



— Que no te lo pida siempre no significa que no me haya gustado —rio, sacando dos vasos.



— Tú sabes la fijación que tengo con eso —susurró, continuando con la labor de rallar el queso.



— ¿Qué "eso"? 



— Tú sabes —entrecerró la mirada, y Yulia sacudió su cabeza—. Tu culo —gruñó con desesperación.



— ¿Qué tan difícil era decir eso? —elevó su ceja derecha.



— No me cambies el tema.



— Nadie te lo está cambiando, Lenis—sonrió, dándole un suave cabezazo risible—. Y yo también tengo una fijación muy grande.



— ¿Con el tuyo o con el mío?



— Claramente con ambos —resopló, vertiendo un poco de la sintética limonada rosada en cada vaso alto—, pero con tu ano más que con el mío —sonrió—. Ten, bebe un poco… cuidado te me desmayas —le dijo, ofreciéndole uno de los vasos con el rosado líquido, y Lena, al no tener las manos libres, recibió el vaso en sus labios con la delicadeza de la mano de Yulia—. Me gusta mucho tu ano —le dijo en cuanto Lena ya había dado el último trago, pues no quería enviudar antes de tiempo por una provocación que era más un juego intenso de ver quién cedía primero—, y me gusta mucho cuando me dices que quieres mi dedo ahí, o mi lengua, y me mata cuando me dices qué es lo que quieres y cómo lo quieres… lo disfruto mucho —sonrió.



— Yo más —rio, sintiendo ya cómo la temperatura subía con seriedad—, yo más.



— ¿Sí? —Lena asintió—. ¿Qué tanto más?



— Demasiado —susurró casi inaudiblemente.



— ¿Dos dedos también?



— En especial dos dedos —asintió sonrojada, y, contrario a lo que cualquiera habría pensado que sería la reacción de Yulia, ella sólo ahuecó su mejilla para que la viera a los ojos.



— Si no me dices que eso te gusta, ¿cómo voy a saberlo? —sonrió.



— Lo estás tomando sorprendentemente bien —frunció su ceño.



— ¿Cómo se supone que debo tomarlo? —rio.



— Como que sé que no te gusta usar dos dedos porque es muy grande —se encogió entre hombros, y se devolvió hacia el recipiente del queso para revolverlo un poco junto con el mozzarella que ya había comprado rallado.



— No se trata de si es grande o no —le dijo, y Lena sólo rio a través de su nariz y sacudió suavemente su cabeza—. Bueno, sí, pero es sólo que no te quiero lastimar…



— Soy una chica grande,puedo tomarlo —sonrió, recogiendo un poco de la mezcla de quesos para colocarlo sobre las rebanadas de la fila inferior.



— Sólo tienes que pedirlo, entonces —dijo, y Lena asintió en silencio—. ¿Todo bien?



— Gracias —murmuró sonrojada.



— Es un placer, literalmente es un placer —rio.



— No, no por eso… aunque también por eso.



— Entonces, ¿por qué?



— Por lo de Miami —sonrió.



— No es que no me guste saber que duermes hasta que se te quite el sueño, y que descansas, y que cocinas… es sólo que también sé cómo te sientes referente al tema de, así como tú dijiste: "sentarte a esperar a que yo llegue del trabajo" —le dijo—. Además, te consideraría una "esposa trofeo" y no por las razones comunes… sino porque le gané al mundo y te tengo.



— Ay, de repente soy trofeo —bromeó, colocando más queso sobre las rebanadas de pan para luego colocarle la mezcla de champiñones salteados y cebolla caramelizada.



— Tú sabes a lo que me refiero —entrecerró la mirada, y colocó la base de la sartén sobre la hornilla.



— Sólo bromeo —asintió con una sonrisa—. Pero, ¿no será que lo hiciste también para tener la excusa perfecta?



— ¿Para que Alec no reviente en estrógeno y progesterona y saque a la criatura animal protectora que lleva dentro?



— Para que no saque a la tarántula que lleva dentro, sí —asintió.



— Yo no necesito permiso suyo para irme a trabajar a otro lugar, mucho menos para llevarte conmigo —frunció su ceño.



— ¿Ah, sí? 



— Pues, sólo tuyo… porque el secuestro es penalizado por la ley —sonrió—. Además, quizás yo dejé que mi tarántula saliera antes que la suya y le gané la moral —rio—; yo le dije que venías conmigo sí o sí.



— ¿Fue parte de una excusa o no?



— Supongo que inconscientemente sí lo fue —se encogió entre hombros, y colocó la otra base de la sartén sobre la hornilla—. Pero, bueno, es que yo no me voy a casar con una mujer de club de campo —sonrió—; que juegue al tenis, al golf, que se broncee a la orilla de la piscina y que pase horas en el sauna cual deporte olímpico.



— Ay, no —frunció su ceño y rio—. El único deporte que yo necesito es el que se practica en la cama…



— ¿Por qué siento que esa es como una insinuación bastante puntual? —rio.



— ¿A qué te refieres?



— A que quieres practicarlo hoy, y mañana, y el domingo, y toda la otra semana.



— La otra semana es el remake de cualquier película de Quentin Tarantino —hizo un gracioso y rojo puchero.



— ¿Eso cómo debo tomarlo?



— Como que va a haber mucha sangre —se encogió entre hombros, y repartió el resto de los ingredientes de forma equitativa—. Mucha sangre y muchas hormonas.



  — Si te pones de mal humor… —se acercó a ella—. Siempre puedo chupar tu co*o —sonrió.



— ¡Yulia! —gruñó, dándole inicio a una carcajada nerviosa.



— Así me dices cuando te estás corriendo —susurró, y le dio un beso en la sien—. Y eso es lo que podría estar haciendo en este preciso momento, porque me sobran ganas, pero, de hacerlo, me corro el riesgo de que no cenes… y tú sabes cómo me siento respecto a eso, ¿verdad? —le dijo al oído.



— Tú… —entrecerró la mirada.



— ¿Yo? —sonrió, paseando su nariz por su mejilla.



— Hazte a un lado, por favor —suspiró.



— ¿Te estoy estorbando? —le preguntó de nuevo, ahora dándole besos suaves por su quijada.



— Hazte a un lado, por favor —repitió con la mirada seria.



— ¿Te enojaste?



— Pero en el buen sentido —asintió.



— ¿En el buen sentido? —frunció su ceño.



— Me enoja que tengo que comer comida para comer clítoris —respondió—. Estoy deseando que llegue —dijo, y Yulia, con sus brazos en lo alto, porque «mea culpa», dio dos pasos hacia atrás—. Más lejos.



— ¿Aquí? —sonrió con su ceja derecha en lo alto, y se sentó sobre la encimera sobre la que se había sentado antes.



— Perfecto —asintió, colocando los tres sándwiches sobre la sartén para luego taparlos con la otra sartén, «bendita sea la unison double grill»—. ¿Estás viendo mi trasero? —le preguntó con una risa que escondía para sí misma, pues le daba la espalda a Yulia.



— Esos ojos en la espalda no necesitan gafas —bromeó.



— ¿Y cómo te gusta? —murmuró, inclinándose con distancia para abrir el horno y sacar los blondies.



— Mmm… —suspiró—. Como que me estás matando.



— Karma —rio, y cerró el horno con el pie.



— ¿Ya comió el Carajito? —preguntó con sus labios fruncidos, pues qué injusto era eso.



— Ah, eso puedes hacer —rio, viéndola por sobre su hombro—. ¿Verdad que ya no parece rata?



— Ya no parece burrito con patas —sacudió la cabeza—. Porque yo sé que no estás diseñado para ser un perro flaco, pero tampoco quiero tener un perro gordo —le dijo al Carajito mientras lo recogía del pie del refrigerador, pues era un lugar cálido—. Ya eres más alto que mi stiletto —rio, acariciándole la cabeza—. Pero no más pesado que mi bolso.



— "Porque si es más pesado que mi bolso es que está gordo" —dijo Lena, colocando el molde de los blondies sobre una rejilla.



— Así es —rio Yulia, sacando un tarro alto y blanco del gabinete inferior de la esquina, ese que ya ni se alcanzaba a ver porque ya estaba frente a la alacena—. ¿Qué me dices de un chofer? —preguntó realmente de pronto.



— Bueno, un chofer es una persona que te lleva de arriba abajo, de un lado a otro, ¿no? —frunció su ceño.



— Yo sé lo que es un chofer, y sé lo que hace un chofer —rio, agitando el tarro con fuerza—. Preguntaba si no te gustaría tener uno.



— ¿Para qué?



— ¿Para que te lleve de arriba abajo, de un lado a otro?



— ¿Qué? —se volvió hacia ella con la mirada ancha, y Yulia asintió mientras se agachaba para poner al Carajito sobre el suelo y servirle la leche del tarro en el recipiente—. ¿De dónde viene eso? Y, ¿desde cuándo le das en el recipiente?



— De la misma epifanía de una ama de llaves—se encogió entre hombros—, y desde que ya está grande como para que le siga dando de un biberón; que se acostumbre.



— Dale sentido a lo del chofer, por favor.



— No sé —se encogió de nuevo entre hombros—, supongo que viene de que siempre te vas en taxi.



— Y tú caminas —repuso.



— Yo creo que, con lo que gastamos en taxi, podemos tener a un Hugh que haga lo mismo, ¿no crees?



— Son diez dólares de aquí a la oficina, tampoco es una millonada —rio—. Diez por cinco, por cincuenta y dos, porque asumimos que trabajo las cincuenta y dos semanas completas, son dos mil seiscientos.



— Eso sólo en ir de aquí a allá, cinco mil doscientos si es de allá a acá también —sonrió.



— Y Hugh gana veinte dólares la hora, eso significa que, asumiendo que son las cincuenta y dos semanas del año, y que trabaja de siete de la mañana a seis de la tarde, son cincuenta y siete mil doscientos al año —le dijo con una risa de no poder encontrarle la lógica—. Si quieres te saco la diferencia entre un taxi y un chofer.



— ¿Eso es un "no"?



— Es un "si tú quieres uno, contrátalo" —sonrió—. Yo no lo necesito, y tú, si todavía le tienes fe al transporte amarillo, tampoco lo necesitas.



— Cierto.



— Además, a eso tendrías que sumarle que tienes que tener auto y aquí el estacionamiento tampoco es como que lo puedes encontrar en cada esquina.



— Buen provecho, Carajito —le dijo al mencionado con una caricia en la cabeza—. No chofer pero sí ama de llaves, está bien —suspiró, irguiéndose para enjuagar el tarro, lavarse las manos, y botar el tarro en la basura.



— ¿Alguna otra idea loca que se te haya ocurrido de repente?



— ¿Te quieres cambiar de casa? —murmuró, y ni se dignó a verla a los ojos.



— ¿Por qué querría eso?



— No sé, ¿matrimonio es sinónimo de casa nueva?



  — ¿Desde cuándo? —frunció su ceño.



— No sé, así fue con mis papás, con Phillip y Natasha, probablemente con tus papás así fue —se encogió entre hombros.



  — ¿Entonces?



— Es una pregunta.



— No.



— ¿"No" qué?



— Yo no me quiero mover de aquí —frunció nuevamente su ceño—. ¿Tú sí?



    — Tengo ganas de complacerte —susurró con una sonrisa.



— Dime una cosa, ¿en dónde vas a encontrar un clóset como el que tienes? —dijo, y elevó ambas cejas ante tal pregunta—. ¿En dónde vas a encontrar un clóset como el que tenemos? —se corrigió, y Yulia frunció sus labios y su ceño—. Yo estoy feliz con un piano que no está en la sala de estar, y con un cuarto que decidiste llamarlo "cuarto de lavandería" porque no querías dos habitaciones para huéspedes, y estoy feliz con esta cocina que se hace bar, y con la alacena, y con el clóset de la entrada, y con el balcón, y con la mesa de comedor en la que nunca comemos comida, y con la chimenea escondida, y con el baño que se ve espectacular con la Neptune Kara que no hemos estrenado, y con la maldita vista de Central Park que tengo cuando decides ponerme contra la ventana para hump my ass —sonrió.



— Ya está —rio—. La vista pesa más que el clóset.



— Digamos que estoy de acuerdo, pero el clóset también me gusta —dijo, dándole vuelta a la prensa para asar el otro lado de los sándwiches—, porque también destrozamos un par de repisas.



— Uy, ¿te acuerdas de esa vez? —rio sonrojada.



— Cómo no —asintió, y se volvió sobre sí para desmoldar el blondie—. Bendecir y consagrar una casa nueva, sea casa, apartamento, o lo que sea, llevaría demasiado trabajo… podemos consagrar de nuevo todo lo que quieras; no tiene que ser nuevo.



— ¿Sí?



— Tiempo tenemos, y ganas… mierda, ahorita tengo unas ganas que no puedo cuantificar —sonrió, dejando caer la torta blanca sobre la rejilla—. Mira: sin quemarse ni un poquito —le dijo, señalándole la torta.



— Se ve bonita —se acercó a ella, y abrió la boca.



— ¿Y sabe? —preguntó, arrancando un trozo del blondie para metérselo a la boca.



— Tu co*o sabe mejor—susurró, y, en cuanto Lena entrecerró su mirada, contestó apropiada y coherentemente—: sabe demasiado bien.



— Saca platos.



— Sí, señora —bromeó en el tono militar—. ¿Algo más?



— Servilletas.



— ¿De tela o de papel?



— De papel.



— ¿Blancas, rojas, o navideñas? —rio, pues nunca había sabido cómo o por qué era que tenía servilletas navideñas.



— Es abril, ¿tú qué crees?



— Blancas —asintió, tomando dos servilletas y dos platos—. Por cierto, Natasha me dijo que mañana van a ir a "Top of the Standard", y me preguntó si queríamos ir con ellos.



— ¿Qué es eso? —frunció su ceño, apagando la hornilla para quitar la prensa.



— Restaurante, pero luego sería de movernos "Le Bain" para un poco de música, un par de copas… bailar contigo… ¿quieres ir?



— Con una condición —le dijo, colocando el primer sándwich, con las marcas perfectas en ambos lados, sobre un plato para cortarlo en diagonal, tal y como a Yulia le gustaba.



— ¿Cuál?



— Que te pongas un vestido que te llegue hasta aquí como máximo —respondió, trazando la línea a medio muslo.



— Luego puedes escogerlo tú si quieres —sonrió—, y puedes escogerlo todo.



— Entonces, sí —dijo, y le sirvió el otro sándwich—. Vamos a comer, que me muero de hambre —resopló, tomando los dos platos para que Yulia tomara los vasos y la botella de limonada rosada.



— ¿Cómo te fue hoy?



— Bien —sonrió, tomando asiento al lado izquierdo de Yulia—, me pasé la mañana entera diseñando.



— ¿Qué diseñaste?



— Es una habitación, que no sé si cuenta como principal o no —se encogió entre hombros, y recibió un beso en su sien, lo cual significaba un mudo pero cariñoso y educado "buen provecho", y ella, en reciprocidad, estiró su cuello para alcanzar sus labios—. Buen provecho para ti también —susurró.



— Gracias, mi amor, y gracias por la cena también —repuso, y le dio otro beso en su sien—. Ahora, cuéntame, ¿por qué no sabes si cuenta como principal?



— Es… bueno —se encogió entre hombros y le dio un mordisco a la humeante mitad de sándwich—, no es la más grande, pero, de alguna forma, es la más importante.



— Suena a casa de pareja en la que vive la suegra —rio.



— Más o menos —asintió con una risa que lograba disimular el nerviosismo—. En todo caso tiene la misma importancia que la habitación en la que duerme la cabeza de la familia.



— ¿Y qué con esa habitación, qué es lo que tienes que hacer?



— En un principio solamente reambientarla.



— ¿Pero?



— La distribución no era tan común.



— ¿No era accesible?



— Sí, sí es… —murmuró, teniendo mucho cuidado de no insultar el diseño inicial de la habitación de Yulia—. Tiene su encanto, y tiene su funcionalidad y todo.



— ¿Pero?



— Las cosas cambian —se encogió entre brazos—, y, en lugar de tener una cama individual, quieren una King size bed y eso no cabe a menos de que se tope a una pared… y, antes de que preguntes, no, no es posible hacer eso porque tiene que tener acceso de los dos lados —dijo, sabiendo que, de ser por ella, toparía la cama a la pared para no cambiar nada, pero, por ser Yulia la involucrada en el asunto, no podía sólo ser así porque a Yulia le daría un paro cardíaco debido al antiguo arte de lo obsesivo-compulsivo.



— Entiendo, entiendo —asintió—. Entonces, ¿cómo vas a hacer?



— Tengo que reorganizar lo que hay dentro; quitar clósets, mover el baño, y… —dio otro mordisco—. Y eso.



— "Mover el baño" suena tan fácil —rio—. ¿Belinda te está ayudando con eso?



— Yo sé que no es fácil, pues, tampoco sé si se puede…



— Se puede mover un baño, sí, pero es un dolor anal después de diez habaneros —rio.



— ¿De verdad?



— Sí —asintió—. Si quieres puedo ver los planos para ver si en realidad se puede hacer o no.



— En escala del uno a diez, ¿qué tan imposible es hacerlo?



— Te diría de entrada que no, ¿quién te lo está viendo?



— Volterra —dijo, y Yulia lanzó la carcajada—. ¿Tiene eso algo de malo?



— Volterra, a pesar de saber que algo es extremadamente difícil, tiene la mala maña de quebrarse la cabeza hasta encontrar una solución que es inútil, o más imposible, o simplemente estúpida —sonrió—. Él con su idea de "el cliente siempre tiene la razón", hace unas estupideces que… Dios lo ayude.



— Entonces, ¿qué hago?



— Empieza a considerar la reorganización del espacio de otra forma.



— No se puede de otra forma —frunció sus labios con frustración.



— ¿Ya consideraste ampliar?



— No hay como que mucho espacio para ampliar.



— ¿Reubicar clósets?



— Sale lo mismo.



— ¿Reubicar puertas?



— Sale más o menos a lo mismo.



— Enséñame los planos, tal vez te ayudo a que se te ocurra algo —sonrió.



— Ya me lo pusiste como cubo rubik, imposible que deje que me ayudes.



— Está bien —rio—, pero, si hay algo en lo que necesites ayuda, para eso estoy también.



— ¿"También"?



— Aparte de para complacerte, claro —bromeó, y trajo a Lena en un abrazo por los hombros.



— ¿Qué preferirías tener: tonos grises y blanco, quizás algunos crema, o tonos azules?



— Mmm… depende de la iluminación de la habitación —sonrió, mordiendo el sándwich que Lena le ofrecía.



— Tiene buena iluminación natural —rio nasalmente, pues Yulia había dado una mordida que pasaba por graciosa—, y tiene una bonita vista.



— ¿Vista urbana, vista de agua, vista de jardín?



— Agua y jardín, pero predomina el agua.



— Yo te diría que, en ese caso, preferiría los tonos grises para que no compita con la vista del agua; para que no le reste ni impresión, ni importancia, ni nada… pero no sé si tu cliente va a verlo de esa forma o si te va a decir que quiere tonos azules para que "combine" con la vista, o para que la haga resaltar.



— ¿Pero?



— Si le pones tonos grises, de alguna forma tienes que ponerle un poco de color para que no apague la vista.



— Pensaba hacerlo con decoraciones de paredes —asintió, habiendo ya pensado en eso para ese mismo escenario, el cual sabía que era el que Yulia recomendaría; la conocía demasiado—. Alguna pintura, unas cuantas fotografías que tiene, una planta pequeña, nada muy loco pero algo que sí le dé más vida que sólo la iluminación natural.



— ¿Y la iluminación artificial?



— Más amarillenta que blanca; es más amable con la vista.



— Suena a que tu único problema es el baño —rio, dándole otro mordisco al sándwich que Lena le ofrecía.



— Ya veré cómo lo soluciono —asintió, y llevó el último trozo de sándwich a su boca.



— Y sé que lo solucionarás —sonrió—. Por lo demás, ¿cómo te fue hoy?



— Bien, almorcé con Clark y Robert, y luego fui a la reunión que tenía con Mrs. Hudson… cuatro habitaciones para tres baños, cocina enorme y un área que abarca comedor y sala de estar.



— ¿En West Village?



— Meatpacking District; al frente de Apple y demasiado cerca de Chelsea Market.



— No es una mala ubicación.



— No, la ubicación no es mala… es sólo que el apartamento en sí es un poco raro.



— ¿Por qué?



— Paredes blancas, pisos de roble, una pared de ladrillo, los baños nada que ver, ventanas enormes, y la distribución es rara; cuando entras están los dormitorios y, al final, ya está la cocina con este enorme espacio que te digo.



— Sí, a veces hay unas distribuciones un poco raras allí, no siempre le encuentro la gracia a ese lugar.



— Tú eres más Upper East Side que un Upper-Eastsider —rio.



— Podría vivir en cualquier distrito, simplemente este apartamento me atrapó, y era más barato que unos que vi en Upper West, en Chelsea y en East Village.



— Y no tenía esas cláusulas de no poder abrir una pared y levantar otra pared —susurró.



— Lo que sea por un clóset digno —asintió—. Por cierto, quedó muy rico —elogió sus capacidades culinarias con un mordisco grande.
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EL LADO SEXY DE LA ARQUITECTURA PARTE 2  - Página 5 Empty Re: EL LADO SEXY DE LA ARQUITECTURA PARTE 2

Mensaje por VIVALENZ28 11/21/2015, 2:14 am

— Me gusta que te guste —dijo, enrollándose un poco entre el brazo de Yulia—. ¿Cómo te fue a ti con Helena?



— Me sacó el enojo fugaz, pero bien; todo bien.



— ¿Qué pasó?



— Sacó el tema de los hijos.



— Sí, a mí me lo sacó ayer también —rio nasalmente al imaginarse el tipo de enojo fugaz al que Yulia se refería—. ¿Por qué cuesta tanto que entiendan que no te voy a compartir con nadie? —frunció su ceño con cierta falsedad, aunque era una pregunta seria.



— Es como si fuera una obligación —se encogió entre hombros y le dio un beso en su frente.



— Entre la mirada que te dan cuando dices que eres lesbiana y la mirada que te dan cuando dices que no quieres hijos… mierda, la segunda mirada es más asesina.



— Pero yo te amo, y estoy para complacerte —sonrió.



— Eso suena condescendiente, como si tú sí quisieras tener hijos.



— Pero no, no quiero —sacudió su cabeza—. Sería condescendiente si tú quisieras tenerlos y yo te dijera que está bien, que yo también los quiero porque los tendría contigo, pero yo soy demasiado impaciente con los niños… independientemente de que me digan que, cuando son de uno, uno los soporta —rio—. Yo no estoy como para desafiar a la vida en ese sentido; si soy estéril es por algo… sabrá Dios de qué está salvando a los hijos hipotéticos que tendría… además, con el Carajito es más que suficiente.



— Jamás te he podido ver como una mujer embarazada —rio.



— No hay alta costura para mujeres embarazadas —dijo con tono de indignación—. Yo a ti tampoco te logro imaginar embarazada.



— Yo que soy toda de acostarme sobre el abdomen —sacudió su cabeza.



— Sería de agujerar la cama para que puedas hacerlo —se carcajeó.



— Sí, sí, ríete.



— Yo sólo quiero que sepas que si eres un caso de concepción divina… pues, sí lo criaría.



— Ahí está mi concepción divina —rio, señalando al Carajito, que intentaba beber leche del recipiente.



— Y con él puedo utilizar lenguaje obsceno y soez sin preocuparme de nada —asintió—. Mejor imposible.



— Es mejor ser una tía chic and cool.



— Secundo eso—sonrió, tomando el vaso para beber de él aquel líquido sintético—. Te extrañé hoy, no sabes cuánto habría querido poder llevarte a la reunión con los de Oceania para que te dieras gusto con la comida que van a servir…



— Estoy aquí —susurró, tomándola de la mano que se posaba sobre su hombro derecho—. Y estoy comiendo contigo, y voy a trabajar en eso contigo.



— Luego te enseñaré la bitácora que me dieron sobre la comida y las notas que hice, así podemos hacer brainstorming juntas.



— Cuando quieras.





Cayeron en un silencio de palabras, pues, entre risas y sonrisas, decidieron jugar con la comida, algo a lo que todo progenitor se oponía en todo país del mundo, pero era un juego sano que terminaba en mordiscos y en estómagos alimentados.





— Listo, mi amor —sonrió Yulia en cuanto terminó de poner todo utensilio sucio en la lavadora de platos, pues el arreglo siempre era que, si Lena cocinaba, ella se encargaba del resto.



— ¿Quieres postre ya o lo quieres luego? —le preguntó desde la otra encimera en donde ya había mezclado las fresas con trozos de blondie y helado de vainilla.



— Mmm… —suspiró, acercándose a ella a paso lento, y la abrazó por la cintura—. En este momento quiero quitarme otro antojo —sonrió contra su cuello.



— Guardo esto en el congelador y te dejo hacerme lo que quieras —dijo rápidamente—, me lo gané.



— ¿Ah, sí?



— Ya cené, recompénsame —asintió.



— Oh, lo haré—rio suavemente, y se despegó de ella para ir en dirección a la sala de estar.





Usurpó la música, porque quizás, si escuchaba una canción más de Katy Perry, así fuera "I Kissed A Girl", probablemente tendría un colapso temperamental y destruiría cada uno de los parlantes de su hermoso sistema de sonido. Además, Katy Perry no era ni adecuada ni apropiada.





Ajustó la intensidad de la luz de la sala de estar, nada muy iluminado ni muy oscuro; simplemente perfecto, y, justo cuando vio que Lena ya venía en su dirección, haló el sillón para indicarle que ahí era donde debía sentarse.



— ¿Aquí? —rio la pelirroja, paseando su mano por el borde del respaldo.



— ¿Algún problema? —elevó su ceja derecha y cruzó sus  brazos.



— No —resopló, dejándose caer en el sillón con su pierna derecha sobre la izquierda—. Es sólo que, siempre que me siento aquí, es para verte hacer algo.



— ¿Algo como qué? —sonrió con su labio inferior entre sus dientes.



— Un striptease —se sonrojó.



— Y… —susurró arrastradamente hasta apoyarse de ambos brazos del sofá con sus manos, para, así, poder acercarse a su rostro—. ¿Te gustaría uno?



— Pensé que tú —dijo, colocando su dedo índice sobre la punta de la nariz de Yulia— era el unico lugar donde las luces del día viven fuera de misonrió.



— Ah —rio nasalmente, intentando seguir el dedo de Lena con sus labios—, pero eso sí lo haré… porque tengo unas ganas indescriptibles de dejarte panting.



— ¿Pero? —ensanchó la mirada.



— Pero nada —sacudió su cabeza—. Estoy caliente… muy caliente —dijo con seriedad y propiedad, y, lentamente, fue dejando que su ceja derecha se elevara cada vez más.



— ¿Y eso por qué? —rio provocativamente.



— Me pegaron fuerte las hormonas —se encogió entre hombros y se irguió—. Y porque así soy yo —guiñó su ojo.



— ¿Sí? —murmuró, acercándose a ella para tomarla por la cadera mientras colocaba su rostro contra su vientre con las claras intenciones de algo más.



— Mjm —sonrió desde lo alto, enterrando sus dedos entre el flojo cabello de Lena para, con el disimulo que no la caracterizaba en ese momento, presionarla contra ella—. Soy un horno industrial —le dijo, viéndose obligada a darse la vuelta ante las manos de Lena, quien ahora colocaba sus labios sobre su falda para besar aquel distante trasero.



— Aunque me guste un striptease… podría perfectamente omitirlo para sólo tenerte sin ropa —murmuró entre sus besos—. Pero quiero ver cómo mueves esto —sonrió, y mordisqueó su glúteo derecho.



— No puedo twerk.



— No te estoy diciendo que hagas eso… sólo quiero ver cómo lo mueves, tú sabes… por mi fijación con esa parte del cuerpo —rio.



— ¿Y con qué quieres que lo mueva?



— Sorpréndeme —se encogió entre hombros y continuó besándola mientras la veía tomar su iPod para buscar la canción que realmente sabía que la sorprendería.





Comenzó con un "one, two, three" acapella y en una voz baja y grave, luego algún tipo de canto que parecía ser más un mantra o alguna muletilla característica de las canciones en árabe, o quizás eran palabras, y, rápidamente, entró el beat que no era percusión sino un simple beat muy marcado, el cual fue abusado por las caderas de Yulia. «Porque así es como se mueve». Y luego fue la intrigante y sedosa voz que hablaba y que no cantaba; Lana del Rey y una de esas canciones que prácticamente sólo Yulia le conocía.



Sensual era la canción, la voz, y el marcado y tajante contoneo de lado a lado. Sensual era el momento y las circunstancias.





Yulia se dio la vuelta a eso del segundo veintinueve, o treinta, justo después de ese "I gave you everything", y, con las manos de Lena a la cadera, se encargó de llevar las suyas al cuarto botón para empezar a deshacerse de la hilera que ocultaba su Odile de Changy negro sobre su torso, el cual ya pedía, casi a gritos, que lo broncearan, aunque todavía aguantaba unos meses sin llegar a caer en la categoría de lo desteñido.



Y «holy shit », porque las palabras de Lena no pudieron describirlo mejor, pues, con la extraña sensualidad de la canción, la salida de la camisa fue casi tan obscena como poética, o quizás sólo era el contoneo sin cesar que había poseído sus caderas.



Le dio la espalda, y dio un paso hacia una mayor distancia. «Double holy shit», porque, «mierda», las pecas eran difíciles de digerir bajo esa luz, eran como ese cruel imán que significaba Lena en esos momentos. Ella quería tocar, mordisquear y besar. Pero, como Yulia era quien tenía dos minutos y veintiocho segundos en total para quitarse la ropa, todo iría de acuerdo al tempo y a todo detalle orgánico de la melodía; de infarto.





Llevó sus manos a su espalda baja para encontrar la diminuta cremallera de su falda, y, con una lentitud y una parsimonia que la canción no conocía, la bajó para revelar los comienzos de su garter de encaje sobre sus caderas. Escabulló sus pulgares por los costados, sacó un poco su trasero, y, con la provocación de cruel combustible, la bajó primero un poco del lado derecho, luego del izquierdo, y del derecho, y del izquierdo, y así hasta que, junto con una mirada creciente de Lena, se fue agachando únicamente con su torso.



«Triple holy shit», dejó caer su quijada. ¿Garter y sin la típica tanga negra?





Lena, manteniéndose sentada, cosa que no sé todavía cómo logró, apoyó sus codos sobre su regazo para acercarse al trasero desnudo de Yulia, en especial al sneak peek que le daba de sus labios mayores. Yulia la vio de reojo, y, como cosa de la canción, o de la casualidad, todo fue como si se tratara de una hipnosis.





Con veintiocho segundos, Yulia se irguió sólo para colocarse a horcajadas sobre Lena.





— Yul… —susurró arrastradamente Lena y sin lograr saber en dónde colocar sus manos.



— Dime, Lenis —sonrió, tomando sus manos para colocarlas en su trasero.



— Creo que tus ganas de abusarme tendrán que esperar —rio, apretujando todo lo apretujable y sintiendo que, cerca de sus dedos, el calor de Yulia crecía desde su hendidura.



— ¿Sí? —exhaló, pasando sus manos hacia su espalda para desabrochar su sostén, y Lena asintió—. ¿Qué me quieres hacer?



— Tócate —susurró, ayudándole a quitarse eso que tanto les estorbaba a ambas en su pecho.



— ¿Qué quieres que me toque?



— Aquí —sonrió, y, con esa mirada que no puedo describir, succionó sus dedos para colocarlos sobre el clítoris de Yulia.



— ¿Está como para que lo toque yo o como para que lo toques tú? —dijo, preguntando más la cantidad de su humedad que la calidad del antojo.



— Está como para que lo toques tú —respondió, y retiró sus dedos de aquellas coordenadas para que fueran sustituidos por los de Yulia.



— Pero tú también tienes que tocarme —jadeó a consecuencia del círculo que había trazado sobre su húmedo clítoris.



— ¿"Tengo" que? —elevó ambas cejas.



  — Yo quiero que me toques —asintió, evitándose el mundialmente sabido y conocido «porque sé que no te aguantas».





La cercanía estaba, el tacto estaba también, y era un tanto extraño ver a Yulia dándose placer directo mientras obtenía placer indirecto por las manos de Lena que viajaban por su espalda, que en realidad era una mezcla de roces, caricias y clavados olímpicos y limpios de uñas que se deslizaban desde sus hombros hasta su trasero, en donde se clavaban con mayor agudeza para apretujarlo como sólo él invitaba.



Los labios de Lena se habían adherido a su pezón izquierdo por el simple hecho de que, de haber escogido el derecho, habría habido un conflicto en cuanto a la comodidad de sus labios y a la comodidad del uso de los dedos de Yulia, el cual nacía prácticamente desde el hombro para no estresar a su muñeca; para no estropearse el túnel carpiano antes de tiempo. La mano izquierda de Yulia, aquella que se había proclamado meramente inútil para cualquier tipo de placer sexual, fuera propio o ajeno, mantenía a Lena en su pezón al tomarla suavemente por la nuca, y, a veces, como si necesitara descansar, aunque en realidad era cada segundo de claro escalamiento de placer el que la hacía rendirse de cabeza y cuerpo, se detenía del borde del respaldo del sillón.



La respiración de Yulia era rápida pero cortada, era como si su exhalación fuera dividida en el número de círculos que trazaba en su clítoris, sus ojos oscilaban entre el completo cierre o el excitado entrecierre con el que veía que Lena tiraba de su pezón para, al dejarlo ir, volverlo a atrapar.





Hubo un momento, no sé ni qué canción era la que sonaba en el fondo porque los jadeos de Yulia eran más embriagantes que la música y eso era desde hacía rato, Yulia simplemente dejó de respirar, o quizás sólo atrapó su inhalación en su diafragma, y Lena, sabiendo muy bien lo que eso significaba, dejó su pezón en paz para poder ver la evolución de su expresión facial en ese momento de traviesa etapa pre-orgásmica.





Yulia se aferró con su mano izquierda al borde del respaldo del sillón, lo apretujó al punto de que llegó a sentir la estructura interna, agilizó al movimiento de sus dedos sobre aquel botoncito que no había sufrido del matapasión que Yulia misma generaba entre su excitación, pues cómo detestaba disminuir la fricción; quizás tenía que ver con sus dedos, o con su clítoris, o simplemente una exótica psicosis de la que sufría cuando se refería a la autoestimulación.



Lena apretujó fuertemente su trasero, dejándose llevar por el repentino vaivén que un orgasmo hincado proveía con porqué pero sin para qué, y, viéndola a los ojos, los cuales se habían cerrado para no desperdiciar energía orgásmica, le dejó ir una nalgada que la hizo exhalar lentamente entre un gemido y sollozo de entrañas contraídas.



Frotó rápidamente su clítoris, y dejó que la agudeza de sus cuerdas vocales saliera al compás de la relajación de su mandíbula, pero sólo tuvo el valor de frotar su clítoris durante el apogeo de su orgasmo, pues, de frotarlo más de la cuenta, sabía que corría el riesgo de sólo poder tener un tan solo orgasmo, lo cual no le servía para las ganas que tenía. Las ganas no eran proporcionales al alcance. Sufrió de espasmos cortos y cortados, de espasmos internos a nivel vaginal y clitoral, y de espasmos que todavía se manifestaban como el vaivén de su cadera; de atrás hacia adelante aunque un poco hacia arriba también.





— Oh, fuck… —suspiró Yulia, notando que estaba aferrada con ambas manos al respaldo del sillón y que Lena ya acariciaba su espalda con mayor suavidad.



— En escala del uno al diez, ¿qué tal? —sonrió Lena, dándole besos en su pecho.



— Rico —respondió entre aires.



— Así se vio —rio, abrazándola a la altura de la cintura para apretujarla un poco—. ¿Aguantas otro?



— Claro —asintió.



— Mi turno, entonces —sonrió.





La mantuvo abrazada con su brazo izquierdo, y, con ligereza, escabulló su mano derecha por el vientre de Yulia hasta llegar a su entrepierna.



Le provocó uno que otro espasmo en cuanto rozó su clítoris, el cual ya había entrado en proceso de desinflamación, y, al notar la sensibilidad, simplemente acudió al plan B; porque siempre había un plan B.



Introdujo primero su dedo del medio en ella, el cual pareció provocarle muy poco por la dilatación y la lubricación interna, pero, en cuanto la invadió con un segundo dedo, Yulia manifestó ese hermoso ahogo de placer.



Pero Lena no iba a por una penetración recta y plana, no, no le interesaba penetrarla porque sabía que no hacía mucho con eso, a veces no hacía nada en realidad; en eso mentían muchas actrices porno. Bueno, es que por eso eran actrices.





— Lenis —gimió Yulia al sentir la ligera presión sobre su GSpot—, estas tratando de hacer que me salga chorros?



— Me gusta cuando eyaculas —asintió, provocándole una minúscula sonrisa de labio inferior entre dientes—. Y, como aquí se hace lo que a mí me gusta —rio nasalmente, volviendo a presionar su GSpot—, quiero hacerte eyacular.





Entre gratificación y rendición, quizás un estado de malinterpretada subordinación, Yulia se dejó hacer eyacular. Las palabras de Lena eran gratificantes, y el resultado de sus gustos también lo sería; por un orgasmo intenso cómo no entregarse.





Yulia buscó sus labios, porque así era como su calidad de sumisión quedaba anulada, pues era ella quien controlaría los labios de Lena con los suyos, además, era algo que la hacía sentir mimada mientras intentaban arrancarle el alma del cuerpo por unos cuantos segundos por muy satisfactorio y agradable que eso fuera.





Lena batió sus dedos de adelante hacia atrás, pero no era un movimiento sólo de dedos, era más de mano en general. Con cada presión era un gruñido que se sumaba a la pila de placer, con cada soltura era un jadeo de confuso alivio, pues nadie podía negar que el GSpot era una zona demasiado intensa como para encontrarla completamente placentera; era tan placentera y sensible que tenía su mísera dosis de culposo y bienvenido dolor. De alguna forma y por alguna razón, los dedos de Lena, aquellos que no estaban en su vagina sino sobre sus hinchados labios mayores, ejercían esa intensa y presionada caricia que se complementaba con el tenue mimo que la palma de su mano hacía sobre su clítoris.



Aceleró el movimiento de sus dedos, de adelante hacia atrás, de atrás hacia adelante, haciendo que Yulia se encorvara a tal punto que parecía ya una gráfica rendición de rodillas y todas las implicaciones.





No tuvo tiempo ni siquiera de hacer esa sagrada y placentera respiración profunda que tanto le gustaba porque realmente la hacía explotar con intensa moderación, pero, por lo mismo, sólo fue soltando ese gruñido, primo de un pujido y hermano de un gemido, mientras se aferraba a la nuca de Lena con un abrazo que jadeaba contra su cuello entre esos temblores que le hacían una morbosa burla al mal de Parkinson.



Escaló a un grito de liberación absoluta que se cortaba únicamente por lo que podía confundirse con un ataque de epilepsia severo, y, clavándose las uñas en sus senos porque así se sentía increíblemente bien, se dejó ir alrededor de los dedos de la pelirroja que intentaba mantenerla en su sitio mientras le sacaba hasta la última gota de orgasmo que podía sacarle.



— Quien está jadeando ahora? —susurró Lena al oído de Yulia con una risa burlona.



— Yo —sonrió como pudo, y se dejó acariciar por lo besos que Lena le daba en su cuello y en su hombro.



— ¿Te sientes bien? —Yulia sólo asintió—. ¿Rico?



— Demasiado… creo que, si me pongo de pie, me voy al suelo.



— Yo te tengo —sonrió, apretujándola entre sus brazos—. Yo te tengo.



— Quiero más —susurró, levantando su rostro para verla a los ojos.



— ¿Más? —ensanchó la mirada, pero no con sorpresa de la mala sino de la buena, y Yulia asintió—. Qué rico —sonrió.



— Hormonas pre-menstruales —se encogió entre hombros—. Asumo que eso es.



— ¿Qué quieres que haga al respecto?



— Quiero que me calmes las ganas, no que acabes con ellas —rio—, que seguramente mañana y el domingo voy a querer también.



— Sal de ese cuerpo, Lena —rio la dueña de la cabellera roja, haciéndose una burla como pocas.



— Yo también tengo mis facetas de ninfómana —sonrió.



— Qué rico —dijo con una expresión demasiado graciosa—. Pero, dime, ¿qué quieres que te haga? —preguntó de nuevo, acariciando su mejilla con el dorso de su mano.



— ¿Qué hay en el menú?



— Hay… —suspiró—. Tribadismo clásico y variaciones factibles, sesenta y nueve que puede ser lateral u horizontal y que quizás quede más como un treinta y cuatro punto cinco porque sabemos que nunca es equitativo, facesitting normal y en reversa, faceriding normal y en reversa, masturbación mutua o frente a frente, cunnilingus, anilingus, penetración vaginal, penetración anal, voyerismo, humping… y, como guarnición, hay artefactos de vibración y/o penetración, bufanda negra, estimulación de pezones, mordiscos en hombros, abdomen y espalda, terapia lingual a lo largo de la espina dorsal… y, de postre, tenemos cuddling y spooning, pillow talk, ducha, postre comestible real a una o a dos cucharas, copa de vino tinto, algo de HBO o de Fashion Police pero en mute porque no soportas a Giuliana DePandi…











 



— Tienes un menú bastante amplio —rio.



— Para cubrir cada uno de tus gustos y mis gustos —asintió.



— No creo que eso sea completamente cierto —le dijo, y le dio un beso en su frente.



— ¿Me faltó algún gusto tuyo? —frunció su ceño.



— No, mío no; tuyo sí.



— ¿Cuál?



— ¿Me mueves al sofá? —rio en tono mimado, y Lena, sin decir "sí" o "no", la tomó fijamente de sus caderas con un abrazo y se puso de pie para volver a caer sentada en el sofá de al lado, ese que quedaba frente a la mesa de café de vidrio—. Te compré algo —dijo, estirando su brazo izquierdo para alcanzar la bolsa color cian.



— ¿Babeland, eh? —rio—. ¿Qué hacías en una sex shop?



— Comprándote esto —sonrió, sumergiendo su mano en la bolsa para sacar una rectangular y relativamente pequeña caja blanca del interior.



— ¿Eso es…? —frunció su ceño al ver que el intento de envoltorio de regalo era, en realidad, la tanga que a Yulia le había faltado bajo la falda.



— La usé todo el día —asintió con una sonrisa de enorme satisfacción, como si estuviera demasiado orgullosa de sí misma.



— Es tan pervertido… —suspiró, tomando la caja entre sus manos—. Tan pervertido que me gusta.



— Pero si ni sabes lo que hay dentro —rio.



— No importa lo que hay dentro —sacudió su cabeza, y llevó sus dedos a aquella tanga para desanudarla—, esto es suficiente —dijo, logrando retirarla de la caja para llevarla a su nariz, cosa que, bajo cualquier otra circunstancia y con otro tono, se habría visto demasiado mal; quizás fue la sonrisa con la que inhaló el aroma de aquella partecita, quizás fue el gusto con el que lo hizo, quizás fue la perversión misma—. Sweet Jesus… —rio, abriendo sus ojos al terminar de inhalar, y, de un movimiento la tumbó sobre el sofá, dejando así la caja en el olvido temporal—. No me gustas con ropa.



— Pero si no tengo ropa —resopló, empujando las gafas de Lena por el tabique.



— Por mucho que me guste abusarte en stilettos… —sonrió, llevando su mano al pie derecho de Yulia—. Ahorita me estorban demasiado —dijo, y dejó caer aquel New Declic Louboutin sobre el suelo.



— ¿Qué me vas a hacer?



— ¿Qué quieres que te haga? —sonrió de nuevo, tomando el Louboutin izquierdo para dejarlo caer al espacio entre la mesa de café y el sofá.



— Creí que aquí mandabas tú —elevó Yulia su ceja derecha, lo cual sólo logró que Lena tomara su garter Kiki de Montparnasse y lo retirara como si le tuviera infinito desprecio, que, cuando llegó a las medias, simplemente se las arrancó hasta dejarla completamente desnuda.



— Abre tus piernas —dijo nada más, y Yulia, en ese estado de regocijo total, separó sus rodillas y sus piernas.





Posó su pie derecho sobre el respaldo del sofá, su pie izquierdo sobre el vidrio de la mesa de café, y, como si le complaciera la mirada que Lena le daba, porque en realidad la estaba turbo-cogiendo con la mirada, llevó su brazo derecho tras su cabeza para adquirir una pose de relajación veraniega total mientras su mano izquierda apenas hacía torpes caricias en su clítoris.





— Estoy tan mojada —resopló Yulia, paseando su dedo del medio en aquella corta distancia que había entre su vagina y su clítoris.



— ¿A qué sabes? —ladeó su cabeza con una sonrisa, y tomó la caja nuevamente para terminar de saber lo que había en su interior.



— Mmm… —tarareó, llevando su dedo a sus labios—. Tienes que probar esto —rio en cuanto limpió su dedo, pero Lena no le estaba prestando atención porque había descubierto el artefacto que había en el interior de la caja—. ¿Pasa algo malo? —le preguntó ante el ceño fruncido.



— Mmm… —rio Lena nasalmente, y, como si una potencial carcajada malévola la hubiera poseído, simplemente se sentó sobre la mesa de vidrio con sus piernas abiertas—. Tú… —la llamó con su dedo, y Yulia se sentó frente a ella—. Dime, ¿qué es esto? —le preguntó, interponiendo entre ellas aquel artefacto.



— Es un dildo fandango pink con una ventosa, que no tiene la forma real de un falo —frunció su ceño, pues realmente no entendía de dónde venía la pregunta si era algo demasiado evidente.



— Eso lo sé, y sé para qué se usa también —rio, lamiendo la punta de sus dedos para pasearlos por la ventosa, y, de un agresivo golpe, lo adhirió al borde de la mesa de vidrio por entre sus piernas.



— ¡Ah! —rio ella también, y se puso de pie sólo para colocarse a horcajadas sobre Lena, dejando el falo entre ellas para simplemente acercarse—. Sé que te gusta ver —se encogió entre hombros, y se echó hacia atrás para apoyarse con sus manos del asiento del sofá.



  — You’re damn right I do —asintió, ayudándole a Yulia a acomodar sus piernas, pues eso de hincarse y tirarse hacia atrás debía ser incómodo a nivel de espalda y piernas.



— ¿Qué tanto te gusta? —elevó su ceja derecha, y llevó su mano al falo para colocarlo contra sus labios mayores.



— Yulia… —suspiró, viendo cómo, manteniendo el falso falo contra su órgano de placer, porque de reproducción definitivamente no era, comenzaba a subir y a bajar con sus caderas para empezar a frotarse con él.



— No se siente ni la mitad de bien como cuando lo hago contigo —le dijo con una sonrisa provocativa—, pero no planeo hacerlo en seco.



— Esto es tan perverso y pervertido que me gusta —rio, colocando su mano en el falo para relevar la de Yulia, así ella sólo tenía que subir y bajar con su cadera—.Es como Navidad en julio



— Feliz Navidad, Lenis —sonrió, elevando sus caderas hasta que el final del falo le quedara en la entrada de su vagina, y, con la ayuda de su propia mano, pues la de Lena había sido víctima de la hiperventilación, se deslizó alrededor de él con tortuosa y seductora lentitud.



— Mierda… —rio nerviosamente, sacudiendo su cabeza y posando sus manos sobre los muslos de Yulia—. No tienes idea de lo bien que se ve…



— ¿Te gusta? —jadeó, elevando sus caderas para completar el primer ciclo de penetración, y Lena asintió—. ¿Quieres que lo haga más rápido?



— Yo… —balbuceó, estando totalmente ida en la imagen de la entrepierna de Yulia; sus labios menores estaban tensos y envolvían al rosado falo que era ciertos tonos más oscuro que ellos, y, como si eso no fuera suficiente, estaba encantada con cómo el falo aparecía y desaparecía.





No supo qué responder, sólo llevó su pulgar al clítoris de Yulia para estimularlo, cosa que contaba como compensación para Yulia, tanto porque la posición era realmente incómoda en el sentido de que tenía un vacío bajo su espalda como porque eso de la penetración no la satisfacía tanto como el frote; menos mal que la mesa de café era un poco más baja que el asiento del sofá.





Aceleró un poco la penetración, no porque lo necesitara o porque iba tras un orgasmo, en realidad no había considerado la posibilidad de uno, sino que aceleró todo a raíz de que Lena había agilizado el frote de su clítoris, el cual no frotaba directamente para cuidarlo de una irritación, coloquialmente conocido como "hipersensibilidad temporal", pero, sí lo frotaba por sobre el capuchón.



Sí, sí, a Lena le encantaba la vista, eso se daba por hecho, pero, dentro de todo, no le terminaba de bastar.





Tomó a Yulia por la cadera y la trajo hacia ella con un gruñido, quizás sexual o quizás por la fuerza que tuvo que hacer, y la mantuvo lo más cerca que pudo contra su torso en esa posición de cuclillas. Se acercó más al borde de la mesa para que Yulia pudiera acomodarse a su gusto, pero ella decidió quedarse en cuclillas por la simple razón de que nunca lo había hecho en esa posición, además, eso le permitía tomar a Lena por la nuca mientras era sostenida por la espalda baja con ambos brazos.





— Oh, fuck —gruñó Yulia, aferrándose todavía más a la nuca de Lena mientras mantenía su frente contra la suya.



— ¿Rico? —murmuró la pelirroja, estando totalmente embriagada de la situación, pero ella quería una sobredosis.



  — It’s hitting me right in my GSpot —gimió, volviendo a bajar alrededor de aquel falo que, por los muslos de Lena, sólo se adentraba pocos centímetros en ella; los suficientes como para que se detuvieran en ese punto tan celestial—. Y… ay, mierda… —gimió de nuevo, sólo que esta vez más agudo.



— ¿Te duele? —supo preguntar, pues esa expresión no era tan clara en el jadeante tono en el que había sido expulsado.



— Me voy a correr —se ahogó entre su tensa mandíbula.





Lena se maravilló en todo sentido, por dentro y por fuera, y, con una sonrisa, sólo se encargó de hacer que esa sensación fuera asegurada, tanto en sentido de seguridad de integridad física como en seguridad de exitoso alcance.





Los jadeos de Yulia escalaron en densidad y en constancia, la posición y la sensación ya no le daban espacio ni cuerdas vocales para gemir las advertencias del orgasmo que se avecinaba. Definitivamente eso de las hormonas le estaba ayudando a correrse en la mayor brevedad de lo posible.



Abrió sus labios, dibujó una "o" que se hacía elíptica al compás del silencio que salía de sus entrañas y de sus caderas que se elevaban hasta sacar el falo por completo de sí, y sus ojos se apretujaban con mayor fuerza con cada espasmo que tenía repercusiones eyaculatorias por igual.





Lena la recostó sobre el sofá para que pudiera descansar en una posición que era más cómoda que eso de estar en cuclillas, y, cuando la recostó, quizás fue como si hubiera alargado su orgasmo al relajar sus piernas, pues se desplomó en una convulsión que era digna de mimar con caricias y besos hasta que tuviera recuperación relativamente absoluta.
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EL LADO SEXY DE LA ARQUITECTURA PARTE 2  - Página 5 Empty Re: EL LADO SEXY DE LA ARQUITECTURA PARTE 2

Mensaje por VIVALENZ28 11/21/2015, 2:16 am

— Hey, extraña —sonrió Lena, acariciando su mejilla izquierda con el dorso de sus dedos, y, a veces, se enterraba entre su relativamente flojo moño que se había hecho en el viaje en taxi.



— Hey hola —susurró, volcándose un poco sobre su costado para enrollarse temporalmente contra su pecho.



— ¿Muerta? —rio nasalmente.



— Relajada —musitó—. Dame cinco segundos más.



— Tranquila —sonrió, enterrando su nariz en su cabello para abrazarla con mayor fuerza—. Tómate el tiempo que necesites, sólo no te duermas aquí.



— No me voy a dormir —repuso un tanto ofendida, pero la ofensa se le terminó en cuanto ese bostezo la invadió—. No, no, yo no tengo sueño.



— Bostezas sólo cuando tienes demasiado sueño… ¿quieres ir a la cama?



— Yo no me voy a dormir —frunció su ceño—, yo no te voy a dejar con los ovarios desatendidos.



— Mis ovarios no son el problema —rio—, es mi clítoris el que me preocupa.



— Tu clítoris es muy, muy, muy rico —susurró, llevando sus dedos a los botones de la camisa de Lena.



— No sé cómo está la situación ahí abajo, no sé qué tan rebalsada esté, ni qué tan hinchada esté, pero lo que sí sé es que mi clítoris está a punto de tener vida propia.



— ¿Palpita?



— Y rápido —asintió, no quitándole la mirada de la suya a pesar de que quería ver cómo sus dedos descubrían su torso.



— ¿Y de qué tienes ganas?



— Ya hicimos lo que yo quería, ¿no te toca a ti escoger?



— Sólo quiero complacerte —sonrió, logrando desabotonar la camisa por completo—. Así que, ¿qué quieres?



— Quiero… —suspiró, sintiendo la uña de Yulia recorrerle su abdomen verticalmente hasta llegar al broche de su pantalón—. Cunnilingus y anilingus.



— ¿Sólo eso?



— Cómo y qué tanto lo haces es problema tuyo —mordisqueó su labio inferior.



— ¿Ah, sí? —rio, desabrochando su pantalón para permitirse escabullir su mano en el interior de él y de lo que parecía ser casi cien por ciento algodón al tacto—. De verdad que estás mojada —dijo rápidamente, pues no tuvo que hacer mucho con sus dedos como para darse cuenta de lo enunciado.



— No me quejo —sonrió, cerrando sus piernas para aprisionar la mano de Yulia entre ellas.



— No te quejas pero no me dejas —dijo con un puchero.



— ¿No quieres quitarme la ropa primero para ver lo que estás tocando?



— Yo sé lo que estoy tocando —sonrió, moviendo un poco sus dedos para escabullirse con picardía por aquí y por allá—. Mi dedo del medio es éste —susurró, acariciando su USpot con lentitud—, y estos son los otros dos dedos —dijo, logrando escabullirlos entre sus labios menores para, con ayuda del dedo de en medio, aprisionar sus labios menores entre una caricia que se sentía demasiado bien.



— Joder… —suspiró, sintiendo cómo los dedos de Yulia se movían etéreamente entre el producto de su exagerada excitación sexual, y, con sus manos, se dedicó a ahuecar su mejilla y a tomarla de la nuca.



— ¿De verdad quieres que te quite la ropa?



— De preferencia —asintió, y Yulia, «inmediatamismo», retiró su mano del interior de su pantalón para erguirse junto a ella, que, al erguirse, elevó la ceja derecha tan alto como pocas veces, pero la ceja no era para Lena.



— No me digas que hay un charco de pis atrás de mí —cerró Lena sus ojos con fuerza, como si estuviera esperando un "no" por bofetada.



— No, sólo me acabo de confundir —rio, señalando al diminuto can que las veía como si no entendiera qué estaba sucediendo entre ellas—. Es un cachorro enfermo —sacudió su cabeza, imitando su cabeza ladeada por diversión.



— ¿Eso significa que hay un tiempo fuera?



— Ahora, porque habria de hacerlo? —frunció su ceño, y se volvió hacia la pelirroja, a quien le indicaba que se pusiera de pie para hacer que sus pantalones desaparecieran de su vista.



— Él nos está viendo —se encogió entre hombros.



— Si no me ha detenido una fiesta navideña, ni un ejército de trabajadores, ni un taxista, ni nada, ni nadie… ¿tú crees que un perro me va a detener? —sonrió, y le arrancó los pantalones junto con lo que fuera que llevara bajo ellos y sobre su piel, que, cuando cayeron al suelo, el Carajito se acercó con torpeza—. En todo caso que vea —bromeó con un guiño de ojo, y trajo a Lena, con una nalgada doble, hacia ella—, y que aprenda —dijo, y le dio un beso en el vientre.



— ¿Cómo me quieres? —sonrió, enterrando sus manos entre el cabello flojo de Yulia.



— Con las mejores intenciones —respondió automática, pero no por eso condescendientemente—. Sólo con las mejores.



— Me refería a "¿en qué posición me quieres?" —rio.



— Sólo necesito que tengas las piernas abiertas, por mí puedes ponerte hasta de cabeza —se encogió entre hombros, y dio un suave mordisco para luego verla hacia arriba con su mentón apoyado de su vientre.



— ¿De cabeza? —rio para sí misma, dejando el cabello de Yulia para quitarse la camisa y el sostén, pues ya había comprendido que Yulia, en esa ocasión, cedería el privilegio de desnudarla por el simple hecho de no poder dejar de tocarla.



— Por favor, no quiero una paraplejia por un orgasmo —le advirtió.



— Yo tampoco, sólo no pude evitar imaginarlo —sonrió, colocándose suavemente a horcajadas sobre Yulia.



"Fallin’", «because Alicia tends to do the trick», era lo que sonaba en el fondo, que fue, creo yo, lo que hizo que terminaran las bromas y los chistes pero que no se terminaran las sonrisas que podían manifestar con sus labios o que simplemente se guardaban para sí mismas, pues, entre el beso y las caricias era difícil sonreír, en especial porque el beso importaba más que la sonrisa que en esos momentos se daba por sentada.



Lena cayó sobre aquellos cojines en majolica blue de patrón geométrico, y colocó el rectangular y más pequeño cojín a rayas en diversos colores térreos con una que otra raya del azul de los cojines principales. Porque se requería de muchos cojones tener muebles tan grandes de color ocre.



Yulia se recostó sobre su abdomen en la típica pose y posición de estar a punto de comerse la entrepierna de su novia, y sus pies bailaban por el aire al ya no tener más espacio, porque por eso le gustaba la cama, o el suelo a falta de cama, pero tampoco iba a permitir que la espalda de Lena sufriera de los espasmos orgásmicos sobre una superficie tan dura.



Sonrió por costumbre y por emoción, porque eso era un verdadero postre para ella; nada muy dulce pero que se le desintegraba contra el paladar al mismo tiempo que variaba entre las texturas suaves de sus labios mayores, la textura mínimamente rugosa de sus labios menores, y la textura lisa de su clítoris y de su USpot, el cual acariciaba con la punta de su lengua porque le gustaba cómo se marcaba la rigidez de su clítoris en cuanto lo alcanzaba en su cúspide, que era cuando lo envolvía entre sus labios para abusar de él con succiones y con lengüetazos.



— ¿Sabe bien? —susurró Lena con una sonrisa mientras peinaba el flequillo de Yulia tras su oreja izquierda.



— Mejor que la mía —asintió, relevando su lengua con su dedo, y Lena sonrió—. Estoy en un dilema.



— ¿Cuál?



— No sé si ir aquí —murmuró, deslizando su dedo hasta su agujerito, el cual intentaba esconderse entre el cuero del sofá y su trasero—, y con eso me refiero a entrar… —dijo, haciendo a Lena contraerse a consecuencia de la sensibilidad que ya reinaba en la región—. O si ir primero aquí —subió su dedo a su vagina—, y luego bajar.



— ¡Vaya dilema! —siseó ridiculizantemente.



— Te lo dije.



— Mmm…



— ¿Tienes alguna tercera alternativa? —elevó su ceja derecha.



— Sí —asintió, elevando sus piernas sólo para no golpear a Yulia al momento de volcarse y colocarse de rodillas sobre el asiento y de manos al brazo del sofá—. Se llama "trabajo en equipo".



— No termino de entender —frunció su ceño, sentándose correctamente sobre el asiento para verla a los ojos, pues ella la veía por sobre su hombro izquierdo.



— Tu lengua está aquí —dijo, introduciendo su mano por entre sus piernas hasta alcanzar, con su dedo índice, su agujerito más expuesto por la posición—, tu dedo, o tus dedos en realidad, están aquí —deslizó su dedo por su perineo hasta su vagina, en donde se penetró superficialmente—, y, eventualmente, si lo necesito, yo estaré aquí —sonrió, llevando su dedo hasta descubrir su rosado e hinchado clítoris.



— Traviesa, traviesa, Lena —canturreó divertida, llevando sus manos a su trasero para acariciarlo, y, antes de que Lena pudiera siquiera pensar en lo que ya todos sabíamos que pediría, le dejó ir una nalgada.



— Otra —se sonrojó, y Yulia, no pudiendo encontrar las fuerzas para negárselo porque carecía de violencia, le dejó ir una palmada en su glúteo izquierdo—. Obediente, así me gusta —rio, citando las numerosas ocasiones en las que Yulia se lo había dicho.



— Hasta yo me asombro —sonrió, y se inclinó para darle besos.



Besó porque era imposible no besar las imaginarias marcas rosadas de sus manos, pues nunca le había dado una nalgada tan fuerte a pesar de que quizás, más de alguna vez, quiso no pensar en cuánta fuerza aplicaba con su mano. Y, tras cada beso, porque fueron varios, dio un mordisco porque tampoco podía resistirse a eso, además, eso sólo lograba incrementar la anticipación, «la desesperación en realidad».



Separó sus glúteos porque le gustaba tomarse el tiempo de ver exactamente qué era lo que estaba a punto de comerse, porque era tan apetecible que tenía que admirarlo, y, sin más ni menos, cedió a las ganas de clavarse con labios y lengua para cumplir uno de los pedidos de la pelirroja a la que, con el beso y el lengüetazo, le había arrancado un ahogo de contracciones y de dientes apretados.



Un dedo se adentró en la pelirroja, y, por estar en el mismo estado que Yulia había estado en cuanto ella lo había hecho, no obtuvo mayor reacción, por lo que el cosmos se vio obligado a dejar que un segundo dedo se adentrara para robarle cada milímetro cúbico de oxígeno que tenía.



«Menos labios y más lengua, menos labios y más lengua», se repetía Yulia cada cinco segundos, que era lo que se tardaba en entrar y salir de su vagina con sus dos dedos, los cuales se tomaban tanto tiempo por la leve presión que ejercían sobre su GSpot.



Y fue más lengua, más lengua, y más lengua, porque era lo que hacía que Lena se rindiera contra los cojines al punto de abrazarlos y de morder uno con fuerzas, y más lengua, y más lengua, y más lengua, pero ahora más rígida para osar a intentar adentrarse en el angosto agujerito que tenía una cruel semana de no ser abusado con la más mínima profundidad, lo cual era un crimen que contradecía a todo Joe Cocker y a la seducción aprendida y heredada de "You Can Leave Your Hat On", ritmo, letra y melodía que estaban tan llenos de ingenio como de gracia en el sentido de chiste pero a un nivel de una pizca de absurda y erótica perversión.



Pero no era tal cosa de Joe Cocker, en lo absoluto, pues era más picante que eso a pesar de que no toda la gente lo considerara picante en realidad; era el Boléro de Ravel, pieza que no sólo contaba con los epítetos que se le atribuían a la canción del inglés setentón, sino que era también un arma de despedazadora seducción porque era todo lo sutil menos cuando se trataba de contradecir o anular a la mala suerte: nadie se podía equivocar con esa pieza porque el objetivo era, además de ser grandiosa al oído, en especial si era la Filarmónica Vienesa quien la tocaba, que todo giraba alrededor de la subliminal convicción y persuasión que se ejercía en la parte contraria, en este caso Lena y por así decirlo, porque sólo lograba hacer que, lo que sea que Yulia tuviera en mente, era realmente idea de la pelirroja y no suya. Claro, era idea de la pelirroja, sí, pero si Yulia decidía voltearla o literalmente violarla de cabeza, pues era muy probable, casi noventa y nueve punto nueve-nueve-nueve por ciento, probabilidad de preservativo, que la pelirroja creería que había sido idea suya desde un principio.



Y aclaro con dos puntos: se supone, porque ni Yulia ni yo nacimos en mil novecientos veintiocho, ni años antes ni años después sino en el Siglo siguiente, que es por eso que digo "se supone", porque como puede ser cierto puede ser una vil mentira, aunque no hay que llamarle "mentira", sino "mito"… o "chisme" cual teléfono descompuesto. En fin, se supone que Maurice Ravel, autor de tal flexible pieza, en una de las primeras presentaciones de la pieza que había compuesto, notó que una respetable mujer de "edad media", lo que sea que eso signifique, se levantó de su asiento después de que la pieza ya había estado sonando por más o menos diez minutos. Se supone que salió al pasillo del teatro como en una especie de indignación, de furia, de cierto resentimiento, y se supone que Ravel se volvió hacia el caballero que la acompañaba, quien se había quedado sentado, y se supone que le dijo: "¡ella entiende!".



Claro, por muchos años, muchos malinterpretaron el comentario del francés, quizás por ignorancia o por conveniencia; no se sabe, pues ellos afirmaban que la Señorita estaba contrariada por el obstinado uso de la misma melodía una y otra, y otra, y otra vez, y que la convicción del compositor atacaba a la audiencia con una historia repetitiva y de nunca acabar. Y, bueno, décadas después, mientras el nuevo milenio se avecinaba cada vez más, las mentes de los musicólogos, y de la gente en general, se fue despertando de aquel estado de letargo de malentendidos, y pudieron ver la erótica dimensión de vida y el subtexto más convincente en la realidad de la historia que la composición intentaba contar. Es muy probable que Ravel lanzó aquel comentario con una mirada salaz en medio de la abundancia de su arrogancia y orgullo; la Señorita había comprendido lo que la música le decía, y, lo que le decía, no era algo que ella quería escuchar en un anfiteatro, y quizás tampoco tenía las intenciones de escucharlas en ninguna parte por el simple pudor de la situación.



¿Que si es música para follar?, «¿Que si es música con la que se puede entablar una relación sexual consensual?». Definitivamente sí, particularmente si se trata de que alguna de las partes tiene esas genuinas ganas de querer controlarlo todo, o quizás no controlar nada pero sí sentir que tiene el control de todo, pues eso sólo lleva a resaltar los eventos más importantes del «lovemaking» junto a los puntos más altos de la pieza. «Mmm…», sí, sí, todo tiene que ser en pro de la ciencia, de la experimentación y de la llamada "filosofía", porque no es una pieza para "hacer el amor", «sino para hacerse el amor mutuamente». Es como para asignarse/asignarle orgasmos múltiples; un orgasmo por cada entrada instrumental, si es que así se quiere, porque eso cuenta, en esta ocasión, para la pelirroja, pues, de estar siguiendo la completa naturaleza de la pieza, o sea de la reciprocidad, Yulia tendría que, por tener el control o creer que lo tiene, posponer su orgasmo hasta los últimos dos compases. «Pero no existe ningún hombre, ni ninguna mujer, que pueda ganarle al Boléro de Ravel».



No era la Filarmónica de Viena porque eso duraba veintiún minutos con veintitantos segundos, tampoco era la Sinfónica de Londres porque duraba quince con treinta y tres, ni la Filarmónica de Berlín porque eran dieciséis minutos con ocho segundos, era la versión de la Sinfónica de Boston porque apenas llegaba a los trece minutos; trece minutos de intensivo trabajo manual y lingual, de ningún gemido por parte de Lena porque se había dejado enmudecer y extraviar por la repetitiva percusión desde la primera flauta transversal.



En fin, ¿en qué estaba?



Ah, sí, en "menos labios y más lengua", en penetrándola con su lengua más bien.



Como dije, Lena se había dejado extraviar con respiraciones densas pero relajadas, porque «skatá!» que se sentía bien que la rígida cúspide de la… que si yo digo "lengua", ella dice "¡le meto!" como vómito cerebral automático y con una euforia que ni yo sé cómo describir, aunque yo sólo quería un sinónimo; pero también es válido. Supongo. Para mí tiene sentido, y para ella también.



Los últimos dos compases, los que en teoría le correspondían a Yulia, y que en la práctica también le correspondían por razones del alocado, excéntrico y retorcido destino, la mano de Lena se acordó de lo que tenía que hacer para valerse del efecto Ravel y de los orgasmos asignados, o singular orgasmo, porque su cabeza seguía ida entre las violas, los violines y las sensaciones que Yulia le provocaba con algo tan concupiscente como su lengua. Necesitaba dejarse ir porque era simplemente demasiado, y sólo necesitaba que, estando al borde del precipicio del clímax, la empujaran con un tan sólo dedo; el dedo que iba a frotar su clítoris con la seducción de la percusión pero al compás de la intensa melodía del conjunto de instrumentos, que iba a frotar con paciente insistencia salaz, con esa justa presión que se traducía al complemento perfecto para la penetración de lengua en su más-que-relajado-y-estimulado-agujerito, y ni hablar de las presiones en su GSpot, esas que, poco a poco, le iban contrayendo cada tendón, cada músculo, cada picómetro de sus entrañas.



Una nalgada a la izquierda, una nalgada al compás de un adentramiento en su agujerito, el cual se contrajo de esa forma que sólo advertía que, al relajarse, sería el acabose nervioso de la pelirroja, y, con un apretujón de glúteo un tanto agresivo, porque vaya que sí tenía ganas de apretujarlo con fuerzas, presionó su GSpot con las mismas ganas aunque fue más delicada.



Y entonces sí.



Ska… —gruñó, como si le hubiera salido desde lo más profundo e inalcanzable de las vísceras que se le habían tensado tanto que parecían habérsele encogido, y frotó rápidamente, y más rápido, todo para terminar de sacar y de saciar ese clímax que Ravel y Yulia habían confabulado a su favor—… tá! —gimió luego de uno o dos segundos de silencio de rápido frote, logrando liberarse alrededor de los dedos de Yulia, los cuales se resistían a la expulsión para hacer de las suyas, para abusar cruel y descaradamente de lo que era un alargue de eyaculación que se le escapaba por entre sus dedos, expulsión que veía con antojo de querer probar, de querer atrapar, y que, al no poder hacerlo, sólo lo veía caer con tímida abundancia sobre el cuero del sofá, que caía directamente y por desliz a ras del interior de las piernas de Lena, quien jadeaba todavía con el cojín entre los dientes y no se daba cuenta de que su mano ya disminuía la velocidad del frote por simple sentido de autopreservación.



Yulia sacó sus dedos de Lena, pero no lo hizo abruptamente, sino con consideración, pues tampoco se trataba de abusar tanto, y, con una sonrisa, tuvo su recompensa en los erguidos dedos que recién sacaba porque tenía qué succionar y con abundantes ganas, aunque "abundante" nunca era suficiente.



Vio a Lena quedarse inerte por unos segundos, segundos en los que sus contracciones eran demasiado evidentes y en todo sentido y de toda coordenada afectada, y eso, porque era algo que no podía controlar y que Yulia veía con descaro mientras succionaba sus dedos, era tan fascinante como pocas cosas en la vida. Eran segundos en los que Lena daba inicio al intento de procesar el orgasmo en duración, en intensidad y en escala de placer, eran segundos en los que empezaba el intento de descender de la nube del clímax, eran segundos en los que el tiempo simplemente se detenía para reconocer, aceptar y procesar.



Se irguió con rodillas débiles, porque realmente le temblaban, y, de un movimiento, se dejó atrapar por los brazos de una Yulia que la llevó consigo hasta recostarse sobre el otro conjunto de cojines para que terminara de concretar el proceso del clímax en la etapa de retracción. Apoyó su cabeza sobre el pecho de Yulia y cedió al pestañeo de ojos abiertos que se podía categorizar como una siesta fugaz, o quizás sólo era para recuperar un poco el aliento entre mimos en la espalda y en su cabeza, y besos en su frente.



Show me how you want it to be, tell me, baby, ‘cause I need to know now, oh, because —cantó Lena al compás de la aguda pero un tanto nasal voz de aquella mujer que había roto el hielo en el noventa y nueve.



My loneliness is killing me, and I must confess I still believe, when I’m not with you I lose my mind —cantaron las dos a todo pulmón entre lo que parecía ser una potencial carcajada—. Give me a si-i-i-ign, ¡hit me baby one more time!



Oh, baby, baby, the reason I breathe is you, Girl you got me blinded… oh, pretty baby, there’s no-thing that I wouldn’t do, it’s not the way I planned it —continuó Yulia a solas—. Show me how you want it to be, tell me, baby, ‘cause I need to know now, oh, because…



My loneliness is killing me, and I must confess I still believe, when I’m not with you I lose my mind, give me a si-i-i-ign, hit me baby one more time! —cantaron nuevamente las dos, porque el coro era lo más poderoso y era lo que Lena sabía sin ningún error.



Oh, baby, baby, how was I supposed to know? —sonrió Yulia para Lena mientras ahuecaba su mejilla—. Oh, pretty baby, I shouldn’t have let you go…



I must confess, that my loneliness is killing me no-o-o-o-ow, don’t you know I still believe? —le respondió Lena.



That you will be here, and give me a si-i-i-ign…



¡Hit me baby one more time! —rieron ambas, habiendo cantado con el corazón en la mano y con sus puños cerrados, como si eso les diera más fuerzas.



— De Ravel a Britney Spears —rio nasalmente Lena, dejando que Britney siguiera cantando en el fondo—, simplemente pintoresco.



— No tengo excusa —sonrió—. Seguramente luego viene algo como "No Diggity" o "Rattle".



— O algo más "vintage" como Tears for Fears, Duran Duran o The Kool & The Gang —guiñó su ojo, y se acercó a sus labios para robarle un beso que tenía la intención de ser corto, de ser casi que sólo un pico, pero, al sentir su sabor en sus labios, sólo quiso robarle un poco de eso.



— ¿Lo hice bien? —preguntó con un susurro.



— Tuviste tu orgasmo —asintió, refiriéndose a que, por lo que mencioné antes, el orgasmo de Lena también contaba como un orgasmo recíproco por la satisfacción y la gratificación de que había hecho que Lena se corriera, que era como un premio, y que, por la misma "reciprocidad", era que contaba como "hacerse el amor mutuamente" y no "hacer el amor"—. Me gusta cuando haces eso —se sonrojó.



— ¿Cuando hago qué? —frunció su ceño.



— Tú sabes —murmuró, sonrojándose aún más.



— ¿Cuando te hago eyacular?



— También —asintió, pero Yulia realmente no supo de qué hablaba—. Tú sabes… —murmuró, sonrojándose al cien por ciento—. Cuando me follas con tu lengua —dijo casi inaudiblemente.



— Cuando penetro tu ano con mi lengua —sonrió arrogantemente con la ceja derecha hacia arriba.



— Eso dije —rio nerviosamente a pesar de no saber por qué el nerviosismo, pero quizás era el pudor mal puesto que todavía le quedaba y que nunca se le iba a quitar por completo, y Yulia rio callada pero burlonamente—. Tú juegas rudo.



— Me gusta cuando te sonrojas, ¿tengo culpa yo de eso? —elevó su ceja derecha, lo cual distrajo a Lena de poder responder—. Y me gusta penetrar tu ano con mi lengua —sonrió con mayor suavidad y humildad.



— ¿Y sólo mi ano? —frunció su ceño con falsa indignación y confusión.



— Tu vagina también —sonrió ladeadamente.



— ¿Y sólo con tu lengua? —correspondió la sonrisa, sólo que la suya era lasciva.



— Mi amor —ensanchó la mirada, pero logró mantener la sonrisa—, ¿quieres que use mi dedo? —preguntó, y, sin saber cómo o por qué, la mirada de Lena, en lugar de ir con el asentimiento, se desvió en dirección hacia donde aquel dildo con ventosa seguía en eterna erección y se mantenía adherido al vidrio de la mesa de café—. ¿Mi amor? —ensanchó Yulia la mirada al máximo, y la sonrisa se le borró.



— Sí, con tu dedo —se sonrojó, sacudiendo la cabeza para verla a los ojos.



— ¿Estás segura que con mi dedo y no con esa cosa? —balbuceó, casi tartamudeando, y Lena, intentando salir de lo que cualquiera pensaría un malentendido o una confusión, o que daría por sentado lo que podía ser o no ser, llevó el dedo índice derecho de Yulia a sus labios para lubricarlo.



— Todavía sabes un poco a mí —susurró, y, sin haber siquiera terminado de hablar, Yulia ya la había volcado sobre su costado izquierdo para adoptar su posición de semi-spooning—. Oh my… —se ahogó por la sorpresa, pues no esperaba que Yulia la penetrara de una buena vez—. God —gruñó con una risita de haber gozado la sorpresa.



— Mmm… eso no es lo suficientemente profundo —susurró a su oído, y lo introdujo hasta donde ya no pudiera introducirse más.



— Ahí se siente bien —jadeó, pero no de dolor sino de placer, de ese placer que no podía negar y que le gustaba mostrar porque simplemente le gustaba.



— ¿Sí? —sonrió, empujando su mano contra su trasero para simplemente crear la sensación de una mayor profundidad.



— Sí —asintió, aferrándose a Yulia por la nuca en esa posición que era tan cercana que podía ser hasta invasiva en el espacio íntimo—. Follame, por favor —jadeó.



— ¿Eso quieres? —preguntó en ese tono que sólo pedía un "sí" gritado pero gruñido.



— ¡Sí! —exclamó, rindiéndole honor a su Ego para que empezara a penetrarla con lascivia, porque rudo no era nada satisfactorio, y eso ambas lo sabían.



— Correte para mi —sonrió, y Lena, muy obedientemente, llevó su mano derecha a su trasero para separar un poco sus glúteos, pues creyó que Yulia sólo quería mayor espacio para su mano por el tipo de movimiento que hacía—. ¿Sientes eso?



— Mmm… —rio sensual y guturalmente, buscando su mirada con la suya, ambas entrecerradas; una por excitación y la otra por simple sonrisa de regocijo al ver cómo lo anticipaba.



— ¿Otro dedo?



— Mjm —asintió.



— ¿Lo quieres? —susurró, acercándose a sus labios para sentirla aún más cerca, y paseó ligeramente su dedo del medio por el borde accesible de su agujerito mientras continuaba penetrándola hasta media falange.



— Yo sí, ¿y tú? —suspiró ante la invasión del primer dedo, una completa invasión hasta donde pudiera alcanzar, y Yulia, con una sonrisa, unió sus labios a los suyos para besarla de esa forma que sólo podía sentirse pero no describirse con nada en el mundo; quizás fue un gesto de amor, quizás un gesto de distracción, o quizás ambas cosas, pues, mientras la besaba a ojos cerrados y Lena la mantenía contra ella y entre sus labios con su mano izquierda por su mejilla, se retiró de Lena para, con una coqueta cosquilla, avisarle que estaba a punto de empezar a empujar dos dedos dentro de ella.



Lena exhaló entre el beso, exhaló de esa jadeante y regocijante manera en cuanto sintió cómo el segundo dedo la invadía con tortuosa lentitud y que le provocaba esa sensación de hormigueo y de sentirse repleta conforme el paso de los segundos y de los besos que Yulia continuaba dándole en sus labios.



Era caliente, porque "tibio" habría sido una infravaloración de la situación, y era muy estrecho a pesar de haber sido apropiadamente estimulado con su lengua y con un primer dedo. Como tenían tanto tiempo de no recurrir al segundo dedo, todo por una mortal falla de comunicación, la resistencia del abusado pero complacido agujerito era notable; no rechazaba los dedos de Yulia, y no los rechazaba porque no había cometido la estupidez pornográfica de introducir sus dedos de forma paralela, o uno junto al otro, sino que había colocado su dedo del medio sobre su dedo índice y los había presionado contra sí para adquirir una forma más "ergonómica" y menos invasiva, pues el volumen no era el mismo; en lugar de ser representativo de un paralelepípedo, era la representación casi exacta de un cono, lo cual resultaba como mayor estímulo para el sinfín de terminaciones nerviosas que se albergaban en los bordes del rosado agujerito, que, al ser invadido, sólo le arrancaban eróticos y sensuales gemidos a la pelirroja, y eran tan eróticos que parecía que se los arrancaban, más que de las entrañas, del alma.



Lena reacomodó sus piernas de tal forma que podía retirar su mano derecha de su glúteo para poder llevarla a su clítoris, porque la combinación de placeres sería magnífica, o eso era lo que su cabeza le decía en la absoluta inconsciencia, pues era lógico, ¿no?



Ahora, eso era placer como pocos, como los esporádicos, como los selectivos, como los uno-a-las-mil que no eran dos o más por culpa del mortal déficit de comunicación, y quizás no era que era un placer más grande, pero, por ser tan escaso, tan raro, era más intenso y relativamente diferente, «porque era travieso y picate>>



Los dedos de Yulia no se enterraban hasta el fondo, no, porque eso sería más cruel para ella que para Lena, y no por el grosor, porque, en ese momento de excitación sexual por estímulo visual y físico al estar abusando de ella con ojos y dedos, podía penetrarla con lo que fuera que le pidiera la extasiada pelirroja a la que había vuelto a perder entre el placer compartido, pero, si se le ocurría penetrarla con mayor profundidad, hasta ahí en donde sus dedos desaparecerían casi por completo, la presión del agujerito ahorcaba sus dedos, que se sentía bien, demasiado bien.



— ¿Así está bien? —gruñó Yulia contra sus labios mientras acentuaba la penetración—. Más rápido o más difícil?



— Más lento —suspiró, y no era que le molestaba el tempo de la penetración, porque realmente era rico, pero más despacio era más tortuoso y más provocativo.



— ¿Así? —sonrió, realmente disminuyendo el tempo a más de la mitad, lo cual era verdaderamente complaciente.



— Agarra mi seno—asintió, y Yulia, como si se tratara de una orden a la que le tenía miedo, se aferró a su seno derecho, pues era el que más accesible le quedaba al tener su brazo bajo el cuello de la pelirroja, quien se aferró al mismo seno por encima de la mano de Yulia—. Mh… —se ahogó, a ojos cerrados, a raíz de lo bien que se sentía el frote en su clítoris al compás de la lenta penetración—. Se siente bien… —sonrió, manteniendo su rostro a ras del de Yulia, porque, de alguna forma, eso que estaban teniendo era más íntimo que cualquier otra práctica sexual.



— Dime que todavía no te corres, por favor.



— ¿Por qué? —rio sensualmente, estando por fin cien por ciento poseída por el nivel más alto de la libido.



— Me gusta verte así —sonrió, posando su nariz contra la suya—. Excitada…



— Está bien —resopló aireada y flojamente, dejando la mano de Yulia para tomarla por el cuello.



Y sí, la libido estaba tan concentrada en Lena, que había empezado a ser exteriorizada a base de una fina y elegante capa de sudor que sólo supo enloquecer a quien se encargaba de torturarla con concupiscencia. Sudor, cero pudor, ahogos, suspiros y gemidos que se provocaba ella misma, que le provocaba Yulia, o que entre ambas creaban, sólo llevó a ese punto al que Yulia no quería que existiera todavía, cosa que para Lena era más que justo porque, si ella había dejado que viera, la reciprocidad y la retribución era algo que se daba por educación y porque daba picante gusto.



Quitó sus dedos de su clítoris, no para cortar la intención de orgasmo sino para simplemente estirarla, y, sin saber qué hacer con esa mano, dejó que cobrara vida y que hiciera lo que quisiera porque sabía que, lo que fuera que hiciera, le daría placer. Y sí le dio.



Primero entró su dedo del medio en su vagina, el cual, sorpresivamente, sí sintió a pesar de la cantidad de lubricante que parecía no dejar de producir, pues, a diferencia del resto de veces, aunque la excitación implicara cierta dilatación vaginal, ahora sufría de la misma inflamación de la que sufrían sus labios mayores y su pequeño clítoris, y, por si eso no fuera una agradable y verdadera exageración de variables y circunstancias, los dedos de Yulia ejercían presión de esa forma que no se podía explicar con exactitud más que con un gemido. Y por mórbida curiosidad, o quizás porque se podía imaginar la intensidad de la sensación, deslizó su dedo anular en aquel empapado, hirviente y sensible canal que servía exactamente para eso: para el placer, porque de reproducción no tenía ni la más remota intención.



Un gemido agudo se le escapó de entre dientes, pues esta vez sí se sintió repleta pero en la mejor de las formas que se podía; era un placer sorpresivo, candente, potente y no tenía nada de culposo, al contrario, era para disfrutarlo con el más obsceno descaro.



Masajeó su GSpot porque fue lo que más le llamó la atención; era lo primero que se había encontrado en su autoinvasión vaginal, y se sentía demasiado bien como para no "explorar" la sensación, y, al igual que Lena podía sentir los dedos de Yulia en su «traviesa cavidad», Yulia sentía cómo llevaba sus dedos de adelante hacia atrás en su vagina, y, aunque eso le daba curiosidad de la inocente, de esa que nacía de la verdadera ignorancia y de la pregunta de "¿cómo es que funciona eso?", debía aceptar que le parecía lo suficientemente travieso como para interrumpirlo, pues las ganas de interrumpirlo lo tuvo. No quería que Lena se partiera en dos. Pero no se iba a partir en dos, exagerada.



— ¿Puedo correrme ya? —musitó Lena en ese tono que le provocaba mini orgasmos a Yulia, y quizás, más que el tono, fue el hecho de que le pidiera el lascivo permiso de hacerlo, no por posesión, no por dominación, porque eso no era, pero le pareció demasiado de esa forma en la que cualquiera dejaría caer su quijada y asentiría en silencio.



— Por favor —sonrió totalmente embrutecida, encantada por la voz, por el aire, por su sudor, por su entrecerrada mirada, por toda ella.



Lena sonrió calladamente, con sus labios unidos como si fuera la pizca de lo risueño que le quedaba entre tanta travesura y libido, y sacó sus dedos del interior de su vagina para llevarlos, así de empapados, a su clítoris para hacer precisamente lo que no sólo quería hacer, sino que necesitaba hacer.



Lo que sintió, y cómo lo sintió, fue digno de ser representado con un gemido al que Yulia respondió con un "grrr" que le nació del mismo lugar de donde le había nacido a Lena lo suyo. La textura de su clítoris era demasiado perfecta, lisa, inflamada, con la fricción justa, y la sensibilidad ni hablar, porque fue de lo mejor que pudo sentir en ese momento, tanto así, y tan así, que se contrajo para apretujar los dedos de Yulia. Y necesitó de ese yo no se que, con un poco de presión, para contraerse todavía más, estrujar a Yulia hasta el punto de hacer que la dejara de penetrar por la simple contracción, la cual le sacó ese sollozo con el que se frotó más rápido, y más rápido, y más rápido, con el espasmo de cadera que se contrajo todavía más por posición anatómica. Y, como por "sadismo" orgásmico, porque ya estaba en la cúspide del clímax, llevó sus dedos a su vagina para simplemente hacerse eyacular.



— Holy! —gritó, aferrándose a Yulia de la única forma que encontró mientras ella se encargaba de mantenerla anclada al sofá con ambas manos, pues ese grito había sido, más que por la eyaculación, porque Yulia había sacado sus dedos de su agujerito, alargando así la duración y la intensidad del orgasmo—. Fu-u-uck! —rio entre el tembloroso gruñido que ameritaba la descarga nerviosa—. Theé mou… —suspiró, todavía con espasmos, volviéndose, entre la risa que la estaba atacando en crescendo, hacia Yulia.



— Lenis… —rio nasalmente, abrazándola febrilmente para intentar vivir los espasmos también, pues no intentaba acabar con ellos, ni frenarlos, mucho menos contenerlos; sólo quería sentirlos—. Eso se vio rico…



— Mjm —asintió, contra su pecho, el cual le quedaba contra su frente.



— ¿Estás aquí conmigo o todavía no? —sonrió, acariciando el flojo cabello de Lena, y ella sólo suspiró, tomándola suave y débilmente por el cuello y la nuca para abrazarla de alguna forma, pues sentía que, a pesar de estar entre los brazos de Yulia, podía caerse del sofá, aunque para eso necesitaría volcarse casi completamente.



— Mmm…



— Ven aquí —acezó, llevándola completamente sobre sí para sentir el jadeante peso que tanto le gustaba sentir, además, si la tenía encima, podía pasear sus manos con mayor comodidad e insolencia por donde se le diera la gana.



Se quedaron así por unos minutos, en realidad lo que duraba "Diamonds", y, por esos tres minutos con cuarenta y cinco segundos, nada se movió en esa sala de estar, ni siquiera las manos de Yulia, las cuales habían tenido la intención de tocar y seguir tocando, pero, por respeto, no abusó más de la cuenta.



— ¿Sabías que a Sia le tomó quince minutos escribir esa canción? —irguió Lena su rostro.



— ¿Quince minutos? —sonrió, y Lena asintió—. Eso me tardo en la ducha —bromeó.



— Es como si te pagaran por ducharte.



— Ah, eso sería triste —rio, pasando su brazo izquierdo tras su cabeza para recostarse sobre él mientras que, con su mano derecha, peinaba a Lena por la simple costumbre, y se vieron a los ojos por unos momentos mientras sonaba aquella melodía junto a aquella gutural voz de simples "mmm" que de alguna forma eran seductores; era entre misterioso, intrigante y travieso.



— Gracias —susurró bajo la clara voz de aquella afroamericana que por razones de la vida tenía un cierto aire a Amy Winehouse.



— ¿"Gracias" por qué? —ladeó su cabeza, y ella se sonrojó—. ¿Por hacer eso? —elevó su ceja derecha al compás de la insinuación.



— Sí —asintió rápida y tímidamente, como si ya el pudor le hubiera regresado al cuerpo.



— De nada —sonrió con doble sentido—. ¿Quedaste satisfecha o…?



— No —rio nasalmente, no pudiendo evitar sonrojarse todavía más—, quedé más que satisfecha.



— ¿Segura?



— Sí, ¿y tú?



— Yo estoy bien —sonrió, ahora sin mensajes subliminales ni segundos y terceros sentidos, y, sin explicarse cómo, desvió la mirada de la de Lena para ver cómo el Carajito simplemente las veía con la misma confusión, con la misma expresión de media confusión y media "wtf"—. ¿Por qué me ves así, Carajito? —rio, haciendo que Lena se volviera hacia él—. Carajito pervertido… —le sacó la lengua, y él, como si se tratara de un regaño, simplemente se metió entre la ropa sobre la que se había sentado.



— ¿Tendríamos que hacer este tipo de cosas a puerta cerrada? —se volvió Lena hacia Yulia con su ceño fruncido.



— ¡Já! —se carcajeó monosílabamente—. La puerta está cerrada —le dijo, señalando la puerta de la entrada.



— Ay… —hizo un puchero de enojo un tanto gracioso—. Sabes que no me refería a eso.



— Él es quien recién llega, tú y yo aquí hemos estado haciendo esto desde hace bastante tiempo, que se acostumbre… —se encogió entre brazos.



— ¿Sí sabes que se trata de un perro, verdad? —resopló.



— Es lo mismo que te pregunto yo —rio.



— Cierto —rio, excusándose en el embrutecimiento a consecuencia del orgasmo—. Mmm… Vader mirón.



— Un perro es como un hijo; se parece a su dueño —guiñó su ojo.



— No sé por dónde tomar ese comentario —sacudió su cabeza, y llevó sus manos al pecho de Yulia para apoyar su mentón sobre ellas.



— ¿Por el único lado que tiene? —sonrió con la ceja derecha en alto.



— Estás comparando un perro con un hijo, a un papá con un dueño, y, por sabrás tú qué conexión cerebral, prácticamente dijiste que los hijos son propiedad.



— Ay, ay, ay —rio—. Tan elaborado no era el comentario —sonrió enternecida—. ¿Acaso nunca viste el principio de los Ciento un Dálmatas?



— Sí, ¿por qué?



— Al principio, cuando Pongo está hablando de que Roger es su mascota, y que sale a la ventana para ver si le puede encontrar una pareja, sale que los perros son como sus dueños; el French Poodle es demasiado fancy, igual que la dueña, el Pug camina con el culo hacia afuera y con la nariz hacia arriba, parece ser medio snob igual que la dueña, y no me acuerdo qué otros perros salen, pero son como sus dueños.



— ¿No es Roger el dueño de Pongo? —frunció su ceño.



— Ah —rio—. Licenciada Katina, no me diga que usted sólo ha visto la película con Glenn Close.



— La que ve todas las películas eres tú —se excusó.



— ¿Qué me dices de "Los Aristogatos"?



— No que yo recuerde.



— Mi amor, ¿y qué veías cuando eras pequeña? —frunció su ceño.



— ¿Aparte de Gli Antenati? —Yulia asintió—. Películas animadas, asumo… no me acuerdo.



— Gli Antenati es de la misma época de todas esas películas —sonrió.



— O sea, me vi las de las princesas y esas cosas…



— Oh, si, mi querida Princess Aurora —sonrió, ahuecándole la mejilla, pues ya en más de alguna ocasión Katya le había llamado así por el supuesto parecido físico que Yulia no lograba verle por ninguna parte.



— ¡Hey! —rio sonrojada por la broma.



— Sabes —dijo, volcándola contra el respaldo para colocarse ella parcialmente sobre la rendida pelirroja—, de todas las películas clásicas de Disney, me quedo con esa.



— ¿Por qué?



— Porque ni Úrsula, ni Lady Tremaine, ni Gastón… no sé, villanos insípidos —se encogió entre hombros—. Eran malos, no macabros.



— ¿Úrsula no te parece macabra?



— Demasiado Diva para ser macabra —sacudió su cabeza—. Además, las historias me dan pereza; La Bella Durmiente es la única que puedo ver una y otra, y otra, y otra vez desde siempre —sonrió—. No me aburre —dijo con el doble sentido, ese sentido adicional que trascendía a sólo la película.



— ¿Debo asumir que Maléfica es tu villana favorita?



— No logro decidirme entre Cruella de Vil y Maléfica —tambaleó su cabeza.



— ¿Y villano?



— Hades.



— No sé por qué todos se van con el Capitán Garfio, o con Jafar.



— Jafar tiene su encanto; tiene el mismo aire que tiene Maléfica… pero Hades me da risa y no me gusta Aladino.



— ¿Y qué te gusta? —la molestó.



— Películas con mayor sustancia, cierto —asintió, viéndola directa y penetrantemente a los ojos—. ¿Te puedo hacer una pregunta quizás un poco incómoda?



  — Adelante.



— Tú… —suspiró con su ceño fruncido, y no por fatalismo sino por no saber cómo verbalizar las ideas mentales—. ¿Te gustaría que yo…? —cortó la idea, pues ese no era el camino—. ¿Quieres que…?



— Yul —rio—. Sólo dilo.



— Cuando te pregunté con qué querías que lo hiciera… viste eso —dijo, señalando al todavía erecto dildo que estaba pegado al vidrio de la mesa de café—. ¿Tú quieres que lo haga con eso? —preguntó, y vio cómo el rostro de Lena entró en confusión; fue como si le robaran todo el color del mundo, pero, al mismo tiempo, fue como si se hubiera sonrojado demasiado—. Dime, por favor.



— Yo… —suspiró entre un balbuceo.



— La respuesta es "sí" o "no".



— No es tan fácil —susurró avergonzada.



— ¿No? —frunció su ceño.



— ¿Podemos hablar de esto en otra ocasión?



— No —sacudió su cabeza—. Quiero saber, y quiero saberlo hoy, ya.



— Mmm… —suspiró de nuevo, y rascó sus ojos con sus dedos para intentar drenar la vergüenza y el nerviosismo—. Sí y no.



— Humor me.



— Solo tengo curiosidad —se encogió entre hombros, dándole a entender que era un "sí" y un "no" muy parejo.



— Pero si ya sabes cómo se siente.



— ¿Tú me vas a decir que se siente igual un par de dedos a un dildo? —rio.



— Nunca he tenido un dildo rn mi culo —sacudió su cabeza, y Lena entrecerró su mirada para exigirle la seriedad que ella le había pedido de antemano aun sin haberlo dicho explícitamente—. Sí, sí se siente diferente.



— Pues ahí la razón.



— ¿Y quieres que lo haga?



— ¿Ahorita? —ensanchó Lena la mirada.



— ¿Quieres ahorita? —ensanchó Yulia todavía más la suya.



— No, no, no, no —rio, sacudiendo la cabeza rápidamente—. Tengo mis límites —dijo, y Yulia respiró con cierto alivio—. Pero quizás en algún momento, algún día, yo qué sé.



— ¿Desde cuándo tienes esta "curiosidad"? —le preguntó en ese tono de voz que tendía a la preocupación, pero no se debía al tamaño o al acto, a la práctica, sino al hecho de que la comunicación no era tan perfecta como ella creía que lo era.



— Diciembre veinticuatro del año pasado —respondió con naturalidad.



— ¿Tan exacto?



— Pues sí.



— ¿Por qué?



— Porque me desperté ese día con la curiosidad ya en la cabeza —se encogió entre hombros—. Simplemente me desperté y ya.



— ¿Por qué no me lo dijiste antes?



— ¿Para que te pusieras así? —rio un tanto enternecida, y ahuecó la mejilla de Yulia.



— ¿"Así" cómo?



— No sé, estás como… a punto de pánico.



— No —cerró sus ojos ante la tibia caricia de Lena—. No estoy a punto de tener un ataque de pánico o de ansiedad —sacudió levemente su cabeza.



— ¿Entonces?



— Es sólo que son cosas que me gustarían saber en el momento del génesis —murmuró.



— Es que es sólo la mitad —vomitó en un susurro, haciendo que Yulia abriera los ojos como gesto de petición de explicación—. Me desperté queriendo que usaras la cosa roja y que la usaras ahí —se sonrojó.



— ¿Por qué no me lo dijiste?



— Porque creí que era pedirte demasiado —se encogió entre hombros—. Digo, de por sí se te notaba la incomodidad que te provocaba la cosa roja aquella, ¿y a eso debía sumarle que la quería ahí? —rio—. Te conozco, y, probablemente, habría sido un "no" más rápido de lo que fue el "no" con la idea a medias… y lo pedí como "regalo" porque sé que bajo ninguna otra circunstancia lo habrías siquiera considerado —dijo, y Yulia frunció su ceño—. ¿Estás enojada?



— No —susurró—. Es sólo que me asusta lo mucho que me conoces.



— ¿Eso es malo?



— No —suspiró con ese colosal cargo de consciencia.



— Yul —rio nasalmente, y ahuecó ambas mejillas—. No pasa nada, no me voy a morir si eso no sucede nunca, y tampoco es como que de eso depende mi vida para que lo hagas; así como tú no me obligas a nada, yo tampoco puedo obligarte —pero Yulia mantuvo su ceño fruncido, y pareció como si no la hubiera escuchado—. Por favor, dime algo… lo que sea.



— ¿Te despertaste un día y dijiste: "quiero sexo anal con el feeldoe"? —exhaló, y Lena asintió sonrojada—. Puedo intentar hacerme a la idea de lo que eso significa —susurró en el mismo sonrojado tono de la pelirroja que estaba bajo ella.



— No tienes que hacerlo —sonrió reconfortantemente.



— Inception —dijo nada más con la mirada ancha, y estalló en una carcajada que relajó la tensión entre la dos. 

 
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EL LADO SEXY DE LA ARQUITECTURA PARTE 2  - Página 5 Empty Re: EL LADO SEXY DE LA ARQUITECTURA PARTE 2

Mensaje por VIVALENZ28 11/28/2015, 1:21 am

CAPITULO 20 De Yulia y Lena. Y nada más.





Se leía "RES. A.D MCMXIV" sobre la puerta doble marrón que tenía las típicas aldabas antiguas y doradas; muy pulidas y muy relucientes, igual que las placas metálicas que protegían la parte inferior de cada puerta. Por alguna razón que ella no se explicaba, sentía como si tuviera demasiadas horas de estar parada frente a las puertas, con la llave en la mano, y sin querer entrar. Sí, no quería entrar, pues, de que podía, podía. Lo que no sabía era por qué no quería entrar. Cosas del sexto sentido.



Era de tarde. Levantó su mano izquierda para ver la hora, y, en lugar del Patek Philippe de siempre, tenía un Movado en oro blanco y fondo negro, muy clásico, lo cual le pareció raro, pues ese Movado lo había arrojado en un basurero della Facoltà di Architettura, o quizás había sido en Villa Borghese. «Quizás metí la mano en el basurero», se encogió entre hombros, y, como por arte de magia, en cuanto vio que eran las cuatro y media en punto, entró al edificio que había tenido enfrente desde hacía sabía Dios cuántas horas.



El pasillo llevaba directamente al patio central, en donde cualquier vecino podía sentarse a fumar mientras bebía un verdadero café, al cual había nombrado con propiedad y exactitud. «Un caffè grande, ristretto, lungo, machiatto, cortado, capuccino o espresso». Antes de llegar al patio, porque no le gustaba cuando había otra persona además de ella, dobló hacia la izquierda para subir cuatro bloques de escaleras, pues el ascensor del edificio nunca le había generado tanta confianza al ser casi que una réplica de aquellos que se habían hundido con el Titanic, «además, me hace sentir claustrofobia». Así de estrecho y pequeño debía ser como para que le activara la fobia de la que no padecía. Las escaleras le gustaban porque, al ser un edificio viejo pero adecuadamente restaurado y mantenido, eran del ancho, por la altura, por el grosor perfecto para llegar sin mayor cansancio hasta el cuarto piso de altura europea, al quinto de altura americana.





Llegó al piso deseado, quizás hasta más rápido que el ascensor, y, omitiendo la existencia del ala derecha, cruzó hacia el ala izquierda para llegar a la moderna puerta de roble tintado y de perillas plateado mate.



Abrió la puerta y se encontró inmediatamente con el comedor; rectangular mesa de vidrio para cuatro solitarias y minimalistas sillas, y, al lado derecho, estaban esas dos enormes pinturas abstractas de Nicola De Maria, y ni hablar de la alfombra gris que cubría el uniforme piso de madera.



A la izquierda se extendía la sala de estar, de sillones y sofás minimalistas de cuero anaranjado y estructuras metálicas en negro, y dos pinturas más de De Maria. Frente a la sala de estar, la cual le gustaba por la magnífica iluminación natural con la que contaba, estaba la abierta cocina de gabinetes blancos y encimeras negras, de doble horno, «porque, ¿por qué no si cocinan tan bien?», y de un mastodonte de refrigerador y de la mejor ventilación que se podía pedir.





— Hola! —elevó su voz, arrojando las llaves del Jaguar y del apartamento sobre una de las encimeras de la cocina mientras revisaba los sobres de correspondencia que estaban, como siempre, sobre la primera encimera, al lado del recipiente en el que, pareciendo de revista de decoraciones, había siempre cinco duraznos, tres peras bosc, y tres granny smith.



— Tesoro —emergió él por entre la puerta del pasillo que daba hacia el estudio y hacia las escaleras que llevaban a los dormitorios—. ¿Cómo te fue?



— Bien, bien… —murmuró, pasando de sobre en sobre porque no había nada interesante, y, de igual forma, ninguno era para ella, sólo era curiosidad—. ¿Y a ti?



— Bien, también —sonrió, y la envolvió libremente entre sus brazos para darle un beso en la cabeza—. No te esperaba tan temprano.



— Sí… no sé, no tenía nada que hacer —se encogió entre hombros—. Espero que no sea "tan" temprano.



— En lo absoluto —sonrió de nuevo mientras sacudía su cabeza—. ¿Quieres algo de beber?



— ¿Qué tienes?



  — Tengo… —suspiró, volviéndose con agraciados pasos hacia el refrigerador para abrir la puerta de las bebidas—. Lo que más te guste —guiñó su ojo, mostrándole una hilera de botellas de San Pellegrino, dos botellas de Grey Goose acostadas, y latas de limonada rosada "Minute Maid", porque eso era lo que Yulia bebía por veneno de soft drink favorito—. Y no creas que se me olvidó que tenía que comprar Dr. Pepper —dijo, revelando una hilera de latas en la puerta.



— Te acordaste —rio muy complacida por el gesto, y caminó hacia el refrigerador para sacar una botella de Pellegrino—. Agua estará bien.



— ¿Estás nerviosa? —resopló, sabiendo que, cuando estaba nerviosa, evitaba el alcohol a toda costa porque, de ingerirlo, su torpeza social sería víctima de las exageraciones.



— ¿Estás tú nervioso? —contraatacó, pues ganas de responder esa pregunta no tenía.



— Un poco, sí —dijo con sinceridad—, es primera vez que hago esto.



— Sí, creo que te hice esperar un poco demasiado —rio—. La primera vez casi a los treinta…



— A la edad que sea, y la vez que sea, creo que el sentimiento sería el mismo.



— ¿Ah, sí? —preguntó con ese tono tan distintivo en ella.



— Claro.



— ¿Cuál sentimiento? —vomitó curiosamente mientras alcanzaba un vaso para servirse un poco de agua.



— Supongo que son celos.



— Ay, no molestes —rio—. Ni que tuviera complejo de Edipo y me estuviera casando con un clon tuyo… —le dijo, volviéndose hacia él con su rostro—. Como tú, sólo tú —sonrió.



  — No deja de sentirse como que me están robando a mi hija —repuso con esa ceja derecha hacia arriba.



— Nadie me está "robando" —sacudió su cabeza con una leve risa nasal—. Estoy yendo por voluntad propia, por libre albedrío.



— Tal vez no "robando", pero sí se siente como si te estuvieran arrancando de la familia —intentó explicarse un poco mejor.



— ¿Así se siente mamá también? —frunció su ceño, pero no con enojo sino con ternura.



— No me malinterpretes, estamos muy contentos, muy alegres por ti… pero eso no significa que no se sienta extraño —dijo, intentando evadir la respuesta tan evidente.



— Desde que trabajo con Perlotta ya no vivo aquí —repuso—. El "vacío" no lo van a sentir.



— Es una sensación que no puedo explicar, Tesorino —se encogió entre hombros—. Tu mamá y yo sabemos que no es que te vas a vivir a Florencia, porque ni eso es lo que nos hace sentir así, es sólo el hecho de que realmente ya te fuiste de la casa… y no me refiero a que tienes casi diez años de no vivir con nosotros, porque vives a quince minutos de aquí… y Castel Gandolfo tampoco queda en Bratislava a distancia de auto —rio.



— Y tampoco es que me estoy mudando a Castel Gandolfo ya, primero tengo que tener un techo, eso de dormir bajo las estrellas no es lo mío —bromeó ligeramente—. Además, irme a vivir a Florencia… a la villa de la Nonna —sacudió su cabeza con cierto asco, o quizás no asco pero sí rechazo—, es demasiada inversión en un jardinero… sabrá Dios qué tenía en la cabeza cuando decidió poner tantos arbustos y tantos cipreses…



— ¿Cuándo es que empiezan a construir? —preguntó, no sabiendo qué responder ante la locura de su ya difunta suegra.



— En julio —respondió entre los sorbos de agua gasificada—, y, claro, estás más que invitado antes… digo, por si quieres ver cómo nivelan el terreno.



— Prefiero ver el producto ya terminado, tú me conoces.



— Está bien, pero después no digas que no te invité a conducir una aplanadora —bromeó.



— Lo reconsideraré, lo reconsideraré —dijo con una mirada de estar cambiando de parecer, siempre había querido conducir una máquina de esas—. Cambiando un tema por otro, porque me estoy poniendo más nervioso de lo normal, ¿hablaste con tu hermano?



— Dijo que va a procurar salir lo antes posible del trabajo para poder venir a tiempo para la cena —asintió—. ¿Qué vamos a cenar?



— Vamos a hacer ravioli… creo que rellenos de ricotta y langosta.



— Suena bien, muy bien —sonrió.



— Hola! —llamó la voz de Larissa desde la puerta principal, y ambos se asomaron por entre los límites de la pared para sonreírle—. Yulia, Tesoro —sonrió, caminando hacia ella con las bolsas del supermercado entre las manos—. Vienes temprano —y la saludó con un beso en cada mejilla mientras Oleg le quitaba las bolsas para descargarla.



— Salí temprano del trabajo, y, como eran las cuatro y media, supuse que aquí estarían —repuso, viendo a su papá, de reojo, sacar las cosas de las bolsas de tela—. ¿Qué tal va la Capilla?



— El calor, el calor… —sacudió su cabeza con frustración, y fue suficiente información al respecto.



— Y el verano ni ha comenzado —rio Yulia.



— Lo mismo le dije yo ayer —rio Oleg,volviéndose hacia ellas sin haber desempacado todo y enrollándose las mangas de su camisa blanca, pero Larissa lo detuvo con un gesto para ella enrollárselas, pues, de hacerlo él, no le quedarían del mismo grosor ni a la misma altura.



— Ustedes son crueles —sacudió Larissa su cabeza de nuevo.



— Sólo no decimos mentiras —dijo Oleg.



— Y establecemos lo obvio —añadió Yulia.



— En fin, ¿a qué hora podemos esperarlos? —rio Larissa con una mirada de "a veces me dan ganas de matarlos".



— A las seis en punto me dijo que aquí estarían.



— ¿Los cuatro? —preguntó Oleg.



— Los cuatro —asintió Yulia.



— ¿Vas a ir a tu casa a cambiarte o así te vas a quedar?



— ¿Creen que debería cambiarme? —frunció su ceño, volviéndose a ver desde donde «ni modo» estaban sus ojos.





Vestía jeans ajustados a sus piernas, lo más que se pudiera pero sin que su circulación se viera comprometida, una blusa ligera de algodón gris para que su torso tuviera la apropiada ventilación bajo la ligera chaqueta blanca, sin cuello y manga tres cuartos, que dejaba que sus stilettos fueran de cualquier color, que en esa ocasión, por cosa rara, no eran stilettos sino unas altas cuñas que pasaban por el nombre de "espadrilles" en Jimmy Choo, y que tenían corcho para amortiguar, cuero genuino y sin tinte, y una pequeña placa dorada en la punta de la plantilla como decoración, en la cual se leía el nombre del diseñador.





— No lo sé —corearon los dos al mismo tiempo, y se encogieron entre hombros.



— Creo que así estoy bien —murmuró para sí misma como si intentara convencerse.



— ¿Estás nerviosa? —resopló Larissa en cuanto vio el rostro tenso de su hija.



— Lo normal —asintió silenciosamente—. Pero, más que eso, no he dormido nada por estar trabajando en el proyecto de Napoli… me está succionando la vida entera.



— Bueno, bueno, ¿por qué no vas a recostarte un rato? —sonrió Oleg, sacando la cajetilla de cigarrillos del bolsillo frontal de su camisa para ofrecerle a Yulia el número de su deseo.



— Y te despertamos cuarto a las seis para que no te veas tan dormida —añadió Larissa, sacudiendo su cabeza ante el ofrecimiento de Oleg y ante la aceptación de tres cigarrillos que Yulia tomaba con sus dedos.



— No es una mala idea —asintió, viendo a su mamá doblarle las mangas a su papá—. ¿De verdad me despiertan a esa hora?



— Si no nos crees, programa la alarma también —rio Oleg, obteniendo una mirada entrecerrada de "muy gracioso, papá", y vio a Yulia retirarse por el pasillo.



— Jamás la había visto así de nerviosa —comentó Larissa calladamente en cuanto Yulia se retiró de la cocina.



— ¿Y tú? —rio él—. ¿Alguna vez te habías sentido así de nerviosa?



— He parido tres veces —entrecerró la mirada, dándole la excusa de siempre—. No me hables de nerviosismo.



— Iba más por la línea de Alina —sonrió.



— Ay, cómo eres —resopló, terminando por fin de doblarle las mangas—. No fui yo quien casi le agradece a Stavros por casarse con ella —entrecerró la mirada.



— Fue sólo una tentación, nada concreto —se defendió—. ¿Lista para cocinar?



— Lista —asintió Larissa, llevando sus manos a la corbata de Oleg para quitársela, pues ya veía cómo se enterraría en la harina, que era lo que siempre sucedía—. ¿Te encargas tú de la pasta o de la langosta?



— Langosta, mil y cien veces langosta —acezó, pues a él no le quedaba bien la pasta, siempre se le agrietaba al momento de aplanarla, y le quedaban algunos grumos.



— Eso pensé —sonrió, ahuecándole fugazmente la mejilla de corta barba.





Yulia se recostó en el comodísimo diván marrón del cuarto de estudio, y, mientras veía las altas libreras que estaban repletas de aquellas colecciones de pastas duras verdes, azules, rojas y marrones, llevó uno de los cigarrillos a sus labios para encenderlo con el Ronson Princess, «¿desde cuándo he tenido yo uno de estos?», frunció su ceño como si no entendiera, pero, en cuanto recibió la primera oleada de humo en sus pulmones, porque vaya celestial sensación que tanto había extrañado, se le olvidó que tenía un encendedor de esos en su mano.





Se quedó viendo el techo como acostumbraba, pues le gustaba el contraste de lo blanco de la pintura contra lo marrón de las vigas, era como si la relajaran con estilo, y, entre inhalación y exhalación, sintió cómo realmente caía en ese modo de relajación casi total hasta quedar en ese estado de descanso sin caer en el sueño; era el momento de simplemente detenerse a respirar, a inhalar, a repasar mentalmente ‘Francesca da Rimini’, a exhalar, y a simplemente dejarse ir en el momento. «No más de mover baños sólo porque sí, sólo porque a Alessandro se le metió en la cabeza que quiere mover un baño sí o sí, no más del Ristorante Sistina, no más de la restauración dell’Accademia di Belle Arti…».







Cerró sus ojos al compás del principio del fin del tercer cigarrillo, y, como si se tratara de olvidarse de todo, porque siempre seguía siendo su escape a pesar de ser realidad, ficción o una situación de realidad alterada, se puso a recordar ese momento en el que la vida le había cambiado.





Por alguna razón o circunstancia, hacía año y medio, meses más-meses menos, se encontró con un cliente que era tan «maldito» que se le había antojado eso de la originalidad de alto costo, «más bien "originalidad a alto costo"», y, como no conocía más mundo que Armani por sentido patriótico y por sentido regional, porque venía de la Emilia Romagna como el diseñador, quiso que él mismo diseñara desde la alfombra del baño de visitas hasta el bar; y, claro, por dinero baila cualquiera, hasta ella, pero Giorgio Armani no; él no era "cualquiera". Para su buena suerte, porque de esa tenía bastante, pasaba que la hija de Alessandro, el que quería mover el baño sólo porque sí, trabajaba en Armani Casa desde ya varios años y era la encargada del programa de textiles y muebles a la medida «y jodidamente al gusto». Como la hija de Alessandro era la Gerente de Diseño de Interiores, ergo de producción de muebles también, era ella con quien Yulia debía tratar para que el cliente no le cortara las nalgas y las expusiera cual trofeo de Bob Esponja sobre la chimenea que iba a ponerle en la sala de estar: «"Wet Painters", episodio 50a (tercera temporada)». Fue como una bofetada doble; una con el derecho de la mano y otra con el reverso, de ida y de regreso, así fue como se sintió Yulia con el apretón de manos que, sin saber por qué, se convirtió automáticamente en un beso doble; uno en cada mejilla, y no fue que eso le cayera como dolorosa bofetada, sino como parte de una monumental epifanía. «Insisto, todo fue culpa de Alessandro», porque siempre mantuvo a su familia como en un gran secreto, y todo secreto es demasiado intrigante y atractivo.



Ella no supo cómo, o por qué, pero, antes de que se le entregaran los muebles, que ella había tenido que subir a Milán para ver personalmente el producto final, y personalmente empacarlo y transportarlo, porque, de no ser así, su cliente seguiría con su amenaza de cortarle las nalgas para exhibirlas sobre la chimenea que ya le había construido, fue que había terminado en la cama de aquella pelirroja tras numerosas copas de vino tinto. Pero tampoco podía culpar al vino, o a le fettuccine alla bolognese con demasiado queso que para ella había sido hasta muy poco, y definitivamente tampoco podía culpar a esa canción que sonaba en el fondo mientras la pelirroja le hablaba sedosa y calladamente, y ella sólo podía verle los labios de tantas ganas que tenía de besarla; «qué descortés eso de no verla a los ojos», pero no se aguantaba, y no se aguantó.



Indiscutiblemente, cuando se despertó a la mañana siguiente, supo que algo estaba mal, «"mal"», y no en el sentido de malo sino de raro, porque, en ese momento, justo en cuanto vio a la sonrisa de la pelirroja y postcoital melena que contemplaba su soñoliento y torpe amanecer, supo que todo lo que había sucedido antes de esa noche era lo "malo", lo que no debió haber sido, y, aunque no sabía exactamente por qué, sólo supo qué era, «y siempre pensé que era culpa de Alessandro, por haber mantenido tan protegida de todo el estudio como si se tratara de un secreto de Estado», pero Alessandro tenía una muy buena razón: Luca, el hijo mayor de su socio, era un hipersexual, un promiscuo conocido y reconocido, un amante del sexo y no de las mujeres como tal.



Después de esa noche vinieron muchas noches después, fines de semana en los que la pelirroja llegaba a Roma y fines de semana en los que ella llegaba a Milán, vacaciones coordinadas y calculadas con demasiadas exactitudes para coincidir en la casa del Lago Como que tenía la familia de Yulia, o para coincidir en la villa en la Toscana y visitar el único viñedo que le quedaba al legado de la familia Volkov, o para coincidir en el apartamento que los papás de la pelirroja tenían a la orilla del mar en Livorno. Quizás no llevaron esas escapadas adultas y adúlteras en secreto porque nunca les preguntaron y ellas nunca lo admitieron en público, quizás porque les gustaba eso tan privado, quizás porque era muy de ellas, y quizás porque no querían compartir eso tan "excéntrico" «y relativamente mítico por sensación y sentimiento», porque, a pesar de no saber qué era eso, y qué eran ellas entre sí y consigo mismas, era más concreto, real, y sano que cualquier otra variación y/o variable que la vida podía ofrecerles por aparte.



No había sido hasta casi un año después de haber comenzado la relación, porque al fin habían tenido el coraje para definirlo con etiquetas de valores y descripciones, que Yulia había decidido hablar con sus papás para aclararles, de su boca, que ella todavía no sabía exactamente si era heterosexual, homosexual, bisexual, o qué, pero que, sin duda alguna, era «"Lenasexual"».



Sí, sí, las quijadas de Larissa y Oleg se cayeron hasta el suelo con la noticia, pues realmente nunca sospecharon un comportamiento evidente en Yulia, y no era que se escudaban en que había tenido dos o tres relaciones serias con hombres, pero, como Yulia no era del tipo que presentaba a sus parejas en sociedad porque le gustaba la vida privada, sus papás pocas veces habían tenido interacción con sus parejas, y la quijada se les cayó más por eso, porque Yulia estaba prácticamente presentándoles a su pareja de forma discreta e indirecta.



Ninguno de los dos hizo un escándalo, ni se escandalizaron, sólo se pusieron de pie, porque estaban sentados en el sofá de la sala de estar cuando Yulia se los había comunicado, y la abrazaron con una sonrisa, lo cual significaba que luego, con el paso de las horas y los días, llegarían a procesarlo por completo.



Vino el mes de septiembre, mes en el que a Lena, tras lo que ella llamaba "una cagada sin remedio ni remiendo", no le había quedado de otra más que presentar una digna renuncia por respeto a sí misma y a su reputación; fue el mes en el que decidió irse de Milán para entrar a trabajar con su papá, por consiguiente con Yulia, cosa que todos sabían que era peligroso «por el escenario de "¿y qué pasa si ustedes terminan? ¿No sería eso muy incómodo?"», pero, a decir verdad, ni Yulia ni Lena se detuvieron nunca a pensar en eso, quizás por inmadurez emocional o quizás por seguridad emocional, pues no creían en la posibilidad de que eso pudiera llegar a suceder.



Del lado de Lena, de la encantadora pelirroja que siempre se despertaba con Yulia entre sus brazos, su mamá, Inessa, lo había tomado como cualquier otra noticia: con indiferencia e irrelevancia, pues a ella le daba igual qué era y qué no, a ella sólo le importaba que Lena estuviera tranquila y que fuera feliz. A su papá, Alessandro, siempre le interesó que fuera un hombre merecedor quien se llevara a su hija mayor, pero, desde que Lena, con diecisiete años les había arrojado la noticia sobre un ayuno dominical, se había resignado a que no tendría un yerno con quien departir mientras las tres mujeres de su vida hacían las compras, bueno, se había resignado a que Lena no le daría un yerno sino una nuera. Y Katya, la hermana menor de Lena, la que había abusado de los genes recesivos en todo sentido, ella simplemente había crecido con esa idea de que su hermana nunca había tenido novio, y de que no le gustaban los hombres, y para ella eso era normal, tan normal como que sus papás se querían bien.



Pues, a raíz de que Lena se regresó a Roma, y que no quería irse a vivir con sus papás por considerarse una adulta hecha y derecha, aceptó la invitación de Yulia para vivir juntas en el apartamento de la Via Nizza, y, desde entonces, desde hacía nueves meses que vivían juntas, todo se había dado con los mejores colores, los mejores tratos y las mejores sensaciones, que ambas familias se habían involucrado amigablemente, tanto a nivel de suegros como a nivel de cuñados; de desayunos tardíos en casa de los Volterra, de cenas en casa de los Volkov, de salidas al cine con Katya, o con Aleksei y su esposa, de compras de suegras y nueras, de almuerzos de suegras, «y de juegos de la Roma en el Stadio Olimpico, en especial cuando se trata de un juego contra la Lazio».





Se volcó sobre su costado para acomodarse en una potencial posición fetal, así como solía dormir al lado de Lena, y se aseguró de quedar con la espalda casi fusionada al cuero del respaldo para sentirse como si estuviera siendo sostenida por la pelirroja; sólo le faltó la respiración contra su cuello, eso que la relajaba tanto y que al mismo tiempo le hacía suaves cosquillas.





Vio la habitación a mirada entrecerrada, logrando ver el escritorio de su papá, con la HP y toda la artillería que necesitaba un economista para mantenerse al tanto de toda bolsa habida y por haber en todo momento, y, más allá, en la esquina en la que se mantenía la pecera con peces payaso y que pretendía ser una minúscula parte de un arrecife de coral, estaba el Yamaha de media cola que era tocado todas las noches por al menos veinte minutos, o lo que duraran los antojos de la noche, lo que Tchaikovsky o Rachmaninoff tuvieran para dar.



Cerró sus ojos al ya no tener ningún cigarrillo que fumar, y, en cuanto el mundo se volvió oscuro, sólo supo arrepentirse de no haber tenido tiempo para entrar a la cama la noche anterior, pues eso de "mover el baño" le estaba quitando el sueño de forma literal, «¿porque a quién carajos se le ocurre mover un baño sólo porque sí?», y Alessandro la tenía quebrándose la cabeza también, aunque ella ya había dicho mil veces, y una más, que era mejor y más fácil pellizcarle los testículos al león mientras se vestía un jumpsuit de carne cruda. De igual forma, habiendo trabajado toda la noche en eso, en intentar encontrar una solución que no fuera «"es más fácil demoler y construir que sólo cambiar ese baño de lugar"», no había podido enrollarse contra Lena, quien se había quedado dormida con "Project Runway" en el televisor. Y, como no había podido dormir con ella, decidió mejor acordarse de la noche anterior, noche en la que sí había compartido la cama, y no sólo la cama.



Se acordó de cómo, con el share violeta, había asaltado a Lena en la cocina; la pelirroja con las manos sobre una encimera, obligando a que su trasero saliera un poco para que ella, tomándola por la cadera, la penetrara con malicia, para luego penetrarla de frente, con las piernas a los hombros, para dejar que Lena la cabalgara de frente y de espalda mientras se estimulaba su clítoris o tomaba de sus senos. Todo para que, cuando había sido su turno, poder recibir el más sensual y cariñoso abuso anal entre besos y caricias. Y eso la mató hasta las siete de la mañana del día siguiente.  




La alarma le sonó exactamente a las cinco con cuarenta y minutos, y ella, abriendo sus ojos, procuró sentarse y tomar uno que otro respiro profundo, pues no sabía si era el nerviosismo en sí o el hecho de que la alarma, «porque suena como si fuera alarma nuclear», siempre le lograba sacar la mierda del susto. Es que, de no ser así, nunca se despertaba, pues podía haraganear y dormir todo el día si no era porque tenía que trabajar o porque tenía que hacer el mate de que trabajaba. Después de todo, ella estudió Arquitectura y Diseño de Interiores por no querer enfrentar a sus papás y decirles que quería estudiar Diseño de Modas, «porque eso me habría hecho una costurera», y ejercer la Arquitectura no era nada sino un dolor de cabeza que era obligación, por lo que siempre prefería ambientar cuanto espacio fuera posible; así fuera algo pro bono, «si es que tal cosa existe».
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EL LADO SEXY DE LA ARQUITECTURA PARTE 2  - Página 5 Empty Re: EL LADO SEXY DE LA ARQUITECTURA PARTE 2

Mensaje por VIVALENZ28 11/28/2015, 1:23 am

— ¿Descansaste? —sonrió Larissa en cuanto la vio emerger en la cocina con una cara ya más fresca a pesar de que el nerviosismo se le notaba por cómo frotaba rápida y ligeramente sus pulgares contra el resto de sus dedos.



— Sí, un poco —asintió Yulia, no pudiendo evitar inhalar y degustar el aroma que las colas de langosta despedían al estar siendo salteadas en un poco de mantequilla, ajo, ralladura de limón, sal y pimienta fresca, aroma que el extractor de olor succionaba y que las ventanas abiertas dejaban escapar—. Huele demasiado rico.



— Prueba —le ofreció Oleg un trocito de langosta que había recogido con la cuchara de madera, y Yulia lo recogió con sus dedos para llevarlos a su boca—. ¿Qué tal? ¿Sabe bien?



— Doctor Volkov —rio Yulia, succionando las puntas de sus dedos para quitarles el sabor, aunque luego se lavaría las manos—, ¿usted tiene un Doctorado en Finanzas o en Gastronomía?



— Me halaga, Arquitecta Volkova —le devolvió la mención del título—. Pero el Doctorado es en Finanzas.



— Y en este momento pienso que es una pena que no sea en Gastronomía —guiñó su ojo.



— Así de bueno estará —rio Larissa, que se volvía al molino para seguir aplanando la última hoja de pasta—. Escogimos un Pinot Noir para los que quieran vino tinto, y Pinot Grigio para los que quieran vino blanco, ¿te parece?



— Para ustedes los adultos, sí, claro —asintió con una risita que implicaba la vetustez de sus progenitores y de los de Lena.



— Sí, sí, y para la niña una limonada rosada —dijo Oleg, devolviéndole la burla.



— Pero con Grey Goose —se defendió Yulia—, con Grey Goose.



— Y para la otra niña una Dr. Pepper —se burló Larissa, refiriéndose claramente a Lena.



— Deberían estar agradecidos de que no somos unas alcohólicas anónimas —frunció su ceño.



— Tienes razón, pero tampoco es mejor que sean un par de alcohólicas reconocidas —sacó Larissa la lengua.



— Nada de eso —se le arrojó en un cariñoso abrazo por la espalda—. Tú sabes muy bien que me enseñaste a moderarme.



— Personalmente te enseñé —asintió Larissa con una risa, pues le daba cosquillas cuando Yulia la abrazaba así.



— Tan bebedora ella —bromeó él, porque Larissa no bebía otra cosa que no fuera vino o champán, en ocasiones especiales bebía algo más.



— Desde siempre y para siempre —la apretujó Yulia con la burla que eso significaba, y se estiró un poco, no por falta de altura, sino sólo para darle un beso en la mejilla.



— Yulia, hazme un favor y saca las otras sillas de la bodega, ¿quieres? —sonrió Oleg, sacando la langosta del fuego, aunque, bueno, fuego no era porque la cocina era eléctrica, y Yulia asintió—. Ahora extiendo la mesa.



— Sólo cuatro sillas —le dijo Larissa, sólo por si el cerebro de su hija seguía dormida.



— Creo que sólo cuatro adicionales hay —se encogió entre hombros con una risa, desapareciendo por un costado.



— Cuatro Volterra, y cuatro Volkov, ¿verdad? —elevó Oleg su voz—. ¿O viene "la Doña" también?



— Si Trenitalia la suelta antes de las siete, sí —respondió Yulia desde la bodega, «por el coño de Atenea, ¿desde cuándo "la Doña" trabaja para Trenitalia? ¿Desde cuándo vive aquí?».





Lena se despertó sin saber exactamente por qué, sólo era de esas veces en las que probablemente se trataba de enormes ganas de ir al baño, o de sed, o de que Yulia le había robado las sábanas y le había dado frío, o, al contrario, de que ella le había robado las sábanas a Yulia y se estaba muriendo de calor.



Pero no, ni lo uno, ni lo otro. Ni esto, ni aquello.



Se rascó los ojos para poder enfocar un poco en la oscuridad, y, luego de haberlo hecho con los respectivos suspiros mentales, tomó su teléfono para ver la hora, «las tres con veintisiete», y suspiró por la hora, porque era hora de seguir durmiendo.



Se volvió hacia el lado izquierdo, pues, como cosa para-nada-rara, se había despertado sobre su abdomen pero viendo hacia el armario empotrado que daba de su lado, y vio a Yulia acostada sobre su costado izquierdo, dándole la espalda como cosa para-nada-rara. No tenía la sábana encima, ni siquiera de esas noches en las que se la dejaba a la cadera, y el aire acondicionado estaba a unos afables diecisiete grados, pues era la temperatura a la que habían acordado desde que a Lena no le gustaba dormir en un congelador, y dieciocho grados era realmente demasiado caliente para la pubertad tardía y crónica en la que Yulia se encontraba desde mucho antes de su pubertad real.



Buscó el borde de la sábana bajo la que ella se encontraba, porque, aunque le gustara ver a Yulia dormir en un culotte negro, el cual delataba la minúscula y disimulada incomodidad de aquellos reglamentarios días del mes, le arrojó las ciento catorce hebras de algodón egipcio blanco encima, pero, como ella era ella, y quizás por estar todavía un poco dormida fue que se sintió con el poder absoluto de acercarse a Yulia para adoptar su posición y abrazarla por su abdomen, que fue por eso que frunció su ceño.





Yulia arrojó la colilla del cigarrillo a la acera en cuanto vio que la Tiguan negra se estacionaba al otro lado de la calle, por lo que supo que exactamente, detrás de ella, venía el S60 rojo flamenco metálico en el que se sentaba la cabellera pelirroja de gafas oscuras Dolce.





Esperó a que se estacionara, y, aunque pareciera una omisión, fue directamente al trío que llevaba el apellido "Volterra" como si fuera un deporte olímpico.





— Arquitecto Volterra —sonrió para el calvo hombre que vestía su típica camisa polo bajo la chaqueta casual de coderas de cuero, y lo saludó con un apretón de manos que se convirtió en un beso en cada mejilla—. Arquitecta Katina —se volvió hacia la rizada cabellera roja.



— Yulia, por favor —rio Inessa mientras recibía un beso en cada mejilla—. Cero formalidades, por favor.



— Kat —sonrió Yulia, dejando a un lado las formalidades que le costaba quitarse porque se trataba de sus jefes, quienes, al mismo tiempo, eran los papás de la pelirroja que se veía al espejo retrovisor para aplicar algo tan sencillo como un lipbalm, y se volvió hacia la mente maestra que había confabulado el plan perfecto de primero estudiar Química y Farmacia para luego entrar directamente y sin titubeos a Medicina.



— "Hermana" —resopló a su oído, pues ellas no se daban un beso en cada mejilla sino un abrazo febril, y, aunque Yulia quisiera estar en el momento, en el educado y fraternal abrazo, sólo pudo estar acosando a Lena, quien ya caminaba hacia ella con una sonrisa de gafas oscuras tipo diadema.



— Cara mia —exhaló sonrientemente Lena para que Katya la soltara y se la dejara en libertad, pues ella quería saludarla, quería verla después de tanto tiempo de ni siquiera cruzarse con ella por el estudio.



— Mon amour —sonrió Yulia, cayendo entre los brazos de la pelirroja, quien la había tomado en un sorpresivo pero bienvenido y-para-nada-incómodo beso de labios.



— Qué rico beso —susurró, y le sonrió con sus verde grisaceos ojos al compás del secuestro de su mano—. ¿Todo bien?



— Demasiado —asintió Yulia, que, de no ser porque Inessa se aclaró la garganta, ellas se habrían olvidado del mundo entero al sentir esa necesidad y ese equipaje que se acumulaba en cuestión de minutos y horas de no verse.



— ¿Vamos? —entrecerró Lena la mirada para emitir el descontento con su mamá, pero ya luego tendría tiempo a solas con Yulia, y qué bueno que era viernes.



— Espero que no les moleste la comida casera —dijo Yulia para todos, irguiéndose para emprender camino hacia el interior del edificio.



— Sabes que no hay nada como la comida casera —respondió Inessa, viendo hacia ambos lados de la calle, por mera costumbre, aunque la vía sólo era de un sentido—, y que es algo que siempre decimos.



— Para no perder la costumbre —rio Lena, recibiendo a Yulia en su hombro izquierdo y sintiendo cómo la abrazaba al tomarla de la mano y del brazo.



— ¡Ay, Ine! —exclamó Alessandro, llevando sus manos a su rostro—. ¡Se nos olvidó el vino en casa!



— Nada, nada, Alec —sacudió Yulia su cabeza—. No te preocupes, tenemos hasta de sobra —sonrió reconfortantemente mientras se adelantaba, todavía tomada de la mano de Lena, para abrirles la pesada puerta del edificio.



— Pero qué vergüenza venir con las manos vacías —sacudió Inessa la cabeza, estando un tanto sonrojada por la misma olvidadiza vergüenza, y Katya que la remedaba de labios mudos, pues era tan predecible que cualquiera sabía qué era lo que podía salir de su boca.



— Para nada, Inessa —rio Yulia—. Olvídalo, no pasa nada; de verdad es una invitación completa, como siempre —sonrió, viendo pasar a Katya para, por fin, dejar pasar a Lena y pasar ella—. Mi amor —detuvo a Lena con un suave tirón de mano—, ¿desde cuándo tuteo a tu mamá? —susurró, viendo a Alessandro pedir el ascensor.



— Desde siempre, mi amor —sonrió ella un tanto confundida, y se confundió todavía más en cuanto Yulia transformó su expresión facial en un intricado rompecabezas—. ¿Te sientes bien? —le preguntó con su ceño fruncido, todo porque escuchaba cómo los pensamientos de Yulia hacían más ruido de maquinaria pesada que el para-nada-sutil sonido del ascensor.



— Sí, sí —sacudió Yulia su cabeza, pero la confusión no se le quitó, y sonrió como si la estuvieran forzando a hacerlo.



— ¿De verdad te sientes bien? —le preguntó de nuevo, pues la sonrisa no la había convencido en lo absoluto—. Es que no tienes por qué rendirle homenaje a la tradición de "una semana con mi familia, una semana con tu familia" —sonrió—. Podemos cancelarlo si no te sientes bien —dijo, acariciando su mejilla con sus nudillos.



— No, no —sacudió Yulia nuevamente su cabeza—. Cansancio nada más —rio nerviosamente, y volvió a emprender marcha hacia el ascensor, en donde, por respeto a los Volterra, se uniría a ellos en aquella estrecha jaula.



— Mi papá tiene que bajarle al ritmo —comentó Lena—, siempre que se le ocurre una "genialidad" te arrastra a ti.



— Es lo que hace el trabajo entretenido —se encogió entre hombros, y mató el tema por estar ya demasiado cerca de ellos.
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EL LADO SEXY DE LA ARQUITECTURA PARTE 2  - Página 5 Empty Re: EL LADO SEXY DE LA ARQUITECTURA PARTE 2

Mensaje por VIVALENZ28 11/28/2015, 1:25 am

Lena se aferró a Yulia, y comprendió por qué se había quitado la sábana; estaba ardiendo, y estaba ardiendo de tal manera que no sabía siquiera si era una fiebre común y silvestre, pero, cuando colocó su mano sobre su frente, aun sin saber si era fiebre o no, supo que era algo más, pues Yulia, en cualquier otra circunstancia, se habría despertado inmediatamente por el insoportable calor.



Frunció su ceño, y continuó intentando averiguar si era fiebre de la ya no común y silvestre. Posó su mano en lo que dejaba de su cuello, «hirviendo», la posó sobre su espalda, «hirviendo», y no sólo estaba hirviendo, sino que estaba empezando a humedecer la camisa desmangada gris. Asumiendo que era fiebre, porque realmente estaba «hirviendo», la cubrió con la sábana y se acostó tras ella para abrazarla, pues, si no se estaba despertando, no debía ser tan grave como para recurrir a despertarla, y, por si era calor, colocó el aire acondicionado en lo más bajo, pues ella, junto a ese horno que tenía por prometida, fácilmente se calentaría.







Yulia tomó la botella de Pinot Grigio, vino que era rechazado por demasiados snobs del mundo cotidiano y culinario, pero los Volkovs lo defendían porque habían sido productores de dicha variedad, y los Volterra-Katina no peleaban ningún vino por ser simplemente vino, y llenó la copa de Lena, quien se sentaba a su lado derecho, «¿desde cuándo se siente a mi lado derecho y no a mi lado izquierdo?».





— ¿Te sientes bien? —le preguntó con un susurro Lena pues vio a Yulia quedarse en blanco ante la epifanía de la confusión, aunque, más que la confusión, le llamó la atención eso de que se pasara de la parte más ancha de la copa al estarle sirviendo.



— Sí, ¿por qué? —frunció su ceño, reaccionando rápidamente y levantando la botella para interrumpir el vertimiento.



— No sé, te siento rara.



— No, no… nada que ver —sonrió con la misma falsedad de antes—. Sólo cansada.



— Bueno, bueno, perdón por el atraso —interrumpió Larissa con dos platos en el brazo izquierdo y uno en la mano derecha—. Espero que haya valido la pena la espera —sonrió, colocando un plato frente a Alessandro, Katya y Inessa, y Oleg colocó un plato frente a Aleksei, quien recién llegaba, uno para Lena, y otro para Yulia.





Era un plato blanco para cada uno, un plato relativamente pequeño; de ensalada, y, en efecto, era una ensalada que entraba en el término de "fresco" por frescura y no por el nombre de típica "ensalada fresca"; ahí no había lechuga, ni tomate, ni cebolla, no, ahí había pepino, melón verde y melón naranja, todo en viruta y sin semillas, y con vinagreta de jengibre, arándano y albahaca.





— Esto está buenísimo —exhaló Aleksei, que quizás lo sintió demasiado rico porque no había comido en todo el día, pero realmente sabía muy bien aun sin hambre.



— "Demasiado buenísimo" —lo corrigió sonrientemente Lena quien se sentaba frente a él—. Muy rico, Larissa, muy rico, muy, muy, muy rico —dijo, atrapando una lasca de melón verde y una de pepino para probar otra combinación.



— Muchas gracias, Len —sonrió agradecidamente la autora de la ensalada, «Ni siquiera Ina Garten puede vencer a este»—. Si quieres más, hay más también.



— Gracias, pero creo que prefiero guardar espacio para gli ravioli.



— Sabia decisión, cuñada —rio Aleksei.



— ¿Sabia de sabiduría o sabia de que es mejor para ti? —bromeó Yulia.



— Sabiduría absoluta, de la una y de la otra —guiñó su ojo.



— Aleksei —interrumpió cortésmente Inessa—, ¿cómo va todo en la bolsa?



— Como descubrieron que en "Cicala e Guzzetta" estaban haciendo uso de información privilegiada, ahora a todos nos están investigando —se encogió entre hombros—. Pero, de no ser por eso, todo va bien… pues, dentro de lo que cabe; con esto de que Marlboro está teniendo un decaimiento del tres por ciento… ay, hay de todo —sacudió su cabeza.



— Y Natasha —sonrió Alessandro—, ¿no nos acompaña hoy? —«¿Natasha?».



— Llamó cuando venía entrando, todavía está en el trabajo; supongo que sigue intentando resolver una crisis de huelga antes de que siquiera se les ocurra hacer huelga —rio.



— Ya tenemos semanas de no verla, ¿cómo está?



— Bien, bien —sonrió para Inessa, quien le había hecho la pregunta—. Siempre con trabajo, pero ahora está viendo cuándo se tomará las vacaciones que le deben para ir a visitar a sus papás.



— Ah, sería de aprovechar —dijo Alessandro—. Nueva York es muy bonito, ¿alguna vez has estado allí?



— No, no en Nueva York —sacudió su cabeza—, pero mi hermana siempre me cuenta de cuando estuvo con el Arquitecto Vensabene haciendo la pasantía.



— ¿No piensas acompañarla esta vez? —preguntó Larissa.



— Lo más seguro es que sí.



  — Mi amor —susurró Yulia para Lena—. Como exactamente conocí a Natasha?



— En Manhattan —sonrió como si no entendiera el porqué de las preguntas de Yulia, quizás era un cuestionario de sabiduría, como si se tratara de aquel milenario juego de "Newlyweds"—, mientras hacías tu semestre de Arquitectura en Parsons y trabajabas con Vensabene —«¡¿Parsons?!».



— ¿Soy amiga de Natasha?



— Ay, mi amor, las cosas que preguntas —rio Lena, pero Yulia no le dio una mirada que le dictara que era una broma—. Claro que sí, y lo sabes.



— ¿Y por qué Natasha está aquí?



— La privación de sueño es mala en ti —frunció su ceño, y Yulia no respondió. La convenciste de venir a estudiar su Máster aquí, ¿no recuerdas?



— ¿Y Phillip?



— ¿Phillip? —ladeó su cabeza con su ceño fruncido—. ¿Quién es Phillip?



— Eso quisiera saber yo —rio con una suave carcajada nerviosa que se hacía pasar por genuina gracia, porque «que coño está pasando?!».



— Ay, mi amor, de verdad que ya necesitas dormir —rio Lena, ahuecando su mejilla con su mano izquierda, que fue cuando Yulia vio que no llevaba el anillo de compromiso, «en serio, doblemente que carajos esta pasando?!».



— Sí, ¿verdad? —sonrió, estando realmente asustada por su ignorancia real y no aparente.



— Bueno, bueno —rio Aleksei, interrumpiendo la plática de susurros disimulados que tenían ellas dos—. Mejor compartan, ¿cómo va la reambientación del Palazzo Manfredi?



— ¿Quién te dijo que estábamos reambientando el Manfredi? —frunció Yulia su ceño.



— ¿Tú? —se carcajeó él.



— Va bien, Aleksei, va muy bien —intervino Lena—. Lo que más atrasa, aunque nadie lo crea, es la enorme vista que tiene del Coliseo.



— Y claro, cómo no, si lo tiene al lado —rio Oleg.



— No sabía que el Manfredi era un Hilton —comentó Larissa.



— No, no lo es —sacudió Inessa su cabeza—. Cuenta como cliente personal y no corporativo, sino los Hilton nos cortan la cabeza —rio, «¿Hilton? Eso no puede ser»—. Además, por el momento no tenemos proyectos con ellos, por eso es que Yulia y Lena se pueden encargar de eso.



— Ah, no sabía que estaban trabajando juntas en eso —dijo Oleg—, creí que sólo eras tú —señaló a Yulia con las cuatro puntas del reluciente tenedor que atravesaba una lasca de melón.



— No —respondió Yulia rápidamente, pues ya había entendido por dónde iba la cosa, «quizás».



— Ellos contrataron a Yulia, y ella me pidió que le ayudara —sonrió Lena, rescatándola de no saber qué más decir, «pero, bueno, al menos eso no ha cambiado, por muy feo que se escuche».



— Ah, qué bueno —sonrió Oleg, lanzándole una mirada de orgullo a Yulia—. Y tú, Katya, ¿cómo vas en la universidad? ¿Todo bien?



— Sí, sí, todo bien —asintió la tímida pero cálida mujer que tenía cara de niña todavía.



— ¿Cómo te fue en la prueba de laboratorio que tenías el miércoles? —le preguntó Yulia, asombrándose instantáneamente por no saber cómo era sabía que había tenido una prueba de laboratorio, «bueno, sí, quizás es el no dormir… o el thinner».



— Yo creo que bien —rio suavemente, colocando su tenedor y su cuchillo sobre el plato al ya haber terminado—. La otra semana nos dan las calificaciones, pero yo creo que lo apruebo con una B, ojalá y con una A.



— ¿No dijiste que podías no hacer la prueba del trimestre si tenías una B o una A? —preguntó Yulia nuevamente, sintiéndose ya un poco más cómoda con la situación en la que estaba, todo porque, aparentemente, sí sabía.



— Bueno, van a hacer un promedio de las tres pruebas de laboratorio que hemos hecho hasta la fecha, y, quienes estén en el diez por ciento más alto, esos serán los que no hagan la prueba trimestral —asintió la alborotada melena roja.



— Pues ojalá y sea una A —sonrió Aleksei—. Digo, para que eleve las probabilidades de que estés en el diez por ciento superior y te exoneren de hacer la prueba trimestral.



— Tú y tus probabilidades —rio Katya—. Pero sí, eso espero yo también.



— ¿Es muy difícil? —preguntó Oleg, estando interesado de sobremanera en el tema y sin saber exactamente por qué.



— Bueno, dicen que esa prueba es raro que alguien la apruebe, la llaman "el imposible"… son diez preguntas referentes a un objeto en especial; el año pasado fue un hueso humano, el año antepasado fue una concha de ostra, y hace tres años fue un litro de leche —le explicó—. Y, bueno, el laboratorio de esta semana sí fue difícil…



— ¿De qué trató? —murmuró Yulia, colocando ya sus cubiertos sobre el plato y llevando la servilleta de tela a sus labios para limpiar cualquier resto inexistente de vinagreta.



— Era en grupos, y teníamos que investigar el tiempo de absorción contra los componentes de una tableta para desinhibir el sistema digestivo —respondió con naturalidad, viendo que ya Oleg, Lena, Yulia y Aleksei le prestaban absoluta atención—. La meta era reducir el tiempo de absorción; optimizarlo.



— ¿Y eso cómo se hace? —preguntó Alessandro, dándose cuenta de que él no sabía nada sobre lo que Katya hacía o dejaba de hacer.



— No me digas que hicieron pruebas en humanos —bromeó Aleksei.



— No, para nada —rio Katya—. Teníamos ocho horas para elaborar un método, un proceso, o lo que fuera, sólo teníamos que reducir el tiempo de reacción pero sin alterar los componentes o las cantidades de cada componente.



— ¿Y eso cómo se hace? —rio Aleksei.



— Bueno, hay un programa que hace una simulación, y básicamente eso es lo que utilizamos —dijo por explicación, pero se dio cuenta de que no era suficiente para las miradas curiosas que la acosaban—. O sea, una tableta normal, una tableta que no es cápsula, no lleva todos los componentes mezclados en toda su estructura, sino que lleva un orden específico que corresponde a cada nivel de pH con el que se encuentra; el nivel de pH de la boca es diferente al nivel de pH del estómago… entonces, básicamente, esta tableta lo que tiene son capas cilíndricas de los componentes, por así decirlo: la primera capa se disuelve en la boca, la siguiente en el esófago, la siguiente en el estómago, y así hasta que se termine en el núcleo… claro, cada tableta es distinta, porque, si se trata de algo más sencillo, como de una Aspirina, eso está diseñado para disolverse en el estómago y ser absorbido casi inmediatamente, pero, algo que es más complejo y que contiene enzimas digestivas, tiene que ser delicadamente calculado para que cada enzima tenga la reacción en el lugar correcto, porque, al ser proteínas, si no están en el pH óptimo, se desnaturalizan y no sirven; se arruinan.



— Entonces, si no podían alterar los componentes, y por lo visto tampoco el orden de los componentes, ¿qué hicieron? —preguntó Oleg.



— Bueno, una tableta no es por gusto que también se le llama "comprimido", porque los componentes van comprimidos para crear esas capas de las que hablo —respondió en una primera instancia—. Definitivamente en orden tienen que ir, porque la pepsina no funciona en el esófago, entonces eso se tenía que respetar… lo que hicimos fue aplicar el doblaje del origami; sólo fue una propuesta, porque hay mil dobleces que se pueden hacer, pero, al ser un doblez, que es lo mismo que una capa aunque no esté tan comprimida como la de una tableta normal, es que la placa, por así decirlo, se desprende y se absorbe lo más rápido posible… claro, no sabemos si la propuesta es siquiera viable, es más una locura, pero el profesor está abierto a ese tipo de cosas —se encogió entre hombros—. Otros grupos presentaron lo que ellos consideraban una dieta específica para cuando se debe tomar esa tableta, o un momento específico en la digestión en el que se absorbiera más rápido, o un sujeto en específico que se filtrara por género, edad, y no me acuerdo qué más… en fin, éramos seis grupos, y hubo cuatro propuestas distintas si no me equivoco.



— Suena muy interesante —sonrió Oleg, llevando la copa de vino tinto a sus labios.



— "Interesante" —se saboreó Aleksei la palabra, como si no tuviera sentido o le faltara sabor—. Diría "loco" más bien —rio.



— ¿Por qué loco? —frunció Yulia su ceño.



— ¿Origami no es eso de que doblan papel así y asá? —preguntó al aire, y todos asintieron—. Bueno, pues doblar los componentes de la tableta como si fuera alguna figurita de origami… no sé, está muy loco, de la nada me sales con una grulla.



— "Rebuscado" diría yo —le dijo Yulia a Katya con una sonrisa reconfortante, pues no quería que se viera afectada por las bromas de su hermano—, e "interesante".



— "Innovador" también —agregó Larissa en defensa de la menor de las Katinas.



— Bueno, es que la idea vino de una técnica que tienen los japoneses para ingerir ciertas sustancias; por estética, porque no hay otra explicación a ningún nivel molecular o químico, tienen las sustancias sólidas en forma de figuras, como de copos de nieve, o de estrellas, o de cubos, que, al entrar en contacto con el agua, se extienden hasta la forma original, y se disuelven… —dijo Katya para Aleksei, porque, sin saber por qué, le había herido su orgullo, o quizás su Ego también—. Lo que nosotros propusimos fue investigar sobre la forma en la que se debía hacer cada doblez de acuerdo a la forma y al pH del órgano objetivo, porque la textura y la forma del esófago no es la misma que la del estómago.



— ¿Eso no es algo que deberían estar haciendo un Cirujano General, junto con un Gastroenterólogo, un Endocrinólogo, o qué sé yo? —frunció Aleksei su ceño.



— Nosotros sólo damos una propuesta, no hacemos el procedimiento en realidad, y esas propuestas se exponen a la comunidad médica y a la comunidad de químicos y farmacéuticos para que, quien tenga interés, pueda desarrollarla.



— ¿No sería eso como que te robaran el crédito? —preguntó Lena.



— Cuando sí han desarrollado las propuestas, siempre han incluido al equipo de estudiantes, o les han comprado los derechos —sacudió su cabeza—. Pero eso sólo sucede una vez cada cien propuestas, o cada más… me imagino que se ríen de las barbaridades que se nos ocurren.



— Eso debieron haber dicho del que dijo que podían hacer un mapeo cerebral —dijo Oleg con aire alentador—. O del loco que quiso aplicar radiación para reducir el tamaño de un tumor.



— Además, Thomas Alba Edison no falló "n" cantidad de veces para crear un bombillo; él encontró "n" cantidad de formas para cómo no crearlo —agregó Yulia, dándole una mirada matadora a Aleksei para que dejara de atacarla con ese tipo de comentarios que no eran groseros pero que generaban presión y nerviosismo en su tímida cuñada.



— Bueno, bueno, dejen en paz a Katya —rio suavemente Larissa, quien se ponía de pie para recoger los platos ya vacíos, y Oleg que la imitaba pero para ir a la cocina a arrojar los ravioles en el agua hirviendo.



— Sí, bueno, ¿y qué tal todo? —sonrió Aleksei para Inessa y Alessandro—. ¿Algún proyecto interesante?



— Recién nos entra la remodelación y la restructuración de un espacio para que el IF ponga sus nuevas oficinas —dijo Inessa, agradeciéndole con la mirada a Larissa, pues le retiraba el plato.



— ¿IF no es la consultora? —frunció el rubio y flojamente rizado hombre de treinta y un años mientras se rascaba el pecho por entre el cuello entreabierto de su camisa blanca, e Inessa asintió—. ¿Para poner oficinas aquí, en Roma, o para las oficinas centrales en Luxemburgo?



— Por el momento es para venir a Roma, si todo sale bien, nos estarían contratando para hacerlo en Luxemburgo luego —dijo Alessandro, pues era él quien estaba al frente del proyecto.



— Ah, Yul —rio Aleksei para Yulia—, trabajando para consultores —la molestó burlonamente porque a Yulia no le gustaban los consultores, en especial las sedes de las consultoras, pues era allí en donde empezaba la cabeza de las serpientes, «pero Phillip es consultor, y él me cae bien», frunció ella su ceño—. Ay, no te enojes, no es para tanto —frunció sus labios con una disculpa sincera que iba implícita.



— No, no —sacudió ella la cabeza.



— Len está al frente de la ambientación —dijo Inessa, viendo a su hija tomarle la mano a Yulia por encima de la mesa mientras la veía con esa mirada que le daba ternura—, Yulia tiene la boutique esa en Ginebra —sonrió, y Yulia ensanchó la mirada, «¿en Ginebra? ¿Qué "boutique" en Ginebra?».



— No sabía que estabas con eso —rio Aleksei—. ¿Qué boutique?



— Mmm… ninguna en especial —frunció Yulia su ceño, pues no sabía qué responder, «porque realmente no sé para qué "boutique" estoy trabajando».



— Mi amor, no seas modesta —sonrió Lena, acariciándole los nudillos con su pulgar—. Vuitton está intentando encontrar a una persona que se encargue de la imagen de todas las tiendas, y, bueno, creo que la encontraron —dijo, viendo a Yulia a los ojos con cierto cariño, pero ella no podía ocultar la confusión del momento, «¿Louis Vuitton? ¿Desde cuándo?».



— Ay, Yul, qué elegante —guiñó Aleksei su ojo derecho—. Aunque te imaginaba más de Dolce… o de Versace.



— Ambientar Dolce es sólo poner toda superficie en negro para que la ropa resalte —repuso Yulia con automaticidad, como si fuera su cerebro quien se hubiera apoderado al cien por ciento de su boca—, Louis Vuitton te deja jugar con las temporadas y con la ropa… además, tienen más dinero —rio.



— Ergo, pagan más —concluyó Inessa con un asentimiento, «¿desde cuándo Inessa usa la palabra "ergo"? ¿Y desde cuándo está casada con Volterra? ¿Y por qué Katya no es tan bronceada?».





No, no, es que eso debía ser el efecto secundario de una sobredosis de alguna droga ilícita, «o sea, la vida alterna que me imaginé debió ser producto de LSD, o del thinner, o qué sé yo».





— Hoo-la! —canturreó la femenina y un tanto aguda pero gutural voz, la cual había abierto la puerta del apartamento como si fuera la de su propio hogar; así de grande era la confianza—. Buenas tardes a todos! —sonrió, cerrando la puerta tras ella.



— Natalia! —corearon todos y corearon todos menos Yulia, quien estaba al borde del colapso nervioso por una presumida etapa temprana de Alzheimer, «o de demencia, o de qué sé yo».  



— Qué bueno que nos acompañas —emergió Larissa desde la cocina, y, rápidamente, Oleg se materializó de la misma forma pero con una silla para ella, la cual colocaría al lado izquierdo de Yulia al estar ella a la esquina.



— Mamá, mamá —rio Aleksei, quien se había puesto de pie como un resorte en cuanto la había visto, y caminó hacia ella para darle un beso en los labios a su esposa, «¡¿Esposa?!», me gruñó guturalmente una Yulia perpleja.



— Mi amor, ¿qué tienes? —susurró Lena ante el gruñido de la mujer que le había triturado la mano y que no dejaba de ver a Natasha con ojos cuadrados e incrédulos.



— ¿Desde cuándo Natasha usa zapatillas para ir a trabajar? —siseó anonadada, manteniendo su mirada clavada en sus delgados pies envueltos en unas zapatillas Alexander McQueen negras con pinceladas bordadas rojas.



— ¿Qué tiene de raro? —resopló.



— ¿Por qué no usa stilettos?



— ¿Quieres que deje los dientes y a Carlotta en el adoquinado o qué? —bromeó.



— ¿Carlotta? —frunció su ceño.



— Ay, mi amor, de verdad que necesitas dormir; ya no das una —rio, señalándole el torso de Natasha mientras ella caminaba a sonrientes pasos hacia la silla que Oleg le había colocado con tanta amabilidad.



— Oh Dios mio, Nate, eres como una embarazada de once meses! —exhaló Yulia con la mirada ancha, siguiendo aquel vientre y abdomen rígidamente inflados.



— Yulia, no se habla ingles en la mesa —la reprimió Larissa con tono sonriente pero regañón; maternalmente regañón, «¿desde cuándo? ¿Y desde cuándo tengo acento americano y no británico?».



— Hola, Yul —sonrió Natasha al tomar asiento a su lado.



— Nate, estás embarazada —susurró.



— Estableciendo lo obvio —se burló suavemente, «pero si no eres tú la embarazada, es tu cuñada», la vio fruncir su ceño—. No es un marcianito, es un feto —sonrió, tomándole la mano para colocarla sobre su vientre, pues quizás pateaba.



— ¿Cuánto tiempo es que tienes? —siseó, acariciando el vientre de quien en todo mundo, real o ficticio, era su mejor amiga sí o sí.



— Veintisiete semanas, no once meses —rio, viendo a Yulia sonreír en cuanto sintió la suave patada, que quizás no fue una patada sino un simple movimiento—. Hace mucho que no me llamas "Nate" —le dijo con la nostalgia que eso le provocaba.



— Lo siento.



— ¿Lo sientes porque ya no me llamas así o porque me llamaste así?



— ¿No sé? —elevó la mirada y se encogió entre hombros.



— No me llamas así desde que me casé con tu hermano.



— Santa Inquisición y con razón —rio Yulia un tanto asqueada, porque hasta ese momento fue que entendió que Phillip no existía, y que Natasha era su cuñada, su embarazada cuñada: "la Doña"—. Pero no pasa nada, Nate —sonrió reconfortantemente.



— Natalia, ¿qué tal en el trabajo? —preguntó Oleg por cortesía.



— Vamos, vamos —se encogió entre hombros al no saber qué o cómo responder.



— ¿Problemas? —preguntó Alessandro automáticamente por su naturaleza curiosa.



— Estoy pensando en dejar el proyecto de Trenitalia —asintió ella muy cómodamente, y, contrario a lo que Yulia hubiera esperado, nadie ensanchó la mirada con asombro.



— ¿Por qué? —murmuró Yulia, la única que estaba asombrada y no sólo por eso.



— Para regresar a trabajar con Filippo, él solo no puede llevar la consultora —rio—. Estoy cobrando mil quinientos euros al día, y me tienen llevando café, o sacando fotocopias, o escaneando cosas —se encogió entre hombros—, me gusta trabajar con Trenitalia, y quisiera regresar, pero ya no voy a seguir con ese proyecto; no me parece justo ni para mí, ni para ellos.



— Impresionante ética laboral —asintió Inessa—, no cualquiera lo hace.



— Prefiero seguir haciendo consultorías que sí valgan la pena y que sí valgan el tiempo —repuso modestamente Natasha—. Pero, en fin, todavía no lo sé; la encargada del proyecto es una loca que creo que nunca había estado al frente de nada, y creo que vendió el proyecto como no era.



— Suele suceder que las personas quieren hacer lo imposible —comentó Yulia, no pudiendo evitar referirse a eso de "mover el baño" de Alessandro—, porque no todos conocen la expresión "no se lo recomiendo".



— Bueno, bueno —interrumpió Alessandro, sabiendo que era con él el iracundo comentario—. ¿Y qué tal vas con el embarazo?



— Todo va muy bien —sonrió ella.



— ¿Nada de dolores, ni de falta de sueño, ni de retención de líquidos? —preguntó Inessa.



— La espalda me duele un poco, y he tenido uno que otro calambre pero nada grave, pero líquidos no estoy reteniendo; todavía tengo tobillos… el sueño sigue bien, todavía puedo dormir acostada…



— Nos dice Aleksei que quieres ir a ver a tus papás, ¿no es muy peligroso viajar así?



— Estoy pensando en ir luego —respondió, viendo cómo Aleksei le ofrecía un vaso con agua con gas—. Mis papás quieren venir para cuando nazca Carlotta, quizás y, en la baja por maternidad, me regreso con ellos para estar unas semanas por allá, al menos para que mi familia la conozca… sino, hasta después —sonrió.



— Ah, entendimos que era un "ya" —comentó Alessandro.



— No, no, por el momento no quiero dejar de trabajar hasta que ya no pueda —sacudió su cabeza.
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EL LADO SEXY DE LA ARQUITECTURA PARTE 2  - Página 5 Empty Re: EL LADO SEXY DE LA ARQUITECTURA PARTE 2

Mensaje por VIVALENZ28 11/28/2015, 1:28 am

Inhalaba el ya difuminado Chanel no. 5 de su cuello porque era lo único que podía hacer a ese nivel, pues, a nivel físico, se aferraba a ella para sentirla contra su pecho, y había escabullido su mano por entre sus apretados y compactados brazos para sentir el latido de su corazón por encima de la camisa, la cual, con el paso de cada segundo, se humedecía cada vez más, y más, y más.





— Mi amor… —susurró contra su húmedo cuello, porque ya le estaba preocupando que, ante tal fiebre, no se despertaba pero ni por intención de broma—. Mi amor… —besó su hombro y su cuello, pero Yulia no estaba en la disposición de despertarse.





¿Desde cuándo Yulia dormía así de sólido, así de impenetrable, así de indespertable, así de profundo? Era como una roca muda y sorda, y que victimizaba a su respiración; la iba haciendo más densa, y más densa, y más densa.





— Dai, dai —sonrió Oleg, levantando su copa de vino blanco—. Sólo quiero decir que es un gusto tenerlos en nuestra casa, y que son siempre bienvenidos.



— Eres muy amable, Oleg —sonrió Inessa, imitándolo con su copa para, con una fugaz mirada de brindis, llevarla a sus labios.



— Y, bueno… —interrumpió Yulia sin razón aparente, pues ella nunca hacía brindis, ni nada—. Quizás no es el mejor momento para hacer esto —dijo, poniéndose de pie a pesar de no saber ella por qué lo hacía ni de dónde le estaban saliendo las palabras—, pero realmente no me aguanto, y quizás voy a ser muy egoísta, pero creo que voy a disfrutar más de los ravioli si hago esto primero —sonrió, bordeando la mesa hasta llegar a donde Alessandro y Inessa se sentaban lado a lado, y se inclinó por entre ellos para hablar con ambos al mismo tiempo—. Todavía no le pregunto a Lena porque quería consultarlo antes con ustedes, no sé realmente por qué me siento tan anticuada, pero creo que así es lo correcto —dijo, viendo a ambos alternadamente y sintiendo cómo las sonrisas de sus papás se clavaban en ella, en especial la de su papá—. Alessandro, yo sé que tú eres mi jefe a tiempo completo, y, Inessa, yo sé que tú eres mi jefa la mitad del tiempo —murmuró, no logrando ocultar su nerviosismo—, y yo a ambos los respeto mucho; demasiado… y es por eso que, antes de ser impulsiva con Lena —levantó la mirada para ver a Lena al otro lado de la mesa—, quería saber si estaría bien si le pregunto a Lena si se quiere casar conmigo —dijo, viendo cómo el rojo invadió el rostro de Lena, el rojo de la misma intensidad que su cabello y describía las amplias sonrisas de sus papás y las miradas perplejas de sus suegros.



— Yo… —musitó Alessandro.



— Si Lena acepta, yo no tengo ningún problema con eso —sonrió Inessa, volviéndose hacia Alessandro junto con Yulia.



— Sí, acepto —dijo él.



— Papá, se supone que eso es lo que yo tengo que decir —rio Lena, viendo a Yulia erguirse y caminar hacia ella con la mano en el bolsillo de la chaqueta.



— ¿Y aceptas? —preguntó Yulia, sacando, contrario a lo que todos esperaban, un reluciente anillo plateado de brillantes partecitas transparentes, todos esperando una cajita, y no.









Yulia dibujó una fervorosa sonrisa, cosa que hizo a Lena también sonreír, pues fue que supo que estaba soñando algo bueno a pesar de que evidentemente tenía el termostato arruinado; debían ser los días de la filmación de Kill Bill en sus entrañas.





— Me gustaría saber lo que estás soñando—susurró, dándole besos suaves en su cuello.











Estaba en esa habitación que no estaba muy segura por qué conocía, los colores no eran familiares, tampoco la distribución, simplemente, por estar parada en el centro de la habitación, sintió ese doloroso frío que la obligaba a apretar los dientes y a abrazarse a sí misma por el mismo traicionero subconsciente, o quizás de la parte real de su vida aun fuera de eso que sabía que no era cierto en ese momento, cosa que no sabía cómo sabía.







No sabía cómo había llegado allí, si un segundo atrás estaba sentada a la mesa del comedor del apartamento de sus papás, enfundándole el Van Cleef & Arpels en el dedo anular de la mano izquierda a Lena, «pero no, a Lena yo le di un Tiffany, no un Van Cleef porque el único que tengo es el de mi mamá», y el anillo era de diamantes blancos, no amarillos, y era más ancho que el Tiffany, pues, de la parte frontal, se anudaba como a un botón con una laza, «y el concepto del anillo está bien, pero no es el mismo del Tiffany amarillo».



— Ah, Tesoro —sonrió Oleg al entrar a la habitación junto con Lena—. Qué bueno que ya estás aquí.



— ¿Qué hacemos aquí? —preguntó ella con su ceño fruncido.



— Vamos a darle la bienvenida a Lena en la familia, ¿no te acuerdas? —dijo, sentándose en un sofá que prácticamente había salido del suelo, «así empezó Alicia en el País de las Maravillas; con alucinaciones… esto es LSD, como mínimo».



— Mi amor, no te preocupes, todo estará bien —le dijo Lena, ahuecándole las mejillas para luego darle un beso en los labios.



— No entiendo —frunció su ceño, y, de repente, se alejó como por arte de magia hasta la esquina, en donde no encontró facultad alguna para moverse, para hablar, siquiera para entender por qué era que nada de eso le parecía bueno, o sano, o bien.



— Será rápido —le guiñó Oleg su ojo derecho—, lo prometo.









Respiró con una pesadez que Lena no le había conocido antes, la pesadez más pesada, tan pesada que trascendía a la densidad con la que había estado respirando antes.





— Mi amor… —frunció Lena su ceño, irguiéndose para encender la luz de la lámpara de la mesa de noche.





Pero Yulia era tanto la agresora como la víctima a pesar de que no estaba agrediendo a nadie, simplemente era cómplice al no poder decir un simple «detente», al no poder gritar un «¡ya no más!», al no poder pedir piedad, al no poder rogar misericordia, y se sentía tan cómplice que sentía como si fuera ella misma quien "incluía" a Lena en la familia de esa tan denigrante y violenta manera.





— Mi amor —la llamó de nuevo, ahora moviéndola un poco con ambas manos por el hombro.







Sólo podía ver eso que ella tan bien conocía; esa mirada, a pesar de nunca habérsela visto en un espejo, sabía que era la misma que ella había construido incontables veces a pesar de ser ya familia, a pesar de ser la familia.







— Mi amor —elevó su voz, cuidando de no gritarle, porque, por alguna razón, supo que no era momento de ceder a utilizar ese recurso, aunque nunca era momento.







Las manos le ardieron, todo porque ahora, siendo su subconsciente su peor enemigo, parecía como si ella era la agresora real y directa, la autora intelectual y material de esa llamada "inclusión". Y le ardieron tal y como si estuviera poniéndolas cada una sobre una hornilla en lo más caliente que daba para calentar; ese olor, esa sensación, ese dolor.







— Yulia —frunció su ceño, y la sacudió con más fuerza, pues ya había empezado a hacer esos puños de enojo, de impotencia y de desesperación, y se estaba enrollando en posición fetal como si buscara protegerse de algo—. ¡Yulia! —gritó, perdiendo completa y absolutamente la racionalidad y la calma, y quizás fue por la sacudida que le dio, porque no fue la más suave ni la más delicada por la desesperación misma, pero tampoco fue lo suficientemente fuerte como para hacer que Yulia literalmente rodara en caída libre hacia el suelo, acción que había sido desencadenada por la misma intensidad de lo que cualquiera podía intentar catalogar como una pesadilla común y silvestre, cosa que para Yulia no era ni común, ni normal, ni siquiera sobre un monstruo bajo la cama—. ¿Mi amor? —suavizó su tono de voz, viéndola moverse hasta quedar contra la pared de su lado y que veía hacia todos lados como si intentara ubicarse en tiempo y en espacio, porque eso hacía.





Yulia tosió, y tosió, y tosió, e intentaba recuperar el aliento, tanto por la secuencia de imágenes de "inclusión familiar" como por la sorpresa del golpe que prácticamente ella misma se había auspiciado; parte por culpa, parte por merecimiento, parte por accidente, parte por obligación para despertarse.





Reconoció el lugar en el que estaba, sintió la alfombra con sus pies desnudos y sus adoloridas manos, las cuales tuvo que verse para asegurarse de que había sido un sueño nada más, pero, al ver que las palmas estaban demasiado rojas, se puso de pie en agitado silencio, y, a pesar de que vio la confusa mirada de Lena, no le importó nada más que saber si estaba o no soñando, de saber si era o no real, porque no era momento para confiar en nada ni en nadie, mucho menos en sí misma.



— Quítate la ropa —murmuró seriamente, absteniéndose a tocarla, por lo que simplemente envolvió sus manos en un par de impotentes y furiosos puños.



— ¿Mi amor? —ensanchó la mirada con una exhalación.



— No quiero tener que repetírtelo —dijo, dejándole ver esa grieta que tenía su autocontrol, la cual cada vez se hacía más larga, más profunda, y más ancha, y que se extendía en ramificaciones a lo largo y a lo ancho, y que, detrás de eso, sólo existía un verdadero y real supremo enojo, por lo que simplemente se quitó la camisa—. Toda la ropa —frunció su ceño, apretando más sus puños por la desesperación momentánea que encontraba en lo que su irracionalidad consideraba "ineptitud" en Lena.





Lena se puso de pie en un doloroso silencio, pues era primera vez que se sentía así de intimidada, de pequeña, y, de alguna forma, maltratada, pero no tenía tiempo para pensar en eso, sólo tenía tiempo para intentar calmar en Yulia lo que fuera que la tenía así.





Bajó rápidamente su hípster sin ver a Yulia, sólo viendo al suelo, por lo que no se dio cuenta cuando Yulia se movió para encender la luz principal de la habitación.  





La iluminación le dio esa sensación de miedo, porque, a pesar de no estar a oscuras, no quería ver; no sabía a dónde iba Yulia con eso de "quítate la ropa", en ese tono nunca se lo había dicho. El tono trascendía a una simple orden.



La timidez y el pudor, que creía haber perdido, la poseyeron de nuevo para hacerla querer que la tierra se la tragara antes de que Yulia se la comiera y no como le gustaba que lo hiciera. Su mirada era baja, ciertamente triste, y su lenguaje corporal no decía nada sino una gama de colores de insultos y ofensas hacia su persona, en especial cuando Yulia se acercó a ella solamente con la mirada, y, a milimétrica distancia de su piel, la investigó y la analizó con profundidad; centímetro a centímetro, segundo a segundo, desde su frente hasta sus pies.





— Tu espalda —murmuró con el mismo tajante tono, haciendo que Lena se volviera sobre sí para mostrarle su revés.





No era sexy, no era seductor, no era fino, no era tranquilo, en especial porque era escalofriantemente acosador; cero cariño y con cierta anulación de lo que podía apreciarse como respeto.





— Ya, gracias —suspiró una pizca más tranquila al ver que no había ninguna marca en ella, y, antes de que Lena pudiera decirle algo, salió de la habitación como si intentara personificar a un tornado; aventando la puerta, con pasos pesados, mascullando sus refunfuños, y frotando sus cutículas contra sus pulgares.





Llegó a la cocina, en donde, a pesar de ser todavía casi-ayer, sacó una botella de Grey Goose del congelador para, sin clase ni etiqueta, empinársela por uno, dos, tres, cuatro, cinco tragos, o hasta que sintió que, al fin, el cerebro se le congelaba y callaba el infierno que le atribuía la absoluta culpabilidad de todo.





Le daba la espalda al pasillo, a la sala de estar, al comedor, a la vista de la oscura madrugada, al mundo entero, y se la daba por la mera vergüenza que según ella veía reflejada en las palmas de sus manos, las cuales tenían un natural color de pasividad, pero eso no le quitaba la culpabilidad mental a ningún nivel; ni consciente, ni inconsciente, ni subconsciente.





Lena, quien se había vestido con ese patético pero justificado nudo en la garganta, y que por la sensación de abuso se había metido en un pantalón y en una bata; a lo más cubierta que el poco tiempo le había podido dar, la vio desde la mesa del comedor, en donde se quedó de pie sin dar un paso más hacia adelante, pues, cuando lo intentó, sintió cómo su corazón amenazaba con salir vía vómito nervioso. La observó por unos momentos, momentos en los que ambas eran prácticamente inertes y ajenas, pues ninguna se movió, quizás ni respiraron, simplemente se quedaron con sus vistas pegadas en lo suyo; Yulia en sus manos, las cuales descansaban sobre la encimera y encerraban la botella de Grey Goose, y Lena en Yulia.



Observó a Yulia romper el hielo de lo inerte en cuanto se aflojó el cuello al compás de una profunda respiración, la cual sólo delataba el próximo colapso que podía consistir en cualquiera de los trillizos del "¿qué hice?", "¿qué me pasa?", "¿qué pasó?", y la vio resignarse con un tembloroso suspiro ante los dos primeros trillizos, por lo cual llevó la botella a sus labios y se la empinó de nuevo.



No era momento para decir un "¿no crees que es muy temprano para estar bebiendo?", ni por broma ni por desaprobación, ni por una mezcla de ambas que se conocía como "broma seria", y tampoco era momento para dejar que esa distancia de seis considerables metros las separara por algo tan ridículo como el miedo.





— Podrías darme uno, también? —murmuró una cohibida pelirroja que se protegía de la intimidación al estarse abrazando a sí misma como si tuviera frío, y Yulia, tras el duro y tosco trago de golpe, le alcanzó la botella sin decir nada y sin darle la mirada—. Yulia… —susurró al verla tan descompuesta, tan descompuesta que no le dio ni la mitad de un trago a la botella; algo que probablemente necesitaba, y llevó su mano a su hombro para acariciarlo, pero Yulia se apartó—. ¿Quieres estar sola? —ella sacudió la cabeza—. ¿Necesitas estar sola? —preguntó.





Cualquier otra persona habría tomado la reacción de Yulia como un "sí", como un "sí, por favor déjame sola" o un grosero "sí, por favor vete", o como cualquier otro demencial rechazo sin fundamentos, pues se tomó su tiempo a pesar de no estar pensando ni titubeando para responder, simplemente la atacó ese nudo constrictor en la garganta, ese para el que tenía que respirar profundamente porque no quería desplomarse; no podía ceder a él, no porque no le gustara verse vulnerable, sino que, cuando cedía, sentía como si las consecuencias nunca se detendrían, que la catarsis duraría el resto de su vida, y era por eso que prefería tragárselo lo más que podía.  





Lena le devolvió la botella en silencio, pero tampoco se retiró, sólo quiso estar presente mientras veía cómo se desenvolvían las cosas, en especial las suyas, pues, mientras el tiempo pasaba y más veía de una Yulia que parecía tenerse miedo a sí misma, más entendía que, hacía unos momentos, había recibido hasta demasiado tacto y demasiada amabilidad entre lo que realmente estaba fluyendo por las venas de quien se empinaba la botella para absorber todo tipo de descontrol.



— Yo… —exhaló luego de unos momentos, exactamente cuando a la botella le quedaba sólo la mitad de su vida—. Lo siento tanto… —suspiró, dejando que las emociones se apoderaran de su expresión facial para dibujar vergüenza, arrepentimiento, culpa, y una gama de colores que Lena nunca le había conocido, e inhaló la congestión nasal que esas dos gotas oftálmicas le provocaban como efecto secundario—. No sé qué me pasó… —dijo con su temblorosa voz.



— Mírame —susurró, intentando buscar su mirada con la suya—. Por favor, mírame… —repitió, sintiendo cómo el nudo de su garganta se hacía más grande, y más grande, y más grande, y más apretado, porque no había nada peor, ni más despedazador, que ver a una Yulia desecha y hundida en eso que no tenía nombre—. ¿Por qué no me miras? —suspiró en una voz muy pequeñita.



— No puedo —sacudió su cabeza.



— ¿Puedes tocarme? —ella sacudió nuevamente su cabeza—. ¿Puedes hacerme un Latte? —preguntó, resolviendo cambiar de estrategia, no para que olvidara el tema, ni para que lo pospusiera, sino para que se distrajera un poco y lograra relajarse, además, viendo cómo iba la situación, ya sabía que no era un viernes para dormir hasta pasadas las seis—. Si no puedes, no te preocupes, no pasa nada —logró sonreír nanométricamente.
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EL LADO SEXY DE LA ARQUITECTURA PARTE 2  - Página 5 Empty Re: EL LADO SEXY DE LA ARQUITECTURA PARTE 2

Mensaje por VIVALENZ28 11/28/2015, 1:31 am

Yulia vio sus manos, el derecho y el revés, y de nuevo, y de nuevo, y de nuevo, y analizó el incoherente temblor que tenía en ellas, por lo que las envolvió en puños para relajar sus inquietos nervios y permitir un mayor y más normal flujo de sangre en ellas.



Tomó una de las tazas que estaban sobre la cafetera, porque eran tazas especiales para Latte, y la colocó sobre la rejilla para luego llenar el portafilter del café que todavía había en el molino.







Lena suspiró con alivio y cedió a la debilidad de sus piernas para caer, lentamente, sobre el suelo y apoyar su espalda contra la puerta del prístino blanco gabinete.





Cerró sus ojos mientras escuchaba a Yulia hacer lo que tenía que hacer; sacar la leche del refrigerador, colocarla en la jarra de aluminio, liberar el vapor, vaporizar la leche, etc., y, mientras escuchaba el proceso del Latte distractor, giró su anillo del dedo anular entre sus dedos de pizca de la mano derecha, no como señal de dudas o titubeos, sino porque era una maña y una manía que la hacían sentir parte de algo más grande que sólo ella misma.





— Aquí tienes —aclaró Yulia su garganta, ofreciéndole la taza sobre un platillo miniatura al cual le había colocado dos biscotti de vainilla y limón que habían sido sumergidos, hasta la mitad, en chocolate blanco; todo para que no bebiera café con el estómago vacío.



— Gracias —sonrió, intentando no verla a los ojos porque sabía que le incomodaría y no por falta de confianza, porque a Yulia no le importaba que la viera llorar, pero era porque no tenía cara para darle a Lena, y tomó el Latte para apoyarlo sobre su regazo extendido mientras Yulia se deslizaba a su lado derecho, así como debía ser y así como era siempre—. ¿De verdad crees que está bien que lleve el cabello en una ponytail alta a la fiesta de Margaret? —le preguntó antes del primer sonriente sorbo de Latte, pues Yulia le había dibujado un tembloroso corazón, que, en otra ocasión, por ser tembloroso, habría botado el Latte entero para repetirlo hasta que tuviera el corazón más limpio y delineado. Yulia asintió—. Mierda —comentó como para sí misma, estando muy al tanto de que lo hacía adrede para que Yulia escuchara—, estos biscotti están muy ricos, ¿quieres probarlos? —sonrió, simplemente ofreciéndole el largo biscotti que todavía no mordía con un gesto a ciegas de movimiento de brazo y codo.



— Gracias —murmuró calladamente, robándole un pequeño mordisco de la punta sumergida en chocolate blanco, y vio cómo Lena la conocía demasiado como para no ofrecérselo todo—. Era como un mundo ideal… —suspiró, cerrando sus ojos y entrelazando sus dedos para abrazar sus piernas de rodillas elevadas, sobre las cuales reposaba su frente—. Circunstancias ideales, situaciones ideales… era como demasiado perfecto para ser perfecto de verdad.



— ¿Qué tan perfecto? —murmuró, intentando sonar relativamente desinteresada, pues, cuando había demasiado interés, Yulia tendía a retraerse demasiado, a veces hasta llegar al punto de cerrarse por completo y tragarse todo en silencio y sin compartirlo con nadie, ni siquiera con su lado razonable.







— El clima era perfecto; ni muy caliente ni muy frío para ser verano, de eso de poder llevar desmangado bajo chaqueta y sin sudar, de tener sol que no quemaba por vapor, ni por luz, ni por nada, que simplemente iluminaba con tonos anaranjados, y había brisa constante… cielo despejado, una que otra nube por aquí y por acá —suspiró, cerrando sus ojos para obligarse a sacar lo más que pudiera antes de que la culpa la atacara—. La calle estaba limpia, el adoquinado era uniforme… la hora era perfecta, quizás había tráfico, quizás no, pero no se escuchaba nada; todo era muy tranquilo para ser Roma.



— ¿Tarde o amanecer en Roma? —balbuceó entre los hirvientes sorbos de Latte.



— Las cuatro y media de la tarde en punto —respondió.



— Ideal y específico —sonrió.



— Vi la hora en mi reloj —se encogió entre hombros—. Que por el reloj fue que empecé a sentirle ese sabor raro a la situación, eso ideal…



— ¿No era tu reloj?



— Ese reloj lo tenía mientras estudiaba Arquitectura, un reloj que usaba por casualidad porque era el que rebotaba de la mesa de noche a la mesa del comedor, a la habitación de mi mamá, al portavasos del auto, y lo usaba tan poco, lo movía tan poco, que un día me lo puse sin siquiera darme cuenta que ya no tenía batería… y, en mi histeria de no tener un reloj que servía en la muñeca, lo tiré en un basurero de Villa Borghese —se encogió nuevamente entre hombros, y escuchó una suave risa nasal de Lena, lo cual la relajó un poco más.



— ¿Estabas en Villa Borghese?



— Cerca —sacudió la cabeza—. ¿Sabes dónde queda Via Lombardia?



— Ubícame, por favor.



— La Embajada Americana queda al final o al principio de Via Veneto, depende de cómo lo veas, y luego, en dirección a Villa Borghese, está Via Ludovisi, Via Lombardia, Via Lazio…



— ¿Una antes del Marriott? —Yulia asintió—. Ya sé dónde es, ¿allí estabas?



— Allí está el apartamento de mi papá —asintió, y, habiendo dicho eso, Lena suspiró, pues ya sabía más o menos por dónde iba todo.



— ¿Por qué dices que era algo ideal?



— Mi papá estaba vivo… seguía casado con mi mamá, y teníamos la mejor relación del mundo, casi tan buena como la que tengo con mi mamá.



— ¿Tenías buena relación con tu mamá?



— Tal y como la tengo el día de hoy —asintió—. Y tú…



— ¿Yo qué? —frunció su ceño.



— Tu mamá estaba casada con Volterra… que no sé por qué mierda lo llamaba "Alessandro" —dejó que una risa nasal se le escapara, porque eso sí que era insólito al nivel de anormalidad; el "Alessandro" le sonaba cínico, sarcástico, e irónico.



— ¿"Lena Volterra"?



— Me gusta más cómo suena "Lena Katina" —asintió—, pero sí, llevabas su apellido con honor, igual tu hermana… que era incómodamente tímida y callada.



— Como dijiste: "situación ideal" —rio.



— Y loca —sacudió su cabeza—. Mi hermano estaba casado con Natasha, razón por la cual yo le había perdido cariño a Natasha… porque me daba asco —se encogió entre hombros.



— ¿Tu hermano con Natasha? —resopló—. Eso no lo veo ideal, lo veo imposible.



— Y Natasha como con setenta años de embarazo —dijo, dejando caer sus rodillas para graficar con sus manos el tamaño de aquella barriga.



— Ay, cómo eres —se carcajeó.



— Te lo juro… y era tan escandaloso que llevaba zapatillas para trabajar —asintió, por fin viéndola a los ojos, a esos tranquilizadores y cristalinos desvelados ojos.



— Eso debió ser traumatizante —dijo, no pudiendo evitar que se le saliera un poco lo cínico, y todo por intentar suavizarle el momento a Yulia.



— Varias cosas me traumatizaron —asintió—. Que tu hermana quería aplicar origami para la forma en la que se hace la ranitidina, que mi hermano no había hecho fraude y que era un abnegado esposo y futuro padre, que Natasha se fuera a vivir a Roma para cobrar mil quinientos euros al día por una consultoría particular con Trenitalia, que tu hermana no fuera bronceada…



— ¿Algo con lo que yo te haya traumatizado? —preguntó con las curiosidades al máximo.



— No exactamente, es sólo que sentí como si los papeles se hubieran invertido en ciertas cosas… en el noventa por ciento de las cosas en realidad —se encogió entre hombros—. Tú me tratabas a mí como yo te trato, y yo te trataba a ti como tú me tratas.



— ¿Eso es malo?



— No que yo sepa —sacudió su cabeza—, fue como si estuviera dejando que te proyectaras… o algo así; no sé cómo explicarlo.



— Te he hecho reír? —preguntó con un susurro, colocando la taza de Latte sobre el platillo para colocarlo todo sobre el suelo y acercarse más a Yulia.



— ¿Por qué lo preguntas? —frunció su ceño.



— No sé, hubo un momento en el que sonreíste.



— Debe haber sido porque dijiste que sí —se encogió entre hombros, y levantó su mano izquierda para señalar su anillo de nogal con su pulgar.



— ¿Tu papá no estuvo de acuerdo? —vomitó un tanto insegura.



— Al contrario —suspiró—, en realidad creo que estaba bastante emocionado por eso.



— Mmm… —frunció sus labios para no preguntar lo evidente.



— Él te golpeó —susurró, y Lena vio cómo la mirada se le transformaba de inmediato, tal y como si estuviera reviviendo las imágenes en su cabeza como una película de nunca acabar—. Y no sé… llegó un momento en el que se sintió como si era yo quien lo hacía.



— Oh… —exhaló, entendiendo al cien por ciento el porqué de su actitud—. ¿Lo hiciste?



— Se siente como si lo hice —respondió ahogada en vergüenza y en culpa—. No dije nada, no hice nada… dejé que te lo hiciera.



— Pero no me hizo nada, mi amor —susurró, ofreciéndole una mano para que se la tomara, pero Yulia sacudió la cabeza con una mirada que pretendía excusarla—. No vas a tocarme por algún tiempo,verdad?



— Necesito digerirlo —sacudió su cabeza, y la vio intensa y penetrantemente a los ojos—. Y necesito que me perdones.



— ¿Por qué me pides perdón? —frunció su ceño, y Yulia no supo exactamente cómo o qué responder—. No me hiciste nada, no tienes por qué pedirme perdón.



— ¿Entonces por qué me siento tan mal? —siseó—. Lo que te hice fue no hacer nada.



— Fue una grosería de tu subconsciente, mi amor —sacudió la cabeza—. No tiene sentido que me pidas perdón o que te sientas mal por lo que pasó allí.



— En ese momento nada es imposible y no pude hacer nada, ¿cómo crees que se ve eso aplicado a la vida real? —frunció sus labios y su ceño.



— Tú dime, mi manual de interpretación de sueños lo dejé en la oficina —se encogió entre hombros.



— Si no te puedo defender y proteger en circunstancias en las que puedo hacer que James Bond se encargue de los árbitros comprados de la Calcio, ¿cómo crees que es en circunstancias reales del aquí y el ahora?



Hasta ahora… te has superado a ti misma—sonrió reconfortantemente—. Has sido simplemente excepcional en ello....sin duda—dijo, viendo cómo a Yulia eso no le ayudaba tanto como habría creído—. ¿Qué es lo que sientes con exactitud?



— ¿Aparte de culpa? —Lena asintió—. Vergüenza.



— A ver —suspiró, conteniéndose las ganas de reposar su cabeza sobre el hombro de Yulia—. Culpa no tienes porque no lo hiciste ni en el sueño ni en la vida real, y tampoco puedes sentirte culpable por algo que pasó en ese mundo que no tiene sentido… porque hasta tú misma me has dicho que las cosas que sueñas son eso: incoherentes —dijo, y Yulia tambaleó su cabeza—. Sino mira cómo es eso de que te llevas bien con tu hermano, y que Natasha está embarazada de él como con un dinosaurio —«y se iba a llamar "Carlotta"»—, y que no usa stilettos, y que Alec y mi mamá están casados, y que, bueno… mi amor, suena feo, pero tu papá vivo no está; eso debería ser suficiente como para que veas el grado de incoherencia, de imposibilidad, de "what the fuck"… yo estoy más que segura de que, si alguien me hace algo, así sea que me sopla el cabello, tú vas y ves cómo le rompes los brazos, la boca, la cartera, o lo que sea, pero me defiendes y me proteges, ¿o no es así? —elevó ambas cejas, dejando a Yulia con esa información que la haría reflexionar sobre la culpa—. Definitivamente sólo en un sueño no me defenderías pero ni de una cucaracha con alas —rio—, y quizás sólo para verme la cara de pánico.



— No controlo lo que sueño —se encogió entre hombros, como si quisiera sacudirse esa idea de las manos, pues esa expresión de pánico en Lena sí era como para reírse a carcajadas.



— Y es precisamente eso lo que intento decirte —sonrió—. Ahora, en cuanto a la vergüenza… —suspiró—. No considero que seas una persona débil, o que se deje de cualquier cosa o de cualquier persona…



— Tú sabes que mi… —la interrumpió, pero Lena sólo levantó su mano para evitar que siguiera hablando.



— Yo sé lo que tu papá significa a ese nivel, y yo no te puedo criticar el único miedo que te conozco.



— Pero es un miedo muerto, cremado, y sabrá Dios en dónde está… —repuso, sabiendo que tenía razón, quizás y más razón que Lena.



— Muerto o no, sigue siendo tu papá; no puedes sólo borrarlo de tu memoria —sacudió su cabeza—. Me parece injusto que te siga jodiendo aun estando en calidad de cenizas, pero me parece injusto porque te ataca cuando estás más vulnerable, cuando no puedes defenderte como sé que sabes hacerlo cuando estás despierta.



— Es sólo que… —suspiró, ahogando eso que no sabía cómo decir.



— Dime una cosa, ¿desde cuándo que tienes pesadillas?



— Empezaron a eso de los nueve, creo, y se hicieron más intensas y frecuentes después de que mis papás se divorciaron —respondió con naturalidad—, no sé si eso fue catalizador… o qué.



— No, mi amor, me refiero a últimamente —sonrió enternecida.



— Mmm… —bostezó contra su puño—. No sé, ya tengo bastante tiempo de no tener algo así de perturbador… digo, con mi papá, porque cosas raras sí he soñado pero nada grave —se encogió entre hombros.



— No sé qué hiciste para quitarle el poder que tenía —le dijo, tomando su Latte para darle otro sorbo—. Digo, al principio, cuando recién empezábamos, tenías con mayor frecuencia…



— Asumo que es porque colgó los guantes —se encogió nuevamente entre hombros.



— ¿Ves? —sonrió—. El hecho de que ya no esté en el mundo carnal le resta casi un año de poder adquisitivo —dijo, haciendo que Yulia sonriera un poco por el último término.



— Un año en el que acumuló fuerzas para caerme hoy con patadas al hígado —susurró.



— Pero no pasó nada, mi amor.



— Es que no sé cómo explicarlo —frunció sus labios por frustración.



— Intenta, por favor… de la forma que sea.



— Si me lo hace a mí no es tan malo, porque sí tiene efecto, pero es algo que sé cómo funciona, que conozco a nivel mental y físico, estando dormida y despierta… pero hoy que te lo hizo a ti, no sé… —suspiró—. Odio ver cómo mi equipaje te hace daño, así sea en un sueño; para mí no sólo es un sueño… es un miedo, un ataque de pánico, una fobia.



— Yo sé que no es "sólo" un sueño, es que no sé cómo más decir que no es real —dijo con tono de disculpa—. Yo sé que yo no puedo entenderlo tan bien como quieres porque a mí nunca me levantaron la mano…



— Y no quiero que lo entiendas —dijo rápidamente—. No quiero que lo entiendas nunca, porque, para entenderlo, tienes que pasar por eso —le dijo con la mirada seria—. No quiero que quieras entender, no quiero que necesites entender, no quiero que intentes entender.



— Lo entiendo a nivel de que he visto lo que te hace, cómo te afecta; no lo entiendo por haberlo vivido en carne propia —repuso un tanto a la defensiva—. Así como tú odias que a mí me duela una pestaña, así odio que estés en situaciones como esas y yo sin poder ayudarte; me hace sentir inútil, me parte en mil pedazos ver cómo escalan las cosas de mal a peor, y de peor a "coma-mierda" —dijo, como si eso tuviera más sentido de lo que realmente tenía—. No busco que compartas eso conmigo, porque sé que es pedirte demasiada apertura y porque sé que es algo que es más complicado de lo que creo que es, no busco que me incluyas en un sentido de compartir porque puedes no decirme nada al respecto y sólo darme a entender lo que necesitas —sonrió, y se quitó la bata para alcanzársela a Yulia—. ¿Qué necesitas?



— No lo sé —se encogió entre hombros, y sacudió su cabeza para rechazar la bata y entrar en un repentino silencio de fabricación de pensamientos—. ¿Me perdonas?



— No tengo nada que perdonarte —frunció su ceño.



— Te maltraté —repuso, viéndola a los ojos.



— Sí, tu subconsciente es grosero con tu inconsciente —asintió—, pero a mí no me pasó nada.



— No sólo en eso —sacudió la cabeza—. Cuando me desperté… —suspiró—. Ese trato no te lo mereces.



— No…



— No —la detuvo antes de que siguiera hablando—. No me digas que no pasó nada, que no me preocupe, que no te hice sentir mal…



— No era tu intención —dijo, estando muy consciente de que Yulia ya había logrado tomar las riendas del control que conocía y que era por eso que ya se había dado cuenta de todo lo real—. Y entiendo por qué necesitabas que lo hiciera.



— Pero no era la forma —sacudió la cabeza—. Pude haberlo pedido amablemente…



— No voy a mentirte —suspiró—, no se sintió bien —dijo, viendo a Yulia castigarse a sí misma y en silencio—. Pero entiendo que era necesario, que era importante, y también entiendo que la desesperación no sabe de amabilidades —intentó razonar con su actitud autoflagelante—. Quizás no lo entiendo todo, y quizás nunca lo haga porque es como tú dices; que tengo haberlo vivido para saber de qué estoy hablando —le dijo, adoptando la misma posición de rodillas elevadas y piernas recogidas para apoyar su sien izquierda sobre la cúspide de sus miembros inferiores, todo por encararla de la misma forma—. No le encuentro la gracia al dolor, y definitivamente tampoco le encuentro la gracia a que te duela… y no sólo hablo de lo que eso significa a nivel físico, sino a nivel emocional también, porque eso implica que te enojas contigo misma, que te sientes capaz de ser como él a un punto en el que ya no lo ves como una posibilidad, como algo tendencial, como que eres propensa a recurrir a eso, sino que lo empiezas a ver como un hecho concreto, y eso implica que no confías en ti misma pero ni para verme porque crees que con verme me puedes lastimar, y que es por eso que no quieres tocarme, que quieres estar sola, pero también creo que es justo en ese momento en el que no debes estar sola, que no debes cerrar puertas y ventanas, porque entonces sólo te convences de lo que yo sé que no eres capaz.



— Me tienes demasiada fe… —murmuró, y Lena asintió—. El problema con la fe, con ese tipo de fe que tú tienes, es que no tiene límites.



— No está diseñada para que tenga límites —sonrió—. Sólo porque tú no te tienes fe, o porque no confías en ti misma… no significa que yo no puedo tenerte fe, o confiar en ti.



— No me gusta que me veas así —susurró, dándole pie a una conversación que continuaría en susurros.



— Como dije antes: no considero que sea una debilidad.



— No es por eso —sacudió mínimamente su cabeza—. Te mereces un trato óptimo, un excelente y buen trato.



— Y eso tengo, y lo tengo porque me lo merezco y porque me lo quieres dar —asintió—. Pero yo no estoy contigo porque tienes dinero, o porque tienes buen gusto, o porque tienes una cama muy cómoda, o porque eres en parte rusa y parte italiana… o búscale tú un porqué que te guste —se encogió entre hombros—. No estoy a tu lado,estoy contigo—sonrió—. Yo sé que todo tiene sus altas y bajas, que todo tiene colores cálidos y fríos, que todo tiene dos lados; es natural, y no estoy contigo porque todo es bueno.



— Eso último suena tan bien que suena muy mal.



— Tenemos desacuerdos, quizás no tenemos desacuerdos dramáticos de gritos, de aventar puertas, de vernos mal y demás, pero sí tenemos desacuerdos sobre cualquier cosa que se te ocurra; cosas que no nos gustan pero que, a pesar de no compartirlas y no estar de acuerdo, o de no gustarnos, las aceptamos y las respetamos porque no todo se va a hacer como yo quiera o como tú quieras…



— Eso sería aburrido.



— Así sea que yo quiera TPX y tú quieras CTX, que a mí me guste Justin Timberlake y a ti Madonna, que yo coma french toasts con leche condensada y tú con miel de maple… diferencias hay, y, al final del día, estamos de acuerdo en no estar de acuerdo porque hasta para eso logramos encontrar un punto medio que no implique dejar de ser como somos.



— ¿Eso qué significa?



— Significa que, si tú y yo fuéramos iguales, que todo fuera bueno… tendríamos un enorme problema —sonrió—. Sería como narcisismo elevado a la infinita potencia; como hacerme el amor a mí misma, como hablar conmigo misma todo el tiempo… —frunció sus labios con asco y sacudió la cabeza—. Yo no estoy contigo porque somos iguales, porque eso lo tengo muy claro desde el principio, y es la diferencia la que me parece interesante y la que sé que te entretiene…



— Entonces es malo que todo sea bueno…



— Hasta a una persona sana le sale alto el colesterol a veces, mi amor —sonrió—. Una relación sana también tiene sus ratos raros, sus ratos amargos… pienso que la sanidad está en cómo se decide lidiar con esos ratos.



Bueno,no hay ninguna rosa—sacudió su cabeza.



Diría que lo eres, pero muy rara —resopló—. Pero no solo puedes amar el dulce aroma aterciopelado rojo....tienes que amar su tallo verde y sus espinas afiladas, también —dijo, notando cómo Yulia parecía sonrojarse entre vidriosos ojos—. Hay belleza en sus espinas, hay belleza en sus espinas,Yul—susurró sonrientemente.



— Lenis…



— No tengo vocación de jardinera, sé que las espinas están ahí por razones de peso; que protegen, y tampoco tengo intenciones de cortarlas sólo para no punzarme.



— ¿Me perdonas? —susurró de nuevo.



— ¿Me perdonas tú a mí?



— ¿Yo a ti por qué?



— Por haberte tirado de la cama.



— No tengo por qué perdonarte el hecho de que me sacaras de allí, así se necesitara que me tiraras de la cama.



— Entonces yo tampoco tengo por qué perdonarte el hecho de que te aseguraras de que no tenía ni un rasguño —guiñó su ojo.



— Lenis, por favor —suspiró con su ceño invertidamente fruncido.



Yo te perdono —sonrió cortamente—. Me perdonas?



Hecho—susurró en ese plan ceremonial.



— Bien, ¿estás más tranquila? —Yulia asintió—. ¿Qué quieres hacer?



— ¿Cómo?



— Sí, ¿qué quieres hacer? —se encogió entre hombros—. Es muy temprano como para que empieces a arreglarte para ir a la oficina.



— Lo sé —asintió—, y se me quitó el sueño.



— Entonces, dime, ¿qué quieres hacer? —preguntó de nuevo—. ¿Quieres salir a trotar conmigo o sin mí, quieres recostarte y que veamos una película, quieres jugar algo, tocar piano, que nos quedemos aquí hasta que sea hora de empezar a arreglarnos?



— Tú tienes que dormir —dijo nada más, poniéndose de pie para estirar sus piernas.



— No tengo sueño —le dijo, viéndola desde abajo.



— Pero sí puedes cerrar los ojos, al menos para descansar.



Te unirás conmigo —preguntó, poniéndose de pie sin la reglamentaria ayuda de Emma.



— Lenis… —suspiró un tanto frustrada.



— No pregunté si me ibas a abrazar, pregunté si ibas a estar en la misma cama conmigo —sonrió, sabiendo que la semántica era arma de astucia.



— No quiero estar en esa cama —susurró un tanto avergonzada, pues, con sólo pensar en su habitación, se acordaba de cómo había denigrado a Lena.



— Supongo que es bueno que haya sofás y una cama en la habitación de huéspedes también.



— Mmm… —suspiró densamente.



— Sólo quiero intentar algo contigo, si no funciona puedes acostarte en el suelo, ¿de acuerdo? —sonrió.



— Está bien —asintió, rascando su cuello mientras guardaba la media botella de Grey Goose en el congelador y Lena le daba tres profundos sorbos a su Latte para dejar la taza casi vacía.





En otra ocasión, Lena pudo tomarla de la mano, pero, al no ser una de esas otras ocasiones, sólo la guio hacia la habitación de huéspedes, pues tampoco tenía ganas de acostarse en un sofá si quería intentar eso que tenía en mente.





— ¿Por qué no cierras las cortinas y pones el aire acondicionado a la temperatura que te guste? —le dijo, señalándole las cortinas con el dedo mientras ella tiraba de las sábanas a las que no estaba acostumbrada por ser un insípido y frío Ralph Lauren y no una suavidad Frette—. Ven aquí —susurró, llamándola a que se colocara frente a ella—. Me asusta que no te hayas quejado de tu camiseta —le dijo, refiriéndose claramente a la oscuridad del sudor.



— No me he quejado porque eso implicaría que me la tengo que cambiar… y, bueno, no quiero entrar ahí —se encogió entre hombros.



— Lo sé —asintió, y llevó sus manos a su camiseta para quitársela frente a ella—. Pero cámbiatela, por favor —dijo, y se la alcanzó para ver cómo Yulia la tomaba para atraparla entre sus piernas mientras se quitaba su camiseta mojada—. Se debe sentir mejor, ¿no?



— Gracias —asintió suavemente.



— Métete a la cama —dijo en lugar de decir "de nada", y Yulia, muy obediente, así lo hizo—. No te voy a tocar, tampoco me vas a tocar, al menos no con las manos —sonrió, metiéndose en la cama al mismo tiempo que apagaba la luz.



— Tú sí me puedes tocar…



— Puedo, sí, pero no quieres —sonrió, acomodándose a su lado para quedar frente a frente con Yulia, pues ambas se habían acostado sobre sus antagónicos y contrarios costados, y sólo sus piernas alcanzaban a rozarse—. ¿Así está bien?



— Perdón por no haberte dejado dormir hasta las seis y quince —frunció sus labios.



— No te preocupes por eso —sonrió—.  El sueño es sobrevalorado



— Mmm… —suspiró, sabiendo que para Lena, el sueño, era todo menos un lujo sobrevalorado—. ¿En qué piensas?



— En que es primera vez que me acuesto en esta cama —resopló.



— ¿Te parece cómoda?



— Sí, ¿a ti no?



— No me puedo quejar de doce pulgadas de altura, memory foam más-o-menos-firme… al menos no en una California King Bed —se encogió entre hombros.



— "California King Bed" —saboreó las palabras—. Suenas a Rihanna.



— Bueno, supongo que no es muy de lo literario decir "a bed as big as fuck" —se encogió nuevamente entre hombros, y Lena que rio.



— ¿Por qué tienes una California King size Bed en la habitación de huéspedes y una King size Bed en nuestra habitación? —vomitó su curioso cerebro.



— Cambia la conjugación del verbo "tener".



— ¿Por qué tenemos una California King size Bed en la habitación de huéspedes y una King size Bed en nuestra habitación? —se corrigió.



— En realidad nunca me han gustado las camas grandes —respondió, tomándose un momento para escoger sus palabras—. Si ves en mi casa; la cama de mi mamá es de lo más grande que puedes encontrar en medidas italianas, igual que la cama de mi hermana, la mía era una cama individual.



— Cierto, pero creí que habías puesto una individual porque no tenías pensado vivir allí, o qué sé yo —se encogió mentalmente entre hombros.



— No tenía planes para irme de mi casa cuando lo hice —sacudió su cabeza, llevando sus manos a las sábanas para cubrir a Lena hasta sus hombros—. Si ves las proporciones y la distribución de mi cuarto… mmm… no es exactamente la más convencional, ni la más accesible; Alessio siempre me dijo que lo había diseñado bajo los efectos de una potente marihuana que tenía orégano, raíces y semillas de birkes —resopló divertida, pues no había sido marihuana, sino uno de esos lapsos mentales en los que había mandado al carajo todo tipo de convencionalismos para tener lo que quería—. Mi cuarto no tiene un espacio que tenga las dimensiones para meter una cama más grande que una individual… siempre me gustó dormir contra la pared.



— Y una King size bed no debe ir contra una pared.



— Eso es de mal gusto —estuvo de acuerdo, o quizás sólo era que era Lena quien había absorbido esa mentalidad, pues a ella eso no le quitaba el sueño en lo absoluto, pero tenía que aceptar que, a nivel de estética, eso sí estaba mal en todo sentido—. Además, pienso que, entre más espacio para dormir se tiene, más loco se duerme.



— Yo me he caído de todo tamaño de camas, y creo que me he caído hasta de la cama de arriba de una litera —rio.



— De nuestra cama no te has caído.



— Todavía —resopló—. Bueno, es que, ahora que lo pienso, siempre me he caído por el lado izquierdo, y, como tú duermes de ese lado, creo que es como tener de esas barandas de seguridad.



— Arquitecta, ambientadora, y baranda de seguridad —dijo, enumerando sus funciones como si se tratara de una hoja de vida.



— Entre otras cosas, sí —asintió con la voz—. Pero, bueno, ¿por qué tenías esa cama desde antes?



— Simple estética e imagen; es como los calzones de conejitos, o la combinación de muebles blancos de acabados lisos y sencillos con paredes rosadas, o sofás forrados con plástico: que es de mal gusto,es barato, y está denajo del mal gusto —se sacudió en un escalofrío que hizo que su voz temblara temporalmente—. Me parece irónico que una diseñadora de interiores no siga los parámetros de lo que es y lo que debe ser… es como que el dietista sea gordo, o que el dentista no tenga una sonrisa bonita— dijo, y vaya cuánta razón tenía—. Y, cuando tú no utilizabas la mitad de la cama, o tres cuartas partes, yo no pasaba de la mitad del lado en el que dormía —se encogió entre hombros.



  — ¿Tres cuartas partes? —resopló—. Cómo eres de mala…



— Mi boca sólo está llena de verdad —sonrió para sí misma—. En fin, esta cama nunca fue pensada para estar en la otra habitación porque esta cama estaba para mi mamá; era como una presión para que viniera con mayor frecuencia… o para que viniera en realidad.



— Ya vino —sonrió.



— Ha venido dos veces desde que vivo aquí, y la primera vez vino porque yo no podía salir del país.



— Y va a venir una tercera vez —le dijo, conteniéndose las ganas de alcanzarle su mano para ahuecar su mejilla—. ¿No te da la impresión de que va a venir con mayor frecuencia?



— No, ¿a ti sí?



— No sé —se encogió entre hombros.



— ¿Te ha dicho ella algo?



— No hablo tanto con tu mamá como crees —resopló, pues, últimamente, al menos en la última semana, había hablado con ella más que con la suya.



— Entonces, ¿por qué te da esa impresión?



— Por el comentario que hizo para la boda de Phillip y Natasha —repuso, pero a Yulia eso no le dijo nada concreto—. Dijo algo de viajar en primera clase y que era eso lo que podía hacer la diferencia.



— Ah, vea pues, Licenciada Katina —suspiró—, estamos casi a un año de ese comentario y no veo que mi mamá haya decidido tocar la Gran Manzana de nuevo.



— No puedes culparla por eso, no creo que tú quieras que venga… mucho menos si es con Bruno.



— Para Bruno me he mentalizado para el treinta de mayo, ni un día antes… pero mi mamá siempre es bienvenida en mi casa, que también es tu casa, así como tu mamá es bienvenida para cuando quiera cambiar de tipo de caos —sonrió—. Y no culpo a mi mamá por no venir, pero tampoco puedo negar que me gustaría que viniera; yo no me enojo si viene en febrero, o en abril, o cuando quiera —habló su mamitis.



— ¿Y ella lo sabe?



— Claro que lo sabe, se lo he dicho hasta más allá del cansancio.



— Bueno, quizás pueden arreglar verse cada seis meses, o yo qué sé.



— ¿Y qué me dices de tu mamá?



— ¿Qué hay con mi mamá?



— ¿No te gustaría que viniera con mayor frecuencia? —rio—. Digo, para tu mamá sí aplica eso de "con mayor frecuencia" porque ya estuvo aquí dos veces, que es el mismo número de veces que ha estado mi mamá pero en más tiempo.



— A mí me gustaría, sí…



— ¿Pero?



— A veces, cuando pienso en eso, me encuentro pensando en a quién vendría a ver; si a Alec o a mí.



— ¿Así o más dramática? —resopló.



— En lo más mínimo —sacudió su cabeza—. Aunque ella no me lo diga, porque no tiene que decírmelo, vive en esa faceta en la que Alec también está involucrado.



— ¿Y qué faceta es esa?



— Tú sabes —frunció sus labios—, esa en la que es adolescentemente annoying; ver a una mujer de casi sesenta años comportarse como una adolescente no es atractivo, no es bonito: es vergonzoso.



— Se gustan, ¿qué quieres que hagan?



— Quiero que, si se gustan, que dejen de jugar… quiero que, si tienen algo en común, que lo reconozcan.



— ¿Y ese "algo en común" eres tú?



— Y el insípido gusto que tienen por el cine y la literatura francesa, y por la mala maña que tienen de meterse en lo que no les toca, y por creer que son tan buenos haciendo las cosas cuando en realidad son las personas más descuidadas —dijo con aire de estar asintiendo.



— Cuidado con el odio, mi amor.



— No es odio, es que de verdad me desespera.



— ¿Has pensado en quitarles un "algo" de encima?



— ¿En decirles que sé que fui fruto de Septimus y de Murphy Brown? —rio.



— ¿Fruto de quiénes? —ensanchó la mirada.



— "Stardust", la película en la que sale Claire Danes, Sienna Miller, Robert DeNiro, Michelle Pfeiffer… que son creo que siete hermanos, y el séptimo, ergo "Septimus", es el que yo juro que es el hermano perdido de Alec.



— ¿Sinestro? —frunció su ceño.



— ¿Quién?



— "The Green Lantern", que tiene una turbo-frente, orejas puntiagudas y piel magenta —sonrió.



— ¿Sí te das cuenta de que a esas películas tan malas eres la única que les presta tanta atención, verdad?



— Ay, bueno, ya sé de quién hablas. ¿Y Murphy Brown?



— ¿No sabes qué es Murphy Brown? —abrió la mirada.



— Es una SitCom de finales de los ochenta, si no me equivoco, pero no sé a quién de Murphy Brown te refieres.



— A Murphy Brown.



— Ay… —rio—. Ya no voy a poder ver de la misma manera a tu mamá.



— Dime si no es cierto.



— Tal vez en Murphy Brown no tanto, pero hay un discurso que ella dio durante el tributo a Jack Nicholson en el Kennedy Center Honors, creo que fue en el dos mil, o dos mil uno, o dos mil dos… o uno de esos años, pero en ese discurso sí eran primas distantes; con el mismo peinado.



— ¿Y la misma nariz y la misma voz?



— Misma nariz, sí, pero de misma voz… muy, muy, muy parecida; la de tu mamá es más como rasposa.



— Bueno, sí, mi mamá parece que ha sido una chimenea empedernida toda su vida —resopló—, pero creo que nunca ha tocado un cigarrillo… hasta se aleja cuando alguien está fumando cerca de ella.



— Es más extrema que mi mamá —comentó Yulia—. A ella sólo no le gustaba que fumara dentro de la casa, en especial dentro de la cocina porque decía que esa capa de humo que se adhería a las paredes era lo que no la dejaba saborear bien la comida con el olfato.



— Yo no sé si sea eso cierto, pero me suena a una buena excusa.



— Creo que nunca fumé en la cocina, y siempre me salía aunque sea al balcón para fumar, porque siempre procuraba salirme del edificio, pero creo que lo decía más por mi papá.



— ¿Fumaba mucho?
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EL LADO SEXY DE LA ARQUITECTURA PARTE 2  - Página 5 Empty Re: EL LADO SEXY DE LA ARQUITECTURA PARTE 2

Mensaje por VIVALENZ28 11/28/2015, 1:34 am

— No exactamente, pero tenía sus mañas… él trabajaba de cuatro de la mañana hasta las dos y media de la tarde, nos iba a traer a la escuela porque Dios-me-libre-que-usáramos-el-transporte-público, pasaba por un lugar de comida rápida para que mi hermana comiera en el auto, porque, como odiaba comer en la escuela, no querían que se durmiera sin haber comido en el camino hacia la casa; se quedaba dormida comiendo —rio—. Se sentaba a hacer tareas conmigo, a tocar piano, que siempre empezábamos con la Marcha del Cascanueces para luego ver cómo iba con Beethoven o con Strauss, se corregía lo que se tenía que corregir —dijo eufemísticamente—, y luego ya me dejaba ser para que fuera a jugar en los columpios del jardín, o a intentar terminar de leer "Matilda" o a que entendiera "Le Petit Prince" en francés cuando todavía no sabía más que "omelette au fromage" —se encogió entre hombros—. La cosa es que, como a eso de las cuatro y media, ya íbamos a dejar a mi hermana a clase de Ballet y nosotros nos íbamos a jugar tenis. Cuando regresábamos a casa, mi mamá ya había llevado a mi hermano de la práctica de calcio, y ya estaba preparando la cena. La maña de mi papá era que saludaba a mi mamá, veía qué se estaba inventando mi mamá para que cenáramos, se iba a bañar, y, cuando bajaba, que todavía no estaba lista la cena, se sentaba en la cocina a esperar a que estuviera lista la cena, y fumaba cuantos cigarrillos le tomara a mi mamá terminar la cena… decía que le gustaba ver a mi mamá cocinar, creo que eso lo saqué de él.



— ¿A qué te refieres?



— Me gusta verte cocinar… aunque creo que, más que hereditario, es porque yo no sé cocinar —rio—. A falta de no saber hacerlo, me gusta verlo.



— Las cosas que has cocinado, las has cocinado bien… no entiendo por qué dices que no sabes cómo cocinar.



— Sé lo básico; que la sartén debe estar caliente, que el aceite de oliva no es para todo aunque yo jure y perjure que sí, que hay cosas que se hacen mejor en olla que en sartén, y que todo sabe bien con sal y pimienta.



— Haces un excelente Lomo a la pinmienta, un excelente puré de papas, extrañamente sabes reducir una salsa bordelaise sin que te quede viscosa, sabes escalfar huevos sin escalfador y sin vinagre, cosa que es difícil para cualquiera, y ni hablar de que puedes abrir huevos con una mano y separarlos sin pasártelos de mano en mano, sabes hacer pasta desde cero, sabes cómo hacer para que la mantequilla no se te queme, y, aunque me digas que no, sabes perfectamente bien cuáles son los pasos y los componentes para batir claras de huevo a mano.



— Madre soltera —dijo por excusa—, algo se aprende.



— Sí, sí —rio—, lo que sea para ayudarte a dormir está noche.



— Ay… —frunció Yulia sus labios—. En fin, no nos desviemos del tema, ¿no piensas decirles que eres ese "algo en común"?



— Lo considero seriamente cuando se ponen con ese estrés de que no saben hacer nada —rio.



— Ese estrés se los inyectas tú, que haces cosas que de alguna forma tienen que ver con los dos, y no les dices, o les das versiones diferentes.



— De alguna parte tengo que sacarle la gracia, ¿no crees?



— Yo sé, yo sé, ¿pero hasta dónde los vas a llevar?



— Hasta que me aburra, supongo.



— Eres mala, Lenis —resopló.



— Ay, si no soy yo la que tiene el secreto de Estado.



— Secreto es que sepas su secreto y no se los digas.



— No me caes bien cuando te pones así —hizo un puchero que se veía y se sentía a pesar de la oscuridad—. Pero, no sé… mi papá no se ha dignado ni a contestarme el teléfono —dijo, refiriéndose a Sergey—, y ya me cansé de que la secretaria me diga que le va a pasar el mensaje, no me interesa hablar con ella sino con él.



— Es entendible, pero, ¿a qué viene eso?



— A que, bueno, si tengo a mi papá en mi boda, ¿no crees que es lo normal tener una foto de familia?



— Pues sí, en realidad por eso es que estoy tratando de que se los digas —respondió, reacomodándose entre las sábanas y las almohadas para tener algo que abrazar al todavía no sentirse completamente ella misma como para poder abrazar a Lena.



— A veces, cuando Alessandro patina en estrógeno, a mí me entra la estupidez y me asombro cuando me encuentro pensando en que sería su culpa no estar en la foto familiar, pero después, quizás después de un Latte, la inteligencia me regresa como si se me oxigenara el cerebro, y pienso que sería culpa de Alessandro y de mi mamá… y mía.



— Bueno, pero aquí no se trata de que con culpa compartida nadie tiene la culpa.



— Precisamente, por eso digo que, si no me lo dicen en estas seis semanas que quedan, realmente se me va a salir porque no quiero que después venga el arrepentimiento de no haberlo incluido… así fuera por estupidez o por cobardía.



— Seis semanas y contando, entonces —resopló.



— Claro, no creas… que habrá fotografías con él y fotografías sin él, pues, para tener ambas posibilidades de recuerdos para enmarcar —rio.



— Tu mamá sabe que yo sé —susurró, como si se tratara de un jugoso chisme—. Y sabe porque Alec le dijo que sabía.



— ¿Ves cómo son de chismosos? —se carcajeó—. Ojalá y no piensen que porque tú sabes, yo también lo sé.



— Yo a tu mamá le dije la verdad; le dije que yo a ti no te había dicho nada, y que tampoco te iba a decir… y creo que he mantenido mi palabra.



— Sí, porque nunca me has dicho que Alessandro contribuyó con el cromosoma "X" para la determinación de mi género —sonrió, porque era cierto, Yulia nunca se lo había expresado de forma explícita, mucho menos se lo había insinuado, y sólo trataban el tema cuando era Lena quien lo ponía sobre la mesa, y el tema se trataba de cierto modo que se daba por sentado de que Alessandro era lo que era a pesar de que nunca se mencionaba, al menos no de la boca de Yulia, como lo que era, como un progenitor bajo el apodo y/o título de "papá" o "padre"—. Y que heredé la mitad de su material genético.



— Ojalá y sea la mitad buena —sonrió Yulia.



— Sé que no hay Alzheimer’s, ni fibrosis quística, ni Huntington’s, ni anemia de celulas falciformes, ni Celiac’s, ni Talasemia…



— Mi amor —rio Yulia con la mirada ancha—. ¿Le estudiaste el historial médico-familiar al Señor o qué?



— No exactamente —sacudió la cabeza—. Él es un hablador cuando está borracho.



— ¿Cuándo lo emborrachaste?



— Hace meses ya, cuando recién venía a la ciudad.



— No me imagino lo interesantes que eran sus conversaciones… hablando sobre las enfermedades del historial familiar —rio.



— ¿Tú tienes alguna sorpresa en tu historial médico familiar?



— Aparte de una amplia selección de cáncer… —suspiró—. Hay uno que otro caso de derrame cerebral, pero los han sobrevivido —rio—. El cáncer viene de la línea de mi mamá, los derrames de la de mi papá… ah, y creo que hay varios casos de depresión en la de mi papá también.



— Ay, ¿y en el Bloque Soviético quién no estaba deprimido? —bromeó Lena.



— Para que veas… cuando tenía como cuatro o cinco, dice mi mamá que a mi abuelo le agarró feo, tan feo que no quería comer, que no quería hacer nada, y pasó como tres días sentado en la mecedora, sin pararse, sin hacer absolutamente nada, y, cuando se paró de la mecedora, no me acuerdo si fue embolia o trombosis… pero dobló el pico.



— Mierda, qué feo —frunció su ceño, pero, al cabo de unos segundos, escuchó a Yulia reírse—. ¿Me estás tomando el pelo?



— Tengo las manos bajo la almohada —dijo cínicamente—. Y no, no es broma.



— ¿Y por qué te da risa?



— Me parece demasiado insólito, como un gran "what the fuck".



— Bueno, sí —rio Lena—. ¿Y tu abuela paterna?



— ¿Qué con ella?



— ¿Cómo tiró la toalla?



— Todavía no la tira —rio.



— No sé por qué siempre te entendí que sí —frunció su ceño.



— Pero si nunca hablo de ella.



— Precisamente.



— No, mi abuela Sabina, hasta donde sé, sigue viva.



— ¿"Hasta donde sabes"? —se asombró Lena por el desinterés, aunque quizás era por la misma relación con su papá.



— Cuando mi papá tenía como quince, mi abuela Sabina no se casó de nuevo porque no creía en el divorcio pero sí se atrevió a vivir en pecado con… ay, ¿cómo es que se llama? —se preguntó a sí misma en voz alta—. "Pippo", pero no sé si de "Pippo" o si de "Filippo"; yo siempre lo conocí como "Pippo".



— No sabía que tenías un abuelastro.



— Pocas veces lo traté, porque ni mi papá ni mis tíos se llevaban bien con él —repuso con rapidez—. Mi abuela tuvo dos hijos más con Pippo, no me acuerdo si el mayor o el menor es el que tiene mi edad.



— ¡¿Qué?! —exclamó arrastradamente.



— Mi abuela tuvo a mi papá y a mis tíos antes de cumplir los veinte —intentó explicarle con aire de excusa—. Quizás a mi tía Teresa la tuvo con veintiuno, máximo con veintidós, no estoy segura… —dijo, haciendo una pausa para lubricarse la garganta—. Mi abuela tendrá ahorita… quizás… mmm… mi papá le llevaba tres años a mi mamá… y mi abuela tuvo a mi papá de dieciséis o diecisiete… ahorita tiene setenta y cinco o setenta y seis —se encogió entre hombros—. Mmm… creo que es el menor el que tiene mi edad, y el mayor tiene la edad del hijo mayor del tío Salvatore, que Gio debe tener treinta y cinco.



— Tienes un tío de tu edad —se carcajeó descaradamente en cuanto proceso la información.



— Tíastro, si es que eso existe —asintió—. Lo que tuvo mi abuela de fértil lo tengo yo de estéril —respondió tardíamente a la carcajada de Lena.



— Cinco hijos… me duelen las caderas y se me acaba el ácido fólico de sólo pensarlo —rio Lena.



— ¿Alguna vez te he enseñado a mi abuela Sabina?



— No que yo sepa.



— Sabrías si te la hubiera enseñado —rio Yulia.



— ¿Por qué?



        — Porque tiene una cara que nunca se olvida —sonrió—. Está entre Raquel Welch y Jaclyn Smith, pero no sé si es el peinado o qué… tiene algo como tétrico.



— A lo importante —rio, pues no sabía cómo podía ser una "abuela tétrica" sin caber en una película de terror—. ¿Entre Raquel Welch y Jaclyn Smith?



— Mjm.



— Hm… —se saboreó lo que sólo ella sabía que estaba pensando—. Algo de eso tienes en alguna parte —asintió, estando muy de acuerdo en que la genética era genética y que no podía filtrarse sólo porque sí tras una generación.



— Mi hermana se parece mucho a mi abuela, pues, físicamente hablando, claro.



— Ah, ese amor que se te rebalsa por tu hermana —rio.



— Te consta que sí la quiero, y que la quiero mucho… y que lo muestro hasta demasiado.



— En Whatsapp hay cuatro emojis que simulan un beso; el que está contento, el que está como obligado, el sonrojado, y con el que se pasaron de azúcar con wink y corazoncito —rio—. Tú le das el obligado cuando ella te da el que te hace necesitar insulina. 



— Pero se lo doy —refunfuñó—. Y eso es más de lo que puede nacerme… además, sabes que mis emojis se reducen a tres nada más.



— Espera, regresemos a tu abuela Sabina —dijo de repente—. ¿No tienes herencia de ella?



— Pero por mi papá, ¿por qué?



— Creo que por eso creí que ya no estaba en el mundo carnal.



— Mmm… —suspiró—. A ver si puedo explicarlo, porque a veces ni yo lo entiendo.



— Soy toda oídos.



— Mi abuelo Félix era militar condecorado de aquí y de allá, por esto y por lo otro, y, en realidad, no sé de dónde tenía tanto dinero para la pensión que cobraba —rio—. Bueno, sí sé, pero es un poco insólito.  



— ¿Qué hacía?



Trdelník —respondió automáticamente.



— ¿En un idioma que mi pelirroja cabeza pueda comprender?



— Es… mmm… digamos que tienes un tubo de acero al que le enrollas masa alrededor y lo empiezas a girar al fuego; normalmente van cubiertos de azúcar y canela, o con almendras, hoy ya existen con Nutella por el interior.



— Entonces… ¿tu abuelo era panadero?



— No —rio—. No sé cómo, o por qué, él compró como una franquicia de eso, porque es pan artesanal en todo lo que solía ser Checoslovaquia, y Hungría y Austria, y, cuando se murió, al no haberse divorciado de mi abuela Sabina, y por necio de nunca arreglar el testamento, eso le quedó a ella… entonces, cuando a mi abuela le hicieron el traspaso, y que estaba por casarse con Pippo, ella decidió venderlo para que después no hubiera peleas entre una familia y la otra; eso se repartió entre los tres hijos de mi abuelo Félix, a ella le quedó una parte, y lo que le había tocado a mi papá, en aquel entonces, él, a diferencia de mis otros tíos, jugó con él hasta generar más dinero, y más, y más, y más… supongo que son mañas de economista que tenía un motto de "es la bolsa o la vida" —se encogió entre hombros—. Y por eso es que yo tengo parte de esa herencia.



— Entonces sí sabes de dónde tenía tanto dinero —rio.



— O sea, sí, pero nunca me imaginé que un negocio de panes diera tanto dinero —repuso con esa naturaleza ignorante, porque realmente no sabía—. Cuando mi abuela Sabina se muera, dudo que quede algo para repartir… en especial entre la familia que no es con Pippo, a esa familia ya le dio lo que le tocaba.



— ¿Nunca hablas con ella?



— La última vez que hablé con ella, de que la fui a ver a Perugia y todo, fue en navidad del dos mil… —cerró un ojo, típica expresión mortal de querer recordar—. Diez, creo...



— ¿No hablaste con ella para cuando lo de tu papá? —frunció su ceño.



— No —suspiró—. Aleksei siempre ha sido muy pegado a ella, con él fue con quien habló, y, por lo que me contaron, no quedé muy bien con ella —rio.



— ¿Tu hermana te lo dijo? —preguntó, pero Yulia sólo rio—. ¿Qué pasa?



— A mi hermana hay dos cosas que la cagan del miedo, y digo dos puntos: las ratas y los ratones, y mi abuela Sabina —rio.



— ¿Por qué?



— Como mi hermana se llevaba bien con mi papá mientras vivía con mi mamá, cosa que me parece lo normal, lo justo y lo natural, y no juzgo ni me quejo, cuando iba a pasar el fin de semana con él, y que iban a casa de mi abuela Sabina, siempre salía regañada por una o por otra cosa… como a los trece o catorce dijo que ya nunca más quería ir a esa casa.



— ¿Por qué?



— Algo pasó con uno de mis tíos —rio—. Fue algo de un accidente con una silla, que mi hermana creo que no vio por dónde iba, se chocó contra uno de ellos, y él se cayó y se fue a tener con la boca en el filo del asiento, o algo así.



— A-auch —se quejó ajenamente.



— O sea, uno de mis tíos de los que tienen mi edad —aclaró.



— ¿Cómo se llaman?



— Rocco es el mayor, y Dante el menor, si no me equivoco.



— ¿Y tus primos? —preguntó, dándose cuenta de que, al Yulia nunca tocar ese tipo de temas, ella tampoco los tocaba y que, de esas cosas, no sabía absolutamente nada.



— A ver… del tío Salvatore —suspiró, elevando su pulgar para empezar a enumerar—. Está Giordano, el mayor, que tiene treinta y cinco o treinta y seis, y él, si no me equivoco, es profesor de matemática y física en una escuela… luego está Salvatore, que andará por los treinta y tres o recién cumplidos los treinta y cuatro, y él sí sé que es ortopeda —dijo, levantando su dedo índice, y, a continuación, levantó el dedo del medio—. Luego viene Pasquale, que sé que está por cumplir treinta y dos porque tiene la edad de mi hermano, y él es Ingeniero Sanitario, y, por último, Beatrice que tiene veinticinco o veintiséis, y creo que ella es la que le ayuda a mi tía Elisabetta y al tío Salvatore con la contabilidad del hotel.



— Ah, ¿tus tíos tienen un hotel? —exhaló un tanto asombrada.



— En Napoli —asintió.



Ya veo… ¿y tu tía Teresa tiene sólo una hija, verdad?



— Puede decirse que sí —rio.



— ¿Cómo que "puede decirse que sí"?



— Elmo tiene veintitrés o veinticuatro, y es el ser más mimado que yo he conocido en toda mi vida —rio.



— ¿"Elmo"?



— Así se llama, no es apodo —dijo, y Lena se carcajeó—. Mi tía quería ponerle Carlo, si no me equivoco, y mandó a mi tío a que lo inscribiera en la alcaldía, y dice mi tío que en el camino, aparte de que iba borracho, se le olvidó el nombre, y que dijo lo primero que se le vino a la cabeza, porque fue que lo vio de la ropa que llevaba el pedazo de gente ese que llevaba… y, bueno, pasaron como cinco años de que "Carlo" aquí y "Carlo" allá…



— Espera, ¿tu tía no sabía? —rio.



— Mi tío siempre dijo que tenía que cambiarle el nombre al niño, pero nunca lo hizo —rio—. Y, bueno, cuando ya tenían que inscribirlo en la escuela, fue que mi tía se dio cuenta de que se llamaba "Elmo" y no "Carlo".



— ¡No! —se carcajeó descaradamente.



— Yo no sé qué pasó, porque como que no podían cambiarle el nombre hasta que el niño fuera mayor de edad para que él escogiera su nombre… y así pasó dieciocho años de su vida, con el "Elmo".



— ¿Y se cambió el nombre?



  — Nadie lo conocía como "Carlo" —sacudió su cabeza—. Se quedó con su nombre.



— Para llamarte Elmo… —suspiró, intentando contenerse la burla.



— De mis primos, es con el que mejor me llevo… bueno, es que no me llevo casi nada con el resto, pero con él sí nos escribimos de vez en cuando y de cuando en vez; nunca me burlé como los demás de que se llamara Elmo.



— ¿Cómo lograste eso?



— O sea, risa sí me da, y por eso nunca lo llamo por su nombre, para evitar reírme en su cara, pero tampoco fui tan mala de que, cada navidad, le regalaban sólo cosas del muñeco peludo rojo ese… aun el año pasado, hay unos Elmos que se ponen a bailar, eso le regaló mi hermano.



— Mmm… la primera vez es chistoso.



— Exacto —sonrió.



— ¿Y qué hace él?



— Mi hermana y yo, cuando hablamos de él, siempre usamos el apellido por respeto… pues, para que sepas: "Polsinelli".



— ¡Ah! —rio—. ¡Él es Polsinelli! —exclamó epifanísticamente, pues ya había escuchado hablar de él—. El que amaneció sin ropa en la Fontana di Trevi



— El mismo —asintió Yulia—. Pero eso fue cuando estaba en la escuela todavía.



— Como si eso le quitara lo vergonzoso —rio.



— Mmm… tienes razón, no se lo quita —sonrió.



— ¿Qué hace él?



— Chef en un hotel en Roma.



— Tienes unos primos muy distintos —le dijo, acomodándose un poco más entre las sábanas, pues ya el frío del aire acondicionado empezaba a enfriarle los pies—. ¿Alguno tiene hijos?



— Giordano tiene dos hijos, Salvatore creo que está por ser papá por primera vez, si no es que ya es papá, y Beatrice que tiene un Baby Johnson.



— ¿"Baby Johnson"?



— Sí, uno de esos niños que no tienen ni un año y que son extremadamente bonitos —rio.



— ¡Ah! —rio—. Un "Baby Johnson" —siseó para sí misma, pues el término le gustaba. ¿Cómo no lo había escuchado antes?—. ¿Y tu hermano?



— ¿Qué con él?



— ¿Novia, esposa, hijo en camino, estéril?



— Si no me equivoco, a la novia la trasladaron a Bruselas.



— ¿Se va a ir con ella?



— Ya se fue con ella a Londres, a Livorno, y a no sé dónde más, no sé si la va a seguir… —se encogió entre hombros—. Realmente, por raro que se escuche, me tiene sin cuidado.



— ¿De verdad no viene a la boda?



— Me dijo que "gracias" por la invitación, pero que él no tenía ni tiempo ni dinero para venir a algo que no existía, que él sí tenía que trabajar porque mi papá fue injusto con él.



— Mmm… —suspiró con un gruñido.



— Yo sólo le dije que tuviera cuidado con el hígado, porque no era necesario ser alcohólico para arruinárselo —rio.



— ¿De verdad no te molesta que sea así?



— Así ha sido toda la vida, me dejó de importar hace mucho… pero sí me sigue afectando que sea tan grosero con mi mamá.



— ¿Le dijo algo?



— Mi hermana me contó que un día que estaban en Roma, que estaban cenando, que ese día mi hermano había recibido la invitación para la boda, que le había llamado sólo para reclamarle que por qué dejaba que yo hiciera cosas así —se encogió entre hombros.



— ¿Cosas así de estúpidas? —preguntó con ese tono que sólo implicaba que ya conocía demasiado bien a su cuñado.



— Yo no considero que sean estúpidas —susurró—. No es mi culpa que, porque él no es feliz, yo no pueda serlo haciendo de mi culo un florero si así se me da la gana.



— No le hagas caso.



— Yo no le hago caso —rio—. Pues, a veces me divierten las estupideces que dice… me parece asombroso cómo alguien puede tener mierda en lugar de sesos.



— Tus hermanos llevan las de perder contigo —bromeó.



— Alina no es tonta —repuso un tanto a la defensiva—. Es bastante inteligente en realidad, pero puede más la haraganería y las ganas de hacer lo que le gusta —se encogió entre hombros—. Mi hermano sólo estudió economía para ser el orgullo de mi papá… porque, como economista… mmm… —sacudió la cabeza—. No es por gusto que le dicen "Scammer Borghese"; es un ambicioso tonto —rio.



— Mmm… cambiemos de tema, mejor —susurró.



— ¿De qué quieres hablar?



— De lo que sea menos de tu hermano —sonrió—. Escoge tú.



— No sé —bostezó repentinamente.



— ¿Quieres dormir un rato más? —preguntó con esa tierna vocecita que evidenciaba sus ganas de ser mimada y de mimar.



— Nop —sacudió su cabeza.



— ¿Tienes sueño?



— Evidentemente.



— Mmm… —suspiró—. Te diré que—sonrió, volcándose sobre su espalda para, bajo las sábanas, sacarse hasta la última prenda de ropa que tenía.



No estoy realmente de ánimo para el sexo —susurró, intentando no sonar grosera.



— No me estoy ofreciendo tampoco —rio, volviéndose sobre su costado para adoptar nuevamente aquella cómoda posición.



  — Oh —elevó ambas cejas—. Lo siento.



— ¿Qué te parece si dormimos un rato más?



— No tengo ganas de dormir, Lenis —susurró.



— Pero tienes sueño…



  — A ver, tengo sueño pero no quiero dormir —se corrigió.



— Yo voy a estar aquí, y te voy a despertar si vuelves a tener uno de esos sueños raritos —sonrió—. Y me quité la ropa para que, si vuelve a suceder, sólo necesitemos encender la luz para que te asegures de que no me ha pasado nada… ¿te parece?



— ¿Tú vas a dormir también?



— No tengo mucho sueño, será por el Latte… pero aquí me voy a quedar, con ojos cerrados si quieres para que no sientas que te estoy acosando —sonrió de nuevo, y, esperando cualquier cosa menos eso, recibió a una Yulia que se enrollaba contra ella.



— ¿Puedo quedarme aquí, así?



Seguro —susurró, evitando moverse para no hacer que Yulia se moviera, porque eran contadas las veces que era Yulia quien se enrollaba contra ella, y, a pesar de que tampoco se lo esperaba, se le dibujó una sonrisa en cuanto Yulia tomó su brazo derecho para colocarlo sobre su espalda; quería un abrazo—. Buenas noches, Arquitecta.



— Buenas noches, Lenis —balbuceó contra su tibio pecho.



— Que sueñes con los angelitos —sonrió, acomodando su cabeza para que sus labios quedaran sobre su cabello.

 
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EL LADO SEXY DE LA ARQUITECTURA PARTE 2  - Página 5 Empty Re: EL LADO SEXY DE LA ARQUITECTURA PARTE 2

Mensaje por VIVALENZ28 11/28/2015, 1:36 am

***











 



— ¡Yulia María! —exclamó Phillip con esa millonaria sonrisa de cejas elevadas y brillantes ojos grises—. ¿Vienes a que te demos una lección de baile? —sonrió, alcanzándole la mano junto con un movimiento astuto y seductor de pies.



— ¡Uf, Felipe! —frunció sus labios con cinismo al compás de una mirada entrecerrada, y empezaba a saborear la canción que recién comenzaba con ese beat «groovy»—. Puedo reventar un movimiento por mi cuenta—sonrió—. ¿Puedo robármela? —le preguntó, alcanzando a tomarle la mano a Lena, esa que viajaba por el aire porque, por alguna razón, las manos casi siempre iban arriba con ese paso de lado a lado pero con estilo, el paso universal.



Baby —llamó a Lena con ese tono afroamericano—. No vamos a bailar como Beyoncé —dijo graciosamente con su índice al aire, pero sus dedos se compactaban de tal forma que se veía afeminado, y él lo sabía—. Ya saben, mhm —le mostró la mano izquierda, mostrándole el derecho y el revés mientras movía la cabeza de lado a lado. «Fucking "Single Ladies"».



Yeh, baby —repuso la pelirroja en una perfecta imitación—. Yo se lo que quieres decir—chasqueó sus dedos tres veces, de lado a lado, y adquirió el talante corporal de a quienes eso representaba.



— "Laters, baby" —rio, citando a aquel otro millonario ficticio que él tanto aborrecía sólo porque sí, «porque, ¿quién en su sano juicio seductor dice "laters, baby"?», y tiene razón.



— Hola, mi amor —sonrió Lena—. ¿Vienes a sudar la barra libre? —rio, acercándose a Yulia con su pecho para colocar su mano izquierda sobre su hombro desnudo.



— ¿Tú también me vas a regañar por eso? —dibujó un gracioso puchero.



— Es tu barra libre —rio, acercándose ahora con su cabeza para realmente acortar la distancia—. ¿Está todo bien?



— Sí, ¿por qué?



— Te vi hablando con Bruno —se encogió entre brazos, y, de un momento a otro, tomó ella el control de lo que Yulia no tenía idea de cómo sentir porque el alcohol, por muchas cosquillas que le estuviera haciendo, no la dejaba pensar en otra cosa que no fueran los labios de Lena—. ¿Todo bien con él?



— Sí, mi amor —sonrió, dejándose llevar por la pelirroja que le marcaba los tiempos que ella reconocía pero que, aparentemente, no podía aprovechar individualmente—. Te estás divirtiendo?



De echo lo estoy —asintió, empujando a Yulia hacia atrás, manteniéndola tomada de las manos, para luego halarla hacia ella—. Me haces amarte, amarte, baby, con una pequeña L.



Allí estabas gritando, confirmando sus altercados, enojándose en su desesperación, gritando y gritando, como podría este amor convertirse en un papel ta delgado?



Estás jugando duro —gruñó, pues Yulia la había halado de tal forma que había apoyado su frente contra la suya, halando sus manos hacia abajo para tirarla contra ella.



Me haces sudar para mantener tu atención.



  — Así no —suspiró.



— ¿Por qué "así" no?



— Porque me dan ganas de besarte —se sonrojó.



— ¿Verdad? —rio, y la haló más fuerte de las manos para, con un ladeo de rostro, encontrar sus labios con los suyos.





Se colocó las manos de Lena a la cintura para que la tomara como debía ser, porque un beso, sin esa sensación de sostenimiento que pasaba por caricia, no era un beso real.





Sí, sí, todos seguían bailando (excluyendo a la mesa de los adultos responsables porque habían encontrado la plática perfecta, o sea la excusa perfecta para no pararse de la mesa), pero a Yulia no le importó ser esa persona que tan mal caía en una pista de baile; la que se quedaba parada, la que estorbaba, inerte, sin bailar.





Claro, es que un beso bien dado no se podía dar si se pretendía bailar, además, por cuánto tiempo tenía de no sentir a Lena de esa forma, era muy probable que, de no besarla, enloquecería y la atacaría de esa forma que a cualquiera le parecería un tanto agresivo pero que para Lena era prácticamente normal. Era eso de tomarla por la cadera y por la cintura hasta hacerla dar ese minúsculo brinco para que quedara a horcajadas alrededor de ella, y quizás la apoyaría sobre alguna superficie, o se apoyaría de alguna pared mientras se tomaba el tiempo para calmarse las ganas, pues quitárselas nunca podría.



A Yulia sólo le faltó mostrar su recto, largo y grosero dedo para quienes la juzgaran, pero, como nadie la juzgaba, no hubo necesidad de hacerlo. Y tampoco tenía tiempo para hacerlo.





Larissa e Inessa sonrieron, porque un beso así era al tipo de besos a los que ellas estaban más-o-menos acostumbradas a ver; a veces más, a veces menos, igual que los Roberts. En realidad, los únicos que se alarmaron, aunque debo decir que a distintos niveles, fueron Bruno, porque era la primera impresión de cercanía física de ese tipo que veía en la persona que recién empezaba a conocer, Luca, porque le pareció demasiado sano como para lo que se veía en la pornografía y porque se notaba la delicadeza con la que Yulia trataba y dejaba que la trataran, porque así le gustaba y él no se lo habría imaginado, y estaba Alessandro, que era primer beso así de "intenso" que presenciaba en la vida real y en vivo y en directo, pero de "intenso" nada.





Quizás, dentro de todo, lo que más le asombró fue esa sensación de haber estado equivocado, pues, al ver que Lena era quien parecía tener el control, todo porque tenía las manos a la cintura de Yulia, sintió como si todos sus esquemas de vida estuvieran comprometidos y estuvieran siendo cuestionados con rigor.  



Ah, sólo él quería respuestas y explicaciones sobre quién era el "hombre" de la relación. Mentalidad anticuada y angosta. Y le pareció perturbador pensar que su hija era el "hombre" en esa relación. Repito: mentalidad anticuada y angosta.





— Uy… —sonrió a ras de sus labios.



— Perdón —rio nasalmente, y atrapó suavemente su labio inferior entre sus dientes.



— Así está mejor —gruñó, queriendo poder hacer una cosa o la otra: o detener o acelerar el tiempo para poder abusar de ella y con ella.



— Baila conmigo, ¿sí? —mordisqueó su propio labio inferior, alejándose de la pelirroja para volver a tomarla de las manos y bailar como ella quisiera que bailaran.



— Sí sabes que esto no es "Timber", ¿verdad? —rio Lena, optando por abrazarla fuertemente por la cintura a pesar de que eso, o los movimientos que ese abrazo permitía, no eran los que fluían con el ritmo de aquella canción.



— No te preocupes, que si es eso lo que quieres bailar, pues en este momento se me van al carajo y la ponemos —rio Yulia, acordándose de cómo esa canción en especial hacía que Lena perdiera el control, todo a tal punto de que aquel día, random en realidad, habían sufrido del aburrimiento de un jueves lluvioso, y nada mejor que encenderse el ánimo con canciones como esas; coletas altas, saltos, brincos, carcajadas, que Lena había intentado enseñarle a bailar country de línea, «porque una mierda más graciosa que eso no existe», porque, por si fuera poco, había materializado un sombrero de cowboy y unos botines Malone Souliers que hacían el trabajo junto con el short de denim y una camisa, correctamente a cuadros rojos y blancos, que se había anudado a medio abdomen para no tener que abotonarla y poder dejarle ver la falta de sostén.



— Más tarde, cuando se vayan ellos —rio, marcándole cierto atrevido y sensual contoneo con sus manos y con su cadera—. Me dijo Phillip que, para cuando ya no aguantes a Louboutin, Natasha tiene tus TOMS —sonrió.



— Más tarde, cuando pierda las ganas de verme lo más elegante que se pueda —repuso, ahuecando su mejilla con su mano.



— Ah, cuando ya te veas con maquillaje pesado… porque, de la nada, ya estás borracha, ¿no?



  — No te quejes, que borracha te caigo bien también —rio.



— Sí, sobria y ebria me caes bien —asintió—. Pero estas bragas… —se acercó a su oído con sus labios—. Esta tanga en particular....



  — Tengo ganas de quitartelo—expulsó Yulia rápidamente.



— Es la que más ganas me han dado que me quites —sonrió.



— Lena, Lena, Lena… —suspiró, sacudiendo su cabeza y emitiendo ese sonido de falsa desaprobación con su lengua contra el cielo de su boca—. No me provoques así que me duele.



— A mí me duele que me veas así —reciprocó con una aireada seducción de labios y mirada.



— ¿"Así" cómo?



— Como que me estás violando.



— Es que eso estoy haciendo —sonrió, haciendo que Lena gruñera con mirada entrecerrada—. Lo hago con cariño, pero, de que te estoy violando, te estoy violando —elevó su ceja derecha, y la iba elevando cada vez más al mismo tiempo que su mano derecha bajaba por la espalda de Lena hasta, con todo el descaro del mundo, tomarla por el trasero.



— A-ay… —suspiró.



— Pero te estoy violando despacio, con cariño, con ganas… porque te tengo ganas desde ayer, y tú sabes lo que esas ganas acumuladas significan, ¿verdad, Lenis?



— Son tantas ganas que no es justo —asintió.



— ¿Qué? —frunció Yulia su ceño.



— Eso te lo manda a decir mi clítoris —rio.



— ¡Dios mío! —gruñó ahogadamente cual Diva de cine.



— No, no "Dios"… clí-to-ris —sonrió—. Pero mi clítoris es tuyo.



— Hazme un favor, ¿quieres? —elevó su ceja derecha, y la acercó más a ella con esa mano por el trasero.



— ¿Quieres que vaya a traer hielo de nuevo? —sacó su lengua.



— Dile a tu clítoris que mi lengua le manda a decir que se prepare —dijo, y mordisqueó ligeramente su labio inferior por el lado derecho.



— ¿Ves cómo no es justo? —frunció su ceño para hacerle un puchero que sólo imploraba que la vida no fuera tan injusta.



— ¿Qué tiene de injusto que mi lengua quiera abusar de él? —ensanchó la mirada.



— Eso nada —sacudió su cabeza, y le dio un lento y pausado beso en su mejilla—. Injusto es que, si sigues bebiendo, lo que voy a subir a la habitación es un cadáver —guiñó su ojo.



— Aparentemente todos tienen un problema con la cantidad de alcohol que estoy ingiriendo —entrecerró su mirada.



— Sabemos que eres una alcohólica en stilettos, eso nadie te lo quita —sonrió—. No te estoy diciendo que dejes de beber, porque eso es aburrido, pero, por favor, tone it down a notch, ¿sí?



— Ya pasé lo difícil —asintió—. Era más que todo para digerir a Bruno.



— Está bien, mi amor —sonrió, volviendo a tomarla de las manos para asesinar la incomodidad de estar simplemente de pie en aquel lugar en el que, los únicos que habían aceptado a bailar con Luca, eran Clark y Lance—. Ahora, baila conmigo, ¿sí?



Muéstrame el camino—sonrió de regreso, todo para ser girada en una vuelta que la terminaría de colocar con su espalda contra el pecho de Lena.





Era sexual para quien nunca las había visto bailar. O, bueno, también era sexual en todo sentido, aunque no sexual del tipo grosero, sino que era tragable y tolerable, pues no había nada de malo en que, tomándola por la cintura y por la cadera, rozara salaz pero sensualmente su pelvis contra su trasero en un mismo vaivén.





En otra ocasión, en una ocasión en la que no estuvieran frente a sus progenitores, porque el respeto para ellos no se les había olvidado ni en la cama ni en ninguna parte y porque no eran cosas que tenían que ver si ellas podían evitarlo, en otra ocasión, en una ocasión en la que pocos las conocieran, o nadie en realidad, Yulia se habría aferrado a su trasero con ambas manos, no sólo para aferrarse y para seguir el contoneo, sino para realmente sentir a Lena prácticamente a través de cualquier tipo de textil, y, por si eso no fuera poco para procesar, Lena habría jugado con los bordes del vestido de Yulia para acariciar sus muslos, o quizás sólo habría recorrido su torso con ambas manos. Sí: "R-E-S-P-E-C-T", y no sólo porque Aretha Franklin así lo dijo.



— ¿Todo bien? —le preguntó Larissa, viéndolo hacia arriba al ella estar sentada y él de pie.



— ¿Por qué no habría de estarlo? —resopló, llevando su mano a su saco para desabotonarlo mientras tomaba asiento a su lado—. Hablamos de tramezzini con prosciutto y mozzarella, de que el tequila estaba fuerte, y de cosas normales.



— ¿"Cosas normales"?



— Sí —sonrió, tomando la copa de vino que había dejado olvidada—. De por qué no estaba bailando con Lena, de qué vamos a hacer mañana y el domingo, sobre diciembre… y nos tuteamos, bebimos, y reímos —dijo para la tranquilidad de Larissa.



— ¿Tan banal?



— Y más banal que eso —pareció guiñar su ojo—. Me porté bien y se portó bien, nada de qué preocuparse.



— Tramezzini con prosciutto… —suspiró, viendo a Yulia dejarse llevar por el evidente pero tímido erotismo del cuerpo de la pelirroja, pero, ¿cuál erotismo? Si así bailaban prácticamente todos. «Porque… ay, estas generaciones»—. ¿No comieron lo suficiente, o qué? —rio, notando las miradas confusas de Inessa y Bruno—. Digo, para estar hablando de comida…



— ¿Preferirías que habláramos de algo más serio y menos banal? ¿Que no habláramos de tramezzini con prosciutto? —elevó sus cejas el canoso hombre de cabello perfecto.



— Buen punto —se encogió entre hombros.



— ¿Puedo hablar un momento contigo, Inessa, por favor? —le dijo Alessandro desde donde ya Margaret y Romeo se habían concentrado en analizar el ambiente con una risa y una sonrisa que pronto se transformaría en que ellos también se unirían a "la juventud".



— Claro que sí —suspiró un tanto hostigada, pues, habiendo visto cómo bailaban, ya se imaginaba por dónde iba el tema de conversación—. Si me disculpan un momento —sonrió para Larissa y Bruno, quienes, con el cambio de música, porque ese acid jazz debía ser dosificado para ser disfrutado con optimismo, ya se preparaban para estirar las piernas y dejar que la vetustez le cuidara la copa a cada uno.



 









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